Bartolomé
Esteban Murillo, San Leandro, 1655, Catedral de Sevilla
Los godos o visigodos, que reinaron en España durante cuatro siglos, se
convirtieron del arrianismo gracias sobre todo a los esfuerzos de San Leandro.
El padre del santo era Severiano, duque de Cartagena, ciudad en la que Leandro
nació. Su madre era hija de Teodorico, rey de los ostrogodos. Sus hermanos
fueron San Fulgencio, obispo de Écija, y San Isidoro, quien le
sucedió en la sede de Sevilla. Tenía también una hermana, Santa Florentina y
la tradición afirma que otra de sus hermanas se casó con el rey Leovigildo.
Pero este último dato no es seguro y, en caso de ser cierto, debió crear muchas
dificultades al santo, pues Leovigildo era un ferviente arriano.
Desde niño, se distinguió Leandro por su elocuencia y su fascinante
personalidad. Siendo muy joven, entró en un convento de Sevilla, donde se
entregó durante tres años a la oración y el estudio. A la muerte del obispo de
Sevilla fue elegido unánimemente para sucederle; pero su nueva dignidad no le
hizo cambiar de costumbres. El santo se dedicó inmediatamente a combatir el
arrianismo, que había hecho grandes progresos, y con su oración y predicación
obtuvo numerosas conversiones, entre otras la de Hermenegildo, el hijo mayor
del rey Leovigildo. El año 583, San Leandro fue a Constantinopla al frente de
una embajada; en esa ciudad conoció a San Gregorio Magno, que aun no era
papa, y había ido allí como legado del papa Pelagio II. Una gran amistad les
unió desde entonces, y San Gregorio escribió su comentario sobre el libro de
Job («Moralia in Iob»), a instancias de San Leandro.
Al regresar a España, San Leandro continuó luchando por la fe; pero en
el 586 Leovigildo condenó a muerte a su propio hijo, San Hermenegildo, por
haberse negado a recibir la comunión de manos de un obispo arriano, y al mismo
tiempo desterró a varios prelados católicos, entre los que se contaba a San Leandro
y a su hermano San Fulgencio. El santo obispo continuó su tarea desde el
destierro, escribiendo dos libros contra el arrianismo y otro más para
responder a las objeciones que se habían hecho a los dos primeros. Leovigildo
levantó la pena de destierro poco después y, ya en su lecho de muerte, confió a
San Leandro a su hijo Recaredo para que le instruyese en la verdadera fe. Sin embargo,
el propio Leovigildo murió sin reconciliarse con la Iglesia, por miedo de
ofender al pueblo, según cuenta San Gregorio. Bajo la dirección de San Leandro,
Recaredo llegó a ser un fervoroso católico, bien instruido en la fe. San
Leandro demostró tal sabiduría en sus discusiones con los obispos arrianos, que
acabó por ganarles a su doctrina, más con sus argumentos que con su autoridad.
Esto produjo la conversión de todo el pueblo visigodo. Igual éxito tuvo el
santo con los suevos, otro pueblo de España pervertido por Leovigildo. Nadie se
regocijó más de los triunfos del santo obispo que San Gregorio Magno, quien le
escribió una afectuosa carta de felicitación y le envió un palio.
En el 589, San Leandro presidió el tercer Concilio
de Toledo, que redactó una solemne declaración de la consustancialidad de las
tres Personas divinas y votó veintitrés cánones disciplinares. Como se ve, San Leandro
no se preocupaba menos de la pureza de la fe que de las buenas costumbres. Al
año siguiente, tuvo lugar en Sevilla otro concilio con el fin de confirmar y
sellar la conversión del pueblo a la verdadera fe. San Leandro conocía, por
experiencia, el poder de la oración y trabajó por fomentar la verdadera
devoción en todos los fieles, pero sobre todo en los que se habían consagrado a
Dios en la vida religiosa. Su carta a Santa Florentina, documento conocido con
el nombre de «Regla de la Vida Monástica», tiene por tema
principal el desprecio del mundo y la oración. Una de las obras más importantes
de San Leandro fue la reforma de la liturgia. Siguiendo la práctica de las
iglesias orientales, el tercer Concilio de Toledo introdujo en la misa el Credo
de Nicea, que repudiaba la herejía arriana. Más tarde, otras Iglesias de
Occidente y la misma Iglesia de Roma adoptaron esa práctica.
San Leandro se vio frecuentemente atacado por las
enfermedades, particularmente por la gota. San Gregorio, que sufría también de
ese mal, alude a ello en una de sus cartas. Según una antigua tradición
española, la famosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe del Real Monasterio
de Nuestra Señora de Guadalupe en Cáceres, Extremadura, fue un regalo del Papa San
Gregorio a su amigo San Leandro. De los numerosos escritos del santo, los
únicos que han llegado hasta nosotros son la «Regla de la Vida Monástica» y una homilía de acción de gracias
por la conversión del pueblo godo. San Leandro murió hacia el año 600. Sus
reliquias se conservan en la catedral de Sevilla. La liturgia española celebra
la memoria de San Leandro el 13 de noviembre.
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