Imagen procesional de San Bonifacio, mártir
de Tarso, venerada en Carcagente, Valencia
(¿306? D.C.) - Según parece, el
culto de San Bonifacio de Tarso data solamente del siglo IX, aunque su martirio
tuvo lugar el año 306. La vida del santo puede resumirse así: A principios del
siglo IV, vivía en Roma una mujer llamada Aglaé. Noble, rica y hermosa, gustaba
de llamar la atención de sus conciudadanos y, para ello, ofreció dos veces al
pueblo un espectáculo público que pagó de su propia bolsa. El mayordomo de
Aglaé, llamado Bonifacio, vivía en pecado con ella. Bonifacio era licencioso y
disoluto, pero también era generoso, hospitalario y muy bondadoso con los
pobres. Un día, Aglaé le pidió que fuese al Oriente a traerle unas reliquias,
porque —le explicó— he oído decir que quienes honran a los mártires de Cristo
compartirán la gloria con ellos y los cristianos de Oriente se dejan torturar y
matar por Cristo." Bonifacio se preparó para el viaje, pidió a su ama una
gruesa suma de dinero y le dijo: "Si en el Oriente hay reliquias, yo os
las traeré. Pero no es imposible que en vez de ello os traigan mi cuerpo como
reliquia." Desde ese momento, Bonifacio cambió completamente; durante el
viaje no probó la carne ni el vino, ayunó mucho y pasó largas horas en oración.
En aquella época, la Iglesia
atravesaba por un período de paz en el 293 en Occidente; en cambio, en el Oriente,
Galerio Maximiano y Maximino Daya continuaban la persecución de Diocleciano,
con particular violencia en Cilicia, donde gobernaba el salvaje Simplicio.
Bonifacio se dirigió a Tarso, capital de la provincia, y en seguida fue a ver
al gobernador. Simplicio estaba precisamente en el proceso de mandar al
tormento a veinte cristianos. Bonifacio corrió a reunirse con ellos y gritó:
"¡Grande es el Dios de los Cristianos! ¡Grande es el Dios de los mártires!
Pedid por mí, siervos de Jesucristo, para que sea yo digno de acompañaros en la
lucha contra el demonio". El gobernador, furioso, le mandó arrestar y
ordenó que le clavasen en las uñas astillas afiladas y le echasen en la boca
plomo derretido. El pueblo, disgustado por la crueldad del gobernador, empezó a
gritar: "¡Grande es el Dios de los cristianos!" Simplicio se retiró
muy alarmado, ante la perspectiva de un levantamiento popular. Pero al día
siguiente mandó llamar a Bonifacio y le condenó a morir en un caldero
hirviente. Como el mártir saliese ileso de la prueba, un soldado le cortó la
cabeza. Los criados de Bonifacio compraron su cuerpo, lo embalsamaron y lo
llevaron consigo a Italia. Aglaé salió a recibirlo en la Vía Latina, a un
kilómetro de Roma, a la cabeza de un grupo de amigos que portaban antorchas.
Ahí mismo erigió un santuario para las reliquias de su mayordomo. Al morir,
quince años después, pasados en penitencia por sus culpas fue enterrada junto a
él. En 1603 se descubrieron las
reliquias del santo, junto con
las de San Alejo, en la iglesia que antes se llamaba San Bonifacio y
actualmente lleva el nombre de San Alejo.
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