(1621 D.C.) - Uno de los más
grandes controversistas de todos los tiempos y el más distinguido de los
defensores de la Iglesia contra la Reforma protestante, fue Roberto Francisco Rómulo
Belarmino, cuya fiesta se celebra en este día. Roberto nació en 1542 en la
ciudad de Montepulciano, en Toscana. Era miembro de una noble familia venida a
menos. Sus padres eran Vicente Belarmino y Cintia Cervi, hermana del Papa
Marcelo II. Desde niño, Roberto dio muestras de una inteligencia superior;
conocía a Virgilio de memoria, escribía buenos versos latinos, tocaba el violín
y así, pronto empezó a desempeñar un brillante papel en las disputas públicas,
con gran admiración de sus conciudadanos. Su devoción no cedía a su
inteligencia; cuando tenía diecisiete años, el rector del colegio de los jesuitas
de Montepulciano escribió sobre él en una carta: "Es el mejor de nuestros
alumnos y no está lejos del Reino de los Cielos". Roberto quería ingresar
en la Compañía de Jesús, pero su padre, que tenía otros planes sobre él, se
oponía firmemente; sin embargo, con la ayuda de su madre, el joven consiguió al
fin el deseado permiso. En 1560, se presentó Roberto en Roma ante el general de
los jesuitas, quien le redujo mucho el tiempo de noviciado y le destinó casi
inmediatamente a proseguir los estudios en el Colegio Romano.
Roberto tuvo que luchar toda la
vida contra la mala salud. Al fin de los tres años de filosofía estaba tan
débil, que los superiores le enviaron a tomar los aires natales; el joven
religioso aprovechó su estancia en Toscana para instruir a los niños y dar
conferencias de retórica y poética latinas. Un año más tarde, fue trasladado a
Mondovi del Piamonte y destinado a dar cursos sobre Cicerón y Demóstenes.
Roberto no conocía del griego más que el alfabeto, pero, con su obediencia y
energía características, preparaba por la noche la lección de gramática griega
que debía impartir al día siguiente. El futuro cardenal se oponía al castigo
corporal de los alumnos y jamás lo empleó. Además de ejercer el magisterio,
predicaba con frecuencia y el pueblo acudía en masa a sus sermones. Su
provincial, el Padre Adorno, que le oyó predicar un día, le envió
inmediatamente a la Universidad de Padua para que recibiese cuanto antes la
ordenación sacerdotal. Roberto se entregó ahí nuevamente a la predicación y al
estudio; pero al poco tiempo, el padre general, San Francisco de Borja, le
envió a Lovaina a proseguir sus estudios y a predicar en la Universidad, para
contrarrestar las peligrosas doctrinas que esparcían el canciller Miguel Bayo y
otros. En el viaje a Bélgica tuvo por compañero al inglés Guillermo Alien, que
sería también, un día, cardenal. Belarmino pasó siete años en Lovaina. Sus
sermones fueron extraordinariamente populares desde el primer día, a pesar de
que predicaba en latín y era de tan corta estatura, que subía en un banquillo
para sobresalir en el pulpito a fin de que el auditorio pudiese verle y oírle.
Pero sus oyentes decían que su rostro brillaba de una manera extraordinaria y
que sus palabras eran inspiradas.
Después de recibir la
ordenación sacerdotal, en Gante, en 1570, ocupó una cátedra en la Universidad
de Lovaina. Fue el primer jesuita a quien se confirió ese honor. Sus cursos
sobre la "Summa" de Santo Tomás, en los que exponía brillantemente la
doctrina del santo Doctor, le proporcionaban la ocasión de refutar las
doctrinas de Bayo sobre la gracia, la libertad y la autoridad pontificia. Pero
jamás cedió a la brutalidad de las controversias de la época, pues ni atacaba
personalmente a sus adversarios, ni mencionaba sus nombres. No obstante el
trabajo abrumador que tenía con sus sermones y clases, San Roberto encontró
todavía tiempo en Lovaina para aprender solo el hebreo y estudiar a fondo la
Sagrada Escritura y los escritos de los Santos Padres. La gramática hebrea que
escribió entonces para ayuda de los estudiantes llegó a ser muy popular.
Como su salud empezara a
flaquear, los superiores le llamaron nuevamente a Italia. San Carlos Borromeo
trató de que le destinasen a Milán, pero fue nombrado para ocupar la nueva
cátedra de teología apologética en el Colegio Romano. Durante nueve años, a
partir de 1576, trabajó incansablemente en esa cátedra y en la preparación de
los cuatro enormes volúmenes de sus "Discusiones sobre los puntos
controvertidos". Tres siglos más tarde, el competente historiador Hefele
calificaba esa obra como "la más completa defensa del catolicismo que se
ha publicado hasta nuestros días". San Roberto conocía tan a fondo la
Biblia, los Santos Padres y los escritos de los herejes, que muchos de sus
adversarios no podían creer que sus "Controversias" fuesen la obra de
un solo escritor y sostenían que su nombre era el anagrama de un conjunto de
sabios e hipócritas jesuitas. Las "Controversias" de San Roberto
aparecieron en el momento más oportuno, pues los principales reformadores
acababan de publicar una serie de volúmenes en los que se proponían demostrar
que, desde el punto de vista histórico, el protestantismo era el verdadero
representante de la Iglesia de los Apóstoles. Como esos volúmenes habían sido
publicados en Magdeburgo y cada tomo correspondía a un siglo, la colección
recibió el nombre de "los siglos o las centurias de Magdeburgo".
Baronio refutó dicha obra desde el punto de vista histórico, y Belarmino desde
el dogmático. El éxito de las "Controversias" fue instantáneo:
clérigos y laicos, católicos y protestantes leyeron ávidamente los volúmenes. En
Londres, donde la obra fue prohibida, un librero declaró: "Este jesuita me
ha hecho ganar más dinero que todos los otros teólogos juntos".
En 1589, San Roberto tuvo que
interrumpir algún tiempo sus estudios para acompañar al cardenal Cayetano en
una embajada diplomática a Francia, desgarrada entonces por la guerra entre
Enrique de Navarra y la Liga. La embajada no produjo ningún resultado; pero sus
miembros vivieron la experiencia de ocho meses de sitio en París, donde, según
San Roberto Belarmino, "no hicieron nada pero sufrieron mucho". Al
contrario del cardenal Cayetano, quien favorecía a los españoles, San Roberto
apoyaba abiertamente la idea de pactar con Enrique de Navarra, con tal de que
se convirtiese al catolicismo; pero el Papa Sixto V murió por entonces, poco
después del fin del sitio, y los embajadores fueron llamados de nuevo a Roma.
Algo más tarde, San Roberto dirigió una comisión a la que el Papa Clemente VIII
había encargado de preparar la publicación de una edición revisada de la
Vulgata, según la consigna del Concilio de Trento. Ya en la época de Sixto V se
había preparado una edición, bajo la supervisión del Pontífice; pero la falta
de conocimientos de los exegetas y el temor de modificar demasiado el texto
corriente, la habían convertido en un trabajo inútil, de circulación muy
reducida. La nueva versión, que recibió el "imprimatur" de Clemente
VIII, precedida de un prefacio de San Roberto Belarmino, es el texto latino que
se usa actualmente. San Roberto vivía entonces en el Colegio Romano. Como
director espiritual de la casa, había estado en estrecho contacto con San Luis
Gonzaga, a quien atendió en su lecho de muerte. El futuro cardenal profesaba
tanto cariño al santo joven, que pidió ser enterrado a sus pies, "pues fue
en una época mi hijo espiritual".
Por entonces empezó para San
Roberto la carrera de los honores. En 1592, fue nombrado rector del Colegio Romano
y, en 1594, provincial de Nápoles. Tres años más tarde, volvió a Roma a
trabajar como teólogo de Clemente VIII. Por expreso deseo del Pontífice,
escribió sus dos célebres catecismos, uno de los cuales se usa todavía en Italia.
Se dice que esos catecismos han sido los libros más traducidos, después de la
Biblia y la "Imitación de Cristo". En 1598, muy contra su voluntad,
Belarmino fue elevado al cardenalato por Clemente VIII, "en premio de su
ciencia inigualable". Aunque esto le obligó a vivir en el Vaticano y a
tener cierto número de criados, el santo no abandonó por ello su austeridad
acostumbrada y limitó su servidumbre y los gastos de su casa a lo estrictamente
esencial. Se alimentaba, como los pobres, de pan y ajo y ni siquiera en
invierno había fuego en su casa. En cierta ocasión pagó el rescate de un
soldado que había desertado y regalaba a los pobres los tapices de sus
departamentos, diciendo: "Las paredes no tienen frío".
En 1602, fue inesperadamente
nombrado arzobispo de Capua. Cuatro días después de su consagración, partió de
Roma a su sede. Aunque fue admirable en todo, tal vez donde más se distinguía
era en el ejercicio de las funciones pastorales en su inmensa diócesis.
Haciendo a un lado los libros, aquel hombre de estudios, que no tenía ninguna
experiencia pastoral, se dedicó a evangelizar a su pueblo con el celo de un
joven misionero y a aplicar las reformas decretadas por el Concilio de Trento.
Predicaba continuamente, visitaba su diócesis, exhortaba al clero, instruía a
los niños, socorría a los necesitados y se ganó el cariño de todos sus hijos.
Sin embargo, no iba a permanecer mucho tiempo fuera de Roma. Inmediatamente
después de su elección, que tuvo lugar tres años después, Paulo V insistió en
que volviese a la Ciudad Eterna, y San Roberto renunció a su diócesis. A partir
de entonces, como encargado de la Biblioteca Vaticana y como miembro de casi
todas las congregaciones, desempeñó un papel muy importante en todos los
asuntos de la Santa Sede. Cuando Venecia abrogó arbitrariamente los derechos de
la Iglesia y fue castigada con el entredicho, San Roberto fue el gran paladín
pontificio en la discusión con el famoso servita veneciano, Fray Pablo Sarpi.
Otro adversario todavía más importante fue Jaime I de Inglaterra. El cardenal
Belarmino había reprendido a su amigo, el arcipreste Blackwell, por haber
prestado el juramento de fidelidad a dicho monarca, ya que en él se negaban los
derechos temporales del Papa. El rey Jaime, que se consideraba como un controversista,
intervino en la contienda con dos libros en defensa del juramento, a los que
respondió el cardenal Belarmino. En su primera respuesta, San Roberto empleó el
tono ligeramente humorístico que manejaba tan bien y se burló un poco del mal
latín del monarca. En cambio, en el segundo tratado respondió en forma seria y
aplastante a cada una de las objeciones de su adversario. Aunque defendió
abierta y lealmente la supremacía pontifica en lo espiritual, las opiniones de
Belarmino sobre la autoridad temporal no agradaban a los extremistas de ninguno
de los dos campos. Como sostenía que la jurisdicción del Papa sobre los reyes
era sólo indirecta, perdió el favor de Sixto V; y como sostuvo contra el
jurista escocés Barclay que la monarquía no era una institución de derecho
divino, su libro De Potestate Papæ
fue quemado públicamente en el Parlamento de París.
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