Se ha llamado a san Cirilo el Doctor de la Encarnación, como a San
Agustín se le dio el título de Doctor de la Divina Gracia. En la misa siria y
maronita se le conmemora como «Torre de la verdad e intérprete del Verbo de
Dios hecho carne». Toda su vida se apegó a la regla de nunca fomentar doctrina
alguna que no hubiera aprendido de los antiguos Padres, pero sus libros contra
Juliano el Apóstata demuestran que también había leído a los escritores
profanos. Él mismo decía a menudo que descuidaba la elocuencia humana, y
ciertamente es de lamentar que no haya cultivado un estilo más claro y que
hubiera escrito en un griego más puro. A la muerte de su tío Teófilo en 412,
fue elevado a la sede de Alejandría. Comenzó a ejercer su autoridad haciendo
que se cerrasen las iglesias de los novacianos y se apoderó de sus vasos
sagrados, una acción condenada por el historiador eclesiástico Sócrates; no
sabemos las razones que tuvo para obrar de esta manera. Luego echó fuera a los
judíos, que eran numerosos y que habían gozado de privilegios en la ciudad
desde tiempos de Alejandro el Grande. Tomó esta medida por la actitud sediciosa
y por varios actos de violencia cometidos por ellos; aunque tuvo la aprobación
del emperador Teodosio, esto exasperó a Orestes el gobernador. Esta desdichada
desavenencia con Orestes acarreó graves dificultades.
Había una mujer pagana, Hypatia, de carácter noble, que en aquel tiempo
era la profesora de filosofía más influyente en Alejandría. Su fama era tan
grande, que acudían a ella discípulos de todas partes. Entre sus discípulos se
contaba al gran obispo Synesio, que le presentaba sus obras para que ella las
criticara. Era muy respetada por el gobernador, quien consultaba con ella
asuntos aún de la administración civil. En ninguna parte había un populacho tan
indómito, más inclinado a desórdenes y actos de violencia que en Alejandría.
Habiendo entrado en ellos la sospecha de que Hypatia había provocado al
gobernador contra su obispo, la plebe la atacó en las calles (año 424),
sacándola de su carroza, y despedazando su cuerpo, con pena inmensa y escándalo
de todos los buenos, particularmente de Cirilo. Sólo otro hecho sabemos
referente a este primer período de su episcopado. Habían anidado ciertos
prejuicios contra San Juan Crisóstomo, cuando estuvo con Teófilo en el Sínodo
de la Encina; Cirilo tenía algo de la obstinación de su tío, y no era fácil
inducirlo a incluir el nombre del Crisóstomo en los dípticos de la Iglesia de
Alejandría.
En el año 428, Nestorio, un sacerdote monje de
Antioquía, fue elegido arzobispo de Constantinopla. Este enseñaba, al igual que
algunos de su clero, que había dos personas distintas en Cristo, la de Dios y
la de hombre, unidas solamente por una unión moral, por lo que según ellos,
Dios-cabeza (Dios parte superior o principal) moraba en la humanidad meramente
como en su templo. Consiguientemente, negaba la Encarnación de Dios hecho
hombre. También decía que no se debía llamar a la Santísima Virgen Madre de
Dios, sino sólo del hombre Cristo, cuya humanidad era únicamente el templo de
la divinidad y no una naturaleza hipostáticamente unida a la Persona divina.
Sus homilías resultaron muy ofensivas y levantaron protestas de todos lados
contra los errores que contenían. San Cirilo le envió una suave amonestación,
pero Nestorio le respondió con altivez y desprecio. Ambas partes apelaron al
papa San Celestino I, quien después de
examinar la doctrina en un concilio de Roma, la condenó y pronunció sentencia
de excomunión y destitución contra Nestorio, a menos que en los siguientes diez
días, a partir de la fecha en que recibiera aviso de la sentencia, se retractara
de sus errores. San Cirilo, quien fue nombrado para ver que la sentencia se
cumpliera, le envió a Nestorio, con su tercera y última citación, doce
proposiciones con anatemas que debía firmar como prueba de su ortodoxia.
Nestorio, sin embargo, se mostró más obstinado que nunca. Aunque es discutible
si Nestorio sostenía todas las opiniones que se le atribuyen, él fue sin
ninguna duda quien originó la herejía que lleva su nombre.
Esto dio ocasión a que se convocara el tercer concilio general, que se
celebró en Éfeso en 431, al que asistieron doscientos obispos con san Cirilo a
la cabeza, como obispo de mayor edad y representante del papa Celestino.
Nestorio estaba en la ciudad, pero se negó a comparecer; entonces, después de
haber leído sus sermones y otras pruebas recibidas en su contra, sus doctrinas
fueron condenadas y se pronunció la sentencia de excomunión y destitución. Seis
días después, llegaron a Éfeso el arzobispo Juan de Antioquía, con cuarenta y
un obispos que no habían podido llegar a Éfeso a tiempo. Estaban a favor de
Nestorio, aunque no compartían sus errores, de los cuales ciertamente lo
consideraban inocente. En lugar de asociarse al concilio, se reunieron aparte y
tuvieron la presunción de destituir a san Cirilo, acusándolo a su vez de herejía.
Ambos partidos apelaron al emperador, quien ordenó arrestaran a Cirilo y a
Nestorio y los pusieran en prisión. Cuando llegaron los tres legados del papa
Celestino, el asunto tomó otro aspecto. Después de cuidadosa consideración de
lo que se había hecho, los legados confirmaron la condenación de Nestorio,
aprobaron la conducta de Cirilo, y declararon nula e inválida la sentencia que
se había pronunciado contra él. Así, fue rehabilitado honrosamente y, aunque
los obispos de la provincia de Antioquía continuaron su cisma por un tiempo,
hicieron las paces con San Cirilo en 433, condenaron entonces a Nestorio y
dieron una declaración clara y ortodoxa de su propia fe. Nestorio se retiró a
su antiguo monasterio de Antioquía, pero después fue desterrado al desierto
egipcio.
San Cirilo, que así triunfó de la herejía por su intrepidez y valor,
pasó el resto de su vida sosteniendo la fe de la Iglesia y trabajando en las
labores de su sede, hasta su muerte en 444. Los alejandrinos le dieron el
título de Maestro del Mundo, mientras que el papa Celestino lo llamaba «el
generoso defensor de la fe católica» y «varón apostólico». Fue hombre de
carácter fuerte e impulsivo, valiente, pero algunas veces demasiado vehemente y
aun violento. El abad Chapman ha comentado que con más paciencia y diplomacia
de su parte se hubiera evitado que surgiera la iglesia nestoriana, que por
largo tiempo fue una potencia en el Oriente. Pero tenemos que agradecerle la
firme e inflexible posición que tomó con respecto al dogma de la Encarnación, actitud
que llevó a las declaraciones claras del gran concilio que presidió. Aunque
desde su tiempo el nestorianismo y el pelagianismo han tratado de levantar la
cabeza tomando diferentes nombres en varias regiones del mundo, nunca más han
llegado a ser una verdadera amenaza para la Iglesia Católica. Debemos agradecer
a Cirilo que en nuestras generaciones no tengamos duda alguna sobre lo que
debemos creer con respecto al misterio sobre el cual fundamos nuestra fe como
cristianos. Fue declarado Doctor de la Iglesia Universal en 1882, y en el
decimoquinto centenario de su muerte, en 1944, el Papa Pío XII escribió una
encíclica, «Orientalis Ecclesiæ», sobre «esta lumbrera de la sabiduría
cristiana y héroe valiente del apostolado».
La gran devoción que este santo tuvo al Santísimo
Sacramento, se pone de manifiesto por la frecuencia con lo que subraya los
efectos que produce en aquellos que lo reciben dignamente. Afirma con énfasis
que por la Sagrada Comunión formamos un mismo cuerpo con Cristo y seguramente
debe ser difícil para los que tienen la misma fe definida en los seis primeros
concilios generales, cerrar los ojos ante la evidente convicción con que San
Cirilo afirmaba su doctrina eucarística, antes del año 431. En una carta a Nestorio,
que recibió el beneplácito general y oficial de los Padres de Éfeso, escribían
«Proclamando la muerte según la carne del Hijo unigénito de Dios, engendrado, o
sea, Jesucristo, y confesando su Resurrección de entre los muertos y su
Ascensión al Cielo, celebramos el sacrificio incruento en nuestras iglesias; y
así nos acercamos a las condiciones místicas, y nos santificamos por la
participación de la Carne sagrada y Sangre preciosa de Cristo el Salvador de
todos nosotros. Y lo recibimos, no como carne ordinaria (que Dios no lo
permita), ni como carne de un hombre santificado y asociado con el Verbo, de
acuerdo con la unidad del rito, o teniendo un morador divino, sino realmente
como la verdadera carne del Verbo mismo» (Migne, PG, LXXVII, 113). Y a Calosyrius,
obispo de Arsinoe le escribió: «He oído decir que
la consagración sacramental no aprovecha para la santificación, si una porción
de la misma se guarda para otro día. Al decir esto yerran. Porque Cristo no se
altera, ni su Cuerpo sagrado se cambia; sino que la virtud de la consagración y
la gracia que da vida todavía permanecen en ella» (Migne, PG, LXXVI,
1073).
Nuestro conocimiento de san Cirilo se deriva principalmente de sus
propios escritos y de los escritores eclesiásticos Sócrates, Sozomeno y
Teodoreto. El aspecto de su vida y obra presentada por Butler es el aspecto
tradicional, y no se hacen en este artículo referencias a las discusiones que,
debido principalmente al descubrimiento en 1895 de la obra de Nestorio conocida
como «Bazar de Heráclides de Damasco», se han entablado desde entonces sobre el
heresiarca y sus enseñanzas; según algunos autores, esa obra permitiría afirmar
que, si bien las condenas de Cirilo a las doctrinas tal cual él las entendía
son correctas, no necesariamente coinciden con lo que realmente Nestorio decía,
dejando así a salvo su voluntad de constituir una herejía.
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