martes, 16 de marzo de 2021

17 de marzo SAN PATRICIO, CONFESOR, OBISPO Y APÓSTOL DE IRLANDA

 




San Patricio, apóstol de Irlanda, nació en Escocia en el territorio de la ciudad de Aclud, hoy Dumbrinton, hacia el año 377 del nacimiento de Cristo. Se llamaba su padre Calfurnio, y su madre Conquesa, pariente de San Martin, arzobispo de Tours, los cuales le criaron con tanta piedad, y le educaron tan desde pequeño en los principios de la religión, así con su doctrina como con sus ejemplos, que el niño Patricio en nada hallaba gusto sino en la oración.

A los dieciséis años de su edad le secuestraron unos salteadores de caminos, irlandeses, juntamente con una hermana suya llamada Lupita, y le llevaron cautivo a Irlanda. Lo vendieron a un ciudadano, y en los cinco o seis años que duró su cautiverio aprendió la lengua y las costumbres del país.

Por las muchas visiones que tuvo en este tiempo, conoció que le llamaba Dios a trabajar en la conversión de los pueblos de Irlanda, y desde entonces hizo ánimo de dedicarse a ella. Después de mil vicisitudes que se le presentaron, fue ordenado de sacerdote por el obispo de Pisa, quien le aconsejó que se fuese a echar a los pies del papa Celestino I, para recibir de su mano el destino de aquella misión. Le recibió el Pontífice con mucha benignidad, alabó su celo, aprobó su ánimo; pero, como acababa de enviar a San Paladio a aquel país, le pareció conveniente suspender la ejecución, y así le mandó que esperase.

Volvió por Auxerre el nuevo apóstol, y, recibiendo allí las saludables instrucciones que le dio San Germán para desempeñar felizmente su misión, pasó a Irlanda el año 432. Las milagrosas conversiones que hizo desde entonces en el país de Cambra y Cornuaille le determinaron a entrar en la provincia de Lagenia, donde San Paladio no había hecho fruto alguno. Apenas predicó en ella la fe, cuando tuvo el consuelo de ver convertidas en menos de un año más de las dos terceras partes de la provincia.

Aumentándose la mies, fue preciso que se aumentasen los obreros. Jamás ha habido nación que mostrase mayor ardor por abrazar la fe de Jesucristo. Apenas se dejaba Patricio ver en alguna ciudad o en algún pueblo, cuando los mismos gentiles se daban prisa a echar por tierra los templos que ellos mismos habían levantado, compitiéndose  a porfía en hacer pedazos los ídolos.

Leogar, el príncipe más poderoso del país, y el más encaprichado en las supersticiones paganas, empleó todas sus fuerzas y se valió de todos los artificios de los magos para detener los rápidos progresos de la fe, y para poner límites a las victorias que nuestro Santo conseguía cada día del paganismo; pero todos sus artificios no sirvieron más que para hacer más floreciente la religión cristiana, y más célebre el nombre de San Patricio. Un numeroso ejército de gentiles, que venía a echarse sobre los cristianos congregados por el Santo en una espaciosa llanura, fue enteramente disipado por los truenos y por los rayos que cayeron sobre él, estando el cielo muy sereno. Deshizo todos los embustes y prestigios de los hechiceros; obedecían a su voz los vientos y las tempestades; se desvanecían las dolencias haciendo sobre los enfermos la señal de la cruz, y sus discípulos gozaban el mismo don: para Patricio no había cosa secreta; y hasta la misma muerte soltaba la presa a la voz de su oración.

Pero, creciendo cada día inmensamente el número de los fieles, era menester proveer de nuevos pastores al nuevo rebaño; lo que obligó al Santo a hacer otro viaje á Roma el año 444. Le recibió el gran pontífice San León como lo merecía un apóstol.

Vuelto a Irlanda con la recluta de nuevos operarios, los distribuyó en las provincias de Langenia, de Media, de Connacia, de Momonia, y ordenó gran número de obispos para las nuevas diócesis de Laghlin, de Fernes, de Douna, de Kilmor, de Gallovay, de Limerik, de Media, de Cashel, de Toam, de Wateford, y, volviendo a Ultonia, levantó la célebre iglesia de Armagh, erigiéndola en Silla metropolitana y primada de toda Irlanda. Pasó después a las islas adyacentes, y todas las conquistó para Jesucristo. Hizo un cuarto viaje a Roma para obtener de la Silla Apostólica la confirmación y distribución de los obispos que había erigido, y los títulos y privilegios de las iglesias como los había arreglado; a su vuelta de este viaje celebró en Armagh el primer Concilio.

Apenas sería creíble que nuestro Santo pudiese obrar tantas maravillas, o no rendirse al peso de tantos trabajos, si no se supiera que para los hombres apostólicos están reservadas gracias muy particulares y auxilios muy extraordinarios. Pero lo que se hace más inverosímil, siendo con todo eso muy verdadero, es que tantas y tan portentosas fatigas no bastaron a saciar el ardiente deseo que tenía de padecer por Jesucristo, ni pudieron satisfacer la amorosa ansia que tenía por la penitencia.

Traía siempre un áspero cilicio, ayunaba rigurosamente todo el año, hacía a pie todos los viajes; y, aunque oprimido de la solicitud pastoral y del gobierno de todas las iglesias de Irlanda, todos los días rezaba el Salterio entero con más de doscientas oraciones, y se postraba trescientas veces cada día para adorar a Dios, haciendo cien veces la señal de la cruz en cada hora canónica. Tenía distribuida la noche en tres tiempos diferentes. El primero le empleaba en rezar cien salmos y en hacer doscientas genuflexiones. El segundo le ocupaba en rezar cincuenta salmos metido en un estanque de agua helada hasta la garganta, y lo restante estaba destinado para tomar un poco de reposo sobre una dura piedra. Estos fueron los principales medios de que se valió San Patricio para ganar a Jesucristo tantos pueblos, y para convertir los pecadores y los idólatras.

Pero no sólo convirtió a la fe a aquellos pueblos, sino que también los cultivó, los pulió, los civilizó. Halló Patricio en aquella isla unos pueblos tan necios y tan groseros, que apenas sabían hablar, y ninguno de ellos sabía escribir; el Santo los enseñó, los industrió, y en poco tiempo los hizo capaces de aprender, no solamente las más bellas artes, sino también las más elevadas ciencias.

En fin, colmado de merecimientos, respetado aun de los mismos gentiles, y lleno de alegría, viendo el floreciente estado en que dejaba en Irlanda el Reino de Jesucristo, a los ochenta y cuatro años de su edad (aunque algunos historiadores le dan ciento treinta), pasó a recibir en el Cielo la corona de sus trabajos el año 460 o 461. Murió en su monasterio de Saball, habiendo edificado trescientas sesenta y cinco iglesias, consagrado otros tantos obispos en los veinticinco o treinta años que él lo fue, y ordenado casi tres mil presbíteros. Fue sepultado en la iglesia de la ciudad de Douna, donde fue honrado de los pueblos que concurrían en tropas a venerar su sepulcro, haciéndole muy célebre el Señor con innumerables milagros; hasta que en tiempo de Enrique VIII, rey de Inglaterra, fue destruida la iglesia de Douna por Leonardo Grey, marqués de Dorset y virrey de Irlanda, el cual pagó el delito de su sacrilegio sobre un cadalso, en que le cortaron la cabeza el año 1541.

En la Misa en honra de San Patricio, la oración es la que sigue:

¡Oh Dios, que te dignaste enviar al bienaventurado Patricio, tu confesor y pontífice, para que anunciase tu gloria a los gentiles! Concédenos que con tu gracia, y por su intercesión y merecimientos, cumplamos fielmente todo lo que Tú nos mandas. Por Nuestro Señor Jesucristo, etc.

La Epístola es de los capítulos XLIV y XLV del Libro de la Sabiduría.

REFLEXIONES

Ves aquí un gran sacerdote. Ni los grandes títulos, ni las gruesas rentas forman los grandes prelados. La grandeza de los ministros de Jesucristo tiene origen más noble y nace de otros principios. Agradó a Dios mientras vivió; fue justo, y ninguno observó con mayor exactitud la ley del Altísimo. Ésta es la base, éste el cimiento de la verdadera grandeza; agradar a Dios sin interrupción; cumplir dignamente todas las obligaciones de la justicia; obedecer con la más exacta fidelidad los preceptos del Altísimo. Busca otros títulos, ni más completos, ni más antiguos, de una nobleza más sólida y más real. Esta es la única nobleza que pasa en la otra vida. Ostentoso aparato de títulos y de grandes nombres, puestos elevados, dignidades eminentes, vosotros brilláis, no hay duda. Pero ¿cómo? Como relámpagos fugitivos, que apenas lucen cuando desaparecen. La muerte pone de nivel a todos los hombres. Todo se entierra con nosotros, menos la santidad. Las más bellas prendas de cuerpo y alma sin virtud, son nombres vacíos; las que sólo se fundan en fortuna estruendosa y rentas crecidas, son poco respetables; muchas veces sólo sirven de hacer más visible la pobreza de la persona. Sola la virtud vale más que todos los títulos; y ¿qué son todos los títulos sin la virtud?

El Evangelio es del capítulo XXV de San Mateo.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: Un hombre que debía ir muy lejos de su país, llamó a sus criados y les entregó sus bienes. Y a uno dio cinco talentos, a otro dos, y a otro uno, a cada cual según sus fuerzas, y se partió al punto. Fue, pues, el que había recibido los cinco talentos a comerciar con ellos, y ganó otros cinco; igualmente, el que había recibido dos, ganó otros dos; pero el que había recibido uno hizo un hoyo en la tierra, y escondió el dinero de su señor. Mas después de mucho tiempo vino el señor de aquellos criados, les tomó cuentas, y, llegando el que había recibido cinco talentos, le ofreció otros cinco, diciendo:

Señorcinco talentos me entregaste; he aquí otros cinco que he ganado. Le dijo su señor: Bien está, siervo bueno y fiel; porque has sido fiel en lo poco, te daré el cuidado de lo mucho; entra en el gozo de tu señor. Llegó también el que había recibido dos talentos, y dijo: Señor, dos talentos me entregaste; he aquí otros dos más que he granjeado. Le dijo su señor: Bien está, siervo bueno y fiel; porque has sido fiel en lo poco, te daré el cuidado de lo mucho; entra en el gozo de tu señor.

MEDITACIÓN

De los medios que tenemos para salvarnos.

Punto primero.— Considera que uno de los más crueles, de los más desesperados tormentos de los condenados, es la viva y eterna memoria, es la clara, la menuda representación de los medios fáciles y seguros que tuvieron para salvarse. ¡Pude ser santo, Dios lo quería, pero a mí no me dio gana de serlo! Comprende bien toda la fuerza de esta reflexión; pero considera también todo el acíbar de su amargura.

No hay ni una sola criatura que, mirada en sí misma, no nos presente, no nos sirva de medio para conocer a Dios y para amarle; si alguna nos sirve de estorbo, es precisamente porque nosotros abusamos de ella. Los bienes y males de esta vida, hasta los mismos trabajos de que se vale Dios para castigar nuestras culpas, todo puede servir para nuestra salvación.

Las riquezas son como la moneda con que se compra el Cielo por medio de las limosnas; la pobreza es carta de recomendación para salvarnos. Las honras y la prosperidad pueden ofrecer grandes ocasiones para hacer grandes sacrificios; las desgracias y las adversidades abren el camino real para la gloria. Si la salud es don de Dios, no lo es menos la enfermedad; padecer mucho por Dios, aun es de mayor mérito que hacer mucho por Él. Si el ingenio es un talento, la simplicidad es una virtud; porque Dios tiene gusto especial en comunicarse a las almas simples y sencillas.

En una palabra, se puede decir que no hay cosa que no se pueda mirar como talento. Hasta de nuestras mismas faltas, una vez cometidas, se puede y se debe sacar mucho provecho. No hay mayor enemigo de nuestra salvación que el demonio; y, con todo eso, sus mismos artificios, sus mismas tentaciones pueden conducir para conseguirla. ¡Qué abundancia de medios, qué multitud de tantas industrias! Todas las cosas, dice el Apóstol, cooperan al mayor bien de los que aman a Dios.

Punto segundo.— Considera que, además de los medios comunes a todos los cristianos, cada cual encuentra en su propio estado y en su misma condición medios particulares para ser santo. Ha dispuesto de tal manera todas las cosas la Divina Providencia y tiene arregladas todas las condiciones con tal economía, que todos son caminos derechos para llegar con seguridad a nuestro último fin.

No hay que envidiar ni el retiro de los unos ni la tranquilidad de los otros; cada uno de nosotros, dentro de su propio estado, puede recoger los mismos frutos, o, al menos, otros equivalentes y tan buenos. No seamos siervos inútiles ni obreros ociosos; y pocas tierras habrá que no puedan rendir ciento por uno, pocos talentos que no puedan duplicarse y multiplicarse, como se sepa emplearlos y manejarlos bien.

No hay estado, no hay condición en el mundo, no hay edad en la vida, de la cual no haya habido grandes santos; y estos santos de nuestra misma edad y de nuestro mismo estado no fueron a buscar otros medios para serlo que aquellos que nos ofrece a nosotros nuestro estado y nuestra edad. Y aun nosotros tenemos más medios que ellos; porque al fin logramos el de los buenos ejemplos que ellos mismos nos dejaron. ¡Será posible, Dios mío, que todas las cosas me prediquen y me faciliten mi salvación, y que al mismo tiempo todas ellas me reprendan mi irresolución y aun mi insensibilidad!

JACULATORIAS

Ya no viviré, Señor, sino para emplearme en tus alabanzas; por­que hallo mi fuerza y mi socorro en todo lo que has hecho por mí.— Salmo CXVIII.

Siempre estás cerca de mí, y todos los estados de la vida pueden ser caminos seguros que me conduzcan á Ti.— Salmo CXVIII.

 

PROPÓSITOS

1. Todos los  estados son otros tantos caminos diferentes que, según el orden de la Divina Providencia, nos guían a nuestro último fin. Es tentación imaginar que se viviría mejor en otro estado que en el que cada uno profesa. Pernicioso error ocupar el pensamiento en lo que se haría en otra profesión y no pensar en cumplir con las obligaciones de aquella en que se está. Pocos artificios hay que le salgan mejor al enemigo de nuestra salvación que el de esta engañosa inquietud. Por ahora sólo te quiere Dios en el estado de vida en que te hallas; conque sólo has de pensar en desempeñar bien sus obligaciones. Desprecia como ilusión perniciosísima todas esas inconstancias del corazón y del ánimo que consume inútilmente el alma con vanos arrepentimientos y con frívolos deseos, una vez que ya abrazaste un estado. Aplícate únicamente a dar el debido lleno a sus obligaciones, examinando hoy en particular cuáles son éstas, y cuáles son también aquellas en que tú te descuidaste más.

2. Es devoción utilísima la de rezar todas las mañanas alguna oración particular, pidiendo a Dios gracia para cumplir con las obligaciones del estado de cada uno; y es admirable para este efecto la oración siguiente, que decía Santo Tomás:

«Oh Dios lleno de misericordia, dame gracia para que examine diligentemente, conozca verdaderamente, desee ardientemente y cumpla perfectamente todo lo que a Ti te agrada, y que todo sea para mayor honra y gloria tuya. Dispón todas las cosas en el estado en que me has puesto, y dame a conocer aquello que quieres que yo haga, ayudándome a cumplirlo como conviene para el mayor bien de mi alma. Concédeme, Dios y Señor mío, que ni las prosperidades me envanezcan, ni las adversidades me acobarden, y que ni unas ni otras me atropellen, no alegrándome sino de lo que me acerca a Ti, no entristeciéndome sino de lo que de Ti me aparta, no permitas que aspire a complacer, ni que tema desagradar a otro más que a Ti sólo. Sean despreciables para mí todas las cosas caducas, y solamente las ame todas por Ti; pero a Ti sobre todas. Que me cause tedio toda alegría que sea sin Ti, y fuera de Ti nada apetezca. Finalmente, Dios y Señor mío, concédeme que de tal manera me aproveche en esta vida de tus beneficios por tu gracia, que merezca gozar en la Patria celestial las delicias de la gloria. Por Nuestro Señor Jesucristo...

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