Quiere
hoy el Emmanuel asociar a los esplendores de su Epifanía y a la memoria de
San Hilario de Poitiers, el recuerdo de un humilde amante de las virtudes del
pesebre. Liberado por el mismo Dios del furor de los perseguidores, no por eso
dejó Félix de alcanzar el título de mártir, gracias a su valor invencible en
los tormentos y al cautiverio que debiera haber terminado con su vida. Inscrito
ya en el ejército celeste entre los soldados del Señor, tenía que alegrar y
sostener a la Iglesia durante mucho tiempo con el ejemplo de aquella admirable
pobreza, amor y humildad que le hacen merecedor de ocupar un lugar junto al
pesebre del Rey pacífico.
Amó e
imitó al Niño Dios en su voluntario retiro; por eso ahora el Rey de los Ángeles
y de los hombres, manifestado al mundo y adorado por los reyes, comparte con él
la gloria de su Epifanía. Al
que venciere, le concederé que se siente junto a Mí en el trono. (Apocalipsis
III, 21.)
En nadie mejor que en San Félix
de Nola se realizó jamás en la tierra, la promesa que el divino jefe hizo a sus
miembros.
Una
sencilla tumba acaba de recibir los despojos mortales del humilde presbítero de
Campania, que al parecer debía aguardar allí, en la obscuridad y el silencio
tan amados por él en vida, la señal del Ángel en el día de la Resurrección. Mas
de pronto, numerosos y estupendos milagros señalan el lugar de su sepulcro; el
nombre de Félix, llevado de boca en boca, opera prodigios sin cuento; apenas
vuelve la paz a la Iglesia y al mundo, con el advenimiento de Constantino, y
todos los pueblos se ponen en movimiento; grandes multitudes acuden al sepulcro
del mártir; la misma Roma se despuebla en ciertos días, y la antigua vía Apia
parece que no ha sido construida con otro objeto que el de llevar a los pies de
Félix, los homenajes, el reconocimiento y el amor del mundo entero. No bastan
cinco basílicas para albergar a las innumerables muchedumbres; se edifica una
sexta, y una nueva ciudad surge en el campo desierto, donde antes descansaban
los preciosos restos del mártir. Durante todo el siglo IV, que a otras muchas
grandezas une la de haber promovido las grandes peregrinaciones, la ciudad de
Nola en Campania, se constituye en el Occidente en centro principal, después de
Roma, de esas católicas manifestaciones de la fe cristiana. "Afortunada
ciudad de Nola" exclama un contemporáneo, testigo ocular de los prodigios,
"Afortunada ciudad, que
gracias al bienaventurado Félix, has llegado a ser la segunda después de Roma,
de esa Roma, primera antiguamente por su imperio y sus armas victoriosas, y
primera hoy también, por la tumba de los Apóstoles". (San
Paulino, De San Felice Natalitium, carmina
II).
Acabamos de citar a Paulino,
cuyo nombre es inseparable ya del de Félix; le volveremos a encontrar, en el
tiempo de Pentecostés, dando también al mundo admirables ejemplos de
abnegación, movido por el Espíritu Santo. En lo más florido de su brillante juventud,
gozando ya de gloria y honores, llegó Paulino un día ante la tumba de Félix;
comprendió allí dónde se halla la verdadera grandeza y la vaciedad de las
glorias humanas, y el senador romano, el cónsul, el descendiente de
Pablo-Emilio y de los escipiones, se consagra al servicio de su vencedor; lo
sacrifica todo, riquezas, honores y patria, al deseo de vivir junto a aquella
tumba; Roma admiraba su genio poético; en adelante no tendrá inspiración más
que para cantar todos los años la grandeza del bienaventurado Félix el día de
su fiesta, y para proclamarse esclavo, y humilde portero del siervo de Cristo.
Así triunfa el Emmanuel en sus santos; así es la gloria de sus miembros, en
estos días en que el divino jefe parece que no quiere manifestarse a sí mismo sino
para mostrarles a ellos, según su promesa, sentados en su mismo trono,
recibiendo a su lado y como Él los homenajes de los pueblos y de los reyes.
¡Oh Félix! este día,
repetiremos con el cantor de tus grandezas, es el vigésimo después que el
Emmanuel, nacido en carne, nuevo sol vencedor de los hielos, nos devolvió la
luz e hizo desaparecer las tinieblas. Su brillo es también el tuyo. Haz que,
animados por el calor de sus rayos fecundantes, crezcamos en Él como tú. Por
habernos hecho niños junto al pesebre, la semilla del Verbo está en nosotros;
haz, pues que fructifique en medio de la inocencia de un nuevo corazón. Por tu
intercesión, el yugo de Cristo se vuelve leve para los débiles, y el Niño Dios
se compadece y acaricia a las almas arrepentidas.
Por tanto, también nosotros
debemos celebrar este día, que te vio nacer a la vida del cielo, pues gracias a
ti lograremos morir al mundo y empezar una nueva vida con el Emmanuel.
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