Bartolomeo Gennari, María Magdalena de Pazzi,
Pinacoteca Cívica, Cento
(1607 D.C.) - La familia de Pazzi,
emparentada con la familia Médicis que gobernaba Florencia, era una de las más
ilustres de la ciudad. Dio al Estado una brillante serie de políticos,
gobernantes, militares, y a la Iglesia, una mujer cuya fama supera a la de toda
su parentela. El padre de la santa, Camilo Geri, estaba casado con María
Buondelmonte, que pertenecía a una familia tan distinguida como la de su
esposo. María Magdalena nació en Florencia, en 1556. Su nombre de bautismo era
Catalina, en honor de Santa Catalina de Siena. Fue extraordinariamente piadosa
desde niña, e hizo la primera comunión a los diez años, con gran fervor. Como
su padre había sido nombrado gobernador de Cortona, Magdalena se quedó como
pensionaría en el convento de San Juan, en Florencia. Ahí pudo entregarse, a su
gusto, a las prácticas de devoción y empezó a familiarizarse con la atmósfera
de la vida conventual.
Quince meses después, su padre la
llamó a Cortona, con la intención de casarla. Entre los pretendientes había
varios personajes destacados; pero la inclinación a la vida religiosa que mostraba
la joven era tan fuerte, que sus padres acabaron por darle el permiso de
ingresar en el convento. Catalina eligió el de las carmelitas, en Florencia,
porque las religiosas comulgaban casi todos los días. La víspera de la fiesta
de la Asunción de 1582 ingresó en el convento de Santa María de los Ángeles. La
única condición que le impuso su padre fue que no hiciese profesión antes de
haber experimentado a fondo las dificultades de la vida religiosa. Dos semanas
más tarde, su padre la obligó a volver a casa, con la esperanza de hacerla
cambiar de parecer. Catalina permaneció firme en su resolución y, tres meses
después, volvió al convento con la bendición de sus padres.
El 30 de enero de 1583, tomó el
hábito y el nombre de María Magdalena. El sacerdote que se lo impuso, depositó
el crucifijo en sus manos con estas palabras: "Líbreme Dios de gloriarme
en otra cosa que en la cruz de Jesucristo". El rostro de Magdalena se
transfiguró, y su corazón se inflamó en el deseo de sufrir toda su vida con
Cristo. Ese deseo no haría más que crecer con los años. Al cabo de un fervoroso
noviciado, Magdalena hizo los votos antes que sus compañeras, pues una
enfermedad la puso a las puertas de la muerte. Como la santa sufría
terriblemente, una religiosa le preguntó cómo podía soportar sus dolores sin
una palabra de impaciencia. Magdalena señaló el crucifijo y respondió:
"Mirad con qué amor infinito sufrió Cristo para salvarme. Ese amor
fortalece mi debilidad y me da valor. Quien piensa en la Pasión de Cristo y
ofrece sus dolores a Dios, encuentra dulce el sufrimiento." Cuando la
transportaban de nuevo a la enfermería después de haber hecho los votos,
Magdalena fue arrebatada en éxtasis durante más de una hora. En los siguientes
cuarenta días, tuvo intensas consolaciones espirituales y fue objeto de gracias
extraordinarias. Los especialistas en la vida espiritual hacen notar que Dios
suele consolar a las almas escogidas después del primer momento en que se
entregan completamente a Él, a fin de prepararlas para las pruebas que los
esperan y las somete a la cruz de las tribulaciones interiores para acabar con
todo rastro de egoísmo, darles un perfecto conocimiento de sí mismas y
convertirlas plenamente al amor. Esto se comprueba una vez más en el caso de
Magdalena de Pazzi, a cuyos transportes de gozo espiritual siguió un período de
amarga desolación. Dios colmó así su deseo de sufrir por Jesucristo.
Temiendo ofender a Dios con el
deseo de compartir la vida de las profesas, Magdalena pidió a sus superioras
que le permitiesen continuar en el noviciado otros dos años, después de haber
hecho los votos. Al cabo de ese período, fue nombrada subdirectora del
pensionado y, tres años más tarde, instructora de las religiosas jóvenes. Por
aquella época sufría intensas pruebas interiores. Constantemente se veía
asaltada por tentaciones de gula y de impureza, a pesar de que ayunaba a pan y
agua toda la semana, excepto los domingos. Para vencer esas tentaciones,
castigaba su cuerpo con crueles disciplinas e imploraba constantemente el
auxilio del Salvador y de la Virgen Santísima. Vivía en un estado de oscuridad
interior en el que sólo percibía sus propias debilidades y los defectos de las
personas y objetos que la rodeaban. Al cabo de cinco años de desolación y sequedad
espiritual, Dios le devolvió la paz y le hizo sentir intensamente su presencia.
En 1590, durante el canto del Te Deum en maitines, Magdalena fue arrebatada en
éxtasis; cuando se rehízo, dio un apretón de manos a la superiora y a la
maestra de novicias, diciéndoles: "Alegraos conmigo, pues el invierno ha
pasado. Ayudadme a dar gracias a Dios." Desde entonces, Dios manifestó su
gracia en la santa religiosa.
Magdalena poseía el don de leer el
pensamiento y prever el futuro. Así, por ejemplo, predijo a Alejandro de
Médicis que un día sería Papa. En otra ocasión, le advirtió que su pontificado
sería muy breve; en efecto, sólo duró veintiséis días. La santa se apareció, en
vida, a muchas personas ausentes y curó a numerosos enfermos. Con el tiempo,
los éxtasis se hicieron más y más frecuentes; en algunos casos, Magdalena podía
continuar su tarea, pero en otros entraba en un estado de rigidez próximo a la
catalepsia. Por las palabras que pronunciaba, los circunstantes comprendían que
participaba de un modo especial en la Pasión de Cristo, o que conversaba con
Dios y los espíritus celestiales. Tan edificantes eran esos coloquios, que sus
hermanas solían apuntarlos y los reunieron en un libro, después de la muerte de
la santa. Magdalena parecía gozar de una unión con Dios sin interrupción;
acostumbraba exhortar a todas las criaturas a glorificar al Creador y ansiaba
que todos los hombres le amasen como ella. Con frecuencia exclamaba: "El
Amor no es amado. Las criaturas no conocen a su Creador. ¡Oh, Jesús! Si tuviese
yo una voz suficientemente poderosa para hacerme oír en todo el mundo, gritaría
para dar a conocer tu amor, para lograr que todos los hombres amasen y honrasen
ese bien inmenso."
En 1604, Santa Magdalena tuvo que
guardar cama: sufría de violentos dolores de cabeza, había perdido el uso de
los miembros y el más leve contacto constituía una verdadera tortura. A esto se
añadía una aguda desolación espiritual. Pero, cuanto mayores eran los
sufrimientos, mayor el deseo de la santa de participar en la Pasión de Cristo.
"¡Señor —repetía—; quiero sufrir sin morir! ¡Déjame que viva para que
sufra más!" Cuando sus oraciones no eran escuchadas, se regocijaba de que
se hiciese la voluntad de Dios y no la suya. Cuando sintió acercarse su última
hora, se despidió de sus hermanas con estas palabras: "Reverenda madre y
queridas hermanas: pronto voy a dejaros. Lo último que os pido, en el nombre de
Jesucristo, es que le améis a Él sólo, que confiéis plenamente en Él y que os
alentéis mutuamente a cada instante a sufrir por Él y amarle." La santa
fue a recibir el premio celestial el 25 de mayo de 1607, a los cuarenta y un
años de edad. Su cuerpo se conserva todavía incorrupto en el santuario contiguo
al convento de Florencia en el que pasó su vida. Fue canonizada en 1669.
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