martes, 30 de junio de 2020

30 de junio LA CONMEMORACIÓN DE SAN PABLO

LA CONMEMORACIÓN DE SAN PABLO - El Año Litúrgico, Dom Prospero Gueranger
Valentín boulogne o Nicolás Tournier, San Pablo escribe
sus Epístolas 1620. Museo de Bellas Artes Houston

Como la Misa y el oficio del 29 de junio están consagrados de manera principal a San Pedro, al día siguiente se hace una conmemoración especial de San Pablo.


Los griegos unen hoy en una misma solemnidad el recuerdo de los ilustres santos, los doce Apóstoles, dignos de toda alabanza Roma, ocupada ayer completamente por el triunfo que el Vicario de Jesucristo alcazaba dentro de sus muros, ve hoy al sucesor de Pedro acudir con su noble corte a tributar al Doctor de las naciones, el homenaje agradecido de la Urbe y del mundo. Unámonos con el pensamiento al ñel pueblo romano que acompaña al Pontífice y hace resonar con sus cánticos de victoria la espléndida Basílica de la Vía Ostiense.
CONVERSIÓN. — El veinticinco de Enero, vimos al Niño-Jesús conducir a su pesebre, domado y abatido al lobo de Benjamín, que en la mañana de su fogosa juventud, había llenado de lágrimas y sangre a la Iglesia de Dios. Había llegado la tarde, como lo había previsto Jacob, en que Saulo el perseguidor iba a aumentar la grey y alimentar el rebaño con el alimento de su doctrina celestial, más que todos sus predecesores en Cristo.
VISITA A "PEDRO". — Por un privilegio que no ha tenido igual, el Salvador, sentado ya a la derecha del Padre en los cielos, se dignó instruir directamente a este neófito, para que un día fuese del número de sus Apóstoles; pero, como los caminos del Señor no son nunca opuestos entre sí, esta creación de un nuevo Apóstol no podía contradecir a la constitución divina dada a la Iglesia cristiana por el Hijo de Dios. Pablo, al salir de las contemplaciones sublimes, durante las cuales fué infundido en su alma el dogma cristiano, debió volver hacia el año 39 a Jerusalén para "ver a Pedro", como dijo él mismo a sus discípulos de Galacia. Según expresión de Bossuet, debió "comunicar su propio Evangelio con el del príncipe de los Apóstoles'". Admitido en seguida a predicar el Evangelio, le vemos en el libro de los Hechos, junto con Bernabé, presentarse en Antioquía después de la conversión de Cornelio y de la apertura de la Iglesia a los gentiles. Después de la prisión de Pedro en Jerusalén, un aviso del cielo manifiesta a los ministros de las cosas santas que presidían la Iglesia de Antioquía, que ha llegado el momento de imponer las manos a los dos misioneros, y de conferirles el carácter sagrado de la ordenación (año 45).
PRIMERA EXCURSIÓN APOSTÓLICA A CHIPRE.— A partir de este momento, Pablo se agranda con toda la dignidad de un Apóstol y se le juzga preparado para la misión a que había sido destinado. De pronto, en el relato de S. Lucas, Bernabé desaparece y no desempeña sino un papel secundario. El nuevo Apóstol tiene sus discípulos propios y emprende, desde ahora como jefe, una serie de peregrinaciones jalonadas por otras tantas conquistas. Su primer paso lo da en Chipre, y allí firma con la antigua Roma una alianza que es como la hermana de la que había contraído Pedro en Cesarea. En el año 45, cuando llegó Pablo a Chipre, la isla tenía por procónsul a Sergio Paulo, recomendable por sus antepasados, pero más digno de estima por la sabiduría de su gobierno. Deseó oir a Pablo y Bernabé. Un milagro de Pablo, obrado ante sus ojos, le convenció de la verdad de la enseñanza de los dos Apóstoles, y la Iglesia cristiana recibió este día en su seno, un nuevo heredero del nombre y de la gloria de las más ilustres familias romanas. Un cambio tuvo lugar en este momento: el patricio romano fué libertado del yugo de la gentilidad por el judío, y en pago, el judío, que hasta entonces se llamaba Saulo, recibió y adoptó en adelante el nombre de Paulo o Pablo, como trofeo digno del Apóstol de los gentiles.
CONCILIO DE JERUSALÉN. — De Chipre, Pablo recorrió sucesivamente Cilicia, Panfllia, Pisidia y Licaonia. Por todas partes evangeliza, y por todas partes funda comunidades de cristianos. Vuelve en seguida a Antioquia en el año 49, y encuentra revuelta la Iglesia de esta ciudad. Un partido de los judíos salidos de las filas de los fariseos, consentía en la admisión de los gentiles en la Iglesia, pero solamente con la condición de que se sujetasen a las prácticas mosaicas, es decir, a la circuncisión, a la distinción de alimentos, etc. Los cristianos salidos de la gentilidad rehusaban esta servidumbre a la que Pedro no les había obligado, y la controversia se hizo tan viva, que Pablo juzgó necesario emprender el viaje a Jerusalén, a donde Pedro acababa de llegar huyendo de Roma. Partió, pues, con Bernabé, llevando la cuestión para que la resolviesen los representantes de la ley nueva reunidos en la ciudad de David. Además de Santiago, que residía habitualmente en Jerusalén como Obispo, Pedro, como ya hemos dicho, y Juan representaron allí a todo el colegio Apostólico en esta ocasión. Se formuló un decreto por el que se anulaba todo lo que se pretendía exigir de los gentiles respecto a los ritos judaicos, y esta disposición se tomó en nombre y bajo la inspiración del Espíritu Santo. En esta reunión de Jerusalén fué cuando los tres grandes Apóstoles acogieron a Pablo como especialmente destinado a la evangelización de los gentiles. Recibió de parte de los que él llama las columnas, una confirmación de este apostolado sobreañadido al de los doce. Por este ministerio extraordinario, que surgía en favor de los que habían sido llamados los últimos, el cristianismo afirmaba definitivamente su independencia del judaismo, y la gentilidad iba a entrar en masa en la Iglesia.
SEGUNDA EXCURSIÓN APOSTÓLICA ( 4 9 - 5 4 ) . — Pablo volvió a emprender sus excursiones apostólicas por las provincias que ya había evangelizado, para afianzar las Iglesias. De allí, atravesando Frigia, pasó a Macedonia, se detuvo un momento en Atenas, desde donde partió a Corinto, y aquí permaneció año y medio. A su partida, dejaba en esta ciudad una Iglesia floreciente, no sin haber excitado contra él el furor de los judíos. De Corinto, Pablo fué a Efeso, donde permaneció más de dos años. Convirtió aqui tantos gentiles, que el culto de Diana disminuyó notablemente. Levantóse una revuelta violenta, y Pablo, juzgó que había llegado el momento de salir de Efeso. Durante su estancia en esta ciudad, reveló a sus discípulos el pensamiento que le preocupaba desde hacía tiempo: "Es necesario, les dijo, que yo visite Roma." La capital de la gentilidad reclamaba al Apóstol de los gentiles.
EPÍSTOLA A LOS ROMANOS. — El crecimiento rápido del cristianismo en la capital del Imperio, mostraba, de una manera más palpable que en otras partes, los dos elementos heterogéneos de que estaba formada la Iglesia de entonces. La unidad de fe reunía en un mismo aprisco a los antiguos judíos y a los antiguos paganos. Se encontraron algunos entre ambas razas, que, olvidando muy pronto que su vocación común habla sido gratuita, menospreciaban a sus hermanos, considerándolos menos dignos que ellos del bautismo, que los hacía a todos iguales en Cristo. Algunos judíos menospreciaban a los gentiles, recordando el politeísmo que había mancillado su vida, con todos los vicios que lleva consigo. Algunos gentiles miraban despectivamente a los judíos, como descendientes de un pueblo ingrato y ciego, que, abusando de los dones que Dios les habla prodigado, no hizo sino crucificar al Mesías.
En el año 57, Pablo, que conoció estas discusiones, se aprovechó de su segunda estancia en Corinto para escribir a los fieles de la Iglesia romana la célebre Epístola, en la que trata de probar que el don de la fe se concede gratuitamente, siendo Judíos y Gentiles indignos de la adopción divina, y no habiendo sido llamados sino por pura misericordia; Judíos y Gentiles, olvidando su pasado, debían abrazarse fraternalmente en una misma fe y testimoniar su agradecimiento a Dios, que se les había anticipado con su gracia a unos y a otros. Su reconocida cualidad de Apóstol daba a Pablo derecho a intervenir de esta manera en el seno mismo de una cristiandad que no habla fundado.
ULTIMO VIAJE A JERUSALÉN. — Mientras aguardaba el tiempo en que podría contemplar con sus ojos la Iglesia reina que Pedro había fundado, el Apóstol quiso cumplir una vez más la peregrinación a la ciudad de David. Pero la rabia de los judíos de Jerusalén llegó en esta ocasión hasta el último exceso. Su orgullo odiaba sobre todo a este antiguo discípulo de Gamaliel, a este cómplice del asesinato de Esteban, que ahora convidaba a los gentiles a unirse con los hijos de Abraham bajo la ley de Jesús de Nazaret. El tribuno Lisias le arrancó de las manos de estos furiosos que iban a hacerle pedazos. La noche siguiente, Cristo se apareció a Pablo y le dijo: "Sé firme; porque el testimonio que das en este momento de mí en Jerusalén, lo darás en Roma."
ESTANCIA EN ROMA. — Después de una cautividad en Cesarea de más de dos años, Pablo, habiendo apelado al emperador, llegó a Italia a principio del año 61. Por fin el Apóstol de los gentiles entraba en Roma. No le rodeaba el cortejo de un triunfador; era un humilde prisionero judio, a quien se conducía al lugar en que se amontonaban los que apelaban al César. Pero Pablo era el judío aquel a quien el mismo Cristo había conquistado en el camino de Damasco; se presentaba con el nombre romano de Pablo, y este nombre no era un latrocinio en aquel que, después de Pedro, sería la segunda gloria de Roma, y la segunda prenda de su inmortalidad. No llevaba consigo, como Pedro, la primacía que Cristo había confiado a uno solo; pero venía a comunicar al centro mismo de la evangelización de los gentiles la delegación divina que había recibido en favor de éstos. Pablo no tendría sucesor en su misión extraordinaria; pero el elemento que acababa de depositar en la Iglesia madre y maestra, tenia un valor tan grande, que por todos los siglos se oirá a los Pontífices romanos, herederos del poder monárquico de Pedro, evocar este recuerdo y mandar en nombre de los "bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo".
En vez de aguardar en prisión el día en que se viese su causa, Pablo tuvo la libertad de escogerse alojamiento en la ciudad, obligado solamente a estar custodiado día y noche por un soldado representante de la fuerza pública, y a quien, según era costumbre en parecidos casos, estaba atado con una cadena que le impedía huir, pero le dejaba libre en sus movimientos. El Apóstol podía continuar así predicando la palabra de Dios. Hacia el año 62, se concedió a Pablo la audiencia a la que le daba derecho la apelación que había interpuesto al César. Compareció en el pretorio, y su defensa tuvo por resultado la libertad.
ULTIMA EXCURSIÓN EVANGÉLICA. — Pablo libre, vino probablemente a España. De aquí, queriendo volver a ver Oriente, visitó de nuevo Efeso, de donde nombró Obispo a su discípulo Timoteo. Evangelizó Creta, donde dejó como pastor a Tito. Pero no abandonó para siempre esta Iglesia romana, a la que ilustró por su presencia, y acrecentó y fortificó por su predicación; habrá de volver para iluminarla con los últimos rayos de su apostolado, y teñirla de púrpura con su sangre gloriosa.
El Apóstol había terminado sus excursiones evangélicas en Oriente (66); había consolidado las Iglesias fundadas por su palabra, y las pruebas, lo mismo que las consolaciones, no faltaron en su camino. Al acercarse el invierno fué arrestado, conducido a Roma y puesto en prisión.
MARTIRIO. — Un día del año 67, quizá el 29 de Junio, Pablo, conducido a lo largo de la vía Ostiense, era seguido de un grupo de fieles incorporados a la escolta del prisionero. La sentencia dada contra él, declaraba que se le cortarla la cabeza junto a las aguas Salvias. Después de andar unas dos millas por la vía Ostiense, los soldados condujeron a Pablo por un sendero que se dirigía hacia Oriente, y en seguida llegaron al lugar indicado para el martirio del Doctor de los gentiles. Pablo se puso de rodillas y dirigió a Dios su última oración; luego aguardó el golpe. Un soldado blandió su espada y la cabeza del Apóstol, separada del cuerpo, dió tres saltos en el suelo. Tres fuentes manaron inmediatamente en los lugares tocados por ella. Esta es la tradición conservada del lugar del martirio, en el que hay tres fuentes, y sobre cada una se levanta un altar.
EL APÓSTOL DE LOS GENTILES. — Ayer, oh Pablo, se consumó tu obra; habiéndolo dado todo, te diste por añadidura a ti mismo. La espada, al cortar tu cabeza, completa, como lo predijiste, el triunfo de Cristo. ¡Gloria a ti, oh Apóstol, ahora y siempre! La eternidad no podrá extinguir en nosotros, las naciones, los sentimientos de gratitud. Acaba tu obra en cada uno de nosotros por estos siglos sin fin; no permitas que por deserción de ninguno de los que el Señor llamó para completar su cuerpo místico, la Iglesia se vea privada de uno solo de los acrecentamientos que podía esperar. Sostén el ánimo de todos aquellos predicadores de la palabra divina, que, con la pluma o con un título cualquiera, continúan tu obra de luz. Danos apóstoles valientes, que arrojen sin tregua de nuestra tierra las tinieblas. Prometiste permanecer con nosotros, velar siempre por el progreso de la fe en nuestras almas: haz germinar en ellas las purísimas delicias de la unión divina Cumple tu promesa. Al ir a Jesús, no retires tu palabra empeñada de aquellos que, como nosotros, no te conocieron en esta tierra. Porque a ellos en una de tus Epístolas inmortales les prometiste "consolar sus corazones, uniéndolos con el amor, infundiendo en ellos con su plenitud y sus riquezas inmensas el conocimiento del misterio de Dios-Padre y de Jesucristo, en el que se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia".

lunes, 29 de junio de 2020

29 de junio SAN PABLO, APÓSTOL DE LOS GENTILES

San Pablo -Vidas de los Santos de Butler

(¿67? p.c.) DE ENTRE todos los santos cuyos datos nos proporcionan las Sagradas Escrituras, San Pablo es al que se conoce más íntimamente. No sólo poseemos un registro exterior de sus hechos, proporcionado por su discípulo San Lucas en los Hechos de los Apóstoles, sino que contamos con sus propias revelaciones íntimas de sus cartas que, si bien tenían el propósito de beneficiar a los destinatarios, ponen al desnudo su alma.* Sin transcribir una buena parte del Nuevo Testamento, sería difícil esbozar un retrato fiel del carácter y la personalidad del Apóstol de los Gentiles; pero suponemos que el Nuevo Testamento está en manos de todos nuestros lectores. En el primer volumen de esta serie, bajo la fecha del 25 de enero, se trató la conversión de San Pablo. En esta nota, nos ha parecido conveniente dejar de lado las treinta y dos páginas que dedica Butler a los viajes misioneros de Pablo y sus escritos, para hacer un resumen de lo que dice San Lucas en los últimos quince capítulos de los Hechos.
Después de que Saulo fue derribado en el camino de Damasco, por la voz de Cristo y, de encarnizado perseguidor de los cristianos, se transformó en el más fiel de los siervos del Señor, se curó de la temporal ceguera que le aquejaba y se retiró a "Arabia", donde pasó recluido tres años. De regreso en Damasco, comenzó a predicar el Evangelio con fervor. Pero la furia de los enemigos de su doctrina creció a tal punto que, para salvar la vida, tuvo que escapar escondido en un cesto que se descolgó por la muralla de la ciudad. Se dirigió a Jerusalén, donde, lógicamente, los cristianos y los mismos Apóstoles, a quienes hacía poco perseguía, le miraban con mucha desconfianza, hasta que el generoso apoyo de Bernabé disipó sus temores. Pero no pudo quedarse en Jerusalén, puesto que el resentimiento de los judíos hacia él amenazaba con perderle y, advertido por una visión que tuvo mientras se hallaba en el templo, se refugió, durante algún tiempo en Tarso, su ciudad natal. Hasta ahí fue Bernabé para convencerle de que le acompañase a Antioquía, en Siria, donde los dos predicaron con tanto éxito, que pudieron fundar una numerosa comunidad de creyentes que, en aquella ciudad y por vez primera, se conocieron con el nombre de cristianos.
Al cabo de una estadíAl cabo de una estadía de doce meses, Saulo hizo su segunda visita a Jerusalén, en el año 44, junto con Bernabé, para llevar socorro a los hermanos que sufrían de hambre. Ya para entonces, todas las dudas respecto a la sinceridad de Pablo habían quedado disipadas. Después de regresar a Antioquía y, por inspiración del Espíritu Santo, él y Bernabé recibieron la ordenación sacerdotal y partieron hacia una jornada de misiones, primero a Chipre y después al Asia Menor. En Chipre convirtieron al procónsul Sergio Paulo y pusieron en ridículo al falso mago y profeta Elimas, por quien el romano se había dejado engañar. De ahí pasaron a Perga y atravesaron las montañas del Tauro para arribar a Antioquía de Pisidia; continuaron la marcha para predicar en Iconio y luego en Listra (donde al sanar milagrosamente a un tullido, se los tomó por dioses) : Bernabé era Júpiter y Pablo, Mercurio, porque era el que hablaba). Pero entre los judíos de Listra surgieron los enemigos que provocaron una rebelión contra los predicadores; apedrearon a Pablo (desde su visita a Chipre había cambiado su nombre de Saulo por el de Pablo) y lo dejaron por muerto. Sin embargo, no lo estaba y, con ayuda de Bernabé, escaparon para refugiarse en Derbe; a su debido tiempo, continuaron la marcha hacia el ambiente más tranquilo de Antioquía de Siria. En aquella primera expedición transcurrieron unos dos o tres años, puesto que, al parecer, en el año 49, Pablo fue por tercera vez a Jerusalén y estuvo presente en la asamblea, por la que se decidió definitivamente la actitud de la Iglesia Cristiana hacia los gentiles convertidos. Probablemente fue en el invierno entre los años 48 y 49, cuando ocurrió en Antioquía, el incidente, registrado en el segundo capítulo de la Epístola a los Calatas, de las reconvenciones hechas a San Pedro por su judaismo conservador.
El lapso entre los años 49 y 52 encontró a San Pablo ocupado en la empresa de su segundo gran viaje. Acompañado por Silas, pasó de Derbe a Listra, sin preocuparse por lo que le había ocurrido ahí la primera vez; pero en esta segunda ocasión, fue cordialmente acogido por los fieles agrupados en torno a Timoteo, cuyos familiares moraban en la ciudad; por otra parte, Pablo se mostró más precavido y no dio ocasión a que los judíos se irritasen contra él y aceptó al circunciso Timoteo, cuyo padre era griego, pero por parte de madre, era judío. Junto con Timoteo y Silas, continuó San Pablo su jornada a través de Frigia y Galacia, sin dejar de predicar y de fundar iglesias. Sin embargo, no le fue posible avanzar más por la ruta que seguía hacia el norte, a causa de una visión que tuvo, en la que se le ordenaba devolverse hacia Macedonia. En consecuencia, partió desde la Tróade; al parecer, ya para entonces, el bienamado doctor San Lucas, autor de uno de los Evangelios y de los Hechos de los Apóstoles, formaba parte del grupo de viajeros. En Filipo ocurrió el interesante episodio de la joven adivina que, al paso del grupo, comenzó a vociferar: "¡Esos hombres son los servidores de Dios Altísimo!" A pesar de que aquella proclamación parecía ayudar a la causa de San Pablo, éste se volvió irritado hacia la joven y ordenó que la abandonase su espíritu de adivinación. Con aquello, la muchacha quedó desprovista de los poderes que la habían hecho famosa y, sus amos, que obtenían de ello pingües ganancias, comenzaron a lamentarse estrepitosamente y acabaron por llevar a Pablo y a Silas ante los magistrados. Los dos misioneros fueron apaleados y arrojados en la prisión, pero muy pronto, quedaron en libertad, por un milagro. No hay necesidad de describir las incidencias en cada una de las etapas de este viaje. La comitiva atravesó Macedonia, tocó Beroea, fue a Atenas y de ahí a Corinto. Se relata que, en Atenas, San Pablo pronunció un discurso en el Aerópago y tuvo ocasión de referirse y hacer comentarios, respecto al altar que se había erigido ahí, "al dios desconocido". En Corinto sus prédicas causaron profunda impresión y se dice que permaneció ahí durante un año y seis meses. Parece que, en el año 52, San Pablo partió de Corinto para hacer su cuarta visita a Jerusalén, posiblemente para estar presente en las fiestas de Pentecostés; sin embargo, su estancia fue breve, puesto que, muy pronto, le volvemos a encontrar en Antioquía.
Su tercer viaje abarcó dos años entre el 52 y el 56. Luego de atravesar Galacia, la provincia romana de "Asia", Macedonia y Acaia, retrocedió camino hacia Macedonia donde se embarcó para hacer una quinta visita a Jerusalén. Es posible que, durante este período, pasara tres inviernos en Efeso y fue ahí donde ocurrió el tumultuoso disturbio creado por Demetrio, el platero y tallador, cuando las prédicas de Pablo arruinaron los lucrativos negocios de los mercaderes en la compra y venta de las imágenes de la diosa Diana. Asimismo, se relata la forma indignada con que le recibieron los ancianos en Jerusalén y la conmoción popular que se produjo, cuando el Apóstol hizo una visita al Templo. Ahí fue detenido, maltratado y cargado de cadenas, pero tuvo oportunidad de defenderse brillantemente ante el tribunal. La investigación oficial quedó en suspenso y el reo fue enviado a Cesárea, porque se descubrió la conspiración de cuarenta judíos que habían jurado "no comer ni beber, hasta que Pablo estuviese muerto". Su cautiverio en Cesárea duró dos años, los mismos que gobernaron el distrito los procónsules Félix y Festo, mientras que el proceso judicial aguardaba, en vista de que los gobernadores no podían encontrar prueba alguna de que el reo hubiese cometido un delito merecedor de castigo y, por otra parte, no querían hacer frente a las protestas y violencias populares, si declaraban inocente al reo odiado por los judíos. Entretanto, Pablo "apeló al César"; en otras palabras, exigió, valido en sus derechos de ciudadano romano, que su causa fuese vista por el propio emperador. Por lo tanto, el prisionero, bajo la vigilancia del centurión Julio, fue enviado a Myra y trasportado de ahí a Creta, en un barco alejandrino con un cargamento de trigo. Aquella nave, sorprendida por un huracán, naufragó frente a las costas de Malla. Tras largas demoras, San más fiel de los siervos del Señor, se curó de la temporal ceguera que le aquejaba y se retiró a "Arabia", donde pasó recluido tres años. De regreso en Damasco, comenzó a predicar el Evangelio con fervor. Pero la furia de los enemigos de su doctrina creció a tal punto que, para salvar la vida, tuvo que escapar escondido en un cesto que se descolgó por la muralla de la ciudad. Se dirigió a Jerusalén, donde, lógicamente, los cristianos y los mismos Apóstoles, a quienes hacía poco perseguía, le miraban con mucha desconfianza, hasta que el generoso apoyo de Bernabé disipó sus temores. Pero no pudo quedarse en Jerusalén, puesto que el resentimiento de los judíos hacia él amenazaba con perderle y, advertido por una visión que tuvo mientras se hallaba en el templo, se refugió, durante algún tiempo en Tarso, su ciudad natal. Hasta ahí fue Bernabé para convencerle de que le acompañase a Antioquía, en Siria, donde los dos predicaron con tanto éxito, que pudieron fundar una numerosa comunidad de creyentes que, en aquella ciudad y por vez primera, se conocieron con el nombre de cristianos.
Al cabo de una estadía de doce meses, Saulo hizo su segunda visita a Jerusalén, en el año 44, junto con Bernabé, para llevar socorro a los hermanos que sufrían de hambre. Ya para entonces, todas las dudas respecto a la sinceridad de Pablo habían quedado disipadas. Después de regresar a Antioquía y, por inspiración del Espíritu Santo, él y Bernabé recibieron la ordenación sacerdotal y partieron hacia una jornada de misiones, primero a Chipre y después al Asia Menor. En Chipre convirtieron al procónsul Sergio Paulo y pusieron en ridículo al falso mago y profeta Elimas, por quien el romano se había dejado engañar. De ahí pasaron a Perga y atravesaron las montañas del Tauro para arribar a Antioquía de Pisidia; continuaron la marcha para predicar en Iconio y luego en Listra (donde al sanar milagrosamente a un tullido, se los tomó por dioses) : Bernabé era Júpiter y Pablo, Mercurio, porque era el que hablaba). Pero entre los judíos de Listra surgieron los enemigos que provocaron una rebelión contra los predicadores; apedrearon a Pablo (desde su visita a Chipre había cambiado su nombre de Saulo por el de Pablo) y lo dejaron por muerto. Sin embargo, no lo estaba y, con ayuda de Bernabé, escaparon para refugiarse en Derbe; a su debido tiempo, continuaron la marcha hacia el ambiente más tranquilo de Antioquía de Siria. En aquella primera expedición transcurrieron unos dos o tres años, puesto que, al parecer, en el año 49, Pablo fue por tercera vez a Jerusalén y estuvo presente en la asamblea, por la que se decidió definitivamente la actitud de la Iglesia Cristiana hacia los gentiles convertidos. Probablemente fue en el invierno entre los años 48 y 49, cuando ocurrió en Antioquía, el incidente, registrado en el segundo capítulo de la Epístola a los Calatas, de las reconvenciones hechas a San Pedro por su judaismo conservador.
El lapso entre los años 49 y 52 encontró a San Pablo ocupado en la empresa de su segundo gran viaje. Acompañado por Silas, pasó de Derbe a Listra, sin preocuparse por lo que le había ocurrido ahí la primera vez; pero en esta segunda ocasión, fue cordialmente acogido por los fieles agrupados en torno a Timoteo, cuyos familiares moraban en la ciudad; por otra parte, Pablo se mostró más precavido y no dio ocasión a que los judíos se irritasen contra él y aceptó al circunciso Timoteo, cuyo padre era griego, pero por parte de madre, era judío. Junto con Timoteo y Silas, continuó San Pablo su jornada a través de Frigia y Galacia, sin dejar de predicar y de fundar iglesias. Sin embargo, no le fue posible avanzar más por la ruta que seguía hacia el norte, a causa de una visión que tuvo, en la que se le ordenaba devolverse hacia Macedonia. En consecuencia, partió desde la Tróade; al parecer, ya para entonces, el bienamado doctor San Lucas, autor de uno de los Evangelios y de los Hechos de los Apóstoles, formaba parte del grupo de viajeros. En Filipo ocurrió el interesante episodio de la joven adivina que, al paso del grupo, comenzó a vociferar: "¡Esos hombres son los servidores de Dios Altísimo!" A pesar de que aquella proclamación parecía ayudar a la causa de San Pablo, éste se volvió irritado hacia la joven y ordenó que la abandonase su espíritu de adivinación. Con aquello, la muchacha quedó desprovista de los poderes que la habían hecho famosa y, sus amos, que obtenían de ello pingües ganancias, comenzaron a lamentarse estrepitosamente y acabaron por llevar a Pablo y a Silas ante los magistrados. Los dos misioneros fueron apaleados y arrojados en la prisión, pero muy pronto, quedaron en libertad, por un milagro. No hay necesidad de describir las incidencias en cada una de las etapas de este viaje. La comitiva atravesó Macedonia, tocó Beroea, fue a Atenas y de ahí a Corinto. Se relata que, en Atenas, San Pablo pronunció un discurso en el Aerópago y tuvo ocasión de referirse y hacer comentarios, respecto al altar que se había erigido ahí, "al dios desconocido". En Corinto sus prédicas causaron profunda impresión y se dice que permaneció ahí durante un año y seis meses. Parece que, en el año 52, San Pablo partió de Corinto para hacer su cuarta visita a Jerusalén, posiblemente para estar presente en las fiestas de Pentecostés; sin embargo, su estancia fue breve, puesto que, muy pronto, le volvemos a encontrar en Antioquía.
Su tercer viaje abarcó dos años entre el 52 y el 56. Luego de atravesar Galacia, la provincia romana de "Asia", Macedonia y Acaia, retrocedió camino hacia Macedonia donde se embarcó para hacer una quinta visita a Jerusalén. Es posible que, durante este período, pasara tres inviernos en Efeso y fue ahí donde ocurrió el tumultuoso disturbio creado por Demetrio, el platero y tallador, cuando las prédicas de Pablo arruinaron los lucrativos negocios de los mercaderes en la compra y venta de las imágenes de la diosa Diana. Asimismo, se relata la forma indignada con que le recibieron los ancianos en Jerusalén y la conmoción popular que se produjo, cuando el Apóstol hizo una visita al Templo. Ahí fue detenido, maltratado y cargado de cadenas, pero tuvo oportunidad de defenderse brillantemente ante el tribunal. La investigación oficial quedó en suspenso y el reo fue enviado a Cesárea, porque se descubrió la conspiración de cuarenta judíos que habían jurado "no comer ni beber, hasta que Pablo estuviese muerto". Su cautiverio en Cesárea duró dos años, los mismos que gobernaron el distrito los procónsules Félix y Festo, mientras que el proceso judicial aguardaba, en vista de que los gobernadores no podían encontrar prueba alguna de que el reo hubiese cometido un delito merecedor de castigo y, por otra parte, no querían hacer frente a las protestas y violencias populares, si declaraban inocente al reo odiado por los judíos. Entretanto, Pablo "apeló al César"; en otras palabras, exigió, valido en sus derechos de ciudadano romano, que su causa fuese vista por el propio emperador. Por lo tanto, el prisionero, bajo la vigilancia del centurión Julio, fue enviado a Myra y trasportado de ahí a Creta, en un barco alejandrino con un cargamento de trigo. Aquella nave, sorprendida por un huracán, naufragó frente a las costas de Malla. Tras largas demoras, San Pablo fue embarcado en otra nave que lo condujo al puerto de Puteoli y, de ahí, se trasladó por tierra a Roma. El libro de los Hechos lo abandona en este punto, en espera de su proceso ante Nerón.
Desde entonces, los movimientos y la historia del gran apóstol son muy inciertos. Parece probable que fue procesado en Roma, tras un largo encarcelamiento y, declarado inocente, quedase en libertad. Hay pruebas de que todavía realizó un cuarto viaje. Algunos sostienen que visitó España, pero nosotros podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que fue una vez más a Macedonia, donde es posible que haya pasado el invierno entre el año 65 y el 66, en la ciudad de Nisópolis. Al regresar a Roma, fue de nuevo detenido y encarcelado. No se sabe con certeza si fue condenado junto con San Pedro, pero sí puede asegurarse que, en su calidad de ciudadano romano, la forma de la ejecución tenía que ser distinta. La tradición firmemente arraigada y, al parecer, digna de confianza, dice que le cortaron la cabeza, en un punto de la Vía Ostiense llamado Aquae Salviae (la actual Tre Fontane), cerca del sitio donde hoy se levanta la basílica de San Pablo Extramuros y donde se venera la tumba del Apóstol. Es creencia común que San Pablo fue ejecutado el mismo día y el mismo año que San Pedro, pero no hay pruebas ciertas sobre ello. Poco antes de su martirio, logró hacer llegar a su fiel Timoteo una emotiva carta que contenía estas famosas palabras: "Aún ahora estoy pronto al sacrificio. Sé que el día de mi tránsito está cerca. Mi sangre va a ser derramada como el vino de una copa. ¡Qué importa! He combatido la buena batalla; he consumado mi carrera. Sólo me resta recibir la corona que me dará, en el último día, el Señor, justo juez; y no sólo a mí, sino a todos los que esperan con amor su venida".
También en el caso de San Pablo hay abundante literatura que sería imposible considerar en detalle. Como guía particularmente valiosa sobre los innumerables problemas que surgen de la obra y los escritos del Apóstol, se recomienda, sobre todo, el breve volumen de Fr. F. Prat, Saint Paul. Se publicó en la serie Les Saints. El Saint Paul de Fouard, es también muy conocido y da amplios detalles sobre la historia del personaje. Habrán de servir de gran ayuda, los comentarios sobre las Epístolas, hechos por el obispo anglicano, Lightfoot, así como los libros de su amigo el explorador arqueológico Sir. W. M. Ramsey, sobre todo, su Saint Paul, the Traveller (1908) y The Church in the Román Empire (1893). Necesariamente, todos los comentarios sobre los Hechos de los Apóstoles tratan la historia de San Pablo; ver, por ejemplo, a E. Jacquier, Les Actes des Apotres (1926) y a Camerlynck y Van der Heeren, Commentarius in Actus Apostólorum (1923). Otros libros útiles son: K. Pieper, Paulus, siene Missionarische Personlichkeit (1926); P. Delatre, Les Epitres de S. Paul (1924-1926); Tricot, S. Paul (1928). La indispensable Teología de San Pablo de Fr. Prat. Otras publicaciones recientes traducidas al inglés, son Paul of Tarsus de Mons. J. Holzner (1944) y Sí. Paul, Apostle and Martyr, de Giordani (1946); hay una extensa biografía en italiano, por D. A. Penna, San Paulo (1946); E. B. Alio, S. Paul, Apotre de Jésus-Christ (1946) y el estudio de R. Sencourt, St. Paul: Envoy of Grace (1948). Hay muchos escritos apócrifos en los cuales San Pablo figura, incluso cartas que se le atribuyen. Las Actas de San Pablo fueron editadas por W. Schubart, quien las tomó de un papiro manuscrito de Hamburgo. Las Actas de Pablo y Tecla han sido impresas más de una vez; véase en este libro, el 23 de septiembre, a Santa Tecla, lo mismo que a O. von Gebhardt, en Texte und Untersuchungen, vol. vil, parte II (1902) ; consúltese a L. Vouaux, en Les Actes de Paul el ses Lettres apocryphes (1913). Sobre la tumba del Apóstol en el conjessio de la iglesia de San Pablo Extramuros, ver a Grisar, en Analecta Romana, p. 259 y ss. Tal vez nadie haya escrito sobre San Pablo con mayor intuición que el cardenal Newman, quien era especialmente apto para apreciar el secreto del atractivo del Apóstol.

29 de junio SAN PEDRO, PRÍNCIPE DE LOS APÓSTOLES

Guido Reni, Cristo entrega las llaves a San Pedro
Guido Reni, Cristo entrega las llaves a San Pedro


(¿64? P.C.) - La historia de San Pedro, tal como la cuentan los Evangelios, es muy conocida y no hay necesidad de relatarla aquí en detalle. Sabemos que era Galileo, que tenía su casa en Betsaida, que estaba casado, que era pescador y que era hermano del Apóstol San Andrés. Portaba el nombre de Simón, pero el Señor, en el primer encuentro que tuvo con él, le dijo que se llamaría Cefas, el equivalente, en arameo, de la palabra griega que significa "piedra" y que, en su forma española, derivó hasta convertirse en el apelativo Pedro. Nadie que haya leído, aunque sea superficialmente, el Nuevo Testamento, habrá dejado de advertir el sitio predominante que se le otorga siempre entre los primeros seguidores de Jesús. Fue él quien actuó como portavoz de los demás, al proclamar una sublime profesión de fe: "¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo!" A él personalmente le dirigió el Salvador estas palabras, con una solemnidad que no tiene paralelo en los Evangelios: "¡Bendito seas, Simón, hijo de Jonás, porque no han sido la carne ni la sangre las que te revelaron estas cosas, sino mi Padre que está en los Cielos! Y Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella; a ti te daré las llaves del Reino de los Cielos: y todo lo que tú atares en la tierra, atado quedará en el cielo; y lo que desatares en la tierra, quedará desatado en el cielo".
No menos familiar es la historia de la triple negativa de Pedro hacia su Maestro, no obstante la advertencia que El mismo le había hecho sobre el particular. El caso fue relatado por los cuatro evangelistas con una abundancia de detalles que parece exagerada ante la pequenez del suceso, si se le compara con los otros incidentes en la Pasión de Nuestro Señor y, esta misma singularización aparece como un tributo a la elevada posición que San Pedro ocupaba entre sus compañeros. Por otra parte, si bien las advertencias de Jesús no fueron tomadas en cuenta por el Apóstol, tengamos presente que estuvieron precedidas por otras palabras, asombrosas y desconcertantes por su extraño cambio del plural al singular en la misma frase: "Simón, Simón, mira que Satanás va tras de vosotros para zarandearos como el trigo en la criba; mas yo he rogado por ti, a fin de que tu fe no parezca; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos". Igualmente impresionante es la triple reparación que el Señor, con acentos de ternura, pero con una insistencia rayana en la crueldad, le pidió a su avergonzado discípulo junto al Lago de Galilea: "Cuando hubieron comido, Jesús le dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú más que éstos? El respondió: Sí, Señor, Tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas. Después volvió a decir: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Simón le respondió: ¡Sí, Señor; Tú sabes que te amo! Y El le dijo: Apacienta mis ovejas. Y por tercera vez le repitió: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Y él repuso: ¡Señor! ¡Tú, que sabes todas las cosas, bien sabes que te amo! Jesús volvió a decir: Apacienta mis ovejas". Todavía más maravillosa es la profecía que Jesús hizo a continuación: "En verdad, en verdad, yo te digo: cuando tú eras joven te ceñías a ti misino e ibas donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás las manos para que otro te ciña y te conduzca a donde tú no quieras". "Y esto", agrega el evangelista, "lo dijo para significar por cuál muerte habría de glorificar a Dios".
Después de la Ascensión, nos encontramos con que San Pedro se halla aún en primer plano. A él se le nombra primero en el grupo de los Apóstoles y se indica que moraba con los demás en "una habitación alta", donde "todos animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en oración con las mujeres y con María, la Madre de Jesús y, sus parientes", hasta la venida del Espíritu Santo, el día de Pentecostés. También fue Pedro quien tomó la iniciativa al elegir un nuevo Apóstol en el lugar de Judas y el que primero habló a la muchedumbre para darle testimonio de "Jesús" de Nazaret, un hombre autorizado por Dios a vuestros ojos, con los milagros, maravillas y prodigios que, por medio de El, ha hecho entre vosotros, a quien Dios ha resucitado, de los que todos nosotros somos testigos". Y se agrega más adelante: "Oído este discurso se compungieron sus corazones y dijeron a Pedro y los demás: Hermanos, ¿qué es lo que debemos hacer? A lo que Pedro respondió: Haced penitencia y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesucisto". Entonces, "los que habían recibido su palabra, fueron bautizados" y se agrega que aquel día se añadieron a la Iglesia, "cerca de tres mil personas". También se ha registrado a Pedro como al primero que realizó un milagro de curación en la Iglesia cristiana. Un hombre cojo de nacimiento, se hallaba al borde del camino por donde Pedro y Juan subían hacia el Templo a orar y les rogó que le diesen limosna. "Pedro entonces, fijando con Juan la vista en aquel pobre, le dijo: Mira hacia nosotros. El los miraba de hito en hito, en espera de que le diesen algo. Mas Pedro le dijo: Plata y oro yo no tengo, pero te doy lo que tengo. En el nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y camina. Y tomándole de la mano derecha lo levantó, y al instante se le consolidaron las piernas y los pies. Y dando un salto, se puso en pie y echó a andar, y entró con ellos en el templo por sus propios pies, saltando y loando a Dios".
Al iniciarse la persecución que culminó con el martirio de San Esteban en presencia de Saulo, el futuro Apóstol de los Gentiles, la mayoría de los nuevos convertidos a las enseñanzas de Cristo, se dispersaron, pero los Apóstoles permanecieron agrupados en Jerusalén, hasta que llegaron noticias sobre la acogida favorable que habían recibido en Samaria las predicaciones de San Felipe el Diácono. Entonces, San Pedro y San Juan se trasladaron a aquellas comarcas e impusieron las manos (¿confirmaron?) sobre los que San Felipe había bautizado. Entre éstos se hallaba un hombre al que conocemos con el nombre de Simón el Mago, quien presumía de poseer ocultos poderes y había adquirido mucha fama por sus hechicerías. Al ver el Mago lo que sucedía con los recién confirmados, se acercó a los Apóstoles para decirles: "Dadme a mí también esa potestad, para que cualquiera a quien imponga yo las manos, reciba el Espíritu Santo". Pero, aun cuando ofreció dinero, no obtuvo más que una rotunda negativa. Pedro le dijo: "Perezca tu dinero contigo; pues has juzgado que se alcanzaba por dinero el don de Dios."
En la literatura apócrifa conocida como las "Clementinas", se representa a Simón el Mago, en una época posterior, al encontrarse con San Pedro y entablar una larga discusión con él y con San Clemente, mientras viajan de una a otra de las ciudades marítimas de Siria, en su travesía a Roma. Todavía antes que las Clementinas, San Justino Mártir (que escribió por el año de 152), declara que Simón el Mago fue a Roma, donde se le honró como a una deidad; pero debe admitirse que las evidencias citadas por Justino sobre este particular, son muy poco satisfactorias. También en las apócrifas "Actas de San Pedro" hay una dramática historia sobre los intentos del Mago para ganarse la voluntad de Nerón por medio de demostraciones de sus poderes ocultos, de los que pensaba valerse para volar por los aires. De acuerdo con aquella leyenda, San Pedro y San Pablo estaban presentes y, por medio de sus oraciones, anularon los poderes mágicos de Simón que, al emprender el vuelo, cayó a tierra y, poco después, murió a consecuencia de las heridas. Muchos otros relatos contradictorios son relatados por Hipólito (en su Phüosophumena) y varios escritores antiguos, siempre en torno a una discusión, a un conflicto entre Simón el Mago y los dos grandes Apóstoles, con Roma por escenario. A pesar de la debilidad de las evidencias, hubo una inclinación general entre los escritores cristianos primitivos, como por ejemplo San Ireneo, para considerar a Simón el Mago como "padre de los herejes" y, en eso debe haber algo de simbólico, porque los antagonistas del Mago eran siempre San Pedro y San Pablo, los representantes de la verdad cristiana en la capital del mundo de entonces.
Casi todo lo que sabemos de cierto sobre la existencia posterior de San Pedro, procede de los Hechos de los Apóstoles y de algunas alusiones en sus propias Epístolas y en las de San Pablo. Tiene particular importancia el relato sobre la conversión del centurión Cornelio, puesto que, a raíz de aquel acontecimiento, surgió el debate sobre la continuación de la práctica del rito de la circuncisión y el mantenimiento de la prescripción de la ley judía para no mezclarse con los gentiles ni comer algunos de sus alimentos. Con las instrucciones que recibió en el curso de una visión, San Pedro, tras algunos titubeos, llegó a admitir que la antigua costumbre había terminado y que la Iglesia fundada por Cristo, iba a ser para los gentiles lo mismo que para los judíos. San Pablo le dirigió algunos reproches, como sabemos por la Epístola a los Gálatas (cap. II), al calificarle de oportunista y falto de corazón por aceptar estrictamente aquellos principios. El incidente parece haber estado en relación con el congreso de algunos Apóstoles y ancianos en el Concilio de Jerusalén, pero no se sabe a ciencia cierta si esta reunión fue anterior o posterior a las réplicas que San Pablo dirigió a San Pedro en Antioquía. De todas maneras, fue la palabra de Pedro la que inspiró las conclusiones que adoptó la asamblea de Jerusalén. Aquella resolución decía que los gentiles convertidos al cristianismo, no necesitaban ser circuncidados ni observar la ley de Moisés. Por otra parte, a fin de no herir la susceptibilidad de los judíos, estos podrían abstenerse de la sangre y de comer carne de seres estrangulados, así como se abstenían de la fornicación y de los sacrificios a los ídolos. Estas decisiones fueron comunicadas a los cristianos de Antioquía y sirvieron para calmar las inquietudes de los numerosos fieles en la gran ciudad.
Es posible, aunque no contemos con datos concretos, que antes del Concilio de Jerusalén (¿49? P.c), San Pedro hubiese sido, durante dos años o más, el obispo de Antioquía y que también había ido hasta Roma y había tomado posesión de la que habría de ser su sede permanente. Los Hechos registran un incidente trágico al relatar la súbita y violenta persecución de Herodes Agripa I, posiblemente en el año 43. Se afirma que Herodes "mató a Santiago, el hermano de Juan, con la espada" —éste, por supuesto, era Santiago el Mayor, Apóstol, cuya fiesta se celebra el 25 de julio— y que, después, procedió a detener también a Pedro. Pero mientras tanto "la Iglesia, incesantemente, hacía oración a Dios por él" y Pedro, "no obstante que estaba dormido entre dos guardias, atado a ellos con dos cadenas; y los centinelas a las puertas de la prisión, haciendo guardia, "fue puesto en libertad por un ángel" y partió en busca de un refugio seguro", tal vez en Antioquía o quizá en Roma. Desde aquel momento, los Hechos de los Apóstoles no vuelven a mencionar a Pedro.
La "pasión" de San Pedro tuvo lugar en Roma, durante el reinado de Nerón (54-68 P.c), pero no existe ningún relato escrito sobre el suceso. De acuerdo con una antigua tradición, no comprobada, se encerró a San Pedro en la cárcel Mamertina, donde ahora se encuentra la iglesia de San Pietro in Carcere. Tertuliano, quien murió cerca del año 225, dice que el Apóstol fue crucificado; por su parte, Eusebio agrega que (un dato que tomó del autorizado Orígenes, muerto en 253), por expreso deseo del anciano Pedro, la cruz fue colocada cabeza abajo. El sitio debe haber sido el acostumbrado: los jardines de Nerón, escenario de tantos dramas terribles y gloriosos por aquel entonces. La tradición que otrora se aceptaba por lo común, de que el pontificado de San Pedro duró < '.oelius, ofrecí un refrigerio en honor de Pedro y Pablo".
"DALMATIUM BOTUM IS PR0MIS1T REFRIGERIUM". "Por jurainnito, Dalmacio prometió ofrecer un refrigerio para ellos".
Algunos de los escritos son simples invocaciones: "PAULE ET PETRE PETITE PRO VICTORE". "Pablo y Pedro, pedid por Victor".
"PETRUS ET PAULUS IN MENTE ABEATIS ANTONIUS BASSUM". "Pedro y Pablo, tened presente a Antonio Basso".
Las inscripciones candidas, espontáneas y escritas, muchas veces, con graves faltas de ortografía, indican que existía un culto muy acendrado por los santos Pedro y Pablo en aquel lugar. La mayoría están escritas en latín y algunas en griego, pero hay muchas frases en latín, escritas con caracteres griegos. Ya dijimos que las placas de yeso estaban rotas y sus inscripciones eran fragmentarias y algunas, ilegibles, pero en ochenta del número total, aparecen los nombres de los santos Apóstoles, a veces el de Pedro primero o viceversa. No hay duda, por lo tanto, de que en la segunda mitad del siglo tercero, de acuerdo, en consecuencia, con una indicación del calendario Filocaliano (del año 324) que conmemora una traslación o una fiesta de los dos Apóstoles, en el 258, y en las catacumbas, de que existía por aquel entonces y en aquel lugar, una gran devoción por los dos Patronos de Roma.
Ya a principios del siglo tercero afirmaba Cayo, según cita de Eusebio, que el lugar del triunfo de San Pedro se encontraba en la colina del Vaticano; el sitio del martirio de San Pablo se veneraba en la Vía Ostiense. El padre Dolehaye y algunos otros hagiógrafos distinguidos sostienen que los cuerpos de los dos Apóstoles fueron sepultados ahí desde un principio, y nadie los ha tocado; otros sugieren que fueron temporalmente sepultados en la Vía Apia, inmediatamente después del martirio, hasta que se construyeron sepulcros o santuarios en los mismos lugares de su muerte. En cualquier caso, la inscripción hecha por el Papa San Dámaso I (muerto en 384), en un sitio próximo a San Sebastián, no significa que ahí hubiesen estado sepultados los dos Apóstoles, sino que era la conmemoración de alguna fiesta instituida en 258, que por iilguna razón se celebraba en las catacumbas.
En fecha posterior a la época en que se escribió lo anterior, se practicaron excusaciones bajo la basílica de San Pedro. Los resultados de aquellos trabajos, ini( indos en 1938, se publicaron profusamente. El sitio y los restos fragmentario. H ile la tumba del Apóstol San Pedro, habían sido identificados sin lugar a dudn , pero entonces, ahora y tal vez para siempre, está en el terreno de las posil'ilidades la suposición de que los restos humanos hallados en las proximü dad< •-> de la tumba, sean los de San Pedro. Los descubrimientos en el Vaticano aviviron el interés en los del sitio de San Sebastián; pero, por diversas razones, la t' <nía de que los restos de San Pedro fueron llevados en el año de 258 a las cat¡»' mnbas y se quedaron ahí para siempre, es inadmisible.
Al parecer, la fiesta doble de San Pedro y San Pablo ha sido conmemorada sien'i'ie, en Roma, el 29 de junio; Duchesne considera que esta práctica se renv-ula, por lo menos, a los tiempos de Constantino; pero en el oriente, esa conmemoración se asignaba, al principio, al 28 de diciembre. Lo mismo sucedía en (' - v rliynchus, en Egipto, como atestiguan antiguos papiros, hasta el año de 536; pero en Constantinopla y en otras partes del Imperio Romano oriental, la ft lia del 29 de junio se aceptó poco a poco. En Siria, a principios del siglo quinto, como lo sabemos por una nota del "Breviario" sirio que dice así: "28 de diciembre, en la ciudad de Roma, Pablo, el Apóstol y Simón Cefas (Pedro), el jefe de los Apóstoles del Señor", la fecha era la que se observaba en el oriente.
Hay, por supuesto, abundantísima literatura relacionada con San Pedro, con su vida y sus actos, desde cualquier punto de vista. Los comentaristas de los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles suministran la enorme mayoría de los datos con que se practicaron las posteriores investigaciones. El librillo Sí Pierre (en la serie Les Saints), por L.C. Fillion, es una excelente introducción para el estudio del asunto, puesto que incluye todos los datos registrados sobre el Apóstol; el St. Pierre de C. Fouard es más extenso y detallado, pero sólo se ocupa de los primeros años de la Iglesia y deja de lado lo que dicen de San Pedro los Evangelios. Ver a R. Aigrain, en St. Pierre (1938) y una obrilla popular del estadounidense W. T. Walsh, St. Peter, the Apostle (1950). Sobre la primacía, deberá consultarse la obra del obispo Besson: St. Pierre et les origines de la Primauté Romaine (1929). Entre los investigadores no católicos, ver Apostolic Fathers (1877), del obispo Lightfoot; a W. Ramsey, en The Church and the Román Empire (1893); O. Culmann, en Peter, disciple, apostle, martyr (1954); y H. Lietzmann, Petras und Paulus in Rom (1927) y Petras Romischer Martyrer (1936). La discusión sobre el problema de las catacumbas podrá estudiarse en el artículo de F. Toletti de Rivista di archeologia cristiana 1947-1948; Mons. A. S. Barns, en The Martyrdom of St. Peter and St. Paul (1933), incluido en Analecta Bollandiana, vol. ui (1934), pp. 69-72; y P. Stieger, Die rómischen Katacumben (1933). Ver el Liber Pontificalis (ed. Duchesne), vol. i y Delehaye, en Origines du cuite des Martyrs (1933), pp. 263-269. Los informes sobre las excavaciones entre 1938 y 1950, fueron publicados en dos volúmenes de texto y uno de ilustraciones; ver un artículo del P. Romanelli, en el Osservatore Romano 19 de diciembre de 1951. Aparecieron numerosos artículos en varios idiomas, para hablar sobre el resultado de las excavaciones: ver el de J. B. Ward Perkins, en The Listener, 25 de Sept. 1952 y en el Journal of Román Studies, vol. XLTI (1952).



SAN PEDRO Y SAN PABLO, APÓSTOLES

SAN PEDRO Y SAN PABLO, APOSTOLES Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger

LA RESPUESTA DE AMOR. — "¿Simón, hijo de Juan; me amas?" He aquí el momento en que se escucha la respuesta que el Hijo del Hombre exigía del pescador de Galilea. Pedro no teme la triple interrogación del Señor. Desde aquella noche en que el gallo fué menos solícito para cantar que el primero de los Apóstoles para renegar de su Maestro, continuas lágrimas cavaron dos surcos en sus mejillas; ha luido el dia en que cesen estas lágrimas. Desde el patíbulo en que el humilde discípulo ha pedido le claven cabeza abajo, su corazón generoso repite, por fin sin miedo, la protesta que, desde la escena de las orillas del lago de Tiberíades, ha consumido silenciosamente su vida: "¡Sí, Señor, tú sabes que te amo!'"
EL AMOR, CARACTERÍSTICA DEL SACERDOCIO NUEVO.— El amor es la característica que distingue el sacerdocio de los tiempos nuevos del ministerio de la ley de servidumbre. El sacerdote judio, impotente, temeroso, no sabía sino derramar sangre de victimas simbólicas sobre un altar simbólico también. Jesús, Sacerdote y Víctima a la vez, exige más de aquellos a quienes llama a participar de la prerrogativa que le hace Pontífice eterno según el orden de Melquisedec "No os llamaré en adelante siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; sino que os he llamado mis amigos porque os he comunicado todo lo que he recibido del Padre. Como mi Padre me ha amado, así os amo yo; permaneced en mi amor".
Ahora bien, para el sacerdote admitido de esta manera a la unión con el Pontífice eterno, el amor no es completo, si no se extiende a la humanidad rescatada en el gran Sacrificio. Y nótese que para él es más estricta la obligación, común a los cristianos, de amarse como miembros de una misma Cabeza; pues por su sacerdocio se hace partícipe de la Cabeza, y con esta participación, la caridad debe tener en él algo del carácter y grandeza del amor que esa Cabeza tiene a sus miembros. Y ¿cuánto mayor será, si, al poder que tiene de inmolar a Cristo mismo, y al deber que le obliga a ofrecerse con él en el secreto de los Misterios, la plenitud del Pontificado le añade la misión pública de dar a la Iglesia el apoyo que necesita y la fecundidad que el Esposo celestial espera de ella? Entonces es cuando, según la doctrina sostenida siempre por los Papas, por los Concilios y por los Padres, el Espíritu Santo le adapta a su misión sublime, identificando enteramente su amor con el del Esposo cuyas obligaciones asume y cuyos derechos ejerce.
EL AMOR DE SAN PEDRO. — Al confiar a Simón hijo de Juan la humanidad redimida, el primer cuidado del Hombre-Dios fué asegurarse de que sería fiel vicario de su amor'; de que, habiendo recibido más que los otros, le amaría más que todos; de que, siendo heredero del amor de Jesús para los suyos que estaban en el mundo, los debía amar, como El, hasta el fin. Por esto, la exaltación de Pedro a las cumbres de la Jerarquía sagrada, concuerda en el Evangelio con el anuncio de su martirio siendo Sumo Pontífice, tenía que seguir hasta la cruz al Jerarca supremo.
Ahora bien, la santidad de la criatura y, a la vez, la gloria de Dios Creador y Salvador, tienen su completa realización en el Sacrificio, que junta al pastor y al rebaño en un mismo holocausto.
Por este fin último de todo pontificado y de toda jerarquía, Pedro recorrió toda la tierra, después de la Ascensión de Jesús. En Joppe, cuando estaba aún al principio de sus correrías apostólicas, se apoderó de él un hambre misteriosa: "Levántate, Pedro; mata y come", le dijo el Espíritu; y al mismo tiempo una visión simbólica ponía ante sus ojos los animales de la tierra y las aves del cielo. Eran los gentiles que debía reunir, en la mesa del banquete divino, con los fieles de Israel. Vicario del Verbo, se haría participante de su inmensa hambre; su caridad, como fuego devorador, se asimilaría los pueblos; y, ejerciendo su título de jefe, llegaría un día en que, verdadera cabeza del mundo, haría de esta humanidad, ofrecida como presa a su avidez, el cuerpo de Cristo en su propia persona. Entonces, nuevo Isaac, o más bien verdadero Cristo, verá levantarse delante de él la montaña en donde Dios mira, esperando el sacrificio.
EL MARTIRIO DE SAN PEDRO. — Miremos también nosotros, pues ha llegado a ser presente ese futuro, y, como en el Viernes Santo, participamos en el desenlace que se anuncia. Participación dichosa, toda triunfal: aquí, el deicida no mezcla su nota lúgubre al homenaje del mundo, y el perfume de inmolación que ahora sube de la tierra, no llena los cielos sino de suave alegría. Se diría que la tierra, divinizada por la virtud de la hostia adorable del Calvario, se basta a sí misma. Pedro, simple hijo de Adán, y, con todo eso, verdadero Sumo Pontífice, avanza llevando el mundo: su sacrificio va a completar el de Jesucristo, que le invistió con su grandeza; la Iglesia, inseparable de su Cabeza visible, le reviste también con su gloria. Por la virtud de esta nueva cruz que se levanta, Roma se hace hoy la ciudad santa. Mientras Sión queda maldita por haber crucificado un día a su Salvador, Roma podrá rechazar al Hombre-Dios, derramar su sangre en sus mártires: ningún crimen de Roma prevalecerá sobre el gran hecho que ahora se realiza; la cruz de Pedro le ha traspasado todos los derechos de la de Jesús, dejando a los judíos la maldición; ahora Roma es la verdadera Jerusalén.
EL MARTIRIO DE SAN PABLO. — Siendo tal la significación de este día, no es de maravillar que el Señor la haya querido aumentar aun más, añadiendo el martirio del Apóstol Pablo al sacrificio de Simón Pedro. Pablo, más que nadie, había prometido con sus predicaciones la edificación del cuerpo de Cristo; si hoy la Iglesia ha llegado a este completo desenvolvimiento que la permite ofrecerse en su Cabeza como hostia de suavísimo olor, ¿quién mejor que él merecía completar la oblación?' Habiendo llegado la edad perfecta de la Esposa, ha acabado también su obra. Inseparable de Pedro en los trabajos por la fe y el amor, le acompaña del mismo modo en la muerte; los dos dejan a la tierra alegrarse en las bodas divinas selladas con su sangre, y suben juntos a la mansión eterna, donde se completa la unión.
VIDA DIVINA. — San Pedro después de Pentecostés organizó con los otros apóstoles la Iglesia de Jerusalén, luego las de Samaria y Judea, y recibió en la Iglesia al centurión Cornelio, el primer pagano convertido. Habiendo escapado milagrosamente de la muerte que le tenía preparada el Rey Herodes Agripa, dejó Jerusalén y se dirigió a Roma donde fundó, alrededor del año 42, la Iglesia que sería más tarde el centro de la Catolicidad. Desde Roma emprendió varias excursiones apostólicas. Hacia el año 50 se encuentra en Jerusalén para el concilio que decidió la admisión de los gentiles en la Iglesia, sin obligarlos a las observancias de la ley mosaica. Partió luego a Antioquía, al Ponto, Galacla, Capadocia, Bitinia, y a la provincia de Asia. Un incendio destruyó Roma hacia el año 64, y acusando Nerón a los cristianos de tal catástrofe, los hizo encarcelar en masa. Muchos cientos, quizá millares, fueron condenados a muerte con diversos tormentos: unos crucificados, otros quemados vivos, otros fueron entregados a las bestias en el anfiteatro, otros decapitados. San Pedro, encarcelado, según antigua tradición, en la cárcel Mamertina, fué crucificado con la cabeza abajo en los jardines de Nerón, sobre la colina del Vaticano, y allí mismo fué enterrado. No se conoce la fecha exacta de su martirio: se debe colocar entre el año 64 y el 67.
LA FIESTA DEL 29 DE JUNIO. — Después de las grandes solemnidades del año Litúrgico y de la fiesta de San Juan Bautista, no hay otra más antigua y universal en la Iglesia que la de los dos principes de los Apóstoles. Muy pronto Roma celebró su triunfo en la fecha misma del 29 de Junio, que los viera subir al cielo. Este uso prevaleció luego sobre el de algunos lugares, que habían puesto la fiesta de los Apóstoles en los últimos días de Diciembre. Fué ciertamente un hermoso pensamiento el hacer así de los padres del pueblo cristiano el cortejo del Emmanuel, a su venida al mundo. Pero, como ya hemos visto, las enseñanzas de este día tienen ellas solas, una importancia preponderante en la economía del dogma cristiano; son el complemento de toda la obra del Hijo de Dios; la cruz de Pedro da estabilidad a la Iglesia, y señala al espíritu de Dios el centro inmovible de sus operaciones. Roma estuvo inspirada cuando, reservando al discípulo amado el honor de velar por sus hermanos cerca del pesebre del Niño Jesús, guardaba el solemne recuerdo de los príncipes del apostolado en el día escogido por Dios para consumar sus trabajos y coronar juntamente con su vida el ciclo de los misterios.
EL RECUERDO DE LOS DOCE APÓSTOLES. — Pero no debemos olvidar en tan gran día a los otros operarios del padre de familia, que también regaron con sus sudores y su sangre todos los caminos del mundo, para acelerar el triunfo y reunir a los convidados al festín de las bodas'. Gracias a ellos se predicó entonces definitivamente la ley de gracia por todas las naciones, y la buena nueva resonó en todos los idiomas y en todos los confines de la tierra. Por eso, la fiesta de San Pedro, completada de un modo especial por el recuerdo de su compañero de martirio, Pablo, fué considerada desde muy antiguo como la del colegio entero de los Apóstoles. Se creyó antiguamente que no se podía separar de su glorioso jefe a aquellos a quienes el Señor habla unido tan estrechamente en la solidaridad de su obra común. Sin embargo de eso, con el tiempo se fueron consagrando sucesivamente fiestas a cada uno de ellos, y la del 29 de Junio quedó dedicada exclusivamente a los dos príncipes puyo martirio ilustró este día. Y muy pronto la Iglesia romana, creyendo que no podia celebrarlos convenientemente a los dos en un mismo día, dejó para el día siguiente el honrar más explícitamente al Doctor de las naciones.
MISA
Mientras el Pontífice se dirige al altar rodeado de los diversos Ordenes de la Iglesia, los cantores entonan el Introito, alternándolo con los versos del Salmo CXXXVIII. Este Salmo está elegido principalmente para honrar a los santos Apóstoles, por razón de las palabras del versículo diecisiete: "Por mí, tus amigos, oh Dios, son honrados hasta el exceso; su poder sobrepasa todo límite."
INTROITO
Ahora sé verdaderamente que el Señor envió a su Angel, y me libró de la mano de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los judíos. — Salmo: Señor, me probaste y me conociste: tú conociste mi caída y mi resurrección. V. Gloria al Padre.
La Colecta que termina cada una de las Horas del Oficio Divino, es la fórmula principal de oración que emplea la Iglesia todos los días. En ella se debe buscar su idea. La que sigue, nos indica que la Iglesia quiere celebrar hoy juntamente a los dos Apóstoles y no separarlos en su piedad agradecida.
COLECTA
Oh Dios, que consagraste el día de hoy con el martirio de tus Apóstoles Pedro y Pablo: da a tu Iglesia el seguir en todo el precepto de aquellos de quienes recibió el principio de la religión. Por nuestro Señor.
EPISTOLA
Lección de los Hechos de los Apóstoles. (XII, 1-lD.
En aquellos días comenzó el rey Herodes a perseguir a algunos de la Iglesia. Y mató con la espada a Santiago, el hermano de Juan. Y, viendo que agradaba a los judíos, se propuso prender también a Pedro. Y eran los días de los Acimos. Habiéndole, pues, prendido, le metió en la cárcel, entregándolo a cuatro piquetes de guardas para custodiarlo, queriendo entregárselo al pueblo después de Pascua. Así que Pedro era guardado en la cárcel. Y la Iglesia hacía sin descanso oración a Dios por él. Y, cuando Herodes había de entregarlo, en aquella misma noche estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas: y los guardias, delante de la puerta, guardaban la cárcel. Y he aquí que se apareció el Angel del Señor: y brilló la luz en la habitación: y, tocándole en el costado a Pedro, le despertó, diciendo: Levántate veloz. Y cayeron las cadenas de sus manos. Y díjole el Angel: Cíñete, y cálzate tus sandalias. Y así lo hizo. Y díjole: Ponte tu vestido, y sigúeme. Y, saliendo, le siguió: y no sabía que era verdad lo que hacía el Angel, antes creía ver una visión. Y, habiendo pasado la primera y la segunda guardia, llegaron a la puerta de hierro que conduce a la ciudad: la cual se les abrió al punto. Y, habiendo salido, atravesaron un barrio: y, acto continuo, se apartó el Angel de él. Y Pedro, vuelto en si. dijo: Ahora sé verdaderamente que el Señor envió a su Angel, y me libró de la mano de Herodes y de toda expectación del pueblo de los judíos.
PARTIDA A ROMA. — Es difícil recordar con la insistencia con que lo hace la Liturgia de este día, el relato de la cautividad de S. Pedro en Jerusalén. Varias Antífonas y todos los Capítulos del Oficio están sacados de él; el Introito lo cantaba poco ha; y la Epístola relata enteramente ese episodio, que tanto le interesa hoy a la Iglesia. Es fácil descubrir el secreto de esta preferencia. En esta fiesta, la muerte de Pedro confirma a la Iglesia en sus augustas prerrogativas de Soberana, de Madre y de Esposa; pero ¿cuál fué el principio de estas grandezas, sino el momento, solemne entre todos, en que el Vicario de Jesucristo, sacudiendo sobre Jerusalén el polvo de sus pies, volvió hacia Occidente su vista, y trasladó a Roma los derechos de la sinagoga repudiada? Ahora bien, este gran acontecimiento tuvo lugar a la salida de Pedro de la prisión de Herodes. Y saliendo de la ciudad, dicen los Hechos, se fué de allí, a otro lugar. Este otro lugar, según el testimonio de la historia y de la tradición, era la ciudad que había de llamarse la nueva Sión; era Roma, a donde llegaba Simón Pedro algunas semanas después. Por eso la gentilidad, haciendo suya la palabra del ángel, cantaba esta noche en uno de los responsos de Maitines: "Levántate, Pedro y ponte tus vestidos: ármate de fortaleza para salvar a las naciones, porque han caído de tus manos las cadenas."
EL SUEÑO DE PEDRO. — Pedro, la víspera del día en que tenía que morir, dormía tranquilamente, del mismo modo que, en otro tiempo, lo hacia Jesús en la barca a punto de sucumbir. La tempestad y toda clase de peligros no dejarán de amenazar siempre a los sucesores de Pedro. Pero no se verá nunca, en la nave de la Iglesia, el pavor que se apoderó de los compañeros del Señor, en la barca que agitaba el huracán. Faltaba entonces a los discípulos la fe, y su ausencia era la causa de sus miedos. Pero desde la venida del Espíritu Santo, esta fe preciosa, de donde dimanan todos los dones, no puede faltar a la Iglesia, Ella da a los jefes la tranquilidad del Maestro; mantiene en el corazón del pueblo fiel la oración ininterrumpida, cuya humilde confianza triunfa silenciosamente del mundo, de los elementos y de Dios mismo. Si sucede que, cuando la nave de Pedro bordea los abismos, parece que el piloto duerme, la Iglesia no imitará a los discípulos cuando estaban en la tormenta del lago de Genesaret. No se hará juez del tiempo y de los medios de la Providencia, ni se creerá con derecho a reprender al que debe vigilar por todos, acordándose que, para salvar sin alboroto las más peligrosas situaciones, posee un medio mejor y más seguro, y no ignorando que, si la intercesión no falta, el ángel del Señor vendrá cuando se necesite, a despertar a Pedro y romper sus cadenas.
PODER DE LA ORACIÓN.— ¡Oh! ¡Cuántas almas, sabiendo orar, son más poderosas, con su sencillez ignorada, que la política y los soldados de todos los Herodes del mundo! La comunidad reunida en la casa de María, madre de Marcos era muy poco numerosa; pero oraba día y noche; por dicha no se conocía allí el naturalismo fatal, que con engañoso pretexto de no tentar a Dios, rehusa pedirle lo imposible, cuando está en juego el interés de su Iglesia. Ciertamente, las precauciones de Herodes Agripa para no dejar escapar a su prisionero, honraban a su prudencia, y por cierto que la Iglesia pedía lo imposible pidiendo la libertad de Pedro, hasta el punto que los que rogaban entonces, siendo escuchados, no daban crédito a lo que veían. Pero su fortaleza fué precisamente esperar contra toda esperanza lo que ellos mismos miraban como locura y someter, en su oración, el juicio de la razón a las solas miras de la fe.
El Gradual canta el poder prometido a los compañeros e hijos del Esposo; también ellos vieron que numerosos hijos reemplazaban a los padres que dejaron para seguir a Jesús; el Verso del Alleluia celebra la piedra que sostiene a la Iglesia, en este día en que la ve afirmarse para siempre en su lugar predestinado.
GRADUAL
Los constituirás príncipes sobre toda la tierra: se acordarán de tu nombre, Señor. V. Por tus padres te han nacido hijos: por eso te alabarán los pueblos.
Aleluya, aleluya. V. Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Mateo. (XVI, 13-19).
En aquel tiempo fué Jesús a la región de Cesarea de Filipo, y preguntó a sus discípulos diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Y ellos dijeron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elias; y otros, que Jeremías o uno de los Profetas. Díjoles Jesús: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Y, respondiendo Jesús, díjole: Bienaventurado eres tú, Simón, hijo de Jonás: porque no te ha revelado esto la carne y la sangre, sino mi Padre, que está en los cielos. Y yo te digo a ti, que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y te daré a ti las llaves del reino de los cielos. Y todo cuanto atares sobre la tierra, será atado también en los cielos: y todo cuanto desatares sobre la tierra, será desatado también en los cielos.
CONFESIÓN DE SAN PEDRO. — La alegría hace recordar a Roma aquel momento dichoso en que, por primera vez, la humanidad dió al Esposo su título divino: ¡Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo! El amor y la fe hacen a Pedro en este momento la mayor y la más antigua lumbrera de los teólogos, como le llama San Dionisio en su libro de los "Nombres divinos." El primero, efectivamente, tanto con relación al tiempo como por la plenitud del dogma, solucionó el problema cuya insoluble resolución fué el esfuerzo supremo de la teología de los siglos proféticos.
DIGNIDAD DE SAN PEDRO. — ¿Eres, oh Pedro, más sabio que Salomón? Y lo que el Espíritu Santo declaró sobre toda ciencia, ¿será el secreto de un pobre pescador? Así es. Nadie conoce al Hijo sino el Padre pero el Padre mismo reveló a Simón el misterio de su Hijo, y la palabra que da testimonio de El, no puede admitir réplica. Porque no es una añadidura falsa a los dogmas divinos: oráculo de los cielos salido de los labios humanos, eleva a su dichoso intérprete por encima de la carne y de la sangre. Como Cristo, de quien le alcanza ser Vicario, esa palabra tendrá como única misión ser aquí abajo un eco flel del cielo, dando a los hombres lo que recibe; la palabra del Padre. Es todo el misterio de la Iglesia, de la tierra y de la del cielo, y contra ella nunca prevalecerá el infierno.
Continúan los ritos del Sacrificio. Mientras los ecos de la Basílica repiten las palabras del Credo que predicaron los Apóstoles y que se apoya en Pedro, la Iglesia se ha levantado para llevar sus ofrendas al altar. A la vista de este largo desfilar de pueblos y de sus reyes que se suceden durante los siglos, ofreciendo sus dones y rindiendo homenaje al pescador crucificado, el coro canta con nueva melodía el versículo del Salmo que, en el Gradual, ha ensalzado la supereminencia de este principado creado por Cristo en favor de los mensajeros de su amor.
OFERTORIO
Los constituirás príncipes sobre toda.la tierra: se acordarán de tu nombre, Señor, en toda progenie y generación.
Los frutos de la tierra no tienen, en sí mismos, nada que los haga aceptos al cielo. Por eso, la Iglesia en la Secreta, pide la intervención de la oración apostólica para hacer aceptable su ofrenda; esta oración de los Apóstoles es, hoy y siempre, nuestro refugio seguro y el remedio de nuestras miserias.
Esto mismo manifiesta el Prefacio que sigue. El Pastor eterno no puede abandonar a su rebaño, sino que continúa guardándole por medio de los santos Apóstoles, pastores también, y siempre guías, en lugar suyo, del pueblo cristiano.
SECRETA
Apoye, Señor, estas hostias, que te ofrecemos para ser consagradas a tu nombre, la oración apostólica, por la cual nos concedas ser purificados y protegidos. Por nuestro Señor.
PREFACIO
Es verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable, el suplicarte humildemente, Señor, que no dejes, Pastor eterno, a tu rebaño: sino que, por tus santos Apóstoles, lo guardes con continua protección: para que sea gobernado por los mismos rectores que elegiste para pastores suyos y vicarios de tu obra. Y, por eso, con los Angeles y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia del ejército celeste, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar: Santo, santo, santo...
La Iglesia experimenta, en el santo banquete, la estrecha relación del misterio de amor y de la gran unidad católica fundada sobre la piedra. Así canta de nuevo:
COMUNION
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
La Poscomunión vuelve a tratar sobre el poder de la oración apostólica, como salvaguardia de los cristianos a los que nutre el alimento celestial.
POSCOMUNION
A los que has saciado. Señor, con este celestial alimento, guárdalos, por la intercesión apostólica, de toda adversidad. Por nuestro Señor.
FUNDAMENTO DE LA IGLESIA.— ¡Oh Pedro, saludamos el glorioso sepulcro donde descansas! A nosotros, hijos de este Occidente, que quisiste elegir, a nosotros toca, antes que a todos, celebrar con amor y fe las glorias de este día. Sobre ti debemos edificar; porque queremos ser los habitantes de la ciudad santa. Seguiremos el consejo del Señor edificando sobre roca nuestras construcciones terrenas, para que resistan a la tempestad y puedan ser mansión eterna. ¡Cuán grande es para contigo, que te dignas sostenernos así, nuestro agradecimiento, sobre todo en este siglo insensato, que, pretendiendo construir de nuevo el edificio social, ha querido edificarlo sobre la arena inconsistente de las opiniones humanas, y no ha hecho sino multiplicar las miserias y las ruinas! ¿Acaso no es la piedra angular la que han desechado los arquitectos modernos? ¿Y no se revela su virtud en que, al desecharla, chocan contra ella y se estrellan?.
DEVOCIÓN A SAN PEDRO. — Ya que la eterna Sabiduría, oh Pedro, edifica su casa sobre ti, ¿en qué otra parte podremos hallarla? De Jesús, subido a los cielos, es de quien tienes palabras de vida eterna. En ti se continúa el misterio de Dios hecho hombre y que vive entre nosotros. Nuestra religión, nuestro amor al Emmanuel, son incompletos si no llegan hasta ti. Y, habiendo tú mismo vuelto a juntarte con el Hijo del hombre a la derecha del Padre, el culto que te tributamos por tus divinas prerrogativas, se extiende al Pontífice sucesor tuyo, en quien, por ellas, continúas viviendo; culto real, que se tributa a Cristo en su Vicario, y que, por tanto, no puede avenirse con la distinción, demasiado sútil, entre la Sede de Pedro y el que la ocupa. En el Pontífice romano, tú eres siempre el único pastor y sostén del mundo. Si el Señor dijo: "Nadie va al Padre, sino por Mí", sabemos que nadie llega al Señor, sino por ti. ¿Cómo los derechos del Hijo de Dios, Pastor y Obispo de nuestras almas pueden padecer menoscabo en estos homenajes de la tierra agradecida? No podemos celebrar tus grandezas, sin que al momento, dirigiendo nuestros pensamientos a Aquel de quien tú eres como el signo sensible, como un augusto sacramento, tú no nos digas, así como a nuestros padres, por la inscripción de tu antigua estatua: Contemplad al Dios Verbo, piedra divinamente tallada en oro, sobre la cual estando asentado, no soy conmovido.

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