No constan su patria, padres, ni primera educación de Radegundis (o
Ridegundis o Radegunda); pero, por la gran fama de santidad que ya tenía en su
juventud, se puede inferir la conducta que observó en sus primeros años. Nació,
según conjeturas, en la provincia de Burgos, en el pueblo de Villamayor, como
algún escritor afirma. La historia nos la da a conocer por primera vez joven
todavía, pero ya religiosa premonstratense en el monasterio de San Pablo,
habiendo sido la última religiosa de él, pues se suprimió por pobreza, y se
incorporó al de San Miguel, de Treviño, cerca de Villamayor, en el obispado de
Burgos. Se encendió Radegundis en los más vivos deseos de visitar personalmente
los Santos Lugares que se veneran en Roma, regados con la sangre de tantos
mártires, y emprendió por devoción aquella laboriosa peregrinación, a pesar de
la debilidad de su naturaleza. Satisfizo su devoción, y, redoblándola con la
vista de aquellos sagrados monumentos, volvió a España enriquecida con muchas
preciosas reliquias. Buscaba la ilustre virgen un retiro donde dedicarse
enteramente al servicio del Señor, y, animada de este espíritu, se encerró en
una humilde habitación que estaba a la parte exterior de la puerta de la
iglesia de San Miguel, desde donde podía ver por una ventanilla la Misa y demás
cultos que se celebraban en el templo. Negada así Radegundis a todo trato
humano, sólo pensó en los rigores de la mortificación. Con esta idea, no es
fácil explicar las excesivas austeridades que hizo en aquella clausura; sus
ayunos, sus vigilias y su oración casi continua estremecieron el Infierno, que,
lleno de furor, no omitió valerse de las más violentas tentaciones para
separarla de su buen propósito; pero sólo sirvieron de materia para mayores
triunfos de la amada esposa de Jesucristo, llegando a ser por lo mismo objeto
de la admiración y de los más altos elogios de cuantos pudieron tener noticia
de la prodigiosa conducta de una criatura tan singular. Así continuó algunos
años, hasta que conoció, por la debilidad de sus fuerzas, que se acercaba el
tiempo de pagar el tributo impuesto a los mortales; y, redoblando su fervor,
hizo esfuerzos extraordinarios para purificar su inocencia, y, abrasada como
preciosa víctima en divinos incendios, murió tranquilamente el día 29 de Enero
del año 1152, a los treinta y tres de la fundación del Orden premonstratense.
Se dio sepultura al venerable cuerpo de la santa virgen en la iglesia de
San Miguel, de Treviño; después de muchos siglos se ha encontrado el cadáver
íntegro e incorrupto, cuya preciosa reliquia, con varios muebles que sirvieron
para su uso, se colocaron en el altar antiguo de San Miguel, donde se venera
con gran fervor.
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