La Santa Madre Iglesia propone hoy a nuestra veneración a la virgen
siciliana Santa Águeda. Las santas tristezas del ciclo litúrgico en que nos
hallamos no han de substraer nada a los homenajes que le son debidos. Cantando
sus alabanzas, contemplaremos también sus ejemplos; y ella, desde el cielo, nos
mirará sonriente y nos animará a proseguir por el camino único que puede
conducirnos a Aquel a quien ella siguió hasta el fin en este mundo y con el que
ahora reina eternamente.
VIDA. — Águeda nació en
Catania o según piensan otros en Palermo. Sabemos por San Metodio de Constantinopla
que era de familia cristiana y que para salvaguardar su virginidad tuvo que
sufrir muchos ataques y aun el martirio. Pronto se extendió su culto por causa
de la eficacia milagrosa de su velo contra las erupciones del Etna, y de allí
se propagó a toda la Iglesia. Su nombre fue incluido por San Gregorio Magno en
el Canon de la Misa y en el siglo X se compuso un oficio propio en su honor.
SÚPLICA.— ¡Oh Águeda! ¡Qué
bellos son tus laureles! ¡Mas qué largos y crueles fueron los combates en los
cuales los obtuviste! Tú has vencido; has salvado intacta la fe y tu
virginidad; pero tu sangre ha enrojecido la arena y tus heridas dan testimonio
a los ojos de los mismos ángeles, de tu heroico valor en la guarda de fidelidad
al Salvador. La Iglesia entera te saluda hoy ¡oh virgen mártir! Sabe ella que
la dicha de que hoy gozas entre los bienaventurados no te hace indiferente para
con sus necesidades y que tú no la olvidas. Eres nuestra hermana; sé también
nuestra madre. Mucho tiempo hace que, dejando las ligaduras de tu cuerpo
mortal, después de haberlo santificado con la pureza y el sufrimiento, volaste
a la mansión de la eterna paz; pero ¡ay! la guerra entre el espíritu y la carne
continúa aquí abajo hasta hoy y continuará siempre. Asiste, pues, a tus
hermanos; reanima en sus corazones la llama del fuego sagrado que el mundo y
las pasiones tratan de extinguir. En estos días, todo cristiano debe pensar en
fortalecerse en las aguas salutíferas de la compunción; aviva en todos el
espíritu de temor de Dios, que vele sobre los desvaríos de la naturaleza
corrompida; el espíritu de penitencia que repare las culpas que por nuestra
flaqueza hayamos cometido, y el amor que endulce el yugo, y asegure la
perseverancia. Muchas veces, vuestro velo virginal, expuesto ante los torrentes
de lava que descendían del Etna, los detuvo en su curso arrasador a la vista de
un pueblo entero; opón tú, en este tiempo, la poderosa influencia de tus
inocentes oraciones a esta marea corruptora, que cunde ya sobre nosotros y
amenaza rebajar nuestras costumbres al nivel de las del paganismo. El tiempo
apremia, ¡oh Águeda! socorre a las naciones infectadas con el veneno de una
literatura infame; aparta esta copa venenosa de los labios de aquellos que aún
no la han gustado; arráncala de las manos de los que en ella han encontrado la
muerte. Perdónanos el baldón de ver el triunfo del sensualismo, que se apresura
a devorar a Europa y frustra los malignos designios que el infierno tiene
concebidos sobre la humanidad.
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