Gobernó
San Marcelo la Iglesia en vísperas de los días en que iba a hacerse la paz.
Unos meses más y caía Majencio, derribado por Constantino, y la cruz
triunfadora brillaba en lo más alto del Labarum de las legiones. Quedaba ya
poco tiempo para los mártires; pero Marcelo será uno de ellos, y merecerá ser
asociado a Esteban, y llevar como él la palma junto a la cuna del divino
Infante. Sabrá mantener firme la soberanía del supremo Pontificado frente al
tirano, en medio de aquella Roma que ha de ver pronto traspasada su corte a
Bizancio, para dar lugar a Cristo en la persona de su Vicario. Han transcurrido
tres siglos desde el día en que el emperador Augusto ordenó el empadronamiento
universal que condujo a María a Belén, donde dio a luz un humilde niño; hoy, el
imperio de ese niño ha sobrepasado las fronteras del imperio de los Césares, y
su triunfo está ya próximo. Después de Marcelo vendrá Eusebio; después de
Eusebio Melquíades, quién verá ya el fin de las persecuciones.
¡Oh Marcelo, tu triunfo fue
como el del Niño de Belén, debido a tus humillaciones! Acuérdate de tu querida
Iglesia; bendice a esa Roma que visita con tanto cariño el lugar de tus
combates. Bendice a todos los fieles cristianos que en estos días solicitan les
alcances la gracia de ser admitidos a formar parte de la corte del nuevo Rey.
Pide para ellos la obediencia a tus ejemplos, la victoria sobre su orgullo, el
amor de la cruz, y el valor para permanecer fieles en medio de toda clase de
pruebas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario