lunes, 31 de mayo de 2021

SANTA PETRONILA, Virgen

 



SANTA PETRONILA,
Virgen

   Fue santa Petronila una doncella romana, a quien el Príncipe de los apóstoles poco después de entrar en Roma convirtió a la fe juntamente con toda su familia. Y porque la engendró para Jesucristo por el bautismo, ella le amaba y le tenía una tierna devoción, y se llamaba hija de san Pedro, aunque no según la carne, sino según el espíritu. Deseaba esta santa virgen padecer mucho por Jesucristo que por su amor había muerto en la cruz, y el Señor le dio por cruz e1 lecho del dolor, donde estuvo por muchos años herida de perlesía en todos los miembros de su cuerpo. Visitábanle con frecuencia san Pedro y otros fieles de Roma, y como le dijesen que por qué sanando él a tantos enfermos y siendo piadoso para todos, para solo ella era cruel; levántate, pues, Petronila, dijo,  sírvenos a la mesa. Levantóse la santa como si nunca hubiese estado enferma, y después de haber servido a la mesa, con asombro de todos, les dijo san Pedro: "no es eso lo que le conviene, sino estar enferma"; y así volvió a hallarse paralítica como antes, hasta la muerte del santo apóstol y luego sanó de todas sus enfermedades. Salió tan aventajada en la virtud, que como dicen las actas, con sola su voluntad sanaba de repente a los enfermos. Enamoróse ciegamente de ella un caballero noble romano, llamado Flaco, quien con gente de guerra vino a casa de Petronila para llevársela por esposa. Rospondióle la hermosísima virgen: «aguarda tres días, y al cabo de ellos vengan las doncellas que me acompañen a tu casa» Con esta respuesta quedó Flaco contento, y ella que había ofrecido su virginidad a Jesucristo, gastó los tres días en perpetua oración y ayunos, suplicándole con muchas lágrimas y grande, afecto que la librase de aquel peligro, y no permitiese que ella contra su voluntad perdiese lo que le había prometido y tanto deseaba conservar. Vino al tercer día a su casa un santo sacerdote llamado Nicomedes, díjole misa y dióle el santísimo Sacramento; y en recibiéndole se inclinó sobre su cama y dio su espíritu a Dios. Vinieron aquel día las doncellas que Flaco enviaba para acompañarla y llevarla a su casa, y hallándola muerta, en lugar de celebrar las bodas, celebraron sus exequias. El cuerpo de la santa fue sepultado en la vía Ardeatina y después trasladado con gran solemnidad a la basílica del príncipe de los apóstoles san Pedro en tiempo del Papa Paulo, primero de este nombre.

REFLEXIÓN

  Dichosa y bienaventurada virgen, muy amada del Señor después de haber sido probada como la plata y purificada como el oro en el crisol de la enfermedad. Acontece con harta frecuencia que esos trabajos que humillan al hombre y rinden el cuerpo, son el mejor remedio para sanar el alma; porque entonces vemos claramente y mejor que con todas las meditaciones, la brevedad y fragilidad de nuestra vida y la nada de nuestro ser y la vanidad de las cosas del mundo. ¿A cuántos ha sido ocasión de perderse la salud, o la posesión de los demás bienes temporales, en que el mundo cifra la humana felicidad? Mas cuando la salud está quebrantada, empieza a entrar el hombre dentro de si, y a acordarse de Dios en quien solamente puede hallar su   verdadera, sólida y eterna dicha.

ORACIÓN


   Óyenos, Señor y salvador nuestro, para que la espiritual alegría con que celebramos la festividad de tu bienaventurada virgen Petronila, vaya acompañada de verdadera devoción.. Por J. C. N. S. Amén.

31 de mayo La fiesta de la bienaventurada Virgen María, Reina.

 


Memoria de la Bienaventurada Virgen María, Reina, que engendró al Hijo de Dios, Príncipe de la paz, cuyo reino no tendrá fin, y que es saludada por el pueblo cristiano como Reina del cielo y Madre de misericordia.
Oración: Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el Reino de los Cielos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
  • En Roma, santa Petronila, Virgen, hija del Apóstol san Pedro, la cual, desdeñando el enlace con el noble varón Flaco, y aceptando para deliberar el plazo de tres días, en que se dio a la oración y al ayuno, al tercer día, apenas recibió el Sacramento de Cristo, expiró.
  • En Aquilea, los santos Mártires Cancio, Canciano y Cancianila, hermanos; los cuales, siendo de la ilustre estirpe de los Anicios, imperando Diocleciano y Maximiano, por su constancia en la fe cristiana, juntamente con su ayo Proto, fueron decapitados.
  • En Torres de Cerdeña, san Crescenciano, Mártir.
  • En Comana del Ponto, san Hérmias, soldado, que en el imperio de Antonino, saliendo victorioso, por el divino favor, de innumerables y atroces torturas, convirtió el verdugo a Cristo y le hizo partícipe de la misma corona del martirio, que él recibió primero, siendo degollado.
  • En Verona, san Lupicino, Obispo.
  • En Roma, san Pascasio, Diácono y Confesor, de quien hace mención san Gregorio Papa.

Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.
R. Deo Gratias.

31 de mayo FIESTA DE LA REALEZA DE MARÍA

 



La realeza de Cristo es dogma fundamental de la Iglesia y a la par canon supremo de la vida cristiana.

   Esta realeza, consustancial con el cristianismo, es objeto de una fiesta inserta solemnemente en la sagrada liturgia por el Papa Pío XI a través de la bula QUAS PRIMAS del 11 de diciembre de 1925. Era como el broche de oro que cerraba los actos oficiales de aquel Año Santo.

   La idea primordial de la bula podría formularse de esta guisa: Cristo, aun como hombre, participa de la realeza de Dios por doble manera: por derecho natural y por derecho adquirido. Por derecho natural, ante todo, a causa de su personalidad divina; por derecho adquirido, a causa de la redención del género humano por Él realizada.

   Si algún día juzgase oportuno la Iglesia —decía un teólogo español en el Congreso Mariano de Zaragoza de 1940— proclamar en forma solemne y oficial la realeza de María, podría casi transcribir a la letra, en su justa medida y proporción claro está, los principales argumentos de aquélla bula.

   Y así ha sido. El 11 de octubre de 1954 publicó Pío XII la encíclica AD CÆLI REGINAMResulta una verdadera tesis doctoral acerca de la realeza de la Madre de Dios. En ella, luego de explanar ampliamente las altas razones teológicas que justifican aquélla prerrogativa mariana, instituye una fiesta litúrgica en honor de la realeza de María para el 31 de mayo. Era también como el broche de oro que cerraba las memorables jornadas del Año Santo concepcionista.

   El paralelismo entre ambos documentos pontificios y aun entre las dos festividades litúrgicas, salta a la vista.

   La realeza de Cristo es consustancial, escribíamos antes, con el cristianismo; la de María también. La realeza de Cristo ha sido fijada para siempre en el bronce de las Sagradas Escrituras y de la tradición patrística; la de María lo mismo.

   La realeza de Cristo, lo insinuábamos al principio, descansa sobre dos hechos fundamentales: la unión hipostática —así la llaman los teólogos, y no acierta uno a desprenderse de esta nomenclatura— y la redención; la de María, por parecida manera, estriba sobre el misterio de su maternidad divina y el de corredención.

   Ni podría suceder de otra manera. Los títulos y grandezas de Nuestra Señora son todos reflejos, en cuanto que, arrancando fontalmente del Hijo, reverberan en la Madre, y la realeza no había de ser excepción. La Virgen, escribe el óptimo doctor mariano San Alfonso de Ligorio, es Reina por su Hijo, con su Hijo y como su HijoEs patente que se trata de una semejanza, no de una identidad absoluta.

   "El fundamento principal —decía Pío XII—, documentado por la tradición y la sagrada liturgia, en que se apoya la realeza de María es, indudablemente, su divina maternidad. Y así aparecen entrelazadas la realeza del Hijo y la de la Madre en la Sagrada Escritura y en la tradición viva de la Iglesia. El evangelio de la maternidad divina es el evangelio de su realeza, como lo reconoce expresamente el Papa; y el mensaje del Arcángel es mensaje de un Hijo Rey y de una Madre Reina.

   Entre Jesús y María se da una relación estrechísima e indisoluble —de tal la califican Pío IX y Pío XII—, no sólo de sangre o de orden puramente natural, sino de raigambre y alcance sobrenatural trascendente. Esta vinculación estrechísima e indisoluble, de rango no sólo pasivo, sino activo y operante, la constituye a la Virgen particionera de la realeza de Jesucristo. Porque no fue María una mujer que llegó a ser Reina. No. Nació Reina. Su realeza y su existencia se compenetran. Nunca, fuera de Jesús, tuvo el verbo "ser" un alcance tan verdadero y sustantivo. Su realeza, al igual que su maternidad, no es en Ella un accidente o modalidad cronológica. Más bien fue toda su razón de ser. La predestinó el cielo, desde los albores de la eternidad, para ser Reina y Madre de misericordia.

   Toda realeza, como toda paternidad, viene de Dios, Rey inmortal de los siglos. Pero un día quiso Dios hacerse carne en el seno de una mujer, entre todas las mujeres bendita, para así asociarla entrañablemente a su gran hazaña redentora, y este doble hecho comunica a la Virgen Madre una dignidad, alteza y misión evidentemente reales.

   Saliendo al paso de una objeción que podría hacerse fácilmente al precedente razonamiento, escribe Cristóbal Vega que si la dignidad y el poder consular o presidencial resulta intransferible, ello se debe a su peculiar naturaleza o modo de ser, por venir como viene conferido por elección popular. Pero la realeza de Cristo no se cimenta en el sufragio veleidoso del pueblo, sino en la roca viva de su propia personalidad.

   Y, por consecuencia legítima, la de su Madre tampoco es una realeza sobrevenida o episódica, sino natural, contemporánea y consustancial con su maternidad divina y función corredentora. Con atuendo real, vestida del sol, calzada de la luna y coronada de doce estrellas la vio San Juan en el capítulo XII del Apocalipsis asociada a su Hijo en la lucha y en la victoria sobre la serpiente según que ya se había profetizado en el Génesis.

   Y esta realeza es cantada por los Santos Padres y la sagrada liturgia en himnos inspiradísimos, que repiten en todos los tonos el “Salve Regina".

   Hable por todos nuestro San Ildefonso, el capellán de la Virgen, cantor incomparable de la realeza de María, que, anticipándose a Grignon de Montfort y al español Bartolomé de los Ríos agota los apelativos reales de la lengua del Lacio: Señora mía, Dueña mía, Señora entre las esclavas, Reina entre las hermanas, Dominadora mía y Emperatriz.

   Realeza celebrada en octavas reales, sonoras como sartal de perlas orientales y perfectas como las premisas de un silogismo coruscante, por el capellán de la catedral primada don José de Valdivielso cuando, dirigiéndose a la Virgen del Sagrario, le dice:

 

Sois, Virgen santa, universal Señora
de cuanto en cielo y tierra ha Dios formado;
todo se humilla a Vos, todo os adora
y todo os honra a Vos y a Vuestro Honrado;
que quien os hizo de Dios engendradora,
que es lo que pudo más haberos dado,
lo que es menos os debe de derecho,
que es Reina universal haberos hecho.

    Los dos versos finales se imponen con la rotundidez lógica de una conclusión silogística.

   En el 2º concilio de Nicea, VII ecuménico, celebrado bajo Adriano en 787, se leyó una carta de Gregorio II (715-731) a San Germán, el patriarca de Constantinopla, en que el Papa vindica el culto especial a la "Señora de todos y verdadera Madre de Dios".

   Inocencio III (1198-1216) compuso y enriqueció con gracias espirituales una preciosa poesía en honor de la Reina y Emperatriz de los ángeles.

   Nicolás IV (1288-1292) edificó un templo en 1290 a María, Reina de los Ángeles.
    Juan XXII (1316-1334) indulgenció la antífona “Dios te salve, Reina", que viene a ser como el himno oficial de la realeza de María.

   Los papas Bonifacio IX, Sixto IV, Paulo V, Gregorio XV, Benedicto XIV, León XIII, San Pío X, Benedicto XV y Pío XI repiten esta soberanía real de la Madre de Dios.

   Y Pío XII, recogiendo la voz solemne de los siglos cristianos, refrenda con su autoridad magisterial los títulos y poder reales de la Virgen y consagra la Iglesia al Inmaculado Corazón de María, Reina del mundo. Y en el radiomensaje para la coronación de la Virgen de Fátima, al conjuro de aquellas vibraciones marianas de la Cova de Iría, parece trasladarse al día aquel, eternamente solemne, al día sin ocaso de la eternidad, cuando la Virgen gloriosa, entrando triunfante en los cielos, es elevada por los Serafines bienaventurados y los coros de los Ángeles hasta el trono de la Santísima Trinidad, que, poniéndole en la frente triple diadema de gloria, la presentó a la corte celeste coronada Reina del universo... "Y el empíreo vio que era verdaderamente digna de recibir el honor, la gloria, el imperio, por estar infinitamente más llena de gracias, por ser más santa, más bella, más sublime, incomparablemente más que los mayores santos y que los más excelsos Ángeles, solos o todos juntos; por estar misteriosamente emparentada, en virtud de la maternidad divina, con la Santísima Trinidad, con Aquel que es por esencia Majestad infinita, Rey de reyes y Señor de señores, como Hija primogénita del Padre, Madre ternísima del Verbo, Esposa predilecta del Espíritu Santo, por ser Madre del Rey divino; de Aquel a quien el Señor Dios, desde el seno materno, dio el trono de David y la realeza eterna de la casa de Jacob; de Aquel que ofreció tener todo el poder en el cielo y en la tierra. Élel Hijo de Dios, refleja sobre su Madre celeste la gloria, la majestad, el imperio de su realeza, porque, como Madre y servidora del Rey de los mártires en la obra inefable de la redención, le está asociada para siempre con un poder casi inmenso en la distribución de las gracias que de la redención derivan..."

Por esto la Iglesia la confiesa y saluda Señora y Reina de los Ángeles y de los hombres.
Reina de todo lo creado en el orden de la naturaleza y de la gracia.
Reina de los reyes y de los vasallos.
Reina de los cielos y de la tierra.
Reina de la Iglesia triunfante, purgante y militante.
Reina de la fe y de las misiones.
Reina de la misericordia.
Reina del mundo, y Reina especialmente nuestra, de las tierras y de las gentes hispanas ya desde los días del Pilar bendito.
Reina del reino de Cristo, que es reino de "verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz".



   Y en este reino de Cristo que es la Iglesia santa es Ella Reina por fueros de maternidad y de mediación universal y, además, por aclamación universal de todos sus hijos.

   En este gran día jubilar de la realeza de María renovemos nuestro vasallaje espiritual a la Señora y con fervor y piedad entrañables digámosle esa plegaria dulcísima, de solera hispánica, que aprendimos de niños en el regazo de nuestras madres para ya no olvidarla jamás:

   "Dios te salve, Reina y Madre de misericordia; Dios te salve... "

 

sábado, 29 de mayo de 2021

30 de mayo SAN FERNANDO III REY DE CASTILLA y DE LEÓN. COPATRÓN DE ESPAÑA

 



Imagen que se venera en la Parroquia “San Antonio”, situada
en Carretera de Andalucía, 2, en la ciudad de Aranjuez, Madrid

San Fernando III (1198-1252), comparte el patronazgo de España con el Apóstol Santiago. Guerrero, poeta y músico, compositor de cantigas al Señor. Se destacó por su integridad, piedad, valentía y pureza. Fernando III de Castilla fue un santo rey, que alcanzó las cumbres más altas de la perfección, santificando las menores acciones de su vida y dedicando a la piedad y devoción mariana más intensa y ferviente todo momento y ocupación.

Fue uno de los más grandes hombres del siglo XIII y el más santo de los reyes hispánicos. Llena la primera mitad del mentado siglo, con su vida ejemplar, su intensa piedad religiosa, su prudencia de gobernante y su heroísmo de conquistador audaz. No conoció en sus empresas la derrota, ni el fracaso; siempre, al contrario, fueron coronadas por el triunfo y la gloria. Es modelo de santo seglar, de militar impertérrito, de cruzado valeroso de la fe. Meticuloso palaciego, músico, poeta, y en todo y siempre gran señor y perfecto caballero. 

Nació en el reino de León, probablemente cerca de Valparaíso (Zamora) y murió en Sevilla el 30 de Mayo de 1252. Hijo de Alfonso IX de León y de Berenguela, reina de Castilla, unió definitivamente las coronas de ambos reinos. Consideraba que el reino verdadero al que todo ha de someterse es el reino de Dios. Se consideraba siervo de la Virgen María.

Es criado en las postrimerías del siglo XII, entre los esplendores de la corte de León y crece en sus primeros años, venturosos y felices, acariciado por los cuidados de su madre, mujer virtuosa y ejemplar. Cuando apenas tiene diez años, una grave enfermedad pone su existencia en trance de muerte. Los médicos desesperan de salvarlo. Entonces la madre toma en sus brazos al pequeño, cabalga con él hasta el Monasterio de Oña, reza y llora durante toda una noche ante una imagen de la Virgen, y «el meninno empieza a dormir, et depois que foiesperto, luego de comer pedia», rezan las crónicas reales.

Por 27 años luchó para reconquistar la península de los moros.  Liberó a Córdoba (1236), Murcia, Jaén, Cádiz y finalmente a Sevilla donde murió (1249). Procuraba no agravar los tributos, a pesar de las exigencias de la guerra. Cuidaba tan bien de sus súbditos que se hizo famoso su dicho: “Más temo las maldiciones de una viejecita pobre de mi reino que a todos los moros del África”.

Como rey, tuvo la obsesión de la justicia; era amable, pero recto y firme en todos sus actos. Fue asimismo un gentil señor, en la más alta acepción de la palabra: palaciego finísimo, jinete elegante y diestro en las carreras, versado en los juegos nobles, incluso en los de salón, como el ajedrez; amante de la música y excelente cantor. Se le atribuyen algunas cantigas dedicadas a la Virgen, su gran pasión y amor desde que su madre le contara cómo le había salvado siendo niño. Fomentador de las artes todas, favoreció con esplendidez al entonces naciente estilo gótico, debiéndose a su impulso las mejores catedrales de España: Burgos, Toledo, León, Palencia…

Reconocido por su sabiduría. Fundó la famosa universidad de Salamanca. Fernando III se casó dos veces: su primera esposa fue Doña Beatriz de Suabia, princesa alemana; la segunda, Juana de Ponthieu. Ambas le dieron hijos. Con su segunda esposa fue padre de Eleanor, esposa de Eduardo I de Inglaterra.

Brillan en nuestro Rey Santo las tres grandes virtudes militares: la rapidez, la prudencia y la perseverancia. Cuando sus enemigos le creen muy lejos, a las márgenes del Duero, en su corte, aparece de repente ante los muros de Córdoba. Domina el arte de sorprender y desconcertar, aprovechando todas las coyunturas políticas del adversario; organizando con estudio y parsimonia sus grandes y decisivas campañas, prolongando, si preciso es, los asedios con tal de economizar sangre.

Junto a este aspecto, de militar y conquistador, que pudo haber llevado a efecto la unión total de la patria en su época, debe recalcarse su acción de gobernante, de la que apenas hacen mención los historiadores, o sea: sus relaciones con la Iglesia y los prelados; con los nobles y magnates; su administración de justicia y ejemplares relaciones con los demás reyes peninsulares cristianos; su impulso a la codificación y reforma del derecho; su protección a las artes, ciencias y para la creación de nuevos Centros y Universidades… En estos aspectos fue su reinado tan ejemplar y de subidos quilates de perfección, que sólo es comparable luego con el de la gran reina Isabel la Católica.

En medio de sus innumerables y siempre victoriosas campañas militares y laboriosas gestiones de buen gobierno, brilla con singular esplendor su piedad intensa y ferviente devoción a la Virgen María.

Se consideraba caballero de Dios, se llamaba siervo de Santa María y tenía a gran honor el título de Alférez de Santiago. Llevaba siempre consigo una pequeña imagen de la Virgen, en el arzón de su montura, cuando cabalgaba; a la cabecera de su cama, mientras dormía, ante la cual pasaba largas horas arrodillado, en los momentos más difíciles.

Al saber que estaba cercana la muerte abandonó su lecho y se postro en tierra sobre cenizas, recibió los últimos sacramentos. Llamó a la reina y a sus hijos para despedirse de ellos y darles sabios consejos. Volviéndose a los que se hallaban presentes, les pidió que lo perdonasen por alguna involuntaria ofensa. Y, alzando hacia el cielo la vela encendida que sostenía en las manos, la reverenció como símbolo del Espíritu Santo. Pidió luego a los clérigos que cantasen el Te Deum, y así murió, el 30 de mayo de 1252. 

Un resplandor celeste ilumina ya su rostro. «El tránsito de San Fernando, dice Menéndez y Pelayo, oscureció y dejó pequeñas todas las grandezas de su vida». Había reinado treinta y cinco años en Castilla y veinte en León, siendo afortunado en la guerra, moderado en la paz, piadoso con Dios y liberal con los hombres, como afirman las crónicas de él. Su nombre significa “bravo en la paz”.

Tal fue la vida exterior y la santa muerte del más grande de los reyes de Castilla, «atleta y campeón invicto de Jesucristo», según los Papas Gregorio IX e Inocencio IV. «De la vida interior —volvamos a Menéndez y Pelayo— ¿quién podría hablar dignamente sino los Ángeles, que fueron testigos de sus espirituales coloquios y de aquellos éxtasis y arrobos que tantas veces precedieron y anunciaron sus victorias?»

Lo sucedió en el trono su hijo mayor, Alfonso X, conocido como Alfonso el Sabio. Fue canonizado el 4 de febrero de 1671 por el Papa Clemente X. Es considerado por Menéndez y Pelayo como el más grande de los reyes de Castilla. Es patrono la ciudad de Aranjuez, de varias instituciones españolas y protector de cautivos, desvalidos y gobernantes.

LA CRUZ PRESENTADA A SANTA JUANA DE ARCO EN SU PIRA ¡Cave Ne Cadas!

 

30 de mayo de 2020 - La cruz procesional durmió en la parroquia de Saint-Nicolas de Pont-Saint-Pierre. Aquel sábado 30 de mayo, el aniversario de la muerte de Juana de Arco, hizo su gran regreso a Ruán, por el centenario de su canonización.


La cruz presentada a Juana de

Arco en su pira sale del olvido


La mañana del 30 de mayo de 1431, alrededor de las 9 a.m., Juana de Arco fue llevada en un carrito al mercado en Rouen. Después de haber sido escuchada en confesión y haber recibido la comunión, cien hombres escoltan a la muchacha de diecinueve años a la hoguera. En el camino, Canon Loyseleur, que había declarado en su contra durante el juicio, se siente arrepentido, quiere subir las escaleras y grita perdón, pero es empujado violentamente a un lado. Luego, el historiador Adrien Harmand dice que Jeanne es izada a la hoguera. A petición suya, fueron a buscarle la gran cruz de la parroquia de Saint-Sauveur, que ella abraza y sostiene con fuerza mientras llora. La deja sólo para sujetarla en el poste en lo alto de la pila de leños. Mientras está atada, continúa sus lamentaciones y alabanzas a Dios y a los santos, invocando especialmente a San Miguel ” .

 

"Quemé a una santa"

Isambard de La Pierre, el sacerdote que acompañó a la futura santa a la hoguera, en ocasión de su juicio de rehabilitación, dice: "Ella me había pedido que, una vez que fuera encendido el fuego, bajara con la cruz, y lo hiciera de modo que ella siempre pudiera verla. Así que lo hice. " .

El maestro Jacques Trémolet de Villers , presidente de la Asociación de Amigos de Juana de Arco y autor de numerosos libros muy bien documentados sobre este tema continúa el relato: "Después de haber pronunciado el nombre de Jesús seis veces, ella lo grita por última vez, y su cabeza cae sobre su hombro indicando que está muerta. El empleado informa que todos lloraban, incluso el obispo Cauchon. El más afligido es su verdugo, quien confiará poco después: "jamás la ejecución de ningún criminal me ha dado tanto miedo como la ejecución de esta virgen". Después de arrojar al Sena el corazón de la niña, que a pesar del aceite, la madera y el fuego añadidos, no había logrado quemar de ninguna manera, decía:"Temo mucho condenarme, porque quemé a una santa".  

El sacerdote de Heudicourt que presenció la horrible escena está igual de conmovido y testifica: “Durante la ejecución, el maestro Jean Alépée, entonces canónigo de Rouen, estuvo a mi lado. Estaba llorando porque era maravilloso y lo escuché decir: "Ruego a Dios que mi alma vaya a donde creo que está el alma de esta mujer". 

600 años después

De acuerdo con el inventario elaborado por el Ministerio de Cultura, propietario del objeto, la cruz procesional es una pieza de joyería de cobre cubierto de madera y vidrio, probablemente del  siglo XV.  Tiene una transcripción en la que se puede leer: "IHS MA / Donnes par moy Simon Langlois, sacerdote demolido en París, 1600". Después de haber sido preservada en la abadía de Fontaine-Guérard de Pont-Saint-Pierre a pocos kilómetros de Rouen, descansa hasta hoy en la parroquia de Pont-Saint-Pierre, en Eure, Rouen. En la iglesia de Saint-Sauveur, fue despedida por los calvinistas en el XVI° siglo; el objeto estaba protegido en ese momento.

La cruz debía exhibirse con gran fanfarria para las celebraciones de Johanianas en Rouen, planeadas para el mes de mayo de 2020. La "crisis del coronavirus" decidió lo contrario...


30 de mayo SAN FÉLIX I, PAPA

 




(274 D.C.) - Según el Martirologio Romano y el Liber Pontificalis, Félix I, romano por nacimiento, murió mártir. Pero, casi seguramente, este dato proviene de una confusión con un mártir llamado Félix, que fue sepultado en la Vía Aurelia. De la misma confusión procede el dato del Liber Pontificalis de que el Papa Félix "construyó, en la Vía Aurelia, la iglesia en la que fue sepultado". En realidad sabemos muy poco sobre San Félix. Según parece, ese Pontífice respondió al informe del Concilio de Antioquía sobre la deposición de Pablo de Samosata, quien había comparecido, en Roma, ante el Papa San Dionisio, predecesor de San Félix. Duchesne, Bardenhewer, Harnack y otros especialistas, sostienen que la carta de San Félix que se leyó en el Concilio de Éfeso era un documento falsificado por los apolinaristas. La afirmación de que San Félix "decretó que se celebrase la Misa sobre las tumbas de los mártires" significa, tal vez, que dicho Papa prohibió la costumbre de dejar un espacio vacío sobre los sepulcros de las catacumbas ("arcosalia"), excepto cuando se trataba de las tumbas de los mártires. De ser así, el sentido del decreto era que sólo podía celebrarse la Misa sobre los sepulcros de los mártires. San Félix murió el 30 de diciembre (III kal. jan. [Enero]); sin embargo se le conmemora el 30 de mayo, debido a una confusión entre "jan" y "jun" (junio). La "Depositio Episcoporum", que muestra claramente que se trata de un error de fecha, dice que San Félix fue sepultado en el cementerio de Calixto.

 

Variante 1 (adaptada de Wikipedia):

 

Félix nació en Roma en el 202, y era hijo de un hombre llamado Constancio (de quien se desconoce su procedencia y su ocupación). No existe información al respecto sobre la infancia de Félix. Félix fue elegido Papa el 5 de enero de 269, para suceder al difunto pontífice Dionisio. Decidió según la costumbre mantener su nombre de pila y adoptarlo como nombre papal.

En los comienzos de su pontificado llegaron a Roma noticias del sínodo que se había celebrado en Antioquía y que había depuesto al obispo antioquiano Pablo de Samosata por enseñar una doctrina contraria a las enseñanzas de la Iglesia sobre la Trinidad.

La cuestión había tomado un carácter meramente político, por el apoyo que Pablo de Samosata le dio al emperador Aureliano. Pese a ello, Félix emitió un decreto indicando que ningún cristiano podría optar por ser consagrado como obispo si no estaba en comunión con la sede de Roma, con lo que ratificó la deposición del obispo de la ciudad, aprobada en el concilio de Antioquía del 269, afirmando la "divinidad y humanidad de Jesucristo" y las "dos naturalezas distintas en una sola persona".

La tradición le atribuye al papa Félix I la sanción de la orden de enterrar a los mártires bajo los altares de los templos cristianos, y de instituir la práctica de celebrar la Sagrada Eucaristía sobre sus sepulcros, a manera de conmemoración anual​; la celebración sólo debía ser realizada por sacerdotes y solamente dentro de uno de los templos consagrados para tal fin, salvo por causa mayor. Ésta reforma buscaba eliminar el exceso de las eucaristías privadas.

Hacia el final de su pontificado, el emperador Aureliano retomó la política de las persecuciones contra los cristianos. Sin embargo, dichas persecuciones tuvieron duración breve, puesto que fueron suspendidas tras la muerte del emperador en el año 275, con la negativa de su sucesor, Tácito, en continuar las medidas represivas.

Félix I murió en Roma, el 30 de diciembre del 274.

Según los registros, tradicionalmente se le consideró como un mártir, pero lo más probable es que fuera confundido con otra persona homónima.​ La confusión también ha generado dudas sobre la ubicación de sus restos, ya que el Liber Pontificalis afirma que fue enterrado en una basílica ubicada en la Vía Aurelia, que él mismo habría ordenado erigir siendo papa, pero también se atribuye su lugar de reposo a las Catacumbas de San Calixto, ubicadas en la Vía Apia, de acuerdo con un calendario del siglo IV.

Se le representa con un ancla, y con los hábitos comunes de un sumo pontífice.

 

Variante 2 (adaptada de Catholic.net):

 

Se desconoce la fecha de su nacimiento; murió el año 274.

A principios de 269 sucedió al Papa San Dionisio como cabeza de la Iglesia Romana. Alrededor de esta época llegó a Roma, dirigido al Papa Dionisio, el informe del Sínodo de Antioquía, el cual ese mismo año había depuesto al obispo local, Pablo de Samosata, por sus enseñanzas heréticas referentes a la doctrina de la Trinidad (ver Antioquia). Una carta, probablemente enviada por Félix a Oriente en respuesta al informe sinodal, que contenía la exposición de la doctrina de la Trinidad, fue, más tarde interpolada a favor de su secta por un seguidor de Apolinario. Este documento apócrifo fue enviado al Concilio de Éfeso en 431. El fragmento conservado en las Actas del Concilio hace especial énfasis en la unidad e identidad del Hijo de Dios y el Hijo del Hombre en Jesucristo. El mismo fragmento presenta al Papa Félix como mártir; pero este detalle, el cual está presente también en la biografía del Papa en el “[Liber Pontificalis]”, no está apoyado por ninguna evidencia auténtica anterior y se debe evidentemente a una confusión de nombres. De acuerdo con la nota en el “Liber Pontificalis”, Félix construyó una basílica en la Vía Aurelia; la misma fuente también añade que él fue enterrado allí ("Hic fecit basilicam in Via Aurelia, ubi et sepultus est"). Este último detalle es un error evidente, ya que el calendario romano de fiestas del siglo IV dice que el Papa Félix fue enterrado en la Catacumba de San Calixto en la Vía Apia ("III Kal. Januarii, Felicis in Callisti", se lee en el "Depositio episcoporum"). La declaración del “Liber Pontificalis” relacionada al martirio del Papa resulta, evidentemente, de una confusión con el mártir romano del mismo nombre enterrado en la Vía Aurelia, y sobre cuya tumba se construyó una iglesia. En el antedicho “Feriale” romano o calendario de fiestas, el nombre de Félix aparece en la lista de obispos romanos (Depositio episcoporum), y no en la de los mártires.

La observación en el “Liber Pontificalis” le adjudica a este Papa un decreto por el cual las Misas debían celebrarse sobre las tumbas de los mártires ("Hic constituit supra memorias martyrum missas celebrare"). El autor de esta entrada estaba aludiendo evidentemente a la costumbre de celebrar el Santo Sacrificio en privado, en los altares cerca o sobre las tumbas de los mártires en las criptas de las catacumbas (missa ad corpus), mientras que la celebración solemne de los Sagrados Misterios siempre se realizó en las basílicas construidas sobre las catacumbas. Esta práctica, todavía en uso al final del siglo IV, aparentemente data del período cuando se construyeron en Roma las grandes basílicas sacramentales, y debe su origen a los solemnes servicios conmemorativos de los mártires, realizados en sus tumbas en el aniversario de su entierro, tan temprano como en el siglo III. Probablemente Félix no proclamó tal decreto, pero el compilador del “Liber Pontificalis” se lo atribuyó a él porque él no hizo ningún cambio en las costumbres de su época. De acuerdo con el detalle antes mencionado del “Depositio episcoporum”, Félix fue sepultado en la catacumba de san Calixto el 30 de diciembre.

 

Variante 3 (adaptada de listadepapas.com):

 

Conocido como Félix, el futuro papa del mismo nombre nació en Roma, Italia, alrededor de 206. Se crió en el Imperio Romano y probablemente trabajó para la Iglesia en diferentes roles como lo hicieron otros primeros papas. Cuando el Papa Dionisio murió cerca de finales de 268, los obispos seleccionaron a Félix como el próximo Papa.

Aureliano, el Sacro Emperador Romano, tuvo una enemistad con Pablo de Samosata, quien una vez fue el obispo de Antioquía. Cuando Pablo falleció, su sucesor continuó la enemistad. Aunque los papas anteriores se negaron a elegir un bando entre los dos, Félix ayudó al emperador, pero no permanecería de su lado bueno de forma permanente. Una de las razones por las que el Papa se puso del lado del emperador fue que creía que Pablo era un hereje. Pablo a menudo habló en contra de la Santísima Trinidad y afirmó que la verdadera Trinidad era diferente de lo que enseñaba la Iglesia.

Uno de los pocos actos atribuidos a Félix es la celebración de la Misa en las tumbas de los mártires. Los historiadores creen que esta práctica se remonta a décadas antes de su época, pero que él fue el primer Papa en reconocer la práctica y sancionarla. Hay historias de que asistió y supervisó Misa también.

Aunque San Félix se puso del lado de Aureliano en términos de debates teológicos, más tarde provocó la ira del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El ortodoxo Domnus asumió el cargo de Pablo después de la muerte de ese hombre y se negó a renunciar al cargo de obispo. Aureliano fue llamado para ayudar después de que Domnus afirmó que era el verdadero obispo de Roma. El emperador se puso del lado del Papa Félix y exigió que Domnus le entregara el cargo.

Aunque podría pensarse que Aureliano aprobó al Papa Félix, sus acciones posteriores probarían lo contrario. Durante el Cuarto Sínodo Ecuménico en Éfeso, los obispos discutieron sobre el ex Papa y afirmaron que murió como mártir. Aureliano se hizo conocido por hablar en contra de la Iglesia e ir en contra de las órdenes y enseñanzas de los futuros papas. Los obispos que asistieron al sínodo en 431 afirmaron que el papa Félix enfrentó la persecución a manos del emperador y que esas acciones lo llevaron a la muerte.

Los historiadores ahora piensan que Félix murió en paz y que no fue un mártir. Hubo cierta confusión con respecto a otro hombre llamado Félix que vivió durante la misma época y fue un mártir. Un primer libro biográfico sobre papas afirmaba que Félix tiene una basílica construida en Via Aurelia y que la Iglesia lo enterró allí. Otro libro afirma que fue enterrado en la Catacumba de Calixto, que era la tumba donde fueron enterrados otros papas primitivos. El mártir llamado Félix fue enterrado en la basílica de Via Aurelia.

 

 

Variante 4 (adaptada de santoportal.com):

 

El Papa Félix I, (fallecido el 30 de diciembre de 274, Roma; fiesta del 30 de mayo), papa del 269 al 274. Elegido para suceder a San Dionisio, Félix fue el autor de una importante carta dogmática sobre la unidad de la Persona de Cristo.

Recibió la ayuda del emperador Aureliano para resolver una disputa teológica entre el antitrinitario Pablo de Samosata, el obispo depuesto de Antioquía, y el ortodoxo Domnus, el sucesor de Pablo. Algunos afirman que Félix fue enterrado en la basílica que construyó en la Via Aurelia; otros creen que fue enterrado en la catacumba de San Calixto y erróneamente llamado un mártir.

Romano de nacimiento, Félix fue elegido Papa el 5 de enero de 269,en sucesión al Papa Dionisio, fallecido el 26 de diciembre de 268.

El texto de su carta dogmática fue interpolado más tarde por un seguidor de Apollinaris en interés de su secta. La noticia sobre Félix en el Liber Pontificalis le atribuye un decreto para que las misas se celebren en las tumbas de los mártires. El autor de esta entrada aludía evidentemente a la costumbre de celebrar la Misa en privado en los altares cercanos o sobre las tumbas de los mártires en las criptas de las catacumbas, mientras que la celebración solemne se celebraba siempre en las basílicas construidas sobre las catacumbas.

Esta práctica, aún vigente a finales del siglo IV, parece remontarse a la época en que se construyeron en Roma las grandes basílicas cementeriales, y debe su origen a los solemnes servicios de conmemoración de los mártires, celebrados en sus tumbas en el aniversario de su entierro, ya en el siglo III. Félix probablemente no emitió tal decreto, pero el compilador del Liber Pontificalis se lo atribuyó porque no se apartó de la costumbre vigente en su tiempo.

Las actas del Concilio de Éfeso dan al Papa Félix como mártir; pero este detalle, que aparece de nuevo en la biografía del Papa en el Liber Pontificalis, no está respaldado por ninguna prueba auténtica anterior y se debe manifiestamente a una confusión de nombres.  De acuerdo con el mencionado detalle de la Depositio Episcoporum, San Félix I fue enterrado en la catacumba de Calixto el 30 de diciembre, en el sistema romano de datación. Se menciona a San Félix I como Papa y Mártir, con una sencilla fiesta, el 30 de mayo. Esta fecha, dada en el Liber Pontificalis como la de su muerte, es probablemente un error que podría ocurrir fácilmente a través de un transcriptor que escribiera "Jun." para "Enero".

Este error persistió en el Calendario General Romano hasta 1969, en cuyo momento la mención de San Félix I se redujo a una conmemoración en la Misa de los días laborables por decisión del Papa Pío XII. A partir de entonces, la fiesta de San Félix I, que ya no se menciona en el Calendario General Romano, se celebra en su verdadero día de la muerte, el 30 de diciembre, y sin el calificativo de "mártir".

Según estudios más recientes, los libros litúrgicos más antiguos indican que el santo honrado el 30 de mayo fue un mártir poco conocido enterrado en la Vía Aurelia, que se identificó erróneamente con el Papa Félix I, un error similar pero menos curioso que la identificación en los libros litúrgicos, hasta mediados de los años cincuenta, del santo mártir celebrado el 30 de julio con el antipapa Félix II.


30 de mayo SANTA JUANA DE ARCO, VIRGEN Y MÁRTIR

 

Santa Juana de Arco nació el día de la Epifanía de 1412, en Domrémy, pequeño pueblecito de Champagne, a orillas del Mosa. Su padre, Jacobo d'Arc, era un hacendado de cierta importancia, hombre bueno, frugal y un tanto huraño. La madre de Juana, que amaba tiernamente a sus cinco hijos, educó a sus dos hijas en los quehaceres domésticos. Juana declaró más tarde: «Sé coser e hilar como cualquier mujer». Pero nunca aprendió a leer ni a escribir. Los vecinos de la familia, en el proceso de rehabilitación de la santa, dejaron testimonios conmovedores de la piedad y ejemplar conducta de la joven. Tanto los sacerdotes que la conocieron como sus compañeros de juegos, atestiguaron que gustaba de ir a orar en la iglesia, que recibía con frecuencia los sacramentos, que se ocupaba de los enfermos y era particularmente bondadosa con los peregrinos, a los que más de una vez cedió su lecho. Según uno de los testigos, «era tan buena, que todo el pueblo la quería». A lo que parece, Juana tuvo una infancia feliz, aunque un tanto turbada por los desastres que asolaban el país y por el constante peligro de un ataque armado sobre la población de Domrémy, situada en la frontera de Lorena. Antes de acometer su gran empresa, Juana tuvo que huir, por lo menos una vez, con sus padres, a la población de Neufchátel, a trece kilómetros de distancia, para escapar de las manos de los piratas borgoñones que saquearon Domrémy.
Juana era todavía muy niña cuando Enrique V de Inglaterra invadió Francia, asoló la Normandía y reclamó la corona de Carlos VI. Francia se hallaba en aquel momento dividida por la guerra civil entre los partidarios del duque de Borgoña y el duque de Orleans, de suerte que no había podido organizar rápidamente la resistencia. Por otra parte, después de que el duque de Borgoña fue traidoramente asesinado por los hombres del delfín, los borgoñeses se aliaron con los ingleses, que apoyaban su causa. La muerte de los monarcas rivales, ocurrida en 1422, no mejoró la situación de Francia. El duque de Bedford, regente del monarca inglés, prosiguió vigorosamente la campaña y las ciudades cayeron, una tras otra, en manos de los aliados. Entre tanto, Carlos VII, o el delfín, como se insistía en llamarle, consideraba la situación perdida sin remedio y se entregaba a frívolos pasatiempos en su corte. A los catorce años de edad, Santa Juana tuvo la primera de las experiencias místicas que habían de conducirla por el camino del patriotismo hasta la muerte en la hoguera. Primero oyó una voz, que parecía hablarle de cerca, y vio un resplandor; más tarde, las voces se multiplicaron y la joven empezó a ver a sus interlocutores, que eran, entre otros, San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita. Poco a poco, los aparecidos explicaron la abrumadora misión a que el cielo la tenía destinada: ¡Ella, una simple campesina debía salvar a Francia! Para no despertar la cólera de su padre, Juana mantuvo silencio. Pero, en mayo de 1428, las voces se hicieron imperiosas y explícitas: la joven debía presentarse ante Roberto de Baudricourt, comandante de las fuerzas reales, en la cercana población de Vaucouleurs. Juana consiguió que un tío suyo que vivía en Vaucouleurs, la llevase consigo. Pero Baudricourt se burló de sus palabras y despidió a la doncella, diciéndole que lo que necesitaba era que su padre le diese unas buenas nalgadas.
En aquel momento, la posición militar del rey era desesperada, pues los ingleses atacaban a Orleans, el último reducto de la resistencia. Juana volvió a Domrémy, pero las voces no le dejaron descanso. Cuando la joven respondió que era una campesina que no sabía ni montar a caballo, ni hacer la guerra, las voces replicaron: «Dios te lo manda». Incapaz de resistir a este llamamiento, Juana huyó de su casa y se dirigió nuevamente a Vaucouleurs. El escepticismo de Baudricourt desapareció cuando recibió la noticia oficial de una derrota que Juana había predicho; así pues, no sólo consintió en mandarla a ver al rey, sino que le dio una escolta de tres soldados. Juana pidió que le permitiesen vestirse de hombre para proteger su virtud. Los viajeros llegaron a Chinon, donde se hallaba el monarca, el 6 de marzo de 1429; pero Juana no consiguió verle sino hasta dos días después. Carlos se había disfrazado para desconcertar a Juana; pero la doncella le reconoció al punto por una señal secreta que le comunicaron las voces y que ella transmitió sólo al rey. Ello bastó para persuadir a Carlos VII del carácter sobrenatural de la misión de la doncella. Juana le pidió un regimiento para ir a salvar Orleans. El favorito del rey, La Trémouille, y la mayor parte de la corte, que consideraban a Juana como una visionaria o una impostora, se opusieron a su petición. Para zanjar la cuestión, el rey decidió enviar a Juana a Poitiers a que la examinara una comisión de sabios teólogos.
Al cabo de un interrogatorio que duró tres semanas por lo menos, la comisión declaró que no encontraba nada que reprochar a la joven y aconsejó al rey que se valiese, prudentemente, de sus servicios. Juana volvió entonces a Chinon, donde se iniciaron los preparativos para la expedición que ella debía encabezar. El estandarte que se confeccionó especialmente para ella, tenía bordados los nombres de Jesús y María y una imagen del Padre Eterno, a quien dos ángeles presentaban, de rodillas, una flor de lis. La expedición partió de Blois, el 27 de abril. Juana iba a la cabeza, revestida con una armadura blanca. A pesar de algunos contratiempos, el ejército consiguió entrar en Orleans, el 29 de abril y su presencia obró maravillas. Para el 8 de mayo, ya habían caído los fuertes ingleses que rodeaban la ciudad y, al mismo tiempo, se levantó el sitio. Juana recibió una herida de flecha bajo el hombro. Antes de la campaña, había profetizado todos esos acontecimientos, con las fechas aproximadas. La doncella hubiese querido continuar la guerra, pues las voces le habían asegurado que no viviría largo tiempo. Pero La Trémouille y el arzobispo de Reims, que consideraban la liberación de Orleans como obra de la buena suerte, se inclinaban a negociar con los ingleses. Sin embargo, se permitió a Juana emprender una campaña en el Loira con el duque de Alençon. La campaña fue muy breve y dio el triunfo aplastante sobre las tropas de Sir John Fastolf, en Patay. Juana trató de coronar inmediatamente al delfín. El camino a Reims estaba prácticamente conquistado y el último obstáculo desapareció con la inesperada capitulación de Troyes.

Los nobles franceses opusieron cierta resistencia; sin embargo, acabaron por seguir a la santa a Reims, donde, el 17 de julio de 1429, Carlos VII fue solemnemente coronado. Durante la ceremonia, Santa Juana permaneció de pie con su estandarte, junto al rey. Con la coronación de Carlos VII terminó la misión que las voces habían confiado a la santa y también su carrera de triunfos militares. Juana se lanzó audazmente al ataque de París, pero la empresa fracasó por la falta de los refuerzos que el rey había prometido enviar y por la ausencia del monarca. La santa recibió una herida en el muslo durante la batalla, y el duque de Alençon tuvo que retirarla casi a rastras. La tregua del invierno que siguió, la pasó Juana en la corte, donde los nobles la miraban con mal disimulado recelo. Cuando recomenzaron las hostilidades, Juana acudió a socorrer la plaza de Compiégne, que resistía a los borgoñones. El 23 de mayo de 1430, entró en la ciudad y ese mismo día organizó un ataque que no tuvo éxito. A causa del pánico, o debido a un error de cálculo del gobernador de la plaza, se levantó demasiado pronto el puente levadizo, y Juana, con algunos de sus hombres, quedaron en el foso a merced del enemigo. Los borgoñeses derribaron del caballo a la doncella entre una furiosa gritería y la llevaron al campamento de Juan de Luxemburgo, pues uno de sus soldados la había hecho prisionera. Desde entonces hasta bien entrado el otoño, la joven estuvo presa en manos del duque de Borgoña. Ni el rey ni los compañeros de la santa hicieron el menor esfuerzo por rescatarla, sino que la abandonaron a su suerte. Pero si los franceses la olvidaban, los ingleses en cambio se interesaban por ella y la compraron, el 21 de noviembre, por una importante suma de dinero. Una vez en manos de los ingleses, Juana estaba perdida. Estos no podían condenarla a muerte por haberles derrotado, pero la acusaron de hechicería y de herejía. Como la brujería estaba entonces a la orden del día, la acusación no era extravagante. Además, es cierto que los ingleses y borgoñeses habían atribuido sus derrotas a los conjuros mágicos de la santa doncella.
Los ingleses la condujeron, dos días antes de Navidad, al castillo de Rouen. Según se dice, la encerraron primero, en una jaula de acero, porque había intentado huir dos veces; después la trasladaron a una celda, donde la encadenaron a un poyo de piedra y la vigilaban día y noche. El 21 de febrero de 1431, la santa compareció por primera vez ante un tribunal presidido por Pedro Cauchon, obispo de Beauvais, un hombre sin escrúpulos, que esperaba conseguir la sede archiepiscopal de Rouen con la ayuda de los ingleses. El tribunal, cuidadosamente elegido por Cauchon, estaba compuesto de magistrados, doctores, clérigos y empleados ordinarios. En seis sesiones públicas y nueve sesiones privadas, el tribunal interrogó a la doncella acerca de sus visiones y «voces», de sus vestidos de hombre, de su fe y de sus disposiciones para someterse a la Iglesia. Sola y sin defensa, la santa hizo frente a sus jueces valerosamente y muchas veces los confundió con sus hábiles respuestas y su memoria exactísima. Una vez terminadas las sesiones, se presentó a los jueces y a la Universidad de París un resumen burdo e injusto de las declaraciones de la joven. En base a ello, los jueces determinaron que las revelaciones habían sido diabólicas y la Universidad la acusó en términos violentos.
En la deliberación final el tribunal declaró que, si no se retractaba, debía ser entregada como hereje al brazo secular. La santa se negó a retractarse, a pesar de las amenazas de tortura. Pero, cuando se vio frente a una gran multitud en el cementerio de Saint-Ouen, perdió valor e hizo una vaga retractación. Digamos, sin embargo, que no se conservan los términos de su retractación y que se ha discutido mucho sobre el hecho. La joven fue conducida nuevamente a la prisión, pero ese respiro no duró mucho tiempo. Ya fuese por voluntad propia, ya por artimañas de los que deseaban su muerte, lo cierto es que Juana volvió a vestirse de hombre, contra la promesa que le habían arrancado sus enemigos. Cuando Cauchon y sus satélites fueron a interrogarla en su celda sobre lo que ellos consideraban como una infidelidad, Juana, que había recobrado todo su valor, declaró nuevamente que Dios la había enviado y que las voces procedían de Dios. Según se dice, al salir del castillo, Cauchon dijo al conde de Warwick: «Tened buen ánimo, que pronto acabaremos con ella». El martes 29 de mayo de 1431, los jueces, después de oír el informe de Cauchon, resolvieron entregar a la santa al brazo secular como hereje renegada. Al día siguiente, a las ocho de la mañana, Juana fue conducida a la plaza del mercado de Rouen para ser quemada viva. La conducta de la santa doncella en aquella ocasión fue conmovedora. Cuando los verdugos encendieron la hoguera, Juana pidió a un fraile dominico que mantuviese una cruz a la altura de sus ojos y murió invocando el nombre de Jesús.
La santa no había cumplido aún los veinte años. Sus cenizas fueron arrojadas al Sena. Más de uno de los espectadores debió hacer eco al comentario amargo de Juan Tressart, uno de los secretarios del rey Enrique «¡Estamos perdidos! ¡Hemos quemado a una santa!» Veintitrés años después de la muerte de Juana, su madre y dos de sus hermanos pidieron que se examinase nuevamente el caso, y el Papa Calixto III nombró a una comisión encargada de hacerlo. El 7 de julio de 1456, el veredicto de la comisión rehabilitó plenamente a la santa. Más de cuatro siglos y medio después, el 16 de mayo de 1920, Juana de Arco fue solemnemente canonizada.
Con ocasión de la canonización, se despertó de nuevo, lo mismo en Inglaterra que en otros países, el interés por la santa. Inevitablemente, ese interés favoreció el desarrollo de las leyendas. Tal, por ejemplo, la leyenda de la Juana de Arco «protestante», popularizada por George Bernard Shaw, con un error excusable porque el autor no conocía suficientemente el catolicismo; pero no por ello deja de ser un error. Una variante de esta leyenda es la Santa Juana dramatizada, una figura en parte atractiva y en parte sin relieve, pero de todos modos irreal. Existe también la leyenda de la Juana de Arco «nacionalista». Es cierto que Santa Juana fue una gran patriota, pero en sus labios, la palabra «Francia» sólo significaba «Justicia». Otra leyenda es la de la Juana de Arco "feminista", que es sin duda la más absurda de todas, tanto desde el punto de vista histórico como desde el punto de vista de los sentimientos de la santa. Naturalmente, existe también la Juana de Arco de la estatuaria, de la que se puede dar como ejemplo la estatua de la catedral de Winchester. Mencionemos, por último, el error de los que creen que la Iglesia venera a la santa como mártir.
¿Cómo era en realidad Santa Juana de Arco? Simplemente una campesina bien dotada, desde el punto de vista humano, con mucho sentido común y llena de la gracia de Dios. Como conocía bien la historia de la Anunciación, cuando le fue revelada la voluntad de Dios —que debió parecer menos extraordinaria a su sencillez de lo que parece a nuestra complicación—, supo reconocerla inteligentemente y someterse a ella. Tal es la Juana de Arco que revela cada una de las líneas de los documentos originales del juicio. De esos documentos se desprenden también otras lecciones, de las que algunas no nos hacen honor a muchos católicos. Cierto que el tribunal que condenó a la santa no fue el de la Iglesia, pero entre los clérigos que apoyaron el veredicto había varios personajes eclesiásticos de importancia, de los que unos eran hombres de buena voluntad y otros no. La condenación de Santa Juana de Arco es una mancha indeleble en la historia de Inglaterra.

ESTA ES LA TRINIDAD PERFECTA EN LA UNIDAD DE UNA SUSTANCIA ÚNICA, EN LA CUAL HACEMOS PROFESIÓN DE CREER. San Gregorio Nacianceno

 


Homilía de maitines

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Forma Extraordinaria del Rito Romano

Homilía de san Gregorio Nacianceno
Qué católico ignora que el Padre es verdaderamente Padre, el Hijo verdaderamente Hijo y el Espíritu Santo verdaderamente Espíritu Santo.; como el Señor mismo lo dijo a sus apóstoles: Id, pues, y bautizad a todas las naciones en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo? Esta es la Trinidad perfecta en la unidad de una sustancia única, en la cual hacemos profesión de creer. Porque no admitimos en Dios división alguna a la manera de las sustancias corpóreas, sino que, por el poder de la naturaleza divina, que es espiritual, hacemos profesión de creer, no sólo en la verdadera distinción de las personas que nombramos, sino también en la unidad de la naturaleza divina.
No decimos como algunos se han imaginado, que el Hijo de Dios es una extensión de cierta parte de Dios; tampoco admitimos un Verbo sin realidad, tal y como lo es el simple sonido de la palabra, sino que creemos que los tres nombres y las tres personas constituyen una misma esencia, una misma majestad, un mismo poder. Confesamos, pues, un solo Dios, porque la unidad de la majestad nos prohíbe nombrar varios dioses. Finalmente, nombramos distintamente, de conformidad con las reglas católicas del lenguaje, al Padre y al Hijo, pero no podemos ni debemos decir dos dioses. Esto no quiere decir que el Hijo de Dios no sea Dios, siendo verdadero Dios de Dios, sino que, por cuanto sabemos que no tiene otro principio que su Padre, decimos que no hay más que un Dios. Esto es lo que nos transmitieron los Profetas y los Apóstoles; esto es lo que el Señor nos enseñó cuando dijo: “Mi Padre y yo, somos una misma cosa.” Por estas palabras “una misma cosa” expresa como lo he dicho la unidad de la Divinidad, y por éstas, “somos”, nota la pluralidad de personas.


FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

 

FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
I clase, blanco
Gloria, Credo y prefacio de la Santísima Trinidad.
Día Pro Orantibus

El dogma fundamental al que todo se reduce en la religión cristiana es el de la Santísima Trinidad, en cuyo nombre se bautizan los fieles.
La fiesta de la Santísima Trinidad pide se la comprenda y celebre en la prolongación de los misterios de Cristo, como la expresión solemne de nuestra fe en esa vida trinitaria de las personas divinas, en que nos han introducido el bautismo y la redención de Cristo.
Solamente en el cielo hemos de comprender cómo podremos nosotros tener por Cristo una verdadera participación de hijos en la misma vida de Dios.
Aunque introducida en el siglo IX, la fiesta de la Santísima Trinidad no se extendió a la Iglesia 'universal hasta el siglo XIV. No obstante, el culto de la Santísima Trinidad aflora por doquier en toda la liturgia.
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo comenzamos y terminamos la misa y el oficio divino y se confieren todos los sacramentos. Todos los salmos terminan con el Gloria Patri, los himnos, con una doxología, y las oraciones, con una conclusión en honor de las tres divinas personas. Continuamente, pues, nos hace alabar y adorar la Iglesia al Dios tres veces santo, que tanta misericordia ha tenido de nosotros, pues nos ha dado el participar de su propia vida.
...
Aunque la Iglesia honre a la Santísima Trinidad día del año y principalmente los domingos, con todo, ha querido dedicar a este misterio fundamental del Cristianismo una fiesta particular, que celebramos el primer domingo después de Pentecostés, para darnos a entender que el fin de los misterios de Jesucristo y de la venida del Espíritu Santo, ha sido conducirnos al conocimiento de la Santísima Trinidad y a su adoración en espíritu y en verdad.
Toda la liturgia de esta fiesta no es más que un himno a la Beatísima Trinidad. En las Oraciones suplicamos humildemente la firmeza en la fe de este adorable y profundo misterio. La Epístola nos está indicando la humildad con que hemos de reverenciarlo; el Evangelio es una magnífica manifestación y confesión del mismo.
En esta fiesta hacemos conmemoración de la Domínica que antiguamente se celebraba, rezando sus oraciones y el Evangelio en que se nos recomienda la caridad y misericordia con nuestros prójimos. De esta suerte, la primera Domínica después de Pentecostés resuma toda la doctrina moral del Año Eclesiástico en el precepto principal de la caridad, pero acentuando de una manera particular, como correspondencia del amor de Dios para con los hombres, nuestra caridad con el prójimo.
Para celebrar esta fiesta conforme lo desea la Iglesia, debemos: 1º Adorar el misterio de Dios uno y trino. 2º Dar gracias a la Santísima Trinidad por todos los beneficios temporales y espirituales que de ella recibimos. 3º Consagrarnos totalmente a Dios y rendirnos del todo a su divina Providencia. 4º Determinarnos a hacer siempre con devoción la señal de la Cruz, que expresa este misterio, y a rezar con viva fe e intención de glorificar a  la Santísima Trinidad, aquellas palabras que tan a menudo repite la Iglesia: Gloria sea dada al Padre, y al Hijo y al Espíritu  Santo.

INTROITO Tobías 12, 6; Salmo 7, 2
BENEDÍCTA SIT sancta Trínitas, atque indivísa únitas: confitébimur ei, quia fecit nobíscum misericórdiam suam. V/. Dómine Dóminus noster, quam admirábile est nomen tuum in univérsa terra! V/. Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto. Sicut erat in principio et nunc et Semper, et in saecula saeculorum. Amen.
BENDITA SEA la Trinidad Santa y la indivisible Unidad; la alabaremos porque usó de misericordia cono nosotros. V/. Señor, Señor nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!  V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

ORACIÓN COLECTA
OREMUS: Omnípotens sempitérne Deus, qui dedísti fámulis tuis in confessióne veræ fídei, ætérnæ Trinitátis glóriam agnóscere, et in poténtia majestátis adoráre unitátem: quǽsumus; ut ejúsdem fidei firmitáte, ab ómnibus semper muniámur advérsis. Per Dóminum. Per Dominum nostrum Iesum Christum, Filium tuum, qui tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti Deus per omnia saecula saeculorum. 
R/. Amen.
OREMOS: Oh, Dios todopoderoso y eterno que concediste a tus siervos que, por la profesión de la verdadera fe, alcanzasen la gracia de conocer la gloria de la Trinidad eterna y la de adorar la unidad en la omnipotencia de la Majestad: te suplicamos que perseverando firmes en la misma fe, seamos defendidos contra toda adversidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.  
R/. Amén.

EPÍSTOLA  Romanos 11, 33-36
LÉCTIO EPÍSTOLÆ BEÁTI PAULI APÓSTOLI AD ROMANOS.
O Altitúdo divitiárum sapiéntiæ et sciéntiæ Dei: quam inconprehensi-bília sunt judicia ejus, et investigá-biles viæ ejus! Quis enim cognóvit sensum Dómini? Aut quis consiliárius ejus fuit? Aut quis prior dedit illi, et retribuétur ei? Quóniam ex ipso, et per ipsum, et in ipso sunt ómnia: ipsi glória in sǽcula. Amen.
LECTURA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS.
¡Qué abismo de riqueza es la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus juicios y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién ha conocido jamás la mente del Señor? ¿Quién ha sido su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que Él le devuelva? Él es el origen y camino y término de todo. A Él la gloria por los siglos. Amén.


GRADUAL Daniel 3, 55-56
BENEDÍCTUS ES, Dómine, qui intuéris abýssos, et sedes super Chérubim. V/. Benedíctus es, Dómine, in firmaménto cæli, et laudábilis in sǽcula.
BENDITO ERES, Señor, que miras los abismos, y te sientas sobre los Querubines. V/.  Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo, digno de alabanza por los siglos.

ALELUYA Daniel 3, 52
ALLELUJA, ALLELUJA. V/. Benedíctus es, Dómine, Deus patrum nostrórum, et laudábilis in sǽcula.  Alleluia.
ALELUYA. ALELUYA. V/. Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, digno de alabanza por los siglos. Aleluya.

EVANGELIO Mateo 28, 18-20
Sequentia sancti Evangelii secundum Matthǽum.  
IN ILLO TÉMPORE: Dixit Jesus discípulis suis: «Data est mihi omnis potéstas in cælo, et in terra. Eúntes ergo docéte omnes gentes, baptizántes eos in nómine Patris, et Fílii, et Spíritus Sancti: docéntes eos serváre ómnia quæcúmque mandávi vobis. Et ecce ego vobíscum sum ómnibus diébus, usque ad consummatiónem sǽculi.»
Lectura del Santo Evangelio según san Lucas.
EN AQUEL TIEMPO: En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

Antífona del Ofertorio Tobías 12, 6Descripción: http://www.mandellia.es/upload2/cle_de_sol_245_210_2.jpg
BENEDÍCTUS SIT Deus Pater, unigenitúsque Dei Fílius, Sanctus quoque Spíritus: quia fecit nobíscum misericórdiam suam.
BENDITO SEA Dios Padre, y el Hijo Unigénito de Dios, y también el Espíritu Santo, porque ha usado de misericordia con nosotros.

SECRETA
SANCTÍFICA, quǽsumus, Dómine Deus noster, per tui sancti nóminis invocatiónem hujus oblatiónis hóstiam: et per eam nosmetípsos tibi pérfice munus ætérnum. Per Dóminum nostrum Iesum Christum, qui tecum vivit et regnat in unitate Spíritus Sancti Deus
TE ROGAMOS, Señor, que aceptes benigno los sacrificios que te hemos consagrado; y concédenos que nos sirvan de perpetuo socorro. Por Nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, eres Dios

PREFACIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
VERE DIGNUM et iustum est, æquum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens ætérne Deus: Qui cum unigénito Fílio tuo, et Spíritu Sancto, unus es Deus, unus es Dóminus: non in uníus singularitáte persónæ, sed in uníus Trinitáte substántiæ. Quod enim de tua gloria, revelánte te, crédimus, hoc de Fílio tuo, hoc de Spíritu Sancto, sine differéntia discretiónis sentimus. Ut in confessióne veræ sempiternáeque Deitátis, et in per-sónis propríetas, et in esséntia úni-tas, et in majestáte adorétur æquá-litas. Quam laudant Angeli atque Archángeli, Chérubim quoque ac Séraphim: qui non cessant clamáre quotídie, una voce dicéntes:
EN VERDAD es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar, Señor, santo Padre, omnipotente y eterno Dios, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no en la individualidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De suerte, que confe­sando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la pro­piedad en las personas, la unidad en la esencia, y la igualdad en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines y los Serafines, que no cesan de cantar a diario, diciendo a una voz.

Antífona de Comunión Tobías 12, 6
BENEDÍCIMUS DEUM cæli, et coram ómnibus vivéntibus confitébimur ei: quia fecit nobíscum misericórdiam suam.
BENDIGAMOS AL DIOS del cielo y glorifiquémosle delante de todos los vivientes, porque ha usado de misericordia con nosotros.

ORACIÓN POSCOMUNIÓN

OREMUS: Profíciat nobis ad salútem córporis et ánimæ, Dómine Deus noster, hujus sacraménti suscéptio: et sempitérnæ sanctæ Trinitátis, ejusdémque indivíduæ unitátis conféssio. Per Dóminum nostrum Iesum Christum, Filium tuum, qui tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti Deus, per omnia saecula saeculorum. R/. Amen.
OREMOS: Haced, Señor y Dios nuestro, que la recepción de este Sacramento y la confesión de la eterna y santa Trinidad y de su indivisible Unidad nos sirvan para salud del alma y cuerpo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina por los siglos de los siglosR/. Amén.

Sede Vacante desde 1958

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