Imagen de Etelberto en la catedral de Canterbury
Eteleberto, rey de Kent, se casó con una princesa
cristiana llamada Berta, que era la hija única de Chariberto, rey de París.
Etelberto concedió a su esposa plena libertad para practicar su religión, y
Berta llevó consigo a Inglaterra a Liudardo, un obispo francés, quien ofició en
la dedicación de la iglesia de San Martín de Canterbury. La tradición habla de
la piedad y las amables virtudes de Berta, que indudablemente impresionaron
mucho a su marido. Sin embargo, Etelberto no se convirtió sino hasta la llegada
de San Agustín y sus compañeros. Los misioneros, enviados por San Gregorio
Magno, desembarcaron en Thanet, desde donde se comunicaron con el rey
Etelberto, anunciándole su llegada y las razones de su viaje. Etelberto les
rogó que permanecieran en la isla y pocos días más tarde, fue personalmente a
escucharles. Su primera conversación con ellos se llevó al cabo al aire libre,
pues el rey temía que empleasen alguna magia o encanto, y en aquella época se
creía que la magia no producía ningún efecto a cielo abierto. Etelberto se
sentó bajo una encina y recibió amablemente a los misioneros; después de
escucharles, les dio permiso de predicar al pueblo y de convertir a cuantos
pudieran. Igualmente les dijo que él no podía abandonar por el momento a sus
dioses, pero que velaría porque los misioneros fuesen bien tratados y no les
faltase nada. Beda cuenta que les entregó la iglesia de San Martín para que
pudiesen «cantar salmos, orar, ofrecer la misa, predicar y bautizar». Las
conversiones empezaron a multiplicarse, y Etelberto y la corte no resistieron
largo tiempo a la predicación. Fueron bautizados en Pentecostés del año 597. A
la conversión del rey siguió la de millares de sus súbditos.
El rey dio permiso a San Agustín y sus compañeros de reconstruir las
antiguas iglesias y de construir otras nuevas; pero, a pesar de su celo por la
propagación de la fe, no obligó a sus súbditos a cambiar su religión. Como lo
dice expresamente Beda, Etelberto había aprendido de sus maestros que el
servicio de Cristo tenía que ser voluntario. Etelberto trataba a todos sus
súbditos con la misma bondad, aunque sentía especial afecto por los que se
habían convertido al cristianismo. Su gobierno se distinguió por el empeño que
puso en mejorar las condiciones de vida de sus súbditos; sus leyes le ganaron
el aprecio de Inglaterra, en épocas posteriores. En Canterbury regaló tierras y
edificios al arzobispo, quien construyó ahí la catedral llamada «Christ Church»
y, fuera de las murallas, la abadía y la iglesia de San Pedro y San Pablo, que
más tarde se llamó de San Agustín. Etelberto fundó el nuevo obispado de
Rochester en sus dominios y construyó la iglesia de San Andrés. En Londres, que
formaba parte del territorio del rey de los sajones del este, construyó la
primera catedral de San Pablo. Por su medio abrazaron la fe cristiana Saeberto,
rey de los sajones del este, y Redvaldo, rey de los anglos del este, si bien
Redvaldo recayó más tarde en la idolatría. Después de cincuenta y seis años de
reinado, Etelberto murió el año 616 y fue sepultado en la iglesia de San Pedro
y San Pablo, donde descansaban los restos de la reina Berta y de San Liudardo.
Hasta la época de Enrique IV, había siempre una lámpara encendida frente a su
sepulcro. Las diócesis de Westminster, Southwark y Northampton celebran su
fiesta; la diócesis de Nottingham y el Martirologio Romano conmemoran su
nombre.
San Etelberto es un modelo por la nobleza de su conversión. La acogida
que dio a los misioneros y su gesto de escucharles sin prejuicios son un caso
extraordinario en la historia. Con su actitud de no imponer la fe a sus
súbditos, a pesar de su celo por propagarla, favoreció enormemente la obra de
los misioneros. La violencia ha sido siempre enemiga de la fe, aun en los casos
en que parece favorecerla momentáneamente, pues está en oposición con el
espíritu del Señor y la esencia misma del cristianismo. El mundo será
evangelizado por la oración, la predicación y el ejemplo, no por la violencia,
la persecución y la tiranía.
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