Parece que el cristianismo se predicó por primera vez en China, en el siglo VII, bajo la forma de la herejía nestoriana. La primera misión católica del occidente quedó establecida en 1294 en Khanbalik (Pekín). El fundador fue un fraile franciscano de Monte Corvino. Las primeras misiones permanentes fueron las de jesuitas, establecidas durante los siglos XVI y XVII. En 1631 llegaron los dominicos y, dos años más tarde, los franciscanos. En 1680, se presentaron los frailes de San Agustín y, en 1683, los padres de las Misiones Extranjeras de París, que establecieron una fundación que ha sobrevivido a todas las persecuciones y dificultades.
En 1900 y 1909, fueron beatificados varios mártires de las misiones de China, de los cuales hubo dos que murieron por Cristo en el mes de febrero. La vida del Beato Francisco de Regís Clet fue de un heroísmo tan espléndido y la coronó un martirio tan cruel, a los setenta y dos años de edad, que es necesario dedicarle unas palabras.
El mártir nació en Grenoble en 1748, y a los veintiún años entró en la Congregación de la Misión (Lazaristas). Tras un corto período de profesorado de teología en Annecy, el Padre Clet fue maestro de novicios en Saint-Lazare de París, en 1788. En la turbulenta época de la Revolución, resultaba difícil enviar regularmente misioneros al Lejano Oriente. En 1791, se presentó la oportunidad de conseguir pasaje para dos misioneros a la China; como uno de ellos se encontrase en la imposibilidad de partir, el Padre Clet le sustituyó gustoso. Desembarcó en Macao, y de ahí consiguió introducirse en el Imperio, después de vencer muchas dificultades. Sería largo describir todos los obstáculos que el Padre Clet debió superar en cerca de treinta años que pasó en China. Aparte de la dificultad del idioma, que nunca pudo dominar del todo, pues había empezado a aprenderlo a los cuarenta años; el distrito que le tocó en suerte despertaba la suspicacia del emperador, por haberse mostrado desafecto a la corona, y aun rebelde. Los soldados hacían ahí frecuentes inspecciones. Durante largos períodos, la vida del misionero fue corno la que describe la Epístola a los Hebreos "anduvieron errantes, vestidos con pieles de corderos y de cabras, faltos de todo, angustiados y afligidos." Los pocos sacerdotes que había en la vasta provincia de Hu-Kuang murieron o cayeron en manos de los perseguidores. El Padre Clet vivió tres años absolutamente solo. Las comunicaciones eran muy difíciles y muchas de sus cartas a sus superiores en Europa se perdieron. La salud del misionero se quebrantó a causa del clima y las terribles penurias. Los escasos cristianos del lugar le querían mucho y él tuvo el consuelo de presenciar, repetidas veces, la extraordinaria constancia de sus hijos frente a los peores tormentos y brutalidades. En 1818, empezó un período de persecución más seria. Cierta mañana, se produjo en Pekín un fenómeno extraño e inexplicable que oscureció durante algunas horas el cielo luminoso y limpio. El emperador se alarmó y, aunque hasta entonces había sido tolerante con los cristianos, se dejó persuadir por algunos malos consejeros de que las divinidades locales estaban encolerizadas y había que suprimir las religiones extranjeras. Se publicó, pues, un decreto que afectaba a una enorme región. El Padre Clet logró al principio escapar de los perseguidores; pero al fin, por la maldad de un pagano que quería vengarse de un convertido, y por la traición de un cristiano que entregó al misionero por 1000 taels, cayó en manos de sus enemigos. Hubo de soportar la flagelación, el encierro en un calabozo solitario, el hambre, la sed y otras horribles formas de tortura, particularmente crueles tratándose de un hombre de su edad. La firmeza de sus respuestas provocaba la cólera de los jueces, que a menudo ordenaron a los soldados que le abofetearan, hasta que finalmente le condenaron a ser estrangulado. Este suplicio no se practicaba ahí en la forma ordinaria, sino que se aflojaba la cuerda, cuando la víctima perdía el conocimiento, hasta que lo recobraba de nuevo. Así se hizo dos veces con el Padre Clet, que exhaló el último suspiro cuando los verdugos apretaron la cuerda por tercera vez. El sitio de su martirio fue Wu-Chang-Fu, frente a Hankow, la capital de Hupeh. Era el 17 de febrero de 1820.
Debe hacerse notar que los mandarines locales trataron sin
brutalidades y aun con cierta consideración al venerable obispo, que tenía
entonces sesenta y cuatro años. Le devolvieron sus libros y le permitieron
hablar libremente en su defensa, lo que el obispo aprovechó para hacer una
vibrante apología del cristianismo que conmovió a todos los presentes. Le
sometieron a pocos interrogatorios en un clima de serenidad, y los jueces
escucharon cortésmente las respuestas del obispo. Sin duda, que el carácter y
las obras del beato les predispusieron en su favor. El 14 de septiembre
compareció ante el gobernador, quien le condeno a morir decapitado. Según la
ley, el emperador tenía que confirmar la sentencia, pero el gobernador hizo
caso omiso de la ordenanza y mandó que se procediera inmediatamente a la
ejecución para escarmiento de los cristianos. Sin embargo, la conducta y las
palabras del Beato Luis Gabriel produjeron entre éstos un efecto contrario al
deseado: cuando el obispo les bendijo por última vez, todos los prisioneros
cristianos afirmaron su resolución de morir por Jesucristo, como lo hicieron en
efecto muchos de ellos. Ejecutada la sentencia, la cabeza del mártir fue
clavada en una pica y expuesta al escarnio público, junto con su cuerpo, como
un aviso a los cristianos; pero estos montaron valientemente una
guardia constante junto a los restos del mártir durante ocho días, y les
dieron sepultura, en cuanto el gobernador lo permitió.
Excepto para los expertos, el mapa de China es muy complicado y resulta difícil para el lector ordinario localizar exactamente la ciudad de Chang Sha, en la provincia de Hurán, donde una autoridad sitúa el martirio del Beato Juan Lantrua. Hay otros autores que sitúan el martirio en Tchang Cha, capital de Hou Nan, y el suplemento franciscano del Martirologio, afirma que murió ahorcado en Chang-sai. En todo caso, parece que el verdadero nombre del sitio del martirio es Chang-Sha, ciudad de unos 500,000 habitantes, en el centro de China, al sur del gran lago de Tungting (Hunán, el nombre de la provincia cuya capital es Chang-Sha, significa "al sur del lago"). Ahí murió el Padre Lantrua, tras un martirio relativamente misericordioso en comparación con otros, después de una vida de trabajos y sufrimientos.
Juan Lantrua había nacido en 1760, en Triora de Liguria; a
los diecisiete años entró en la orden de San Francisco; en 1784 enseñó la
teología en Corneto; al año siguiente fue nombrado guardián en la ciudad de Velletri.
Después de algunos años de intenso trabajo, obtuvo de sus superiores el permiso
de consagrar el resto de su vida a las misiones extranjeras. En 1798, partió de
Italia y estuvo un año en Lisboa esperando pasaje para Macao. De ahí pasó al
interior de China, haciendo frente a grandes peligros y dificultades, ya que la
persecución estaba en todo su furor. El misionero reconfortó a los cristianos
de fe vacilante y cosechó muchas conversiones. En las provincias de Hupeh y
Hunán tuvo que trabajar casi solo. Al fin, fue denunciado a las autoridades que
le aprehendieron, quemaron su capilla y confiscaron todos sus efectos. El
misionero respondió a las preguntas de los jueces con la audacia y resolución
de los antiguos mártires. Las autoridades le remitieron a una corte de más
alta jurisdicción, obligándole a hacer un largo y penoso viaje, durante el
cual, el beato obtuvo que sus compañeros de prisión fuesen transportados en
litera. Transferido a la prisión de Chang-sah, pasó ahí seis meses en las
condiciones más intolerables que puedan imaginarse, con cadenas en el cuello,
en las manos y en los pies. Los verdugos le arrastraron por la fuerza sobre un
crucifijo para que los cristianos creyesen que lo había profanado, pero el
beato protestó a gritos, clamando que su acción no había sido voluntaria. Los
jueces no tuvieron más remedio que condenarle a muerte. Antes de la ejecución,
el beato oró fervorosamente en público, dio todo el dinero que tenía a los
verdugos para que no le desnudasen y murió estrangulado. Su cuerpo fue expuesto
en forma infamante. El martirio tuvo lugar el 7 de febrero de 1816.
Entre los últimos mártires figura el Beato Augusto Chapdelaine, ejecutado el 27 de febrero de 1856. Nació en 1814, cerca de Coutances (Francia). Sus padres, que tuvieron nueve hijos, trabajaban en familia una pequeña granja de su propiedad. Augusto se distinguió, desde joven, por su piedad y generosidad. En las labores del campo trabajaba por cuatro ("il faisait de la bésogne pour quatre"). La muerte arrebató a dos de sus hermanos. Esto restó brazos en el trabajo y al fin, la familia se vio obligada a parcelar la propiedad. Así pudo Augusto satisfacer su deseo de abrazar el sacerdocio. En 1844, fue nombrado párroco y su celo obró maravillas entre sus feligreses. En 1851, se sintió llamado a las misiones extranjeras y, tras un corto período de preparación en la casa de las Misiones Extranjeras de París, partió rumbo a China. Después de mil peligrosas aventuras, llegó al sitio al que sus superiores le habían enviado. En diciembre de 1854, fue denunciado al mandarín de la región por el celoso pariente de un convertido. Fue arrestado y pasó en la prisión algunos días de ansiedad, pero el mandarín se mostró bondadoso y no le hizo daño alguno. El Padre Chapdelaine volvió con mayor ímpetu al trabajo apostólico y logró muchas conversiones, a pesar de su imperfecto conocimiento de la lengua.
Pero algún tiempo después, un nuevo mandarín sustituyó al
primero. El Padre Chapdelaine fue denunciado por segunda vez y hecho
prisionero, con algunos de sus cristianos. Sus valientes respuestas
provocaron la cólera de los jueces, quienes le condenaron a ser apaleado.
El mártir quedó medio sordo a resultas del castigo, pero no dejó escapar ni una
queja, ni una protesta y, uno o dos días después, se restableció
milagrosamente. Creyendo el mandarín que su curación se debía a la magia, mandó
que bañaran al beato con la sangre de un perro para anular el conjuro. La
segunda vez que el Padre Chapdelaine compareció ante los jueces, fue condenado
a recibir trescientos golpes en el rostro con una especie de pesada suela de
cuero; en el suplicio perdió varios dientes y sufrió la fractura de la
mandíbula. Al fin, los jueces le dieron a entender que le dejarían libre por
1,000 taels o aun por 300, pero los cristianos no pudieron reunir esa
suma. Así pues, los jueces le condenaron a morir lentamente en una jaula. Los
verdugos decapitaron al mártir después de la muerte, y se cuenta que de su
cuello brotaron tres chorros de sangre, cosa que convenció a todos los
presentes de que algo extraordinario había en él.
Entre los otros mártires, beatificados en 1900 y en 1909, se
cuentan los laicos Pedro Lieu, que fue estrangulado por haber ido a alentar a
sus hijos a la prisión (1834), Pablo Lieu (1818) y Juan Bautista Lo (1861), el
catequista Jerónimo Lu (1858) y el seminarista José Shang (1861). Juan Pedro
Néel sacerdote francés, fue decapitado en 1862 junto con Martín, su catequista
chino Inés Sao Kuy murió martirizada en Kwangshi (1856) y la maestra de
escuela, Ágata Lin, fue decapitada en Maokén en 1858.
Otros
mártires de la China fueron los beatos Francisco de Capillas (ver 15 de
febrero), Pedro Sanz y sus compañeros (ver 26 de mayo), Gregorio Grassi y sus
compañeros (ver 9 de julio) y Juan Perboyre (ver 11 de septiembre).
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