Después de haber dedicado la
Octava de la Epifanía al Emmanuel manifestado, la Santa Iglesia que se emplea
constantemente en servicio del divino Infante y de su Madre hasta el día en que
ésta acuda al Templo para presentar y ofrecer el fruto bendito de sus entrañas;
la Santa Iglesia, decimos, celebra la fiesta de muchos amigos de Dios, que nos
señalan en el cielo el camino que conduce de las alegrías de la Natividad al
misterio de la Purificación.
Y ya
desde el día siguiente al dedicado a celebrar el Bautismo de Cristo, se nos
presenta Hilario, honra de la Iglesia de las Galias, hermano de Atanasio y de
Eusebio de Vercelli en las luchas que sostuvo por la divinidad del Emmanuel.
Apenas han terminado las persecuciones sangrientas del paganismo, cuando
comienza la herejía de Arrio. Había éste jurado arrebatar a Cristo la gloria y
los honores de la divinidad, después que Aquel había vencido por sus Mártires
la violencia y la política de los Césares. Tampoco flaqueó la Iglesia en este
nuevo campo de batalla; numerosos mártires sellaron con su sangre, derramada
por príncipes cristianos pero herejes, la divinidad del que se dignó aparecer
en la flaqueza de la carne; y al lado de estos generosos atletas brillaron
otros mártires de deseo, grandes Doctores que defendieron con su saber y
elocuencia aquella fe de Nicea que había sido la de los Apóstoles. En primera
fila aparece Hilario, educado, como dice Jerónimo, sobre el coturno galo, adornado con
las galas de Grecia, Ródano de la elocuencia latina, e insigne Doctor de la
Iglesia, según San Agustín.
De genio sublime, y profunda
doctrina, Hilario es más grande aún por su amor al Verbo encarnado y su celo
por la libertad de la Iglesia; devorado siempre por la sed del martirio, y
siempre invencible, en una época en que la fe, vencedora de los tiranos pareció
por un momento que iba a extinguirse, víctima de la astucia de los príncipes y
de la cobarde defección de muchos pastores.
Vida. —
Nació San Hilario en Aquitania, entre el año 310 y 320. Ligado primeramente por
el matrimonio, fue luego electo obispo de Poitiers, en 353. Perseguía entonces
a los católicos el emperador Constancio: se opuso Hilario con todas sus fuerzas
a la herejía arriana, lo que le valió, en 356, el destierro a Frigia. Allí
escribió sus doce libros sobre la Trinidad. En 360 se halla en Constantinopla
pidiendo permiso al emperador para tener una disputa sobre la fe con los
herejes. Estos, para desembarazarse de él, consiguen que se le envíe de nuevo a
Poitiers. Gracias a sus desvelos, toda la Galia condena, en el concilio
nacional de París, la herejía arriana el año 361. Muere en 368. El 29 de Marzo
de 1851, Pío IX le declaró Doctor de la Iglesia.
SU
LUCHA POR LA LIBERTAD DE LA IGLESIA. — De esta manera mereció ser
honrado el santo Obispo Hilario, por haber conservado gracias a sus heroicos
esfuerzos y hasta exponiendo su cabeza, la fe en el más importante misterio.
Otra de sus glorias es el haber defendido el gran principio de la libertad de
la Iglesia, sin el cual la Esposa de Cristo se halla amenazada de perder su
fecundidad y su vida. Ya hemos honrado días atrás la memoria de Santo Tomás
Becket, el Mártir de Cantorbery; hoy celebramos la fiesta de uno de los más
ilustres confesores cuyo ejemplo ilustró y animó a aquél en su lucha. Ambos dos
se inspiraron en las lecciones dadas por los mismos Apóstoles a los ministros
de Cristo, cuando ellos se presentaron por vez primera ante los tribunales de
este mundo y pronunciaron aquella gran sentencia: es menester obedecer a Dios antes que a los hombres (Hechos, V,
29.) Pero si unos y otros se manifestaron enérgicos contra la carne y la
sangre, fue, porque estaban desasidos de los bienes terrenos, y porque habían
comprendido que la verdadera riqueza del cristiano y del Obispo están en la
humildad y en la desnudez del pesebre, la única fuerza victoriosa que acompaña
a la sencillez y flaqueza del Niño que nos ha nacido. Habían saboreado las
lecciones de la escuela de Belén, y esa es la razón de que no pudieran ser
seducidos por promesas de paz, honores y riquezas. ¡Cuán digna surge en el seno
de la Iglesia esta nueva familia de héroes de Cristo! Y aunque la diplomacia de
los tiranos que quieren aparecer como cristianos a pesar del cristianismo, les
prive obstinadamente de la gloria del martirio ¡cuán potente resuena su voz,
proclamando la libertad que se debe al Emmanuel y a sus ministros! Saben decir
a los príncipes, con nuestro gran Obispo de Poitiers, en su primera Memoria a
Constancio: "Augusto glorioso, tu singular inteligencia sabe más bien que
no conviene, que no es posible obligar por la fuerza a que hombres que se
oponen con todas sus fuerzas a ellos, se sometan y unan a los que continuamente
esparcen la semilla corrompida de una doctrina espuria. La única finalidad de
tus trabajos, de tus proyectos, de tu gobierno, de tus vigilias debe ser el
hacer gozar a todos tus súbditos de las dulzuras de la libertad. Ningún medio
mejor de apaciguar las revueltas, de unir a los que violentamente se habían separado,
y librar a todos de la esclavitud haciéndolos dueños de su vida. Deja, pues,
que lleguen a tus piadosos oídos todas esas voces que gritan: "Soy
católico, no quiero ser hereje; soy cristiano, no soy arriano: prefiero morir
en este mundo, antes de consentir que la fuerza de un hombre corrompa la pureza
virginal de la verdad".
SUPREMACÍA
DE LA LEY DIVINA. — Cuando a los oídos de Hilario llegó el nombre de la Ley
profanada, para justificar la traición de que era víctima la Iglesia por parte
de los que preferían los favores del César al servicio de Jesucristo, entonces
el santo Pontífice, lanzó su Libro contra Auxencio, recordando valerosamente a
sus colegas el origen de la Iglesia que sólo pudo establecerse oponiéndose a
muchas leyes humanas y que se gloría de no obedecer a todas aquellas que
impiden su conservación, desarrollo y actividades.
"¡Cuánta
compasión nos inspiran todos esos trabajos que algunos se toman en nuestro
tiempo, y cuánto nos lamentamos al considerar las falsas opiniones del mundo,
cuando nos encontramos con hombres que piensan que las cosas humanas pueden
acudir en auxilio de Dios, y que trabajan en defender a la Iglesia de Cristo
por medio de la ambición mundana! Decidme, vosotros Obispos ¿qué apoyo tuvieron
los Apóstoles en la predicación del Evangelio? ¿Qué poderes les ayudaron a
predicar a Cristo, a convertir a casi todas las naciones del culto de los
ídolos al del Dios verdadero? ¿Acaso obtenían dignidades de la corte, aquellos
que entonaban himnos a Dios en las cárceles y en las cadenas, después de haber
sido azotados? ¿Acaso organizaba Pablo a la Iglesia de Cristo por medio de
edictos de un Nerón, de un Vespasiano, o de un Decio, y con el odio de estos
príncipes cuando floreció la predicación de la palabra divina? Aquellos Apóstoles
que vivían del trabajo de sus manos, que celebraban sus reuniones en lugares
ocultos, que recorrían los pueblos, ciudades y naciones por mar y tierra,
desafiando los Senados-Consultos y los edictos imperiales ¿acaso no tenían las
llaves del Reino de los cielos? Más bien era el poder de Dios quien triunfaba
de las pasiones humanas, en aquellos tiempos en que la predicación de Cristo se
extendía tanto más cuanto mayores obstáculos encontraban".
PERSECUCIÓN
SIN MARTIRIO. — Pero cuando llega el momento de dirigirse al mismo Emperador
y protestar de la esclavitud de la Iglesia, Hilario, el más dulce de los
hombres se apodera de aquella santa ira que el mismo Cristo empleó contra los
profanadores del Templo; y su apostólico celo desafía todas las amenazas, señalando
los peligros del sistema inventado por Constancio para acabar con la Iglesia de
Cristo después de haberla deshonrado.
"Ha
llegado la hora de hablar; porque se ha pasado el tiempo del silencio: Debemos
esperar a Cristo, pues el reino del Anticristo ha comenzado. Lancen gritos los
pastores, porque los mercenarios se han dado a la fuga. Demos la vida por
nuestras ovejas, pues los ladrones han entrado y el león furioso da vueltas a
nuestro alrededor. Vayamos al encuentro del martirio; pues el ángel de Satán se
ha transformado en ángel de luz.
¡Oh
Dios omnipotente!, ¿por qué no hiciste que naciera en tiempo de Nerón o de
Decio para ejercer mi ministerio? Repleto del Espíritu Santo y acordándome de
Isaías serrado por medio, no hubiera temido el ecúleo, ni me hubiera asustado
del fuego pensando en los Jóvenes Hebreos que cantaban en medio de las llamas;
ni me hubieran infundido pavor la cruz, ni el desgarro de los miembros, con la
memoria del buen ladrón trasladado al Paraíso después de semejante suplicio; ni
los abismos del mar o el furor de las olas me hubieran desanimado, porque allí
hubiera acudido el ejemplo de Jonás y de Pablo para recordarme que tus fieles
pueden vivir bajo las aguas.
Hubiera
luchado feliz contra todos tus enemigos declarados, porque no me hubiera cabido
la menor duda de que eran verdaderos perseguidores, los que con el hierro, el
fuego, y los tormentos pretendían obligarme a negar tu Nombre; mi muerte
hubiera bastado para darte testimonio. Hubiera luchado abierta y confiadamente
contra los renegados, verdugos y asesinos; y el pueblo, ante una pública
persecución, me hubiera seguido como a su jefe, en el sacrificio del martirio.
Pero
hoy día tenemos que combatir contra un perseguidor disfrazado, contra un
enemigo que nos halaga, contra el anticristo Constancio, que no emplea golpes
sino caricias, que no destierra a sus víctimas para darles la vida verdadera, sino
que las colma de riquezas para luego entregarlas a la muerte, que no les
concede la libertad de las mazmorras, sino que les otorga la esclavitud de los
honores en sus palacios; que no desgarra sus costados, pero profana sus
corazones; que no corta la cabeza con la espada, pero mata el alma con el oro;
que no publica edictos para condenar a la hoguera, pero enciende para cada uno
el fuego del infierno. No disputa por temor a ser vencido, pero halaga para
vencer; confiesa a Cristo para renegarle; procura una falsa unidad para evitar
la paz; persigue ciertos errores, para mejor destruir la doctrina de Cristo;
honra a los Obispos para que dejen de ser Obispos; construye iglesias y al
mismo tiempo echa por tierra la fe.
Y no se
me acuse de maledicencia o calumnia; deber de los ministros de la verdad es no
decir más que lo verdadero. Si algo falso decimos, consentimos que nuestras
palabras sean consideradas como infames, pero si probamos que todo esto es
cierto, no habremos hecho más que imitar la libertad y modestia de los
Apóstoles, pues sólo hablamos después de un largo silencio.
Públicamente
te digo, oh Constancio, lo que hubiera dicho a Nerón, lo que Decio y Maximiano
hubieran oído de mis labios: Peleas contra Dios, persigues a la Iglesia y a los
santos, odias a los predicadores de Cristo, destruyes la religión, eres un
tirano, si no en el terreno de lo humano, al menos en el de lo divino. Esto es
lo que os hubiera dicho a ti y a ellos; ahora escucha lo que guardo para ti
sólo. Bajo el disfraz de cristiano, eres un nuevo enemigo de Cristo; precursor
del Anticristo, ejecutas ya sus odiosos misterios. Como tu vida es contraria a
la fe, te atreves a crear nuevas fórmulas; distribuyes los obispados a los
tuyos, substituyendo a los buenos con los malos. Con un nuevo método de
astucia, hallas el medio de perseguir sin hacer mártires.
¡Cuánto
más deudores somos a vuestra crueldad, Nerón, Decio y Maximiano! Gracias a
vosotros vencimos al diablo. La piedad recogió en todas partes la sangre de los
mártires, y sus venerandos restos dan testimonio de Cristo por doquier. Pero
tú, más cruel que todos los tiranos, nos atacas con mucho mayor peligro
nuestro, dejándonos apenas la esperanza del perdón. A los que tuvieron la
desgracia de flaquear no les queda ya la excusa de poder enseñar al Juez eterno
las huellas del tormento o las cicatrices de sus cuerpos desgarrados, para que
se les perdone su debilidad a causa de la violencia. ¡Oh el más criminal de los
mortales!, de tal modo sabes mezclar los males de la persecución, que no das
lugar al perdón en la falta, ni al martirio en la confesión.
Bien te reconocemos ¡oh lobo de rapiña,
bajo tus vestidos de oveja! Con el oro del Estado adornas el santuario de Dios;
le ofreces a Él lo que arrebatas a los templos de los Gentiles, lo que sacas
por la fuerza con tus edictos y tributos. Recibes a los Obispos con el mismo
beso traidor con que Cristo fue entregado. Bajas la cabeza cuando te bendicen,
y pisoteas la fe por el suelo; perdonas los impuestos a los clérigos para hacer
cristianos renegados; pierdes tus derechos para que Dios pierda los
suyos".
LUCHA
CONTRA EL NATURALISMO. — Tal era la fortaleza de este santo
obispo ante un príncipe que terminó haciendo también mártires; pero no tuvo
Hilario que luchar solamente contra el César. La Iglesia ha llevado en todo
tiempo en su seno cristianos a medias a quienes la educación, cierto bienestar,
el éxito de la influencia o del talento, retienen entre los católicos, pero
cuyo espíritu se halla pervertido por el mundo. Se han creado una Iglesia a lo
humano, pues bajo el influjo de su naturalismo, su espíritu es incapaz de
captar la esencia sobrenatural de la verdadera Iglesia. Hechos a las
vicisitudes de la política, a los hábiles giros por medio de los cuales los
hombres de Estado logran mantener un equilibrio pasajero a través de las
crisis, les parece que la Iglesia debe contar con sus enemigos, aun en la
declaración de sus dogmas; que puede equivocarse sobre la conveniencia de sus
decisiones; en una palabra, que su precipitación puede acarrearle perjuicios
lamentables a ella y a aquellos a quienes compromete. Árboles desraizados, dice
un apóstol, porque efectivamente sus raíces no tocan ya con el suelo que les
podría haber alimentado y dado fecundidad. Las promesas formales de Jesucristo,
el gobierno directo del Espíritu Santo en la Iglesia, las ansias del verdadero
cristiano de oír proclamar hasta en sus detalles las verdades que son el
alimento de la fe en espera de la visión, la obediencia ciega que de antemano
se debe a toda definición salida o que ha de salir de la Iglesia hasta la
consumación del mundo, todo eso no pertenece para ellos al orden práctico. En
la embriaguez de su política mundana y del aliento que reciben de parte de los
enemigos de la Iglesia, hacerse responsables delante de Dios y de la historia
por sus esfuerzos desesperados, para evitar la promulgación de una verdad
revelada.
LA PAZ
EN LA UNIDAD Y LA VERDAD. — También Hilario había de
encontrar en su camino hombres a quienes asustaba la palabra consubstancial,
como a otros les ha asustado la de transubstanciación o
la de infalibilidad.
Como muro de bronce se opuso a su cobardía y a sus cálculos vulgares.
Escuchémosle a él, comentado por el más elocuente de sus sucesores: "La
paz, me decís, vais a turbar la paz, vais a estorbar la unión."... "Bello nombre ese de la paz; bella cosa
también la unidad; pero ¿quién ignora que para la Iglesia y para el Evangelio
no existe otra paz y otra unidad que la paz y unidad de Jesucristo?"—
Pero, no sabéis, dicen todavía, no sabéis con quién tenéis que mediros, y ¿no
tenéis miedo? — "Sí, tengo miedo
ciertamente; tengo miedo de los peligros que corre el mundo: tengo miedo de la
terrible responsabilidad que pesaría sobre mí por la connivencia y complicidad
de mi silencio. Tengo miedo, finalmente, del juicio divino, tengo miedo por mis
hermanos salidos de la senda de la verdad, tengo miedo por mí, cuyo deber es
volverles al buen camino." Y añaden: "¿Es que no existen lícitas
reticencias, miramientos necesarios?" Hilario respondía a esto, que la
Iglesia no necesita recibir lecciones, ni puede olvidar su misión esencial.
Ahora bien, esta misión es la siguiente: "Ministros veritatis decet vera proferre. Conviene que los ministros de la verdad
declaremos lo que es verdadero"
Razón
tenía, pues, oh glorioso Hilario, la Iglesia de Poitiers, para dirigirte desde
tiempos antiguos, ese magnífico elogio que dedica la Iglesia Romana a tu
insigne discípulo Martín: "¡Oh
bienaventurado Pontífice, que amaba a Cristo Rey con todas sus entrañas y no se
doblegaba ante el peso del deber! ¡Oh alma santísima a quien la espada del
perseguidor no separó del cuerpo, sin que por eso dejase de alcanzar la palma
del martirio!" Si te faltó la palma, al menos tú no faltaste a la palma; a
tu cabeza rodeada ya de la aureola de Doctor, le sienta perfectamente la corona
de Mártir que ciñe la frente de tu hermano Eusebio. Tal es la gloria debida a
tu valerosa confesión de ese Verbo divino cuyas humillaciones en la cuna
honramos durante estos días. Como los Magos, tampoco tú temblaste en presencia
de Herodes; y cuando fuiste desterrado a tierras extrañas por las órdenes del
César, tu corazón se consolaba pensando en el destierro de Jesús en tierra de
Egipto. Alcánzanos la gracia de que también nosotros comprendamos esos divinos
misterios.
Vela
por la fe de la Iglesia, y con tu poderosa intercesión conserva en ella el
conocimiento y el amor del Emmanuel. Acuérdate de la Iglesia que gobernaste;
aún se gloría de ser tu hija. Y ya que el ardor de tu celo se extendía a toda
la Galia para defenderla contra sus enemigos, protege también a toda esa
Francia cristiana.
Haz que
conserve siempre el don de la fe; que sean sus obispos esforzados paladines de
las libertades de la Iglesia; crea en su seno prelados, poderosos en palabras y
obras, como Martín y como tú, profundos en su doctrina y fieles en la guarda
del sagrado depósito.”
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