Al final del mes dedicado a honrar la infancia del Salvador, San Juan Bosco
conduce ante Jesús Niño, ante Jesús Obrero, a la multitud de niños y de obreros
a quienes consagró su vida.
Para salvar a los hombres, el Hijo de Dios se dignó hacerse hombre y
experimentar todas las miserias de nuestra naturaleza menos el pecado. Nació
pobre en un establo, trabajó para ganarse el pan; luego, antes de morir predicó
el Evangelio a los pobres, y si en este mundo tuvo preferencias, fueron estas
para los niños: "Dejad que los niños se acerquen a mí: de ellos y de los
que se les asemejan es el reino de los cielos."
San Juan Bosco no hizo más que reproducir estos aspectos de la vida de
Jesús. Pobre también él de nacimiento, tuvo que trabajar para ganarse el pan y
poder hacer sus estudios. Sacerdote ya, quiso predicar la buena nueva a los
pobres, a los niños, a los obreros abandonados, a todos aquellos a quienes la
pereza o el vicio arrastraban al mal. Creó para ellos patronatos, orfanatos,
escuelas primarias, escuelas profesionales: "Amo tanto a estos pobres
pequeños, que a gusto partiría con ellos también mi corazón."
En su santificación personal y en su ministerio se propuso como modelo y
maestro a San Francisco de Sales. El Obispo de Ginebra le había enseñado que
"no hay más que un medio de ser un buen educador, y es ser santo"; y
que si pretendía hacer una obra buena y duradera, debía darse a Dios y dar a
Dios. Se dio, pues, sin reservas: su tiempo, sus energías, sus talentos, su
fama, su salud, su vida, su madre, todo fue para los niños recogidos en las
calles. Les dio pan, trabajo y asilo; sobre todo les comunicó la alegría
que habita en una conciencia pura, en un alma unida a Dios. Por medio de sus instrucciones
familiares, de los sacramentos, de la Penitencia y de la Eucaristía, hizo de
ellos cristianos fervorosos, y pacíficos ciudadanos. Se manifestó así al siglo
XIX como un maestro en cuestiones sociales, y como uno de los mayores Apóstoles
de la Acción Católica, tan recomendada por los últimos Papas.
Lo mismo que el Señor, despertó en torno suyo numerosos seguidores,
discípulos que vinieron a ponerse bajo su dirección, y a compartir sus cuidados
y trabajos en la salvación del mundo y su conversión a Dios. Pronto se formó la
Asociación Salesiana, luego la Congregación de Hijas de María Auxiliadora, y,
finalmente, la Unión de Cooperadores Salesianos, inmenso ejército que lanzó a
la conquista de las almas y que está ya difundido por el mundo entero. "El
éxito de esta obra, decía San Pío X, sólo puede explicarse por la vida
sobrenatural y santidad de su Fundador." Él en cambio, pretendía no haber
sido sino un simple instrumento: "Es Nuestra Señora Auxiliadora quien lo
ha hecho todo." Pero Pío XI que le había conocido y que le elevó a los
altares, ha podido decir con razón, "que su nombre es uno de los que
bendecirán los siglos eternamente."
VIDA. — Juan Bosco
nació el 16 de agosto de 1815 en Castelnuovo de Asti. Desde muy joven se
distinguió por su piedad, su pureza, su alegría y su penetrante inteligencia.
En 1835 entró en el Seminario Mayor de Turín y el 5 de junio de 1841 fue
ordenado sacerdote. Desde entonces, consagró su vida a la salvación y educación
de los niños pobres y de los obreros, fundó la Asociación de Salesianos, luego
una Congregación de religiosas bajo el patrocinio de María Auxiliadora, y, por
fin, otra de Cooperadores. Murió el 31 de enero de 1888. Pío XI le beatificó en
1929, y cinco años más tarde le canonizó.
También nosotros acudimos en pos de tantos otros para aclamarte con la
Iglesia, para implorar tu ayuda, para pedir tus consejos. Nos agrada escuchar
tus fervorosas exhortaciones: "¡Oh vosotros, que trabajáis y estáis
cargados de sudores y fatigas! si queréis hallar una fuente inagotable de
consuelos, si queréis ser felices, haceros santos. Para ser santos no
necesitáis más que una cosa: quererlo. Los santos se santificaron cada cual en
su propio estado. ¿De qué manera? Haciendo bien lo que tenían que hacer."
Pide al Señor para nosotros, que lleguemos a comprender una lección tan
sencilla y verdadera y que la pongamos en práctica para llegar a ser santos.
¡Apóstol infatigable, y devorado por el celo! protege a los sacerdotes y
misioneros. "Lo primero que te aconsejo para llegar a ser santo, decías en
cierta ocasión a Santo Domingo Savio, el afortunado niño a quien condujiste a
la santidad, es que ganes almas para Dios. Porque no hay nada tan santo en el
mundo, como cooperar al bien de las almas. Por ellas derramó Jesucristo hasta la
última gota de su sangre." Haz que abrase ese celo a todos los fieles, ya
que todos están llamados de una u otra manera a cooperar en la obra de la
Redención.
Enséñanos, no sólo a los jóvenes, sino a todos nosotros, a frecuentar
los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía, para guardar nuestras
almas libres de pecados. Enséñanos a acudir con frecuencia a María Auxiliadora,
con cuya intercesión omnipotente operaste tantos prodigios y multiplicaste
tantos milagros. Ella nos ayudará a seguir tus ejemplos, a permanecer fieles a
las lecciones de Belén y de Nazaret, a guardar como tú una confianza de niño en
la divina Providencia, y a no vivir más que para alabar la gloria de Dios, en
constante acción de gracias. Ella, finalmente, nos presentará con su Hijo al
Padre celestial en el cielo, donde a la hora de la muerte "nos darás cita
a todos."
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