Walfrido o Galfrido della Gherardesca (765 d. C.), nació en Pisa,
donde llegó a ser un próspero y estimado ciudadano. Se casó con una joven de la
que estaba profundamente enamorado y tuvo cinco hijos y, por lo menos, una
hija. Después de muchos años de matrimonio, Walfrido tenía dos amigos
—el uno era pariente suyo y se llamaba Gundualdo, el otro era un corso llamado
Fortis—, que vivían como él, en el mundo, pero se sentían también inclinados a
la vida religiosa. Juntos discutieron sobre el futuro y un sueño les llevó a
escoger Monteverde, entre Volterra y Piombino, para fundar un nuevo monasterio.
Determinaron seguir la regla benedictina de Monte Casino. Además de su
propia abadía de Palazzuolo, construyeron también, a veinticinco
kilómetros, un convento para mujeres, donde sus respectivas esposas y
Ratruda, la hija de Walfrido, tomaron el velo.
La nueva fundación atrajo muchos novicios. Al poco
tiempo, se contaban ya sesenta monjes, incluyendo a Gimfrido, el hijo
predilecto de Walfrido, y a Andrés, el único hijo de Gundualdo que, con el tiempo,
llegaría a ser el tercer abad del monasterio y escribiría la vida de San
Walfrido. Gimfrido era ya sacerdote, pero en un momento de tentación, huyó
del convento, llevando consigo hombres, caballos y documentos que pertenecían a
la comunidad. Walfrido, muy angustiado, envió algunos hombres a buscarle.
Al tercer día, orando con sus monjes por el arrepentimiento y el regreso de su
hijo, Walfrido pidió a Dios que enviase al joven una señal que durase toda su
vida y el mismo día, Gimfrido fue hecho prisionero y volvió arrepentido al
monasterio, pero con el dedo mayor mutilado al extremo que nunca más pudo
volver a servirse de él. Walfrido gobernó prudente y sabiamente la abadía
durante diez años. Gimfrido le sucedió en el gobierno y fue un magnífico superior,
a pesar de su antigua caída. El culto de San Walfrido fue confirmado en 1861.
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