Llámale San Agustín en el
sermón predicado a los fieles africanos el día de San Fructuoso, anciano
trémulo, lo que nos da a entender que había nacido a fines del siglo II. Se distinguió
por su índole bondadosa desde joven, y por la gravedad de su continente que
imponía respeto a cuantos le contemplaban. Joven era Fructuoso, pero persuadido
ya de la falsedad e inconsistencia de las mundanales vanidades, y despreciando
el medio a que le daban derecho a aspirar sus prendas naturales y su fortuna,
se creyó feliz dedicándose al Señor en el ministerio del altar. El celo de la
gloria de Dios le devoraba.
Viéndose por aquel tiempo
privada de pastor la metropolitana de Tarragona, clero y pueblo de consuno
pusieron los ojos en Fructuoso; y tenaces persistieron en su empeño de
sublimarle a la cátedra episcopal hasta conseguirlo de la modestia del santo
joven, que se resistió cuanto pudo a las santas pretensiones de sus
conciudadanos. Hecho Obispo, se derramó con tal ímpetu el torrente de su
caridad y beneficencia, que hasta los mismos gentiles sentían copiosamente sus
efectos y le profesaban amor tierno y sencillo. Era reflejo exacto del cuadro
que San Pablo nos pinta de lo que debe de ser un cumplido prelado. Felices
vivían los fieles de Tarragona bajo tal Pastor y guía seguro, ayudado por sus
dos diáconos Augurio y Eulogio, encendidos en el fuego de idéntica caridad, e
impulsados por los mismos ideales de perfección y sacrificio.
Habiendo estos santos diáconos
sabido la suerte del español San Lorenzo que había sido quemado vivo dos años
antes por ser confidente del santo Papa Sixto II, no podían ellos alentar
ambiciosas esperanzas con la protección de su santo Obispo Fructuoso. Correrían
la misma suerte que esperaba el prelado tarraconense y ellos, en efecto,
santamente codiciosos la ansiaban.
El desventurado emperador
Valeriano eligió a Emiliano, feroz perseguidor de los cristianos, por
gobernador de Tarragona y su provincia; y en Tarragona quiso dar pruebas de que
su elección correspondía al instinto sanguinario que ambos a dos encarnaban.
Con astucia infernal dispuso descargar en la cabeza el primer golpe, mandando
apresar al santo Obispo en su misma casa, para que, herido el Pastor, se hiciera
más fácilmente riza en las ovejas desorientadas. Con San Fructuoso moraban sus
diáconos Augurio y Eulogio, y seis soldados asaltaron la casa; era domingo, 16
de Enero del año 259. Con largas pértigas aporrearon ruidosamente el cuarto del
santo obispo, que salió al punto a su encuentro. "Síguenos, le dijeron al
verle; el gobernador, os manda llamar con vuestros diáconos." El diálogo
entablado entre el soberbio Emiliano y San Fructuoso es de lo más sublime que
registran las actas martiriales; lo propio cabe afirmar de los valientes
diáconos Augurio y Eulogio y los tres fueron condenados a ser quemados vivos. Lloraban
los fieles al verlos pasar camino del anfiteatro donde estaba preparada la
hoguera. Rechaza San Fructuoso el refresco y alimento que le ofrecen piadosos
cristianos. "No quiera Dios, exclama, que yo quebrante el ayuno mientras
me dure la vida (era viernes), y no ha llegado todavía la hora de Nona. Por más
cierta y cercana que tenga la muerte, Jesucristo mi Redentor murió con sed; yo
quiero llevarla también para imitarle." Cuando se desnudaban se acercó a
San Fructuoso Augustal, su lector, y derramando lágrimas le suplicó de
rodillas, tuviese a bien que le descalzara a fin de evitarle este trabajo y
modestia. El Santo no lo permitió. "Yo mismo, dijo, quiero tener libres y
sueltos mis pies, para andar por tan buen camino del martirio y de él a la
gloria."
Narra el gran poeta Prudencio,
algunas maravillas ocurridas en el martirio de estos tres valientes atletas de
Cristo, que alentaron a los fieles y llenaron de confusión a los perseguidores.
Fue el aniversario de la muerte
de San Fructuoso y compañeros, día de función solemnísima hasta en África,
donde San Agustín predicó patético sermón a los fieles. Ocurrió su martirio el
21 de Enero, del año 259 que cayó en viernes. Es el primer martirio atestiguado
por verídicas actas procesales en nuestra Madre Patria, y merecen estos héroes,
la alabanza entusiasta de los españoles e hispanoamericanos.
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