En un
período de dos años, de 1225 a 1227, siete jóvenes florentinos se asociaron a
la Confraternidad de la Santísima Virgen -popularmente conocidos como los
«Laudesi» o los alabadores-. Era la época en que la próspera ciudad de
Florencia estaba acosada por alborotos políticos y perturbada por la herejía de
los Cátaros. También era un tiempo de general relajación moral, aun donde
todavía se conservaban prácticas de devoción. Estos jóvenes, miembros de las
familias más importantes de la ciudad, desde su infancia se habían ocupado más
de asuntos espirituales que de los temporales, y no habían tomado parte en las
contiendas locales. No está bien claro si ya eran amigos antes de asociarse a
los Laudesi, pero en dicha confraternidad llegaron a estar íntimamente aliados.
Cada día estos siete hombres se despegaban más del mundo y se entregaban más al
servicio de la Santísima Virgen. El mayor de todos era Bounfiglio Monaldo,
quien se convirtió en su jefe, y los otros eran Alexis Falconieri, Benedeto
dell'Antella, Bartolomé Amidei, Ricovero Uguccione, Gerardino Sostegni, y Juan
Bounagiunta. Tenían por director espiritual a Santiago de Poggibonsi, que era
capellán de los Laudesi, hombre de gran santidad y discernimiento espiritual.
Todos ellos siguieron el llamado a una vida de renuncia, y determinaron
recurrir a Nuestra Señora en sus angustias. En la fiesta de la Asunción, cuando
estaban absortos en la oración, vieron a la Virgen en una visión, y Ella les
inspiró el deseo de alejarse del mundo y de vivir en un lugar solitario sólo
para Dios. Hubo dificultades porque, aunque tres de ellos eran célibes, dos
eran casados y dos habían quedado viudos, los cuales tenían impedimentos. Era
necesario proveer convenientemente a los que de ellos dependían; pero eso se
arregló, y con la aprobación del obispo, se alejaron del mundo. Se fueron a una
casa llamada La Carmarzia, fuera de las puertas de Florencia, veintitrés días
después de haber recibido el llamado. Su deseo era llevar una vida de
penitencia y oración, pero en breve los continuos visitantes florentinos
comenzaron a distraerlos y así decidieron retirarse a las laderas desiertas y
selváticas del Monte Senario, donde construyeron una sencilla iglesia y una
ermita, en la que llevaban una vida de austeridades casi increíbles.
A pesar
de las dificultades para encontrarlos, los visitantes no dejaban de ir hasta
los ermitaños y muchos deseaban unírseles, pero ellos se negaban a aceptar
reclutas. Así continuaron viviendo por varios años, hasta que los fueron a
visitar su obispo, Ardingo, y el cardenal Castiglione, quien había oído hablar mucho
acerca de su santidad. Quedó éste grandemente edificado, pero hizo una crítica
adversa: «Vuestra manera de vivir se asemeja demasiado a la de las criaturas
selváticas de los bosques, por lo que concierne al cuidado del cuerpo. Os
tratáis de un modo que linda con la barbarie: y parecéis desear más morir al
tiempo, que vivir para la eternidad. Tened cuidado; el enemigo de las almas se
esconde a veces bajo la apariencia de un ángel de luz... Escuchad los consejos
de vuestros superiores». Los siete quedaron hondamente impresionados con estas
palabras y se apresuraron a pedirle a su obispo una regla de vida. Les
respondió que el asunto requería oración, y les rogó que no continuaran negando
la admisión a los que buscaban unírseles. Otra vez los solitarios se pusieron
en oración para tener luz, y otra vez tuvieron una visión de Nuestra Señora,
que llevaba en la mano un hábito negro, mientras un ángel sostenía un pergamino
con el título de Siervos de María. La Virgen se dirigió a ellos y les dijo que
los había escogido para que fueran sus siervos, que deseaba usaran el hábito y
siguieran la regla de San Agustín. Desde aquella fecha, 13 de abril de 1240,
fueron conocidos como Siervos de María, o Servitas. Al aceptar esta regla, los
Siete Fundadores tuvieron que adoptar un modo de vida diferente lo cual dio
mucha satisfacción a su antiguo amigo el obispo de Florencia. Santiago de
Poggibonsi, que los había seguido, resolvió unírseles. Recibieron el hábito de
manos del mismo obispo, y eligieron a Buonfiglio como superior.
De
acuerdo con la costumbre, eligieron sus nombres de religión, por los cuales
serían conocidos de ahí en adelante. Estos nombres fueron; hermanos Bonfilio,
Alejo, Amadeo, Hugo, Sóstenes, Maneto y Buonayunta. Por deseo del obispo,
todos, excepto San Alejo, que en su humildad rogó ser dispensado, se prepararon
para recibir las sagradas órdenes, y a su debido tiempo profesaron y fueron
ordenados sacerdotes. La nueva orden, cuya forma era más parecida a la de los
frailes mendicantes que a la de las órdenes monásticas, aumentó
sorprendentemente, y en breve fue necesario fundar nuevas casas. Los primeros
sitios elegidos fueron Siena, Pistoia y Arezzo, y después se establecieron
casas en Carfaggio, el convento e iglesia de la Santissima Annunziata en
Florencia, y el convento en Lucca. Aunque los Servitas tenían la aprobación de
sus superiores inmediatos, no habían sido reconocidos por la Santa Sede. Una y
otra vez se hicieron esfuerzos para obtener el reconocimiento, pero los que
deseaban ver abolida la nueva orden o absorbida por otra, ponían dificultades.
El Concilio de Letrán había declarado que no deberían fundarse nuevas órdenes,
y posteriormente el Concilio de Lyon había añadido aun más limitaciones. Cada
vez que la petición de los Servitas llegaba al Papa, era puesta a un lado o no
se la tomaba en cuenta. Sólo hasta 1259 la orden quedó prácticamente reconocida
por Alejandro IV, y no fue sino hasta 1304, más de sesenta años después de su
fundación, cuando recibió la aprobación explícita y formal del beato Benedicto
XI. San Bonfilio había permanecido como prior general hasta 1256, cuando
suplicó ser relevado, debido a su avanzada edad. Tuvo una muerte muy hermosa,
en medio de todos sus hermanos, la noche del año nuevo de 1261. San Bonayunta,
el más joven de los siete, fue el segundo prior general, pero expiró en la
capilla poco después de su elección, mientras se leía el Evangelio de la
Pasión. San Amadeo gobernó el importante convento de Carfaggio, pero regresó a
Monte Senario a terminar sus días. San Maneto llegó a ser el cuarto prior
general y envió misioneros a Asia, pero se retiró pronto para ceder el puesto a
san Felipe Benizi, sobre cuyo pecho expiró. San Hugo y San Sóstenes fueron al
extranjero; Sóstenes a París y Hugo a fundar conventos en Alemania. Fueron
llamados en 1276, y habiendo caído enfermos, murieron uno junto al otro, la
misma noche. San Alejo, el humilde hermano lego, sobrevivió a todos los demás y
fue el único que vivió para ver la orden en pleno vigor y definitivamente
reconocida. Se dice que murió a la edad de ciento diez años. Los siete fueron
contados entre los santos por el Papa León XIII en 1887.
He aquí
un testimonio de primera mano sobre los orígenes de la Orden:
«Hubo en la ciudad de Florencia siete hombres,
dignos de mucha reverencia y estima, a los cuales nuestra Señora unió para
iniciar, por la vida común y la concordia de los ánimos, la Orden de sus
Siervos.
«Cuando ingresé en nuestra Orden
aún vivía fray Alejo, único sobreviviente del grupo de los siete. Plugo a nuestra
Señora conservar en vida hasta nuestro tiempo a fray Alejo, para que de su boca
pudiéramos conocer el origen de nuestra Orden. La vida de fray Alejo era tal
que, como lo pude comprobar con mis propios ojos, no sólo arrastraba con su
buen ejemplo a los que con él vivían, sino que era también una garantía de su
propia perfección, de la de sus compañeros y de su profunda religiosidad.
«Cuatro aspectos pueden
considerarse por lo que toca al estado de vida de los siete Fundadores antes de
que se congregaran para dar origen a nuestra Orden.
«En primer lugar, el estado con
relación a la Iglesia: algunos de ellos se habían comprometido a guardar
virginidad o castidad perpetua, por lo que no se habían unido en matrimonio;
otros ya estaban casados, y otros habían enviudado.
«En segundo lugar, el bienestar y
condición social: aquellos siete varones comerciaban con las cosas de este
mundo, según las reglas del arte mercantil; pero cuando descubrieron la perla
preciosa o, por mejor decir, cuando conocieron que esta perla quería producirla
nuestra Señora por medio de la unión de sus vidas, entonces para comprar dicha
perla, es decir, nuestra Orden, no sólo vendieron todos sus bienes y los
distribuyeron entre los pobres, según el consejo evangélico (cf. Mateo XIII, 45-46),
sino que, con ánimo alegre, entregaron sus propias vidas.
«En tercer lugar, su reverencia y
honor para con nuestra Señora. Existe en Florencia, desde muy antiguo, una
sociedad fundada en honor de la Virgen María, la cual, por su antigüedad y por
la santidad de sus numerosos asociados, había conseguido una cierta relevancia
sobre las demás y el título de Sociedad mayor de nuestra Señora. A ella
pertenecían, antes de reunirse, los siete Fundadores corno insignes devotos de
nuestra Señora.
«En cuarto lugar, el estado de
perfección espiritual: amaban a Dios sobre todas las cosas y a Él ordenaban
todas sus acciones, como exige el recto orden, honrándolo así con todos sus
pensamientos, palabras y obras.
«Cuando, por divina inspiración,
ya estaban decididos a vivir en común, a lo que les había impulsado de un modo
especial nuestra Señora, arreglaron sus asuntos familiares y domésticos,
dejando lo necesario para sus familias y distribuyendo el resto entre los
pobres. Finalmente, se dirigieron a hombres de consejo y de vida ejemplar y les
manifestaron su propósito.
«Así, pues, subieron a Monte
Senario, y en su cima levantaron una pequeña casa, adecuada a sus necesidades,
a la que se fueron a vivir en comunidad. Allí empezaron a caer en la cuenta de
que se habían congregado no sólo para alcanzar su propia santificación, son
también para admitir a nuevos miembros, con el fin de acrecentar la nueva Orden
que nuestra Señora había comenzado sirviéndose de ellos. Por tanto, empezaron a
recibir a nuevos hermanos y, así, fundaron nuestra Orden, cuya principal
artífice fue nuestra Señora, que quiso que estuviera cimentada en la humildad
de los frailes, edificada por su concordia y conservada por su pobreza.»
(Monumenta OSM, 1, pp. 71 ss.)
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