jueves, 14 de enero de 2021

14 de enero SAN FÉLIX, PRESBITERO Y MARTIR

 


Quiere hoy el Emmanuel asociar a los esplendores de su Epifanía y a la memoria de San Hilario de Poitiers, el recuerdo de un humilde amante de las virtudes del pesebre. Liberado por el mismo Dios del furor de los perseguidores, no por eso dejó Félix de alcanzar el título de mártir, gracias a su valor invencible en los tormentos y al cautiverio que debiera haber terminado con su vida. Inscrito ya en el ejército celeste entre los soldados del Señor, tenía que alegrar y sostener a la Iglesia durante mucho tiempo con el ejemplo de aquella admirable pobreza, amor y humildad que le hacen merecedor de ocupar un lugar junto al pesebre del Rey pacífico.

Amó e imitó al Niño Dios en su voluntario retiro; por eso ahora el Rey de los Ángeles y de los hombres, manifestado al mundo y adorado por los reyes, comparte con él la gloria de su Epifanía. Al que venciere, le concederé que se siente junto a Mí en el trono. (Apocalipsis III, 21.)

En nadie mejor que en San Félix de Nola se realizó jamás en la tierra, la promesa que el divino jefe hizo a sus miembros.

Una sencilla tumba acaba de recibir los despojos mortales del humilde presbítero de Campania, que al parecer debía aguardar allí, en la obscuridad y el silencio tan amados por él en vida, la señal del Ángel en el día de la Resurrección. Mas de pronto, numerosos y estupendos milagros señalan el lugar de su sepulcro; el nombre de Félix, llevado de boca en boca, opera prodigios sin cuento; apenas vuelve la paz a la Iglesia y al mundo, con el advenimiento de Constantino, y todos los pueblos se ponen en movimiento; grandes multitudes acuden al sepulcro del mártir; la misma Roma se despuebla en ciertos días, y la antigua vía Apia parece que no ha sido construida con otro objeto que el de llevar a los pies de Félix, los homenajes, el reconocimiento y el amor del mundo entero. No bastan cinco basílicas para albergar a las innumerables muchedumbres; se edifica una sexta, y una nueva ciudad surge en el campo desierto, donde antes descansaban los preciosos restos del mártir. Durante todo el siglo IV, que a otras muchas grandezas une la de haber promovido las grandes peregrinaciones, la ciudad de Nola en Campania, se constituye en el Occidente en centro principal, después de Roma, de esas católicas manifestaciones de la fe cristiana. "Afortunada ciudad de Nola" exclama un contemporáneo, testigo ocular de los prodigios, "Afortunada ciudad, que gracias al bienaventurado Félix, has llegado a ser la segunda después de Roma, de esa Roma, primera antiguamente por su imperio y sus armas victoriosas, y primera hoy también, por la tumba de los Apóstoles". (San Paulino, De San Felice Natalitium, carmina II).

Acabamos de citar a Paulino, cuyo nombre es inseparable ya del de Félix; le volveremos a encontrar, en el tiempo de Pentecostés, dando también al mundo admirables ejemplos de abnegación, movido por el Espíritu Santo. En lo más florido de su brillante juventud, gozando ya de gloria y honores, llegó Paulino un día ante la tumba de Félix; comprendió allí dónde se halla la verdadera grandeza y la vaciedad de las glorias humanas, y el senador romano, el cónsul, el descendiente de Pablo-Emilio y de los escipiones, se consagra al servicio de su vencedor; lo sacrifica todo, riquezas, honores y patria, al deseo de vivir junto a aquella tumba; Roma admiraba su genio poético; en adelante no tendrá inspiración más que para cantar todos los años la grandeza del bienaventurado Félix el día de su fiesta, y para proclamarse esclavo, y humilde portero del siervo de Cristo. Así triunfa el Emmanuel en sus santos; así es la gloria de sus miembros, en estos días en que el divino jefe parece que no quiere manifestarse a sí mismo sino para mostrarles a ellos, según su promesa, sentados en su mismo trono, recibiendo a su lado y como Él los homenajes de los pueblos y de los reyes.

¡Oh Félix! este día, repetiremos con el cantor de tus grandezas, es el vigésimo después que el Emmanuel, nacido en carne, nuevo sol vencedor de los hielos, nos devolvió la luz e hizo desaparecer las tinieblas. Su brillo es también el tuyo. Haz que, animados por el calor de sus rayos fecundantes, crezcamos en Él como tú. Por habernos hecho niños junto al pesebre, la semilla del Verbo está en nosotros; haz, pues que fructifique en medio de la inocencia de un nuevo corazón. Por tu intercesión, el yugo de Cristo se vuelve leve para los débiles, y el Niño Dios se compadece y acaricia a las almas arrepentidas.

Por tanto, también nosotros debemos celebrar este día, que te vio nacer a la vida del cielo, pues gracias a ti lograremos morir al mundo y empezar una nueva vida con el Emmanuel.

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