martes, 30 de noviembre de 2021

30 de noviembre SAN ANDRÉS, APÓSTOL, PATRONO DE RUSIA Y DE ESCOCIA


Juan de Valdés Leal, S. Andrés. 1647
Iglesia de S. Francisco, Córdoba, España


(Siglo I) San Andrés nació en Betsaida, población de Galilea situada a orillas del lago de Genezaret. Era hijo del pescador Jonás y hermano de Simón Pedro. La Sagrada Escritura no especifica si era mayor o menor que éste. La familia tenía una casa en Cafarnaúm y en ella se alojaba Jesús cuando predicaba en esa ciudad. Cuando San Juan Bautista empezó a predicar la penitencia, Andrés se hizo discípulo suyo. Precisamente estaba con su maestro, cuando Juan Bautista, después de haber bautizado a Jesús, le vio pasar y exclamó: "¡He ahí al cordero de Dios!" Andrés recibió luz del cielo para comprender esas palabras misteriosas. Inmediatamente, él y otro discípulo del Bautista siguieron a Jesús, el cual los percibió con los ojos del espíritu antes de verlos con los del cuerpo. Volviéndose, pues, hacia ellos, les dijo: "¿Qué buscáis?" Ellos respondieron que querían saber dónde vivía y Jesús les pidió que le acompañasen a su morada. Andrés y sus compañeros pasaron con Jesús las dos horas que quedaban del día. Andrés comprendió claramente que Jesús era el Mesías y, desde aquel instante, resolvió seguirle. Así pues, fue el primer discípulo de Jesús. Por ello los griegos le llaman "Proclete" (el primer llamado). Andrés llevó más tarde a su hermano a conocer a Jesús, quien le tomó al punto por discípulo y le dio el nombre de Pedro. Desde entonces, Andrés y Pedro fueron discípulos de Jesús. Al principio no le seguían constantemente, como habían de hacerlo más tarde, pero iban a escucharle siempre que podían y luego regresaban al lado de su familia a ocuparse de sus negocios. Cuando el Salvador volvió a Galilea, encontró a Pedro y Andrés pescando en el lago y los llamó definitivamente al ministerio apostólico, anunciándoles que haría de ellos pescadores de hombres. Abandonaron inmediatamente sus redes para seguirle y ya no volvieron a separarse de Él. Al año siguiente, nuestro Señor eligió a los doce Apóstoles; el nombre de Andrés figura entre los cuatro primeros en las listas del Evangelio. También se le menciona a propósito de la multiplicación de los panes (Juan, VI, 8-9) y de los gentiles que querían ver a Jesús (Juan, XII, 20-22).

Aparte de unas cuantas palabras de Eusebio, quien dice que San Andrés predicó en Scitia, y de que ciertas actas apócrifas que llevan el nombre del apóstol fueron empleadas por los herejes, todo lo que sabemos sobre e! santo procede de escritos apócrifos. Sin embargo, hay una curiosa mención de San Andrés en el documento conocido con el nombre de "Fragmento de Muratori", que data de principios del siglo III: "El cuarto Evangelio (fue escrito) por Juan, uno de los discípulos. Cuando los otros discípulos y obispos le urgieron (a que escribiese), les dijo: "Ayunad conmigo a partir de hoy durante tres días, y después hablaremos unos con otros sobre la revelación que hayamos tenido, ya sea en pro o en contra. Esa misma noche, fue revelado a Andrés, uno de los Apóstoles, que Juan debía escribir y que todos debían revisar lo que escribiese". Teodoreto cuenta que Andrés estuvo en Grecia; San Gregorio Nacianceno especifica que estuvo en Epiro, y San Jerónimo añade que estuvo también en Acaya. San Filastrio dice que del Ponto pasó a Grecia, y que en su época (siglo IV) los habitantes de Sínope afirmaban que poseían un retrato auténtico del santo y que conservaban el ambón desde el cual había predicado en dicha ciudad. Aunque todos estos autores concuerdan en la afirmación de que San Andrés predicó en Grecia, la cosa no es absolutamente cierta. En la Edad Media era creencia general que San Andrés había estado en Bizancio, donde dejó como obispo a su discípulo Staquis (Romanos XVI, 9). El origen de esa conjetura es un documento falso, escrito en una época en que convenía a Constantinopla atribuirse un origen apostólico para no ser menos que Roma, Alejandría y Antioquía. (El primer obispo de Bizancio del que consta por la historia, fue San Metrófanes, en el siglo IV). El género de muerte de San Andrés y el sitio en que murió son también inciertos. La “pasión” apócrifa dice que fue crucificado en Patras de Acaya. Como no fue clavado a la cruz, sino simplemente atado, pudo predicar al pueblo durante dos días antes de morir. Según parece, la tradición de que murió en una cruz en forma de "X" no circuló antes del siglo IV. En tiempos del emperador Constancio II (361), las presuntas reliquias de San Andrés fueron trasladadas de Patras a la iglesia de los Apóstoles, en Constantinopla. Los cruzados tomaron Constantinopla en 1204, y poco después las reliquias fueron robadas y trasladadas a la catedral de Amalfi, en Italia.

San Andrés es el patrono de Rusia y de Escocia. Según una tradición, el santo fue a misionar hasta Kiev. Nadie afirma que haya ido también a Escocia, pero según cierta tradición, un tal San Régulo, que era originario de Patras y se encargó de trasladar las reliquias del apóstol en el siglo IV, recibió en sueños aviso de un ángel de que debía trasportar una parte de las mismas al sitio que se le indicaría más tarde. De acuerdo con las instrucciones, Régulo se dirigió hacia el noroeste, "hacia el extremo de la tierra". El ángel le mandó detenerse donde se encuentra actualmente Saint Andrews, Régulo construyó ahí una iglesia para las reliquias, fue elegido primer obispo del lugar y evangelizó al pueblo durante treinta años. Probablemente, esta tradición data del siglo VIII. El 9 de mayo se celebra en la diócesis de Saint Andrews la fiesta de la traslación de las reliquias.

El nombre de San Andrés figura en el canon de la misa, junto con los de otros Apóstoles. También figura, con los nombres de la Virgen Santísima y de San Pedro y San Pablo, en la intercalación que sigue al Padrenuestro. Esta mención suele atribuirse a la devoción que el Papa San Gregorio Magno profesaba al santo, aunque tal vez data de fecha anterior.

lunes, 29 de noviembre de 2021

29 de noviembre SAN SATURNINO, MÁRTIR



(309 p.C.) La Iglesia de occidente conmemora el día de hoy a este mártir, pero todo lo que sabemos sobre él se reduce a lo que cuentan las actas del Papa San Marcelo I. El Martirologio Romano dice: "En Roma, en la Vía Salaria, el nacimiento para el cielo del anciano Saturnino y del diácono Sisinio, que fueron martirizados en tiempos del emperador Maximiano. Después de debilitarlos con una larga prisión, el prefecto de la ciudad mandó que se los torturase en el potro, se los golpease con varas y látigos y se los quemase con brasas. Finalmente fueron decapitados." El Papa San Dámaso escribió, en un epitafio, que San Saturnino era un sacerdote cartaginés que había ido a Roma. Ciertamente fue sepultado en el cementerio de Traso, en la nueva Vía Salaria.

domingo, 28 de noviembre de 2021

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO



MISA DEL PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

Doble de 1ª clase - Ornamentos morados

   ¡Cosa extraña! En este primer día y domingo del Año eclesiástico y primera evocación, podría decirse de la Creación, la Iglesia nos pone en contacto con el último día del mundo y de las cosas. Antes de llevarnos al pesebre de Belén, nos lleva al tribunal del Juicio final, para encarecernos de antemano, con el pensamiento de la cuenta, la correspondencia de la gracia soberana de la Redención, que ese Niño Divino, cuya silueta se dibuja ya en lontananza, viene a realizar. Es una fuerte sacudida que la Iglesia da a nuestra conciencia de cristianos, para despertarnos, o del letargo del pecado, si desgraciadamente estuviésemos sumidos en él, o de la modorra de la indiferencia y de la tibieza espiritual. Es decirnos: Si no estás limpio para presentarte ante el Divino Juez, tampoco lo estás para salir al encuentro de tu Salvador, que es tu mismo y único Dios y Señor; "despójate, por tanto, de las obras de las tinieblas y revístete de las armas de la Luz".

   IntroitoS. 24, 4
   INTROITUS - Ad te levavi animam meam: Deus meus, in te confido, non erubescam: neque irrideant me inimici mei: etenim universi, qui te exspectant, non confundentur. -Ps. 24, 4. Vias tuas, Domine, demonstra mihi: et semitas tuas edoce me. Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto. Sicut erat in principio, et nunc, et semper, et in saecula saeculorum. Amen. - Ad te levavi ...   A Ti, Señor, levanté mi alma: Dios mío, en Ti confío; no sea yo avergonzado; ni se se burlen de mí mis enemigos: porque todos los que en Ti esperan, no quedarán confundidos. - Salmo. Muéstrame, Señor tus caminos, y enséñame tus sendas. Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, y ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amen. - A Ti, Señor levanté ...
   Se repite: AD TE LEVAVI, hasta el Salmo, y así se procede en todos los Introitos. 
  Durante el Tiempo de Adviento, salvo en las fiestas, no se dice el 
GLORIA IN EXCELSIS (1).
  Oración-Colecta
   ORATIO - Excita, quaesumus, Domine, potentiam tuam, et veni: ut ab imminentibus peccatorum nostrorum periculis, te mereamur protegente eripi, te liberante salvari: Qui vivis  et regnas cum Deo Patre in unitate Spiritus Sancti, Deus: per omnia saecula saeculorum.     R. Amen    Demuestra Señor, tu poder y ven; para que con tu protección merezcamos ser libres de los peligros que nos amenazan por nuestros pecados, y ser salvos con tu gracia. Tú que vives y reinas con Dios Padre, en unidad del Espíritu Santo Dios, por todos los siglos de los siglos.   R. Amen.  
Epístola
   La inminencia de la venida del Salvador debe  despertarnos de la indiferencia y mucho más del letargo del pecado, y obligarnos a portarnos como hijos de la luz, y no de las tinieblas. Tal es la doctrina de San Pablo en la siguiente lectura.   
    Lectio Epistolae beati Pauli apostoli ad Romanos 13, 11-14. - Fratres: Scientes, quia hora est jam nos somno surgere. Nunc enim propior est nostra salus, quam cum credidimus. Nox praecessit, dies autem appropimquavit. Abjiciamus ergo opera tenebrarum, et induamur arma lucis. Sicut in die honeste ambulemus: non in comessationibus, et ebrietatibus, non in cubilibus, et impudicitiis, non in contentione, et aemulatione: sed induimini Dominum Jesum Christum.      Lección de la Epístola del Apóstol S. Pablo a los Romanos: Hermanos: Sabed que es ya hora de despertar. Porque ahora está más cerca nuestra salud que cuando empezamos a creer. La noche pasó y llega el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos de las armas de la luz. Caminemos como de día honestamente: no en glotonerías y embriagueces, no en sensualidades y disoluciones, no en pendencias y en envidias: antes bien, revestíos de nuestro Señor Jesucristo(2).
Salmodia
   GRADUALEPs. 24, 3 et 4. - Universi, qui te exspectant, non confundentur, Domine. Vias tuas, Domine, notas fac mihi: et semitas tuas edoce me.   ALLELUIA, alleluia. Ps. 84, 8. Ostende nobis, Domine, misericordiam tuam: et salutare tuum da nobis. alleluia.     Gradual. - Todos los que en ti esperan no quedarán confundidos, oh Señor. Muéstrame Señor tus caminos, y enséñame tus sendas.     Aleluya, aleluya. Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu Salvador. Aleluya.
      En las feria de Adviento, es decir, cuando en un día de semana se dice la misa del Domingo, se omite el Aleluya y el versillo.
Evangelio(3)
   Señales que precederán a la venida de Jesucristo, como Juez, al fin del mundo. La majestad y gloria con que entonces aparecerá, contrasta con la humildad e impotencia con que se presenta ahora en el portal de Belán.
   USequentia sancti Evangelii secundum Lucam 21,25-33. - In illo tempore: Dixit Jesus discipulis suis: Erunt signa in sole et luna, est stellis, et in terris pressura gentium prae confusione sonitus maris et fluctuum: arescentibus hominibus prae timore et exspectatione quae supervenient universo orbi: nam virtutes caelorum movebuntur. Et tunc videbunt Filium hominis venientem in nube cum potestate magna et majestate. His autem fieri incipientibus, respcite, et levate capita vestra: quoniam appropinquat redemptio vestra. Et dixit illis similitudinem: Videte ficulneam et omnes arbores: cum producunt jam ex se fructum, scitis quoniam prope es aestas. Ita et vos, cum videritis haec fieri, scitote quoniam prope est regnum Dei. Amen dico vobis, quia non praeteribit generatio haec, donec omnia fiant. Caelum et terra transibunt: verba autem mea non transibut.Credo       U Continuación del santo Evangelio según S. Lucas. - En aquel tiempo: Dijo Jesús a sus discípulos: Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra consternación de las gentes, por la confusión que causará el ruido del mar y de sus olas; quedando los hombres yertos por el temor y recelo de las cosas que sobrevendrán a todo el universo, porque las virtudes de los cielos se bambolearán(4). Y entonces verán al Hijo del hombre venir sobre una nube con gran majestad.Cuando comenzaren, pues, a cumplirse estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención(5). Y les dijo este símil: Ved la higuera y todos los árboles: cuando producen ya de sí el fruto, sabéis que está cerca el verano; así también, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. En verdad os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto se cumpla(6). El cielo y la tierra pasarán; pero mis palabras no pasarán.  Credo.
   OFFERTORIUM. - Ad te levavi animam meam: Deus meus, in te confido, non erubescam: neque irrideant me inimici mei: etenim universi, qui te exspectant, non confundentur.     Ofertorio. - A Ti levanté mi alma: Dios mío, en Ti confío: no sea yo avergonzado; ni se burlen de mí mis enemigos: porque todos los que en Ti esperan, no quedarán confundidos. 
Oración-Secreta
    Haec sacra nos, Domine, potenti virtute mundatos, ad suum faciant puriores venire principium. Per Dominum nostrum.          Purifícanos, Sañor, con la poderosa virtud de estas cosas sagradas; y haz que nos hagan llegar aún más puros, a Jesús, que es su principio. Por nuestro Señor   
   Prefacio de la Sma. Trinidad
(Durante la semana, Prefacio común)


  Vere dignum et justum ets aequum et salutare, nos tibi semper, et ubique gratias agere: Domine sancte, Pater omnipotens, aeterne Deus. Qui cumm unigenito  Filio tuo, et Spiritu Sancto, unus es Deus, unus es Dominus: non in unius singularitate personae, sed in unius Trinitate substantiae. Quod enim de tua gloria, revelante te, credimus, hoc de Filio tuo, hoc de Spiritu Sancto, sine differentia discretionis sentimus. Ut in confessione verae, sempiternaeque Deitatis, et in personis Proprietas, et in essentia unitas, et in majestate adoretur aequalitas. Quam laudat Angeli atque Arcangeli, Cherubim quoque ac Sraphim: qui non cessant clamare quotidie, una voce dicentes:   Sanctus, Sanctus, Sanctus...  Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, que te demos gracias en todo tiempo y lugar oh Señor Santo, Padre todopoderoso y eterno Dios! Quien, con tu Hijo unigénito y el Espíritu Santo, eres un solo Dios, eres un solo Señor: no en la unidad de una sola persona, sino en la Trinidad de una sola sustancia. Porque cuanto creemos, por habérnoslo Tu revelado, acerca de tu gloria, creémoslo igualmente de tu Hijo, y del Espíritu Santo, sin haber diferencia ni separación. De modo que, al reconocer una sola verdadera y eterna Divinidad, sea también adorada la propiedad en las personas, la unidad en la esencia y la igualdad en la majestad. A la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines y los Serafines, que no cesan de cantar diariamente, diciendo a coro:
   COMMUNIO. - Ps. 84, 13. - Dominus dabit benignitatem: et terra nostra dabit fructum suum.       Comunión. - El Señor nos dará su benignidad, y la tierra dará su Fruto(7)
Oración-Postcomunión
   POSTCOMMUNIO - Suscipiamus, Domine, misericordiam tuam in medio templi tui: ut reparationis nostrae ventura solemnia congruis honoribus praecedamus. Per...            Recibamos, Señor, tu misericordia en medio de tu templo; para que preparemos con los debidos honores la solemnidad venidera de nuestra Redención. Por nuestro Señor Jesucristo


  • (1) Se omite para poderlo cantar con mayor regocijo la noche de Navidad
  • (2) Es decir: imitad los ejemplos de Jesucristo y revestíos de sus méritos y de su espíritu, para que viva en vosotros sin interrupción. 
  • (3) En la Edad Media cantábase antes del Evangelio de hoy la Secuencia "Dies irae, dies  illa", (ahora propia de los Difuntos), para preparar a los fieles a oir la narración de la catástrofe final, que auí relata Sa. Lucas. 
  • (4) Todo lo que antecede es síntoma de un trastorno de carácter universal, ya que toda la naturaleza ha de entrar en juego. No será extraño, por tanto, que ante la magnitud y terribilidad de los fenómenos sísmicos y siderales, se sequen los hombres de espanto.
  • (5) Después de esta conmoción universal y del Juicio, vendrá el premio que Dios tiene preparado para los buenos.
  • (6) Si lo que Jesucristo anunciaba aquí era la ruina de Jerusalén, la profecía se cumplió al pie de la letra, pues muchos de los que la escuchaban asistieron a la gran catástrofe; y si se refería al fin del mundo, por "generación" debe entenderse la "especie humana", o si se quiere, la "raza judía", que durará hasta el fin.
  • (7) La tierra es María, el fruto es Jesús, cuyo Nacimiento esperamos celebrar el día de Navidad.

28 de noviembre SANTA CATALINA LABOURÉ





La capilla de las apariciones de la Medalla Milagrosa se encuentra en la rue du Bac, de París, en la casa madre de las Hijas de la Caridad. Es fácil llegar por "Metro". Se baja en Sevre-Babylone, y detrás de los grandes almacenes "Au Bon Marché" está el edificio. Una casona muy parisina, como tantas otras de aquel barrio tranquilo. Se cruza el portalón, se pasa un patio alargado y se llega a la capilla.

   La capilla es enormemente vulgar, como cientos o miles de capillas de casas religiosas. Una pieza rectangular sin estilo definido. Aún ahora, a pesar de las decoraciones y arreglos, la capilla sigue siendo desangelada.

   Uno comprende que la Virgen se apareciera en Lourdes, en el paisaje risueño de los Pirineos, a orillas de un río de alta montaña; que se apareciera inclusive en Fátima, en el adusto y grave escenario de la "Cova de Iría"; que se apareciera en tantos montículos, árboles, fuentes o arroyuelos, donde ahora ermitas y santuarios dan fe de que allí se apareció María a unos pastorcillos, a un solitario, a una campesina piadosa...

   Pero la capilla de la rue du Bac es el sitio menos poético para una aparición. Y, sin embargo, es el sitio donde las cosas están prácticamente lo mismo que cuando la Virgen se manifestó aquella noche del 27 de noviembre de 1830.

   Yo siempre que paso por París voy a decir misa a esta capilla, a orar ante aquel 

altar "desde el cual serán derramadas todas las gracias", a contemplar el sillón, un sillón de brazos y respaldo muy bajos, tapizado de velludillo rojo, gastado y algo sucio, donde lo fieles dejan cartas con peticiones, porque en él se sentó la Virgen.

   Si la capilla debe toda su celebridad a las apariciones, lo mismo podemos decir de Santa Catalina Labouré, la privilegiada vidente de nuestra Señora. Sin esta atención singular, la buena religiosa hubiera sido una más entre tantas Hijas de la Caridad, llena de celo por cumplir su oficio, aunque sin alcanzar el mérito de la canonización. Pero la Virgen se apareció a sor Labouré en la capilla de la casa central, y así la devoción a la Medalla Milagrosa preparó el proceso que llevaría a sor Catalina a los altares y riadas de fieles al santuario parisino. Y tan vulgar como la calle de Bac fue la vida de la vidente, sin relieves exteriores, sin que trascendiera nada de lo que en su gran alma pasaba.

   Catalina, o, mejor dicho, Zoe, como la llamaban en su casa, nació en Fain-les-Moutiers (Bretaña) el 2 de mayo de 1806, de una familia de agricultores acomodados, siendo la novena de once hermanos vivientes de entre diecisiete que tuvo el cristiano matrimonio.

   La madre murió en 1815, quedando huérfana Zoe a los nueve años. Ha de interrumpir sus estudios elementales, que su misma madre dirigiera, y con su hermana pequeña, Tonina, la envían a casa de unos parientes, para llamarlas en 1818, cuando María Luisa, la hermana mayor, ingresa en las Hijas de la Caridad.

   -Ahora -dice Zoe a Tonina-, nos toca a nosotras hacer marchar la casa.

   Doce años y diez años..., o sea, dos mujeres de gobierno. Parece milagroso, pero la hacienda campesina marcha, Había que ver a Zoe en el palomar entre los pichones zureantes que la envuelven en una aureola blanca. O atendiendo a la cocina para tener a punto la mesa, a la que se sientan muchas bocas con buen apetito. Otras veces hay que llevar al tajo la comida de los trabajadores.

   Y al mismo tiempo que los deberes de casa, Zoe tiene que prepararse a la primera comunión. Acude cada día al catecismo a la parroquia de Moutiers-Saint-Jean, y su alma crece en deseos de recibir al Señor. Cuando llega al fin día tan deseado, Zoe se hace más piadosa, más reconcentrada. Además ayuna los viernes y los sábados, a pesar de las amenazas de Tonina, que quiere denunciarla a su padre. El señor Labouré es un campesino serio, casi adusto, de pocas palabras. Zoe no puede franquearse con él, ni tampoco con Tonina o Augusto, sus hermanos pequeños, incapaces de comprender sus cosas.

   Y ora, ora mucho. Siempre que tiene un rato disponible vuela a la iglesia, y, sobre todo, en la capilla de la Virgen el tiempo se le pasa volando.

   Un día ve en sueños a un venerable anciano que celebra la misa y la hace señas para que se acerque; mas ella huye despavorida. La visión vuelve a repetirse al visitar a un enfermo, y entonces la figura sonriente del anciano la dice: "Algún día te acercarás a mí, y serás feliz". De momento no entiende nada, no puede hablar con nadie de estas cosas, pero ella sigue trabajando, acudiendo gozosa al enorme palomar para que la envuelvan sus palomos, tomando en su corazón una decisión irrevocable que reveló a su hermana.

   -Yo, Tonina, no me casaré; cuando tú seas mayor le pediré permiso a padre y me iré de religiosa, como María Luisa.

   Esto mismo se lo dice un día al señor Labouré, aunque sacando fuerzas de flaquezas, porque dudaba mucho del consentimiento paterno.

   Efectivamente, el padre creyó haber dado bastante a Dios con una hija y no estaba dispuesto a perder a Zoe, la predilecta. La muchacha tal vez necesitaba cambiar de ambiente, ver mundo, como se dice en la aldea.

   Y la mandó a París, a que ayudase a su hermano Carlos, que tenía montada una hostería frecuentada por obreros.

   El cambio fue muy brusco. Zoe añora su casa de labor, las aves de su corral y, sobre todo, sus pichones y la tranquilidad de su campo. Aquí todo es falso y viciado. ¡Qué palabras se oyen, qué galanterías, qué atrevimientos!

   Sólo por la noche, después de un día terrible de trabajo, la joven doncella encuentra soledad en su pobre habitación. Entonces ora más intensamente que nunca, pide a la Virgen que la saque de aquel ambiente tan peligroso.

   Carlos comprende que su hermana sufre, y como tiene buen corazón quiere facilitarla la entrada en el convento. ¿Pero cómo solucionarlo estando el padre por medio?

   Habla con Huberto, otro hermano mayor, que es un brillante oficial, que tiene abierto un pensionado para señoritas en Chatillon-sur-Seine. Aquella casa es más apropiada para Zoe.

   El señor Labouré accede. Otra vez el choque violento para la joven campesina, porque el colegio es refinado y en él se educan jóvenes de la mejor sociedad, que la zahieren con sus burlas. Pero perfecciona su pronunciación y puede reemprender sus estudios que dejara a los nueve años.

   Un día, visitando el hospicio de la Caridad en Chatillon, quedó sorprendida viendo el retrato del anciano sacerdote que se le apareciera en su aldea. Era un cuadro de San Vicente de Paúl. Entonces comprendió cuál era su vocación, y como el Santo la predijera, se sintió feliz. Insistió ante su padre, y al fin éste se resignó a dar su consentimiento.

   Zoe hizo su postulantado en la misma casa de Chatillon, y de allí marchó el día 21 de 1830 al "seminario" de la casa central de las Hijas de la Caridad en París.

   A fines del noviciado, en enero de 1831, la directora del seminario dejó esta "ficha" de Zoe, que allí tomó el nombre de Catalina: "fuerte, de mediana talla; sabe leer y escribir para ella. El carácter parece bueno, el espíritu y el juicio no son sobresalientes. Es piadosa y trabaja en la virtud".

   Pues bien: a esta novicia corriente, sin cualidades destacables, fue a quien se manifestó repetidas veces el año 1830 la Virgen Santísima.

   He aquí cómo relata la propia sor Catalina su primera aparición:

"Vino después de la fiesta de San Vicente, en la que nuestra buena madre Marta hizo, por la víspera, una instrucción referente a la devoción de los santos, en particular de la Santísima Virgen, lo que me produjo un deseo tal de ver a esta Señora, que me acosté con el pensamiento de que aquella misma noche vería a tan buena Madre. ¡Hacía tiempo que deseaba verla! Al fin me quedé dormida. Como se nos había distribuido un pedazo de lienzo de un roquete de San Vicente, yo había cortado el mío por la mitad y tragado una parte, quedándome así dormida con la idea de que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la Santísima Virgen.

   Por fin, a las once y media de la noche, oí que me llamaban por mi nombre: Hermana, hermana, hermana. Despertándome, miré del lado que había oído la voz, que era hacia el pasillo. Corro la cortina y veo un niño vestido de blanco, de edad de cuatro a cinco años, que me dice: Venid a la capilla; la Santísima Virgen os espera. Inmediatamente me vino al pensamiento: ¡Pero se me va a oír! El niño me respondió: Tranquilizaos, son las once y media; todo el mundo está profundamente dormido, venid, yo os aguardo.

   Me apresuré a vestirme y me dirigí hacia el niño, que había permanecido de pie, sin alejarse de la cabecera de mi lecho. Puesto siempre a mi izquierda, me siguió, o más bien, yo le seguí a él en todos sus pasos. Las luces de todos los lugares por donde pasábamos estaban encendidas, lo que me llenaba de admiración. Creció de punto el asombro cuando, al ir a entrar en la capilla, se abrió la puerta apenas la hubo tocado el niño con la punta del dedo; y fue todavía mucho mayor cuando vi todas las velas y candeleros encendidos, lo que me traía a la memoria la misa de Navidad. No veía, sin embargo, a la Santísima Virgen.

   El niño me condujo al presbiterio, al lado del sillón del señor director. Aquí me puse de rodillas, y el niño permaneció de pie todo el tiempo. Como éste se me hiciera largo, miré no fuesen a pasar por la tribuna las hermanas a quienes tocaba vela.

   Al fin llegó la hora. El niño me lo previene y me dice: He aquí a la Santísima Virgen; hela aquí. Yo oí como un ruido, como el roce de un vestido de seda, procedente del lado de la tribuna, junto al cuadro de San José, que venía a colocarse en las gradas del altar, al lado del Evangelio, en un sillón parecido al de Santa Ana; sólo que el rostro de la Santísima Virgen no era como el de aquella Santa.

   Dudaba yo si sería la Santísima Virgen, pero el ángel que estaba allí me dijo: He ahí a la Santísima Virgen. Me sería imposible decir lo que sentí en aquel momento, lo que pasó dentro de mí; parecíame que no la veía. Entonces el niño habló, no como niño, sino como hombre, con la mayor energía y con palabras las más enérgicas también. Mirando entonces a la Santísima Virgen, me puse de un salto junto a Ella, de rodillas sobre las gradas del altar y las manos apoyadas sobre las rodillas de esta Señora...

   "En ese instante experimenté la emoción más dulce de mi vida y que me es absolutamente imposible describir, La Santísima Virgen me explicó la manera como debía haberme en medio de mis penas y, señalándome con la mano izquierda las gradas del altar, me dijo que viniera siempre, en semejantes ocasiones, a postrarme allí, y abrir allí mi corazón para desahogarlo y recibir todos los consuelos de que tenía necesidad. Y agregó: Hija mía, quiero confiarte una misión. Tendrás grandes amarguras para llevarlas a cabo, pero las sobrellevarás con el pensamiento de que todo irá encaminado a la mayor gloria de Dios. Padecerás contradicción, pero no temas porque no te faltará la gracia que necesitas; y no dejes de manifestar ingenua y sencillamente todo lo que pase. Has de ver algunas cosas, y has de recibir particulares inspiraciones en la oración. Pero, mira, da cuenta de todo a tu padre espiritual.

   "Entonces supliqué a la Santísima Virgen que me explicara las cosas que había visto, Hija mía -me respondió-, los tiempos que corren son malos y van a traer grandes calamidades sobre Francia. El trono va a ser echado por tierra. El mundo entero será azotado por toda suerte de males. La Santísima Virgen mostraba un aire tristísimo diciendo esto: Pero, mira, en aquellos tiempos de tribulación, venid, venid al pie de este santo altar. Aquí, mis gracias serán derramadas sobre todos. ...todas las personas que las pidieren, grandes y pequeñas.

   Llegarán a tal extremo las cosas que parecerá que ya no habrá remedio; todo se creerá perdido; pero tened buen ánimo, no desconfiéis un momento; yo estaré con vosotros; experimentaréis sensiblemente mi presencia, y la protección de Dios y de San Vicente descenderá sobre sus dos Familias. (La de los Sacerdotes de la Misión y la de las Hijas de la Caridad).

   Después, los ojos arrasados en lágrimas, añadió: En otras comunidades igual que en el clero de París, habrá víctimas. El Ilustrísimo Señor Arzobispo morirá. Al proferir estas palabras, sus lágrimas rodaron, Hija mía, la Cruz será vilipendiada y arrojada al suelo. Será abierto de nuevo el costado de mi Divino Hijo. Las calles se inundarán de sangre; el mundo entero quedará sumido en la tristeza. Aquí la Santísima Virgen ya no pudo hablar, y un dolor profundo dibujóse en su semblante, Entonces Sor Labouré púsose a pensar: "¿Cuándo sucederán todas estas cosas?" y una lumbre interior claramente le indicó que dentro de cuarenta años, vaticinando así los luctuosos acontecimientos que se desarrollaron entre los años 1870 y 1871.

   La Santísima Virgen le encargó además que trasmitiera a su Director varias recomendaciones referentes a las Hijas de la Caridad y le anunció que un día se vería investido de una autoridad que le permitiría poner en ejecución lo que ella le pedía. Luego concluyó:

   Grandes calamidades, pues, habrán de sobrevenir. Máximo será el peligro. Con todo, no temáis vosotras; la protección de Dios, particularmente, os acompañará siempre, y San Vicente os protegerá también. Yo misma permaneceré con vosotras y en vosotras siempre tendré puestos mis ojos para concederos gracias en abundancia.

   La Santa añade: "Las gracias serán derramadas particularmente sobre las personas que las pidieren; pero, es preciso orar, orar mucho."

   "No podría decir -continúa la confidente de María- cuánto tiempo permanecí con la Santísima Virgen. Todo lo que puedo afirmar es que, después de haberme hablado largo tiempo, desapareció de mi vista como una sombra que se desvanece".

   Habiéndose levantado, la Santa volvió a hallar al niño en el mismo sitio en que lo había dejado, Entonces él le dijo: La Virgen ya se fue, y otra vez, colocándose a la izquierda, la llevó lo mismo que la había traído, derramando claridades celestiales en tomo suyo.

   "Creo -concluye el relato de la Santa Hermana- que este niño era el Ángel de mi Guarda, porque yo le había rogado encarecidamente que me alcanzase el favor de ver a la Santísima Virgen. Vuelta a mi cama, oí sonar las dos, y no volví a dormir,.."

   La anterior visión, que sor Catalina narra con todo candor, ocurrió en el mes de julio. fue como una preparación a las grandes visiones del mes de noviembre, que la Santa referiría a su confesor, el Padre Aladel, por quién se insertaron los relatos en el proceso canónico iniciado seis años más tarde.

   "A las cinco de la tarde, estando las Hijas de la Caridad haciendo oraciones, la Virgen Santísima se mostró a una hermana en un retablo de forma oval. La Reina de los cielos estaba de pie sobre el globo terráqueo, con vestido blanco y manto azul. Tenía en sus benditas manos unos como diamantes, de los cuales salían, en forma de hacecillos, rayos muy resplandecientes, que caían sobre la tierra... También vio en la parte superior del retablo escritas en caracteres de oro estas palabras: ¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos! Las cuales palabras formaban un semicírculo que, pasando sobre la cabeza de la Virgen, terminaba a la altura de sus manos virginales. En esto volvióse el retablo, y en su reverso viése la letra M, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, y debajo los corazones de Jesús y de María... Luego oyó estas palabras: Es preciso acuñar una medalla según este modelo; cuantos la llevaren puesta, teniendo aplicadas indulgencias, y devotamente rezaren esta súplica, alcanzarán especial protección de la Madre de Dios. E inmediatamente desapareció la visión".

   Esta escena se repitió algunas veces, ya durante la misa, ya durante la oración, siempre en la capilla de la casa central. La primera aparición de la Medalla Milagrosa ocurrió el 27 de noviembre de 1830, un sábado víspera del primer domingo de adviento.

   Pasado el seminario, sor Labouré fue enviada al hospicio de Enghien, en el arrabal de San Antonio, de París, lo que le dió facilidad de seguir comunicándose con su confesor, el Padre Aladel. La Virgen había dicho a sor Catalina en su última aparición: "Hija mía, de aquí en adelante ya no me verás más, pero oirás mi voz en tus oraciones". En efecto, aunque no se repitieron semejantes gracias sensibles, sí las intelectuales, que ellas distinguía muy bien de las imaginativas o de los afectos del fervor.

   En el hospicio de Enghien, la joven religiosa fue destinada a la cocina, donde no faltaba trabajo; pero interiormente sentía apremios para que la medalla se grabara, y así se lo comunicó al Padre Aladel, como queja de la Virgen. El prudente religioso fue a visitar a Monseñor de Quelen, Arzobispo de París, y al fin, a mediados de 1832, consiguió permiso para grabar la medalla, pudiendo experimentar el propio prelado sus efectos milagrosos en Monseñor de Pradt, ex Obispo de Poitiers y Malinas, aplicándole una medalla y logrando su reconciliación con Roma, pues era uno de los obispos "constitucionales".

   Sor Catalina recibió también una medalla, y, después de comprobar que estaba conforme al original, dijo: "Ahora es menester propagarla".

   Esto fue fácil, pues la Hijas de la Caridad fueron las primeras propagandistas. Entre ellas había cundido la noticia de las apariciones, si bien se ignoraba qué hermana fuera la vidente, cosa que jamás pudo averiguarse hasta que la propia Sor Catalina en 1876, cuando ya presentía su muerte, se lo manifestó a su superiora para salvar del olvido algunos detalles que no constaban en el proceso canónico, en el que depuso solamente su confesor. Ni aun consintió en visitar al propio Monseñor de Quelen, aunque deseaba vivamente conocerla o al menos hablar con ella. El padre pudo defender su anonimato revelando que sabía tales cosas por secreto de confesión.

   La Medalla Milagrosa, nombre con que el pueblo comenzó a designarla por los milagros que a su contacto se obraban en todas partes, se hizo más popular con la ruidosa conversión del judío Alfonso de Ratisbona, ocurrida en Roma el 20 de enero de 1842. De paso por la Ciudad Eterna, el joven israelita recibió una medalla del barón de Bussieres, convertido hacía poco del protestantismo. Ratisbona la aceptó simplemente por urbanidad. Una tarde, esperándole en la pequeña iglesia de San Andrés dalle Fratre, se sintió atraído hacia la capilla de la Virgen, donde se le apareció esta Señora tal como venía grabada en la medalla. Se arrodilló y cayó como en éxtasis. No habló nada, pero lo comprendió todo; pidió el bautismo, renunció a la boda que tenía concertada, y con su hermano Teodoro, también convertido, fundó la Congregación de los Religiosos de Nuestra Señora de Sión para la conversión de los judíos.

   A partir de entonces la Medalla Milagrosa adquiere la popularidad de las grandes devociones marianas, como el rosario o el escapulario.

   Y entre tanto sor Catalina Labouré se hunde más y más en la humildad y el silencio. Cuarenta y cinco años de silencio. La aldeanita de Fain-les-Moutiers, que sabía callar en casa del señor Labouré, calla también ahora en el hospicio de ancianos.

   Después de haber insistido, suplicado, conjurado, siempre con admirable modosidad, inclina la cabeza y espera en silencio.

   En Enghien pasa de la cocina a la ropería, al cuidado del gallinero, lo que le recuerda sus pichones de la granja de la infancia; a la asistencia a los ancianos de la enfermería, al cargo, ya para hermanas inútiles y sin fuerzas, de la portería.

   En 1865 muere el Padre Aladel, y puede cualquiera pensar en la gran pena de la Santa. Sin embargo, durante las exequias alguien pudo observar el rostro radiante de sor Catalina, que presentía el premio que la Virgen otorgaba a su fiel servidor.

   Otro sacerdote le sustituye en su cometido de confesor; la religiosa le informe sobre las apariciones, pero no consigue ser comprendida.

   Sor Catalina habla de tales hechos extraordinarios exclusivamente con su confesor; ni siquiera en los apuntes íntimos de la semana de ejercicios hay referencias a sus visiones.

   Ella vive en el silencio, y hasta tal punto es dueña de sí, que en los cuarenta y seis años de religiosa jamás hizo traición a su secreto, aun después de que las novicias de 1830 iban desapareciendo, y se sabe que la testigo de las apariciones aún vive. La someten a preguntas imprevistas para cogerla de sorpresa, y todo en vano. Sor Catalina sigue impasible, desempeñando los vulgares oficios de comunidad con el aire más natural del mundo.

   La virtud del silencio consiste no tanto en sustraerse a la atención de los demás cuanto en insistir ante su confesor con paciencia y sin desmayos, sin que estalle su dolor ante las dilaciones. Ha muerto el Padre Aladel y el altar de la capilla sigue sin levantarse, y la religiosa teme que la muerte la impida cumplir toda la misión que se le confiara.

   El confesor que sustituyó al Padre Aladel es sustituido por otro. Estamos a principios de junio de 1876, año en que "sabe" la Santa que habrá de morir. Tiene delante pocos meses de vida. Ora con insistencia, y, después de haber pedido consejo a la Virgen, confía su secreto a la superiora de Enghien, la cual con voluntad y decisión consigue que se erija en el altar la estatua que perpetúe el recuerdo de las apariciones.

   La misión ha sido cumplida del todo. Y sor Catalina muere ya rápidamente a los setenta años, el 31 de diciembre de 1876.

   En noviembre de aquel año tuvo el consuelo de hacer los últimos ejercicios en la capilla de la rue de Bac, donde había sentido las confidencias de la Virgen.

   Su muerte fue dulce, después de recibir los santos sacramentos, mientras le rezaban las letanías de la Inmaculada.

 

 Cuando cincuenta y seis años más tarde el Cardenal Verdier abría su sepultura para 

hacer el reconocimiento oficial de sus reliquias; se halló su cuerpo incorrupto, intactos los bellos ojos azules que habían visto a la Virgen.

   Hoy sus reliquias reposan en la propia capilla de la rue du Bac, en el altar de la Virgen del Globo, por cuya erección tuvo que luchar la Santa hasta el último instante.

   Beatificada por Pío XI en 1923, fue canonizada por Pío XII en 1947. Sus dos nombres fueron como el presagio de su existencia: Zoe significa "vida", y Catalina, "pura".

sábado, 27 de noviembre de 2021

27 de Noviembre ¿CONOCES EL ORIGEN Y SIGNIFICADO DE LA MEDALLA MILAGROSA?



La Medalla Milagrosa es uno de los sacramentales de la Iglesia. Es una representación física de una realidad espiritual. Desde su introducción, la Medalla Milagrosa ha sido reconocida por ser una poderosa fuente de atracción de las gracias de Dios sobre la humanidad, incluso en forma de milagros. Ayude a propagar esta maravillosa devoción usando la Medalla y compartiendo este artículo.

 

¿Qué es la Medalla Milagrosa?

 

La Medalla Milagrosa es un sacramental, un medio para disponer nuestras almas a recibir la gracia. Los dos efectos principales de un sacramental son: limpiar los pecados veniales disponiendo el corazón a sentir dolor por los pecados, y ser de ayuda para vencer las tentaciones. Un sacramental no es un amuleto de la buena suerte ni una especie de pase gratuito al cielo. Es, más bien, un vínculo entre el cielo y la tierra, una manifestación física de la realidad espiritual del amor que Dios nos tiene y de la intercesión de su Madre Bendita. Al igual que un relicario que contiene una foto de nuestra madre, la Medalla Milagrosa nos recuerda a la Virgen María, y nos ayuda a llamarla y a hablar con ella cuando estamos en problemas. Dios quiere que usemos los sacramentales para recordarnos las realidades espirituales, y concede su gracia de manera especial a aquellos que los usen de este modo.

 

¿Cuál es el significado de la Medalla?

 

En el frente de la Medalla, Nuestra Señora aparece de pie sobre el mundo, que representa la tierra, y aplastando una serpiente, que representa al demonio (ver Génesis 3:15). Los rayos que emanan de sus manos significan las gracias que derrama sobre aquellos que solicitan su intercesión para con su Hijo. El año, 1830, hace referencia al año en que Santa Catalina Labouré tuvo la visión.

 

En la parte posterior de la Medalla, el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María son los símbolos de su ardiente amor por nosotros. El Sagrado Corazón está rodeado por una corona de espinas. El Corazón Inmaculado está traspasado por una lanza, mostrando así el dolor de Nuestra Señora como fue predicho por el profeta Simeón (Lucas 2). La Cruz es el signo de la Redención llevada a cabo por Nuestro Señor Jesucristo, y ésta se encuentra apoyada sobre una barra que es el mundo. La letra “M” significa María, y el entrelazamiento de la Cruz con la “M” muestra su ayuda en la Redención. Las doce estrellas hacen referencia a los Apóstoles, que representan a la Iglesia, alrededor de Jesús y María (Apocalipsis 12:1).

 

La Historia de Santa Catalina Labouré

 

Catalina Labouré nació el 2 de mayo de 1806, en una granja ubicada al norte de Francia. En 1829, ingresó a un convento de las Hermanas de la Caridad, una orden religiosa que se dedica a trabajar principalmente como enfermeras en hospitales. Un día, 27 de noviembre de 1830, mientras ella y sus hermanas se encontraban en la capilla haciendo su meditación nocturna, vio una hermosa mujer que estaba de pie sobre el mundo, y supo que se trataba de Nuestra Señora. La Santísima Virgen le dijo: “Estos rayos simbolizan las gracias que derramo sobre aquellos que las piden. Las gemas de las que no emana ningún rayo son las gracias que las almas se olvidan de pedir.” A continuación, Catalina vio escritas alrededor de la Virgen, en letras doradas, las palabras “Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a vos.” Luego, Nuestra Señora le dijo: “Manda hacer una Medalla igual a la que acabas de ver. Todos los que la usen recibirán grandes gracias; deben llevarla alrededor del cuello. Las gracias abundarán para todos aquellos que la usen con confianza.”

 

Catalina le describió la medalla a su director espiritual, quien mandó a hacer las primeras medallas bajo su dirección, pues ella deseaba que su identidad permaneciera oculta. Aunque la Medalla inmediatamente se volvió popular en todo el mundo, la identidad de Sor Catalina se ocultó con éxito durante 46 años, a pesar de los constantes intentos por descubrir a la visionaria. Muy pronto, se reportaron numerosos milagros por la gente que había usado la medalla y rezado la oración, especialmente hubo muchas conversiones y curaciones de enfermos desahuciados, por lo que se le comenzó a llamar “La Medalla Milagrosa”. Durante todo este tiempo, Santa Catalina permaneció trabajando como enfermera en su hospital, desconocida por todos. Murió el 31 de diciembre de 1876.

 

Testimonios de milagros relacionados con la Medalla

 

Alphonse Ratisbonne era un agnóstico que trabajaba como abogado y banquero, y que tenía un odio concentrado por el catolicismo. Durante un encuentro fortuito, un amigo lo desafió a usar la medalla y rezar la oración, y comprobar si podía permanecer sin cambiar en lo absoluto. Ratisbonne aceptó el reto, y la oración comenzó a hacer eco en su mente, “como las arias de una ópera que se cantan sin pensar en ellas, y luego se siente molestia por haberlas cantado.” Comenzó a soñar con la cruz, lo cual impedía que descansara durante la noche. Mientras contemplaba la arquitectura de una iglesia, vio a Nuestra Señora, tan hermosa que no pudo mirarla directamente, sólo pudo ver sus manos, las cuales “expresaban todos los secretos de la piedad divina”. Quedó inmediatamente convencido de la verdad de la fe católica y fue bautizado, ordenado sacerdote y pasó el resto de su vida como misionero.

 

Claude Newman era un hombre afroamericano de escasos recursos que vivía en Mississippi, Estados Unidos. Fue enviado a prisión acusado de homicidio en 1942. Una noche, durante una riña con sus compañeros de celda, alguien lanzó una Medalla Milagrosa y Claude la recogió. Esa noche, se despertó, luego de sentir que alguien le había tocado en la muñeca, y vio a una hermosa mujer que se encontraba de pie, cerca de él, y que le dijo: “Si quieres que sea tu madre, y tú quieres ser mi hijo, manda llamar a un sacerdote de la Iglesia Católica.” Despertó a toda la prisión pidiendo a gritos un sacerdote, y solicitó recibir instrucción religiosa cuando el sacerdote llegara. Éste quedó maravillado al descubrir, durante el curso de instrucción, que el ignorante joven ya había sido instruido en muchas cosas por alguna persona desconocida. Claude le contó al sacerdote de un voto secreto que le había hecho a Nuestra Señora, mientras yacía en una zanja durante la Segunda Guerra Mundial, y que no había cumplido. Claude dejó atónitos a todos los que lo conocían por el cambio que se había operado en él, deseando morir para poder unirse con Dios y ofrecer su muerte por la conversión de otro prisionero que lo odiaba. Solicitó una reunión con el otro prisionero para celebrar su propia ejecución, y fue a su muerte “irradiando felicidad.”

 

Catalina Labouré, la visionaria que nos dio la Medalla, cuidó a los enfermos durante toda su vida sin recibir ningún tipo de reconocimiento público por la increíble visión que tuvo, llegando incluso a rechazar una entrevista con el Papa Gregorio XVI. Cuando su tumba fue abierta, en 1933, casi sesenta años después de su muerte, su cuerpo estaba perfectamente conservado sin ninguna señal de descomposición. Sus ojos seguían siendo de color azul, y sus brazos y piernas todavía podían moverse, como si sólo estuviera dormida. Su cuerpo permanece en la misma condición al día de hoy, y se puede contemplar en la capilla de las Hermanas de la Caridad en la Rue de Bac, París.

ORACIÓN

Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos. 

27 de noviembre NUESTRA SEÑORA DE LA MEDALLA MILAGROSA

 


 

¡Oh María concebida sin pecado!
rogad por nosotros que recurrimos a Vos

     En 1830 la Santísima Virgen se apareció a una humilde novicia de la Caridad, Sor Catalina Labouré, ordenándole que se hiciese acuñar una medalla cuyas efigies le mostró. Una de las caras de la medalla lleva la imagen de la Inmaculada despidiendo rayos de sus manos, con esta plegaria: "Oh María concebida sin pecado, rogad por nosotros que recurrimos a vos".

   Las curaciones y milagros de todo orden obrados por esta medalla aceleraron la definición dogmática de la Inmaculada Concepción, razón por la cual es la Medalla Milagrosa la más usada por las Hijas de María de todo el mundo y propiamente la insignia oficial de las mismas.

   He aquí cómo relata la propia sor Catalina su primera aparición:

   "Vino después de la fiesta de San Vicente, en la que nuestra buena madre Marta hizo, por la víspera, una instrucción referente a la devoción de los santos, en particular de la Santísima Virgen, lo que me produjo un deseo tal de ver a esta Señora, que me acosté con el pensamiento de que aquella misma noche vería a tan buena Madre. ¡Hacía tiempo que deseaba verla! Al fin me quedé dormida. Como se nos había distribuido un pedazo de lienzo de un roquete de San Vicente, yo había cortado el mío por la mitad y tragado una parte, quedándome así dormida con la idea de que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la Santísima Virgen.

   Por fin, a las once y media de la noche, oí que me llamaban por mi nombre: Hermana, hermana, hermana. Despertándome, miré del lado que había oído la voz, que era hacia el pasillo. Corro la cortina y veo un niño vestido de blanco, de edad de cuatro a cinco años, que me dice: Venid a la capilla; la Santísima Virgen os espera. Inmediatamente me vino al pensamiento: ¡Pero se me va a oír! El niño me respondió: Tranquilizaos, son las once y media; todo el mundo está profundamente dormido, venid, yo os aguardo.

   Me apresuré a vestirme y me dirigí hacia el niño, que había permanecido de pie, sin alejarse de la cabecera de mi lecho. Puesto siempre a mi izquierda, me siguió, o más bien, yo le seguí a él en todos sus pasos. Las luces de todos los lugares por donde pasábamos estaban encendidas, lo que me llenaba de admiración. Creció de punto el asombro cuando, al ir a entrar en la capilla, se abrió la puerta apenas la hubo tocado el niño con la punta del dedo; y fue todavía mucho mayor cuando vi todas las velas y candeleros encendidos, lo que me traía a la memoria la misa de Navidad. No veía, sin embargo, a la Santísima Virgen.

   El niño me condujo al presbiterio, al lado del sillón del señor director. Aquí me puse de rodillas, y el niño permaneció de pie todo el tiempo. Como éste se me hiciera largo, miré no fuesen a pasar por la tribuna las hermanas a quienes tocaba vela.

   Al fin llegó la hora. El niño me lo previene y me dice: He aquí a la Santísima Virgen; hela aquí. Yo oí como un ruido, como el roce de un vestido de seda, procedente del lado de la tribuna, junto al cuadro de San José, que venía a colocarse en las gradas del altar, al lado del Evangelio, en un sillón parecido al de Santa Ana; sólo que el rostro de la Santísima Virgen no era como el de aquella Santa.

   Dudaba yo si sería la Santísima Virgen, pero el ángel que estaba allí me dijo: He ahí a la Santísima Virgen. Me sería imposible decir lo que sentí en aquel momento, lo que pasó dentro de mí; parecíame que no la veía. Entonces el niño habló, no como niño, sino como hombre, con la mayor energía y con palabras las más enérgicas también. Mirando entonces a la Santísima Virgen, me puse de un salto junto a Ella, de rodillas sobre las gradas del altar y las manos apoyadas sobre las rodillas de esta Señora...

   "En ese instante experimenté la emoción más dulce de mi vida y que me es absolutamente imposible describir, La Santísima Virgen me explicó la manera como debía haberme en medio de mis penas y, señalándome con la mano izquierda las gradas del altar, me dijo que viniera siempre, en semejantes ocasiones, a postrarme allí, y abrir allí mi corazón para desahogalo y recibir todos los consuelos de que tenía necesidad. Y agregó: Hija mía, quiero confiarte una misión. Tendrás grandes amarguras para llevarlas a cabo, pero las sobrellevarás con el pensamiento de que todo irá encaminado a la mayor gloria de Dios. Padecerás contradicción, pero no temas porque no te faltará la gracia que necesitas; y no dejes de manifestar ingenua y sencillamente todo lo que pase. Has de ver algunas cosas, y has de recibir particulares inspiraciones en la oración. Pero, mira, da cuenta de todo a tu padre espiritual.

   "Entonces supliqué a la Santísima Virgen que me explicara las cosas que había visto, Hija mía -me respondió-, los tiempos que corren son malos y van a traer grandes calamidades sobre Francia. El trono va a ser echado por tierra. El mundo entero será azotado por toda suerte de males. La Santísima Virgen mostraba un aire tristísimo diciendo esto: Pero, mira, en aquellos tiempos de tribulación, venid, venid al pie de este santo altar. Aquí, mis gracias serán derramadas sobre todos. ...todas las personas que las pidieren, grandes y pequeñas.

   Llegarán a tal extremo las cosas que parecerá que ya no habrá remedio; todo se creerá perdido; pero tened buen ánimo, no desconfiéis un momento; yo estaré con vosotros; experimentaréis sensiblemente mi presencia, y la protección de Dios y de San Vicente descenderá sobre sus dos Familias. (La de los Sacerdotes de la Misión y la de las Hijas de la Caridad).

   Después, los ojos arrasados en lágrimas, añadió: En otras comunidades igual que en el clero de París, habrá víctimas. El Ilustrísimo Señor Arzobispo morirá. Al proferir estas palabras, sus lágrimas rodaron, Hija mía, la Cruz será vilipendiada y arrojada al suelo. Será abierto de nuevo el costado de mi Divino Hijo. Las calles se inundarán de sangre; el mundo entero que dará sumido en la tristeza. Aquí la Santísima Virgen ya no pudo hablar, y un dolor profundo dibujóse en su semblante, Entonces Sor Labouré púsose a pensar: "Cuándo sucederán todas estas cosas?" y una lumbre interior claramente le indicó que dentro de cuarenta años, vaticinando así los luctuosos acontecimientos que se desarrollaron entre los años 1870 y 1871.

   La Santísima Virgen le encargó además que trasmitiera a su Director varias recomendaciones referentes a las Hijas de la Caridad y le anunció que un día se vería investida de una autoridad que le permitiría poner en ejecución lo que ella le pedía. Luego concluyó:

   Grandes calamidades, pues, habrán de sobrevenir. Máximo será el peligro. Con todo, no temáis vosotras; la protección de Dios, particularmente, os acompañará siempre, y San Vicente os protegerá también. Yo misma permaneceré con vosotras y en vosotras siempre tendré puestos mis ojos para concederos gracias en abundancia.

   La Santa añade: "Las gracias serán derramadas particularmente sobre las personas que las pidieren; pero, es preciso orar, ..orar mucho. , ."

   "No podría decir -continúa la confidente de María- cuánto tiempo permanecí con la Santísima Virgen. Todo lo que puedo afirmar es que, después de haberme hablado largo tiempo, desapareció de mi vista como una sombra que se desvanece".

   Habiéndose levantado, la Santa volvió a hallar al niño en el mismo sitio en que lo había dejado, Entonces él le dijo: La Virgen ya se fue. y otra vez, colocándose a la izquierda, la llevó lo mismo que la había traído, derramando claridades celestiales en tomo suyo.

   "Creo -concluye el relato de la Santa Hermana- que este niño era el Ángel de mi Guarda, porque yo le había rogado encarecidamente que me alcanzase el favor de ver a la Santísima Virgen. Vuelta a mi cama, oí sonar las dos, y no volví a dormir,.."

LA APARICIÓN DEL 27 DE NOVIEMBRE

   Lo que acaba de ser referido no es más que una parte de la misión confiada a Sor Labouré, o más bien, una preparación de la entrega del preciosísimo legado que iba a depositar en sus manos, como prenda de su amor a la humanidad, la bondadosa Reina de los cielos.

   A fines de noviembre de este mismo año de 1830, nuestra Santa dio cuenta a su Director de una nueva visión. Esta vez no es ya la madre afligida que llora sobre los males que amenazan a sus hijos; es la mirífica Reina de los cielos que baja trayendo la promesa de las bendiciones, de la salud eterna y de la paz.

   He aquí su relación, escrita de la propia mano de Sor Labouré:

   "El 27 de noviembre de 1830, víspera del primer Domingo de Adviento, a las cinco y media de la tarde, en medio profundo silencio de la meditación, oí del lado derecho del altar, un ruido de sedas que se rozan, e inmediatamente vi a la Santísima Virgen junto al cuadro de San José. De estatura mediana, su rostro era tan hermoso que me sería imposible describir, aún pálidamente, su belleza. Estaba de pie, vestida con una túnica blanca, nacarada, color de aurora, sin escote y mangas lisas, a la moda que hoy se llama de la Virgen. Tenía cubierta la cabeza con un velo blanco que le caía a cada lado hasta los pies; los cabellos recogidos y por encima una especie de manteleta, guarnecida de un corto encaje, ajustada a la cabeza. El rostro quedaba bastante descubierto y los pies descansaban sobre un globo terráqueo, del cual sólo veíase la mitad. Las manos, levantadas a la altura del pecho, sostenían, naturalmente, otro globo, que también representaba el mundo. Su mirada se elevaba dulcemente al cielo en actitud de ofrecer a Dios la esfera representativa del Universo.

    "De repente sus dedos cubriéronse de anillos adornados con piedras preciosísimas de sin igual belleza. Los haces de rayos que despedían, iluminaban a la Virgen de tal suerte que su claridad deslumbradora ya no dejaba ver ni su vestido ni sus pies. Las gemas eran de diferentes tamaños y asimismo los rayos que lanzaban eran proporcionalmente de diversa claridad.

   "No podré decir lo que entonces experimenté ni todo lo que aprendí de ello en tan poco tiempo.

   "Como estuviese yo completamente embebida en su contemplación, la Santísima Virgen inclinó sus ojos sobre mí y una voz me dijo en el fondo del corazón: Este globo que aquí ves representa al mundo entero, pero especialmente a Francia y aun a cada persona en particular.

   "Aquí ya no sé describir de ningún modo la espléndida belleza ni el brillo que cobraron los rayos luminosos, cuando la Santísima Virgen añadió: Estos rayos son figura de las gracias que derramo sobre las personas que imploran mis favores, haciéndome comprender así cuán generosa es con las personas que a ella se dirigen. ¡Cuántas gracias concede a quienes se las piden! En estos instantes inefables, ¿existía yo o no existía? No lo sé. ¡Yo gozaba... gozaba inmensamente!

   "De pronto la aparición tomó la forma de óvalo, en cuya parte superior se dibujó esta inscripción en caracteres de oro: ¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!

   Este vivo cuadro que Sor Catalina tenía: delante de sus ojos, de pronto se cambió sensiblemente. Las manos de María como abrumadas por el peso de las gracias de que eran símbolo las radiantes sortijas y sus piedras preciosísimas, se bajaron y extendieron en el ademán gracioso que hoy ostenta la medalla. Luego, la Virgen dejó oír estas palabras: Haz acuñar, una medalla según este modelo. Cuantos piadosamente la llevaren, recibirán gracias particularísimas, sobre todo si la llevaren suspendida al cuello. Las gracias serán muy abundantes para cuantas la llevaren animados de confianza.

   Un instante después -dice la Santa- el retablo se volvió, dejando ver en el reverso la letra M; sobre la. que se levantaba una Cruz que descansaba en una barra horizontal, y debajo, los Sagrados Corazones de Jesús y María; el primero rodeado de una Corona de Espinas y el segundo atravesado por una espada". 

   Aunque los apuntes de la vidente nada dicen de las doce estrellas que circundan el monograma de María y los dos Sagrados Corazones, sin embargo, siempre han figurado en el reverso de la Medalla, pues es moralmente seguro que este detalle lo manifestó de viva voz la Santa en tiempo de las apariciones.

   En otras notas, escritas igualmente por la misma Hermana, que completan esta relación, se añade que algunas de las piedras de los anillos no despedían rayo ninguno, y, admirándose de esto la Vidente, se le respondió que las piedras que quedaban en la sombra representaban las gracias que los hombres no piden a María.

TERCERA APARICIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

   E1 Padre Aladel acogió con indiferencia, casi pudiera decirse  con severidad, las comunicaciones de su penitente, llegando hasta prohibirle el darles crédito alguno. Pero la obediencia de la Santa, atestiguada por su mismo Director, no tuvo la eficacia para borrar de su memoria el dulce recuerdo de lo visto. Postrarse a los pies de María, constituía para ella toda su felicidad.

   A María iba continuamente el giro de sus pensamientos, y estaba íntimamente persuadida de que volvería a ver a la Reina de los cielos.

   Y en efecto, no quedaron frustradas sus esperanzas. En el mes de Diciembre fue favorecida con una nueva aparición, exactamente igual a la del 27 de Noviembre, y a la misma hora, con la única diferencia, sin embargo por otra parte notable, que la Santísima Virgen no se colocó junto al cuadro de San José, como la vez anterior, sino sobre el sagrario, un tanto hacia atrás, en el mismo lugar en que hoy está su imagen.

   La mensajera escogida por la Inmaculada recibió de nuevo la orden de hacer acuñar una medalla, según este modelo. Sor Catalina termina su relación con estas palabras: "Deciros lo que sentí en el momento en que la Santísima Virgen ofreció a Nuestro Señor el globo que representaba el universo, es imposible, como también lo que experimenté en los instantes en que la contemplaba. Una voz que se dejó oir en el fondo de mi corazón, me dijo: Estos rayos son el símbolo de las gracias que la Santísima Virgen obtiene a las personas que se las piden.

   Después, contra su costumbre, se le escapa una exclamación de júbilo al pensar en los homenajes que le serían tributados a María: "Oh, qué hermoso será oír decir un día: María es la Reina del Universo. Y cuando los niños exclamen: ¡María es la Reina de cada persona en particular! ¡Será llevada en triunfo y dará la vuelta al mundo!"

   Cuando la Venerable Hermana refirió esta nueva aparición de la Medalla al Padre Aladel, éste le preguntó si en el reverso había alguna inscripción, así como la había alrededor de la Inmaculada. La Hermana contestó que no había inscripción ninguna. "Pero, entonces -replicó su Director-, pregunte usted a la Virgen qué es lo que allí se ha de poner".

   La Hermana obedeció y después de haber orado largo tiempo, un día, estando en oración, le pareció oír una voz que le decía: Bastante dicen la letra M y los Sagrados Corazones.

DIFUSIÓN DE LA MEDALLA

   Con verdad, puede decirse que desde el momento en que se acuñó la primera medalla, ésta comenzó a recorrer el mundo, convirtiendo una cantidad innumerable de almas, volviendo la paz a infinidad de familias, restaurando la sólida piedad cristiana en todos lados, abriendo el camino a la definición del dogma de la Inmaculada Concepción y luego confirmando esta verdad de nuestra fe en los corazones de todos los bautizados.

   El mundo se escandaliza como siempre, del modo de proceder de Dios, el cual, al decir de San Pablo, se complace en realizar sus más grandes maravillas; con los medios más humildes y hasta, despreciables.

   ¿Cómo es posible -murmuran engreídos- que un trocito de metal, más o menos precioso, pueda tener la tan decantada virtud que se le atribuye? ..; esto es simplemente ridículo.

   Esta arma, la Medalla con la imagen de.la Santísima Virgen, en efecto, es insignificante en sí misma, mas no lo es ciertamente, con la virtud que María Santísima ha puesto en ella.

   El naturalismo y el sensualismo serán heridos de muerte en muchos creyentes con este piadoso procedimiento Nuestra Inmaculada Madre quiere combatirlos valiéndose de su Medalla.

   Llevemos, pues, nuestra Medalla al cuello, rezando confiadamente la oración que lleva inscripta y recordando las palabras que Nuestra Señora en su aparición a Santa Catalina Labouré:

   Y sólo, cuando Yo, bajo este emblema sea reconocida como Reina del Mundo, llegarán los días de Paz, de Alegría y de Felicidad, que han de ser muy largos...


CONSAGRACIÓN 
  A NUESTRA SEÑORA 
   DE LA 
    MEDALLA MILAGROSA

   Postrado ante vuestro acatamiento, ¡Virgen de la Medalla Milagrosa!, y después de saludaros en el augusto misterio de vuestra Concepción sin mancha, os elijo, desde ahora y para siempre, por mi Madre, abogada, Reina y Señora de todas mis acciones, y protectora ante la majestad de Dios. Yo os prometo, Virgen purísima, no olvidaros jamás, ni vuestro culto, ni los intereses de vuestra gloria, a la vez que os prometo también promover en los que me rodean, vuestro amor.

   Recibidme, Madre tierna, desde este momento, y sed para mí el refugio en esta vida y el sostén a la hora de la muerte. Amén.

Sede Vacante desde 1958

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