jueves, 13 de mayo de 2021

LA ASCENSIÓN DE NUESTRO SEÑOR

 


La inefable sucesión de los misterios del Hombre- Dios está a punto de recibir su último complemento. Pero el gozo de la tierra ha subido hasta los cielos; las jerarquías angélicas se disponen a recibir al jefe que les fue prometido, y sus príncipes están esperando a las puertas, prestos a levantarlas cuando resuene la señal de la llegada del triunfador. Las almas santas, libertadas del limbo hace cuarenta días, aguardan el dichoso momento en que el camino del cielo, cerrado por el pecado, se abra para que puedan entrar ellas en pos de su Redentor. La hora apremia, es tiempo que el divino Resucitado se muestre y reciba los adioses de los que le esperan hora por hora y a quienes El dejará aún en este valle de lágrimas,

EN EL CENÁCULO. — Súbitamente aparece en medio del Cenáculo. El corazón de María ha saltado de gozo, los discípulos y las santas mujeres adoran con ternura al que se muestra aquí abajo por última vez. Jesús se digna tomar asiento en la mesa con ellos; condesciende hasta tomar parte aún en una cena, pero ya no con el fin de asegurarles su resurrección, pues sabe que no dudan; sino que en el momento de ir a sentarse a la diestra del Padre, quiere darles esta prueba tan querida de su divina familiaridad. ¡Oh cena inefable, en que María goza por última vez en este mundo del encanto de sentarse al lado de su Hijo, en que la Iglesia representada por los discípulos y por las santas mujeres está aún presidida visiblemente por su Jefe y su Esposo!

¿Quién podría expresar el respeto, el recogimiento, la atención de los comensales y describir sus miradas fijas con tanto amor sobre el Maestro tan amado? Anhelan oír una vez más su palabra; ¡les será tan grata en estos momentos de despedida!... Por fin Jesús comienza a hablar; pero su acento es más grave que tierno. Comienza echándoles en cara la incredulidad con que acogieron la noticia de su resurrección En el momento de confiarles la más imponente misión que haya sido transmitida a los hombres, quiere invitarles a la humildad. Dentro de pocos días serán los oráculos del mundo, el mundo creerá sus palabras y creerá lo que él no ha visto, lo que sólo ellos han visto.

La fe pone a los hombres en relación con Dios; y esta fe no la han tenido, desde el principio, ellos mismos: Jesús quiere recibir de ellos la última reparación por su incredulidad pasada, a fin de establecer su apostolado sobre la humildad.

LA EVANGELIZACIÓN DEL MUNDO. Tomando enseguida el tono de autoridad que a él sólo conviene, les dice: "Id al mundo entero, predicad el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que no crea, se condenará"2. Y esta misión de predicar el Evangelio en el mundo entero; ¿cómo la cumplirán? ¿Por qué medio tratarán de acreditar su palabra? Jesús se lo indica: "He aquí los milagros que acompañarán a los que creyeren: arrojarán los demonios en mi nombre; hablarán nuevas lenguas; tomarán las serpientes con la mano; si bebieren algún veneno, no les dañará; impondrán sus manos sobre los enfermos, y los enfermos sanarán'".

Quiere que el milagro sea el fundamento de su Iglesia como El mismo lo escogió para que fuese el argumento de su misión divina. La suspensión de las leyes de la naturaleza anuncia a los hombres que el autor de la naturaleza va a hablar; a ellos sólo les toca entonces escuchar y someterse humildemente.

He aquí pues a estos hombres desconocidos del mundo, desprovistos de todo medio humano, investidos de la misión de conquistar la tierra y de hacer reinar en ella a Jesucristo. El mundo ignora hasta su existencia; sobre su trono, Tiberio, que vive entre el pavor de las conjuraciones no sospecha en absoluto esta expedición de un nuevo género que va a abrirse y llegará a conquistar al imperio romano. Pero a estos guerreros les hace falta una armadura, y una armadura de temple celestial. Jesús les anuncia que están para recibirla. "Quedaos en la ciudad, les dice, hasta que hayáis sido revestidos de el poder de lo alto'". ¿Cuál es, pues, esta armadura? Jesús se lo va a explicar. Les recuerda la promesa del Padre, "esta promesa, dice, que habéis oído de mi boca. Juan ha bautizado en agua; pero vosotros, dentro de pocos días, seréis bautizados en el Espíritu Santo".

HACIA EL MONTE DE LOS OLIVOS. — Pero la hora de la separación ha llegado. Jesús se levanta y todos los asistentes se disponen a seguir sus pasos. Ciento veinte personas se encontraban reunidas allí con la madre del triunfador que el cielo reclamaba. El Cenáculo estaba situado sobre el monte Sión, una de las colinas que cerraba el cerco de Jerusalén. El cortejo atraviesa una parte de la ciudad, dirigiéndose hacia la puerta oriental que se abre sobre el valle de Josafat. Es la última vez que Jesús recorre las calles de la ciudad réproba. Invisible en adelante a los ojos de este pueblo que ha renegado de El, avanza al frente de los suyos, como en otro tiempo la columna luminosa que dirigió los pasos del pueblo israelita.

¡Qué bella e imponente es esta marcha de María, de los discípulos y de las santas mujeres, en pos de Jesús que no debe detenerse más que en el cielo, a la diestra del Padre! La piedad de la edad media la celebraba en otro tiempo por una solemne procesión que precedía a la Misa de este gran día. Dichosos siglos, en que los cristianos deseaban seguir cada uno de los pasos del Redentor y no sabían contentarse, como nosotros, de algunas vagas nociones que no pueden engendrar más que una piedad vaga como ellas.

LA ALEGRÍA DE MARÍA.-—Se pensaba también entonces en los sentimientos que debieron ocupar el corazón de María durante los últimos instantes que gozó de la presencia de su hijo. Se preguntaba qué era lo que más pesaba en su corazón maternal, si la tristeza de no ver más a Jesús, o la dicha de sentir que iba por fin a entrar en la gloria que le era debida. La respuesta venía al punto al pensamiento de esos verdaderos cristianos, y nosotros también, nos la damos a nosotros mismos. ¿No había dicho Jesús a sus discípulos: "¿Si me amaseis, os alegraríais de que fuese a mi Padre?'". Ahora bien, ¿quién amó más a Jesús que María?

El corazón de la madre estaba pues alegre en el momento de este inefable adiós. María no podía pensar en sí misma, cuando se trataba del triunfo debido a su hijo y a su Dios.

Después de las escenas del Calvario, podía ella aspirar a otra cosa que a ver al fin glorificado al que ella conocía por el soberano Señor de todas las cosas, al que ella había visto tan pocos días antes, negado, blasfemado, expirando en medio de los dolores más atroces.

El cortejo ha atravesado el valle de Josafat y ha pasado el torrente del Cedrón; se dirige por la pendiente del monte de los Olivos. ¡Qué recuerdos vienen a la memoria! Este torrente, del que el Mesías había bebido el agua fangosa en sus humillaciones, se ha convertido hoy para El en el camino de la gloria. Así lo había anunciado David. Se deja a la izquierda el huerto que fue testigo de la Agonía, la gruta en que fue presentado a Jesús y aceptado por El el cáliz de todas las expiaciones del mundo. Después de haber franqueado un espacio que San Lucas calcula como el que les era permitido recorrer a los judíos en día de Sábado, se llega al terreno de Betania a esta aldea en que Jesús buscaba la hospitalidad de Lázaro y de sus hermanas. Desde este rincón del monte de los Olivos se dominaba Jerusalén que aparecía majestuosa con su templo y sus palacios.

Esta vista emocionó a los discípulos. La patria terrestre hace aún palpitar el corazón de estos hombres; por un momento olvidan la maldición pronunciada sobre la ingrata ciudad de David, y parecen no acordarse ya de que Jesús acaba de hacerles ciudadanos y conquistadores del mundo entero. El delirio de la grandeza mundana de Jerusalén les ha seducido de repente y osan preguntar a Jesús su Maestro: "Señor, ¿es este el momento en que establecerás el reino de Israel?"

Jesús responde a esta pregunta indiscreta: "No os pertenece saber los tiempos y los momentos que el Padre ha reservado a su poder." Estas palabras no quitaban la esperanza de que Jerusalén fuese un día reedificada por Israel convertido al cristianismo; pues este restablecimiento de la ciudad de David no debía tener lugar más que al fin de los tiempos, y no era conveniente que el Salvador diese a conocer el secreto divino. La conversión del mundo pagano, la fundación de la Iglesia, era lo que debía preocupar a los discípulos. Jesús les lleva inmediatamente a la misión que les dió momentos antes: "Vais a recibir, les dice, el poder del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra'".

LA ASCENSIÓN AL CIELO. — Según una tradición que remonta a los primeros siglos del cristianismo, era el medio día la hora en que Jesús fue elevado sobre la cruz cuando, dirigiendo sobre la concurrencia una mirada de ternura que debió detenerse con complacencia filial sobre María, elevó las manos y les bendijo a todos. En este momento sus pies se desprendieron de la tierra y se elevó al cielo.

Los asistentes le seguían con la mirada; pero pronto entró en una nube que le ocultó a sus ojos2. Los discípulos tenían aún los ojos fijos en el cielo, cuando, de repente, dos Ángeles vestidos de blanco se presentaron ante ellos y les dijeron: "Varones de Galilea, ¿porqué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que os ha dejado para elevarse al cielo vendrá un día de la misma manera que le habéis visto subir". Del mismo modo que el Salvador ha subido, debe el Juez descender un día: todo el futuro de la Iglesia está comprendido en estos dos términos. Nosotros vivimos ahora bajo el régimen del Salvador; pues nos ha dicho que "el hijo del hombre no ha venido para juzgar al, mundo, sino para que el mundo sea por El salvado". Y con este fin misericordioso los discípulos acaban de recibir la misión de ir por toda la tierra y de convidar a los hombres a la salvación, mientras tienen tiempo.

¡Qué inmensa es la tarea que Jesús les ha confiado, y en el momento en que van a dar comienzo a ella Jesús les abandona! Les es preciso descender solos del monte de los Olivos de donde ha partido El para el cielo, Su corazón, sin embargo, no está triste; tienen con ellos a María, y la generosidad de esta madre incomparable se comunica a sus almas. Aman a su Maestro; su dicha en adelante consistirá en pensar que ha entrado en su descanso.

Los discípulos entraron de nuevo en Jerusalén "llenos de una viva alegría", nos dice S. Luca, expresando por esta sola palabra uno de los caracteres de esta fiesta de la Ascensión, impregnada de una tan dulce melancolía, pero que respira al mismo tiempo más que cualquier otra alegría y el triunfo. Durante su Octava, intentaremos penetrar los misterios y presentarla en toda su magnificencia; hoy nos limitaremos a decir que esta solemnidad es el cumplimiento de todos los misterios del Redentor y que ha consagrado para siempre el jueves de todas las semanas, día tan augusto por la institución de la santa Eucaristía.

RITOS ANTIGUOS. — Hemos hablado de la procesión solemne por la cual se celebraba, en la edad media, la partida de Jesús y de sus discípulos al monte de los Olivos; debemos recordar también que en este día se bendecía solemnemente el pan y los frutos nuevos, en memoria de la última comida que el Salvador tomó en el Cenáculo. Imitemos la piedad de estos tiempos en que los cristianos tenían a pecho el recoger los menores rasgos de la vida del Hombre-Dios y de apropiárselos, por decirlo así, reproduciendo en su modo de vivir todas las circunstancias que el santo Evangelio les revelaba. Jesucristo era verdaderamente amado y adorado en esos tiempos en que los hombres se acordaban sin cesar que es el soberano Señor. Actualmente, es el hombre quien reina con sus peligros y riesgos. Jesucristo es rechazado en lo íntimo de la vida privada. Y por tanto, tiene derecho a ser nuestra preocupación de todos los días y de todas las horas.

Los Ángeles dijeron a los Apóstoles: "Del mismo modo que le habéis visto subir, así bajará un día." ¡Ojalá le hubiésemos amado y servido durante su ausencia con suficiente diligencia, para que pudiésemos soportar sus miradas cuando aparezca!

MISA

La Iglesia romana señala hoy para la Estación la basílica de San Pedro. Es un bello pensamiento el de reunir en tal día la asamblea de fieles alrededor de la tumba de uno de los principales testigos de la Ascensión de su Maestro.

En esta basílica, como en las Iglesias más humildes de la cristiandad, el símbolo litúrgico de la fiesta es el Cirio pascual, que vimos brillar en la noche de la Resurrección, y que estaba destinado a figurar, por su luz de cuarenta días, la duración de la estancia del Señor Resucitado en medio de los que él se dignó llamar sus hermanos, Las miradas de los fieles reunidos se fijan con complacencia sobre su llama que parece brillar con una luz más viva, á medida qué se aproxima el instante en que será apagada. Bendigamos a nuestra madre la Iglesia a quien el Espíritu Santo ha inspirado el arte de instruirnos por medio de tantos símbolos, y glorifiquemos al Hijo de Dios que nos ha dicho: "Yo soy la luz del mundo'".

El Introito anuncia la gran solemnidad polla cual nos congregamos. Está compuesto por las palabras dichas por los Ángeles a los Apóstoles sobre el monte de los Olivos. Jesús ha subido a los cielos, pero, descenderá un día.

INTROITO

Varones de Galilea, ¿por qué os admiráis mirando el cielo? aleluya: como le habéis visto ascendiendo al cielo, así vendrá, aleluya, aleluya, aleluya. Salmo: Todos los pueblos aplaudid con las manos: cantad a Dios con voces de júbilo.

V. Gloria al Padre.

La Iglesia, recogiendo las súplicas de sus hijos en la Colecta, pide para ellos a Dios la gracia de tener sus corazones unidos al divino Redentor, a quien deben, buscar en adelante, en el cielo, donde ha subido el primero.

COLECTA

Suplicárnoste, oh Dios omnipotente, hagas que, los que creemos que tu Unigénito, nuestro Redentor, ascendió hoy a los cielos, habitemos también con nuestra mente en los cielos. Por el mismo Señor.

EPÍSTOLA

Lección de los Hechos de los Apóstoles.

El primer tratado que he hecho, oh Teófilo, habla de todo lo que comenzó a obrar y enseñar Jesús, hasta el día en que instruyendo por el Espíritu Santo a los Apóstoles que escogió, fue arrebatado: a los cuales se presentó El mismo vivo después de su pasión con muchas pruebas, apareciéndose a ellos durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios. Y, comiendo con ellos, les ordenó que no se marcharan de Jerusalén, sino que esperaran la promesa del Padre, la que habéis oído (dijo) de mi boca: Porque Juan bautizó ciertamente con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo no muchos días después de estos. Entonces los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino de Dios en este tiempo? Y les dijo: No toca a vosotros saber los tiempos o el momento que el Padre ha puesto en su potestad: pero recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén y en toda Judea, y en Samaría y hasta el fin de la tierra, y habiendo dicho esto, viéndole ellos, se elevó, y una nube lo arrebató de sus ojos. Y, estando mirando cómo El se iba al cielo, he aquí que dos varones se pusieron a su lado, con vestidos blancos y les dijeron: Varones Galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Ese Jesús, que se ha elevado de vosotros al cielo, así vendrá, como le habéis visto ir al cielo.

JESÚS SUBE AL CIELO. — Acabamos de asistir, siguiendo este relato, a la partida del Emmanuel a los cielos. ¿Hay algo más tierno que la mirada de los discípulos sobre su Maestro que se eleva al cielo bendiciéndoles? Pero una nube viene a interponerse entre Jesús y ellos, y sus ojos impregnados de lágrimas han perdido la huella de su paso. Están solos ya en el monte; Jesús les ha ocultado su presencia visible. ¡Cuán pesada les sería la estancia en este mundo, si su gracia no les sostuviese, si el Espíritu divino no estuviese a punto de bajar sobre ellos y de crear en ellos un nuevo ser! Solo en el cielo volverán a ver a quien, siendo Dios, se dignó ser su Maestro durante tres años y que, en la última Cena, quiso llamarles sus amigos.

Pero no sólo ellos lo lamentan. Esta tierra que recibía temblando de gozo la huella de los pasos del Hijo de Dios, no será ya pisada por sus sagrados pies. Ha perdido esta gloria que esperó tanto tiempo, la gloria de servir de habitación a su autor. Las naciones esperan un Libertador; pero, fuera de Judea y Galilea, los hombres ignoran que ha venido el libertador y ha subido a los cielos. La obra de Jesús, no se ceñirá a estas regiones. El género humano conocerá que ha venido; y, en cuanto a su Ascensión al cielo en ese día, escuchad la voz de la Iglesia que resuena en las cinco partes del mundo y proclama el triunfo del Emmanuel. Diez y nueve siglos han transcurrido desde su partida, y nuestra despedida llena de respeto y de amor se une a la que le dirigieron sus discípulos, cuando subía al cielo. También nosotros lloramos su ausencia; pero nos regocijamos de verle glorificado, coronado y sentado a la diestra de su Padre. Has entrado en tu reposo, Señor; nosotros, a quienes redimiste y conquistaste te adoramos en tu trono. Bendícenos, llévanos a ti, y dígnate hacer que tu última venida sea nuestra esperanza y no nuestro temor.

Los últimos versillos del Aleluya repiten los acentos de David cuando ensalzaba de ante mano a Cristo que sube en su gloria, las aclamaciones de los Ángeles, los ruidosos sonidos de las trompetas celestiales, el magnífico trofeo que el vencedor arrastra tras de sí en esos dichosos cánticos que ha extraído del limbo.

ALELUYA

Aleluya, aleluya. V. Ascendió Dios con júbilo, y el Señor con clamor de trompeta.

Aleluya. V. El Señor, como en el Sinaí, así está en el santuario: subiendo a lo alto, llevó cautiva a la cautividad. Aleluya.

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Marcos.

En aquel tiempo, estando los once discípulos sentados a la mesa, se apareció a ellos Jesús: y les reprochó su incredulidad y su dureza de corazón: porque no creyeron a los que le habían visto resucitado. Y díjoles: Yendo por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado se salvará: pero el que no creyere se condenará. Y, a los que creyeren les seguirán estas señales: en mi nombre lanzarán los demonios: hablarán lenguas nuevas: quitarán las serpientes: y si bebieren algo mortífero, no les hará daño: pondrán las manos sobre los enfermos, y sanará. Y el Señor Jesús, después que les habló, fue arrebatado al cielo, y está sentado a la diestra de Dios. Y ellos, partiendo, predicaron por doquier, cooperando con ellos el Señor, y confirmando la palabra con las señales que se sigan.

DESEAR A CRISTO. — Después de haber acabado el diácono estas palabras, un acólito sube al ambón, y apaga el Cirio que nos recordaba la presencia de Jesús resucitado. Este rito expresivo anuncia el comienzo de la viudez de la Iglesia y advierte a nuestras almas que para contemplar en lo sucesivo a nuestro Salvador, nos es preciso mirar al cielo donde él reside. ¡Qué rápido ha sido su paso por aquí abajo! ¡qué de generaciones se han sucedido! ¡qué de generaciones se sucederán aún hasta que se muestre de nuevo!

Lejos de él, la Santa Iglesia siente las tristezas del destierro; sigue sin embargo habitando este valle de lágrimas; porque de la tierra ha de elevar al cielo a los hijos que la ha dado su Esposo divino por medio de su Espíritu; pero le falta la vista de Jesús y si somos cristianos, también a nosotros nos debe faltar. "¡Oh, cuándo llegará el día en que revestidos de nuevo con nuestra carne, nos lancemos al cielo al encuentro del Señor, para morar con El eternamente"!'. Entonces, y solamente entonces, alcanzaremos el fin para el que fuimos creados.

Todos los misterios del Verbo encarnado que hemos celebrado hasta aquí debían desembocar en la Ascensión; las gracias que recibimos día por día deben terminarse con la nuestra. "Este mundo no es más que una sombra que pasa". Y estamos en camino para irnos a juntarnos con nuestro Jefe. En El está nuestra vida, nuestra felicidad; en vano trataremos de buscarla en otra parte. Todo lo que os acerca a Jesús es bueno para nosotros; todo lo que nos aleja de El es malo y funesto. El misterio de la Ascensión es el último destello que Dios hace brillar ante nuestros ojos para mostrarnos el camino. Si nuestro corazón aspira a encontrar a Jesús, es que vive la verdadera vida; si está apegado a las criaturas y no siente atracción de Jesús, imán celestial, es que está muerto.

Levantemos, pues, los ojos como los discípulos y sigamos con el deseo a aquel que sube hoy para prepararnos un lugar. ¡Arriba los corazones! "¡Sursum corda!" Tal es el grito de despedida que nos envían nuestros hermanos que suben en pos del divino Triunfador: es el grito de los santos Ángeles congregados ante el Emmanuel, y que nos invitan a formar parte de sus filas.

Para Antífona del Ofertorio, la Iglesia emplea las mismas palabras que para el primer aleluya. Sólo expresa un pensamiento: el triunfo de su Esposo, la alegría del cielo en la cual quiere que tomen parta también los habitantes de la tierra.

OFERTORIO

Ascendió Dios en el júbilo, y el señor al son de trompeta, aleluya.

Entrar en pos de Jesús en la vida eterna, evitar los obstáculos que pueden encontrarse en el camino, tales deben ser nuestros deseos en este día, tal es también la petición que la Iglesia formula en la oración Secreta.

SECRETA

Recibe, Señor, los dones que te ofrecemos, por la gloriosa Ascensión de tu Hijo: y concede propicio, que seamos libres de los peligros presentes, y lleguemos a la vida eterna. Por Jesucristo.

PREFACIO

Es verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable que, siempre y en todo lugar, te demos gracias a ti. Señor santo. Padre omnipotente, eterno Dios: por Cristo, nuestro Señor. El cual, después de su resurrección, se apareció claramente a todos sus discípulos, y, viéndole ellos, se elevó al' cielo, para hacernos a nosotros partícipes de su divinidad. Y, por tanto, con los Ángeles y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia del ejército célesté, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo, etc.

Un nuevo versículo de David forma parte de la Antífona de la Comunión. El rey-profeta anuncia en él, mil años antes que él Emmanuel se elevara a los cielos por el Oriente. En efecto, del monte de los Olivos situado al Este de Jerusalén hemos visto hoy partir a Jesús para el reino de su Padre.

COMUNIÓN

Cantad salmos al Señor, que asciende a lo más alto de los cielos, hacia el Oriente, aleluya. El pueblo fiel acaba de sellar su alianza con su divino Jefe participando del augusto Sacramento; la Iglesia pide a Dios que este misterio, que contiene a Jesús invisible en adelante, obre en nosotros lo que expresa al exterior.

POSCOMUNIÓN

Concédenos te rogamos, oh Dios omnipotente y misericordioso, sentir el efecto invisible de los Misterios visibles que acabamos de recibir. Por N. S. Jesucristo.

MEDIODÍA

Una tradición de los primeros siglos y confirmada por las revelaciones de los santos, nos dice que la hora de la Ascensión del Salvador fue la del mediodía. Los Carmelitas reformados por Santa Teresa honran con un culto particular este piadoso recuerdo. A la hora expresada. Se reúnen en el coro para vacar en la contemplación del último de los misterios de Jesús y seguir con el pensamiento y con el corazón al Emmanuel a la altura que le lleva su vuelo divino.

Sigámosle también nosotros; pero antes de fijar nuestras miradas en el radiante medio día que ilumina su triunfo, volvamos un momento con el pensamiento al punto de partida. A media noche apareció en medio de tinieblas, en el establo de Belén. Esta hora nocturna y silenciosa convenía al comienzo de su misión. Su obra entera estaba ante El, y debían transcurrir treinta y tres para cumplirla. Esta misión se desarrolló año tras año; día tras día, y estaba cercana a su fin, cuando los hombres, en su malicia, se apoderaron de El y le clavaron en una cruz. A medio día apareció elevado en los aires; pero su Padre no quiso que el sol iluminara lo que era una humillación y no un triunfo. Densas tinieblas cubrieron la tierra, este día no tuvo mediodía. Cuando el sol reapareció, era ya la hora de Nona. Tres días después, salía de la tumba al alborear de la aurora.

Hoy su obra está consumada. Jesús ha pagado con su sangre el rescate de nuestros pecados, ha vencido la muerte resucitando glorioso; ¿no tiene derecho de escoger para su partida la hora en que el sol, su imagen, vierte todo su fuego e inunda con su luz la tierra cuyo Redentor va a cambiar por el cielo? ¡Salve, pues, hora del medio día, dos veces sagrada, porque tú nos recuerdas todos los días la misericordia y la victoria de nuestro Emmanuel! ¡Gloria a ti por la doble aureola que llevas: la salvación del hombre por medio de la cruz, y la entrada del hombre en el reino de los cielos!

Pero ¿no eres Tú mismo el Medio día de nuestras almas, ¡oh Jesús, Sol de justicia!? ¿Dónde encontraremos esta plenitud de luz a la cual aspiramos, este ardor de amor eterno que únicamente él puede hacernos dichosos, sino en ti que has venido aquí abajo a iluminar nuestras tinieblas y derretir nuestros hielos? Con esta esperanza, escuchamos las melodiosas palabras de Gertrudis tu fiel esposa y pedimos la gracia de poder un día repetirlas con ella: "¡Oh amor, de medio día cuyo ardor es tan dulce, eres la hora del reposo sagrado, la paz entera que se gusta en ti constituye nuestras delicias! ¡Oh Amado, escogido sobre toda creatura, hazme saber, muéstrame el lugar en que apacientas tu rebaño, y descansas a la hora del medio día! Mi corazón se inflama pensando en tus dulces ocios en este momento. ¡Oh si me fuese dado acercarme a ti de modo que no sólo estuviese cerca de ti, sino en ti! Por tu influencia, oh Sol de Justicia, todas las flores de las virtudes florecerían en mí que no soy más que polvo y ceniza. Fecundada por tus rayos, oh Maestro y Esposo, mi alma produciría los nobles frutos de la perfección. Arrebatada de este valle de miseria y admitida a contemplar tu faz tan deseada, mi dicha eterna será pensar que no te has desdeñado, oh espejo sin mancha, unirte a una pecadora como yo'".

TARDE

PLEGARIA.— ¡Oh nuestro Emmanuel! finalmente has llegado al término de tu obra y hoy mismo te vemos entrar en tu reposo. Al comienzo del mundo, empleaste seis días para disponer todas las partes del Universo creado por tu poder; después de lo cual entraste en tu descanso. Más tarde, cuando resolviste levantar tu obra caída por la malicia del ángel rebelde, tu amor te hizo pasar, durante treinta y tres años, por una sucesión sublime de actos por medio de los cuales se obraron nuestra redención y nuestro restablecimiento en el grado de santidad y de gloria del que habíamos caído.

No olvidaste nada, oh Jesús, de lo que había sido propuesto en los consejos de la Trinidad, ni de lo que los Profetas habían anunciado de ti. Tu Ascensión concluye la misión que has cumplido en tu misericordia. Por segunda vez entras en tu descanso; pero entras con toda la naturaleza humana, llamada en adelante, a tomar parte en honores divinos.

Ya forman parte en las filas de los coros angélicos los justos de nuestra raza que has sacado del limbo, pues, al marcharte nos dijiste: "Voy a prepararos un lugar'".

Confiados en tu palabra, resueltos a seguirte en todos tus misterios que has cumplido sólo por nosotros, a acompañarte en la humildad de Belén, en la participación de los dolores del Calvario, en la resurrección de Pascua y aspiramos a imitarte también, cuando llegue la hora, en tu triunfante Ascensión. Entretanto, nos unimos a los coros de los Apóstoles que saludan tu llegada, a nuestros Padres cuya multitud te acompaña y te sigue.

Fija tu mirada en nosotros, ¡oh divino Pastor! no ha llegado aún el momento de juntarnos.

Guarda a tus ovejas y ten cuidado que no se extravíe ninguna ni sea ingrata a tus cuidados. Conociendo nuestro fin y firmes en el amor y la meditación de los misterios que nos han conducido al de hoy, tomamos a éste como objeto de nuestra espera y el término de nuestros deseos. Constituye el fin de tu venida a este mundo, por medio de la cual descendiendo tú hasta nuestra bajeza, nos ensalzaste hasta hacernos partícipes de tu grandeza, y haciéndote hombre nos hiciste dioses a nosotros.

¿Pero qué haríamos aquí abajo hasta que nos juntásemos contigo, si la Virtud del Altísimo que nos habéis prometido no descendiese pronto sobre nosotros, si no nos diese paciencia en el destierro, fidelidad en la ausencia y el amor suficiente para sostener un corazón que suspira por poseerte? ¡Ven, pues, oh Espíritu divino! No nos dejes languidecer, a fin de que nuestra mirada permanezca fija en el cielo donde Jesús reina y nos espera, y no permitas que el mortal sea tentado, en su cansancio, a arrastrarse por un mundo terrestre en el cual Jesús no se dejará ver en adelante.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Sede Vacante desde 1958

Sede Vacante desde 1958