viernes, 30 de octubre de 2020

31 de octubre SAN QUINTÍN, MÁRTIR

 Jacobo Carrucci (El Pontormo), S. Quintín, 1517 Pinacoteca Comunal Sansepolcro

Jacobo Carrucci (El Pontormo), S. Quintín, 1517
Pinacoteca Comunal Sansepolcro


(Fecha desconocida)) - San Quintín era romano. Según la historia, partió a la Galia en compañía de San Luciano de Beauvais. Ambos predicaron juntos en ese país, y no se separaron sino hasta llegar a Amiens. San Quintín se quedó ahí, para hacer el intento de ganar a Cristo esa región-con el trabajo y la oración. Su premio fue la corona del martirio. El prefecto Ricciovaro, habiendo tenido noticias de los progresos del cristianismo en Amiens, mandó aprehender a San Quintín. Al día siguiente, el santo misionero compareció ante el prefecto, que trató en vano de doblegarle con promesas y amenazas. Como no lo lograse, le mandó azotar y le encerró en una mazmorra, a donde los cristianos no podían i r a visitarle. El relato del martirio de San Quintín está formado por una serie de torturas y milagros. Se cuenta que se le atormentó en el potro hasta descoyuntarle todos los huesos; después se le desgarró con garfios, se le virtió aceite hirviente en la espalda y se le aplicaron a los costados antorchas encendidas. Con la ayuda de un ángel, Quintín escapó de la prisión, pero los guardias le arrestaron nuevamente cuando predicaba en la plaza pública. Al partir de Amiens, Ricciovaro mandó que Quintín fuese conducido a Augusta Veromanduorum (actualmente Saint Quentin) y ahí trató de doblegarle otra vez. Finalmente, avergonzado al verse vencido por el santo, Ricciovaro mandó torturarle de nuevo y degollarle. En el momento de la ejecución, una paloma salió del cuello cercenado y se perdió en el cielo. El cadáver fue arrojado al río Somme, pero los cristianos lo recuperaron y lo sepultaron cerca de la ciudad.

30 de octubre SAN SERAPION, OBISPO DE ANTIOQUÍA

 SAN SERAPION, OBISPO DE ANTIOQUÍA - Vidas de los Santos de A. Butler

   (212 p.C.) - El documento conocido con el nombre de "Doctrina de Addai", que data de fines del siglo IV, refiere que San Serapión fue consagrado por Ceferino, obispo de Roma; sin embargo, parece que San Serapión ocupó la sede de Antioquía varios años antes de que comenzase el pontificado de San Ceferino. El Martirologio Romano dice que era famoso por su ciencia. En todo caso, la historia le recuerda por sus escritos teológicos. Eusebio cita el resumen de una carta íntima que San Serapión escribió a Cárico y Poncio, en la que condena el montanismo, que había alcanzado cierta popularidad gracias a las pseudo-profecías de dos mujeres histéricas. El santo escribió también una exhor tación a un tal Domnino, quien había apostatado durante la persecución y practicaba el "voluntarismo" judío.

   Durante el episcopado de Serapión hubo una controversia en Rhossos de Cilicia acerca de la lectura pública del llamado "Evangelio de Pedro", que era un escrito apócrifo de origen gnóstico. Al principio, Serapión, que no había leído el libro y tenía confianza en la ortodoxia de su grey, permitió que se leyera en público. Más tarde, pidió una copia de la obra a la secta que lo propagaba "a los que solemos llamar Docetas" (es decir, ilusionistas, porque sostenían que la humanidad de Cristo era aparente y no real). Tras de leer el libro, el santo escribió a la Iglesia de Rhossos para prohibir que se siguiese leyendo, porque había descubierto en él "ciertas adiciones a la verdadera doctrina del Salvador", En esa carta San Serapión anunciaba a los cristianos de Rhossos que pronto iría a exponerles la verdadera fe.

   En el oriente no se venera a San Serapión. En cambio, su nombre figura en el Martirologio Romano. Los carmelitas le tributan culto especial, pues, por extraño que parezca, pretenden que el santo perteneció a su orden.

jueves, 29 de octubre de 2020

29 de octubre SAN NARCISO, OBISPO DE JERUSALÉN

 SAN NARCISO, OBISPO DE JERUSALÉN - Vidas de los Santos de A. Butler

(215 p.C.) - San Narciso era ya muy anciano cuando fue elegido obispo de Jerusalén. Eusebio cuenta que, en su tiempo, los cristianos de Jerusalén recordaban todavía algunos milagros del santo obispo. Por ejemplo, como los diáconos no tuviesen aceite para las lámparas la víspera de la Pascua, Narciso pidió que trajesen agua, se puso en oración y después mandó que la vertiesen en las lámparas. Así lo hicieron, y el agua se transformó en aceite. La veneración que los buenos profesaban a San Narciso, no le libró de los ataques de los malos. En efecto, algunos de ellos, molestos por la severidad con que el santo exigía el cumplimiento de la disciplina, le acusaron de cierto crimen, que Eusebio no especifica. Sin embargo, por más que confirmaron su testimonio pidiendo al cielo que los castigase si no decían la verdad, nadie les creyó; pero San Narciso se sirvió de la calumnia como excusa para retirarse algún tiempo a la soledad, como tanto lo había deseado. Así pues, vivió varios años alejado de su diócesis e ignorado del mundo. A fin de que ésta no sufriese detrimento, los obispos de los alrededores pusieron al frente de ella a Dio, a quien sucedieron Germánico y Gordio. Durante el gobierno de Gordio, se presentó nuevamente San Narciso, como si hubiese resucitado de entre los muertos. Los fieles, muy contentos de que su pastor hubiese regresado, le persuadieron de que tomase de nuevo las riendas de la diócesis, y así lo hizo el santo; pero, sintiéndose ya muy anciano, nombró a San Alejandro por coadjutor suyo (cf. nuestro artículo sobre San Alejandro, 18 de marzo). En una carta que éste escribió poco después del año 212, dice que San Narciso tenía 116 años.

miércoles, 28 de octubre de 2020

28 de octubre SANTOS SIMÓN y JUDAS TADEO, APÓSTOLES

 JUDAS TADEO, APÓSTOL - Vidas de los Santos de A. Butler

San Judas Tadeo, Apóstol, El Greco

SIMÓN ZELOTE, APÓSTOL - Vidas de los Santos de A. Butler
San Simón Zelote, Apóstol, El Greco

(Siglo I p.C.) - La Sagrada Escritura llama a San Simón, "el cananeo" y el "zelotes", palabras que significan "el hombre lleno de celo", por más que algunos autores cometan la equivocación de creer que el primero de esos sobrenombres indica que Simón nació en Caná de Galilea. El sobrenombre de "cananeo" alude al celo del apóstol por la ley judía antes de su conversión, lo mismo que el de "zelotes", el cual no significa necesariamente que haya pertenecido al partido judío de los "zelotes". Lo único que el Evangelio nos dice sobre él es que fue elegido por Cristo entre los doce, con los cuales recibió al Espíritu Santo en Pentecostés. No sabemos nada más sobre su vida posterior, y las diversas versiones se contradicen entre sí. El Menologio de Basilio afirma que San Simón murió apaciblemente en Edessa. En cambio la tradición occidental, tal como aparece en la liturgia romana, sostiene que después de predicar en Egipto fue a reunirse con San Judas en Mesopotamia, que ambos predicaron varios años en Persia y que fueron martirizados ahí. Por ello, la Iglesia de occidente los celebra juntos, en tanto que la Iglesia de oriente separa sus respectivas fiestas.

El Apóstol Judas Tadeo (o Lebeo), "el hermano de Santiago", era probablemente hermano de Santiago el Menor. No sabemos cómo ni cuándo entró a formar parte de los discípulos de Cristo, pues la primera vez que el Evangelio le menciona es en la lista de los doce. Después de la Ultima Cena, cuando Cristo prometió que se manifestaría a quienes le escuchasen, Judas le preguntó por qué no se manifestaba a todos. Cristo le contestó que El y su Padre visitarían a todos los que le amasen: "Vendremos a él y haremos en él nuestra morada" (Juan, XIV, 22-23). Como en el caso de San Simón, no sabemos nada de la vida de San Judas Tadeo después de la Ascensión del Señor y la venida del Espíritu Santo. Se atribuye a San Judas una de las epístolas canónicas, que tiene muchos rasgos comunes con la segunda epístola de San Pedro. No está dirigida a ninguna persona ni iglesia particular y exhorta a los cristianos a "luchar valientemente por la fe que ha sido dada a los santos. Porque algunos en el secreto de su corazón son hombres impíos, que convierten la gracia de nuestro Señor Dios en ocasión de riña y niegan al único soberano regulador, nuestro Señor Jesucristo".

Con frecuencia se ha confundido a San Judas Tadeo con el San Tadeo de la historia de Abgar (véase Addai y Mari, 5 de agosto) y se ha dicho que murió apaciblemente en Beirut de Edessa. Como lo indicamos arriba, según la tradición occidental, fue martirizado en Persia con San Simón. Eusebio repite la historia de que dos nietos de San Judas, Zoquerio y Santiago, comparecieron ante el emperador Domiciano, quien estaba alarmado porque le habían dicho que seguían siendo leales a la casa real de David; pero cuando vio que eran unos campesinos pobres y humildes y supo que el Reino por el que luchaban no era de este mundo, se burló de ellos y los dejó libres.

lunes, 26 de octubre de 2020

27 de octubre SAN FRUMENCIO, OBISPO DE AKSUM

 


(380 p.C.) - Hacia el año 330, cierto filósofo de Tiro, llamado Meropio, deseoso de ver el mundo y aumentar sus conocimientos, emprendió un viaje a las costas de Arabia. Le acompañaron en ese viaje dos discípulos: Frumencio y Edesio. Al regresar, el navio en que iban tocó un puerto de Etiopía. Los nativos del país atacaron a los marineros y ejecutaron a todos los pasajeros, excepto a los dos jóvenes, quienes estudiaban bajo un árbol, a cierta distancia. Cuando los nativos los descubrieron, los llevaron a la presencia del rey, el cual residía en Aksum, en la región de Tigre. El monarca se sintió atraído por los modales y la ciencia de los jóvenes cristianos y al poco tiempo, nombró a Frumencio, que era el mayor, secretario suyo, e hizo a Edesio copero de palacio. Poco antes de morir, el rey agradeció a los dos jóvenes sus servicios y les devolvió la libertad. La reina, que ocupó la regencia durante la minoría de su hijo mayor, pidió a Frumencio y Edesio que se quedasen a su servicio.

Frumencio, que tenía a su cargo la administración, persuadió a ciertos mercaderes cristianos para que se estableciesen en el país; no sólo obtuvo permiso de la reina para que practicasen libremente su religión, sino que, con el ejemplo de su propio fervor, era un modelo viviente para los infieles. Cuando los dos hijos del rey tomaron en sus manos las riendas del gobierno, Frumencio y Edesio renunciaron a sus cargos, a pesar de los ruegos de los monarcas. Edesio volvió a Tiro; ahí recibió la ordenación sacerdotal y refirió sus aventuras a Rufino, quien las consignó en su "Historia de la Iglesia". Por su parte, Frumencio, cuyo principal deseo consistía en convertir a los etíopes, fue a Alejandría a pedir al obispo San Atanasio que enviase un pastor a los etíopes. San Atanasio, juzgando que Frumencio era el más capacitado para llevar a cabo la obra que había comenzado, le consagró obispo. Tal fue el principio de las relaciones de los cristianos de Etiopía con la Iglesia de Alejandría, que persisten aún en nuestros días.

Probablemente, la consagración de San Frumencio tuvo lugar en 340 o inmediatamente después de 346 (o tal vez entre los años 355 y 356). El santo volvió a Aksum, donde con su predicación y milagros obró numerosas conversiones. Se cuenta que consiguió ganar al cristianismo a los dos reyes, Abreha y Asbeha, cuyos nombres figuran en el santoral etíope. Pero el emperador Constancio, que era arriano, concibió un odio implacable por San Frumencio, porque estaba unido con San Atanasio por los lazos de la fe y el cariño. Viendo que no podía atraerle a la herejía, Constancio escribió a los dos reyes etíopes que enviasen a San Frumencio a Jorge, el obispo instruso de Alejandría, quien se encargaría de velar por "su bienestar". En la misma carta, el emperador los prevenía contra Atanasio "por sus muchos crímenes". Lo único que consiguió Constancio con su carta fue que ésta cayese en manos de San Atanasio, quien la incluyó en su "Apología". San Frumencio murió antes de convertir a todos los aksumitas. Después de su muerte, se le dieron los títulos de "Abuna" (nuestro padre) y "Aba salama" (padre de la paz). El primado de la Iglesia disidente de Etiopía lleva todavía hoy el título de "Abuna".

26 de octubre SAN EVARISTO, PAPA Y MÁRTIR

 SAN EVARISTO, PAPA Y MÁRTIR - Vidas de los Santos de A. Butler

(107 p.C.) - San Evaristo sucedió a San Clemente en la sede romana durante el reinado de Trajano. Gobernó la Iglesia alrededor de ocho años y fue el cuarto sucesor de San Pedro. El Líber Pontificalis dice que era hijo de un judío griego de Belén. También afirma, erróneamente, que dividió la ciudad de Roma en varios títulos o parroquias gobernadas por un sacerdote y que nombró a siete diáconos para toda la ciudad. Generalmente se le da el título de mártir, por más que su martirio no esté probado. Fue enterrado cerca del sepulcro de San Pedro, en el Vaticano.

26 de octubre SAN EVARISTO, PAPA Y MÁRTIR

 San Evaristo, Papa y Mártir

Al dar a los Papas santos una Misa propia y señalar para dicha Misa el Prefacio de los Apóstoles, S. S. el Papa Pío XII quiso recordar a los fieles la devoción especial que deben tener a los que Dios se dignó confiar en otro tiempo su Iglesia

Como acogimos con alborozo en 1951 la beatificación y en 1954 la canonización de Pío X, de quien somos contemporáneos, cuya vida y obras nos son tan conocidas, cuya fotografía hemos visto tantas veces y de cuyas reliquias repartidas a millares hacemos tanto aprecio; como nos alegró la beatificación y la canonización de Pío X, a quien muchos de los que todavía viven hoy, vieron en Roma, a cuyas enseñanzas asentimos filialmente y cuya muerte sentimos todos, al comenzar la guerra mundial, cual si fuese la de un familiar nuestro; así:

No debemos olvidar el agradecimiento que debemos a sus lejanos predecesores, a todos los Papas y sobre todo a los que honra la Iglesia con un culto especial por razón de su santidad y a veces de su martirio.

Honor singular es para un hombre verse elevado a la Silla de San Pedro; es, sobre todo, un peso aplastante el aceptar el cuidado de todas las Iglesias del mundo; es temible la responsabilidad de llevar a Dios las almas de todos los hombres que viven en la tierra. Aceptar esta carga implicó a veces de un modo infalible aceptar de antemano el martirio. Era, al menos, aceptar el dolor y el sacrificio y, a pesar de lo alto de esa dignidad, "hacerse el siervo de los siervos de Dios."

De suerte que, si debemos celebrar y amar a todos los santos, sepamos dar una preferencia y profesar una devoción especial a los Papas santos que la Iglesia propone a nuestro culto. Hoy en particular, sepamos honrar al que gobernó la Iglesia en los días en que murió el último Apóstol; él, por decirlo así, la preparó a emprender la larga peregrinación que no terminará hasta el último día. La fe y la confianza de Evaristo merecieron pronto para la Iglesia las gracias de que tenía necesidad, las cuales nunca la faltaron en el curso de su historia.

VIDA. — Nacido en Grecia de padre judío, Evaristo llegó a ser Papa en el consulado de Valente el año 96, y murió el año 108. El Líber Pontificalis no nos dice que dió su sangre por Jesucristo; señala únicamente que fué enterrado junto a San Pedro en el Vaticano. Es, con todo, honrado como mártir, de igual modo que todos los primeros Papas. A él se debe la distribución de los títulos de la ciudad entre los sacerdotes romanos: determinó que, cuando predicase el Papa, le acompañasen siete diáconos "en atención a su elevada dignidad". Dispuso ademáis que el matrimonio se celebrase públicamente y fuese bendecido por un sacerdote.

PLEGARIA. — Fuiste el primer Pontífice a quien la Iglesia se vió confiada al desaparecer los últimos que conocieron al Señor. El mundo podía decir ahora en cierto sentido: Aun cuando hemos conocido según la carne a Cristo, ahora ya no lo conocemos así". El destierro era cada vez más absoluto para la Esposa; y en aquella hora en que no faltaban ni peligros ni dolores, el Esposo se dignaba encargarte de enseñarla a continuar sola su camino de fe, de esperanza y de amor. Supiste justificar la esperanza del Hombre- Dios. Vela siempre sobre Roma y sobre la Iglesia. Enséñanos que es necesario saber ayunar aquí en este mundo, resignarse a la ausencia del Esposo cuando se oculta a nuestra vista y servirle y amarle con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todas nuestras fuerzas, eon toda nuestra mente, en lo que dure este mundo y le plazca tenernos en él.


domingo, 25 de octubre de 2020

Sermón Vigesimoprimer Domingo después de Pentecostés - Festividad de Cristo Rey.

 Festividad de Cristo Rey


Sermón Vigesimoprimer Domingo después de Pentecostés -
Festividad de Cristo Rey.
Padre Ariel Damin
25 de Octubre del 2020
San Martin, Mendoza, Argentina

25 de octubre SANTOS CRISANTO y DARÍA, MÁRTIRES

 SANTOS CRISANTO y DARÍA, MÁRTIRES

MODO DE CELEBRAR A LOS MÁRTIRES. — "Cuantas veces celebramos las fiestas de los santos mártires, tenemos esperanzas de conseguir del Señor por intercesión de ellos, gracias temporales de tal forma, que, imitando a estos mártires, merezcamos recibir después los bienes eternos.

"Los que imitan los ejemplos de los mártires, esos son los que celebran de verdad las jubilosas solemnidades de los santos mártires. Las fiestas de los mártires son, en efecto, como una invitación a imitar gustosamente lo que se celebra con alegría.

"Pero nosotros queremos regocijarnos con los santos y nos negamos a tolerar con ellos la persecución del mundo. El que no imita cuanto puede a los santos mártires, no podrá llegar a su felicidad. El Apóstol San Pablo proclama esta verdad al decir: "Si somos compañeros de los padecimientos, también los seremos de la consolación". Y el Señor dice en el Evangelio: "Si el mundo os odia, sabed que antes me odió a mi". El que no quiere tolerar el odio con la cabeza de su cuerpo, renuncia a ser parte del cuerpo".

LOS MÁRTIRES DE LA VÍA SALARIA. — No tenían estos últimos sentimientos aquellos valientes cristianos que, en el día aniversario de los mártires Crisanto y Daría, fueron a rezar y a celebrar el santo sacrificio al lugar de su confesión. Llegaron los paganos y tapiaron la entrada del subterráneo. Llenos de gozo aceptaron la muerte por Cristo, cuyo sacrificio místico ellos renovaban. Pasaron muchos años. Al sonar para la Iglesia la hora de la victoria y una vez que los cristianos conocieron el camino de la cripta sagrada, un espectáculo singular apareció a su vista: frente al sepulcro donde reposaban Crisanto y Daría, se había colocado alrededor del altar todo un grupo de mártires y encima de este altar se encontraban aún los vasos de plata que servían para el sacrificio. Nadie tuvo la osadía de tocar los huesos de los mártires ni cambiar en lo más mínimo la disposición de aquella incomparable escena. Se cerró otra vez la cripta, pero una abertura permite a los peregrinos echar una mirada al augusto santuario y animarse para las luchas de la vida al contemplar lo que los siglos de los mártires exigieron de sus antepasados en la fe.

VIDA. — Nada se sabe de los mártires Crisanto y Daría. Su leyenda nos dice que Crisanto convirtió a su mujer y que ambos guardaron virginidad en el matrimonio. Su celo por convertir a los paganos llamó la atención del prefecto Celerino, que los hizo poner en tortura, conducirlos a un arenal de la Vía Salaria, arrojarlos a una fosa y enterrarlos vivos. Sus reliquias descansan en la basílica de Letrán.

Daré a mis Santos un lugar distinguido en el reino de mi Padre, dice el Señor. Esto canta la Esposa al celebrar a los mártires. Y al querer aplicaros la palabra del Esposo, os asigna como morada vuestra en la tierra la insigne basílica de Letrán, y como lecho de honor y de reposo el reducto sagrado, la misma confesión sobre la que descansa el altar mayor de la Iglesia que es madre y cabeza de todas las Iglesias. Digna recompensa a vuestros trabajos y a vuestro sufrimiento, puesto que en la misma Roma os cupo la suerte de participar en la predicación de los Apóstoles, y como ellos, sellar con vuestra sangre la palabra santa. No ceséis de justificar la confianza de la Ciudad eterna: su fe, que siempre fué pura, hacedla cada vez más fecunda; conservad inalterable su fidelidad al pontífice-Rey, cuya residencia hace de Roma la capital del mundo, el vestíbulo del cielo. Pero vuestras sagradas reliquias, gracias a la munificencia de Roma, han llevado muy lejos su protección poderosa. Dignaos apoyar con vuestro valimiento la oración que tomamos de vuestros devotos de Eifflia1: "Oh Dios, que has realzado en tus santos Crisanto y Daría el honor de la virginidad con la consagración del martirio, haz que, ayudados con su intercesión, apaguemos en nosotros la llama de los vicios y merezcamos ser templo tuyo en la compañía de los corazones puros."

sábado, 24 de octubre de 2020

FIESTA DE CRISTO REY, ULTIMO DOMINGO DE OCTUBRE ( 25/10/2020)


 

FIESTA DE CRISTO REY, ULTIMO DOMINGO DE OCTUBRE ( 25/10/2020) 

SANTA MISA REZADAS : 7:00HS- 9:00 HS - SANTA MISA CANTADA11:00HS . DEMOSTREMOS NUESTRO AMOR Y ENTREGA A JESUCRISTO PARA QUE EL REINE EN ESTOS TIEMPOS DE APOSTASIA Y ATEISMO PUBLICO Y PRIVADO. " VIVA CRISTO REY"


" ...EL TIEMPO ES LIMITADO...LA APARIENCIA DE ESTE MUNDO PASA"  ( I COR. 7, 29.31)

VIGESIMOPRIMER DOMINGO DESPUES DE PENTECOSTES

 DECIMOPRIMER DOMINGO DESPUES DE PENTECOSTES - Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger

EL OFICIO. — Los Domingos que van a continuación son los últimos del ciclo anual, pero el grado de proximidad que los relaciona con su último término, varía cada año con la Pascua. Esta variación imposibilita la coincidencia exacta entre la composición de sus Misas y las lecturas del Oñcio nocturno, que se hacen de un modo fijo desde agosto de la manera que hemos dicho. La instrucción que los fieles deben sacar de la sagrada Liturgia sería incompleta, ni verían tampoco la solicitud de la Iglesia en estas últimas semanas tan claramente como conviene para dejarse dominar de ella por entero, si pasan para ellos inadvertidas las lecturas que se hacen en los meses de octubre y noviembre: en el primero se leen los Macabeos, que nos animan a los últimos combates, y en el segundo se leen los Profetas, que anuncian los juicios de Dios.

M I S A

LUCHA CONTRA EL DIABLO. — Durando de Mende, en su Racional, se esfuerza por probar que este Domingo y los que le siguen dependen siemipre del Evangelio de las bodas divinas y no son más que su explicación. "Y porque estas bodas, dice para hoy, no tienen mayor enemigo que la envidia de Satanás contra el hombre, la Iglesia trata, en este Domingo, de la guerra contra Satanás y de la armadura de que nos debemos revestir para defendernos en ella, según se verá en la Epístola. Y, como el cilicio y la ceniza son las armas de la penitencia, la Iglesia en el Introito saca a relucir la voz de Mardoqueo, que rogaba a Dios, cubierto del cilicio y la ceniza".

MISERIA DEL GÉNERO HUMANO. — Su fundamento tienen las reflexiones del Obispo de Mende. Mas, bien que el pensamiento de la unión divina, que pronto se consumará, no abandone nunca a la Iglesia, ésta se mostrará de modo especial verdaderamente Esposa en la desdicha de los últimos tiempos, cuando, olvidándose de sí misma, sólo pensará en los hombres, cuya salvación la confió el Esposo. Lo hemos dicho ya: la proximidad del juicio final, el estado lamentable del mundo en los años que precederán inmediatamente al desenlace de la historia humana, es lo que domina en la Liturgia de estos Domingos. La parte de la Misa de hoy que más impresionó a nuestros padres, es el Ofertorio sacado de Job, con su versículos de exclamaciones expresivas y repeticiones apremiantes; puede decirse, en efecto, que este Ofertorio encierra perfectamente el verdadero sentido que conviene dar al Domingo vigésimoprimero después de Pentecostés.

Al mundo, que se ve reducido, como Job en el estercolero, a la más extrema miseria, ya solamente le queda la esperanza en Dios. Los santos que todavía viven en él, honran al Señor con una paciencia y una resignación, que en nada merman el ardor y la fuerza de sus súplicas. Tal es el sentimiento que desde el primer instante produce en ellos la oración sublime formulada por Mardoqueo. Rogaba éste en favor de su pueblo condenado a un exterminio total, figura del que espera al género humano

INTROITO

En tu voluntad, Señor, están puestas todas las cosas, y no hay quien pueda resistir a tu voluntad: porque tú lo has hecho todo, el cielo y la tierra, y todo cuanto se contiene en el ámbito del cielo: tú eres el Señor de todo. — Salmo: Bienaventurados los puros en su camino: los que andan en la Ley del Señor. V. Gloria al Padre.

La Iglesia, en la Colecta, indica bastante que, si bien está pronta a sufrir los tiempos malos, prefiere la paz, que la permite ofrecer libremente el tributo simultáneo de las obras y la alabanza. El último ruego de Mardoqueo en la oración cuyas primeras palabras las tenemos en el Introito, era para esta libertad de la alabanza divina, que será el último amparo del mundo: Podamos cantar a tu Nombre, oh Señor, y no cierres la boca de los que te alaban"

COLECTA

Suplicárnoste, Señor, custodies a tu familia con tu continua piedad: para que, con tu protección, se vea libre de todas las adversidades y, con buenos actos, sirva devota a tu nombre. Por Nuestro Señor Jesucristo.

EPISTOLA

Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Efesios (Ef„ VI, 10-17).

Hermanos: Confortaos en el Señor y en el poder de su virtud. Revestios de la armadura de Dios para que podáis resistir a las asechanzas del diablo. Porque no tenemos que luchar contra la carne y la sangre, sino contra los príncipes y potestades, contra los tenebrosos rectores de este mundo, contra los espíritus del mal en los cielos. Por lo cual, tomad la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y ser perfectos en todo. Tened, pues, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y estad vestidos de la coraza de la justicia, y tened los pies calzados con la preparación del Evangelio de la paz: tomad en todo el escudo de la fe, con el cual podréis extinguir todos los dardos encendidos del malvado: y el yelmo de la salud: y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios.

EL DÍA DEL JUICIO. — Los días malos, que ya señalaba el Apóstol el último Domingo, son muchos en la vida de cada hombre y en la historia del mundo. Mas, para cada hombre y para el mundo, hay un día malo entre todos: el del fin y el del juicio, del cual canta la Iglesia que la desgracia y la miseria le convertirán en un día de gran amargura. Los años se han dado al hombre, y los siglos se suceden unos a otros para preparar el último día. Dichosos los combatientes del buen combate y los vencedores de ese día terrible; se los verá entonces de pie sobre las ruinas y perfectos en todo, conforme a la palabra del Doctor de las naciones. No conocerán la segunda muerte; coronados con la diadema de la justicia, reinarán con Dios sobre el trono de su Verbo.

APOYARSE EN CRISTO. — La guerra es fácil con el Hombre-Dios por jefe. Unicamente nos pide por su Apóstol que busquemos nuestra fuerza sólo en El y en la potencia de su virtud. La Iglesia sube del desierto apoyada en su Amado. El alma fiel se siente conmovida al pensar que sus armas son las mismas que tiene el Esposo. No en vano los Profetas nos le pintaron ya de antemano ciñendo antes que nadie el escudo de la fe, tomando el casco de la salud, la coraza de la justicia y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios. El Evangelio nos le presentó en medio de la lid para, con su ejemplo, formar a los suyos en el manejo de estas armas divinas.

EL ARMA DE LA FE. — Armas múltiples por razón de sus múltiples efectos, pero todas, ofensivas o defensivas, se resumen en la fe. Fácilmente ello se echa de ver al leer la Epístola de hoy, además de que eso es lo que nuestro jefe divino quiso enseñarnos cuando, al ser tentado por tres veces en la montaña de la Cuarentena, quiso responder otras tantas con textos de la Escritura. La victoria que triunfa del mundo es la de nuestra fe, dice San Juan; y en el combate de la fe resume el Apóstol, al final de su carrera, sus propias luchas y las de toda vida cristiana.. A pesar de las condiciones nada favorables que señala el Apóstol, es la fe la que asegura el triunfo a los hombres de buena voluntad. Si en la lucha emprendida tuviésemos que juzgar de las esperanzas del éxito de las partes adversas comparando sus fuerzas respectivas, es seguro que las conjeturas nos serían desfavorables. Porque no tenemos que hacer frente a hombres de carne y sangre, sino a enemigos impalpables que llenan el aire y son, por tanto, invisibles, inteligentes y fuertes; que conocen a maravilla los tristes secretos de nuestra pobre naturaleza caída y dirigen todo su valer contra el hombre para engañarle y perderle por el odio que tienen a Dios. En su origen fueron creados para reflejar en la pureza de una naturaleza completamente espiritual el resplandor divino de su autor; ahora, por su orgullo, son y manifiestan ser una monstruosidad de puras inteligencias consagradas al mal y a odiar la luz.

CONVERTIRSE EN LUZ. — Nosotros, que ya por nuestra naturaleza sólo somos tinieblas, ¿cómo, pues, lucharemos con estas potencias espirituales, que ponen toda su ciencia al servicio de la oscuridad? San Juan Crisóstomo lo dice: "Convirtiéndose en luz." Es cierto que la faz del Padre no puede lucir directamente sobre nosotros antes del gran día de la revelación de los hijos de Dios; pero ya desde ahora tenemos la palabra revelada -, que suple nuestra ceguera. El bautismo abrió el oído en nosotros, pero no abrió todavía los ojos; Dios habla por la Escritura y por su Iglesia, y la fe nos da una certeza tan grande como si ya viésemos.

Con su docilidad de niño, el justo camina en paz por la sencillez del Evangelio. La fe le guarda contra los peligros mejor que el escudo, y mejor que el casco y la coraza; la fe amortigua los dardos de las pasiones e inutiliza los engaños enemigos. Con ella no se necesitan razonamientos sutiles ni largas consideraciones, para descubrir los sofismas del infierno o tomar una decisión en un sentido u otro. ¿No bastará en cualquier circunstancia la palabra de Dios, que nunca se equivoca? Satanás teme al que con ella se contenta; tema más a un hombre así, que a las academias y escuelas de los filósofos. Está acostumbrado a sentirse triturar en todo choque debajo de sus pies. El día del gran combate fué arrojado de los cielos con una sola palabra de San Miguel Arcángel, convertido en estos días en modelo y defensor nuestro.

En el Gradual y Versículo recuerda la Iglesia al Señor, que nunca cesó de ser el refugio de su pueblo; su bondad y su poder precedieron a todos los siglos, porque Dios existe desde la eternidad. Defienda, pues, ahora a los suyos, que se ven obligados en su pequeño número a preparar, como en otro tiempo Israel, el éxodo final de la Iglesia, la cual abandona este mundo nuevamente infiel para ir a la verdadera tierra prometida.

GRADUAL

Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación. V. Antes que se hiciesen los montes o se formase la tierra y el orbe: desde siempre y para siempre tú eres Dios.

Aleluya, aleluya, y. Al salir de Egipto Israel, salió de un pueblo extranjero la casa de Jacob. Aleluya.

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Mateo (Mat., XVIII, 23-35).

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El reino de los cielos es semejante a un rey que quiso pedir cuentas a sus siervos. Y, habiendo comenzado a pedir cuentas, le fué presentado uno que le debía diez mil talentos. Mas, como no tuviese con qué pagarlos, su señor mandó venderle a él, y a su mujer, y a sus hijos, y todo cuanto tenía, para que pagase. Postrándose entonces aquel siervo, ie rogó diciendo: Ten paciencia conmigo, y todo te lo pagaré. Y, compadecido el señor de aquel siervo, le soltó, y le perdonó la deuda. Mas, habiendo salido aquel siervo, encontró a uno de sus consiervos, el cual le debía cien denarios: y, apretándole, le ahogaba diciendo: Da lo que debes. Y, postrándose su consiervo, le rogó diciendo: Ten paciencia conmigo, y todo te lo pagaré. Pero él no quiso: sino que se fué, y le metió en la cárcel hasta que pagase la deuda. Y, cuando vieron sus consiervos lo que había hecho, se contristaron mucho: y fueron y contaron a su señor todo lo sucedido. Entonces su señor llamó a aquel siervo, y le dijo: Siervo malo, ¿no te perdoné a ti toda la deuda porque me lo rogaste? ¿No debiste, pues, compadecerte tú también de tu consiervo, como yo me compadecí de ti? Y, airado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase toda la deuda. Así hará también mi Padre celestial con vosotros, si no perdonare cada cual a su hermano de todo corazón.

Meditemos la parábola de nuestro Evangelio, que sólo pretende enseñarnos un medio seguro para saldar nuestras cuentas desde ahora con el Rey eterno.

SENTIDO DE LA PARÁBOLA. — En realidad, todos nosotros somos ese servidor negligente e insolvente deudor, que su amo tiene derecho a vender con todo lo que posee y entregarle a los verdugos. La deuda que hemos contraído con su Majestad por nuestras faltas, es de tal naturaleza, que requiere en toda justicia tormentos sin fin y supone un infierno eterno, donde, pagando continuamente el hombre, jamás satisface la deuda. ¡Alabanza, pues, y reconocimiento infinito al divino acreedor! Compadecido por los ruegos del desgraciado que le pide un poco más de tiempo para pagar, el amo va más allá de su petición y al momento le perdona toda la deuda, pero poniéndole con justicia una condición, según lo demuestra lo que sigue. La condición fué la de que obrase con sus compañeros de igual modo que su amo había hecho con él. Tratado tan generosamente por su Rey y Señor, y perdonada gratuitamente una deuda infinita, ¿podría rechazar él, viniendo de un igual, el ruego que a él le salvó y mostrarse despiadado con obligaciones que tuviesen para con él?

"Ciertamente, dice San Agustín, todo hombre tiene por deudor a su hermano; porque ¿qué hombre hay que no haya sido nunca ofendido por nadie? Pero, ¿qué hombre existe también que no sea deudor de Dios, puesto que todos pecaron? El hombre es, pues, a la vez, deudor de Dios y acreedor de su hermano. Por eso, Dios justo te ha dado esta orden: obrar con tu deudor como él hace con el suyo... Todos los días rezamos, y todos los días hacemos subir la misma súplica hasta los oídos divinos, y todos los días también nos prosternamos para decir: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. ¿De qué deudas hablas tú, de todas tus deudas o solamente de una parte de ellas? Dirás: De todas. Luego perdona tú todo a tu deudor, dado que ésa es la regla puesta y la condición aceptada"'.

PERDONAR PARA SER PERDONADO. — "Es más grande, dice San Juan Crisóstomo, perdonar al prójimo sus agravios para con nosotros que una deuda de dinero; pues, perdonándole sus faltas, imitamos a Dios". Y ¿qué es, visto bien todo, la injusticia del hombre con otro hombre si se compara con la ofensa del hombre para con Dios? Mas ¡ay!, ésta nos es familiar: el justo lo experimenta siete veces al día; más o menos, pues, llena nuestro diario vivir. Muévanos siquiera a ser misericordiosos con los demás, la seguridad de ser perdonados todas las tardes con la sola condición de retractar nuestras miserias. Es costumbre laudable la de no acostarse si no es para quedarse dormido en los brazos de Dios, como el niño de un día; pero, si sentimos la necesidad santa de no encontrar al fin del día en el corazón del Padre que está en los cielos, más que el olvido de nuestras faltas y un amor infinito, ¿cómo pretender a la vez conservar en nuestro corazón molestos recuerdos o rencores pequeños o grandes, contra nuestros hermanos, que son también hijos suyos? Ni siquiera en el caso de haber sido objeto de violencias injustas, o de injurias tremendas, se podrán comparar nunca sus faltas contra nosotros con nuestros atentados a este bondadosísimo Dios, de quien ya nacimos enemigos y a quien hemos causado la muerte. Imposible encontrar un caso en que no se pueda aplicar la regla del Apóstol: Sed misericordiosos, perdonaos mutuamente como Dios os ha perdonado en Cristo; sed los imitadores de Dios como sus hijos carísimos" Llamas a Dios Padre tuyo y ¡no olvidas una injuria! "Eso no lo hace un hijo de Dios", sigue diciendo admirablemente San Juan Crisóstomo; "la obra de un hijo de Dios consiste en perdonar a sus enemigos, rogar por los que le mortifican, dar su sangre por los que le odian. He aquí lo que es digno de un hijo de Dios; hacer hermanos suyos y sus coherederos a los enemigos, a los ingratos, a los ladrones, a los desvergonzados, a los traidores".

Ponemos aquí íntegramente el célebre Ofertorio de Job, con sus versículos. Lo que hemos dicho al principio de este Domingo, ayudará a entenderlo. La antífona, lo único que hoy se conserva, nos pone delante, dice Amalario, las palabras del historiador que cuenta sencillamente los hechos; por eso su estilo es el narrativo. Job, al contrario, entra en escena en los versículos, con el cuerpo agotado y el alma llena de amargura: sus repeticiones, interrupciones, nuevos comienzos, sus frases sin terminar, expresan al vivo su respiración jadeante y su dolor.

OFERTORIO

Había en la tierra de Hus un hombre llamado Job: era sencillo y recto y temeroso de Dios: al cual pidió Satanás, para tentarle: y le fué dado por el Señor poder sobre sus bienes y sobre su carne: y destruyó toda su riqueza y los hijos: e hirió también su carne con graves úlceras.

V. I. — ¡Ojalá Dios pesase mis pecados, ojalá Dios pesase mis pecados, por los que he merecido la cólera, por los que he merecido la cólera, y los males y los males que sufro: éstos parecerían más grandes!

Había en la tierra de Hus.

V. II . — Porque ¿qué fuerza tengo, qué fuerza tengo, qué fuerza tengo para sobrellevarlos, o cuándo llegará mi fin, para obrar con paciencia? —Había en la tierra de Hus.

V. III. — ¿Acaso mi resistencia es como la de las rocas, o mi carne es de bronce?, ¿o mi carne es de bronce?

Había en la tierra de Hus.

V. IV. — Porque, porque, porque mi ojo no volverá ya a encontrarse en condiciones de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad, de ver la felicidad.

Había en la tierra de Hus.

La salvación del mundo, como la del hombre, está siempre en potencia en el augusto Saorificio, cuya virtud cura en la tierra y aplaca en el cielo.

Ofrezcámosle, sin desalentarnos nunca, como un recurso supremo a la misericordia divina.

SECRETA

Recibe, Señor, propicio estas hostias, con las que has querido aplacarte y restituirnos a nosotros la salud con poderosa piedad. Por Nuestro Señor Jesucristo.

En el fondo del alma de la Santa Madre Iglesia corren parejas una esperanza indefectible y su admirable paciencia. Por más que se repitan contra ella las persecuciones, su oración no desmaya; porque guarda fielmente en su corazón el recuerdo de la palabra de salvación que la dió el Señor. La antífona de la Comunión nos lo recuerda.

COMUNION

Desfallece mi alma por recibir de ti la salvación; espero en tu palabra: ¿cuándo juzgarás a los que me persiguen? Los inicuos me han perseguido: socórreme, Señor, Dios mío.

En posesión ya del alimento de inmortalidad, consigamos vivir con la sinceridad de un alma purificada.

POSCOMUNION

Conseguido el alimento de la inmortalidad, suplicárnoste, Señor, hagas que, lo que hemos recibido con la boca, lo practiquemos con alma pura. Por Nuestro Señor Jesucristo,

25 de octubre SANTOS CRISANTO y DARÍA, MÁRTIRES

 SANTOS CRISANTO y DARÍA, MÁRTIRES - Vidas de los Santos de A. Butler

(Fecha desconocida) - El culto de estos mártires en Roma, que data de muy antiguo, prueba que existieron realmente y que dieron su vida por Cristo; pero el relato de su martirio es una invención de fecha muy posterior. Según dicho relato, Crisanto era hijo de un patricio llamado Polemio, quien se trasladó, con su hijo, de Alejandría a Roma, durante el reinado de Numeriano. Un sacerdote llamado Carpóforo, instruyó y bautizó a Crisanto. Al enterarse, Polemio se indignó en extremo y con objeto de que Crisanto renunciase a la castidad y a su nueva religión, introdujo en su habitación a cinco mujeres de mala vida. Como la estratagema no diese resultado, Polemio propuso a su hijo que contrajese matrimonio con una sacerdotisa de Minerva, llamada Daría. No sabemos cómo ni por qué, Crisanto aceptó la proposición de su padre, convirtió a Daría al cristianismo y ambos guardaron la virginidad en el matrimonio. Juntos convirtieron a muchos personajes de la sociedad romana. Finalmente, fueron denunciados y comparecieron ante el tribuno Claudio. Este entregó a Crisanto a un pelotón «le soldados, con la orden de-obligarle por todos los medios a ofrecer sacrificios a Hércules. Los soldados sometieron a Crisanto a diferentes torturas, pero la firmeza del mártir fue tal que el propio tribuno, su esposa Hilaria y sus dos hijos confesaron a Cristo. También los soldados siguieron su ejemplo. El emperador mandó asesinarlos a todos. Hilaria consiguió escapar, pero fue capturada más tarde, cuando se hallaba orando ante el sepulcro de los mártires. El Martirologio Romano conmemora a San Claudio y sus compañeros el 3 de diciembre. Entre tanto, Daría había sido enviada a una casa de prostitución, donde la defendió un león que se había escapado del circo. Para acabar con la fiera, los soldados tuvieron que incendiar la casa. Daría y Crisanto comparecieron entonces ante el propio Numeriano, quien los condenó a muerte. Fueron primero apedreados y después, enterrados vivos en una antigua mina de arena de la Vía Salaria Nova. El día del aniversario de la muerte de los mártires, algunos cristianos se reunieron ahí a orar junto a su sepulcro. El emperador se enteró de que los fieles se hallaban dentro y mandó tapiar la entrada de la mina con rocas y tierra, de suerte que los cristianos murieron ahí. Se trata de los santos Diodoro (sacerdote), Mariano (diácono) y sus compañeros, a quienes se conmemora el l9 de diciembre.

Es probable que San Crisanto y Santa Daría hayan sido realmente apedreados y enterrados en vida en una mina. Se cuenta que su tumba y la de los cristianos martirizados el día de su aniversario fue descubierta más tarde. San Gregorio de Tours describió de oídas el santuario que se había erigido sobre la mina, pero sin nombrar a los mártires. En el siglo IX, las pretendidas reliquias de San Crisanto y Santa Daría fueron trasladadas a Prüm en la Prusia renana y, cuatro años después, a Münstereifel, donde se encuentran en la actualidad. El sepulcro de los mártires se hallaba en las cercanías del cementerio de Trasón, en la Vía Salaria Nova, donde hay varias antiguas minas de arena.

24 de octubre SAN RAFAEL ARCÁNGEL

 SAN RAFAEL ARCÁNGEL - Vidas de los Santos de A. Butler

San Rafael Arcángel, pintura cuzqueña

La Biblia sólo menciona por su nombre a tres de los siete arcángeles que, según la tradición judío-cristiana, se hallan más cerca del trono de Dios: Miguel, Gabriel y Rafael. La Iglesia, sobre todo la Iglesia de oriente, veneraba a estos tres arcángeles desde época muy remota. Benedicto XV extendió a toda la Iglesia de occidente las fiestas de San Gabriel y San Rafael. En el Libro de Tobías se cuenta que Dios envió a San Rafael a ayudar al anciano Tobías, quien estaba ciego y se hallaba en una gran aflicción, y a Sara, la hija de Raquel, cuyos siete maridos habían muerto en la noche del día de las bodas. Cuando Tobías el joven fue a Media a cobrar un dinero que se debía a su padre, San Rafael, tomó la forma humana y el nombre de Azarías, le acompañó en el viaje, le ayudó en sus dificultades y le explicó cómo podía casarse con Sara sin peligro alguno. El propio Tobías dice: "Me condujo en el viaje y me hizo volver sano y salvo. Cobré el dinero a Gabelo. Me ayudó a casarme, y arrojó de mi esposa el mal espíritu y consoló a sus padres. A mí me salvó de las fauces del pez y a ti te hizo ver la luz del cielo. Hemos sido colmados de bienes por su medio". Estas curaciones y el nombre de Rafael, que significa "Dios ha obrado la salud", han movido a ciertos comentaristas a identificarle con el ángel que movía el agua en la piscina milagrosa de la que habla San Juan (v, 1-4). La liturgia corrobora tal identificación, ya que el Evangelio de la misa de San Rafael es precisamente ese pasaje de San Juan. En el Libro de Tobías (XII, 12 y 15), el propio arcángel se describe como "uno de los siete que están en la presencia del Señor" y cuenta que había ofrecido continuamente a Dios las oraciones del joven Tobías.

viernes, 23 de octubre de 2020

23 de octubre SAN ANTONIO MARÍA CLARET, OBISPO y CONFESOR

 SAN ANTONIO MARÍA CLARET, OBISPO y CONFESOR - Arturo Tabera Araoz Año Cristiano, Tomo III, BAC

(1870 p.C.) -    No sería difícil encontrar quien, ignorando la vida portentosa del Santo que conmemora hoy la Iglesia, se sintiera asaltado por la duda de si Antonio Claret, a quien se oye llamar de mil modos, suficiente cada uno para encarnar y cincelar toda una personalidad maciza y exuberante, existió en realidad o fue una fantasía. El modelo de obreros, el misionero apostólico, el taumaturgo, el escritor inagotable, el gran director de almas, el fundador, el organizador genial, el intuitivo "precursor de la Acción Católica, tal como es hoy" (Pío XI), el catequista célebre, el prudente confesor real, el abanderado de la infalibilidad pontificia y primer santo del concilio Vaticano, el sagrario viviente, el apóstol cordimariano de los tiempos modernos, el gran apóstol del siglo XIX, y también el gran calumniado, existió y fue San Antonio María Claret.

   Nació en Sallent (Barcelona ) el día 23 de diciembre de 1807, de padres auténticamente cristianos, que, al día siguiente, le llevaron al bautismo. "Me pusieron por nombre -nos dirá en su autobiografía-Antonio Adjutorio Juan: pero yo, después, añadí el dulcísimo nombre de María, porque María Santísima es mi Madre, mi Madrina, mi Maestra y mi todo, después de Jesús".

   A los, cinco años de edad aparecieron ya en la precoz inteligencia y en el corazón naturalmente compasivo del niño Antonio las primeras señales y gérmenes de su vocación al apostolado: "Las primeras ideas de mi niñez de que yo tengo memoria son que, cuando tenía unos cinco años de edad, estando en la cama, en vez de dormir, pues siempre he sido poco dormilón, pensaba en los bienes del cielo y en las penas eternas del infierno, es decir, pensaba en aquel "siempre" que no tiene fin: me figuraba distancias enormes: a éstas añadía otras y otras, y, no alcanzando el fin de ellas, me estremecía por la desgracia de aquellos que tendrán que padecer penas eternas...: esta idea quedó tan grabada en mí que, sea por lo temprano que empezó, sea por las muchas veces que en ella he pensado, lo cierto es que nada tengo más presente".

   Son éstos los primeros aleteos del misionero en ciernes: "Esta idea de la eternidad desgraciada es la que me ha hecho, hace y hará trabajar, mientras viva, en la conversión de los pobres pecadores, procurándola en el púlpito, en el confesionario, por medio de libros, estampas, hojas volantes, conversaciones, etc." Ha brotado la semilla del apóstol, del misionero que, en un siglo calamitoso para la Patria, luchará con su espíritu magníficamente universal, abierto, eminentemente apostólico y práctico. Su programa de vida y actuación quedó escrito de su puño y letra: "Trabajando constantemente y aprovechando todas las circunstancias para dar gloria a Dios y atender a la salvación de las almas, valiéndome de todos los medios". El programa, en su ambiciosa sencillez, debía ser una obra perenne, por, que, casi con las mismas palabras, se lo dejó en las constituciones a la codicia apostólica de sus misioneros.

   La infancia de Antonio transcurre apacible entre la escuela, su casa, los juegos y la iglesia. Los tiempos eran malos y revueltos, y las circunstancias de la familia no consentían los gastos de pensión en el Seminario. El muchacho hubo de incorporarse de lleno a los trabajos del telar paterno, en espera de tiempos mejores. Golpe duro y definitivo, al parecer, para las ilusiones de Claret. Acató resueltamente y con todo amor la orden de su padre, pasando por todas las ocupaciones y labores de la fábrica de tejidos, propiedad de su familia, y trabajando como el que más en cantidad y calidad. Así, hasta que llega un momento en que el trabajo de la fábrica paterna no tiene ya dificultades ni secretos para él. Por eso, "deseoso de adelantar, dije a mi padre que me llevase a Barcelona. Se extendió por aquélla ciudad la fama de la habilidad que el Señor me había dado para la fabricación. De aquí que algunos señores quisieran formar compañía con mi padre. Me excusé... Y, a la verdad, fue esto providencial. Yo nunca me había opuesto a los designios de mi padre. fue ésta la primera vez, y fue porque la voluntad de Dios quería de mí otra cosa. Me quería eclesiástico. El continuo pensar en máquinas y talleres me tenía absorto. Era un delirio lo que tenía por la fabricación. En medio de esto me acordé de aquellas palabras del Evangelio que leí de muy niño: "¿De qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si finalmente pierde su alma?" Esta sentencia me causó profunda impresión. Fue una saeta que me hirió en el corazón. Pensaba y discurría qué haría".

   Hay en su alma una inquietud que no le deja sosegar y que va aumentando su tensión con varios episodios sucedidos en pocos meses, a propósito para desengañarle del mundo y avivar el interés por los negocios del alma. Fueron los siguientes: "Un día que fui a la Mar Vieja, que llaman, hallándome en la orilla, se alborotó de repente el mar y una grande ola se me llevó y, de improviso, me vi mar adentro. Después de haber invocado a María Santísima me hallé en la orilla, sin saber nadar y sin haber entrado en mi boca ni una sola gota de agua".

   Un amigo le llenó de amarguras el alma. Había condescendido a tener con él compañía de intereses; pero, cediendo este desventurado a los atractivos del juego, le estafó muchos miles de pesetas y se complicó después en otras acciones delictivas, hasta parar en un presidio. Antonio, aunque libre de toda complicidad, sintió hondamente el percance.

   "Iba alguna vez a visitar a un compatricio mío. Un día la dueña de la casa, que era una señora joven, me dijo que le esperase, que estaba para llegar. Luego conocí la pasión de aquélla señora, que se manifestó con palabras y acciones. Habiendo invocado a María Santísima, y forcejeando con todas mis fuerzas, me escapé de entre sus brazos.

   Tenía veintidós años. Llevaba cuatro en Barcelona. Durante ellos había llenado el ideal que pudiera proponerse, aun en nuestros días, cualquier trabajador especializado: aptitud para la fabricación, perito en dibujo, en el que consiguió repetidos premios; conocedor del francés y del inglés, que hablaba con soltura; diestro en el manejo de las matemáticas; hábil en la técnica textil, que no tenía secretos para él; propuesto con insistencia para director de fábricas, y, en medio de todo, piadoso, honrado, de bello porte y de un carácter tan amable y alegre que era las delicias de sus compañeros, de sus superiores y de sus subalternos. La vida le sonríe cuando abandona la esperanzas de un porvenir brillante y decide ingresar en la Cartuja. Pero, cuando se encamina al cenobio de Montealegre, una deshecha tempestad puso a prueba la poca robustez de sus pulmones, fatigados por la marcha y heridos por el trabajo, hasta expeler sangre. Por lo visto, Dios no lo quería así. Una vez restablecidas sus fuerzas marcha a sentarse entre los niños en el banco de un Seminario. Es lo que hoy se llama -con frase no tan inexacta- una vocación tardía.

   Y pasan los años. Estudia filosofía y teología en el viejo pero glorioso caserón del Seminario de Vich, con Balmes de compañero, y, por fin, el día 13 de junio de 1835 se ordena sacerdote, después de un mes de ejercicios.

   Ahora ya es mosén Claret. Tiene veintisiete años cumplidos. Se conserva su retrato de esta época. Bajo de estatura; un tinte amarillento colorea su rostro; ojos grandes y tiernos, que tienden a cerrarse bajo unos párpados carnosos, que naturalmente le inclinan a la modestia; pero cuando miran la lejanía y las multitudes desde la altura del púlpito se abren claros, animados por el alma fogosa de un apóstol, y le brillan como dos brasas.

   La parroquia de Sallent fue testigo de los primeros ardores de su celo sacerdotal, de la ejemplaridad intachable de su vida, de sus virtudes y de sus milagros. Pero este campo era demasiado reducido para el corazón grande de mosén Antón. Buscando horizontes más amplios para su celo se encamina a Roma, con el fin de ingresar en el Colegio de Propaganda Fide. Los oficiales encargados no pueden decretar la admisión sin la aprobación del cardenal prefecto, que, por aquellos días, disfrutaba las clásicas vacaciones romanas de la Ottobrata. Frente a este conjunto de dificultades decide Claret hacer los ejercicios espirituales en una casa profesa de la Compañía de Jesús, en espera de que las Congregaciones pontificias reanudaran sus trabajos. El mismo religioso que le dirigió los ejercicios, viendo en él cualidades no comunes, le propuso e insistió que ingresase en la Compañía. Tanto le animaron y tan fácilmente se solucionaron todas las dificultades, que, como él mismo nos dice, "de la noche a la mañana me hallé jesuita. Cuando me contemplaba vestido de la santa sotana de la Compañía casi no acertaba a creer lo que veía, me parecía un sueño.

   Pero los designios de Dios son muy distintos: "Me hallaba muy contento en el noviciado cuando he aquí que un día me vino un dolor tan grande en la pierna derecha que no podía caminar. Se temieron que quedaría tullido. El padre rector me dijo: "Esto no es natural. Me hace pensar que Dios quiere otra cosa de usted; consultaremos al padre general". Este, después de haberme oído, me dijo sin titubear, con toda resolución: "Es la voluntad de Dios que usted vaya pronto a España. No tenga miedo. Animo'. El padre Roothan tenía razón.

   Regresa a España y, al desembarcar en Barcelona, Claret deja de ser el mosén Antón que partió a Roma para convertirse en el misionero padre Claret. Exonerado de todo cargo parroquial, sus superiores le envían "como nube ligera que, empujada por el soplo del Espíritu Santo, llevase la lluvia bienhechora de la palabra divina a regiones secas y estériles".

   El ambiente político no es nada propicio. Hace poco que ha concluido la primera guerra carlista, guerra civil tenacísima y dura, que se ha prolongado siete años, y precisamente Cataluña ha sido uno de los principales teatros de la contienda. Esto no arredra al padre Claret. Más de cien páginas de su autobiografía nos narran sus correrías apostólicas y los estímulos que le movían a predicar incansablemente: "Siempre a pie de una población a otra, por muy apartadas que estuviesen, a través de nieves o de calores abrasadores, sin un céntimo siempre, pues nunca cobraba nada", predicando seis y ocho horas diarias y, el restante tiempo, confesando a miles de personas y, por las noches, en lugar de descansar, la oración, las disciplinas, el escribir libros y hojas volanderas, y sin comer apenas, lo que tenía maravilladas a las gentes. Era un milagro del Señor el que sostenía aquélla naturaleza. Las muchedumbres se agolpaban para oírle y el fruto era enorme. El demonio, por su parte, le hacía una guerra sin cuartel: en esta iglesia era una piedra que se desprendía del techo; en aquel pueblo, un violento fuego que se declaraba mientras predicaba el misionero. Pero éste descubría todas las astucias del enemigo. "Si era grande la persecución que me hacía el infierno, era muchísimo mayor la protección del cielo. Conocía visiblemente -dice él mismo- la protección de la Santísima Virgen. Ella y sus ángeles me guiaron por caminos desconocidos, me libraron de ladrones y asesinos y me llevaron a puerto seguro sin saber cómo. Muchas veces corría la voz de que me habían asesinado. Yo, en medio de estas alternativas, pasaba de todo: tenía ratos muy buenos, otros muy amargos. Habitualmente no rehusaba las penas, al contrario, las amaba y deseaba morir por Cristo; yo no me ponía, temerariamente en los peligros, pero sí me gustaba que el superior me enviase a lugares peligrosos, para poder tener la dicha de morir asesinado, por Jesucristo."

   Puede decirse que recorre todas las capitales y pueblos del nordeste de España. Su fama es grande; su predicación produce auténticas manifestaciones de entusiasmo. El fruto es cierto y copioso. Son muchas las conversiones sinceras. Menudean los milagros. El padre Claret, incansable, tiene constantemente a flor de labios esta oración: "¡Oh Corazón de María, fragua e instrumento del amor, enciéndeme en el amor de Dios y del prójimo!".

   De este modo pasaron siete años, hasta que, en 1848, fue enviado a Canarias para misionar en aquellas islas. Allí todavía más que en la Península, las multitudes se desbordan, las iglesias son insuficientes para contener a los que quieren escuchar la palabra del Padrito Santo, como cariñosamente le llaman, y el misionero se ve obligado a predicar bajo la bóveda azul del firmamento, en las plazas públicas o a las orillas del mar.

   El padre Claret acarició toda su vida, como un bello ideal, la fundación de una Congregación de sacerdotes que se dedicasen a la evangelización, según él la comprendía y practicaba. Mas, por oposición de la política y de las guerras, parecía todo un sueño que nunca habría de tener realidad. A mediados de 1849 regresó a España. El ambiente nacional había evolucionado mucho; los cielos de la política se serenaban; la persecución ahogaba en la lejanía sus últimos rugidos. A favor de todo esto las ilusiones claretianas volvieron a reverdecer. El santo misionero adivinó llegada la hora y, después de vencer no pocas dificultades, el día 16 de julio de este mismo año reúne a seis jóvenes sacerdotes en el Seminario de Vich y queda echada la semilla de la Congregación de los Misioneros Hijos del Corazón de María.

   Poco tiempo, sin embargo, pudo vivir con aquélla incipiente comunidad. "El día 4 de agosto -nos dice-, al bajar del púlpito, me mandan ir a Palacio. Y, al llegar allí, el señor obispo me da el nombramiento para arzobispo de Santiago de Cuba. Quedé muerto con tal noticia. Dije que de ninguna manera aceptaba. Espantado del nombramiento, no quise aceptar, por considerarme indigno y por no abandonar la Congregación que acababa de nacer. Entonces el nuncio de Su Santidad y el ministro de Gracia y Justicia se valieron de mi prelado, a quien tenía la más ciega obediencia. Este me mandó formalmente que aceptara."

   Mientras que se tramitaba su consagración y preparaba el viaje a América el celo del padre Claret continúa incansable y devorador; sigue sus correrías apostólicas; escribe libros; funda la Librería Religiosa, interviniendo personalmente en el montaje de las máquinas. Recibida la consagración episcopal, nada cambió de su método de vida: el mismo trato sencillo y humilde, el mismo vestido, la misma comida pobre y escasa, y, sobre todo, el mismo celo apostólico. Es su pasión. El gran fuego que le arde en las entrañas. Ninguna frase mejor que la escogida por él para su sello episcopal: Caritas Christi urget nos. Como otras muchas páginas de la autobiografía que nos dejó escrita, esta que transcribirnos puede darnos una idea de su actividad misionera y apostólica: "Arreglados mis negocios en Madrid, me volví a Cataluña. Al llegar a Igualada prediqué. Al día siguiente fui a Montserrat, en que también prediqué. Luego pasé a Manresa, en que se hacía el novenario de ánimas: por la noche les prediqué y, al día siguiente, di la sagrada comunión. Por la tarde pasé a Sallent, mi patria, y todos me salieron a recibir; por la noche les prediqué desde un balcón de la plaza, porque en la iglesia no hubieran cabido; al día siguiente celebramos una misa solemne y, por la tarde, salí para Sanmartí, donde prediqué. Al día siguiente por la mañana pasé a la ermita de Fusimaña, a la que había tenido tanta devoción desde pequeño, y en aquel santuario celebré y prediqué de la devoción a la Virgen Santísima. De allí pasé a Artés, en que también prediqué; luego a Calders, y también prediqué, y fui a comer a Moyá, y por la noche prediqué. Al día siguiente pasé por Collsuspina, y también prediqué, y después fuí a Vich, y también prediqué. Pasé a Barcelona, y prediqué todos los días en diferentes iglesias y conventos, hasta el día en que nos embarcamos".

   En Cuba se mantiene el mismo ritmo misionero: persecuciones, puñales, incendios, calumnias, que las fuerzas del mal desencadenaron contra el arzobispo; pero éste siguió manteniéndose intrépido en la misma línea. Con celo infatigable recorrió a caballo cuatro veces, en visita pastoral, toda su diócesis, que era aproximadamente de 60.000 kilómetros cuadrados. Las conversiones fueron innumerables. Los terremotos, la peste y el cólera que azotaron la isla sirvieron al arzobispo para arrancar infinitas almas al diablo, arreglar innumerables matrimonios de amancebados, más de 10.000, y hasta para calmar las revueltas populares. Durante su pontificado los americanos del Norte sirviéndose de elementos revolucionarios, hicieron tres tentativas contra la isla y las tres las desbarató el arzobispo con sólo predicar el amor y el perdón. Los enemigos de España llegaron a pensar muy en serio quitar la vida al que les hacía más daño que todo el ejército. Muchos intentos fallaron. Por fin, uno acertó. El día 1 de febrero de 1856 el arzobispo era herido gravemente en Holguín. "Cuando salimos de la iglesia—es el propio padre Claret quien nos lo cuenta—se me acercó un hombre, como si quisiera besarme el anillo; pero, al instante, alargó el brazo armado con una navaja de afeitar y descargó el golpe con todas sus fuerzas..," Lo que menos importó al herido fue la gravedad de aquellos momentos; a pesar de su presencia de ánimo, estaba muy lejos de su cuerpo: "No puedo explicar el placer, el gozo que sentía mi alma, al ver que había logrado lo que tanto deseaba: derramar mi sangre por Jesús y María".

   Restablecido milagrosamente, consiguió el indulto para su desgraciado verdugo y todavía le pagó el viaje para que pudiese regresar a su patria.

   También para el Santo había llegado la hora de retornar a España, y con ella el periodo que constituye la plenitud de su vida. El día 13 de marzo de 1857, estando predicando en una misión, recibió un comunicado de la reina de España, Isabel II, que le llamaba a Madrid, sin expresarle el motivo. El arzobispo termina apresuradamente las obras de mayor envergadura que tenía iniciadas, como la Granja Agrícola de Puerto Príncipe y el recién fundado Instituto Apostólico de María Inmaculada para la Enseñanza. Llega a Madrid y se entera en la primera entrevista con Isabel de que ésta le había llamado para hacerle su confesor. El padre Claret, siempre reacio a aceptar dignidades y grandezas humanas, no otorgó su consentimiento sino después de haber consultado a varios prelados y, aun entonces, con la expresa condición de no vivir en Palacio y de quedar libre para dedicarse al ministerio. Ahora iba a ser apóstol de España entera. Efectivamente, no tiene explicación humana lo que hizo en los diez años que fue confesor real: misionó por todas las capitales y provincias de España, aprovechando los viajes de los reyes: las tandas de ejercicios al clero, religiosos y seglares fueron ininterrumpidas; predica incansable: en una sola jornada llega hasta doce sermones; en el confesionario emplea diariamente unas cinco horas; recibe por término medio una correspondencia diaria de cien cartas, a las cuales responde personalmente: publica libros y opúsculos; es presidente de El Escorial, que restaura y donde funda un Seminario modelo: da vida fecunda a la Academia de San Miguel, anticipo de la Acción Católica de hoy. Todo esto sin contar su asistencia obligatoria a los actos oficiales de Palacio y el trabajo que tenía como protector del hospital e iglesia de Montserrat. Una labor, como se ve, capaz de abrumar las fuerzas de muchos hombres.

   Además, estaba al corriente del movimiento teológico, filosófico y cultural de Europa. Es ridícula la afirmación de los que presentan al padre Claret como "un hombre que sólo sabía rezar y hablar sin grandes pretensiones; hasta su aire era popular, por no decir pueblerino..." La historia demuestra lo contrario y Pío XII ha podido afirmar del padre Claret que era "un hombre singular, nacido para ensamblar contrastes". Ya desde los primeros años, en la escuela y en la Lonja de Barcelona, y posteriormente en el Seminario, sus calificaciones fueron siempre máximas. A pesar de su vida de actlvidad sorprendente y extensisima, es un lector empedernido. Quedan datos y muestras en su biblioteca particular, que constaba de más de 5.000 volúmenes de última hora, y que es una de las mejores y más completas de su tiempo. Voz corriente en los sectores eclesiásticos contemporáneos era que la ciencia del padre Claret parecía infusa. Tal vez, pero él mismo nos levanta un poco el velo cuando escribe: "A mí me consta que lo poco que sabe ese sujeto (Claret) lo debe a muchos años y muchas noches pasadas en el estudio". Lo que pasaba es que su vocación al ministerio activo no le pedía ni el escribir como científico ni el dedicar horas y horas a investigaciones eruditas, aunque se haya encontrado entre sus papeles alguna lucubración sobre la posibilidad de los vuelos dirigidos. Su misión providencial era de más importancia y trascendencia.

   Tiene Claret casi cincuenta años. Durante los diez que estuvo en la corte la actualidad religiosa de España quedó centrada en la persona del santo arzobispo. Su equilibrio humano se manifiesta ante las delicadas circunstancias personales de su regia penitente. La prudencia sobrenatural le mantiene alejado de todos los manejos políticos. Claret tiene una influencia decisiva para el catolicismo español de toda una época. Se ha dicho que su residencia en Madrid fue una verdadera catástrofe para el movimiento revolucionario español", influencia tan decisiva precisamente porque Claret no hizo nunca política. Ante los frutos que reportaba la obra del confesor real no podía Satanás dejar de ensañarse contra él, tratando de inutilizar su ministerio por todos los medios. La persecución se desencadena de manera metódica y perfectamente calculada: periódicos, libros, teatros; hasta en tarjetas y cajas de fósforos se le calumnió de la manera más baja y soez; se escribieron biografías que no eran sino noveluchos indecentes, se falsificaron escandalosamente algunos de sus libros más importantes, publicándolos con su nombre. Todo se ensayó, con el fin de inutilizar su celo. Pero también todo resultó inútil, pues el Señor tomó por su cuenta defender a su enviado e hizo redundasen en bien de las almas los mismos medios que los sicarios ponían en juego para impedirlo. Hasta doce veces intentaron asesinarle y, en no pocas de estas ocasiones, los mismos iniciadores del crimen eran los primeros en experimentar, por una sincera conversión, la benéfica influencia de las virtudes y santidad del calumniado arzobispo.

   La conducta del santo padre Claret no puede juzgarse como la de un estoico presuntuoso, sino como venida del don divino de la fortaleza. Se irguió sereno, imperturbable ante la calumnia. No quiso defenderse. Tuvo escrita una defensa sobria, verid'ica; pero se arrodilló ante el crucifijo y prefirió callar, recordando las palabras del Evangelio: Jesus autem tacebat: "Jesús, empero, se mantenía callado" (Mt. 26,63). Es que desaparece el hombre para dejar paso al santo, a quien se exigió el sacrificio de su reputación y de su buen nombre, no sólo durante su vida, sino por largos años posteriores, tantos que, todavía en 1934, cuando Pío XI le beatifica, hay una pluma famosa en las letras patrias que, en son de arrepentimiento, escribe: "Existen dos Claret: uno el forjado por la calumnia, otro el real y efectivo. Aquél es totalmente inexistente. Este, Antonio María Claret, es, sencillamente, un santo de la traza y pergeño de los activos, infatigables, emprendedores".

   En esta época de su estancia en Madrid, cuando el trabajo ministerial acapara todas sus horas, es precisamente cuando el padre Claret llega a la cumbre de su vida espiritual, a la unión mayor que se puede dar: la transformación total. Humildemente nos lo refiere el Santo: "El día 26 de agosto, hallándome en oración en la iglesia del Rosario, de La Granja, a las siete de la tarde, el Señor me concedió la gracia de la conservación de las especies sacramentales y así tener siempre día y noche al Santísimo Sacramento en el pecho".

   ¡Admirable consumación de amor, expresión manifiesta de la unión íntima, transformante de un alma con el Divino Verbo! La revolución de septiembre, que él había profetizado muchas veces, destronó a la reina y arrojó a ella y a su confesor a un país extraño. Desterrado de la madre patria, por la que tanto había trabajado, anciano, cansado, consumido y enfermo, pero indomable, marcha a Francia y, poco después, a Roma, para asistir al concilio Vaticano. Cuando se discute la candente cuestión de la infalibilidad pontificia habla con palabras que conmueven a toda la asamblea. Insinúa proféticamente algunas escisiones en la Iglesia, por causa de esta cuestión, que tuvieron exacto cumplimiento, y, después, señalando las cicatrices que el atentado de Holguín dejó en su rostro y repitiendo la frase del Apóstol: "Traigo en mi ,cuerpo los estigmas de mi Señor Jesucristo" (Gál. 6,7), declara que está dispuesto a morir en confirmación de esta gran verdad: "Creo que el Suma Pontífice romano es infalible".

Es la última llamarada de una lámpara que se extingue. Vuelve a Francia y, camino de París, se detiene, casi moribundo, en Fontfroide, una recoleta y tranquila abadía cisterciense, cerca de Carcasona.

Ni en su agonía le dejan tranquilo las fuerzas del mal. Sólo la muerte le libró de nuevas persecuciones y pesquisas policíacas. Su cuerpo se desmoronaba: pero él, con el pie en las playas de la patria eterna, escribía con pulso a un tiempo inseguro y vigoroso, esta definitiva y para él obsesionante afirmación: "Quiero verme libre de estas ataduras y estar con Cristo (Fil. 1,23), como María Santísima, mi dulce Madre".

   Así fue, el día 24 de octubre de 1870. Después, sus funerales, entre el rumor del canto de los monjes y el revoloteo de un misterioso pajarillo sobre el féretro arzobispal, colocado en la severa iglesia cisterciense. Sobre su tumba escribieron las palabras de San Gregorio Magno: "Amé la justicia y odié la iniquidad; por eso muero en el destierro". Bajo aquella losa descansaron los restos del padre Claret durante veintisiete años, hasta que los Misioneros los trasladaron, con afecto filial, a su iglesia de Vich (Barcelona). El cerebro y el corazón habían resistido la acción devoradora de la humedad y de la cal.

   El 25 de febrero del año 1934 el papa Pío XI le declaraba Beato y el 7 de mayo de 1950 Pío XII le elevaba al supremo honor de los altares. Su mejor semblanza, la que de él hizo Su Santidad Pío XII en unas palabras pronunciadas horas después de la canonización: "Alma grande, nacida como para ensamblar contrastes; pudo ser humilde de origen y glorioso a los ojos del mundo; pequeño de cuerpo, pero de espíritu gigante; de apariencia modesta, pero capaz de imponer respeto incluso a los grandes de la tierra; fuerte de carácter, pero con la suave dulzura de quien conoce el freno de la austeridad y de la penitencia; siempre en la presencia de Dios, aun en medio de su prodigiosa actividad exterior: calumniado y admirado, festejado y perseguido. Y entre tantas maravillas, como luz suave que todo lo ilumina, su devoción a la Divina Madre".

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