sábado, 22 de mayo de 2021

23 de mayo LA APARICIÓN DEL APÓSTOL SANTIAGO

 




La batalla que se dice haber dado Don Ramiro en Clavijo a los Moros, y la gloriosa victoria que de ellos alcanzó con el Favor y ayuda del Apóstol Santiago, es uno de los puntos controvertidos en nuestra historia, pareciendo a algunos cosa inverosímil que el Rey Don Alonso el Magno, nieto del mismo Don Ramiro, calle este glorioso triunfo, haciendo memoria de otras cosas menos señaladas que sucedieron en aquel reinado. Nosotros omitiendo el examen de este hecho, de cuya certeza tenemos apoyo en el testimonio del Arzobispo Don Rodrigo y de otros historiadores; conformándonos con la tradición de la Iglesia de España, que con gran solemnidad da gracias a Dios en este día por el bien que hizo entonces a nuestro pueblo contaremos el hecho en que se funda la presente festividad, conforme lo escribe el Padre Mariana [1].

Tenía en España el imperio de los Moros Abderramán, segundo de este nombre, Príncipe de suyo feroz, y que la prosperidad le hacía aun más bravo; porque al principio de su reinado hizo huir a Abdalla su tío, el cual con esperanza de reinar tomó las armas, y se apoderó de la ciudad de Valencia. Además de esto se apoderó de la ciudad de Barcelona por medio de un Capitán suyo de gran nombre llamado Abdecarin. Con esto quedó tan orgulloso, que resuelto de volverse contra el Rey Don Ramiro, le envió una embajada para requerirle le pagase las cien doncellas, que conforme al asiento hecho con Mauregato se le debían en nombre de parias; que era llanamente amenazarle con la guerra y declararse por enemigo si no le obedecía en lo que le mandaba. Grande era el espanto de la gente, mayor la afrenta que de esta embajada resultaba; así los embajadores fueron luego despedidos; les valió el derecho de las gentes para que no fuesen castigados como merecía su loco atrevimiento y demanda tan indigna e intolerable. Tras esto todos los que eran de edad a propósito en todo el reino, fueron forzados a alistarse y tomar las armas, fuera de algunos pocos que quedaron para la labor de los campos, por miedo que si la dejaban, serian afligidos no menos del hambre que de la guerra. Los mismos Obispos y varones consagrados a Dios siguieron el campo de los Cristianos.

Grande era el recelo de todos, si bien la querella era tan justa, que tenían alguna esperanza de salir con la victoria. Para ganar reputación, y mostrar que hacían de voluntad lo que les era forzoso, acordaron de romper primero y correr las tierras de los enemigos, en particular se metieron por la Rioja, que a la sazón estaba en poder de Moros. Al contrario Abderramán juntaba grandes gentes de sus Estados, aparejaba armas, caballos y provisiones con todo lo demás que entendía ser necesario para la guerra, y para salir al encuentro a los nuestros. Se juntaron los dos campos de Moros y de Cristianos cerca de Alvelda o Albayda, pueblo en aquel tiempo fuerte, y después muy conocido por un Monasterio que edificó allí Don Sancho Rey de Navarra con advocación de San Martin: al presente está casi despoblada. La renta del Monasterio y la librería que tenía muy famosa, trasladaron el tiempo adelante a la Iglesia de Santa María la Redonda de la ciudad de Logroño, de la cual Alvelda dista por espacio de dos leguas.

En aquella comarca se dio la batalla de poder a poder, que fue de las más sangrientas y señaladas que se dieron en aquel tiempo. Nuestro ejército como juntado de prisa no era igual en fuerzas y destreza a los soldados viejos y ejercitados que traían los enemigos. Se hubiera perdido de todo punto la jornada, sino fuera por la diligencia de los Capitanes, que acudían a todas partes y animaban a sus soldados con palabras y con ejemplo. Cerró la noche, y con las tinieblas y oscuridad se puso fin al combate. No hay cosa tan pequeña en la guerra que a las veces no sea ocasión de grandes bienes o males, y así fue que en aquella noche estuvo el remedio de los Cristianos. Se retiró el Rey Don Ramiro a un recuesto que allí cerca estaba, con sus gentes destrozadas y grandemente enflaquecidas por el daño presente y mayor mal que esperaban. El mejorarse en el lugar dio muestra que quedaba vencido pero sin embargo se fortificó lo mejor que según el tiempo pudo: hizo curar los heridos los cuales y la demás gente, perdida casi toda esperanza de salvarse, con lágrimas y suspiros hacían votos y plegarias para aplacar la ira de Dios.

El Rey oprimido de tristeza y de cuidados por el aprieto en que se hallaba, se quedó adormecido. Entre sueños le apareció el Apóstol Santiago con representación de majestad y grandeza mayor que humana. Le manda que tenga buen ánimo, que con la ayuda de Dios no dude de la victoria, la cual el día siguiente tuviese por cierta. Despertó el Rey con esta visión, y regocijado con nueva tan alegre saltó de la cama. Mandó juntar los Prelados y Grandes, y como los tuvo juntos, les hizo un razonamiento de esta substancia: Bien sé, varones excelentes, que todos conocéis tan bien como yo en qué término y apretura están nuestras cosas. En la pelea de ayer llevamos lo peor, y sino quedamos del todo vencidos, más fue por beneficio de la noche que por nuestro esfuerzo. Muchos de los nuestros quedaron en el campo, los demás están desanimados y amedrentados. El ejército enemigo, que era antes fuerte, con nuestro daño queda con mayor osadía. Bien veis que no hay fuerzas para tornar a la pelea, ni lugar para huir. Estar en estos lugares quedarse más tiempo, aunque lo pretendiésemos, la falta de pan y de otras cosas necesarias no lo permitirían. La dura y peligrosa necesidad de nuestra suerte, el desamparo de la ayuda y fuerzas humanas suplirá el socorro del cielo, y aliviará sin ninguna duda el peso de tantos males, lo que os puedo con seguridad prometer. Afuera el cobarde miedo, no tape las orejas de vuestro entendimiento la desconfianza y falta de fe. Arrojarse en afirmar y creer es cosa perjudicial, mayormente cuando se trata de las cosas divinas y de la religión, porque si las menospreciamos, hay peligro de caer en impiedad, y si las recibimos ligeramente, en superstición. El Apóstol Santiago me apareció entre sueños, y me certificó de la victoria. Levantad vuestros corazones, y desechad de ellos toda tristeza y desconfianza. Él suceso de pelea os dará a entender la verdad de lo que tratamos. Ea pues, amigos míos, llenos de esperanza, arremeted a los enemigos, pelead por la patria y por la común salud. Bien pudieras con extrema afrenta y mengua servir a los Moros: por pareceros esto intolerable tomasteis las armas. Rechazad con el favor de Dios y del Apóstol Santiago la afrenta de la Religión Cristiana, la deshonra de vuestra nación: abatid el orgullo de esta gente pagana. Acordaos de lo que pretendisteis quando tomasteis las armas, de vuestro antiguo valor, y de las empresas que habéis acabado. Dicho esto mandó ordenar las haces y dar señal de pelear.

Los nuestros con gran denuedo acometen a los enemigos, y cierran apellidando a grandes voces el nombre de Santiago; principio de la costumbre que hasta hoy tienen los soldados españoles, de invocar su ayuda al tiempo que quieren acometer. Los bárbaros alterados por el atrevimiento de los nuestros, cosa muy fuera de su pensamiento, por tenerlos ya por vencidos, y con el espanto que de repente les sobrevino del cielo, no pudieron sufrir aquel ímpetu y carga que les dieron. El Apóstol Santiago, según que lo prometiera al Rey, fue visto en un caballo blanco, y con una bandera blanca, y en medio de ella una cruz roja que capitaneaba nuestra gente. Con su vista crecieron a los nuestros las fuerzas, los bárbaros de todo punto desmayados se pusieron en huida; ejecutaron los Cristianos el alcance, degollaron sesenta mil Moros. Se apoderaron después de la victoria de muchos lugares, en particular de Clavijo donde se dio esta famosa batalla, de que dan muestra los pedazos de las armas que hasta hoy por allí se hallan. Asimismo Alvelda y Calahorra volvieron a poder de los Cristianos.

Sucedió esta memorable jornada el año de Christo de 844, que fue el segundo del reinado de Don Ramiro. El ejército vencedor, después de dar gracias a Dios por tan grande merced, por voto que hicieron, obligaron a toda España, sin embargo que la mayor parte de ella estaba en poder de Moros, a pagar desde entonces para siempre jamás de cada yugada de tierra o de viñas cierta medida de trigo o de vino cada un año a la Iglesia del Apóstol Santiago, con cuyo favor alcanzaron la victoria: voto que algunos Romanos Pontífices aprobaron adelante, como se ve por sus letras Apostólicas. Asimismo el Rey Don Ramiro expidió sobre el mismo caso su privilegio, su data en Calahorra a veinte y cinco de Mayo, era ochocientos y setenta y dos: yo más quisiera que dijera ochocientos y ochenta y dos, para que concertara con la razón del tiempo que llevamos muy puntual y ajustada. Se puede sospechar que en el copiar el privilegio se quedó un diez en el tintero, que en el original no parece. Añadieron otrosí en este voto, que para siempre, cuando los despojos de los enemigos se repartiesen, Santiago se contase por un soldado a caballo y llevase su parte; pero esto con el tiempo se ha desusado: lo que toca al vino y trigo algunos pueblos, lo pagan. De los despojos de esta guerra hizo el Rey edificar a media legua de Oviedo una Iglesia de obra maravillosa con advocación de nuestra Señora, la cual hasta hoy se ve puesta a las aldas del monte Naurancio, y allí cerca se edificó otra Iglesia con nombre de San Miguel. La Reina que unos llaman Urraca, otros Paterna, madre de Don Ordoño y de Don García, proveyó las dichas Iglesias y las adornó de todo lo necesario; tenía por costumbre de emplear todo lo que podía ahorrar del gasto de su casa y del arreo de su persona, en ornamentos para las Iglesias, y en particular de la del Apóstol Santiago, El fruto de esta victoria no fue tan grande como se pensaba y fuera razón a causa de otra guerra que al improviso se levantó contra España. Todo esto dice aquel historiador.

Frutos de esta lectura.

 Rogaré al Señor que en un sentido espiritual renueve en España y en toda la Iglesia estas maravillas, libertándonos de la tiranía del pecado.

II° Por mas combatido que me vea de mis pasiones, aunque me estrechen y me pongan en prensa, y me inclinen al mal; nunca desmayaré invocando al Señor, seguro de que no me abandone.

III° Por las victorias que alcanzo contra mis enemigos visibles e invisibles, daré gracias a Dios que en mí pelea y vence.

 

ORACIÓN.

Dame, Señor, que en toda tribulación y tentación me humille debajo de tu mano poderosa, asegurado de que salvas y engrandeces a los humildes de espíritu. Hazme conocer el fruto de la adversidad, y cómo por ella se sube al mérito, y se prueba y acrisola más la virtud. Para que purificado en la hornilla de los trabajos, y hallado limpio en el día de la residencia, merezca ser admitido por Ti al galardón de los atribulados.

MISA

INTROITO. Salmos LVI, 4; LXXV, 4; XXIII, 8. Envió el Señor socorro del cielo, y nos libertó: afrentados dejó a los que nos tenían debajo de sus pies, porque quebrantó la pujanza de nuestros enemigos, el escudo, la espada y la guerra; el Señor fuerte y poderoso, el Señor poderoso en la batalla. Aleluya, aleluya. Salmo XLV, 2. Dios es nuestro amparo y fortaleza, ayuda en las tribulaciones muchas que vinieron sobre nosotros. ℣. Gloria al Padre... Se repite: Envió el Señor socorro ...

ORACIÓN

Oh Dios, que por un efecto de tu misericordia pusiste a los españoles debajo de la tutela de tu Apóstol Santiago, y por él los libraste de una gravísima calamidad que les amenazaba: concédenos como te lo rogamos, que con su protección lleguemos a poseer la paz sempiterna. Por nuestro Señor etc.

EPÍSTOLA

Lección del Libro II de los Macabeos (XV, 7; XI, 17-27).

En aquellos días: Macabeo siempre esperaba con entera confianza que no dejaría Dios de enviarle socorro; y animaba a los suyos que no temiesen la venida de las naciones; mas que se acordasen de los socorros que en otras ocasiones habían recibido del cielo, y ahora también esperasen que el todo poderoso les daría la victoria. Y habiéndoles hablado de la ley y de los Profetas, y traídoles a la memoria las batallas que antes habían tenido; les inspiró nuevo coraje. Y así quando ya tuvo los ánimos de ellos esforzados, les iba mostrando la mala fe de las naciones, y cómo habían quebrantado los juramentos. De esta suerte armó a cada uno de ellos no con broqueles y lanzas, sino con palabras y exhortaciones muy buenas, contándoles una visión digna de crédito que en sueños había tenido, con lo cual dejó a todos llenos de gozo. Animados pues con estas excelentes palabras de Judas, capaces de despertar y dar esfuerzo y coraje a los mancebos, determinaron acometer y dar batalla animosamente, hasta que el esfuerzo decidiese por quién quedaba la victoria; porque la santa ciudad y el templo estaban en peligro. Porque por las mujeres e hijos y hermanos y parientes era la menor congoja; mas el miedo mayor y mas principal era por la santidad del templo. Los que quedaban en la ciudad estaban también con gravísimo cuidado por causa de los que habían de pelear. Ya quando estaban todos esperando el suceso de la batalla y los enemigos al frente, y el ejército puesto en orden, y los elefantes y la caballería formada en el lugar que les pareció más a propósito; Macabeo considerando aquella muchedumbre de gentes que venían a dar sobre ellos, y los preparativos de tantas armas diferentes, y la ferocidad do las bestias; extendiendo las manos hacia el cielo, invocó al Señor que obra maravillas, el cual no mirando al poder de las armas, sino conforme a su voluntad da a los dignos la victoria. E invocó su auxilio hablando de esta manera: Tú Señor, que en tiempo de Ezequías Rey de Judá enviaste tu Ángel, y mataste del campo de Senaquerib ciento y ochenta y cinco mil hombres, envía también ahora, oh Señor de los cielos, tu Ángel bueno delante de nosotros con el espanto y terror del gran poderío de tu brazo; para que teman los que con blasfemia vienen contra tu santo pueblo. Entonces Judas y los que con él estaban, habiendo invocado a Dios, orando acometieron a los enemigos: con las manos peleando, y con los corazones orando al Señor, mataron a treinta y cinco mil de ellos, sintiéndose bañados de gran deleite en la presencia de Dios.

GRADUAL

Aleluya, aleluya. Isaías (XIX, 20) Clamarán al Señor a vista del que los atribula; y les enviará protector que los libre. Aleluya. ℣. Nos visitó el Señor por medio de su santo Apóstol; le ciñó de fortaleza para la batalla, y sobrepujó a nuestros enemigos. Aleluya.

 

Si se celebra fuera del tiem­po Pascual se dice este GRADUAL:

Éxodo (XV, 6) Tu diestra, Señor, ha sido engrandecida por su fortaleza: tu diestra ha arruinado a los enemigos. ℣. (Salmo XLIII, 8) Nos libraste, Señor, de los que los que nos afligían, y a los que nos aborrecían confundiste. Aleluya, aleluya. ℣. Nos visitó el Señor por medio de su santo Apóstol; lo ciñó de fortaleza para la batalla y sobrepujó a nuestros enemigos. Aleluya.

El Evangelio como el del día 25 de julio, Misa propia del santo Apóstol (Mateo XX, 20-23).

OFERTORIO – Salmo XLV, 9

Venid y ved las obras del Señor, los prodigios que ha obrado en la tierra, desterrando las guerras hasta las extremidades de la tierra. Aleluya.

ORACIÓN SECRETA

Recibe, Señor, los dones que ofrecemos en la solemnidad de tu Apóstol Santiago; y concédenos benignamente que con su perpetuo patrocinio seamos libres de las asechanzas de todos los enemigos, y lleguemos a la vida eterna. Por nuestro etc…

COMUNIÓN – Isaías XLII, 13

Como esforzado adalid saldrá; como guerrero se enardecerá, y gritará, y moverá algazara; sobre sus enemigos se hará fuerte. Aleluya.

POSTCOMUNIÓN

Oh Señor Dios Nuestro, que por medio de tu Apóstol Santiago te dignaste maravillosamente hacer gala de las proezas de tu poder contra los enemigos de los que creen en Ti; concédenos benignamente que con su perpetuo auxilio, hollando la maldad de todos nuestros adversarios, podamos cantar la victoria. Por Nuestro Señor Jesucristo tu Hijo que contigo etc…

DECLARACIÓN DE LA EPÍSTOLA

La Iglesia, deseosa de inspirar a sus hijos la fe y confianza que deben tener en Dios aun en medio de los mayores aprietos y angustias, en este día en que damos gracias al Señor por la victoria que dio ocasión al establecimiento de esta festividad, nos propone aquel señalado triunfo que el pueblo del Señor alcanzó de sus enemigos en tiempo de Judas Macabeo.

Se hallaba este piadoso caudillo en los contornos de Samaria apretado de Nicanor el enviado de Demetrio, que sin respeto a Dios tenía determinado acometerle el día de sábado. Judas no mirando a la poca gente que tenía, sino al Señor que con pocos humildes desbarata a muchos soberbios; nunca desfalleció, antes bien tenía por cosa cierta que Dios lo ayudaría. Lo aseguró en esta confianza una visión que tuvo en sueños. Le pareció que Onías, el que había sido sumo Sacerdote, varón santísimo, ejercitado desde niño en toda virtud, con las manos en alto oraba por todo el pueblo de los Judíos. Junto a él vio otro varón respetable por su ancianidad, cercado de gloria y de magnificencia, del cual dijo Onías que era Jeremías Profeta de Dios, que oraba muy fervorosamente por el pueblo y por la santa ciudad. Entonces Jeremías alargando la mano derecha dio a Judas una espada de oro, diciéndole: Toma esta santa espada que es don de Dios, con la cual desbaratarás a los enemigos de mi pueblo Israel [2].

Esta visión contó Judas a su ejército, y al mismo tiempo con palabras tomadas de la divina Escritura puso en sus ánimos esfuerzo y coraje celestial que los hizo como leones para dar la batalla. Y así fue que acometiendo a sus enemigos en el nombre del Señor, alentados con la confianza de su brazo, los pocos vencieron a los muchos, y quedó exaltado en aquella victoria el nombre santo de Dios.

Conoció Judas por el sueño que tuvo, no sólo que triunfaría de sus enemigos, sino que esta victoria la debería a un esfuerzo superior al suyo, denotado en la espada de oro que de parte de Dios le daba su Profeta. No miró la mano por donde le venía este bien, sino la del dador a cuya liberalidad lo debía; recibió la espada, no como instrumento de su propia utilidad, sino como medio de la libertad de su pueblo; la tomó para pelear, no por la fama póstuma de su persona, sino por la gloria de Dios. Con estas lecciones preparó el Señor a este General para la victoria que le prometía.

Para alcanzarla armo él a cada uno de sus soldados; no con broqueles y lanzas, sino con palabras y exhortaciones muy buenas. No puedo leer esto sin bendecir a nuestro Señor que tan claro ha dejado dicho en qué armería se han de armar las tropas de su pueblo antes de que tomen las espadas y los fusiles para la pelea. Muy guarnecidos y pertrechados deben estar de las armas cristianas los que destina nuestro Señor para que defiendan la cristiana república, y en ella conserven la tranquilidad y el buen orden. Gran lástima es que una preocupación, y tal vez una triste experiencia haya hecho creer al vulgo que están reñidas la milicia y la exactitud en la guarda de la ley del Señor.

El buen efecto de estas armas se vio en que animados los soldados con estas excelentes palabras de Judas, determinaron acometer y dar batalla animosamente. La religión hace subir de punto el amor al Rey y a la patria, infunde celo del bien común, pone coraje celestial en los defensores de la causa pública: y al paso que trueca los cobardes en valientes, mejora la raíz del esfuerzo y los afectos de que va acompañado, haciendo que hagan por amor de Dios y del Rey lo que sin esto hubieran hecho por vanidad y amor propio o por algún otro fin siniestro y torcido.

Ya cuando estaban todos esperando el suceso de la batalla, Macabeo considerando aquella muchedumbre de gentes que venían a dar sobre ellos, extendiendo las manos hacia el cielo invocó al Señor. Sabido tenía Judas que por su campo había de quedar la victoria, estaba de ello cierto por la promesa que en aquel sueño misterioso le hizo el Profeta de parte del Señor; ¿por qué invoca ahora su auxilio? Lo hizo para no degenerar en vana confianza que lo hiciese indigno del cumplimiento de la promesa y para persuadirse a sí mismo aun más de lo que lo estaba, que cumpliéndose  aquella victoria había de dar gracias al Señor, de cuya mano la recibía, para dar un testimonio público a la omnipotencia de Dios, y mostrar a sus tropas que ni el poder de ellos ni la industria y pericia de su General eran bastantes para desbaratar a tantos y tan bravos enemigos. La seguridad que tenemos de las promesas de Dios, no nos dispensa de pedirle con lágrimas el cumplimiento de ellas; en lo cual se ejercita la humildad y la confianza de que se agrada Dios mucho. También se ve aquí la dependencia que tenemos de Dios, no sólo en los bienes del orden sobrenatural, sino en todos los acontecimientos de nuestra vida. Obran muchos como si creyeran que Dios sólo es refugio para los tentados y para los que desean salir de su mala vida, o mejorarla si la tienen ya buena; y para esto lo buscan y claman a él; mas si se les ofrece algún otro apuro o trabajo en los bienes temporales o en la honra o en alguna otra cosa de estas de acá, buscan refugios de la tierra, y no se acuerdan de Dios. Esos suelen verse burlados a lo mejor; porque buscando guarida hallan riesgo, y buscando fortaleza hallan flaqueza, y buscando quien los sostenga hallan una caña quebrada que consigo y con ellos da en el suelo. Los refugios del mundo no lo son sin Dios; son refugios débiles; Dios sólo es refugio con poder, de él lo reciben los que se llaman poderosos, sin él todo es flaqueza. No puede el hombre dar seguridad a otro hombre, ni restituirle la honra, ni desvanecer su calumnia, ni volverle los bienes, ni hacerle beneficio ninguno, sino le da Dios para ello su poder. Él es ayudador en todas nuestras tribulaciones, y así lo asegura quien no puede mentir. No dice en una o en otra, sino en las que por mil partes nos embisten. Muchas son nuestras tribulaciones, dice San Agustín; pues en todas ellas hemos de acudir a Dios: ora sea en la hacienda, o en la salud del cuerpo, o por riesgo en que se vean los que amamos, o por pérdida o menoscabo en alguna cosa de las necesarias para la vida; no debe tener el Cristiano más refugio que su Salvador, su Dios, el cual hace fuertes a los que acuden a Él. Porque no será él fuerte en sí mismo, ni será el hombre su propia fortaleza; Aquél solo le será fortaleza, que ha querido hacerse su refugio.

Judas y los que con él estaban, habiendo invocado a Dios orando acometieron a los enemigos. Oraba el General, y oraban los soldados; les había él enseñado el arte de la guerra, y el camino de la victoria; les mostraba peleando que no es justo que el hombre tiente a Dios, y orando les enseñaba que no debe fiar de su propia industria el éxito de las cosas que emprende.

Tomaron los soldados este buen ejemplo de su caudillo, y salieron aprovechados en su escuela. Más unidos estaban los corazones de aquel ejército para clamar a Dios, que las manos para pelear; y así alcanzaron la victoria que no se debe a la destreza de los que pelean, sino a humildad de los que de sí desconfían; ni la da Dios mirando al poder de las armas, sino conforme a su voluntad a los que de ella se han hecho dignos. Afrenta es de los soldados cristianos que para sus batallas hagan mayores preparativos de municiones de guerra, que de contrición y de lágrimas para llorar sus pecados, y ganar a Dios de quien han de recibir la victoria. Muchas veces se desatina un General de una armada o ejército quando ve perdida una acción que por todas partes le prometía victoria; y bien pronto hallaría la causa de aquel desastre, si pusiera los ojos en lo que aquí dice Dios. Dilata el Señor muchos años el castigo de un pueblo y de una nación entera que lo está provocando a ira: y lo guarda para una batalla en que con la pérdida de muchas naves y fortalezas y con mortandad de las tropas toma venganza de las culpas de aquella nación. Extraño es que los soldados judíos, gente terrena y carnal, enseñen en estos acontecimientos a la gente espiritual de la Iglesia Católica que no del poder de las armas, sino de la voluntad de Dios pende el buen éxito de sus empresas. Pero mucho más extraño es que después de Cristo tomemos nosotros lo carnal de los malos Israelitas, y no lo espiritual de los buenos; que amemos la corteza que royeron los judíos, y no el meollo que Cristo nos mereció; que vivamos en medio de la Iglesia con el espíritu de la Sinagoga; que volvamos de la verdad a la figura, del día a la noche. Más enorme es el pelagianismo de los malos cristianos, que el de los malos judíos; y quiero decir, que más excusables eran los que en el tiempo de la ley confiaron en sí mismos y en el poder de su brazo, que los que por el espíritu del Evangelio que es la humildad, debiéramos haber aprendido nuestra suma flaqueza y ruindad, y cuán desaprovechados son los pasos de los hombres que Cristo no bendice y prospera, y ¿quién no admira también en este suceso los frutos de la oración? El mundo no sabe hacer frente al poder sino con otro poder, a una calumnia sino con otra calumnia; a esto se reduce la gran sabiduría del mundo. Dios por el contrario nos manda oponer al esfuerzo del mundo, a la calumnia, a la maledicencia y a todas las armas del mundo, la paciencia, la mansedumbre y las demás armas de la oración. El triunfar del poder con la oración no pudo ser invención sino del que con clamor muy vehemente y con lágrimas venció el enojo del Eterno Padre muy justamente irritado con nuestras culpas.

Con las manos peleando y con los corazones orando al Señor. Corazón y manos, oración y obras. No es verdadera y fina la oración que hace al hombre perezoso para obrar bien. El que ora debe tener lavadas las manos y levantadas en el nombre de Dios; lavadas no como Pilato que las lavó con agua y las manchó con injusticia, sino como Cristo las tenía en la Cruz bañadas de la sangre que lavó al hombre; levantadas no como Caín que las levantó para matar a su hermano, sino como Cristo que dejó extender las suyas para morir por sus enemigos. El que ora y no obra, dice San Gregorio, levanta el corazón y no las manos; el que obra y no ora, levanta las manos y el corazón no; mas el que la oración fortalece con las obras, levanta las manos al compás del corazón. La limpieza de las obras da gran fuerza al que ora; no se atreve a levantar el grito en la oración el que se ve reprendido por su mala conciencia; imposible es que se compongan en un corazón confianza viva en Dios y resistencia a su santa ley; nadie puede creerse con derecho a los beneficios de aquel a quien ofende, y del cual quiere ser enemigo. Saludable remedio es, dice el mismo Santo, que el que en la oración se conoce reo de algún delito, llore primero lo que ha errado; para que lavado de la mancha de su culpa con lágrimas, muestre limpia la cara de su corazón al Señor a quien endereza su petición.

 

ORACIÓN

No me conozco yo a mí, ni te conozco a Ti, Jesús mío, si presumo alcanzar algún bien sin tu ayuda. Loca es y desatinada la soberbia que se apodera de mí, y me hace esperar limpieza de la corrupción, y bondad de la maldad. ¿Quién es bueno y limpio sin Ti? ¿Quién se levanta de la tierra y vuela al cielo, si Tú no le das alas, y lo alientas con tu divino Espíritu. Sálvame, Señor, ya conozco lo que soy después que Tú me has abierto los ojos. Recobra al perdido, redime al esclavo, levanta al caído, lava al sucio. Muchos son los enemigos de mi salud, yo solo y desamparado, sino te tengo a Ti. Arráncame de mi pecado, no dejes que me atore más en este lodo, y que de él vaya a parar al pozo del infierno. Líbrame del león que ronda por mis puertas; en su garganta caeré, si Tú no haces gala de tu poder y me libras. Ven, Señor, desquijáralo, y desármalo de las uñas que tiene tan afiladas para degollar tus corderos. Truene tu poder, amedréntelo la algazara y clamor de los pechos humildes, vibre sobre él la espada de tu palabra, enarbola el estandarte de tu Cruz, atérrenlo aquellas heridas con que a mí me sanaste.

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