PARIENTE Y DISCÍPULO DE CRISTO. — Hoy festejamos a un anciano venerable
de ciento veinte años, a un obispo y a un mártir; Simeón es el obispo de
Jerusalén, sucesor del Apóstol Santiago en aquella sede. Conoció a Cristo y
fue su discípulo. Es su pariente según la carne, de la misma familia de
David; hijo de Cleofás y de aquella María unida a la madre de Dios con vínculos
de sangre tan estrechos que fue llamada su hermana. ¡Cuántos títulos de
gloria para este venerable Pontífice, que viene a aumentar el número de los
mártires, cuya protección reanima a la Iglesia, en esta parte del año en que
nos encontramos! Un discípulo tan contemporáneo a la vida mortal de Cristo, un
pastor que ha repetido a los fieles las lecciones recibidas por él de la misma
boca del Salvador, no debía unirse con su Maestro, sino con una vida tan noble
como la suya. Está abrazado a la Cruz, y con su muerte acaecida el año 106, se
acaba el primer período de la Historia cristiana, que se llama "Los
tiempos apostólicos". Honremos a este santo que reúne en sí tantos
recuerdos y pidámosle que extienda a nosotros esa Paternidad de que se honran
los fieles de Jerusalén desde hace tanto tiempo.
Vida. — La santa
Liturgia consagra a su memoria esta corta noticia.
Simeón, hijo de Cleofás, fue ordenado Obispo de Jerusalén,
inmediatamente después de Santiago. En el imperio de Trajano fue acusado
ante Antíoco, personaje consular, de ser cristiano y pariente de Cristo. En
esta época se perseguía a los descendientes de David. Después de haber pasado
por numerosos tormentos. Simeón sufrió el mismo suplicio de nuestro Salvador; y
todo el mundo se admiró de que un hombre, tan agotado por la edad (tenía ciento
veinte años) pudiese soportar con tanto valor y constancia los dolores crueles
de la Cruz.
ALABANZA Y SÚPLICA. — Recibe el
humilde homenaje de la cristiandad, ya que aventajas en grandeza a todos los
títulos de los hombres. Tu sangre es la misma que la de Cristo; tu doctrina la
recibiste de su boca; tu caridad para con los fieles la encendiste en su corazón
y tu muerte no es más que una renovación de la suya. Nosotros no tenemos el
honor de llamarnos hermanos de Cristo; pero haz que seamos consecuentes con
esta promesa suya. "El que hace la voluntad de mi Padre que está en los
cielos, ese es mi hermano, mi hermana, mi madre..."
No hemos recibido como tú, de boca del Salvador su doctrina
vivificadora; pero no la poseemos menos pura por medio de la Santa Tradición,
de la que tú eres uno de los primeros eslabones. Obtén que seamos cada vez más
dóciles a ella y que se nos perdonen nuestras infracciones. No se nos ha
preparado una cruz para clavarnos en ella de pies y manos; pero este mundo está
sembrado de pruebas a las que el mismo Señor ha llamado Cruces. Tenemos que
arrostrarlas con constancia, si queremos tener parte con Jesús en su gloria.
Pide a Dios que le seamos siempre fieles, que nuestro corazón no se rebele
nunca contra Él, que reparemos las faltas que cometemos tan frecuentemente,
cuando queremos cumplir su voluntad.
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