Santa Dorotea, virgen y mártir, tan célebre en toda la iglesia latina,
fue natural de Capadocia, de una familia distinguida por su nobleza, pero mucho
más por su piedad, pues se cree que su padre y su madre habían ya merecido la
dicha de derramar su sangre y dar la vida por Cristo, cuando su hija Dorotea
mereció también la corona del martirio.
Era tan universalmente estimada la virtud y el raro mérito de nuestra
tierna doncellita en la ciudad de Cesarea, donde había nacido, que
constantemente era tenida por un milagro de prudencia, de modestia y de piedad,
mirándola como ejemplo de todas las doncellas cristianas.
La pretendieron muchos por esposa, movidos de su nobleza, de su
discreción y de su hermosura, pero la santa se había declarado tan
descubiertamente por la virginidad, que los cristianos la llamaban la esposa de
Jesucristo; y su virtud, acompañada de una virginal modestia, la hacía
respetable hasta a los mismos paganos.
Luego de que llegó a Cesarea el gobernador
Sapricio, oyó hablar mucho de las extraordinarias prendas de Dorotea, y no le
dejaron de decir que ella era la que con su ejemplo y con su reputación
estorbaba a los cristianos que obedeciesen los edictos de los emperadores. Con
este aviso la mandó prender; y habiéndola hecho comparecer en su tribunal, la
preguntó cómo se llamaba. —Me llamo Dorotea, respondió la santa con aquella apacibilidad
y aquella modestia que inspiraba a todos veneración y respeto a su
persona. ¿Porqué rehúsas adorar los
dioses del imperio? replicó el gobernador; ¿ignoras por ventura los decretos imperiales? —No ignoro, respondió la santa, lo que los emperadores han mandado, pero también sé que sólo se debe adorar al único Dios verdadero; y
que esos que vosotros llamáis dioses del imperio son unas puras quimeras,
trasformadas en deidades por el antojo de los hombres, para autorizar los
mayores desórdenes, y para consagrar hasta las pasiones más vergonzosas.
Pues juzgad vos mismo, señor, si será licito ofrecer sacrificio a los demonios,
y si será más puesto en razón obedecer a unos hombres mortales, cuales son
los emperadores, o al verdadero Dios inmortal, criador del cielo y de la
tierra.
Quedó como cortado Sapricio al oír una respuesta
tan cuerda y tan no esperada; pero disimulando su
admiración, se contentó con decirle en tono blando y cariñoso, que si no quería tener la misma suerte que sus padres, era menester
obedecer, pues no había otro medio para salvar la vida.—Yo no temo los tormentos, respondió la
santa, ni tengo mayor ansia que dar mi vida
por aquel que me redimió a costa de la suya.—¿Y quién es ese por quien tanto deseas morir? replicó Sapricio —Es Jesucristo, mi Salvador y mi Dios, respondió
Dorotea.— ¿Y dónde está ese Jesucristo? volvió á replicar
el gobernador. —En cuanto Dios, dijo Dorotea, está en todas partes; y en cuanto hombre, está en el cielo a
la diestra de Dios Padre, siendo la gloria de todos los que
le sirven, y donde después de mi muerte espero poseerle por toda la
eternidad. Este es aquel paraíso delicioso, dulce estancia de los
bienaventurados; esta es aquella hermosa región, donde reina una felicidad
pura, sabrosa, eterna. Sapricio, para ella te convida a ti el mismo
Salvador Jesucristo; pero no puedes ser admitido en ella sin hacerte
primero cristiano.
No hizo caso el gobernador de lo que acababa de
oír, y dijo a la santa — Déjate de todas
estas vanas y extravagantes ideas; créeme, sacrifica a los dioses, y
cásate: si no lo haces así, voy a condenarte al último suplicio. — No quiera Dios, respondió Dorotea, que siendo cristiana sacrifique a los demonios, ni que teniendo la dicha
de ser esposa de Jesucristo, piense jamás en otro esposo. La interrumpió
Sapricio, y ordenó que la entregasen a dos hermanas llamadas Crista y Calixta,
que pocos días antes habían renunciado a la fe de Jesucristo, prometiéndoles un
gran premio si lograban pervertir a Dorotea. Hicieron las dos cuanto pudieron
para derribarla y para obligarla a apostatar, como lo habían hecho ellas; pero
sucedió tan al contrario, que nuestra santa las redujo a ellas al gremio de la santa
iglesia, porque las habló con tanta viveza y con tanta eficacia, que, rendidas
a sus exhortaciones, conocieron y detestaron su apostasía; pero al mismo tiempo
desconfiaban de su salvación á vista de un delito tan enorme.
Les declaró Dorotea, que si había sido grande el delito de negar a Jesucristo, aun
Deshechas en lágrimas las dos hermanas Crista y Calixta, se arrojaron a
los pies de nuestra santa, suplicándola hiciese oración por ellas, para que el
Señor se dignase de aceptar su penitencia. Lo hizo Dorotea, y las fortificó
tanto en la fe, que, llamadas por el gobernador para saber si la habían
reducido a sacrificar a los ídolos, le respondieron que harto arrepentidas
estaban ellas de haber cometido esta vileza, cuanto más de persuadir a nadie
que la ejecutase. Arrebatado Sapricio de furor al oír esta respuesta, mandó que
si luego al punto no sacrificaban de nuevo, en aquella misma hora fuesen
arrojadas las dos, ligadas por las espaldas, en una gran caldera de agua
hirviendo a vista de Dorotea. Se ejecutó así, y las dos santas hermanas
pidieron al Señor que aceptase aquel tormento en satisfacción de sus pecados,
teniendo la dicha de recibir la corona del martirio antes que la misma que tan
felizmente las había restituido al camino de su salvación.
Enfurecido Sapricio a vista de un suceso tan poco
esperado, mandó que Dorotea fuese aplicada a cuestión de tormento, dando orden
para que la atormentasen sin piedad. No es posible imaginar lo mucho que
padeció la santa doncella por la inhumana crueldad de los verdugos. En medio de
eso estaba tan extraordinariamente alegre en el potro, que, admirado Sapricio,
no se pudo contener sin preguntarle la causa de aquella extraordinaria
alegría. Estoy sumamente gozosa, respondió la
santa, porque en mi vida he tenido el
consuelo que hoy experimento, considerando que mi Dios se ha valido de mí
para restituir a Jesucristo aquellas dos almas que vosotros le habíais quitado,
y espero que muy presto iré a hacer compañía a los bienaventurados en la
alegría que tienen también por lo mismo.
Mandó Sapricio que la apaleasen cruelmente, y que le
abrasasen los costados con hachas encendidas. Cuanto más la atormentaban, más
alegre se mostraba Dorotea; tanto, que podía parecer insultaba a Sapricio aun más
que le temía. Al fin, avergonzado éste de verse como vencido por una tierna
doncellita, pronunció sentencia de que la cortasen la cabeza. Apenas la oyó la
santa, cuando, llena de alegría, exclamó: Bendito seáis, Señor, por la gracia que me hacéis de darme lugar en
vuestro paraíso, adonde me llamáis.
Cuando la llevaban al suplicio, la encontró un
abogado joven, llamado Teófilo, grande enemigo de los cristianos, y la dijo,
haciendo chacota de ella: Mira que te
encargo, esposa de Jesucristo, que no dejes de enviarme unas flores y unas manzanas del jardín de tu esposo, cuando
llegues a él. Se lo prometió Dorotea; y cuando
estaba al pie del cadalso, donde había de ser degollada, se le apareció un
gallardo mancebo, que traía en un canastillo flores y tres hermosísimas
manzanas pendientes de un ramo, con hojas verdes y frescas, no obstante de ser
tan fuera de tiempo. Le suplicó la santa que de su parte las llevase a Teófilo,
mientras ella se iba al cielo en busca de su divino Esposo; y habiéndose puesto
de rodillas, inundado el semblante de celestial alegría, alargó el cuello al
cuchillo, y la cortaron la cabeza el día 6 de febrero del año
de 308.
Estaba Teófilo contando a sus amigos lo que le había pasado, cuando el
mancebo de l
Las reliquias de esta santa son muy solicitadas de los pueblos por la
singular devoción que la profesan. Roma se gloría de tener la mayor parte de su
cuerpo en la iglesia de su nombre, donde todos los años en el día de su fiesta
se bendicen unas manzanas en memoria del milagro que dejamos referido. En
Bolonia de Italia, en Arles, en Lisboa y en la cartuja de Sirch hay reliquias
de santa Dorotea.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario