María
siguió viviendo en su casa diez años. Cada día, se consagraba más a las obras
de beneficencia, en lo cual su padre la precedía con el ejemplo. Entre las
propiedades de Clemente se contaban unos telares en Acquafredda, en los que
trabajaban algunas jóvenes. Una de las primeras empresas de Paula consistió en
ocuparse de ellas. Su solicitud se extendió pronto a las jóvenes de Capriano,
donde su familia tenía una casa de campo. Con la ayuda del párroco, María
estableció ahí una cofradía de mujeres y organizó para ellas retiros y misiones
especiales. Los resultados fueron tan extraordinarios, que el párroco apenas
reconocía a sus feligreses. En algunos artículos sobre los Beatos Luis Pavoni y Teresa Verzeri,
se habla de la
epidemia de cólera que hizo estragos en Italia en aquella época. Cuando la
epidemia se declaró en Brescia, en 1836, María pidió a su padre permiso para
asistir a los enfermos en los hospitales. Clemente aceptó no sin vacilar y
temblar por la salud de su hija. Los servicios de María fueron bien acogidos en
el hospital. La joven acudió con una viuda llamada Gabriela Echenos-Bornati, la
cual tenía ya cierta experiencia en el cuidado de los enfermos. Ambas dieron
tal ejemplo de olvido de sí mismas, laboriosidad y caridad, que toda la ciudad
quedó profundamente impresionada. (Manzoni describe en "Los Novios"
el hospital de infecciosos de Milán. Ello dará una idea de las condiciones del
de Brescia.)
A raíz
de eso, se pidió a María que se encargase de dirigir una especie de taller para
jóvenes pobres y abandonadas. Se trataba de un puesto difícil para una joven
que tenía apenas veinticuatro años. María lo desempeñó con gran éxito durante
dos años, al cabo de los cuales, renunció a causa de ciertas diferencias con
los protectores de la obra, quienes no querían que las jóvenes pasasen la noche
en la casa que ocupaba el taller. María fundó entonces un dormitorio para doce
jóvenes. Al mismo tiempo, empezó a ocuparse de una obra emprendida por su
hermano Felipe y Mons. Pinzoni: se trataba de una escuela para niñas
sordomudas, del tipo de las que Luis Pavoni estaba fundando entonces para
niños. La escuela estaba aún en sus comienzos cuando Paula la cedió a las
hermanas canosianas, quienes deseaban desarrollar la obra en gran escala en
Brescia.
La
historia de aquellos diez años de la vida de María es verdaderamente
extraordinaria, sobre todo si se tiene en cuenta que aún no cumplía los treinta
años y era de salud delicada. Pero había en ella algo de viril, y su energía
física y su valor eran poco comunes; por ejemplo, en cierta ocasión, salvó la
vida de una persona que iba en un carruaje cuyo caballo se desbocó, en
circunstancias extremadamente peligrosas. Su inteligencia, rápida, aguda y
tenaz, hacía juego con su carácter, de suerte que no se contentaba con
practicar la virtud en grado heroico y dejar que su evolución intelectual en
materia de religión se estancase a la altura del catecismo de niños. La santa
llegó a poseer serios conocimientos teológicos, y en la selección de sus
lecturas supo emplear la agudeza e intuición que la guiaban en los asuntos de
la vida práctica. Su inteligencia se reveló particularmente cuando tuvo que
resolver los complejos problemas que acompañan siempre a la fundación de una
congregación religiosa. Por otra parte, María tenía una memoria muy tenaz para
retener los recuerdos de personas y acontecimientos, tanto grandes como
pequeños, cosa que le sirvió no poco.
La
congregación empezó a tomar forma en 1840. Al principio, fue una especie de asociación
piadosa, de la que María fue nombrada superiora por Mons. Pinzoni. La Sra.
Cornati fue prácticamente cofundadora de dicha asociación, que tenía por
finalidad atender a los enfermos en los hospitales; las socias no actuaban
únicamente como enfermeras, sino que consagraban a los enfermos todo su tiempo
y sus fuerzas. Las cuatro primeras socias, que tomaron el nombre de Doncellas
de la Caridad, se establecieron en una casa ruinosa e incómoda, en las
cercanías del hospital. Pronto fueron a unírseles quince jóvenes tirolesas,
quienes habían oído a un misionero hablar de la asociación. Al poco tiempo, la
comunidad constaba ya de treinta y dos personas. La forma en que trabajaban,
despertó la admiración de la ciudad, de la que se hizo eco un médico que escribió
un artículo sobre las obras de misericordia, espirituales y corporales, que
llevaban a cabo. Pero no faltaban quienes criticasen seriamente la obra.
Algunas personas consideraban a las Doncellas de la Caridad como intrusas y querían
echarlas fuera. Sin embargo, a los tres meses de la fundación de la asociación,
las autoridades de Cremona invitaron a las jóvenes a emprender una obra
parecida en dicha ciudad, y éstas aceptaron. Escribiendo a la casa de Cremona,
decía Paula, a propósito de las dificultades de Brescia: "Espero que no
sea ésta nuestra última cruz. Francamente, me habría dado pena que no fuésemos
perseguidas."
Clemente
de Rosa cedió poco después una casa mejor a la comunidad de Brescia. El obispo
de la ciudad aprobó en 1843 la regla provisional. Gabriela Bornati murió pocos
meses después, y esa pena vino a ensombrecer un tanto el gozo anterior. Aunque
privada de su principal colaboradora, Paula podía aún guiarse por los consejos
de Mons. Pinzoni. La congregación siguió creciendo y los hospitales fueron
aumentando en número. En el verano de 1848, murió el arcipreste, precisamente
en una época en que las convulsiones políticas sacudían a Europa y la guerra
hacía estragos en el norte de Italia. Paula aprovechó la oportunidad para
enviar a sus religiosas a encargarse del hospital militar de San Lucas. Ahí
tuvieron también que enfrentarse con la oposición de los médicos, que preferían
a las enfermeras seglares y a los ordenanzas militares. Las religiosas
atendieron a las víctimas civiles y a los prisioneros. Además, anticipándose a
Florencia Nightingale, ejercieron las obras de misericordia espirituales y
corporales en pleno frente de batalla. Al año siguiente, tuvieron lugar los
trágicos "Diez Días de Brescia". Paula y sus religiosas atendieron a
todos los heridos sin distinción. Un destacamento indisciplinado hizo irrupción
en el hospital. Paula, acompañada de media docena de religiosas que llevaban un
crucifijo y dos cirios, cerró el paso a los soldados, los cuales vacilaron un
momento, se detuvieron y se escurrieron fuera. El crucifijo, que todavía se
conserva en Brescia, pasó de mano en mano entre los enfermos para que lo
besaran.
Paula
quería que sus religiosas uniesen la vida activa a la contemplativa. Pero no
quería religiosas "activistas", de ésas que, según la expresión de
Santa Luisa de Marillac, "corren por las calles con tazones de sopa".
En aquella época, Italia era un campo ideal para fundaciones como la de Paula.
Así pues, la santa partió a Roma en el verano de 1850. El 24 de octubre, Pío IX
le concedió audiencia. Dos meses después, la congregación fue aprobada con una
rapidez notable, según iban las cosas en Roma. La aprobación de las autoridades
civiles fue menos rápida; por ello, las primeras veinticinco religiosas no
pudieron hacer la profesión sino hasta el verano de 1852. Paula tomó el nombre
de María del Crucificado. La erección canónica de la congregación abrió un
período de rápido desarrollo. Pero la obra personal de la madre María en este
mundo estaba próxima a su fin. Aunque apenas tenía cuarenta y dos años, sus
fuerzas estaban totalmente agotadas, de suerte que se consideró como un milagro
que recobrase la salud el Viernes Santo de 1855. El trabajo abundaba: el cólera
amenazaba a Brescia, y había que abrir un convento en Espalato de Dalmacia y
otro cerca de Verona. La santa sufrió un ataque en Mantua. Cuando llegó a
Brescia, exclamó: "¡Bendito sea Dios, que me trae a morir en
Brescia!" Dios la llamó a Sí tres semanas más tarde, el 15 de diciembre de
1855.
Mons.
Pinzoni, quien la había conocido tan a fondo, dijo en cierta ocasión: "Su
vida es un milagro que asombra a cuantos lo ven." Santa María resumió
perfectamente el espíritu que la animaba, al decir a sus religiosas: "No
puedo ir a acostarme con la conciencia tranquila los días en que he perdido la
oportunidad, por pequeña que ésta sea, de impedir algún mal o de hacer el
bien." Día y noche, estaba pronta a acudir en auxilio de los enfermos, a
asistir a algún pecador moribundo, a poner fin a una reyerta, a consolar una pena.
Así lo reconoció el pueblo de Brescia, que acudió en masa a los funerales. La
canonización de Santa María tuvo lugar en 1954.
B. Bartoccetti escribió una biografía muy completa,
titulada Beata María
Crocifissa di Rosa (1940). Existe un buen resumen de dicha obra,
en noventa páginas, hecho por una religiosa de la congregación. Citemos también
la biografía del Dr. L. Fossati. Según parece, sólo se ha escrito sobre la
santa en italiano.
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