San Patricio, apóstol de
Irlanda, nació en Escocia en el territorio de la ciudad de Aclud, hoy
Dumbrinton, hacia el año 377 del nacimiento de Cristo. Se llamaba su padre
Calfurnio, y su madre Conquesa, pariente de San Martin, arzobispo de Tours, los
cuales le criaron con tanta piedad, y le educaron tan desde pequeño en los
principios de la religión, así con su doctrina como con sus ejemplos, que el
niño Patricio en nada hallaba gusto sino en la oración.
A los dieciséis años de su edad
le secuestraron unos salteadores de caminos, irlandeses, juntamente con una
hermana suya llamada Lupita, y le llevaron cautivo a Irlanda. Lo vendieron a un
ciudadano, y en los cinco o seis años que duró su cautiverio aprendió la lengua
y las costumbres del país.
Por las muchas visiones que
tuvo en este tiempo, conoció que le llamaba Dios a trabajar en la conversión de
los pueblos de Irlanda, y desde entonces hizo ánimo de dedicarse a ella.
Después de mil vicisitudes que se le presentaron, fue ordenado de sacerdote por
el obispo de Pisa, quien le aconsejó que se fuese a echar a los pies del papa
Celestino I, para recibir de su mano el destino de aquella misión. Le recibió
el Pontífice con mucha benignidad, alabó su celo, aprobó su ánimo; pero, como
acababa de enviar a San Paladio a aquel país, le pareció conveniente suspender
la ejecución, y así le mandó que esperase.
Volvió por Auxerre el nuevo
apóstol, y, recibiendo allí las saludables instrucciones que le dio San Germán
para desempeñar felizmente su misión, pasó a Irlanda el año 432. Las milagrosas
conversiones que hizo desde entonces en el país de Cambra y Cornuaille le
determinaron a entrar en la provincia de Lagenia, donde San Paladio no había
hecho fruto alguno. Apenas predicó en ella la fe, cuando tuvo el consuelo de
ver convertidas en menos de un año más de las dos terceras partes de la
provincia.
Aumentándose la mies, fue
preciso que se aumentasen los obreros. Jamás ha habido nación que mostrase mayor
ardor por abrazar la fe de Jesucristo. Apenas se dejaba Patricio ver en alguna
ciudad o en algún pueblo, cuando los mismos gentiles se daban prisa a echar por
tierra los templos que ellos mismos habían levantado, compitiéndose a porfía en hacer pedazos los ídolos.
Leogar, el príncipe más
poderoso del país, y el más encaprichado en las supersticiones paganas, empleó
todas sus fuerzas y se valió de todos los artificios de los magos para detener
los rápidos progresos de la fe, y para poner límites a las victorias que
nuestro Santo conseguía cada día del paganismo; pero todos sus artificios no
sirvieron más que para hacer más floreciente la religión cristiana, y más
célebre el nombre de San Patricio. Un numeroso ejército de gentiles, que venía a
echarse sobre los cristianos congregados por el Santo en una espaciosa llanura,
fue enteramente disipado por los truenos y por los rayos que cayeron sobre él,
estando el cielo muy sereno. Deshizo todos los embustes y prestigios de los
hechiceros; obedecían a su voz los vientos y las tempestades; se desvanecían
las dolencias haciendo sobre los enfermos la señal de la cruz, y sus discípulos
gozaban el mismo don: para Patricio no había cosa secreta; y hasta la misma
muerte soltaba la presa a la voz de su oración.
Pero, creciendo cada día
inmensamente el número de los fieles, era menester proveer de nuevos pastores
al nuevo rebaño; lo que obligó al Santo a hacer otro viaje á Roma el año 444. Le
recibió el gran pontífice San León como lo merecía un apóstol.
Vuelto a Irlanda con la recluta
de nuevos operarios, los distribuyó en las provincias de Langenia, de Media, de
Connacia, de Momonia, y ordenó gran número de obispos para las nuevas diócesis
de Laghlin, de Fernes, de Douna, de Kilmor, de Gallovay, de Limerik, de Media,
de Cashel, de Toam, de Wateford, y, volviendo a Ultonia, levantó la célebre
iglesia de Armagh, erigiéndola en Silla metropolitana y primada de toda
Irlanda. Pasó después a las islas adyacentes, y todas las conquistó para
Jesucristo. Hizo un cuarto viaje a Roma para obtener de la Silla Apostólica la
confirmación y distribución de los obispos que había erigido, y los títulos y
privilegios de las iglesias como los había arreglado; a su vuelta de este viaje
celebró en Armagh el primer Concilio.
Apenas sería creíble que
nuestro Santo pudiese obrar tantas maravillas, o no rendirse al peso de tantos
trabajos, si no se supiera que para los hombres apostólicos están reservadas
gracias muy particulares y auxilios muy extraordinarios. Pero lo que se hace
más inverosímil, siendo con todo eso muy verdadero, es que tantas y tan
portentosas fatigas no bastaron a saciar el ardiente deseo que tenía de padecer
por Jesucristo, ni pudieron satisfacer la amorosa ansia que tenía por la
penitencia.
Traía siempre un áspero
cilicio, ayunaba rigurosamente todo el año, hacía a pie todos los viajes; y,
aunque oprimido de la solicitud pastoral y del gobierno de todas las iglesias
de Irlanda, todos los días rezaba el Salterio entero con más de doscientas
oraciones, y se postraba trescientas veces cada día para adorar a Dios,
haciendo cien veces la señal de la cruz en cada hora canónica. Tenía
distribuida la noche en tres tiempos diferentes. El primero le empleaba en
rezar cien salmos y en hacer doscientas genuflexiones. El segundo le ocupaba en
rezar cincuenta salmos metido en un estanque de agua helada hasta la garganta,
y lo restante estaba destinado para tomar un poco de reposo sobre una dura
piedra. Estos fueron los principales medios de que se valió San Patricio para
ganar a Jesucristo tantos pueblos, y para convertir los pecadores y los
idólatras.
Pero no sólo convirtió a la fe a
aquellos pueblos, sino que también los cultivó, los pulió, los civilizó. Halló
Patricio en aquella isla unos pueblos tan necios y tan groseros, que apenas
sabían hablar, y ninguno de ellos sabía escribir; el Santo los enseñó, los
industrió, y en poco tiempo los hizo capaces de aprender, no solamente las más
bellas artes, sino también las más elevadas ciencias.
En fin, colmado de
merecimientos, respetado aun de los mismos gentiles, y lleno de alegría, viendo
el floreciente estado en que dejaba en Irlanda el Reino de Jesucristo, a los
ochenta y cuatro años de su edad (aunque algunos historiadores le dan ciento
treinta), pasó a recibir en el Cielo la corona de sus trabajos el año 460 o
461. Murió en su monasterio de Saball, habiendo edificado trescientas sesenta y
cinco iglesias, consagrado otros tantos obispos en los veinticinco o treinta
años que él lo fue, y ordenado casi tres mil presbíteros. Fue sepultado en la
iglesia de la ciudad de Douna, donde fue honrado de los pueblos que concurrían
en tropas a venerar su sepulcro, haciéndole muy célebre el Señor con
innumerables milagros; hasta que en tiempo de Enrique VIII, rey de Inglaterra,
fue destruida la iglesia de Douna por Leonardo Grey, marqués de Dorset y virrey
de Irlanda, el cual pagó el delito de su sacrilegio sobre un cadalso, en que le
cortaron la cabeza el año 1541.
En la Misa
en honra de San Patricio, la oración es la que sigue:
¡Oh Dios, que te dignaste
enviar al bienaventurado Patricio, tu confesor y pontífice, para que anunciase
tu gloria a los gentiles! Concédenos que con tu gracia, y por su intercesión y
merecimientos, cumplamos fielmente todo lo que Tú nos mandas. Por Nuestro Señor
Jesucristo, etc.
La Epístola es de los
capítulos XLIV y XLV del Libro de la Sabiduría.
REFLEXIONES
Ves aquí un gran sacerdote. Ni
los grandes títulos, ni las gruesas rentas forman los grandes prelados. La
grandeza de los ministros de Jesucristo tiene origen más noble y nace de otros
principios. Agradó a Dios mientras vivió; fue justo, y ninguno observó con
mayor exactitud la ley del Altísimo. Ésta es la base, éste el cimiento de la
verdadera grandeza; agradar a Dios sin interrupción; cumplir dignamente todas
las obligaciones de la justicia; obedecer con la más exacta fidelidad los
preceptos del Altísimo. Busca otros títulos, ni más completos, ni más antiguos,
de una nobleza más sólida y más real. Esta es la única nobleza que pasa en la
otra vida. Ostentoso aparato de títulos y de grandes nombres, puestos elevados,
dignidades eminentes, vosotros brilláis, no hay duda. Pero ¿cómo? Como
relámpagos fugitivos, que apenas lucen cuando desaparecen. La muerte pone de nivel
a todos los hombres. Todo se entierra con nosotros, menos la santidad. Las más
bellas prendas de cuerpo y alma sin virtud, son nombres vacíos; las que sólo se
fundan en fortuna estruendosa y rentas crecidas, son poco respetables; muchas
veces sólo sirven de hacer más visible la pobreza de la persona. Sola la virtud
vale más que todos los títulos; y ¿qué son todos los títulos sin la virtud?
El Evangelio es del capítulo
XXV de San Mateo.
En aquel tiempo dijo Jesús a
sus discípulos esta parábola: Un hombre que debía ir muy lejos de su país,
llamó a sus criados y les entregó sus bienes. Y a uno dio cinco talentos, a
otro dos, y a otro uno, a cada cual según sus fuerzas, y se partió al punto.
Fue, pues, el que había recibido los cinco talentos a comerciar con ellos, y
ganó otros cinco; igualmente, el que había recibido dos, ganó otros dos; pero
el que había recibido uno hizo un hoyo en la tierra, y escondió el dinero de su
señor. Mas después de mucho tiempo vino el señor de aquellos criados, les tomó
cuentas, y, llegando el que había recibido cinco talentos, le ofreció otros
cinco, diciendo:
Señor, cinco talentos me
entregaste; he aquí otros cinco que he ganado. Le dijo su señor: Bien está,
siervo bueno y fiel; porque has sido fiel en lo poco, te daré el cuidado de lo
mucho; entra en el gozo de tu señor. Llegó también el que había recibido dos
talentos, y dijo: Señor, dos talentos me entregaste; he aquí otros dos más que
he granjeado. Le dijo su señor: Bien está, siervo bueno y fiel; porque has sido
fiel en lo poco, te daré el cuidado de lo mucho; entra en el gozo de tu señor.
MEDITACIÓN
De los medios que tenemos para salvarnos.
Punto primero.— Considera que
uno de los más crueles, de los más desesperados tormentos de los condenados, es
la viva y eterna memoria, es la clara, la menuda representación de los medios
fáciles y seguros que tuvieron para salvarse. ¡Pude ser santo, Dios lo quería,
pero a mí no me dio gana de serlo! Comprende bien toda la fuerza de esta
reflexión; pero considera también todo el acíbar de su amargura.
No hay ni una sola criatura
que, mirada en sí misma, no nos presente, no nos sirva de medio para conocer a
Dios y para amarle; si alguna nos sirve de estorbo, es precisamente porque
nosotros abusamos de ella. Los bienes y males de esta vida, hasta los mismos
trabajos de que se vale Dios para castigar nuestras culpas, todo puede servir
para nuestra salvación.
Las riquezas son como la moneda
con que se compra el Cielo por medio de las limosnas; la pobreza es carta de
recomendación para salvarnos. Las honras y la prosperidad pueden ofrecer
grandes ocasiones para hacer grandes sacrificios; las desgracias y las
adversidades abren el camino real para la gloria. Si la salud es don de Dios,
no lo es menos la enfermedad; padecer mucho por Dios, aun es de mayor mérito
que hacer mucho por Él. Si el ingenio es un talento, la simplicidad es una
virtud; porque Dios tiene gusto especial en comunicarse a las almas simples y
sencillas.
En una
palabra, se puede decir que no hay cosa que no se pueda mirar como talento.
Hasta de nuestras mismas faltas, una vez cometidas, se puede y se debe sacar
mucho provecho. No hay mayor enemigo de nuestra salvación que el demonio; y,
con todo eso, sus mismos artificios, sus mismas tentaciones pueden conducir
para conseguirla. ¡Qué abundancia de medios, qué multitud de tantas
industrias! Todas las
cosas, dice el Apóstol, cooperan al mayor bien de los que aman a Dios.
Punto segundo.— Considera que,
además de los medios comunes a todos los cristianos, cada cual encuentra en su
propio estado y en su misma condición medios particulares para ser santo. Ha
dispuesto de tal manera todas las cosas la Divina Providencia y tiene arregladas
todas las condiciones con tal economía, que todos son caminos derechos para
llegar con seguridad a nuestro último fin.
No hay que envidiar ni el
retiro de los unos ni la tranquilidad de los otros; cada uno de nosotros,
dentro de su propio estado, puede recoger los mismos frutos, o, al menos, otros
equivalentes y tan buenos. No seamos siervos inútiles ni obreros ociosos; y
pocas tierras habrá que no puedan rendir ciento por uno, pocos talentos que no
puedan duplicarse y multiplicarse, como se sepa emplearlos y manejarlos bien.
No hay estado, no hay condición
en el mundo, no hay edad en la vida, de la cual no haya habido grandes santos;
y estos santos de nuestra misma edad y de nuestro mismo estado no fueron a
buscar otros medios para serlo que aquellos que nos ofrece a nosotros nuestro
estado y nuestra edad. Y aun nosotros tenemos más medios que ellos; porque al
fin logramos el de los buenos ejemplos que ellos mismos nos dejaron. ¡Será
posible, Dios mío, que todas las cosas me prediquen y me faciliten mi
salvación, y que al mismo tiempo todas ellas me reprendan mi irresolución y aun
mi insensibilidad!
JACULATORIAS
Ya no
viviré, Señor, sino para emplearme en tus alabanzas; porque hallo mi fuerza y
mi socorro en todo lo que has hecho por mí.— Salmo CXVIII.
Siempre
estás cerca de mí, y todos los estados de la vida pueden ser caminos seguros
que me conduzcan á Ti.— Salmo CXVIII.
PROPÓSITOS
1. Todos los estados son
otros tantos caminos diferentes que, según el orden de la Divina Providencia,
nos guían a nuestro último fin. Es tentación imaginar que se viviría mejor en
otro estado que en el que cada uno profesa. Pernicioso error ocupar el
pensamiento en lo que se haría en otra profesión y no pensar en cumplir con las
obligaciones de aquella en que se está. Pocos artificios hay que le salgan
mejor al enemigo de nuestra salvación que el de esta engañosa inquietud. Por
ahora sólo te quiere Dios en el estado de vida en que te hallas; conque sólo
has de pensar en desempeñar bien sus obligaciones. Desprecia como ilusión
perniciosísima todas esas inconstancias del corazón y del ánimo que consume
inútilmente el alma con vanos arrepentimientos y con frívolos deseos, una vez
que ya abrazaste un estado. Aplícate únicamente a dar el debido lleno a sus
obligaciones, examinando hoy en particular cuáles son éstas, y cuáles son
también aquellas en que tú te descuidaste más.
2. Es devoción utilísima la de
rezar todas las mañanas alguna oración particular, pidiendo a Dios gracia para
cumplir con las obligaciones del estado de cada uno; y es admirable para este
efecto la oración siguiente, que decía Santo Tomás:
«Oh Dios lleno de misericordia,
dame gracia para que examine diligentemente, conozca verdaderamente, desee
ardientemente y cumpla perfectamente todo lo que a Ti te agrada, y que todo sea
para mayor honra y gloria tuya. Dispón todas las cosas en el estado en que me
has puesto, y dame a conocer aquello que quieres que yo haga, ayudándome a
cumplirlo como conviene para el mayor bien de mi alma. Concédeme, Dios y Señor
mío, que ni las prosperidades me envanezcan, ni las adversidades me acobarden,
y que ni unas ni otras me atropellen, no alegrándome sino de lo que me acerca a
Ti, no entristeciéndome sino de lo que de Ti me aparta, no permitas que aspire a
complacer, ni que tema desagradar a otro más que a Ti sólo. Sean despreciables
para mí todas las cosas caducas, y solamente las ame todas por Ti; pero a Ti
sobre todas. Que me cause tedio toda alegría que sea sin Ti, y fuera de Ti nada
apetezca. Finalmente, Dios y Señor mío, concédeme que de tal manera me
aproveche en esta vida de tus beneficios por tu gracia, que merezca gozar en la
Patria celestial las delicias de la gloria. Por Nuestro Señor Jesucristo...