viernes, 31 de julio de 2020

31 de julio SAN IGNACIO DE LOYOLA, CONFESOR

SAN IGNACIO DE LOYOLA, CONFESOR - El Año Litúrgico - Dom Próspero Gueranguer
LUTERO. — Aún cuando el ciclo del tiempo después de Pentecostés nos haya manifestado en numerosas ocasiones la solicitud con que el Espíritu Santo vela por la defensa de la Iglesia, vuelve a resplandecer en este día la enseñanza de una manera nueva. En el siglo xvi, una formidable acometida se había desencadenado contra la Iglesia. Satanás había escogido como jefe a un hombre, caído como él de las alturas del cielo. Lutero, solicitado desde su juventud por gracias de predilección propias de los perfectos, no supo, en un día de extravío, resistir al espíritu de rebeldía. Como Lucifer, que pretendía ser igual a Dios, encaróse con el Vicario del Altísimo sobre el monté del Testamento '; pronto, rodando de abismo en abismo, arrastró en pos de sí la tercera parte de los astros del cielo de la santa Iglesia2. ¡Ley misteriosa y terrible, aquella que tan frecuentemente deja en las esferas del mal al hombre o al ángel caído el imperio que debía ejercer para el bien y para el amor! Mas la eterna sabiduría jamás queda frustrada; precisamente entonces, frente a la libertad pervertida del ángel o del hombre, implanta esta otra ley de sustitución misericordiosa de la que fué Miguel el primer beneficiado.
VOCACIÓN DE IGNACIO. — La vocación de Ignacio a la santidad sigue paso a paso en su desarrollo a la apostasía de Lutero. En la primavera del año 1521, Lutero, desafiando a todos los poderes, acababa de abandonar "Worms y de recluirse en Wartbourgocuando Ignacio recibía en Pamplona la herida que había de retirarle del mundo y encaminarle poco después a Manresa. Valeroso como sus nobles antepasados, se había sentido penetrado desde sus primeros años del ardor belicoso que se les vió mostrar sobre los campos de batalla de la tierra de España; mas la campaña contra el Moro ha tocado a su fin precisamente en los días de su nacimiento. ¿Podrá creerse que para satisfacer sus caballerescos Instintos sólo tendrá porfías mezquinas?
El único y verdadero Rey digno de su grande alma se le revela en la prueba que detiene sus proyectos mundanos; una nueva milicia preséntase a su ambición; comienza otra cruzada. El año de 1522 contempla, desde los montes de Cataluña a los de Turingia, el desarrollo de la divina estrategia de la que únicamente los ángeles poseen todavía el secreto.
MONTSERRAT. — Admirable campiña en donde diríase que el cielo se contenta con observar a los poderes del mal, dejándoles tomar la delantera y únicamente reservándose el derecho de hacer sobreabundar la gracia allá mismo donde pretende abundar la iniquidad. Así como el año precedente, tres semanas después de consumada la rebelión de Lutero, había tenido lugar el primer llamamiento de Ignacio; a tres semanas igualmente de distancia, he aquí que el infierno y el cielo exhiben sus elegidos bajo la diferente armadura que corresponde a los dos campos, cuyos jefes serán ambos. Diez meses de extrañas manifestaciones han preparado al lugarteniente de Satanás en el forzado retiro que él denominó "su Patmos"; y el 5 de Marzo, conculcando la orden de destierro, el tránsfuga del sacerdocio y del claustro abandona Wartbourgo transformado, bajo la coraza y el casco, en caballero espúreo. El 25 del mismo mes, en la noche gloriosa en que el Verbo tomó carne, el flamante soldado de las armas del reino católico, el descendiente de los Iñigo y de los Loyola, vestido de saco, insignia de la pobreza que revela sus nuevos proyectos, pasa en oración en Montserrat la noche velando las armas. Suspende del altar de María su bien templada espada y de allí se dirige a luchas desconocidas que le esperan en un combate sin conmiseración contra sí mismo.
PARÍS. — A la bandera del libre examen pone sobre la suya por única divisa: ¡A la mayor gloria de Dios! Pronto se le ve en París, (en donde Calvino secretamente recluta a los futuros hugonotes), para alistar, a favor del Dios de los ejércitos, la compañía de vanguardia que debe proteger a las huestes cristianas iluminando su camino, dando y recibiendo los primeros golpes. Inglaterra, a primeros del año 1534, imita en su apostasía a Alemania y a los países del Norte, cuando el 15 de Agosto de este mismo año los primeros soldados de Ignacio junto con él sellan en Montmartre el compromiso definitivo que más tarde renovarán solamente en San Pablo Extramuros. Porque en Roma ha fijado el punto de reunión aquella tropa, que muy pronto se acrecentará de una manera sorprendente y cuya profesión particular será la de estar siempre dispuestos a dirigirse, a la menor señal, a todos los puntos a donde juzgare bien utilizar su celo el Jefe de la Iglesia militante en defensa de la fe o para su propagación, y para el progreso de las almas en la doctrina y en la vida cristiana.
LA COMPAÑÍA DE JESÚS. — Unos labios ilustres han dicho: "Lo que sorprende a primera vista en la Compañía de Jesús, es que para ella la edad madura es contemporánea de la primera formación. Quien conoce a los primeros autores de la Compañía, conoce a la Compañía entera en su espíritu, en su objeto, en sus empresas, en sus procedimientos, en sus métodos. ¡Qué generación la que preside en sus orígenes! ¡Qué unión de ciencia y de actividad, de vida interior y de vida militante! Puede decirse que son hombres universales, hombres de raza gigantesca, en comparación de los cuales nosotros no somos más que insectos: de genere giganteo, quibus comparan quasi locustae videbamur" Cardenal Pie, Homllia pronunciada en las fiestas de la Beatificación del B. Pedro Fabro.
IGNACIO Y LA ORACIÓN DE LA IGLESIA.— ¡Cuán conmovedora se nos aparece la sencillez tan llena de encantos de estos primeros Padres de la Compañía, yendo de camino hacia Roma, a pie y en ayunas, agotados, mas desbordante el corazón de alegría y cantando bajito los Salmos de David! Cuando fué indispensable para responder a las necesidades de la hora presente, abandonar en el nuevo instituto las grandes tradiciones de la oración pública, no se hizo sin gran sacrificio por parte de muchas de estas almas; con pena María hubo de ceder su puesto a Marta en este punto. Por espacio de tantos siglos la solemne celebración de los divinos Oficios había parecido la indispensable tarea de toda familia religiosa de la que constituía la deuda social primaria; ¡era el alimento primero de la santidad individual de sus miembros!
Mas la llegada de tiempos nuevos que sembraban por todas partes la degradación y la ruina reclamaba una excepción tan insólita como dolorosa de la valiente compañía que consagraba su existencia a la inestabilidad de alarmas sin cuento y de continuas incursiones sobre tierras enemigas. Ignacio lo comprendió. Sacrificó en aras del objeto particular que se imponía al atractivo personal que sintió toda su vida hacia el canto sagrado, cuyas menores notas al llegar a sus oidos le hacían verter lágrimas de consuelo.
Con los últimos tiempos y sus emboscadas, había sonado para la Iglesia la hora de las milicias especiales, organizadas en campamentos volantes. Pero cuanto más difícil se hacía exigir cada día a estas tropas beneméritas, embebidas en el continuo batallar del exterior, los hábitos y costumbres de los que protegían a la Ciudad Santa, tanto más rechazaba San Ignacio el extraño contrasentido que pretendió reformar las costumbres del pueblo cristiano según el modo de vida exigida por el servicio de reconocimiento y de vanguardia, al que él sacrificó por todos los demás. La tercera de las dieciocho reglas que asienta, como coronamiento de los Ejercicios Espirituales, "para tener en nosotros los verdaderos sentimientos de la Iglesia ortodoxa", recomienda a los fieles los cantos de la Iglesia, los salmos, y las diferentes Horas canónicas en el tiempo señalado para cada una. Y, al principio del libro, que verdaderamente es el tesoro de la Compañía de Jesús, al establecer las condiciones que permitirán sacar el mayor fruto posible de los mismos Ejercicios, determina en su vigésima anotación, que aquel que pudiere, escoja durante el tiempo de su duración, una celda desde donde le sea fácil dirigirse tanto a los Oficios como al santo Sacrificio. ¿Qué hace en esto, por lo demás, nuestro Santo, sino aconsejar para la práctica de los Ejercicios el mismo espíritu con que fueron compuestos, en este retiro bendito de Manresa, en donde la asistencia cotidiana a la Misa solemne y a los Oficios del atardecer fué para él un manantial de celestiales delicias?
Vida. — Ignacio nació, sin duda, en Octubre de 1491 en Guipúzcoa de la noble familia de los Loyola. Habiendo entrado al servicio del Rey de Navarra, fué herido en Pamplona el 20 de Mayo de 1521. En el curso de su convalecencia leyó la Vita Christi de Ludolfo el Cartujano y, ayudado de la gracia divina, resolvió en adelante seguir a Cristo. En Febrero de 1522 partió para Montserrat con la finalidad de ofrecer su espada a la Virgen; después se dirigió a Manresa donde permaneció durante un año entregado a la penitencia y oración. Entonces compuso su célebre libro de los Ejercicios Espirituales que debía obtener la aprobación de la Sede Apostólica y hacer mucho bien a innumerables almas. En 1523 hizo la peregrinación a Tierra Santa regresando después a España con el objeto de estudiar para hallarse mejor dispuesto para el servicio de Dios y de la Iglesia. Con algunos compañeros partió hacia París, adonde llegaron el 2 de Febrero de 1528. Ignacio tomó allí sus grados universitarios y asentó los fundamentos de la nueva Orden. Habiéndola establecido en Roma con la aprobación de Paulo III, añadió a los tres votos ordinarios el de consagrarse a las misiones, si la Santa Sede así se lo pedía. Envió a San Francisco Javier a las Indias; él mismo luchó ardorosamente contra la herejía Luterana; fundó casas de educación para la juventud; trabajó en la renovación de la piedad entre los católicos; obras predilectas suyas fueron en embellecimiento de los templos, la enseñanza del catecismo y la frecuentación de los sacramentos. Por último, después de haber trabajado largo tiempo para "la mayor gloria de Dios", murió el 31 de Julio de 1556. Fué beatificado en 1609 y canonizado en el 1623 a la par que San Isidro Labrador, Santa Teresa de Avila y San Francisco Javier. En 1922, Pió XI le declaró Patrono de todos los ejercicios espirituales.
EL SOLDADO DE DIOS. — "Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe'". Tú que fuiste el gran vencedor del mundo, lo has mostrado a tu vez, de ese mundo en donde el Hijo de Dios te eligió para exaltar su bandera humillada ante el estandarte de Babel. Estuviste largo tiempo casi solo contra los batallones siempre crecientes de los rebeldes, dejando al Señor de los ejércitos el cuidado de elegir su hora para que entablaras la batalla contra las cohortes de Satanás, como la eligió para retirarte de la milicia terrena. Si el mundo hubiera sido entonces conocedor de tus intentos, lo hubiera tomado todo a chacota; y sin embargo fué un momento tan importante para la historia del mundo, como aquel en que, a semejanza de los más ilustres capitanes al concentrar sus tropas, diste orden a tus nueve compañeros de dirigirse de tres en tres a la Ciudad Santa. ¡Qué resultados tan admirables durante aquellos quince años en los que esta tropa escogida, reclutada por el Espíritu Santo, te tuvo a la cabeza como primer general! La herejía barrida de Italia, confundida en Trento, detenida en todas partes, inmobilizada hasta en su propia morada; inmensas conquistas en tierras nuevas para reparar las pérdidas sufridas en nuestro Occidente; la propia Iglesia rejuvenecida su belleza, restaurada en su pueblo y en sus pastores; asegurada para con sus hijos de una educación correspondiente a sus destinos celestiales; finalmente, en toda la linea donde imprudentemente Satanás había gritado victoria, en medio de espantosos rugidos, es domeñado nuevamente por este nombre de Jesús que hace doblarse toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos ¿Qué gloria, oh Ignacio, ha igualado jamás a ésta en los ejércitos de los reyes de la tierra?
INVOCACIÓN AL JEFE GLORIOSO. — Vela desde el trono que te has conquistado con tantas hazañas sobre estos frutos de tus obras, y continúa mostrándote como soldado de Dios. A través de las contradicciones que no les han faltado nunca, mantén a tus hijos en el puesto de honor y de valentía que hace de ellos los centinelas de la vanguardia de tu Iglesia. Que sean fieles al espíritu de su glorioso Padre, "teniendo sin cesar ante los ojos primeramente el reino de Dios; en seguida, como un camino que conduce a él, la forma de su instituto, consagrando todas sus fuerzas a alcanzar este objeto que Dios les señala, siguiendo no obstante cada uno, la medida de la gracia que ha recibido del Espíritu Santo y el grado propio de su vocación'". Finalmente, oh cabeza de tan noble descendencia, abraza en tu amor a todas las familias religiosas cuya suerte ante la persecución ha venido a ser tan estrechamente solidaria en estos días a la de la tuya; bendice particularmente a la Orden monástica que protegió con sus antiguas ramas tus primeros pasos en la vida de perfección, y el nacimiento de la ínclita Compañía que será tu corona imperecedera en los cielos. Protege a España, que te vió nacer no sólo a la vida terrestre sino también a la gracia de la conversión. Ruega para que los cristianos aprendan de ti a militar por Dios, a no renegar nunca de su bandera, ruega para que todos los hombres, bajo tu mando, vuelvan a Dios su principio y su fin.

31 de julio SAN IGNACIO DE LOYOLA, CONFESOR

Pedro Pablo Rubens, S. Ignacio de Loyola, 1620-22
Pedro Pablo Rubens, S. Ignacio de Loyola, 1620-22
(1556 P. C.) - San Ignacio nació probablemente en 1491, en el castillo de Loyola, en Azpeítia, población de Guipúzcoa, cerca de los Pirineos. Su padre, don Bertrán, era señor de Oñaz y de Loyola, jefe de una de las familias más antiguas y nobles de la región. Y no era menos ilustre el linaje de su madre, doña Marina Sáenz de Licona y Balda. Iñigo (pues ése fue el nombre que recibió el santo en el bautismo) era el más joven de los ocho hijos y tres hijas de la noble pareja. Iñigo luchó contra los franceses en el norte de Castilla. Pero su breve carrera militar terminó abruptamente el 20 de mayo de 1521, cuando una bala de cañón le rompió la pierna, durante la lucha en defensa del castillo de Pamplona. Después de que Iñigo fue herido, la guarnición española capituló.
Los franceses no abusaron de la victoria y enviaron al herido en una litera al castillo de Loyola. Como los huesos de la pierna soldaron mal, los médicos juzgaron necesario quebrarlos nuevamente. Iñigo soportó estoicamente la bárbara operación, pero, como consecuencia, tuvo un fuerte ataque de fiebre con ciertas complicaciones, de suerte que los médicos pensaron que el enfermo moriría antes del amanecer de la fiesta de San Pedro y San Pablo. Sin embargo, Iñigo sobrevivió y empezó a mejorar, aunque la convalescencia duró varios meses. No obstante la operación, la rodilla rota presentaba todavía una deformidad. Iñigo insistió en que los cirujanos cortasen la protuberancia y, pese a que éstos le advirtieron que la operación sería muy dolorosa, no quiso que le atasen ni le sostuviesen y soportó la despiadada carnicería sin una queja. Para evitar que la pierna derecha se acortase demasiado, permaneció varios días con ella estirada mediante unas pesas. Con tales métodos, nada tiene de extraño que haya quedado cojo para el resto de su vida.
Con el objeto de distraerse durante la convalescencia, Iñigo pidió algunos libros de caballería, a los que siempre había sido muy afecto. Pero lo único que se encontró en el castillo de Loyola fue una historia de Cristo y un volumen con vidas de santos. Iñigo los comenzó a leer para pasar el tiempo, pero poco a poco empezó a interesarse tanto que pasaba días enteros dedicado a la lectura. Y se decía: «Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, también yo puedo hacer lo que ellos hicieron». Inflamado por el fervor, se proponía ir en peregrinación a un santuario de Nuestra Señora y entrar como hermano lego a un convento de cartujos. Pero tales ideas eran intermitentes, pues su ansiedad de gloria y su amor por una dama, ocupaban todavía sus pensamientos. Sin embargo, cuando volvía a abrir el libro de las vidas de los santos, comprendía la futilidad de la gloria mundana y presentía que sólo Dios podía satisfacer su corazón. Las fluctuaciones duraron algún tiempo. Ello permitió a Iñigo observar una diferencia: en tanto que los pensamientos que procedían de Dios le dejaban lleno de consuelo, paz y tranquilidad, los pensamientos mundanos le procuraban cierto deleite, pero no le dejaban sino amargura y vacío. Finalmente, resolvió imitar a los santos y empezó por hacer toda la penitencia corporal posible y llorar sus pecados.
Una noche, se le apareció la Madre de Dios, rodeada de luz y llevando en los brazos a Su Hijo. La visión consoló profundamente a Ignacio. Al terminar la convalescencia, hizo una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Montserrat, donde determinó llevar vida de penitente. San Ignacio en penitenciaEl pueblecito de Manresa está a tres leguas de Montserrat. Ignacio se hospedó ahí, unas veces en el convento de los dominicos y otras en un hospicio de pobres. Para orar y hacer penitencia, se retiraba a una cueva de los alrededores. Así vivió durante casi un año, pero a las consolaciones de los primeros tiempos sucedió un período de aridez espiritual; ni la oración, ni la penitencia conseguían ahuyentar la sensación de vacío que encontraba en los sacramentos y la tristeza que le abrumaba. A ello se añadía una violenta tempestad de escrúpulos que le hacían creer que todo era pecado y le llevaron al borde de la desesperación. En esa época, Ignacio empezó a anotar algunas experiencias que iban a servirle para el libro de los «Ejercicios Espirituales». Finalmente, el santo salió de aquella noche oscura y el más profundo gozo espiritual sucedió a la tristeza. AqueIla experiencia dio a Ignacio una habilidad singular para ayudar a los escrupulosos y un gran discernimiento en materia de dirección espiritual. Más tarde, confesó al P. Laínez que, en una hora de oración en Manresa, había aprendido más de lo que pudiesen haberle enseñado todos los maestros en las universidades. Sin embargo, al principio de su conversión, Ignacio era tan ignorante que, al oír a un moro blasfemar de la Santísima Virgen, se preguntó si su deber de caballero cristiano no consistía en dar muerte al blasfemo, y sólo la intervención de la Providencia le libró de cometer ese crimen.
En febrero de 1523, Ignacio partió en peregrinación a Tierra Santa. Pidió limosna en el camino, se embarcó en Barcelona, pasó la Pascua en Roma, tomó otra nave en Venecia con rumbo a Chipre y de ahí se trasladó a Jaffa. Del puerto, a lomo de mula, se dirigió a Jerusalén, donde tenía el firme propósito de establecerse. Pero, al fin de su peregrinación por los Santos Lugares, el franciscano encargado de guardarlos le ordenó que abandonase Palestina, temeroso de que los mahometanos, enfurecidos por el proselitismo de Ignacio, le raptasen y pidiesen rescate por él. Por lo tanto, el joven renunció a su proyecto y obedeció, aunque no tenía la menor idea de lo que iba a hacer al regresar a Europa. En 1524, llegó de nuevo a España, donde se dedicó a estudiar, pues «pensaba que eso le serviría para ayudar a las almas». Una piadosa dama de Barcelona, llamada Isabel Roser, le asistió mientras estudiaba la gramática latina en la escuela. Ignacio tenía entonces treinta y tres años, y no es difícil imaginar lo penoso que debe ser estudiar la gramática a esa edad. Al principio, Ignacio estaba tan absorto en Dios, que olvidaba todo lo demás; así, la conjugación del verbo latino «amare» se convertía en un simple pretexto para pensar: «Amo a Dios. Dios me ama». Sin embargo, el santo hizo ciertos progresos en el estudio, aunque seguía practicando las austeridades y dedicándose a la contemplación y soportaba con paciencia y buen humor las burlas de sus compañeros de escuela, que eran mucho más jóvenes que él.
Al cabo de dos años de estudios en Barcelona, pasó a la Universidad de Alcalá a estudiar lógica, física y teología; pero la multiplicidad de materias no hizo más que confundirle, a pesar de que estudiaba noche y día. Se alojaba en un hospicio, vivía de limosna y vestía un áspero hábito gris. Además de estudiar, instruía a los niños, organizaba reuniones de personas espirituales en el hospicio y convertía a numerosos pecadores con sus reprensiones llenas de mansedumbre. En aquella época, había en España muchas desviaciones de la devoción. Como Ignacio carecía de ciencia y autoridad para enseñar, fue acusado ante el vicario general del obispo, quien le tuvo prisionero durante cuarenta y dos días, hasta que, finalmente, absolvió de toda culpa a Ignacio y sus compañeros, pero les prohibió llevar un hábito particular y enseñar durante los tres años siguientes. Ignacio se trasladó entonces con sus compañeros a Salamanca. Pero pronto fue nuevamente acusado de introducir doctrinas peligrosas. Después de tres semanas de prisión, los inquisidores le declararon inocente. Ignacio consideraba la prisión, los sufrimientos y la ignominia corno pruebas que Dios le mandaba para purificarle y santificarle. Cuando recuperó la libertad, resolvió abandonar España. En pleno invierno, hizo el viaje a París, a donde llegó en febrero de 1528.
Los dos primeros años los dedicó a perfeccionarse en el latín, por su cuenta. Durante el verano iba a Flandes y aun a Inglaterra a pedir limosna a los comerciantes españoles establecidos en esas regiones. Con esa ayuda y la de sus amigos de Barcelona, podía estudiar durante el año. Pasó tres años y medio en el Colegio de Santa Bárbara, dedicado a la filosofía. Ahí indujo a muchos de sus compañeros a consagrar los domingos y días de fiesta a la oración y a practicar con mayor fervor la vida cristiana. Pero el maestro Peña juzgó que con aquellas prédicas impedía a sus compañeros estudiar y predispuso contra Ignacio al doctor Guvea, rector del colegio, quien condenó a Ignacio a ser azotado para desprestigiarle entre sus compañeros. Ignacio no temía al sufrimiento ni a la humillación, pero, con la idea de que el ignominioso castigo podía apartar del camino del bien a aquéllos a quienes había ganado, fue a ver al rector y le expuso modestamente las razones de su conducta. Guvea no respondió, pero tomó a Ignacio por la mano, le condujo al salón en que se hallaban reunidos todos los alumnos y le pidió públicamente perdón por haber prestado oídos, con ligereza, a los falsos rumores. En 1534, a los cuarenta y tres años de edad, Ignacio obtuvo el título de maestro en artes de la Universidad de París.
Por aquella época, se unieron a Ignacio otros seis estudiantes de teología: Pedro Fabro, que era saboyano; Francisco Javier, un navarro; Laínez y Salmerón, que brillaban mucho en los estudios; Simón Rodríguez, originario de Portugal y Nicolás Bobadilla. Movidos por las exhortaciones de Ignacio, aquellos fervorosos estudiantes hicieron voto de pobreza, de castidad y de ir a predicar el Evangelio en Palestina, o, si esto último resultaba imposible, de ofrecerse al Papa para que los emplease en el servicio de Dios como mejor lo juzgase. La ceremonia tuvo lugar en una capilla de Montmartre, donde todos recibieron la comunión de manos de Pedro Fabro, quien acababa de ordenarse sacerdote. Era el día de la Asunción de la Virgen de 1534. Ignacio mantuvo entre sus compañeros el fervor, mediante frecuentes conversaciones espirituales y la adopción de una sencilla regla de vida. Poco después, hubo de interrumpir sus estudios de teología, pues el médico le ordenó que fuese a tomar un poco los aires natales, ya que su salud dejaba mucho que desear. Ignació partió de París en la primavera de 1535. Su familia le recibió con gran gozo, pero el santo se negó a habitar en el castillo de Loyola y se hospedó en una pobre casa de Azpeitia.
Dos años más tarde, se reunió con sus compañeros en Venecia. Pero la guerra entre venecianos y turcos les impidió embarcarse hacia Palestina. Los compañeros de Ignacio, que eran ya diez, se trasladaron a Roma; Paulo III los recibió muy bien y concedió a los que todavía no eran sacerdotes el privilegio de recibir las órdenes sagradas de manos de cualquier obispo. Después de la ordenación, se retiraron a una casa de las cercanías de Venecia, a fin de prepararse para los ministerios apostólicos. Los nuevos sacerdotes celebraron la primera misa entre septiembre y octubre, excepto Ignacio, quien la difirió más de un año con el objeto de prepararse mejor para ella. Como no había ninguna probabilidad de que pudiesen trasladarse a Tierra Santa, quedó decidido finalmente que Ignacio, Fabro y Laínez irían a Roma a ofrecer sus servicios al Papa. También resolvieron que, si alguien les preguntaba el nombre de su asociación, responderían que pertenecían a la Compañía de Jesús (san Ignacio no empleó jamás el nombre de «jesuita», ya que originalmente fue éste un apodo más bien hostil que se dio a los miembros de la Compañía), porquVision de San Ignacio en la capilla de La Stortae estaban decididos a luchar contra el vicio y el error bajo el estandarte de Cristo. Durante el viaje a Roma, mientras oraba en la capilla de «La Storta», el Señor se apareció a Ignacio, rodeado por un halo de luz inefable, pero cargado con una pesada cruz. Cristo le dijo: Ego vobis Romae propitius ero (Os seré propicio en Roma). Paulo III nombró a Fabro profesor en la Universidad de la Sapienza y confió a Laínez el cargo de explicar la Sagrada Escritura. Por su parte, Ignacio se dedicó a predicar los Ejercicios y a catequizar al pueblo. El resto de sus compañeros trabajaba en forma semejante, a pesar de que ninguno de ellos dominaba todavía el italiano.
Ignacio y sus compañeros decidieron formar una congregación religiosa para perpetuar su obra. A los votos de pobreza y castidad debía añadirse el de obediencia para imitar más de cerca al Hijo de Dios, que se hizo obediente hasta la muerte. Además, había que nombrar a un superior general a quien todos obedecerían, el cual ejercería el cargo de por vida y con autoridad absoluta, sujeto en todo a la Santa Sede. A los tres votos arriba mencionados, se agregaría el de ir a trabajar por el bien de las almas adondequiera que el Papa lo ordenase. La obligación de cantar en común el oficio divino no existiría en la nueva orden, «para que eso no distraiga de las obras de caridad a las que nos hemos consagrado». La primera de esas obras de caridad consistiría en «enseñar a los niños y a todos los hombres los mandamientos de Dios». La comisión de cardenales que el Papa nombró para estudiar el asunto se mostró adversa al principio, con la idea de que ya había en la Iglesia bastantes órdenes religiosas, pero un año más tarde, cambió de opinión, y Paulo III aprobó la Compañía de Jesús por una bula emitida el 27 de septiembre de 1540. Ignacio fue elegido primer general de la nueva orden y su confesor le impuso, por obediencia, que aceptase el cargo. Empezó a ejercerlo el día de Pascua de 1541 y, algunos días más tarde, todos los miembros hicieron los votos en la basílica de San Pablo Extramuros.
Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, consagrado a la colosal tarea de dirigir la orden que había fundado. Entre otras cosas, fundó una casa para alojar a los neófitos judíos durante el período de la catequesis y otra casa para mujeres arrepentidas. En cierta ocasión, alguien le hizo notar que la conversión de tales pecadoras rara vez es sincera, a lo que Ignacio respondió: «Estaría yo dispuesto a sufrir cualquier cosa por el gozo de evitar un solo pecado». Rodríguez y Francisco Javier habían partido a Portugal en 1540. Con la ayuda del rey Juan III, Javier se trasladó a la India, donde empezó a ganar un nuevo mundo para Cristo. Los padres Gonçalves y Juan Núñez Barreto fueron enviados a Marruecos a instruir y asistir a los esclavos cristianos. Otros cuatro misioneros partieron al Congo; algunos más fueron a Etiopía y a las colonias portuguesas de América del Sur. El Papa Paulo III nombró como teólogos suyos, en el Concilio de Trento, a los padres Laínez y Salmerón. Antes de su partida, san Ignacio les ordenó que visitasen a los enfermos y a los pobres y que, en las disputas se mostrasen modestos y humildes y se abstuviesen de desplegar presuntuosamente su ciencia y de discutir demasiado. Pero, sin duda que entre los primeros discípulos de Ignacio el que llegó a ser más famoso en Europa, por su saber y virtud, fue san Pedro Canisio, a quien la Iglesia venera actualmente como Doctor. En 1550, san Francisco de Borja regaló una suma considerable para la construcción del Colegio Romano. San Ignacio hizo de aquel colegio el modelo de todos los otros de su orden y se preocupó por darle los mejores maestros y facilitar lo más posible el progreso de la ciencia. El santo dirigió también la fundación del Colegio Germánico de Roma, en el que se preparaban los sacerdotes que iban a trabajar en los países invadidos por el protestantismo. En vida del santo se fundaron universidades, seminarios y colegios en diversas naciones. Puede decirse que san Ignacio echó los fundamentos de la obra educativa que había de distinguir a la Compañía de Jesús y que tanto iba a desarrollarse con el tiempo.
En 1542, desembarcaron en Irlanda los dos primeros misioneros jesuitas, pero el intento fracasó. Ignacio ordenó que se hiciesen oraciones por la conversión de Inglaterra, y entre los mártires de Gran Bretaña se cuentan veintinueve jesuitas. La actividad de la Compañía de Jesús en Inglaterra es un buen ejemplo del importantísimo papel que desempeñó en la contrarreforma. Ese movimiento tenía el doble fin de dar nuevo vigor a la vida de la Iglesia y de oponerse al protestantismo. «La Compañía de Jesús era exactamente lo que se necesitaba en el siglo XVI para contrarrestar la Reforma. La revolución y el desorden eran las características de la Reforma. La Compañía de Jesús tenía por características la obediencia y la más sólida cohesión. Se puede afirmar, sin pecar contra la verdad histórica, que los jesuitas atacaron, rechazaron y derrotaron la revolución de Lutero y, con su predicación y dirección espiritual, reconquistaron a las almas, porque predicaban sólo a Cristo y a Cristo crucificado. Tal era el mensaje de la Compañía de Jesús, y con él, mereció y obtuvo la confianza y la obediencia de las almas» (cardenal Manning). A este propósito citaremos las instrucciones que san Ignacio dio a los padres que iban a fundar un colegio en Ingolstadt, acerca de sus relaciones con los protestantes: «Tened gran cuidado en predicar la verdad de tal modo que, si acaso hay entre los oyentes un hereje, le sirva de ejemplo de caridad y moderación cristianas. No uséis de palabras duras ni mostréis desprecio por sus errores». El santo escribió en el mismo tono a los padres Broet y Salmerón cuando se aprestaban a partir para Irlanda.
Una de las obras más famosas y fecundas de Ignacio fue el libro de los «Ejercicios Espirituales». Empezó a escribirlo en Manresa y lo publicó por primera vez en Roma, en 1548, con la aprobación del Papa. Los Ejercicios cuadran perfectamente con la tradición de santidad de la Iglesia. Desde los primeros tiempos, hubo cristianos que se retiraron del mundo para servir a Dios, y la práctica de la meditación es tan antigua como la Iglesia. Lo nuevo en el libro de san Ignacio es el orden y el sistema de las meditaciones. Si bien las principales reglas y consejos que da el santo se hallan diseminados en las obras de los Padres de la Iglesia, san Ignacio tuvo el mérito de ordenarlos metódicamenle y de formularlos con perfecta claridad. El fin específico de los Ejercicios es llevar al hombre a un estado de serenidad y despego terrenal para que pueda elegir «sin dejarse llevar del placer o la repugnancia, ya sea acerca del curso general de su vida, ya acerca de un asunto particular. Así, el principio que guía la elección es únicamente la consideración de lo que más conduce a la gloria de Dios y a la perfección del alma». Como lo dice Pío XI, el método ignaciano de oración «guía al hombre por el camino de la propia abnegación y del dominio de los malos hábitos a las más altas cumbres de la contemplación y el amor divino».
La prudencia y caridad del gobierno de san Ignacio le ganó el corazón de sus súbditos. Era con ellos afectuoso como un padre, especialmente con los enfermos, a los que se encargaba de asistir personalmente procurándoles el mayor bienestar material y espiritual posible. Aunque san Ignacio era superior, sabía escuchar con mansedumbre a sus subordinados, sin perder por ello nada de su autoridad. En las cosas en que no veía claro se atenía humildemente al juicio de otros. Era gran enemigo del empleo de los superlativos y de las afirmaciones demasiado categóricas en la conversación. Sabía sobrellevar con alegría las críticas, pero también sabía reprender a sus súbditos cuando veía que lo necesitaban. En particular, reprendía a aquéllos a quienes el estudio volvía orgullosos o tibios en el servicio de Dios, pero fomentaba, por otra parte, el estudio y deseaba que los profesores, predicadores y misioneros, fuesen hombres de gran ciencia. La corona de las virtudes de san Ignacio era su gran amor a Dios. Con frecuencia repetía estas palabras, que son el lema de su orden: «A la mayor gloria de Dios». A ese fin refería el santo todas sus acciones y toda la actividad de la Compañía de Jesús. También decía frecuentemente: «Señor, ¿qué puedo desear fuera de Ti?» Quien ama verdaderamente no está nunca ocioso. San Ignacio ponía su felicidad en trabajar por Dios y sufrir por su causa. Tal vez se ha exagerado algunas veces el «espíritu militar» de Ignacio y de la Compañía de Jesús y se ha olvidado la simpatía y el don de amistad del santo por admirar su energía y espíritu de empresa.
Durante los quince años que duró el gobierno de san Ignacio, la orden aumentó de diez a mil miembros y se extendió en nueve países europeos, en la India y el Brasil. Como en esos quince años el santo había estado enfermo quince veces, nadie se alarmó cuando enfermó una vez más. Murió súbitamente el 31 de julio de 1556, sin haber tenido siquiera tiempo de recibir los últimos sacramentos. Fue canonizado en 1622, y Pío XI le proclamó patrono de los ejercicios espirituales y retiros.
El amor de Dios era la fuente del entusiasmo de Ignacio por la salvación de las almas, por las que emprendió tantas y tan grandes cosas y a las que consagró sus vigilias, oraciones, lágrimas y trabajos. Se hizo todo a todos para ganarlos a todos y al prójimo le dio por su lado a fin de atraerlo al suyo. Recibía con extraordinaria bondad a los pecadores sinceramente arrepentidos; con frecuencia se imponía una parte de la penitencia que hubiese debido darles y los exhortaba a ofrecerse en perfecto holocausto a Dios, diciéndoles que es imposible imaginar los tesoros de gracia que Dios reserva a quienes se le entregan de todo corazón. El santo proponía a los pecadores esta oración, que él solía repetir: «Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad. Vos me lo disteis; a vos Señor, lo torno. Disponed a toda vuestra voluntad y dadme amor y gracia, que esto me hasta, sin que os pida otra cosa».
La publicación de Monumenta Historica Societatis Jesu ha puesto al alcance del público una inmensa cantidad de documentos. Ahí puede verse prácticamente todo lo que puede arrojar alguna luz sobre la vida del fundador de la orden. Particularmente importantes son los doce volúmenes de su correspondencia, tanto privada como oficial, y los memoriales de carácter personal que se han descubierto. Entre éstos se destaca el relato de su juventud, que san Ignacio dictó en sus últimos años, accediendo a los ruegos de sus hijos, a pesar de la repugnancia que ello le producía. En Acta Sanctorum, Jul vol. VII, hay una traducción latina de esa "autobiografía". En Monumenta, están los originales en español e italiano. Existen también traducciones en inglés, francés, alemán y otros idiomas. La publicación de Monumenta ha hecho inútiles las biografías de Orlandini, Maffei, Bartoli, Genelli, etc. La del padre Rivadeneira conserva su valor, ya que se trata de la apreciación personal de alguien que estuvo en contacto íntimo con el santo. El volumen I de la Historia de la Compañpía de Jesús en la Asistencia de España (1902) del padre Astráin, es prácticamente la historia de la carrera y actividades del fundador. El P. Astráin publicó, además, un valioso resumen biográfico. Las biografías del P. H. J. Pollea (1922) y de Christopher Hollis (1931), muy diferentes entre sí, son excelentes. La obra del p. J. Brodrick, Origin of de Jesuits (1940), es espléndida, aunque no se trata de una biografía propiamente dicha. El autor dice, refiriéndose a las biografías escritas por H. D. Sedgwick (1923) y P. van Duke (1926): «Esas dos obras son, con mucho, las mejores biografías de San Ignacio que los protestantes han escrito hasta la fecha; desde el punto de vista histórico, son muy superiores a muchas biografías católicas"».

jueves, 30 de julio de 2020

30 de julio SAN ABDON Y SENEN, MÁRTIRES

30 de julio: San Abdón y San Senen, mártires
BIENAVENTURANZA DE LOS PERSEGUIDOS. — La Iglesia ha elegido en este día el Evangelio de las Bienaventuranzas para poner ante nuestra consideración la felicidad de los que son de Dios, de los que no titubean un instante en abandonarlo y en sufrirlo todo para serle fieles. Y de estas ocho bienaventuranzas que nos hace leer, la postrera es la más inesperada: "Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos."
"¿Qué hay que temer de hombres que se apartan del mundo, que limitan en lo que pueden las asperezas de ambiciones terrenas y renuncian a toda rivalidad; de hombres misericordiosos y pacíficos que sólo obran el bien? Se llevan bien con sus prójimos, son inofensivos, ¿porqué perseguirlos, pues?" La leyenda de los Santos Abdón y Senén nos dice que eran ambos cristianos y que tenían la costumbre de enterrar dignamente a los mártires. ¿Qué motivo tenía nadie para odiarles por ello? Y, sin embargo, fueron detenidos, encarcelados y conducidos a la muerte por solo estos crímenes. "La historia nos enseña, efectivamente, que los hombres difícilmente soportan un espíritu que no es el suyo y, sobre todo, principios que superan a los suyos. Se dan entonces las persecuciones sufridas "por la justicia" por la sola adhesión a Dios y a su voluntad. El odio de Dios y del bien podrá parecer inexplicable, mas es real. Hay personas que sólo son perseguidas y molestadas por su virtud, por causa de Aquel a quien sirven y representan.
"Mas, ¿cómo explicar la bienaventuranza relacionada con los perseguidos? Porque, sencillamente, el padecimiento es una etapa momentánea; por otro lado, la promesa divina es de tales proporciones que borra todo temor. A más de esto, solo hay verdadera dicha uniéndose a Dios, por lo que nosotros debemos considerar como una gran fortuna todo aquello que nos acerca más a El"'. Esta fué la felicidad y el gozo de nuestros mártires y su herencia por toda una eternidad.
Vida. — Poco sabemos sobre los santos Abdón y Senén. Las pinturas de su cripta sepulcral nos hacen pensar que eran nobles persas. Sus nombres prueban que eran de origen oriental, mas su sepultura en las inmediaciones de un barrio obrero y junto a los almacenes de un gran puerto, ha hecho suponer que más bien eran comerciantes o bien obreros, o quién sabe si esclavos. Verosímilmente vertieron su sangre por Cristo bajo Decio o Valeriano, mediado el siglo III. Sus cuerpos fueron sepultados en el cementerio de Ponciano y en su honor se levantó una basílica junto a la vía de Porto. En el siglo ix el Papa Gregorio IV depositó sus reliquias en la basílica de San Marcos. Créese que una parte de estas reliquias fué trasladada al Monasterio de Notre-Dame, en Arles-sur-Tech, en la diócesis de Perpignan. Su fiesta, mencionada en el calendario de 354, es una de las más antiguas de la liturgia romana.
PLEGARIA. — Recitaremos en su honor el antiguo y hermoso Prefacio que el Sacramentario gregoriano asigna para este día. "Verdaderamente es digno y justo que te alabemos, oh Dios, y que cantemos tu magnificencia en tus Santos. Tú les has predestinado para gloria eterna desde antes de la creación del mundo a fin de mostrar a esta tierra por medio de ellos la luz de tu verdad. Tú les has amado por el Espíritu de la verdad para que fueran capaces de vencer el temor de la muerte en su carne débil. En medio de todos estos Santos se encuentran tus mártires Adbón y Senén que han florecido cual rosas y lirios en el jardín de tu Iglesia. Sangre de tu único Hijo era la que corría sobre ellos al tiempo que combatían y daban el testimonio de tu nombre y, en recompensa de sus sufrimientos, El les ha revestido del blanco esplendor de los lirios."

30 de julio SANTOS ABDÓN y SENÉN, MÁRTIRES

SANTOS ABDÓN y SENÉN, MÁRTIRES - Vidas de los Santos de A. Butler
(¿303? P. C.) - Estos dos mártires, que eran persas, confesaron valientemente la fe de Cristo durante la persecución de Decio. Por haber ayudado a sus correligionarios y sepultado los cuerpos de los mártires, fueron llevados presos a Roma. En vez de ofrecer sacrificios a los dioses, escupieron a los ídolos. Entonces fueron arrojados a las fieras. Pero, como ni los leones, ni los osos les hiciesen daño alguno, fueron despedazados por los gladiadores. Cuanto más los gladiadores herían y golpeaban sus cuerpos, tanto más se embellecían sus almas ante los ojos de Dios. Los cristianos de Roma no los consideraron como extranjeros, sino como hermanos en la esperanza de una misma Patria. Los cuerpos de los mártires fueron sepultados durante la noche en la casa de un subdiácono llamado Quirino. En el reinado de Constantino sus reliquias fueron trasladadas al cementerio de Ponciano (conocido también con el nombre de "Ad Ursum Pilateum"), cerca del Tíber, en el camino de Porto. La translación se llevó a cabo a raíz de una visión en la que los mártires revelaron el sitio de su sepultura. Todos estos detalles provienen de las "actas", que son tardías y no merecen crédito alguno. Pero consta que en el siglo IV ya se veneraba en Roma a San Abdón y San Senén.
Según las "actas", Abdón y Senén dieron sepultura en Persia a los Santos Olimíades y Máximo. El Martirologio Romano menciona a esas dos víctimas de la persecución, el 15 de abril.
En Acta Sanctorum, julio, vol. VII, pueden verse las actas de Abdón y Senén. Los historiadores se inclinan a pensar que su martirio tuvo lugar durante la persecución de Diocleciano, porque aunque las actas mencionan a Decio, tal mención carece de autoridad y está en contradicción con otros datos. En la Depositio Martyrum, que data del año 354, se dice que el martirio de Abdón y Senén había tenido lugar en el mismo año, y que los mártires habían sido sepultados en el cementerio de Ponciano. Además, en dicho cementerio puede verse todavía un fresco mural en un bautisterio subterráneo (siglos VI o VII), que representa a San Abdón y San Sen-e con uno o dos mártires más; los nombres están inscritos sobre las figuras. Véase Mons. Wilpert, Die Malereien der Katakomben Roms, fig. 258; y DAC, vol. I, cc. 42-45, y vol. II, cc. 402-408. Cf. Bolletino della Commissione Archaeologica Communale di Roma, An. li. (1923), fasc. I-IV; P. Franchi de Cavalieri, Note agiografiche, vol. VIII (1935); Analecta Bollandiana, vol. LVI (1938), pp. 296-300; y CMH., p. 404.

miércoles, 29 de julio de 2020

29 de julio SAN FÉLIX "II"

(365 P. C.) - La historia de este personaje es oscura, incierta y sorprendente. El año 355, el emperador Constancio llevó preso a Milán al Papa Liberio y después le desterró a Tracia por haber sostenido las definiciones del Concilio de Nicea y por haberse negado a condenar a San Atanasio. "¿Quién sois vos", dijo el emperador al Pontífice, "para defender a Atanasio contra el mundo entero?" Un diácono de Roma., llamado Félix, aprovechó la ocasión para hacerse consagrar Papa por tres obispos arríanos; pero sólo una parte del clero de la ciudad le aceptó como Pontífice; en cuanto a los laicos, ninguno de los miembros de la nobleza le reconoció, fuera de los miembros de la corte imperial. Los habitantes de Roma rogaron insistentemente a Constancio, cuando éste visitó la ciudad, que restituyese al Papa Liberio. El año 357, el verdadero Papa volvió a Roma, donde fue recibido con gran entusiasmo por el pueblo, Félix huyó, tras de haber intentado en vano ofrecer resistencia. El senado le prohibió que volviese a Roma. Murió cerca de Porto, el 22 de noviembre de 365.
Como se ve, es difícil comprender por qué sehonra a Félix como Papa, santo y mártir. Sin embargo, así sucede en ciertos documentos espurios de principios del siglo VI, las "Gesta Felicis" y las "Gesta Liberii." El error se extiende hasta el mismo Martirologio Romano, en el que se lee el día de hoy: "En Roma, en la Vía Aurelia, la conmemoración del entierro de San Félix II, Papa y mártir, quien fue arrojado de la sede pontificia por el emperador arriano Constancio por haber defendido la fe católica. Murió gloriosamente, asesinado en secreto por la espada, en Cera de Toscana. Su cuerpo fue trasladado por el clero de la ciudad y sepultado en la misma Vía. Más tarde, fue trasladado a la iglesia de los Santos Cosme y Damián; ahí fue descubierto, bajo el altar de Gregorio XIII, junto con las reliquias de los santos mártires Marcos, Marceliano y Tranquilino. Las reliquias de los cuatro santos fueron de nuevo sepultadas ahí mismo el 31 de julio." Es evidente que se trata de una confusión con el Papa Liberio, a no ser que alguien haya intercambiado deliberadamente los papeles que ambos personajes desempeñaron en la historia. El Líber Pontificalis refiere que el archidiácono Félix construyó una iglesia en la Vía Aurelia, donde se hallaba la tumba del mártir San Félix; seguramente que ese hecho constituyó una nueva fuente de errores. A partir de 1947, el "Anuario Pontificio" incluyó a "Félix II" en la lista de los antipapas.
El sorprendente pasaje del Martirologio Romano que acabamos de citar es una triste prueba del retraso de la crítica histórica en la época en que el cardenal Baronio preparaba la edición de dicho martirologio. La inserción del nombre de Félix como Papa y mártir no se debió a falta de atención, pues Baronio, en su edición anotada del Martirologio, cita como autoridad en la materia su gran obra, Anuales, que estaba a punto de publicarse. Mons. Duchesne discute en detalle el punto en la introducción de su edición del Líber Pontificalis, nn. 56-59. Está fuera de duda que el texto del Líber Pontificalis dio origen a la confusión. En la Edad Media dicha obra tenía gran autoridad; así pues, la extraña inversión que contiene del papel histórico de Liberio y Félix se impuso automáticamente a los primeros compiladores del martirologio. No es imposible que el pasaje del Líber Pontificalis sobre Félix sea simplemente una interpolación, o que se trate de un vestigio de las Gesta Liberii. Acerca de este último documento, cf. Chapman, en Revue Bénédictine, vol. XXVII (1910), pp. 191-199. Ver también Saltet, La formation de la légende des papes Libere et Félix, en Bulletin de Littér. ecclés., 1905, pp. 222 ss; y J. P. Kirsch, Die Grabstatte der Felices duo pontífices et martyres an der Via Aurelia, en Rom. Quartalschrift, vol. XXVIII (1925), pp. 1-20.

29 de julio SAN SIMPLICIO, FAUSTINO y BEATRIZ, MÁRTIRES

SAN SIMPLICIO, FAUSTINO y BEATRIZ, MÁRTIRES - Vidas de los Santos de A. Butler
(¿304? P. C.) - No sabemos nada de cierto acerca de estos mártires de Roma. Según la leyenda, Simplicio y Faustino, que eran hermanos, se negaron a ofrecer sacrificios a los dioses. Por ello fueron golpeados, torturados, decapitados y sus cadáveres fueron arrojados al Tíber. Otra versión afirma que perecieron ahogados en ese río. Su hermana Beatriz recuperó los cadáveres y los sepultó en el cementerio de Generosa, en el camino de Porto. Beatriz vivió durante siete meses con una mujer llamada Lucina, pero fue denunciada como cristiana por su vecino Lucrecio, que codiciaba sus propiedades. El juez ordenó a Beatriz que sacrificase a los dioses, a lo que ella replicó valientemente que era cristiana y que no estaba dispuesta a adorar a los demonios. Por ello, fue estrangulada en la prisión, en la noche del 11 de mayo, y recibió sepultura junto con sus hermanos. Dios se encargó de castigar a Lucrecio: cierta vez, mientras celebraba una fiesta con las rentas de la propiedad que había robado, un niño de pecho se irguió súbitamente en el regazo de su madre y exclamó: "¡Lucrecio, eres un ladrón y un asesino; el demonio se ha apoderado de tu alma!" Al punto el acusado entró en agonía y falleció tres horas después. En el siglo VII el Papa León II trasladó las reliquias de los tres mártires a la iglesia de Santa Bibiana y más tarde a Santa María la Mayor. La fiesta de estos mártires se celebra con la de San Félix 
En este caso, como en tantos otros, el hecho del martirio y lo auténtico del culto están fuera de duda, a pesar de los datos extravagantes de la leyenda posterior. El Hieronymianum dice: "el 29 de julio, en el camino de Porto, a la altura de Sextum Philippi" se celebraba la memoria de Simplicio, Faustino y Viatrix (no Beatrix). En efecto, en 1868 se descubrió junto al camino de Porto el cementerio de Generosa; en él había una pequeña basílica de la época del Papa San Dámaso, con algunos frescos y fragmentos de inscripciones. En las inscripciones están los nombres de Simplicio, Faustiniano, Viatrix y Rufiniano. Véase J. B. de Rossi, Roma Sotterranea, vol. III, pp. 647-697; más breve es el artículo de Leclercq en DAC., vol. VI, cc. 866-900. Lasactas de estos mártires, que son muy cortas, pueden verse en Acta Sanctorum, julio, vol. VII.

29 de julio SANTA MARTA, VIRGEN


Tintoretto, Cristo en la casa de María y Marta
1570-75. Pinacoteca Mónaco
(Siglo I P. C.) - Marta era hermana de María (a la que se suele identificar con María Magdalena) y de Lázaro. Con ellos vivía en Betania, pequeña población distante unos cuatro kilómetros de Jerusalén, en las cercanías del Monte de los Olivos. El Salvador había vivido en Galilea al principio de su ministerio público, pero al tercer año de su predicación se trasladó a Judea y acostumbraba entonces visitar, en Betania a sus tres discípulos que, tal vez, habían cambiado también su morada galilea por la de Judea para estar más cerca de El. San Juan nos dice que "Jesús amaba a Marta y a su hermana María y a Lázaro." Según parece, Marta era mayor que María, pues se encargaba de la dirección de la casa. San Lucas refiere que, cuando el Señor iba a Betania, Marta le atendía con gran solicitud y se afanaba mucho por servirle, en tanto que María se sentaba simplemente a los pies del Maestro a escucharle.
Sin duda que Marta amaba tanto a Jesús que todo lo que hacía para atenderle le parecía poco y hubiese querido que todos los hombres empleasen las manos, los pies, el corazón y todos los sentidos y facultades en el servicio del Creador del mundo que se había hecho hombre. Por eso, Marta pidió al Salvador que reconviniese a María para que la ayudara. Nuestro Señor se complacía ciertamente en el afecto y devoción que le profesaba Marta, pero encontró más digno de alabanza el celo tranquilo con que María se consagraba a la única cosa realmente importante, que es la atención del alma en Dios: "Marta, Marta", le dijo, "te afanas en muchas cosas, cuando sólo una es necesaria. María ha elegido la mejor parte..." En la vida activa, el alma se dispersa con frecuencia y pierde de vista el fin; en cambio, en la vida contemplativa se concentra en Dios y se une a El por la adoración y el amor. La vida contemplativa es una especie de noviciado del cielo, pues la contemplación es la ocupación de los bienaventurados del paraíso. Por ello, Cristo alabó la elección de María y afirmó que nunca cesaría en la contemplación y todavía añadió: "sólo una cosa es necesaria." Eso significa que la salvación eterna debe ser nuestra única preocupación.
Luc. 10:38-42; Juan 11 y 12:1-2. Según la leyenda de la Provenza (cf. nuestro artículo sobre Santa María Magdalena, 22 de julio), Marta fue con su hermana a Francia y evangelizó Tarascón. Ahí se encontraron en 1187 sus pretendidas reliquias, que todavía seveneran en su santuario. Casi todos los datos de la nota del 22 de julio se aplican a Santa Marta y a su viaje a Tarascón.

martes, 28 de julio de 2020

28 de julio SAN INOCENCIO I, PAPA y CONFESOR

SAN INOCENCIO I PAPA y CONFESOR - Vidas de los Santos de A. Butler
(417 P. C.) - Inocencio I nació en Albano, cerca de Roma, y sucedió en el pontificado a San Anastasio I el año 401. Durante dieciséis años participó activamente en los asuntos eclesiásticos. Apenas sabemos algo de la vida personal de San Inocencio, pero su obra demuestra que era un hombre muy capaz, enérgico y vigoroso. El santo Pontífice ordenó a San Victricio, obispo de Rouen, que refiriese a Roma las causas de mayor importancia y en el mismo sentido se expresó en una carta que dirigió a los obispos de España. También aconsejó a algunos prelados en el sentido de que el clero observase más rigurosamente el celibato, siguiendo la costumbre de Roma. San Inocencio apoyó a San Juan Crisóstomo, quien había sido injustamente removido de la sede de Constantinopla por el sínodo de "La Encina"; en efecto, el Pontífice no sólo se negó a reconocer a los sucesores de San Juan Crisóstomo, sino que trató en vano de persuadir al emperador Arcadio de que le restituyese a su sede. Los obispos de África que habían condenado el pelagianismo en los Concilios de Cartago y Milevis el año 416, escribieron al Papa para que confirmase sus decisiones. En su respuesta, San Inocencio les dijo que "en las cuestiones de fe, los obispos de todo el mundo deben consultar a San Pedro" y les alabó por haberlo hecho así. San Agustín anunció la confirmación pontificia en su diócesis de Hipona con estas palabras: "Dos concilios habían escrito a la Sede Apostólica sobre la cuestión. Roma ha hablado. La cuestión está zanjada." Tal es el origen del adagio: "Roma locuta, causa finita est."
Durante el pontificado de San Inocencio I, en la última noche del año 406, los bárbaros cruzaron el Rin. Cuatro años más tarde Roma fue saqueada por los godos. Inocencio se hallaba entonces en Ravena, a donde había ido a tratar de persuadir al emperador Honorio de que se ganase a los bárbaros con regalos. El santo Pontífice murió el 12 de marzo del año 417.
La vida de San Inocencio I, como la de San Víctor I, pertenece más bien a la historia general que a la hagiografía. En las cartas de San Inocencio y en los documentos de la época hay muchos datos sobre su pontificado. Véase Acta Sanctorum, julio, vol. VI; L. Duchesne, Historia de la primitiva Iglesia, vol. III; DCB., vol. III, pp. 243-247. Acerca de los decretos litúrgicos de San Inocencio, cf. R. Connolly en Journal of Theological Studies vol. XX (1919), pp. 215-226

28 de julio SAN VÍCTOR, PAPA y MÁRTIR

SAN VÍCTOR, PAPA y MÁRTIR - Vidas de los Santos de A. Butler
(199 P. C.) - San Víctor, originario de África, sucedió en el pontificado a San Eleuterio hacia el año 189. Las virtudes que le habían preparado a tan alto puesto hicieron de él un digno sucesor de los apóstoles y le ayudaron a afrontar las dificultades de su época. Por ejemplo, ciertos cristianos del Asia que vivían en Roma, insistían en celebrar la Pascua según su propia tradición, aunque no fuese en domingo. Como ciertos obispos de Asia los apoyasen, San Víctor los amenazó con la excomunión. San Ireneo de Lyon y otros prelados protestaron contra la severidad del Pontífice, haciendo notar que hasta entonces se habían tolerado las diferencias disciplinares para conservar la paz entre los cristianos. Según parece, la protesta tuvo éxito. Pero San Víctor siguió defendiendo, con perfecta razón, su derecho a exigir la uniformidad en su diócesis, sin que los otros obispos se mezclasen en ello. Otra de las dificultades con las que el santo tuvo que enfrentarse, fue la enseñanza de cierto comerciante en cuero, originario de Bizancio, llamado Teódoto, quien sostenía que Jesucristo era simplemente un hombre dotado de poderes sobrenaturales.
San Víctor murió antes de que comenzase la persecución de Septimio Severo, y no hay ninguna razón para suponer que haya sido martirizado. Pero las persecuciones que debió sufrir a causa de su enérgico celo por la fe, le merecen el título de mártir que le da la liturgia. El nombre de San Víctor aparece en el canon de la misa ambrosiana. Según San Jerónimo, el santo Pontífice fue el primero que celebró los sagrados misterios en latín. En Escocia se le tributaba antiguamente particular devoción, debido a la leyenda de que había enviado misioneros a esa nación.

28 de julio SANTOS NAZARIO y CELSO, MÁRTIRES

SANTOS NAZARIO y CELSO, MÁRTIRES - Vidas de los Santos de A. Butler
(Fecha desconocida) - El padre de San Nazario era un oficial pagano del ejército romano, su madre, en cambio, era una cristiana muy ferviente. Nazario fue instruido en la fe por San Pedro y sus discípulos. Movido por el celo de la salvación de las almas, partió de Roma y predicó el Evangelio en varias ciudades, con el fervor y desinterés propios de un verdadero discípulo de los apóstoles. Murió decapitado en Milán, junto con Celso, un joven que le acompañaba en sus viajes. El martirio tuvo lugar al principio de la persecución de Nerón. Los mártires fueron sepultados en un huerto de las afueras de la ciudad. Poco después del año 395, San Ambrosio descubrió las reliquias. La sangre de Nazario estaba tan roja y fresca como si el santo hubiese muerto aquel mismo día. San Ambrosio trasladó los cuerpos de los mártires a la iglesia de los Apóstoles, que acababa de construir. Una mujer se vio libre de un mal espíritu en presencia de las reliquias.
Alban Butler tomó este breve relato de un sermón que San Enodio predicó en la fiesta de los mártires; también se basó en otro sermón atribuido erróneamente a San Ambrosio y en la biografía suya que escribió el diácono Paulino. No es imposible que la tradición aceptada en Milán en el siglo IV haya orientado a San Ambrosio en la búsqueda de las reliquias; pero lo único que podemos asegurar con certeza es que las encontró y las trasladó. Las versiones posteriores de la leyenda de San Nazario y San Celso son mucho más complicadas y están llenas de contradicciones y datos fabulosos. La fiesta de estos santos se celebra junto con la de los Papas Víctor I e Inocencio I (ver los artículos siguientes) y sus nombres aparecen en el canon de la misa del rito milanés.
El P. Fedele Savio estudió muy a fondo la historia de los Santos Nazario y Celso en Ambrosiana (volumen publicado con motivo del centenario de San Ambrosio en 1897) y en Gli antichi vescovi d´Italia, pte. I (1913). El autor prueba que los cuatro textos griegos y los dos textos latinos que poseemos, se derivan probablemente de un original escrito en África en el siglo IV. Véase también Acta Sanctorum, julio, vol. I; y Delehaye, Les origines du culte des martyrs, pp. 79-80, etc.

lunes, 27 de julio de 2020

EL MILAGRO DE LA LICUEFACCIÓN DE LA SANGRE DE SAN PANTALEÓN LOS 27 DE JULIO




La sangre de San Pantaleón o Pataleimon, médico, mártir y protector de los enfermos es famosa sigue produciendo un milagro visible hasta hoy día en lugares distintos. Los 27 de julio, el día de su fiesta, la sangre del santo se licua en varios lados en la catedral de Ravello, Italia, en el Monasterio de la Encarnación de Madrid, 
en los viales almacenados en Limbadi, Montauro, Italia, en el catedral del Vallo della Lucania, Italia y también es una pequeña cantidad de sangre que se conserva en un frasco guardado en la iglesia de San Tomasso en Padua, Italia.

Las más conocidos, y que generan peregrinaciones importantes, son las licuefacciones en el Monasterio de la Encarnación de Madrid y en la Catedral de Ravello.

Se trata de un evento semejante al de San Genaro, pero no tan divulgado. Cuando llega el día 27 de julio un nutrido grupo de fieles, curiosos y turistas acude a observar como la sangre del santo se torna fluida y movediza en el relicario que la contiene.

La festividad del 27 de julio se celebra en varias partes del mundo, entre ellas en el barrio de Mataderos de Buenos Aires.

QUIÉN FUE SAN PANTALEÓN

Sobre la vida del santo se sabe que nació en Nicomedia -antigua ciudad perteneciente a la actual Turquía- a finales del siglo III.
Estudió medicina, y llegó a ser doctor de la corte del emperador Galerio Maximiano.
Era hijo de un senador del imperio romano, Eustorgio, y de una sencilla mujer cristiana, Eucuba, quien quería educar a Pantaleón en la fe cristiana, pero entonces inútilmente, y murió pronto sin ver a su hijo convertido al cristianismo.
Su padre le animó a estudiar medicina con un médico famoso, Eufrosino, médico del emperador Maximiano.
Un sacerdote, Hermolao, tratando con Pantaleón, como catequista le insistía en que él podría curar los cuerpos, pero Jesucristo era quien curaba cuerpos y almas.
Cuando Pantaleón comprobó que había hecho curaciones que no se debían a su medicina sino a otra fuerza superior, comprendió que la fuerza de Dios era mayor que su ciencia y quiso ser bautizado. 
También su padre, al ver los prodigios que hacía su hijo fuera de las leyes naturales de la medicina, se convirtió y se hizo bautizar.

Tras su conversión al cristianismo y la muerte de su padre, Pantaleón comenzó a ejercer gratuitamente su profesión, curando a pobres y mendigos.
Lo que suscitó la envidia de otros médicos, quienes le denunciaron por ser cristiano y hacer magia ante el emperador.
Pese a la orden de Maximiano, Pantaleón no quiso renegar de su fe y fue torturado.
En las actas de su martirio se escribe que trataron de darle muerte de seis formas diferentes.
Primero con fuego, después con plomo fundido, ahogándole, arrojándole a las fieras, torturándole en la rueda y atravesándole con una espada.
Pantaleón salió ileso de todos esos castigos, por lo que en vista de los fracasos obtenidos en las tentativas de su ejecución, fue finalmente decapitado el 27 de julio de 305.
Cuenta la tradición que sus discípulos recogieron la sangre tras la decapitación y la distribuyeron en relicarios.


POR QUÉ UNA AMPOLLA CON SU SANGRE ESTÁ EN EL MONASTERIO DE LA ENCARNACIÓN EN ESPAÑA

Hay varias teorías sobre cómo llegó la sangre del santo a Madrid.
La más extendida y aceptada es que parte de sus reliquias, conservadas en la catedral italiana de Ravello, fueron donadas en el siglo XVII por el virrey de Nápoles y conde de Miranda a la ciudad de Madrid.
Yendo a parar al monasterio de la Encarnación cuando su hija sor Aldonza del Santísimo Sacramento ingresó en el convento como novicia.


Entonces Doña María de Zúñiga, casada con don Juan de Zúñiga, condes de Miranda, donó a este Monasterio de Monjas Agustinas Recoletas.
Esta reliquia a su vez se las había regalado el papa Pablo V: una ampolla con sangre del santo, extraída de una ampolla mucho más grande que está en la Catedral de Ravello, en la costa amalfitana de Italia. 
Hasta allí la habían llevado en el primer milenio unos mercaderes desde Estambul.
Este monasterio las Monjas Agustinas Recoletas lo estrenaron en 1616, gracias a la construcción de Margarita de Austria-Estiria y de su esposo Felipe III.


EL PRODIGIO DE LA LICUEFACCIÓN
DE LA SANGRE EN MADRID

Una de las primeras referencias históricas del prodigio la tenemos en la oración panegírica que pronunció el obispo auxiliar de Toledo D. Manuel Quintano Bonifaz en solemnes cultos que en el “religiosísimo y Real Monasterio de la Encarnación de Agustinas Recoletas de esta Imperial villa y corte de Madrid”.
Que se celebraron el 27 de julio de 1733, reinando el “muy católico Rey y Señor”.
Quintano asegura que todos los años el 26 y 27 de julio, aniversario de la decapitación del santo, la sangre“se vuelve fluida, perdiendo su natural condensación”.
Continúa además diciendo Quintano Bonifaz que “También se produce la licuefacción en los sucesos prósperos o infaustos, como ha acreditado diversas veces la experiencia.
Con la diferencia portentosa de que cuando es feliz el color es alegre y rubicundo, y cuando infausto, triste y macilento”.
Así mismo, el hagiógrafo Luís Muñoz, en su obra “Vida de la venerable madre Mariana de San José” publicada en 1646 describe este prodigio de la siguiente manera:
Es una pirámide de cristal con una pequeña redoma en su interior y en ella una cantidad de sangre del mártir, que todo el año está coagulada.
en las primeras vísperas de su festividad, que es el día 26 de julio, se ve desleírse poco a poco.Y al día siguiente, que se celebra el Santo, ya se nota fluida y moverse.Y en las segundas vísperas, vuelve a coagulase, quedando como una bolita de cera”.

Otro panegirista de San Pantaleón, don Francisco Calvo Garrido, resume así el suceso:


“Su sangre, como la de San Genaro, se licúa maravillosamente desde el 26 de julio, víspera de su fiesta, hasta el anochecer del 27. Todo el año está seca, como helada, y en su día corre de un lado a otro si se mueve la ampolla en que se guarda y empaña las paredes del vaso que la encierra”.



Relicario y Ampolla de Sangre de San Pantaleon en Ravello

LAS CORROBORACIONES Y TESTIMONIOS

Hay constancia fehaciente de que todos los años sucede el mismo fenómeno.
De tal forma que es totalmente falso que el año que no aparezca licuada habrá catástrofes, porque la licuefacción ha sucedido puntualmente todos los años y no sólo sucede aquí, sino que lo mismo acontece en la ampolla grande de la catedral de Ravello.
Los milagros atribuidos y relacionados con la sangre de San Pantaleón y sus cambios de estado de sólido a líquido llevaron a la iglesia a intervenir para saber cuál era el origen de esos fenómenos.
El 28 de enero de 1724, el Arzobispo de Santiago de Compostela y juez ordinario inquisidor, comenzó el juicio a la Sangre de San Pantaleón.
Tras la declaración de varios testigos ilustres de la época, que acudieron cada 27 de julio durante 10 años consecutivos para verificar la licuefacción, el suceso se dio por verídico. Así consta en un manuscrito del Monasterio de la Encarnación, datado el 30 de agosto de 1729.


El manuscrito dice así:
Su señoría, señor juez, declara y confiesa haberla visto líquida y fluida dicho día de San Pantaleón, veintisiete de julio, y después de su festividad condensada y dura, todo repetidas veces en el tiempo de diez años.

Y conformándose con el parecer de los expresados teólogos, canonistas y médicos, lo tienen y veneran por prodigio y maravilla”.



EL PROCESO DE CAMBIO DE LA SANGRE


Actualmente la reliquia en la que se opera el cambio de estado de la sangre, se conserva en una ampolla de una capacidad de un centímetro cúbico encerrada en un fanalillo prismático y trapezoidal de unos quince centímetros de altura.
A simple vista, la ampolla que contiene la sangre de San Pantaleón tiene el aspecto de estar embadurnada en sus paredes por una tenue capa de color bermejo oscuro.
Capa que, según los testigos oculares del fenómeno, se desprende para convertirse en líquido purpúreo con todas las características de la sangre.
Hoy día para contemplar mejor este proceso se ha recurrido a un circuito cerrado de televisión, y mediante dos pantallas se muestra una imagen ampliada y a tiempo real de cómo la licuefacción se lleva a cabo.
Éste no es un proceso instantáneo ya que cuando se inclina la ampolla el líquido se va acomodando a la forma del recipiente de forma progresiva,
De manera que inicialmente toda la masa permanece compacta y no se mueve.
Pero a última hora de la tarde del 26 de julio, la sangre ya parece que comienza a licuarse, en un proceso que durante el día 27 ya se puede apreciar por completo.
Es en ese estado líquido, al inclinar nuevamente la ampolla, cuando la sangre adopta la forma del recipiente.
Y a partir del día 28 comienza lentamente a solidificarse, aunque algún año ha permanecido en estado líquido durante más tiempo.
En las observaciones que se realizan recientemente se comprueba que se trata de un proceso muy lento.
Y en las dos ampollas, la de Madrid y la de Ravello, sucede lo mismo y en los mismos tiempos.

Unos dos meses antes el contenido de una y otra ampolla va cambiando de color, de más opaco -un color marrón-violáceo oscuro- se va haciendo más transparente y rojizo.
Al principio disminuye el volumen, como se si contrajera, y después aumenta el volumen cuando paulatinamente va a pasar al estado líquido.
El día 27 es cuando mayor grado de liquidez muestra.
Después de la fiesta, otra vez, también poco a poco y progresivamente pasa al estado sólido.
Disminuyendo de volumen, perdiendo la transparencia y volviendo recobrar el color más oscuro en el que permanece el resto del año.

Es un fenómeno no tiene nada que ver con calor o frío, porque nadie manipula la ampolla, e iría en contra de lo natural.Pues cuando hace más calor la sangre se solidificaría y cuando hace frío podría permanecer más tiempo líquida. Los médicos y enfermeras que han observado la ampolla aseguran que su contenido se comporta como verdadera sangre. Pero ni siquiera con métodos físicos podría lograrse en la sangre un cambio de sólido a líquido y luego de líquido a sólido, y así sucesivamente.
Sólo podrían realizar una vez el paso de sólido a líquido con una porción, pero luego no podrían pasar esa misma porción de líquido a sólido; y tampoco los dos pasos sucesivos al revés.
Catedral de Ravello
Catedral de Ravello

TESTIMONIO EXPERTO DE LA LICUEFACCIÓN
DE LA SANGRE EN RAVELLO Y MADRID

La sangre de San Pantaleón fue cuidadosamente examinada en 1924, por el capitán inglés I. R. Grant, en Ravello, cerca de Amalfi (Italia).
El relicario se halla en la capilla del Santísimo Sacramento de la cátedra.
Veamos lo que dice el análisis:
El relicario es un vaso de vidrio en forma de disco circular, cuyas caras son planas.
Contiene en su parte inferior un asiento de substancia oscura opaca, que según la tradición sería un poco de arena o de tierra, sobre la que se volcó la sangre, cuando la cabeza del mártir fue separada del cuerpo.
Sigue inmediatamente una capa de substancia blanquecina y sobre ella una capa muy estrecha, parecida a una cinta de sangre, de color pardo oscuro; todo perfectamente opaco.
Encima hay una capa de materia que parece desecada, finalmente un poco encima de esta última, una línea de minúsculas ampollas desecadas, que marca el nivel más alto alcanzado por la materia adiposa durante la licuación.
Más alto todavía, y enteramente separadas del resto se ven en el interior del vidrio, algunas placas no transparentes, de color rojizo.
Sobre la cara exterior del relicario hay un depósito notable de fino polvo, que comprueba que no se la ha tocado desde hace mucho tiempo.
Se ve además una gran grieta que comienza un poco debajo del nivel de la sangre, toca la parte superior del relicario y se prolonga sobre el otro lado.
Fué, se dice, el resultado de un accidente.
En 1759, la sangre estaba líquida; un canónigo acercó la llama de un cirio al vidrio, que se resquebrajó.
La sangre comenzó a filtrar a través de la grieta.
El canónigo suplicó al Santo que detuviera el desastre.
La sangre cesó en seguida de filtrar, pero quedan sobre la pared exterior, a lo largo de la grieta, algunas gotas de color pardo oscuro, como de cera.
Me pareció que la grieta era demasiado marcada para que retuviera un líquido cualquiera por sobre su nivel.
El sábado 19 de julio de 1924, inmediatamente después de la Misa de las seis, el arcipreste me invitó a subir sobre la pequeña plataforma detrás del relicario a examinar su contenido.
Era la primera vez que yo lo veía después de la fiesta de la Traslación, en mayo, y no había cambio apreciable.
El viernes siguiente, 23 de julio, a la misma hora, subimos de nuevo juntos sobre la plataforma. Nada hubo que observar.
Mientras todos nos pusimos un instante de rodillas, el arcipreste recitó una breve oración.
Cuando nos levantamos, vimos que la licuación había comenzado ya.
Todos observamos indistintamente que la parte izquierda de la estrecha banda de sangre había tomado color vivo, del tinte de un rubí.
Examinando el relicario de frente, vi muy claramente que las gotitas pardas oscuras que estaban en la parte exterior de la grieta, se habían humedecido, volviéndose casi enteramente líquidas, aunque su color permaneciera el mismo

El 26 de julio la licuación no era todavía completa. 

El 27 de julio pude comprobar que el prodigio se había cumplido enteramente por la mañana.


No se podía tener la menor duda sobre el carácter líquido de las gotitas, anteriormente endurecidas, que adherían a la parte exterior del recipiente.
un examen más atento hecho el martes 29 de julio me demostró que las mismas eran de un rojo oscuro, si se proyectaban sobre la sangre colocada en el interior.
Y un rojo más claro, si se destacaban sobre la sustancia lechosa citada más arriba.
Así he descrito mis propias observaciones acerca de este prodigio de Ravello.
Otra porción de la sangre de San Pantaleón se conserva no sólo en Napóles, como lo indicó el Padre Thurston, sino también en el Convento de la Encarnación de Madrid.
A mi solicitud, Cronin, doctor en teología, observó los fenómenos concernientes a esa reliquia.
Él comprobó que el cambio ocurre la víspera de la fiesta (26 de julio), mientras es objeto de veneración de los presentes.
Se conserva en la iglesia, en una ampolla móvil.
La sangre consiste en una masa dura, seca, sólida, como una especie de barro cocido de un tono pardo muy oscuro, que toma el aspecto de la sangre fresca, líquida y de color vivo.

Permanece en ese estado el día de la fiesta, luego se solidifica progresivamente, durante la noche siguiente. En Ravello, en cambio, se comprueba que la sangre permanece líquida durante más de seis semanas después de la fiesta.

Mientras que la conservada en Valle della Luciana y que también vi, queda líquida todo el año.



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