(Siglo
IV) Se cuentan muchas anécdotas de este santo chipriota, que fue pastor, padre
de familia y obispo. Sozomeno, que escribió a mediados del siglo V, cuenta que
unos bandoleros que intentaron robar una noche el ganado del santo, fueron
detenidos por una mano invisible, de suerte que no pudieron ni robar el ganado,
ni huir. Espiridión los encontró paralizados a la mañana siguiente, oró por
ellos para que recobrasen el movimiento y les regaló un carnero para que no se
fuesen con las manos vacías. Sozomeno relata también que el santo y toda su
familia se abstenían de todo alimento varios días durante la cuaresma. En una
de esas ocasiones, un forastero se detuvo en casa de Espiridión para descansar
un poco. Este vio que el forastero estaba muy fatigado y, como no tenía pan que
ofrecerle, mandó cocer un poco de carne de puerco, salada y le invitó a comer. El forastero
se excusó, diciendo que era cristiano. Entonces el santo empezó a comer para
incitar al extranjero a hacer otro tanto y le hizo notar que los preceptos
eclesiásticos sólo obligan dentro de lo razonable y que no hay ningún alimento
que esté vedado para el cristiano.
San Espiridión fue elegido obispo de Tremitunte, en la costa de Salamis y, desde entonces, aparte de su oficio de pastor se dedicó a la cura de almas. La diócesis era muy pequeña y los habitantes pobres; los cristianos eran muy observantes, pero quedaban aún algunos paganos. Durante la persecución de Galerio, el santo hizo una gloriosa confesión de la fe. El Martirologio Romano dice que Espiridión fue uno de los que quedaron marcados como esclavos con la pérdida del ojo izquierdo y la aplicación de un hierro candente en la pierna izquierda, para enviarlo a trabajar en las minas. El Martirologio Romano añade, que San Espiridión asistió al Concilio de Nicea en el año 325. En el Oriente hay una historia donde se cuenta que, cuando Espiridión se dirigía al Concilio, encontró a un grupo de obispos, los cuales se alarmaron mucho pensando que la simplicidad del santo constituía un peligro para la ortodoxia. Así pues, ordenaron a sus criados que degollasen las muías de Espiridión y de su diácono. Aquella noche, al encontrar a las bestias degolladas, Espiridión no se inmutó, simplemente dijo a su diácono que volviese a pegar las cabezas a los cuerpos, y las bestias resucitaron. Cuando salió el sol, el diácono se dio cuenta de que había pegado la cabeza de su muía, que era baya, al cuerpo de la muía del santo, que era alazana. En el Concilio, un filósofo pagano, llamado Eulogio, atacó al cristianismo. Un anciano obispo, tuerto y de modales groseros, se levantó a responder a aquel sofista rebuscado. Dejándose de rodeos, el obispo afirmó que Dios era omnipotente y que el Verbo se había hecho hombre para redimir al género humano, y añadió que eso era cuestión de fe y que no se podía probar. En seguida, preguntó a Eulogio si creía en eso o no. El filósofo reflexionó un instante y tuvo que confesar que sí creía. Entonces el obispo le dijo: "Pues ven conmigo a la iglesia para que te confiera yo la señal de la fe." Así lo hizo Eulogio, quien comentó que la virtud es más fuerte que las palabras y las razones, lo cual equivalía a decir que el Espíritu Santo se había manifestado a través de aquel obispo inculto. Algunos historiadores posteriores identificaron a este obispo con San Espiridión.
Cierta
persona había confiado al cuidado de Irene, hija de Espiridión, un objeto de
gran valor. Como Irene muriese, esa persona reclamó el objeto al santo, pero
éste no consiguió encontrarlo. Entonces, según cuenta la historia, Espiridión
se dirigió a la tumba de su hija y le preguntó dónde estaba el objeto perdido.
La muerta le indicó en dónde hallarlo y el santo pudo devolverlo al dueño.
Aunque San Espiridión era muy inculto, leía diariamente la Sagrada Escritura y
sabía el respeto que se debe a la palabra de Dios. En cierta reunión de los
obispos de Chipre, San Trifilio, obispo de Ledra (a quien San Jerónimo llama el
hombre más elocuente de su tiempo), predicó un sermón. Refiriéndose al pasaje
"Toma tu camilla y anda", Trifilio dijo "Toma tu lecho y
anda", pues le pareció que esa traducción era más elegante. San Espiridión
le reconvino por tratar de hacer elegante un relato cuyo valor consistía
precisamente en su sencillez, y preguntó al predicador si creía que el Señor no
había empleado la palabra propia. Las reliquias de San Espiridión fueron
trasladadas de Chipre a Constantinopla y más tarde a Corfú, donde se las venera
todavía. El santo es el principal patrono de los católicos de Corfú, Zakintos y
Cefalonin.
Además de las alusiones relativamente tempranas que se
encuentran en las obras de Sócrates y de Sozomeno, parece que Leoncio de
Neápolis escribió una biografía de San Espiridión a principios del siglo VII;
pero sólo se conserva la adaptación
que hizo posteriormente Metafrasto (Migne, PG., vol. CXVI, pp. 417-468). Existe
también un sermón de Teodoro de Pafos sobre el santo; Usener publicó algunos
párrafos en Beitrage
zui Geschichte der Legendenliteratur, pp. 222-232, y S.
Papageorgios hizo una edición completa en 1901. Pero en gran parte se trata de
un texto plagiado de la biografía anónima de los obispos Metrófanes y Alejandro
de Constantinopla (cf. Heseler, Hagiographica,
(1934). Se dice también que Trifilio de Ledra, discípulo de San Espiridión,
escribió otra biografía en versos elegiacos; pero la obra no se conserva. En el
arte bizantino San Espiridión aparece con una gorra de pastor; véase, por
ejemplo, G. de Jerphanion, Les
églises rupestres de Cappadoce (1932); y Byzantinische Zeitschrift (1900),
pp. 29 y 107. Véase también P. Van den Ven, La légende de S. Spyridion (1953), que
el P. F. Halkin califica de "beau travail d'édition et de critique".
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