Pietro da Cortona, Santa Martina mártir, siglo XVII
Los Ángeles, Museo de Arte
Una tercera Virgen romana, con la frente ceñida por la corona del martirio,
viene hoy a compartir los honores con Inés y Emerenciana. Es Martina, cuyo
nombre recuerda al dios pagano que presidía los combates. Su cuerpo descansa al
pie del monte Capitolino, en un antiguo templo de Marte, convertido hoy en la
Iglesia de Santa Martina. El deseo de hacerse digna del divino Esposo elegido
por su corazón, la hizo fuerte contra los tormentos y la muerte, de suerte que
pudo lavar su blanca vestidura con su propia sangre. El Emmanuel es Dios
fuerte, poderoso en los combates (Salmo XXIII, 8): no necesita hierro para
vencer, como el falso dios Marte. Le basta la suavidad, la paciencia, la
inocencia de una virgen para derrotar a sus enemigos; y así, venció Martina con
un triunfo mucho más duradero que los de los mayores capitanes de Roma.
Vida — No conocemos
ningún documento antiguo que nos acredite la existencia de Santa Martina. Sólo
en el siglo VII la hallamos mencionada; en esa época encontramos establecido su
culto en una basílica del Foro. Sus Actas, dicen que fue martirizada en tiempo
del emperador Alejandro, en 226, después de ser azotada con varas. Se la
representa de ordinario con los instrumentos de su suplicio: tenazas y espada.
Oh valerosa Virgen, la Roma cristiana continúa poniendo en tus manos el
cuidado de su defensa; si tú la amparas, tendrá confianza y descansará
tranquila. Atiende sus plegarias, y arroja muy lejos de la santa ciudad a los
enemigos que la oprimen. Mas, acuérdate que no tiene sólo que temer a los
batallones que lanzan fuego y destruyen muros; también en tiempo de paz se
dirigen continuos y siniestros ataques contra su libertad.
Desbarata, oh Martina, esos pérfidos planes, y no te olvides de que
fuiste hija de la Iglesia romana, antes de ser su protectora.
Pide para nosotros al divino Cordero la fortaleza necesaria para arrojar
de nuestro corazón a los falsos dioses, a quienes a veces estamos tentados de
ofrecer sacrificios. Ayúdanos con tu poderoso brazo, en los ataques que tenemos
que sostener contra los enemigos de nuestra salvación. Fuiste capaz de destruir
la idolatría en el seno de la Roma pagana; no lo has de ser menos contra este
mundo que trata de invadirnos. Como premio a tus victorias, brillas ya junto a
la cuna de nuestro Redentor; también a nosotros nos acogerá el Dios fuerte, si,
como tú, sabemos luchar y vencer. Él vino para someter a nuestros enemigos;
pero exige de nosotros que tomemos parte en la lucha. Haznos fuertes, oh
Martina, para que no retrocedamos nunca, y haz también que nuestra confianza en
Dios vaya siempre acompañada de la desconfianza de nosotros mismos.
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