EL PECADO Y SUS
CONSECUENCIAS. — La Santa Madre Iglesia nos convoca hoy para
recordar juntos con ella el relato de la caída de nuestro primer padre.
Semejante desastre nos hace presentir el desenlace de la vida mortal del Hijo
de Dios hecho hombre, que se dignó hacerse cargo de expiar personalmente la
prevaricación del principio y todos los desmanes que después se han ido
acumulando. Para poder apreciar la grandeza del remedio, es menester sondear la
llaga. Se empleará la presente semana en meditar la gravedad del primer pecado
y la secuela toda de desventuras que acarreó al linaje humano.
En otros tiempos, hoy leía la Iglesia, en el oficio
de Maitines, el relato con que Moisés instruyó a todas las generaciones humanas
sobre este catastrófico episodio. La actual disposición de la liturgia no nos
da esta lectura hasta el miércoles de la semana, habiendo destinado los días
precedentes al relato de los seis días de la creación. Mas nosotros daremos
desde hoy lugar a esta importantísima lectura, como fundamento de las
enseñanzas de la semana.
DEL LIBRO DEL GÉNESIS (III, 1-19;
La serpiente, el más astuto de cuantos animales del
campo hizo Yahvé Dios, dijo a la mujer: ¿Con que os ha mandado Dios que no
comáis de los árboles todos del paraíso? Y respondió la mujer a la serpiente:
Del fruto de los árboles del paraíso comemos, pero del fruto del que está en
medio del paraíso nos ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis siquiera,
no vayáis a morir. Y dijo la serpiente a la mujer: No, no moriréis; es que sabe
Dios que el día que de él comáis, se os abrirán los ojos y seréis como dioses,
conocedores del bien y del mal. Vio, pues, la mujer que el árbol era bueno para
comerse, hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él sabiduría, y cogió
de su fruto y comió y dio también de él a su marido, que también comió. Y se
abrieron los ojos de ambos.
Y viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas
de higuera y se hicieron unos cinturones. Oyeron a Yahvé Dios, que se paseaba
por el paraíso al fresco del día y se escondieron de Yahvé Dios Adán y su
mujer, en medio de la arboleda del jardín. Pero llamó Yahvé Dios a Adán,
diciendo: Adán, ¿dónde estás? Y éste contestó: te he oído en el jardín y
temeroso porque estaba desnudo me escondí. ¿Y quién —le dijo— te ha hecho saber
que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol que te prohibí comer? Y dijo
Adán: la mujer que me diste por compañera, me dio de él y comí. Dijo, pues, Yahvé
Dios a la mujer: ¿Por qué has hecho esto? Y contestó la mujer: la serpiente me
engañó y comí. Dijo luego Yahvé Dios a la serpiente:
"Por haber hecho esto, maldita serás entre
todos los ganados y entre todas las bestias del campo. Te arrastrarás sobre tu
pecho y comerás el polvo todo el tiempo de tu vida. Pongo perpetua enemistad
entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo: éste te aplastará tu cabeza, y
tú le morderás el calcañal".
A la mujer le dijo:
"Multiplicaré
los trabajos de tus preñeces; parirás con dolor los hijos, y tu propensión te
inclinará a tu marido, el cual dominará sobre ti."
A Adán le dijo: "Por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol
de que te prohibí comer, diciéndote: no comas de él: Por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el
tiempo de tu vida; te dará espinas y abrojos, y comerás de las hierbas del
campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra,
pues de ella has sido tomado; ya que polvo eres y al polvo volverás"
He aquí la página fatídica de los anales de la
Humanidad. Ella basta para explicarnos la presente situación del hombre en la
tierra; por ella, asimismo, nos damos cuenta de la actitud que mejor nos cuadra
con respecto a Dios. Volveremos a tratar de este relato en días venideros; y
desde ahora debe ser el objeto principal de nuestras reflexiones. Pero volvamos
a la explicación de la liturgia del día.
MISA
Se celebra en Roma la estación en la Iglesia de San Lorenzo Extramuros.
Los antiguos liturgistas hacen resaltar la relación que existe entre el justo
Abel, cuya sangre derramada por su hermano es objeto de uno de los responsorios
de Maitines de esta noche, y el mártir sobre cuyo sepulcro abre la Iglesia
romana la Septuagésima.
El Introito de la Misa expresa al vivo los terrores de la muerte de que
son víctima Adán y toda su descendencia después del pecado. Un grito, sin
embargo, de esperanza sale de en medio de esta desolación. El Señor hizo una
promesa el día mismo de la maldición. Confiesen los hombres su miseria, y Dios
mismo ofendido será su libertador.
INTROITO
Me cercaron gemidos de muerte, dolores de infierno me rodearon: y en mi
tribulación invoqué al Señor, y Él, desde su santo templo, escuchó mi voz. —
Salmo: Te ame yo, Señor, fortaleza mía: el Señor es mi sostén, y mi refugio, y
mi libertador. V. Gloria al Padre.
ORACIÓN
En la Colecta reconoce la Iglesia que sus hijos merecieron los castigos,
secuela del pecado, y pide a su favor misericordiosa libertad.
COLECTA
Te suplicamos, Señor, escuches clemente las preces de tu pueblo: para
que, los que nos afligimos justamente por nuestros pecados, seamos librados
misericordiosamente por la gloria de tu Nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Corintios (IX, 24-27;
X, 1-5).
Hermanos: ¿No sabéis que los que corren en el estadio corren todos,
ciertamente, pero sólo uno recibe el premio? Corred de modo que lo ganéis. Y
todo el que lucha en la palestra, se abstiene de todo: y ellos, para alcanzar
ciertamente una corona corruptible; nosotros, en cambio, por una incorruptible.
Yo también corro, pero no a la ventura; lucho, pero no como si azotara al aire;
sino que castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, no sea que, habiendo
predicado a los demás, sea yo mismo hallado réprobo. Porque no quiero,
hermanos, que ignoréis que nuestros padres caminaron todos bajo la nube y
pasaron todos el mar; y fueron bautizados todos por Moisés en la nube y en el
mar; y todos comieron el mismo manjar espiritual; y todos bebieron la misma
bebida espiritual (porque bebían de la piedra espiritual que los seguía, y esta
piedra era Cristo): pero muchos de ellos no agradaron a Dios.
VIGILANCIA Y
GENEROSIDAD. — La enérgica palabra del Apóstol acrece aún
nuestra emoción al recuerdo de los trascendentales sucesos vislumbrados en este
día. El mundo es una palestra en la que es menester correr; el galardón le
alcanzan los ágiles y desembarazados en la carrera. Abstengámonos de cuanto
pueda estorbarla y hacernos perder la corona. No nos forjemos ilusiones; nada
podemos prometernos mientras no lleguemos al final de la contienda. Nuestra
conversión no ha sido, a buen seguro, más sincera que la de San Pablo y nuestras
obras más abnegadas y meritorias que las suyas: y sin embargo, como él mismo lo
confiesa, el recelo de verse reprobado no ha desaparecido del todo en su
corazón. Castiga su cuerpo, y le esclaviza. El hombre, en el estado actual, no
posee la recta voluntad de Adán antes de su pecado, de la que, no obstante,
hizo tan mal uso. Nos arrastra fatal inclinación, y no podemos conservar el
equilibrio sin sacrificar la carne al yugo del espíritu. Dura parece esta
doctrina a la mayoría de los hombres, y por lo mismo, muchos no llegarán al
final de la carrera, ni, consecuentemente, les cabrá parte en la recompensa que
les estaba destinada. Como los Israelitas de quienes nos habla hoy el Apóstol,
merecerán ser sepultados en el desierto sin ver la tierra prometida. Con todo,
las mismas maravillas de que fueron testigos Josué y Caleb se desarrollaron
ante sus ojos; pero nada remedia la dureza de un corazón que se obstina en
cifrar sus esperanzas en las cosas de la vida presente, cual si no fuera
patente a cada instante la peligrosa inconsistencia.
Pero si el corazón confía en Dios, si se fortifica con el pensamiento de
que nunca falta el socorro divino a aquel que lo implora, correrá sin fatiga
los años de su destierro y llegará felizmente a su término. El Señor mira
constantemente sobre quien trabaja y sufre. Tales son los sentimientos
expresados en el Gradual.
GRADUAL
Tú eres ayudador en la oportunidad, en la tribulación; esperen en ti los
que te conocen, porque no abandonas a los que te buscan, Señor. V. Porque el
pobre no será olvidado para siempre; la esperanza de los pobres no perecerá eternamente;
levántate, Señor, no prevalezca el hombre.
Lanza el Tracto un grito a Dios desde el fondo del abismo de nuestra
caducidad. Profundamente humillado se ve el hombre por su caída, pero sabe que
Dios rebosa misericordia ya que su bondad le prohíbe castigar nuestras faltas
como lo merecen; si así no fuera, ninguno de nosotros podría esperar perdón.
TRACTO
Desde lo profundo clamo a ti. Señor: Señor, escucha mi voz. V. Estén
atentos tus oídos a la oración de tu siervo. V. Si examinaras nuestras
iniquidades, Señor, Señor, ¿quién lo resistiría? V. Pero en ti está el perdón,
y por tu ley he esperado en ti, Señor.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Mateo.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El reino de
los cielos es semejante a un padre de familias, que salió de madrugada a
contratar obreros para su viña. Y, hecho el convenio con los obreros por un
denario al día, les envió a su viña. Y saliendo cerca de la hora tercia, vio a
otros, que estaban ociosos en la plaza, y les dijo: Id también vosotros a mi
viña, y os daré lo que fuere justo. Y ellos se fueron. Y salió de nuevo cerca
de las horas sexta y nona: e hizo lo mismo. Salió aún cerca de la hora
undécima, y encontró a otros parados, y les dijo: ¿Por qué estáis aquí todo el
día, ociosos? Le dijeron: Porque nadie nos ha ajustado. Les dijo: Id también
vosotros a mi viña. Y cuando llegó la tarde, dijo el dueño de la viña a su
mayordomo: Llama a los obreros y dales la paga, comenzando desde los últimos
hasta los primeros. Cuando se presentaron pues, los llegados a la undécima
hora, recibieron cada uno un denario. Al llegar los primeros, creyeron que
recibirían más; pero también ellos recibieron cada cual un denario. Y al
recibirlo, murmuraban contra el padre de familias, diciendo: Estos postreros
sólo han trabajado una hora, y los has igualado a nosotros, que hemos llevado
la carga y el calor del día. Mas él, respondiendo a uno de ellos, dijo: Amigo,
no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo y
vete; pero quiero dar también a este último lo mismo que a ti. ¿O es que no
puedo hacer lo que quiera? ¿Acaso es malo tu ojo, porque yo soy bueno? Así los
últimos serán los primeros, y los primeros los últimos. Porque muchos son los
llamados, pero pocos los escogidos.
LLAMAMIENTO A LAS
NACIONES. — Importa mucho comprender bien este paso del Evangelio y ponderar los
motivos que decidieron a la Iglesia a colocarle en este día. Fijémonos, por de
pronto, en las circunstancias en que el Salvador pronunció esta parábola y el
fin instructivo que directamente se propone. Se trata de advertir a los judíos
que se acerca el día en que desaparecerá la ley, para dar lugar a la ley
cristiana, y disponerlos a aceptar de buen grado la idea de que los gentiles
van a ser llamados a hacer alianza con Dios. La viña de que se trata es la
Iglesia en sus diversos esbozos desde el principio del mundo hasta que Dios
mismo vino a habitar entre los hombres, y crear en forma visible y permanente
la sociedad de los que en Él creen. La mañana del mundo duró desde Adán hasta
Noé; la hora tercia se extendió desde Noé hasta Abrahán; la sexta empieza en
Abrahán hasta Moisés; la nona fue la era de los profetas hasta la venida del
Señor. Vino el Mesías a la hora undécima cuando parecía llegar el mundo a su
ocaso. Las más estupendas misericordias se reservaron a este período durante el
cual la salvación había de extenderse a los gentiles por la predicación de los
Apóstoles. En este postrer misterio Jesucristo se propone confundir el orgullo
judaico. Nota las repugnancias que fariseos y doctores de la ley mostraban
viendo que se extendía la adopción a las naciones, por las querellas egoístas
que dirigen al padre de familias los obreros convocados a primera hora. Esta
obstinación será sancionada como merece. Israel, que trabajaba antes que nosotros,
será rechazado por la dureza de su corazón; y nosotros, gentiles, éramos los
últimos y llegamos a ser los primeros, siendo hechos miembros de la Iglesia
católica, Esposa del Hijo de Dios.
LLAMAMIENTO
DIRIGIDO A CADA UNO DE NOSOTROS.— Tal es la interpretación dada a
esta parábola por los Santos Padres, señaladamente por San Agustín y San
Gregorio Magno; pero esta instrucción del Salvador ofrece además otro sentido
avalado también por la autoridad de estos dos santos Doctores, Se trata aquí
del llamamiento que Dios dirige a cada hombre, invitándole a merecer el reino
eterno por los trabajos de esta vida. La madrugada es nuestra infancia. La hora
tercia, conforme al modo de contar de los antiguos, es aquella en la que el sol
empieza a remontarse en el cielo; es la edad de la juventud. La hora sexta,
mediodía, es la edad del hombre. La hora undécima precede muy poco a la puesta
del sol; es la vejez. El padre de familias llama a sus obreros en estas
diversas horas; a ellos les toca acudir en cuanto oyen su voz; y no es lícito a
las primeras llamadas retrasar su salida a la viña so pretexto de acudir más
tarde cuando vuelva a oírse la voz del Amo. ¿Quién les garantiza que se
prolongará su vida hasta la undécima hora? Y cuando llega la tercia, puede uno
siquiera contar con la de sexta? No llamará el Señor al trabajo de las últimas
horas más que a quienes en este mundo vivan cuando estas horas suenen; y no se
ha comprometido a reiterar nueva invitación a los que desdeñaron la primera.
La Iglesia nos invita en el Ofertorio a celebrar las alabanzas de Dios.
Quiere el Señor que los cánticos a gloria suya sean nuestro consuelo en este
valle de lágrimas.
OFERTORIO
Es bueno alabar al Señor y salmear a tu nombre, oh Altísimo.
SECRETA
Te suplicamos, Señor, que aceptando nuestros dones y nuestras preces,
nos purifiques con estos celestiales Misterios y nos escuches clemente. Por el
Señor.
En la antífona de la Comunión la Iglesia pide que el hombre, regenerado
por el alimento celestial, recobre la semejanza de Dios en que fue creado al
principio. Cuanto mayor es nuestra miseria tanto más debemos a Aquél que se
abajó hasta nosotros para sublimarnos a Él.
COMUNIÓN
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, y sálvame por tu misericordia;
Señor, no sea yo confundido, pues te he invocado.
POSCOMUNIÓN
Haz, oh Dios, que tus fieles se fortalezcan con tus dones; para que,
recibiéndolos, los deseen, y buscándolos, los reciban sin fin. Por el Señor.
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