La misión de
España y de la Hispanidad ayer, hoy y siempre será la de significar a Cristo
entre los pueblos y la de luchar para que Él reine y su reinado sea conocido y
amado.
España honra como a su Santo
Patrono y Caudillo a Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo, primero de los
Apóstoles que derramó su sangre por la Iglesia naciente y también el primero en
llevar el Evangelio a la Hispania, esa tierra que el geógrafo griego Estrabón
definió como una gran piel de toro tendida en la extremidad del Occidente,
entre los montes Pirineos y las columnas de Hércules, frente al Océano
tenebroso inexplorado.
No en vano Santiago era “hijo
del trueno”, no en vano poseía el carácter bravío que le llevó a pedir a Jesús
el castigo del fuego para el pueblo samaritano que no quiso escuchar la
Palabra.
Santiago será llamado a
evangelizar a esa “piel de toro”, a esa España como él áspera y bravía, España
la indomable que se constituirá más tarde en la defensora de la Cristiandad, la
que soportará durante ocho siglos la arremetida salvaje del invasor musulmán,
para permitir con su agonía la vida del Occidente Cristiano. “España
evangelizadora de la mitad del orbe, España martillo de herejes, luz de Trento,
espada de Roma...”, no sólo va a recibir la Luz de la Fe por el Apóstol, sino
que también va a gozar de su protección visible en los momentos más difíciles
de su historia.
Alrededor de cincuenta y siete
apariciones se cuentan de Santiago para dar la victoria a las armas españolas,
en igual número de batallas. De todas ellas la aparición del Apóstol en Clavijo
es celebrada por la Iglesia que la conmemora el día 23 de mayo.
Ocurrió cuando se iniciaba la
Reconquista en la Península:
Don Ramiro I, Rey de Asturias,
entabla combate con los musulmanes en los campos del Iregua, Rioja, pero la
suerte es propicia a las huestes de Abderramán, debiendo el ejército cristiano
replegarse y buscar refugio en el castillo de Clavijo. Es en esa noche, preñada
de tristeza y desesperanza cuando Santiago se aparece a Don Ramiro y le promete
la victoria sobre el infiel. Al amanecer el Rey convoca a sus hombres y les
hace saber la promesa recibida. Cuando llega la hora de enfrentarse al musulmán
al grito de “¡Santiago y Cierra España!”, ven aparecer traspasando las nubes al
Apóstol, montado en brioso corcel blanco, enarbolando en su mano izquierda una
bandera que ostenta cruz bermeja, y en la diestra fulgente espada con que se
abre paso, sembrando la muerte y la confusión entre los enemigos.
Los ejércitos hispanos
depositaron siempre su esperanza en la victoria por la mediación del Santo
Apóstol, y nos cuentan las crónicas que los Reyes Católicos, Don Fernando y
Doña Isabel hacían ondear el estandarte de Santiago en el sitio más alto de la
plaza conquistada precediendo siempre éste al pabellón de Castilla.
Era el espíritu de Santiago el
que alentó la última y gloriosa Cruzada. Era su espíritu bravo e indomable el
que sostenía el brazo del humilde requeté o el del falangista en la lucha. Era
su espíritu el que quedó palpitando en el último y desgarrado “¡Arriba España!”
de José Antonio, cuando en la fría madrugada de Alicante los fusiles sellaron
labios que por haber dicho todo en esta tierra sólo podían abrirse nuevamente
en el Cielo.
Pero el hijo de Zebedeo, el que
mereció que la Santísima Virgen lo visitara en carne mortal a orillas del Ebro,
no limita su protección a la España sino que la extiende a toda la Hispanidad.
La Hispanidad es el conjunto de
pueblos que han sido conquistados por España, que de ella han recibido la Fe y
la lengua, la dulce lengua de Fray Luis de León, y que con ella tienen “un
destino común en lo universal”:
|
“Hispanidad
es Acero |
“España,
nos dice José Antonio, no se ha justificado nunca sino por el cumplimiento de
un universal destino… ”, y también: “España no se justifica por tener una
lengua ni por ser una raza, ni por ser un acerbo de costumbres, sino que España
se justifica por su vocación imperial; “… vocación imperial que la hace aun más
grande que Roma, pues como dice el Excelentísimo Cardenal Isidro Gomá y Tomás:
“Roma hizo pueblos
esclavos, y España les dio la verdadera libertad. Roma dividió el mundo en
romanos y bárbaros; España hizo surgir un mundo de hombres a quienes nuestros
reyes llamaron hijos y hermanos. Roma levantó un Panteón para honrar a los
ídolos del Imperio; España hizo del Panteón horrible de esta América un Templo
al único Dios verdadero. Si Roma fue el pueblo de las construcciones ingentes,
obra de romanos hicieron los españoles en rutas y puentes que al decir de un
inglés, hablando de las rutas andinas, compiten con las modernas de San
Gotardo; y si Roma pudo concentrar en sus códigos la luz del derecho natural,
España dictó este cuerpo de las seis mil leyes de Indias, monumento de justicia
cristiana en que compite la grandeza del genio con el corazón inmenso del
legislador”.
La misión de España y de la
Hispanidad ayer, hoy y siempre será la de significar a Cristo entre los pueblos
y la de luchar para que Él reine y su reinado sea conocido y amado.
Cada pueblo tiene una vocación
especial asignada por Dios. La nuestra es esta, la del combate.
En este momento que se podría
definir como la “hora y el poder de las tinieblas”, cuando todos los pueblos de
la Europa cristiana se empeñan en marchar por caminos que los llevan a la ruina
porque se alejan de Dios, quedan como baluartes los restos de la Hispanidad.
Desde allí debemos iniciar nuestra Reconquista. Tenemos para ello la ayuda de
la Santísima Virgen, la que tomó posesión del solar hispano plantando en el
suelo zaragozano el mojón de su Santo Pilar, tenemos también la ayuda de Santiago,
el Caudillo de la Hispanidad que como a Ramiro en Clavijo nos alienta al
combate y nos asegura la victoria.
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