(1457 D.C.) - Los padres de de
Rita eran humildes labradores de Roccaporena, en los Apeninos centrales; pero
su hija, que nació en 1381, estaba destinada a ser excelsa y ejemplar como
hija, como esposa y como religiosa. Su gran santidad y su poderosa intercesión
iban a merecerle, un día, el título de "la santa de los imposibles y la
abogada de los casos desesperados".
Cuando Rita nació, sus padres
eran ya bastante viejos. La niña dio, desde los primeros años, muestras de
extraordinaria piedad y amor de la oración. Pronto concibió el deseo de
consagrarse al servicio de Dios en el convento de las Agustinas de Casia. Pero
sus padres determinaron casarla, y la joven se sometió humildemente, con la
idea de que la obediencia era el mejor medio de agradar a Dios.
Desgraciadamente, sus padres no supieron escogerle marido. El esposo resultó un
hombre brutal y disoluto; por su temperamento iracundo, era el terror de los
vecinos. Rita soportó durante dieciocho años, con increíble paciencia, sus
insultos e infidelidades. Al ver que sus dos hijos seguían cada vez más de
cerca el ejemplo de su padre, sufría profundamente, pero no podía hacer otra
cosa que llorar a escondidas y orar fervorosamente por ellos. Un día, la gracia
de Dios tocó el corazón de su esposo, quien le pidió perdón por todo lo que la
había hecho padecer. Pocos días después, los vecinos trajeron a Rita el cadáver
de su marido, cubierto de heridas. Rita nunca supo si había muerto en una riña
o había perecido víctima de una venganza. Su pena se agudizó todavía más,
cuando se enteró de que sus dos hijos habían jurado vengar a su padre. La santa
suplicó fervorosamente a Dios que no permitiese que sus hijos se convirtieran
en asesinos. Dios escuchó su oración, puesto que los dos jóvenes enfermaron y
murieron antes de llevar a cabo su venganza. Rita, que los asistió tiernamente
en su enfermedad, consiguió que, antes de morir, perdonasen a sus enemigos.
Al quedar sola en el mundo,
Rita concibió de nuevo el deseo de hacerse religiosa. Así pues, pidió la
admisión en el convento de Casia, pero se le respondió que las constituciones
sólo permitían recibir doncellas. La santa insistió por tres veces y otras
tantas recibió la misma respuesta de la priora. Pero, finalmente, se hizo una
excepción con ella y pudo tomar el hábito, en 1413.
Santa Rita practicó en el
convento la misma sumisión que en su vida de hija y de esposa. Jamás cometió
una sola falta contra la regla. Su superiora, para probarla, le mandó en cierta
ocasión que fuese a regar una vid seca; la santa no sólo obedeció aquella vez
sino que regó la planta todos los días. En los puntos en que la regla permitía
cierta libertad, como en el uso de las penitencias corporales, la santa era
implacable consigo misma. Manifestó particularmente su caridad en la asistencia
a las religiosas enfermas. Con su ejemplo y sus palabras consiguió la
conversión de muchos cristianos tibios. Todo cuanto la santa hacía y decía, se
fincaba en su gran amor por Dios, que era el motivo de su existencia. Desde
niña había sido especialmente devota de la Pasión; como religiosa, fue
arrebatada muchas veces en éxtasis, mientras contemplaba los misterios
dolorosos de la vida del Señor. En 1441, la santa asistió a un fervoroso sermón
que San Jacobo de la Marca pronunció sobre la coronación de espinas. Poco
después, hallándose arrodillada en oración, Rita sintió un agudo dolor en la
frente, como si una de las espinas de la corona se le hubiese clavado. La
herida supuró y despedía tan mal olor, que Rita debió retirarse a un rincón
apartado del convento para no molestar a las demás. Se dice que la herida
desapareció temporalmente, como la santa lo había pedido a Dios, para poder
acompañar a sus hermanas en la peregrinación que hicieron a Roma, en el año
jubilar de 1450; pero reapareció en cuanto Rita volvió al convento, de suerte
que se vio obligada a vivir prácticamente como reclusa hasta su muerte.
Durante sus últimos años, la
santa padeció, además, otra enfermedad, que soportó con la misma paciencia.
Jamás abrevió en la penitencia y, hasta el fin de su vida, durmió sobre un
jergón de paja. Murió el 22 de mayo de 1457. Su cuerpo ha permanecido
incorrupto hasta nuestros días. En las iglesias de los agustinos se bendicen
las rosas de Santa Rita. Según cuenta la tradición, en su lecho de muerte la
santa pidió a un visitante de Roccaporena que fuese al jardín a traerle una
rosa. Como todavía no empezaba la estación de las rosas, el visitante tenía
pocas esperanzas de poder complacer a la enferma; pero, con gran sorpresa,
descubrió en el jardín un rosal en flor. Llevó entonces la rosa a la santa y le
preguntó si quería otra cosa. "Sí, —replicó Rita—, quiero dos higos".
El visitante volvió al huerto y encontró dos higos en una higuera sin hojas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario