martes, 16 de febrero de 2021

MIÉRCOLES DE CENIZA [1] o (Continuación)

 


INVITACIÓN DEL PROFETA. — Hervía ayer el mundo en los placeres, y los mismos cristianos se entregaban a expansiones permitidas; mas ya de madrugada ha resonado a nuestros oídos la trompeta sagrada de que nos habla el Profeta. Anuncia la solemne apertura del ayuno cuaresmal, el tiempo de expiación, la proximidad más inminente de los grandes aniversarios de nuestra Redención. Arriba, pues, cristianos, preparémonos a combatir las batallas del Señor.

ARMADURA ESPIRITUAL. — En esta lucha, empero, del espíritu contra la carne, hemos de estar armados, y he aquí que la Iglesia nos convoca en sus templos para adiestrarnos en los ejercicios, en la esgrima de la milicia espiritual. San Pablo nos ha dado ya a conocer al pormenor las partes de nuestra defensa: "Ceñidos vuestros lomos con la verdad, revestida la coraza de la justicia, y calzados los pies prontos para anunciar el Evangelio de la paz. Embrazad en todo momento el escudo de la fe y la esperanza de salvaros por yelmo que proteja la cabeza". El Príncipe de los Apóstoles viene por su parte a decirnos: "Cristo padeció en la carne, armaos también vosotros del mismo pensamiento". La Iglesia nos recuerda hoy estas enseñanzas apostólicas, pero añade por su parte otra no menos elocuente, haciéndonos subir hasta el día de la prevaricación, que hizo necesarios los combates a que nos vamos a entregar, las expiaciones que hemos de pasar.

ENEMIGOS CON QUIENES HEMOS DE LUCHAR. — Dos clases de enemigos se nos enfrentan decididos: las pasiones en nuestro corazón y los demonios por de fuera. El orgullo ha acarreado este desorden. El hombre se negó a obedecer a Dios. Dios le ha perdonado, con la dura condición de que ha de morir. Le dijo, pues: "Polvo eres, hombre, y en polvo te volverás". ¡Ay! ¿cómo olvidamos este saludable aviso? Hubiera bastado sólo él para fortalecernos contra nosotros mismos persuadidos de nuestra nada, no nos hubiéramos atrevido a quebrantar la ley de Dios. Si ahora queremos perseverar en el bien, en que la gracia de Dios nos restableció, humillémonos, aceptemos la sentencia y consideremos la vida como sendero más o menos corto que acaba en la tumba. Con esta perspectiva, se renueva todo, todo se explica. La bondad inmensa de Dios que se dignó amar a seres condenados a la muerte se nos presenta todavía más admirable; nuestra insolencia y nuestra ingratitud contra quien desafiamos en los breves instantes de nuestra existencia nos parece cada vez más para sentirla, y la reparación que podemos hacer y que Dios se digna aceptar, más puesta en razón y salutífera.

IMPOSICIÓN DE LA CENIZA. — Este es el motivo que decidió a la Iglesia, cuando juzgó oportuno anticipar de cuatro días el ayuno cuaresmal, a iniciar este santo tiempo, señalando con ceniza la frente culpable de sus hijos y repitiendo a cada uno las palabras del Señor que nos condenan a muerte. El uso, sin embargo, como signo de humillación y penitencia, es muy anterior a la presente institución y la vemos practicada en la antigua alianza. Job mismo, en el seno de la gentilidad, cubría de ceniza su carne herida por la mano de Dios, e imploraba de este modo su misericordia. Más tarde el Salmista, en la contrición viva de su corazón, mezclaba ceniza con el pan que comía, y análogos ejemplos abundan en los Libros históricos y en los Profetas del Antiguo Testamento. Y es que vivamente sentían entonces ya la relación que hay entre ese polvo de un ser materialmente quemado y el hombre pecador, cuyo cuerpo ha de ser reducido a polvo al fuego de la divina justicia. Para salvar por de pronto al alma, acudía el pecador a la ceniza, y reconociendo su triste fraternidad con ella, se sentía más a resguardo de la cólera de Aquel que resiste a los soberbios y tiene a gala perdonar a los humildes.

PENITENTES PÚBLICOS. — El uso litúrgico de la ceniza el miércoles de Quincuagésima, no parece haberse dado en los comienzos a todos los fieles, sino tan sólo a los culpables de los pecados sometidos a la penitencia pública de la Iglesia. Antes de Misa se presentaban en el templo donde todo el pueblo se hallaba congregado. Los sacerdotes oían la confesión de sus pecados, y después los cubrían de cilicios y derramaban ceniza en sus cabezas. Después de esta ceremonia, clero y pueblo se postraban en tierra y rezaban en voz alta los siete salmos penitenciales. Tenía lugar después la procesión en la que los penitentes iban descalzos; a la vuelta eran arrojados solemnemente de la Iglesia por el Obispo que les decía: "Os arrojamos del recinto de la Iglesia por vuestros pecados y crímenes, como Adán, el primer hombre, fue arrojado del paraíso por su desobediencia." Cantaba a continuación el clero algunos responsorios sacados del Génesis, en los que se recordaban las palabras del Señor, que condenaban al hombre al sudor y trabajo en esta tierra ya maldita. Cerraba en seguida las puertas de la Iglesia. Y los pecadores no debían pasar sus umbrales hasta volver el Jueves Santo, a recibir con solemnidad la absolución.

EXTENSIÓN DEL RITO LITÚRGICO. — Después del siglo XI empezó a caer en desuso la penitencia pública; en cambio, la costumbre de imponer la ceniza a todos los fieles este día, llegó a generalizarse y se ha clasificado entre las ceremonias esenciales de la Liturgia romana (No es fácil determinar la fecha exacta en que se llevó a cabo esta evolución. Sólo sabemos que en el Concilio de Benevento en 1091, Urbano II la hizo obligatoria para todos los fieles. La ceremonia actual va detallada en los Ordines del siglo XII; las antífonas, responsorios y oraciones de la bendición de la ceniza, estaban ya en uso entre los siglos VIII y X). Antiguamente se acercaban descalzos a recibir este aviso de la nada del hombre, y aun en pleno siglo XII el mismo Papa salía de Santa Anastasia a Santa Sabina donde se celebraba la Estación y hacía el recorrido descalzo, lo mismo que los Cardenales de su cortejo. La Iglesia ha cedido en esta severidad exterior, sin dejar de tener estima grande de los sentimientos que tan imponente rito debe producir en nuestras almas. Como acabamos de insinuar, la estación en Roma se celebra hoy en Santa Sabina, sobre el Monte Aventino. Bajo los auspicios de esta santa mártir se inicia la penitencia cuaresmal. Empiezan las sagradas ceremonias por la bendición de la ceniza. Proceden de los ramos benditos el año anterior, el domingo antes de Pascua. La bendición que reciben en este nuevo estado tiene por finalidad hacernos más dignos del misterio de contrición y humildad que ha de significar. Canta el coro en primer lugar esta antífona que implora la misericordia divina.

ANTÍFONA

Escúchanos, Señor, porque tu misericordia es benigna; míranos, Señor, según la muchedumbre de tus misericordias.-—Salmo: Sálvame, oh Dios, porque las aguas han penetrado hasta mi alma. V. Gloria al Padre. Escúchanos...

El sacerdote teniendo en el altar las cenizas, pide a Dios las haga instrumento de santificación en favor nuestro.

ORACIÓN

Omnipotente y sempiterno Dios, perdona a los penitentes, sé propicio con los suplicantes: y dígnate enviar desde el cielo a tu Ángel, el cual ben+diga, y santi+fique estas cenizas, para que sean saludable remedio a todos los que imploren humildemente tu santo nombre, a los que se confiesen sus pecados y a los que lloren sus crímenes delante de tu majestad o invoquen rendida y porfiadamente tu serenísima piedad; y haz que, por la invocación de tu santísimo nombre, todos los que fueren signados con ellas, para redención de sus pecados, alcancen la salud del cuerpo y la tutela del alma. Por Cristo, Nuestro Señor. R. Amén.

ORACIÓN

Oh Dios, que no deseas la muerte, sino la penitencia de los pecadores: contempla benignísimo la fragilidad de la condición humana; y dígnate, por tu piedad, ben+decir estas cenizas, que vamos a imponer sobre nuestras cabezas, para profesar humildad y alcanzar el perdón; a fin de que, puesto que nos reconocemos ceniza y que, por causa de nuestra depravación, nos hemos de convertir en polvo, merezcamos alcanzar misericordiosamente el perdón de todos los pecados y los premios prometidos a los penitentes. Por Cristo, Nuestro Señor. R. Amén.

ORACIÓN

Oh Dios, que te doblegas con la humillación y te aplacas con la satisfacción; inclina a nuestras preces el oído de tu piedad; y derrama propicio la gracia de tu bendición sobre las cabezas de tus siervos, signadas con la unción de estas cenizas; para que los llenes del espíritu de compunción, y les concedas eficazmente lo que justamente te pidieren, y les conserves perpetuamente firme e intacto lo que les hubieres concedido. Por Cristo Nuestro Señor. R. Amén.

ORACIÓN

Omnipotente y sempiterno Dios, que concediste los remedios de tu perdón a los Ninivitas, que hicieron penitencia con ceniza y cilicio: haz que los imitemos de tal modo en el hábito, que consigamos también el perdón. Por el Señor.

Después de las oraciones, aspergea el sacerdote con agua bendita la ceniza y la inciensa. Acabada la incensación recibe él mismo la ceniza en la cabeza de manos del sacerdote más digno; este la recibe a su vez del celebrante, quien después de haberla impuesto a los ministros del altar y demás clero, la distribuye sucesivamente al pueblo.

Cuando se acerque el sacerdote a señalaros con el sello de la penitencia, acepta sumiso la sentencia de muerte que Dios mismo pronunciará sobre ti al decirte: "Acuérdate, hombre, que eres polvo y en polvo te volverás." Humíllate y recuerda que por haber querido ser como dioses, prefiriendo tu capricho al querer de tu Señor, has sido condenado a morir. Pensemos en la inacabable secuela de pecados que añadimos al de Adán, y admiremos la clemencia de Dios que se contentará con una sola muerte por tantas rebeldías.

Mientras se distribuye la ceniza canta el coro las dos antífonas y responsorios siguientes:

ANTÍFONAS

Mudemos el vestido en ceniza y cilicio; ayunemos y lloremos ante el Señor, porque nuestro Dios es muy misericordioso para perdonar nuestros pecados.

Entre el vestíbulo y el altar llorarán los sacerdotes, ministros del Señor, y dirán: Perdona, Señor, perdona a tu pueblo: y no cierres, Señor, las bocas de los que te cantan.

RESPONSORIO

R. Mejoremos lo que pecamos por ignorancia: no sea que, sorprendidos por el día de la muerte, busquemos espacio para la penitencia, y no podamos hallarlo. * Atiende, Señor, y ten compasión, porque hemos pecado contra ti.

V. Ayúdanos, oh Dios, Salvador nuestro, y, por el honor de tu nombre, líbranos, Señor. Atiende, Señor. V. Gloria al Padre. Atiende, Señor.

Terminada la distribución de la ceniza canta el preste la oración siguiente:

ORACIÓN

Concédenos, Señor, la gracia de comenzar con santos ayunos la carrera de la milicia cristiana, para que, al luchar contra los espíritus malignos, seamos protegidos con los auxilios de la continencia. Por Cristo Nuestro Señor. R. Amén.

MISA

Alentada por el acto de humildad que acaba de realizar, el alma cristiana se llena de ingenua confianza hacia Dios misericordioso; se atreve a recordarle su amor para con los hombres que ha creado, y la longanimidad con que se dignó esperar su vuelta a Él. Estos sentimientos son tema del Introito cuyas palabras están sacadas del libro de la Sabiduría.

INTROITO

Te compadeces, Señor, de todos, y no odias nada de lo que has hecho, disimulando los pecados de los hombres por su penitencia, y perdonándoles; porque tú eres el Señor, nuestro Dios. — Salmo: Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí: porque en ti confía mi alma. V. Gloria al Padre.

 

Pide en la colecta la Iglesia a favor de sus hijos, que la saludable práctica del ayuno sea acogida por ellos con sincera complacencia y que en ella perseveren para bien de sus almas.

COLECTA

Concede, Señor, a tus fieles la gracia de comenzar con sincera piedad la veneranda solemnidad de estos ayunos y de continuarla con segura devoción. Por el Señor.

EPÍSTOLA

Lección del Profeta Joel.

Esto dice el Señor: Convertíos a Mí de todo vuestro corazón, en ayuno, y en lloro, y en llanto. Y rasgad vuestros corazones, y no vuestros vestidos, y convertíos al Señor, vuestro Dios; porque es benigno y misericordioso, paciente y de mucha misericordia, y superior a toda malicia. ¿Quién sabe si se volverá, y perdonará, y dejará en pos de sí bendición, sacrificio y libación al Señor, Dios vuestro? Tocad la trompeta en Sion, santificad el ayuno, llamad a concilio, congregad el pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos, juntad a los niños y a los que maman; salga el esposo de su lecho, y la esposa de su tálamo. Entre el vestíbulo y el altar llorarán los sacerdotes, ministros del Señor, y dirán: Perdona, Señor, perdona a tu pueblo; y no des tu herencia al oprobio, para que les dominen las naciones. ¿Por qué dicen en los pueblos: Dónde está su Dios? El Señor amó su tierra, y perdonó a su pueblo. Y respondió el Señor y dijo a su pueblo: He aquí que yo os daré trigo, y vino, y aceite, y os llenaréis de ellos: y no os haré ya más el oprobio de las gentes; lo dice el Señor omnipotente.

EFICACIA DEL AYUNO. — Este magnífico paso del Profeta nos descubre la importancia que el Señor da a la expiación por el ayuno. Cuando el hombre contrito por sus pecados mortifica su carne, Dios se aplaca. El ejemplo de Nínive lo demuestra; perdona el Señor a una ciudad infiel por el solo hecho de que sus habitantes imploraban su compasión bajo la librea de la penitencia; pues, ¿qué no hará a favor de su pueblo, si acierta a juntar a la inmolación del cuerpo el sacrificio del corazón? Entremos, pues, animosos en el sendero de la penitencia; y si la mengua de los sentimientos de fe y temor de Dios amenazan, al parecer, acabar en derredor nuestro prácticas tan antiguas como el cristianismo, Dios nos libre de entrar por las veredas del relajamiento tan pernicioso al conjunto de las costumbres cristianas. Recapacitemos, sobre todo, en nuestros compromisos personales con la divina justicia; ella nos condonará los deslices y castigos que merecemos en la medida que pongamos solícito empeño en ofrendarle la satisfacción a que tiene pleno derecho.

Continúa la Iglesia desahogando en el Gradual los vivos sentimientos de confianza en Dios bondadosísimo, y cuenta en la felicidad de sus hijos que sabrán aprovechar los medios con que los brinda para desarmar su enojo.

El Tracto es una hermosa plegaria de David; la repite la Iglesia tres veces por semana durante la Cuaresma, y de ella se sirve para apaciguar la cólera de Dios en tiempos calamitosos.

GRADUAL

Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí; porque en ti confía mi alma. V. Vino del cielo, y me libró; llenó de oprobio a los que me pisoteaban.

TRACTO

Señor, no nos pagues según los pecados que hemos cometido, ni según nuestras iniquidades. V. Señor, no te acuerdes de nuestras antiguas iniquidades, antes anticípense pronto tus misericordias: porque somos muy pobres. (Aquí se arrodilla). V. Ayúdanos, oh Dios, Salvador nuestro; y, por la gloria de tu nombre, líbranos, Señor y sé propicio con nuestros pecados, por tu nombre.

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Mateo.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando ayunéis, no os pongáis, como los hipócritas, tristes. Porque ellos maceran sus rostros, para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo: ya han recibido su galardón. Tú, en cambio, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu cara, para que no vean los hombres que ayunas, sino tu Padre, que está oculto; y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo premiará. No atesoréis tesoros en la tierra, donde el orín y la polilla los destruyen, y donde los ladrones los minan y roban. Atesorad, en cambio, tesoros en el cielo, donde ni el orín ni la polilla los destruyen, y donde los ladrones no los minan, ni roban. Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón.

ALEGRÍA DE CUARESMA. — No quiere Nuestro Señor recibamos el anuncio del ayuno expiatorio como triste y mortificante nueva. El cristiano entiende lo suficiente cuán arriesgado es para él el vivir en déficit con la divina justicia; ve, por consiguiente, llegarse el tiempo de Cuaresma con gozo y consuelo; de antemano sabe que, si es fiel a las prescripciones de la Iglesia, aliviará su carga. Estas satisfacciones, hoy tan suavizadas por la indulgencia de la Iglesia, ofrecidas a Dios con las del mismo Redentor y fecundadas por esta comunicación en haz común de propiciación las obras santas de todos los miembros de la Iglesia militante, purificarán nuestras almas y las harán dignas de participar de las inefables alegrías de la Pascua. No estemos, por tanto, tristes porque ayunamos, ni lo estemos por haber hecho necesario nuestro ayuno por el pecado. Otro consejo nos da el Señor que la Iglesia recalcará a menudo en el decurso de la santa Cuaresma: añadamos la limosna a las privaciones corporales. Nos exhorta que atesoremos, pero sólo para el cielo. Tenemos necesidad de intercesores; busquémosles entre los pobres.

Canta la Iglesia en el Ofertorio nuestra libertad. Se regocija al ver curadas ya las heridas de nuestra alma porque cuenta con nuestra perseverancia.

OFERTORIO

Te exaltaré, Señor, porque me recibiste, y no alegraste a mis enemigos sobre mí; Señor, clamé a ti, y me sanaste.

SECRETA

Te suplicamos, Señor, hagas que nos adaptemos convenientemente a estos dones que te ofrecemos, y con los cuales celebramos el comienzo de este mismo venerable Sacramento. Por el Señor.

PREFACIO

Es verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable que, siempre y en todas partes, te demos gracias a ti, Señor santo, Padre omnipotente, eterno Dios: Que, con el ayuno corporal, reprimes los vicios, elevas la mente, das la virtud y los premios; por Cristo, nuestro Señor. Por quien a tu Majestad alaban los Ángeles, la adoran las Dominaciones, la temen las Potestades. Los cielos, y las Virtudes de los cielos, y los santos Serafines, la celebran con igual exultación. Con los cuales, te suplicamos, admitas también nuestras voces, diciendo con humilde confesión:

Santo, Santo, Santo, etc.

Las palabras de la antífona de la Comunión encierran importantísimo consejo. Necesitamos mantenernos firmes durante la Cuaresma. Meditemos la ley del Señor y sus misterios. Si saboreamos la palabra de Dios que la Iglesia nos propone cada día, la luz y el amor se acrecentarán en nuestros corazones sin cesar, y cuando el Señor salga de las sombras del sepulcro, reverberarán sobre nosotros sus divinos resplandores.

COMUNIÓN

El que meditare en la Ley del Señor día y noche, dará su fruto a su tiempo.

POSCOMUNIÓN

Haz Señor, que los Sacramentos recibidos nos aprovechen; para que nuestros ayunos te sean gratos a ti, y a nosotros nos sirvan de alivio. Por el Señor.

Todos los días de Cuaresma, a excepción de los domingos, antes de despedir a la asamblea de los fieles, el Preste pronuncia sobre ellos una oración particular (Es una fórmula de bendición pidiendo a Dios que los fieles puedan volver a sus ocupaciones ordinarias, llevando consigo prenda segura de la protección del cielo. Callewaert, Sacris erudiri 694), precedida siempre de esta advertencia del diácono:

Humillad vuestras cabezas ante Dios.

ORACIÓN

Señor, contempla propicio a los que se inclinan ante tu majestad, para que los que han sido alimentados con tu don divino, se sientan siempre alimentados por este socorro celestial.


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