(¿304? p.c.) Las actas
de este santo no mencionan la fecha de su martirio. Algunos autores lo sitúan
en el reinado de Valeriano, otros en el de Diocleciano. Parece que el martirio
tuvo lugar en alguna ciudad de la Mauritania, probablemente en Cesárea, la
capital. La persecución estaba en todo su furor; los soldados irrumpían en las
casas a la menor sospecha; si encontraban cristianos, los maltrataban sin
esperar la sentencia del juez. Cada día se cometían nuevos sacrilegios; los
fieles se veían obligados a asistir a los sacrificios paganos, a transportar
por las calles las víctimas coronadas de flores y a quemar incienso ante los
ídolos. En tan terribles circunstancias, Arcadio, que era un eminente personaje
de la ciudad, se retiró a la soledad; pero su fuga no permaneció oculta mucho
tiempo. El gobernador de la ciudad, al saber que no se había presentado a los
sacrificios públicos, envió un piquete de soldados a buscarle en su casa; éstos
tomaron preso a un pariente de Arcadio, y el gobernador ordenó que le guardaran
como rehén, hasta que el prófugo se presentara.
Al saberlo, nuestro
mártir volvió a la ciudad y se entregó al juez, diciendo: "Librad de las
cadenas a mi pariente, pues yo he venido a rendir cuentas de mi persona y a
declararos que él ignoraba dónde estaba yo escondido". El juez le
respondió: "No sólo estoy dispuesto a perdonar a tu pariente sino también
a ti, a condición de que sacrifiques a los dioses". Arcadio se rehusó a
ello, y el juez dijo a los verdugos: "Tomadle y hacedle desear la muerte.
Cortadle los miembros parte por parte; tan lentamente, que comprenda este
villano lo que significa abandonar a los dioses de sus padres por una divinidad
desconocida". Los verdugos arrastraron a la nueva víctima al sitio donde
muchas otras habían ya sufrido por Cristo. Arcadio tendió el cuello, dispuesto
a recibir el golpe, pero el verdugo le ordenó que extendiera el brazo, y le fue
cortando parte por parte desde los dedos hasta el hombro. Después procedió a
ejecutar la misma operación con el otro brazo y con las piernas. El mártir
presentó uno por uno los miembros con invencible valor, repitiendo:
"Señor, enséñame tu sabiduría', porque los verdugos se habían olvidado de
cortarle la lengua. Al fin de la tortura, del cuerpo de Arcadio no quedaba más
que el tronco. Viendo el mártir las partes de su cuerpo que yacían a su
alrededor, las ofreció a Dios con estas palabras: "Felices de vosotros,
miembros míos, que pertenecéis ya a Dios, pues habéis sido sacrificados a causa
de Él" Después se volvió hacia el pueblo, diciendo: "Vosotros que
habéis presenciado esta sangrienta tragedia, sabed que todos los tormentos son
nada en comparación de la corona que me espera. Vuestros dioses son falsos,
dejad de adorarles. Aquél, por quien yo sufro, es el único Dios verdadero, y
morir por Él es vivir". Arcadio murió pronunciando estas palabras, y los
paganos se maravillaron de su milagrosa paciencia. Los cristianos recogieron
los ensangrentados miembros y les dieron sepultura.
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