Imagen que se venera en la Parroquia “San Antonio”,
situada
en Carretera de Andalucía, 2, en la ciudad de Aranjuez,
Madrid
San Fernando III (1198-1252),
comparte el patronazgo de España con el Apóstol Santiago. Guerrero, poeta y
músico, compositor de cantigas al Señor. Se destacó por su integridad, piedad,
valentía y pureza. Fernando III de Castilla fue un santo rey, que alcanzó las
cumbres más altas de la perfección, santificando las menores acciones de su
vida y dedicando a la piedad y devoción mariana más intensa y ferviente todo
momento y ocupación.
Fue uno de los más grandes
hombres del siglo XIII y el más santo de los reyes hispánicos. Llena la primera
mitad del mentado siglo, con su vida ejemplar, su intensa piedad religiosa, su
prudencia de gobernante y su heroísmo de conquistador audaz. No conoció en sus
empresas la derrota, ni el fracaso; siempre, al contrario, fueron coronadas por
el triunfo y la gloria. Es modelo de santo seglar, de militar impertérrito, de
cruzado valeroso de la fe. Meticuloso palaciego, músico, poeta, y en todo y
siempre gran señor y perfecto caballero.
Nació en el reino de León,
probablemente cerca de Valparaíso (Zamora) y murió en Sevilla el 30 de Mayo de
1252. Hijo de Alfonso IX de León y de Berenguela, reina de Castilla, unió
definitivamente las coronas de ambos reinos. Consideraba que el reino verdadero
al que todo ha de someterse es el reino de Dios. Se consideraba siervo de la
Virgen María.
Es criado en las postrimerías
del siglo XII, entre los esplendores de la corte de León y crece en sus
primeros años, venturosos y felices, acariciado por los cuidados de su madre,
mujer virtuosa y ejemplar. Cuando apenas tiene diez años, una grave enfermedad
pone su existencia en trance de muerte. Los médicos desesperan de salvarlo.
Entonces la madre toma en sus brazos al pequeño, cabalga con él hasta el
Monasterio de Oña, reza y llora durante toda una noche ante una imagen de la
Virgen, y «el meninno empieza a dormir, et depois que foiesperto, luego de
comer pedia», rezan las crónicas reales.
Por 27 años luchó para
reconquistar la península de los moros. Liberó a Córdoba (1236), Murcia,
Jaén, Cádiz y finalmente a Sevilla donde murió (1249). Procuraba no agravar los
tributos, a pesar de las exigencias de la guerra. Cuidaba tan bien de sus
súbditos que se hizo famoso su dicho: “Más temo las maldiciones de una
viejecita pobre de mi reino que a todos los moros del África”.
Como rey, tuvo la obsesión de
la justicia; era amable, pero recto y firme en todos sus actos. Fue asimismo un
gentil señor, en la más alta acepción de la palabra: palaciego finísimo, jinete
elegante y diestro en las carreras, versado en los juegos nobles, incluso en
los de salón, como el ajedrez; amante de la música y excelente cantor. Se le
atribuyen algunas cantigas dedicadas a la Virgen, su gran pasión y amor desde
que su madre le contara cómo le había salvado siendo niño. Fomentador de las
artes todas, favoreció con esplendidez al entonces naciente estilo gótico,
debiéndose a su impulso las mejores catedrales de España: Burgos, Toledo, León,
Palencia…
Reconocido por su sabiduría.
Fundó la famosa universidad de Salamanca. Fernando III se casó dos veces: su
primera esposa fue Doña Beatriz de Suabia, princesa alemana; la segunda, Juana
de Ponthieu. Ambas le dieron hijos. Con su segunda esposa fue padre de Eleanor,
esposa de Eduardo I de Inglaterra.
Brillan en nuestro Rey Santo
las tres grandes virtudes militares: la rapidez, la prudencia y la perseverancia.
Cuando sus enemigos le creen muy lejos, a las márgenes del Duero, en su corte,
aparece de repente ante los muros de Córdoba. Domina el arte de sorprender y
desconcertar, aprovechando todas las coyunturas políticas del adversario;
organizando con estudio y parsimonia sus grandes y decisivas campañas,
prolongando, si preciso es, los asedios con tal de economizar sangre.
Junto a este aspecto, de
militar y conquistador, que pudo haber llevado a efecto la unión total de la
patria en su época, debe recalcarse su acción de gobernante, de la que apenas
hacen mención los historiadores, o sea: sus relaciones con la Iglesia y los
prelados; con los nobles y magnates; su administración de justicia y ejemplares
relaciones con los demás reyes peninsulares cristianos; su impulso a la
codificación y reforma del derecho; su protección a las artes, ciencias y para
la creación de nuevos Centros y Universidades… En estos aspectos fue su reinado
tan ejemplar y de subidos quilates de perfección, que sólo es comparable luego con
el de la gran reina Isabel la Católica.
En medio de sus innumerables y
siempre victoriosas campañas militares y laboriosas gestiones de buen gobierno,
brilla con singular esplendor su piedad intensa y ferviente devoción a la
Virgen María.
Se consideraba caballero de
Dios, se llamaba siervo de Santa María y tenía a gran honor el título de
Alférez de Santiago. Llevaba siempre consigo una pequeña imagen de la Virgen,
en el arzón de su montura, cuando cabalgaba; a la cabecera de su cama, mientras
dormía, ante la cual pasaba largas horas arrodillado, en los momentos más
difíciles.
Al saber que estaba cercana la
muerte abandonó su lecho y se postro en tierra sobre cenizas, recibió los
últimos sacramentos. Llamó a la reina y a sus hijos para despedirse de ellos y
darles sabios consejos. Volviéndose a los que se hallaban presentes, les pidió
que lo perdonasen por alguna involuntaria ofensa. Y, alzando hacia el cielo la
vela encendida que sostenía en las manos, la reverenció como símbolo del
Espíritu Santo. Pidió luego a los clérigos que cantasen el Te Deum, y así
murió, el 30 de mayo de 1252.
Un resplandor celeste ilumina
ya su rostro. «El tránsito de San Fernando, dice Menéndez y Pelayo, oscureció y
dejó pequeñas todas las grandezas de su vida». Había reinado treinta y cinco
años en Castilla y veinte en León, siendo afortunado en la guerra, moderado en
la paz, piadoso con Dios y liberal con los hombres, como afirman las crónicas
de él. Su nombre significa “bravo en la paz”.
Tal fue la vida exterior y la
santa muerte del más grande de los reyes de Castilla, «atleta y campeón invicto
de Jesucristo», según los Papas Gregorio IX e Inocencio IV. «De la vida
interior —volvamos a Menéndez y Pelayo— ¿quién podría hablar dignamente sino
los Ángeles, que fueron testigos de sus espirituales coloquios y de aquellos
éxtasis y arrobos que tantas veces precedieron y anunciaron sus victorias?»
Lo sucedió en el trono su hijo
mayor, Alfonso X, conocido como Alfonso el Sabio. Fue canonizado el 4 de
febrero de 1671 por el Papa Clemente X. Es considerado por Menéndez y Pelayo
como el más grande de los reyes de Castilla. Es patrono la ciudad de Aranjuez,
de varias instituciones españolas y protector de cautivos, desvalidos y
gobernantes.
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