sábado, 12 de diciembre de 2020

12 de diciembre NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE

 


Proclamada Patrona de México por el Papa Benedicto XIV en 1754, recibe la coronación pontificia en 1895, y el 12 de octubre de 1945 el Papa Pío XII la proclama Patrona de Méjico y de toda Iberoamérica.


I. LA VIRGEN DE GUADALUPE
EN MEXICO



Las intervenciones de Nuestra Señora en la historia, siempre son deliciosas. Muchas veces con curaciones prodigiosas, entre las que sobresale el milagro de Calanda de la Virgen del Pilar. Otras veces con mensajes para nuestra salvación, como el importantísimo de Fátima. En México las apariciones de la Virgen María a fin de convertir los indígenas al catolicismo, tienen un sello especial, su mismo retrato, y ver su imagen bastará para llevarnos a Jesús; ¡tanto puede la Madre de Dios con sola su figura!

Vamos a conocer la historia, empezando por los antecedentes que la enmarcan.

Un Viernes Santo, 22 de abril de 1519, 26 años después de que Colón descubriese América, otro gran conquistador, el extremeño Hernán Cortés, desembarcaba en México, en Veracruz. Con pocos hombres, mucha audacia y genio militar, entraba en la ciudad de México el 13 de agosto de 1521, conquistando territorios mayores que España rápidamente, con las vicisitudes conocidas de su «noche triste», el quemar las naves, etc.

Sobre la cultura, organización política y religión de los diversos pueblos que habitaban aquellas tierras,[1] tomamos de uno de sus descendientes, el profesor Ceferino Salmerón:

México, estrictamente hablando, no era más que una ciudad de Tenochtitlán, patria de los aztecas; al occidente el reino de Tacuba y el tarasco, al oriente el de Texcoco; los mayas, que no formaban reino, al suroeste, en la península de Yucatán; en el sur los reinos mixteco y zapoteco; todos independientes de los aztecas: «Tribus y pueblos semicivilizados, vivían en forma por demás miserable y rudimentaria. Su escasa y pobre alimentación básica constaba de tortas de maíz, frijol, hierbas sil­vestres, raíces de plantas y variedad de sabandijas. Desconocían el pan de trigo, la variedad de carnes de animales, domesticados cuadrúpedos, el vino de uva, las grasas y el aceite de oliva, la leche de vaca o de cabra, porque los ganados vacuno y caprino aquí no existían.

España, a su hija Nueva España, la pobló de toda clase de plantas y árboles frutales, tales como los cítricos, la manzana, la pera, el plátano y la vid, el cocotero y la caña de azúcar. Introdujo los cereales, desconocidos entre los indígenas, tales como el trigo y la cebada, el centeno y el arroz. Y en cuanto a los ganados, introdujo en abundancia, en México, el porcino, el cabrío, el lanar, el vacuno y el caballar, el mular y el asnal, porque aquí no había ni uno solo de esos animales tan útiles a los hombres en todos los órdenes de la vida.

España enseñó al indígena el uso de la rueda, que jamás había puesto en práctica, y cuyo desconocimiento lo mantuvo estancado en un irreparable retraso; pero además enseñó a los pueblos indígenas conquistados el aprendizaje de las artesanías y de las industrias europeas, que tanto bien les hizo. Por último, España enseñó a los pueblos indígenas a mejorar su alimentación, sus habitaciones y su manera de vestir, utilizando telas y paños y trajes que antes de la conquista no conocían, y por cuyo motivo andaban desnudos o semidesnudos. 

La gran cultura indigenista, especialmente la azteca, de que tanto hablan escritores norteamericanos, ingleses y franceses, no pasa de ser un gran mito, y un mito con todas las señales y pelajes de anticatolicismo y del antihispanismo. Porque para hablar de tal cultura habría que preguntar: ¿Dónde está su alfabeto? ¿Dónde sus obras de literatura, de filosofía, de historia, de matemáticas, de elocuencia y de geometría? ¿Dónde sus obras maestras de arquitectura, de escultura y de pintura que rivalizaran con las europeas de los siglos XV y XVI? Los indígenas estaban sumergidos en el más denso y degradante paganismo. Los sacrificios humanos, el canibalismo, la desenfrenada embriaguez, las sodomías y las hechicerías, eran las pasiones dominantes de las almas y de los cuerpos de los habitantes en esta enorme región del Nuevo Mundo. El pueblo azteca era el primero en tales degradantes prácticas. En vísperas del descubrimiento del Nuevo Mundo, en 1487. Ahuítzotl, octavo rey azteca, había sacrificado a Huitzilopochtli, dios de la guerra, por lo menos veinte mil víctimas humanas en cuatro días consecutivos». Hasta aquí el profesor mexicano.

Esta era la Realidad Histórica que es importante conocer. Tres siglos más tarde, cuando en 1821 México rompe su unidad política con la Corona de España, tenía cuatro millones y medio de km cuadrados, de cuya civilización son testimonios perennes su lengua, su literatura, sus grandiosos templos llenos de objetos artísticos... (En 1848, separado México de España, le arrebató Estados Unidos cerca de dos millones y medio de kms.2: Texas, Nuevo México, California...)

La evangelización de los indios comenzó ya con Fray Bartolomé de Olmedo, mercedario, capellán del ejército español. En 1524 llegaban los franciscanos, y después seguirían otras órdenes y sacerdotes. Pero diez años más tarde, en 1531, aun las conversiones eran escasas, cuando una prodigiosa intervención de la Reina del Cielo iba a cambiar radicalmente la situación religiosa.

La relación más antigua que tenemos del hecho prodigioso, fue escrita por un indio, D. Antonio Valeriano, natural de Atzacpotzalco, pariente del emperador Moctezuma. De los diez a los doce años recibió de los misioneros franciscanos la instrucción primaria en una casa junto al convento de S. Francisco, y al fundarse en 1535 el Colegio de Sta. Cruz de Tlatelolco, fue uno de los primeros colegiales. Tanto aventajó en el estudio de las lenguas mexicana, latina y castellana, en retórica, filosofía y en historia, que mereció suceder a sus mismos maestros en enseñar a los colegiales; pues el «Códice de Santiago», en enero de 1552, menciona a Valeriano con el título de lector. También le tomó como colaborador para su magna obra Historia General de las cosas de la Nueva España, el célebre franciscano Fray Bernardino de Sahagún. Por su prudencia, recto juicio y conocimiento de las cosas, fue Gobernador de Indios por 32 años desde enero de 1573 hasta agosto de 1605 en que murió. Gobernó con gran aceptación y edificación de todos, por lo que el mismo Felipe II le escribió una carta muy favorable, haciéndole en ella muchas mercedes.

Este indio, culto gracias a los conquistadores, escribió su relación entre 1545 y 1550, en náhuatl, la lengua de los indios mexicas o mexicanos. Esta relación pasó a manos de D. Fernando de Alba Ixtlixóchitl (1568-1648), nieto, por parte de padre, de los reyes de Texcoco, la historia de cuyo reino escribió, y, por parte de madre (la citada princesa Papantzin) de Cui- tláhuac, penúltimo emperador de México. D. Fernando añadió al manuscrito algunos milagros, y al morir lo legó, con todos sus papeles, al P. Carlos Sigüenza y Góngora, ex jesuita que luego murió en la Compañía de Jesús, y entonces pasó a la biblioteca del Colegio de los jesuitas de México. Al ser expulsados éstos de México por Carlos III en 1767, fueron a parar a la Universidad de México, de donde se los llevó el general Scott en 1847 a Washington. Allí el original se ha perdido, pero fue publicado en 1649 por el bachiller Luis Lasso de la Vega, cura de Guadalupe de 1647 a 1657. Su censor eclesiástico, el P. Baltasar González, S.J., rector del Colegio de indios y notable mexicanista, decía de él: «Hallo esta relación ajustada a lo que por tradición y anales se sabe del hecho». La primera traducción apareció ya en 1648, por obra del P. Miguel Sánchez, oratoriano, enmarañada, con muchos añadidos eruditos; en 1675 hizo otra, literal sólo en parte, el licenciado Luis Becerra Tanco, sacerdote filipense, catedrático de lengua azteca en la universidad de México, muy bien escrita (cfr. en la Historia del Culto de María en Iberoamérica, Rubén Vargas Ugarte, S.J., 3a ed. tomo 1, Lima-Madrid 1956). Pero la traducción que mejor conserva el estilo indio (con su delicadeza y sus diminutivos, que han influido tanto en el español de México), y actualmente la ordinaria, es la del licenciado Primo Feliciano Velázquez (México 1926); sin embargo, extrañamente su castellano es arcaico, por lo cual la retocamos teniendo delante además la versión de Becerra, las eruditas notas lingüísticas del mismo Velázquez (La aparición de Sta. María de Guadalupe, México 1931), y la nueva traducción, más literal, del Rev. Mario Rojas. La relación del indio Valeriano se conoce con el nombre de sus dos primeras palabras: NICAN MOPOHUA que significan: «Aquí se refiere».

Versión del NICAN MOPOHUA

Aquí se refiere ordenadamente de qué manera maravillosa apareció hace poco en el Tepeyac la siempre Virgen Sta. María, Madre de Dios, nuestra Reina, que se nombra Guadalupe

Primero se dejó ver de un pobre indio llamado Juan Diego, y después se apareció su preciosa imagen delante del nuevo obispo don fray Juan de Zumárraga.

Diez años después de tomada la ciudad de México, se suspendió la guerra y hubo paz en los pueblos; así empezó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien se vive.

Entonces, en el año de 1531, a principios del mes de diciembre [el 9] sucedió que había un pobre indio, de nombre Juan Diego, según se dice natural de Cuautitlán. Tocante a las cosas espirituales, aún todo pertenecía a Tlatilolco. [Doctrina de los Franciscanos],

Era sábado, muy de madrugada, y venía a oír Misa y a otras cosas. Al llegar junto al cerrillo llamado Tepeyac[2] amanecía; y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto de varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto, muy suave, y delicioso, sobrepujaba al del coyoltototl, y del tzinizcan y de otros pájaros lindos que cantan.

Se paró Juan Diego a ver y dijo para sí: «¿Qué será esto que oigo?, ¿quizás sueño?, ¿me levanto de dormir?, ¿dónde estoy?, ¿acaso allá, donde dejaron dicho nuestros antepasados, nuestros abuelos, en la tierra de las flores, en la tierra del maíz?, ¿acaso ya en la tierra celestial?» Estaba viendo hacia el lado donde sale el sol, arriba del cerrillo, de donde procedía el precioso canto celestial y, así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían:

-Juanito, Juan Dieguito.

Luego se atrevió a ir a donde le llamaban; no se sobresaltó un punto; al contrario, muy contento, fue subiendo el cerrillo, a ver dónde le llamaban.

Cuando llegó a la cumbre, vio una señora, que estaba allí de pie y le dijo que se acercara.

Llegado frente a Ella se maravilló mucho de su perfecta grandeza sobre toda ponderación: su vestido era radiante como el sol; el risco en que estaba de pie, despedía rayos de luz, el resplandor de Ella parecía de piedras preciosas, y la tierra relumbraba como el arco iris. Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar, parecían esmeraldas; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro.

Se inclinó delante de Ella y oyó su palabra, muy suave y cortés, como de quien atrae y estima mucho. Le dijo:

Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?

El respondió:

—Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casita de México Tlatilolco, a oír Misa, como nos enseñan nuestros sacerdotes, delegados de Nuestro Señor.

Entonces Ella le habló:

Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que Yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive, el Creador de las personas, el Dueño de lo que está cerca, el Dueño del cielo y el Dueño de la tierra. Mucho quiero, mucho deseo, que aquí me levanten mi casita sagrada, para en ella mostrar y dar todo mi amor, misericordia, auxilio y defensa, —pues Yo soy vuestra cariñosa Madre—, a ti, a todos vosotros los moradores de esta tierra y a los demás que me amen, me invoquen y en mí confíen; aquí oiré sus lamentos y aliviaré todas sus miserias, penas y dolores.

Para realizar lo que mi clemencia pretende vete a México, al palacio del obispo, y le dirás que Yo te envío a manifestarle lo que mucho de­seo: Que aquí en el llano me edifique un templo; le contarás detalladamente cuanto has visto y admirado y cuanto has oído. Ten por seguro que te lo agradeceré bien y te lo pagaré, porque te haré feliz y recompensaré el trabajo y empeño con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño; anda y pon todo tu esfuerzo.

Al punto se inclinó delante de Ella y le dijo:

—Señora mía, ya voy a cumplir tu mandato, como humilde siervo tuyo; ahora me despido de ti.

Luego bajó para ir a hacer su encargo, y salió a la calzada que viene en línea recta a México.

Entrando en la ciudad, sin dilación se fue derecho al palacio del obispo, el que muy poco antes había venido y se llamaba don fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco.

Apenas llegó, trató de verle; rogó a sus criados que fueran a anunciarle; y pasado un buen rato, vinieron a llamarle, que había mandado el obispo que entrara.

Cuando entró, se inclinó y arrodilló delante de él; en seguida le dio el recado de la Señora del Cielo; y también le dijo cuanto vio y oyó.

Después de escuchar toda su plática y su recado, pareció no darle crédito; y le respondió:

—Vuelve otra vez, hijo mío, y te oiré más despacio; examinaré tu asunto desde el principio y veré con qué intención has venido.

El salió y se fue triste, porque no había conseguido nada con su mensaje.

En el mismo día se volvió, yendo derecho a la cumbre del cerrillo y se encontró con la Señora del Cielo, que le estaba esperando, allí mismo donde la vio la vez primera.

Al verla, se postró delante de Ella y le dijo:

—Señora, la más pequeña de mis hijas, Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandato; aunque con dificultad entré donde está sentado el obispo; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con atención; pero por lo que contestó me pareció que no me ha creído, porque me dijo: «Vuelve otra vez y te oiré más despacio, examinaré tu asunto desde el principio y veré con qué intención has venido». Comprendí muy bien que piensa es invención mía que Tú quieres que aquí te hagan un templo y que no es orden tuya; por lo cual te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado, le encargues que lleve tu amable aliento, tu amable palabra, para que le crean; porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y Tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro. Perdóname que te cause tanta tristeza y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía.

Le respondió la Santísima Virgen:

Oye, hijo mío; el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi aliento, mi palabra, y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo vayas, ruegues, y que por tu mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo. Háblale en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad: que tiene que construir el templo que le pido. Y otra vez dile que Yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía.

Respondió Juan Diego:

—Señora mía, Reina, Niña mía, yo no quiero disgustarte; de muy buena gana iré a cumplir tu aliento, tu palabra; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino. Iré a hacer tu voluntad; pero quizás no seré escuchado con agrado; o si me escucha no me creerá. Mañana por la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a traerte la respuesta que me dé el obispo a tu mensaje. Ya me despido de ti, hija mía, la más pequeña, mi Niña y Señora. Descansa entre tanto.

Luego se fue él a descansar a su casa.

Al día siguiente, domingo, muy de madrugada, salió de su casa y se vino derecho a Tlatilolco, a oír Misa y asistir a la doctrina. Después, casi a las diez, cuando se acabó de pasar lista, y se dispersó la gente, en seguida se fue Juan Diego al palacio del obispo.

Apenas, llegó, insistió en verle; y aunque tuvo que esperar mucho, otra vez le vio; se arrodilló a sus pies; se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora del Cielo; que ojalá que creyera su mensaje, y el deseo de la Inmaculada, de erigirle su templo donde manifestó que lo quería.

El obispo, para cerciorarse le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era; y él refirió todo perfectamente al obispo. Sin embargo, aunque explicó con precisión la figura de Ella y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser Ella la siempre Virgen Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, no le dio crédito y dijo que no solamente por su palabra y ruego se había de hacer lo que pedía; que además era muy necesaria alguna señal para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del Cielo.

Así que le oyó, dijo Juan Diego al obispo:

—Señor, dime cual ha de ser la señal que pides; que iré en seguida a pedírsela a la Señora del Cielo que me envió acá. Viendo el obispo que ratificaba todo sin dudar, ni retractar nada, le despidió. Mandó inmediatamente a dos personas de su casa, en quienes podía confiar, que le fueran siguiendo y vigilando mucho a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así se hizo.

Juan Diego se fue derecho y caminó por la calzada; los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del puente del Tepeyac, le perdieron; y aunque le buscaron por todas partes, en ninguna le vieron. Así es que regresaron, no solo cansados, sino también despechados porque no habían conseguido su intento.

Eso fueron a informar al obispo, inclinándole a que no le creyera: le dijeron que le engañaba; que inventaba lo que venía a decir, o que decía y pedía lo que únicamente había soñado; en resumen, que si otra vez volvía, le cogiese y castigase con dureza, para que nunca más mintiera y engañara.

Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del obispo; la que oída por la Señora, le dijo:

Bien está, hijo mío, volverás aquí mañana para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso te creerá y ya no dudará ni sospechará de ti; y sábete, hijito mío, que Yo te pagaré tu interés y el trabajo y cansancio que por Mí has tenido; ea, ahora vete; que mañana te espero aquí.

Al día siguiente, lunes, cuando debía llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió. Porque cuando llegó a su casa, un tío suyo, llamado Juan Bernardino, se había puesto enfermo y estaba grave. Lo primero fue a llamar a un médico, quien le auxilió; pero ya era tarde, ya estaba muy grave. Por la noche, le rogó su tío que de madrugada saliera y viniera a Tlatilolco a llamar a un sacerdote, que fuera a confesarle, y disponerle, porque estaba seguro de que iba a morir, y de que ya no se levantaría ni sanaría.

El martes, muy de madrugada, fue Juan Diego al convento de Tlatilolco a llamar al sacerdote; y cuando iba llegando al camino que sube de la ladera al cerrillo del Tepeyac, hacia poniente, por donde tenía costumbre de pasar, dijo: «Si voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora y me detenga para que lleve la señal al obispo, según me anunció. Antes, que se acabe este problema, y llame yo de prisa al padre; mi pobre tío lo está esperando».

Dio vuelta al cerro y pasó al otro lado, hacia oriente, para llegar pronto a México y que no le detuviera la Señora del Cielo. Pensó que por donde dio la vuelta, no podía verle la que está mirando a todas partes.

La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que estaba mirando hacia donde él la veía. Salió a su encuentro a un lado del cerro y le dijo:

¿Qué hay, hijo mío, el más pequeño?, ¿a dónde vas?

Se quedó él confuso, avergonzado y asustado, e inclinándose delante de Ella la saludó diciéndole:

—Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido?, ¿sientes bien tu amado cuerpecito, Señora mía, Niña mía? Voy a darte un disgusto: sabe, Niña mía, que está muy malo un pobre siervo tuyo, mi tío; le ha dado la peste, y está para morir. Ahora voy corriendo a tu casita de México a llamar a uno de los amados de Nuestro Señor, nuestros sacerdotes, que vaya a confesarle y disponerle; porque desde que nacimos, venimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte. Pero después que vaya, volveré otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje, Señora y Niña mía, perdóname; ten ahora paciencia; no te engaño, hija mía, la más pequeña; mañana vendré á toda prisa.

La piadosísima Virgen oyó sonriente a Juan Diego, y le respondió:

Oye y ten entendido, hijo mío, el más pequeño, que no es nada lo que te asusta y entristece; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad o angustia. ¿No estoy Yo aquí que soy tu Madre?, ¿no estás bajo mi sombra?, ¿no soy Yo tu salud?, ¿no estás en mi regazo? ¿Qué más necesitas? No te apene ni te inquiete nada; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: puedes estar seguro de que ya sanó.

Y entonces sanó su tío, según después se supo.

Cuando Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del Cielo, se consoló mucho y quedó contento. Le rogó que cuanto antes le enviara a ver al obispo, a llevarle alguna señal y prueba, para que le creyera.

La Señora del Cielo entonces le dijo:

Sube, hijo mío, el más pequeño, a la cumbre del cerrillo; allí donde me viste y te hablé. Hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y tráelas a mi presencia.

Al punto subió Juan Diego al cerrillo: y cuando llegó a la cumbre, se asombró mucho de que hubieran brotado tantas variadas y exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se dan, porque era época de heladas. Estaban muy fragantes y llenas del rocío de la noche, que semejaba perlas preciosas. En seguida empezó a cortarlas; las juntó todas y las echó en su regazo.

La cumbre del cerrillo no era lugar en que se dieran ningunas flores, porque tenía muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites; y si se solían dar hierbecillas, entonces era el mes de diciembre, en que todo lo queman y echan a perder las heladas.

Bajó inmediatamente y trajo a la Señora del Cielo las diferentes rosas que cortó. La cual así como las vio, las cogió con su mano y otra vez se la echó en el regazo, diciéndole:

Hijo mío, el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo: dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrillo para cortar flores; y todo lo que viste y admiraste, para que puedas convencer al obispo que dé su ayuda, a fin que se construya el templo que he pedido.

Después de que la Señora del Cielo le dio su encargo se puso en camino por la calzada que viene derecha a México, ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos, y gozándose en la fragancia de las variadas y hermosas flores.

Al llegar al palacio del obispo, salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del prelado. Les rogó que le dijeran que deseaba verle; pero ninguno de ellos quiso, haciendo como que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían y los molestaba, pues era importuno; y, además, ya les habían informado sus compañeros que le perdieron de vista cuando habían ido siguiéndole. Largo rato estuvo esperando.

Cuando vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al parecer traía algo que llevaba en su regazo, se acercaron a él, para ver lo que traía.

Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que traía, y que por eso le habían de molestar, empujar o aporrear, descubrió un poquito que eran flores; y al ver que todas eran diferentes rosas de Castilla, y que no era entonces el tiempo en que se dan, se asombraron muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, tan abiertas, tan fragantes y tan preciosas.

Intentaron coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron a tomarlas; no tuvieron suerte, porque cuando iban a cogerlas, ya no veían verdaderas flores, sino que les parecían pintadas o. tejidas o cosidas en la manta.

Fueron luego a decir al obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indito que tantas veces había venido; el cual hacía mucho que por eso aguardaba, queriendo verle.

Al oírlo, el obispo cayó en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se convenciera y cumpliera lo que solicitaba el indito. En seguida mandó que entrara a verle. Cuando entró, se arrodilló delante de él, como las otras veces, y contó de nuevo todo lo que había visto y admirado, y también su mensaje. Dijo: —Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María, preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde Ella te pide que lo construyas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad. Accedió a tu recado y acogió benignamente lo que pides; alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedía la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió: me mandó a la cumbre del cerrillo, donde antes la había visto, a que fuese a cortar varias rosas de Castilla. Después que fui a cortarlas, las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar en que se den flores, porque sólo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé. Cuando iba llegando a la cumbre del cerrillo, vi que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de Castilla, brillantes de rocío, que en seguida fui a cortar. Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. Aquí están: recíbelas.

Desplegó entonces su blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y cuando se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyac, que se nombra Guadalupe.

Luego que la vio el obispo, él y todos los que allí estaban se arrodillaron: la admiraron mucho; se levantaron: se entristecieron y acongojaron mostrando que la contemplaban con el corazón y el pensamiento.

El obispo con lágrimas de tristeza oró y le pidió perdón de no haber puesto en obra su voluntad y mandato. Cuando se puso en pie, desató de detrás del cuello de Juan Diego el nudo de la manta en la que se dibujó y apareció la Señora del Cielo. Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio.

Aquel día el obispo detuvo a Juan Diego en su palacio. Al día siguiente le dijo: «¡Ea!, a mostrar dónde es la voluntad de la Señora del Cielo que le erijan su templo». Inmediatamente se invitó a todos para hacerlo.

No bien Juan Diego señaló dónde había mandado la Señora del Cielo que se levantara su templo, pidió permiso para irse. Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan Bernardino; el cual estaba muy grave cuando le dejó y vino a Tlatilolco a llamar a un padre, que fuera a confesar y disponerle, y le dijo la Señora del Cielo que ya había sanado. Pero no lo dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa.

Al llegar, vieron a su tío que estaba muy contento y que nada le dolía. Se asombró mucho de que su sobrino llegara acompañado y tratado con tanto respeto. Le preguntó la causa de que así lo hicieran. Le respondió su sobrino que, cuando partió a llamar al padre que le confesara y dispusiera, se le apareció en el Tepeyac la Señora del Cielo, la cual diciéndole que no se afligiera, que ya su tío estaba bueno, con lo cual se alegró mucho, le envió a México, a ver al obispo para que le edificara una casa en el Tepeyac.

Manifestó su tío ser cierto que entonces le curó y que él también la vio del mismo modo en que se apareció a su sobrino; sabiendo por Ella que le había enviado a México a ver al obispo. También entonces le dijo la Señora que, cuando él fuera a ver al obispo, le revelara lo que vio y de qué manera milagrosa le había Ella sanado; y que su bendita imagen, se había de llamar la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.

Trajeron luego a Juan Bernardino a presencia del obispo para que le informase y atestiguase delante de él. A ambos, a él y a su sobrino, los hospedó el obispo en su palacio algunos días, hasta que se erigió el templo de la Reina en el Tepeyac, donde la vio Juan Diego.

El obispo trasladó a la iglesia mayor la santa imagen de la amada Señora del Cielo: la sacó del oratorio de su palacio, donde estaba, para que toda la gente viera y admirara su bendita imagen. La ciudad entera se conmovió: venía a ver su bendita imagen, y a hacerle oración. Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa imagen.

La manta en que milagrosamente se apareció la imagen de la Señora del Cielo, era el abrigo de Juan Diego: ayate un poco tieso y bien tejido. Porque en aquel tiempo era de ayate la ropa y abrigo de todos los pobres indios; sólo los nobles, los principales y los valientes guerreros, se vestían y ataviaban con manta blanca de algodón.

El ayate ya se sabe, se hace de ichtli, que sale del maguey. Este precioso ayate en que se apareció la siempre Virgen nuestra Reina es de dos piezas, pegadas y cosidas con hilo blando. Es tan alta la bendita imagen, que empezando en la planta del pie, hasta llegar a la coronilla, tiene seis jemes y uno de mujer.

Su hermoso rostro es muy grave y noble, un poco moreno. Su precioso busto aparece humilde; están sus manos juntas sobre el pecho, hacia donde empieza la cintura. Es morado su cinto. Solamente su pie derecho descubre un poco la punta de su calzado color ceniza. Su ropaje, en cuanto se ve por fuera, es de color rosado, que en las sombras parece bermejo; y está bordado con diferentes flores, todas en botón y bordes dorados. Prendido en su cuello está un anillo dorado, con rayas negras al derredor de las orillas, y en medio una cruz. Además de adentro asoma otro vestido blando y suave, que ajusta bien en las muñecas y tiene deshilado el extremo. Su velo, por fuera, es azul celeste; sienta bien en su cabeza; no cubre nada de su rostro; y cae hasta sus pies, ciñéndose un poco por el medio; tiene toda la franja dorada, que es algo ancha, y estrellas de oro por todo él, las cuales son cuarenta y seis. Su cabeza se inclina hacia la derecha; y encima, sobre su velo, está una corona de oro de figuras estrechas hacia arriba y anchas abajo. A sus pies está la luna, cuyos cuernos miran hacia arriba. Se yergue exactamente en medio de ellos y de igual manera aparece en medio del sol, cuyos rayos la siguen y rodean por todas partes. Son cien los resplandores de oro, unos muy largos, otros pequeñitos y con figuras de llamas: doce circundan su rostro y cabeza; y son por todos cincuenta los que salen de cada lado. Junto a ellos, al final, una nube blanca rodea los bordes de su vestidura.

Esta preciosa imagen, con todo lo demás, está sobre un ángel, del cual se ve sólo medio cuerpo, hasta la cintura; hacia abajo está como metido en la nube. Los extremos del vestido y del velo de la Señora del Cielo, que caen muy bien en sus pies, por ambos lados los coge con sus manos el ángel, cuya ropa es de color bermejo, con un cuello dorado, y cuyas alas desplegadas son de ricas plumas, largas y verdes, y de otras diferentes. La van llevando las manos del ángel, que, al parecer, está muy contento de conducir así a la Reina del Cielo. (Hasta aquí el Nican Mopohua).

Los personajes

Hacia 1474 nacía en Cuautitlán (al norte de la ciudad de México), un indio macehualli, es decir, del pueblo, que no era ni noble, ni sacerdote, ni guerrero, ni funcionario, ni comerciante, ni artesano; su nombre fue Cuauhtltóhuar (que habla como un águila), hasta que en el 1525 tomó el nombre de Juan Diego, al bautizarse en unión de su mujer y de un tío, desde entonces María Lucía y Juan Bernardino. Según el historiador Alva, escuchando a los franciscanos el valor de la castidad, desde entonces vivieron castamente (no se sabe que antes tuvieran hijos). María Lucía murió en 1529. Juan Diego vivía con su tío Juan Bernardino. Después de las apariciones, cuando tenía 57 años, fue a la nueva ermita, de la cuidó hasta su muerte en 1548, a los 74 años. Repetidas veces se ha tratado de su beatificación, buena prueba de la vida religiosa que llevó, y fue una de las primeras familias convertidas. El mismo año 1548 murió, a los 80 años de edad, fray Juan de Zumárraga, franciscano, natural de Durango (Vizcaya), varón austero y piadoso, nombrado primer obispo de México en 1527. Antes que ellos, pero con 84 años, moría el 15 de mayo de 1544 Juan Bernardino, que cuando se le apareció la Virgen tenía 72.

La imagen

El vestido de los indios macehualli, que iban descalzos, era simplemente un taparrabos (una especie de banda o faja que se metía entre las piernas y ceñía la cintura, cayendo un extremo por delante y otro por detrás), aunque muy pronto aceptaron los calzones españoles, y es muy probable que siendo ya seis años cristiano, Juan Diego los usase. Usaban además la tilma (en náhuatl «tilmatl» = capa) o manta; la suya medía, y mide, exactamente 1,66 metros por 1,05. Se la anudaban al cuello, probablemente por la parte más ancha cuando se envolvían en ella contra el frío y les llegaba a la rodilla, o por la parte más estrecha para que les cayera por la espalda hasta los pies. Así la debía llevar Juan Diego, anudada al cuello, pero por detrás, para que cayese por delante y envolver en ella las rosas milagrosas, y caída por delante sirvió de placa fotográfica, —en el instante de caerse las flores al ser extendida— para la fotografía más prodigiosa de la historia (algo parecido ocurrió en la Sábana de Turín, pero ésta es sólo un negativo en blanco y negro, aunque de valor superior a todos los positivos juntos).

La fotografía, más que pintura, de la Virgen, sin duda la hizo un ángel, sin necesidad de máquina ni pinceles. Por ellos, «poderosos ejecutores de las órdenes divinas» (Sal 102), obra Dios, como aparece en numerosos ejemplos bíblicos.

La tilma era de «ayatl» o ayate, tejido hecho de «ichtli» o fibra de maguey, planta de pencas verdes carnosas, con espinas a los lados y en la punta, muy corriente en España, donde se la llama pita, es una especie de cactus, se emplea también en los jardines; hay diversas variedades; la de la tilma que referimos es exactamente: Agave popotule Zace. El ayate es un tejido burdo, de color crudo natural, ningún pintor lo hubiera elegido como lienzo; además su duración es muy limitada, no más de veinte años.

La altura de la imagen de la Virgen, de la cabeza a los pies, es de 1,43 metros, «6 jemes y 1 de mujer», según dice Nican Mopohua (como una cuarta es la distancia entre los extremos del dedo pulgar y meñique estando la mano abierta, un jeme es la distancia entre los extremos del dedo pulgar e índice, unos 20 cm.; el jeme de mujer es un poco más pequeño que el del hombre).

La imagen de la Virgen está vista en espejo, pues por el estudio de los pliegues éstos están aplastados, como respondiendo a una técnica de estampación o contacto, con una presión muy suave. (Cfr. Descubrimiento de un busto humano en los ojos de la Virgen de Guadalupe, Carlos Salinas, 2.a ed. México 1980, pg. 79 s.).

La imagen ha sido retocada en varias ocasiones. Basta comparar fotografías de gran calidad que se le hicieron en 1923, con otras encargadas por la autoridad eclesiástica en 1930: ha sido modificado el rostro, el de 1923 era más claro; lo han afeado añadiéndole una papada, sombreando los ojos, que así parecen desorbitados; alargando la nariz, pintando de rojo los labios, ahora grandes y desproporcionados, oscureciendo el cabello, y dejándole como tieso, alisando el perfil del rostro, que ha perdido su exquisito contorno.

En 1926, a causa de la terrible persecución religiosa, los obispos decidieron cerrar todos los templos el 1 de agosto, excepto el de Guadalupe, pero la imagen auténtica el 31 de julio fue sustituida en secreto por una copia hasta junio de 1929. La familia Murguía la guardó. ¿Quién, cuándo y por qué la retocó?

Ya había sido también retocada otras veces. Según descripciones anteriores a 1838, y en la copia que ese año sacó el pintor J. Corral para el ayuntamiento de S. Luis de Potosí, cubría la cabeza de la Virgen una corona de diez rayos o puntas de oro, la cual en 1883, cuando el P. Gonzalo Carrasco, S.J., hizo una nueva copia, había desaparecido por completo.

Otro jesuita, el P. Francisco de Florencia, en un libro La estrella del Norte de México (1668), dice: «Pareció a los que cuidaban de su culto, que sería bien adornarla de querubines, alrededor de los rayos de sol... Así se ejecutó, pero en breve tiempo se desfiguró todo lo sobrepuesto..., de suerte que se vieron obligados a borrarlo..., por esto parece que de algunas partes alrededor de la imagen, están saltados los colores». El P. Vargas (o.c.) decía asimismo, que también las estrellas doradas del manto parecían añadidas.

El P. Miguel Sánchez en su libro Imagen de la Virgen de Guadalupe (1648) habla también, y defiende, los añadidos hechos para cubrir los deterioros en la parte de la tilma no recubierta por la imagen original (razón no válida, porque la tilma no se deteriora, como veremos).

Es extraño y curioso ese afán de mejorar la imagen de la Virgen enmendando la plana al pintor sobrenatural, teniendo además en cuenta que el color original se conservaba perfectamente. Tal vez se pretendió cubrir la suciedad lateral dejada por miles de manos que la tocaron.

La mayor sorpresa y hallazgo de retoques fueron debidos a los científicos norteamericanos y miembros del equipo de la NASA, Jody Brant Smith y Philip Serna Callagan. Gracias a la avanzada tecnología (película infrarroja y filtros en los focos de luz) y a los rayos infrarrojos que atraviesan y distinguen pigmentos opacos e iguales a la luz natural, descubrieron, según su informe de 1981, que a la imagen original fueron añadidos posteriormente: el lazo del oculto ceñidor, el broche del cuello con la cruz negra, la luna (negra, que se ha ido volviendo grisácea, como el lazo) símbolo de la Inmaculada, el ángel, el pliegue horizontal de la parte inferior de la túnica (al estilo azteca), las nubes blancas, los dorados: rayos solares que rodean a la imagen, 46 estrellas en el manto, azul, fimbria u orla del manto, y arabescos de la túnica rosa. (Habría que revisar lo de las estrellas y orla de oro, pues además de ser lo característico de esta imagen, en algún caso privado no hecho público, se ha aparecido con ellas, aunque sin los otros añadidos; y cambiados los lados, es decir, confirmando que la figura en la tilma está en espejo). Estos dorados son típicos del gótico español del siglo XVI, y debieron, ser hechos muy pronto, antes del Nican Mopohua, pues éste ya los describe. Y el 8 de septiembre de 1556, fray Francisco de Bustamante, famoso predicador y provincial de los franciscanos, habló desde el púlpito ardientemente contra la imagen de la Virgen de Guadalupe, atribuyéndola a Marcos, conocido pintor indio de entonces, muy alabado por el historiador Bernal Díaz del Castillo. Tal vez lo que había de verdad era que éste la retocó. Smith y Callagan dicen benévolamente de los retoques: «Añaden un elemento humano que es a la vez encantador y edificante. En conjunto su efecto es fascinante: como por arte de magia, las decoraciones acentúan la belleza de la original y elegantemente retratada Virgen María; es como si Dios y el hombre hubieran trabajado juntos para crear una obra maestra». Sin embargo los añadidos se van deteriorando con el tiempo.

Otros, respecto a ellos opinan todo lo contrario, que sería preferible hacer una restauración a fondo, limpiando a la imagen de todo lo superpuesto. Al menos la cara y las manos sí parece agradarían más tal y como las dejó su autor sobrenatural.

Fenómenos inexplicables

Además del hecho histórico ya narrado de la aparición repentina de la prodigiosa imagen, hay una serie de fenómenos inexplicables:

DURACION DE LA TILMA: El ayate, tejido de fibra de maguey, tiene una duración de unos veinte años; pero en el caso de la tilma guadalupana no sólo perdura por más de 450 años, sino que está extraordinariamente suave, hasta el punto que durante muchos años los expertos pensaban que era una palma silvestre que da un tejido más suave.

Más aún: en 1791, limpiando el marco con agua fuerte, ésta cayó en la parte superior de la tilma, a la derecha del observador. El tejido debía haberse destruido, sin embargo sólo quedó una mancha amarillenta, ¡que con el tiempo va desapareciendo, como si la tilma ella sola se fuese regenerando, al igual que los seres vivos!

LA PINTURA: Según los análisis de las fibras, hechos en 1936 por el doctor alemán Ricardo Kuhn, premio Nobel de química en 1938, en dichas fibras, una roja y otra amarilla, no existen colorantes vegetales, ni animales, ni minerales. Esto lo ha confirmado el estudio Smith-Callagan, respecto de la imagen original, a diferencia de los añadidos. Además no se dio a la tela preparación o aparejo alguno, según se acostumbra y es necesario para que agarre bien la pintura.

Ya en 1775, el Dr. José Ignacio Bartolache y Díaz de Posada (fundador de «El Mercurio Volante», primera revista médica editada en América) publicó en «La Gaceta de México» su propósito de investigar la inexplicable lozanía de la imagen. Para ello hizo tejer por indios cuatro ayates, dos de maguey y dos de palma silvestre. No consiguió igualaran a la tilma, pero escogiendo el mejor, y los mejores pintores, mandó hiciesen dos copias lo más exactas posibles de la Virgen de Guadalupe. Tampoco fueron las copias perfectas, aunque sí muy bellas. Una regaló a las religiosas de la Enseñanza, y no se sabe más de ella. Otra se colocó protegida por dos cristales en 1789 en la capilla del Pocito, en la falda del cerro del Tepeyac. Ya en 1796 hubo que retirarla del altar, totalmente descolorida y saltada la pintura, después desapareció.

Y sin embargo el original se sigue conservando como recién pintado (pintado o lo que sea), a pesar de haber estado expuesto, incluso sin cristal, 116 años a toda la humedad y salitre de aquella región de lagos, a todo el humo de las velas, al polvo, a innumerables insectos, al fervor de los fieles que lo besaban y tocaban con multitud de objetos piadosos.

Incólume al tiempo y a tantos elementos destructores, también lo fue a la explosión de una bomba en 1921. El 14 de noviembre, un obrero, Luciano Térez, a las diez y media de la mañana dejó en el altar mayor un ramo de flores: dentro escondía una carga de dinamita que estalló minutos después. Los destrozos fueron tremendos en el altar, y hasta se rompieron los cristales de las casas fuera de la basílica. En cambio al cuadro de la Virgen no le pasó nada, incluso el cristal que debió quedar pulverizado, permaneció intacto.

LA TECNICA: Ningún pintor hubiera escogido para pintar un cuadro semejante tejido, más parecido a tela de saco que a un lienzo. Además la tilma estaba hecha de dos pedazos, con costura en el medio (que no afecta al rostro de la Virgen por estar inclinado hacia su derecha). Pero lo notable, otro de los fenómenos inexplicables, es que el artífice ha sido capaz de aprovechar todas las imperfecciones del tejido como elemento pictórico.

El Dr. Rodrigo Franyutti, uno de los investigadores de la imagen de Guadalupe, dice en su estudio El verdadero y extraordinario rostro de la Virgen de Guadalupe: Para dar luminosidad y volumen a un rostro por lo menos hay que utilizar dos colores, uno claro y otro oscuro para las sombras. Pero en el rostro de la Virgen no hay una sola sombra pintada. Las cejas, el borde de la nariz, la boca y los ojos no son otra cosa que la misma tela, carentes de todo color superpuesto con todas sus manchas e irregularidades, pero utilizadas con tal maestría que parecen perfiles extremadamente bien dibujados; todos los rasgos no son más que aberturas de la tela, manchas e hilos gruesos. Por ejemplo, el perfil que forma la nariz no es sino la misma tela que termina en un hilo grueso en lo que es la punta de la nariz. Esos rasgos denotan una técnica superior a la humana, ya que la forma con que han sido utilizadas las imperfecciones de la tela no tiene explicación lógica: de lo burdo se obtuvo efectos delicados y de las manchas, hoyos e hilos gruesos del ayate, unos rasgos finísimos, sin haber puesto un gramo de pintura sobre ellos.

A su vez, el informe Smith-Callagan afirma: «Una de las maravillosas e inexplicables técnicas empleadas para dar realismo a la pintura, radica en la forma como se aprovecha la tilma, no preparada (con ausencia de plaste o empaste), para dar al rostro una profundidad y apariencia de vida. Esto es evidente, sobre todo en la boca, donde un fallo de un hilo del ayate sobresale del plano de éste y sigue a la perfección el borde superior del labio. Otras burdas imperfecciones del mismo tipo se manifiestan bajo el área clara de la mejilla izquierda y de la derecha y debajo del ojo derecho. Considero imposible que cualquier pintor humano hubiera escogido una tilma con fallos en su tejido y situados de tal forma que acentuaran las luces y las sombras para dar un realismo semejante. ¡La posibilidad de una coincidencia [tan múltiple} es mucho más que inconcebible!

Lo verdaderamente extraordinario del rostro y de las manos es su calidad de tono, que es un efecto físico de la luz reflejada, tanto por la tosca tilma como por la pintura misma. Es un hecho indiscutible que si la imagen se mira de cerca queda uno decepcionado por lo que al relieve y al colorido del rostro se refiere. (En las fotografías tomadas de cerca, el rostro aparece desprovisto de perspectiva, plano y tosco en su ejecución). Pero contemplándolo desde unos dos metros parece como si el gris y el aparentemente aglutinado pigmento blanco del rostro y manos, se combinasen con la superficie para «recoger» la luz y refractar hacia lo lejos el tono oliva del cutis. Técnica semejante parece ser un logro imposible para las manos humanas, aunque la naturaleza nos la ofrece con frecuencia en la colocación de las plumas de las aves, en las escamas de las mariposas..., [es decir, según explican, no reflejan la luz los diversos pigmentos, sino que la descomponen].

Al alejarse brota como por encanto la abrumadora belleza de la Señora. Es la cara de tal belleza y de ejecución tan singular, que resulta inexplicable para el estado actual de la ciencia». Sobre esta belleza de la Virgen, que tanto impresiona a los científicos Smith y Callagan, el Dr. Amado Jorge Kuri, eminente cirujano y especialista en medicina interna, quien también ha estudiado de cerca la imagen, dice: «En mi larga vida como profesional he tenido oportunidad de ver a miles de seres humanos, de todas clases y condiciones, pero jamás tropecé con uno tan delicado y sugerente». Que esta especial belleza, atestiguada por muchos, no aparezcan en las reproducciones se explica en parte por los citados retoques, y por su especial técnica analizada de descomposición de la luz, que difícilmente puede captar la fotografía. Quizás algún día se pueda obtener una fotografía perfecta del original sin retoques. Aunque éstos han podido confundir incluso a Smith y Callagan, pero lo más exacto parece ser que los rasgos de la imagen no representan una joven india, sino judía; incluso la vestimenta lo es.

Para decirlo todo indicaremos también que varios médicos han apuntado la idea que la Stma. Virgen aparenta como estar embarazada de unos tres meses (sería en la época del nacimiento de S. Juan Bautista); con el Niño Jesús no en sus brazos sino en su seno. Curiosamente ya el maestro Alfonso Junco decía: «Quiso visitarnos, como hubiera visitado a su prima Sta. Isabel en su gravidez, cuando estas tierras estaban grávidas de Cristo, y aceleró el nacimiento de El».

LOS OJOS: El último de los prodigiosos fenómenos descubiertos, es el contenido de los ojos, filigrana técnica del genial artífice, que no solamente no la pintaron manos humanas, sino que les hubiera sido absolutamente imposible hacerlo a los hombres del siglo XVI, con los conocimientos de la época.

En 1929 el fotógrafo oficial de la basílica, Alfonso Marcué González, descubrió que los ojos de la Virgen reflejaban el busto de un hombre con barba, pero el abad de la basílica no quiso que se dijese nada, quizás por la persecución religiosa de entonces. En 1951 José Carlos Salinas Chávez, dibujante, noticioso del fenómeno, lo examinó de nuevo, insistió con el citado abad y con el arzobispo, se hizo público el hallazgo y comenzó el análisis científico por los oculistas de mayor prestigio con lupas y oftalmoscopios de gran potencia. No se puede dudar, como descubrió en 1956 el Dr. Rafael Torija Lavoignet: reflejan una imagen según la ley óptica Purkinje-Samsom. Esta dice que un objeto colocado 35 ó 40 cm., enfrente del ojo, produce en él tres imágenes: una en la cara exterior de la córnea (delante del iris), otra más pequeña en la cara exterior del cristalino (lente que está detrás de la pupila o abertura del iris) y la tercera, aún mejor e invertida, en la cara interior del cristalino.

Esas tres imágenes de un busto de hombre con barba se pueden apreciar en el ojo derecho de la imagen; en el ojo izquierdo aparece sola la primera imagen, más externa en la córnea, debido a que el objeto está menos de frente al ojo, y por ello no produce las otras dos imágenes. Desde el punto de vista óptico la diversidad, colocación, curvatura y enfoque de las imágenes en ambos ojos es perfecta: la del ojo izquierdo algo desenfocada, por estar más lejos del hombre con barba. ¡Ya esta perfección anatómica supera toda técnica humana!

Además, según testimonio unánime de los oftalmólogos, al iluminar el ojo el iris se hace brillante, dando la impresión de ser un ojo vivo, y la pupila de ser algo hueco. Este efecto de vida, y tridimensional en la mancha negra de la pupila, por supuesto no se encuentra en ningún otro cuadro del mundo, ni es posible conseguirlo con ninguna pintura.

Los ojos están ligeramente inclinados hacia la derecha y hacia abajo. Es tal su realismo, que el Dr. Enrique Graue, absorto en su observación, olvidó que estaba ante un cuadro y le dijo, como a uno de sus pacientes: «Por favor, mire un poco para arriba». Su color es verde tirando a marrón, como verde amarillento.

MÁS FIGURAS: El profesor José Aste Tonsmann, peruano, es especialista en procesos de digitalización de imágenes en el Centro Científico de IBM de México. Mediante complicados aparatos y computadoras la luz que refleja una fotografía es convertida en impulsos eléctricos y éstos reducidos a números (dándole el número que le corresponde, según sus características, a cada cuadradito o dígito en que se divida la imagen, y llegan a ser 28.000 por cada milímetro cuadrado) y luego al reconstruirla puede ser ampliada hasta 2.500 veces su tamaño (una foto carnet cuadrada, que tenga 5 cm., de lado, puede convertirse en un cuadro de 2 metros y medio de lado); además la computadora puede distinguir más de 250 tonos grises, mientras el ojo humano no más de 40. Esta técnica se emplea sobre todo para la retrasmisión y análisis de fotografías hechas por los satélites artificiales: es posible también arreglar la foto si está desenfocada, aplicarle filtros, quitarle manchas...

Pues bien, el Dr. Tonsmann, buen católico, interesado por la Virgen de Guadalupe aplicó a sus ojos, en 1979, este procesamiento de imágenes. En el centro de las pupilas de ambos ojos —y algo diferentes en cada uno, como ocurre en la realidad—, se han detectado: una figura de rasgos indios sin barba, con un sombrero en forma de cucurucho el cual extiende por delante una manta (sin duda Juan Diego), a su derecha un rostro de hombre joven (se ha supuesto ser el traductor, por estar entre el indio y el obispo; lo fue Juan González Sánchez, de veintitantos años, extremeño llegado hacía tres años, que se ordenó de sacerdote en 1534), una cabeza de anciano (del obispo Zumárraga por su edad, cráneo y nariz vasca, calvo con cerquillo al estilo franciscano...), y a su derecha otro indio casi desnudo, sentado a la usanza azteca; detrás de Juan Diego una cara de mujer, de rasgos negros, que mira el prodigio (se confirmó después que el obispo tenía una esclava negra, a quien en su testamento concedió la libertad). Naturalmente las computadoras también analizaron al «hombre con barba», la cual acaricia con su mano derecha (no tiene características indias, sería un español, quizás D. Sebastián Ramírez de Fuenteleal, obispo de Sto. Domingo, que llegó a México en octubre de 1531 como Presidente de la Audiencia de la Nueva España, —órgano de gobierno y judicial compuesto entonces de cinco oidores de gran prestigio e integridad—; y muy posiblemente se hospedase en la residencia del obispo Zumárraga). Debajo de las cabezas de Zumárraga y del posible traductor, está un grupo familiar indígena: una joven de perfil, parece que con un bebé a la espalda, a la derecha, frente a ella, un hombre con sombrero, y entre ambos otro niño. El tamaño de estas imágenes es más pequeño, por tanto debían estar más lejos, detrás de Zumárraga y el traductor..., y tapados por los cuerpos de éstos, pero inexplicablemente, en vez de verse los cuerpos de éstos, se ven los que estarían detrás.

En la tilma extendida por Juan Diego no aparecen rosas ni imagen de la Virgen. Es decir: la tilma retrató a la Virgen que estaba delante, y en cuyos ojos, antes de ser retratada no podía reflejarse su retrato. Este tuvo que realizarse en una fracción de segundo después que cayeron las rosas de la tilma.

Para acabar este capítulo del contenido prodigioso de los ojos, baste decir que el tamaño de todo el iris en la tilma ¡no pasa de ocho milímetros! Sin embargo, aún se espera, con ayuda de las computadoras, reconstruir toda la escena en sus tres dimensiones, con las medidas y distancia reales de los personales.

(Todos los detalles de la imagen los trata profusamente, al modo periodístico puramente informativo, «al margen de todo sentimiento religioso», J. J. Benítez en su libro El misterio de Guadalupe, Ed. Planeta, 1982).

 

¿La Virgen se nombró Guadalupe?

El virrey, D. Martín Enríquez de Almanza escribía ya en 1575 a Felipe II: «Pusieron nombre a la imagen: Ntra. Sra. de Guadalupe, por decir que se parecía a la de Guadalupe de España». (Archivo General de Indias, 2-2-55-17). Afirmación insostenible, en primer lugar porque no se parece en nada a la extremeña, la cual tiene al Niño en el brazo izquierdo y un cetro en la mano derecha. Se ha buscado identificarla con otra, de talla, que allí hay en el coro; pero también esta imagen tiene al Niño en su brazo izquierdo, y los rayos de sol que la circundan, como la luna a sus pies sostenida por un ángel, son precisamente los añadidos a, la imagen mexicana, los cuales sí se pudieron inspirar en la talla del coro de Guadalupe, también con corona, en aquella igualmente añadida y luego borrada.

El nombre de Guadalupe fue pronto impugnado: por los Jerónimos, por los que se sentían mexicanos, por los eruditos.

Los Jerónimos recibían muchas limosnas y legados desde América para su monasterio extremeño de Guadalupe. Cuando se enteraron que había otra Virgen en México con el mismo nombre, enviaron allá en 1574 un representante, fray Diego de Santa María, el cual defendiendo a su monasterio afirma que la Virgen mexicana de Guadalupe sólo se llamaba así desde hacía doce años (= 1562. También el virrey, interviniendo en defensa de las limosnas que recibía el templo de México, decía en su citada carta al rey, que el año 55 ó 56 había allí una ermitilla, donde un ganadero recobró milagrosamente la salud, y por eso comenzó a crecer la devoción y la pusieron el nombre de Guadalupe. Bien se ve la deficiente información del virrey, parece increíble que no conociera el origen verdadero de «la ermitilla». Valdrá su testimonio de que veinte años antes hubo un sonado milagro, pero lo del cambio de nombre no tiene fundamento. Años antes aparece ya «Guadalupe» en el Nican Mopohua.

España envió muchos hombres eminentes y santos al Nuevo Mundo, y procuró por sus leyes y gobernantes establecer la justicia, pero, como no podía ser menos, también fueron otros con miras más bajas, al menos de volver ricos a su país. Esto inevitablemente originó cierto antagonismo, también respecto a la Virgen del Tepeyac. Los que se sentían mexicanos la consideraban, con razón, como algo propio no importado, y decían (Informaciones de 1666) que no se debía nombrar de Guadalupe, porque si en España tenía ese nombre era por haberse aparecido en el lugar llamado Guadalupe, por consiguiente se le debía dar el nombre de Tepeaquilla (así llamaban los españoles al cerro Tepeyac).

En esta línea, los eruditos avanzaron más, proponiendo una divertida hipótesis. El antes citado Becerra Tanco (1675) empezó a especular que dada la dificultad de los indios en pronunciar Guadalupe (aun hoy día pronuncian Cuatalupe, pues no tienen en su lengua los sonidos g ni d) y la facilidad de los españoles para corromper los enrevesados vocablos indios (de Quauhnráhuac: Cuernavaca, etc.), el nombre que dio Juan Bernardino lo asimilaron los españoles a Guadalupe. ¡Qué mejor sugerencia para la imaginación fecunda de los eruditos! Hay opiniones para todos los gustos: la Virgen dijo: Coatlallope, que pudiera ser: la que aplasta a la serpiente (simbolizada para los indios en la media luna pisada..., ¡que es un añadido!); según Becerra: Tequantlanopeuh = la que tuvo origen en la cumbre de las peñas; o Tequantlaxopeuh = la que ahuyentó a los que nos comían (fieras); otros propuesta Quauhtlalapan = tierra de árboles (pero aquel paraje no lo era); Tlecuauhtlac peuh = la que viene volando de la luz como águila de fuego; Coatlaloclapia = la que cuida a la serpiente diosa del agua. Basta ver el significado, carente de sentido, de varias hipótesis para descartarlas.

Alguno, con mentalidad moderna descolonizadora, refuerza esta especulación: erudita del trastrueque fonético: ¡hubiera sido cruel que en el colmo del partidismo la Virgen tomase un nombre de los conquistadores! [3]

Bien, todo eso precioso, y digno de un aplauso a los prestidigitadores. E bene trovato, sólo que..., non e vero. En historia hay que buscar la veracidad de los hechos con los argumentos positivos que encontremos, contra ellos nada valen las hipótesis: Hipótesis por hipótesis, ¿por qué no valdrán las contrarias?; sería sólo cuestión de gustos Por ejemplo: si la Virgen hubiese pronunciando un nombre, y no supiéramos cual, no faltaría quien, llevado de su gusto, argumentase: habrá dicho Guadalupe, por un sin número de razones; a) como agradecimiento a la devoción que se tenía a esta advocación; b) como obsequio a quienes tomaban tanto empeño en extender su culto en América; c) como santo y seña de la unificación de dos mundos en una sola lengua y bajo la misma Madre; etc. También aquí los eruditos podrían apuntar más y más congruencias..., que serían las verdaderas.

Volvamos ya a pisar en la tierra. Los datos históricos son: 1) Que en el relato más completo, el Nican Mopohua, compuesto sólo unos 15 años después de los hechos, viviendo los protagonistas, y escrito no en castellano, se nombra repetidamente: la Virgen de GUADALUPE. 2) Los cantos indios anteriores a 1548 (porque este año fray Juan de Zumárraga fue nombrado arzobispo, y en ellos se le llama obispo) y recogidos por escrito en el mismo siglo XVI, dicen GUADALUPE. 3) Igualmente en varios Anales mexicanos, especie de efemérides contemporáneas redactadas por indios, se dice: cuando se apareció la nuestra muy amada Madre de GUADALUPE. 4) Se conserva el testamento de la india Juana Martín, en lengua azteca, de 1553, en el cual habla de la aparición de Ntra. Sra. de GUADALUPE, a la que deja sus bienes. 5) En las Informaciones de 1666, proceso jurídico abierto para obtener de la Sagrada Congregación de Ritos el oficio y Misa de la Virgen de Guadalupe que se había pedido en 1663, depusieron numerosos testigos, dignos de crédito, entre ellos ocho indios dos de más de 100 años, y otros dos dicen pasaban de los 125; todos contestes en afirmar el prodigio, y a ninguno se le ocurrió decir que el nombre de GUADALUPE no fuese el primitivo. Todavía podemos analizar más los hechos. Si el indio Juan Bernardino hubiera dicho, por ejemplo, Tequantlnopeuh, el traductor, que estaba traduciendo al obispo palabra por palabra, evidentemente hubiera traducido la que salió en la cumbre peñascosa, o algo por el estilo, pero no Guadalupe. Porque para los mismos españoles resultaba extraño que la Virgen se autodenominase con el nombre de otra advocación, hecho insólito, difícil que se les hubiera ocurrido a ellos, siendo, además, totalmente distinta su imagen (argumento que incluso manejaron los impugnadores de la aparición).

Suponiendo, a pesar de todo, que los españoles trabucasen el nombre, los indios, verdaderos protagonistas principales, hubieran seguido llamándola con su nombre original. Pero, como hemos visto, todos los relatos aztecas la llaman desde el principio GUADALUPE; palabra con más garantía de ser auténtica cuanto más difícil de pronunciar resultaba para ellos. En fin, puestos todos a equivocarse de buena fe, resulta duro que lo hubiese permitido la Stma. Virgen. ¿No hubiera procurado, sin necesidad de más milagros, que sus devotos hijos no se equivocaran tanto como para cambiar el nombre que Ella escogió? Por lo menos mi concepto de la Providencia ordinaria llega a eso y mucho más; aunque ahora, desgraciadamente, muchos reduzcan su intervención a nada, cayendo en un neodeísmo.

Y si Sta. María Madre de Dios, se llamó Guadalupe como lo defiende también entre otros el P. Enrique Amezcua, fundador de los Operarios del Reino de Cristo, con muchos escritores mexicanos, —pues no tendría lugar aquí un patrioterismo de aquende o allende el océano—, por algo será, meditémoslo.

El caso es que junto a la Virgen de Guadalupe Isabel la Católica firmó la partida de las carabelas de Colón. Allí donde, según Cervantes en su obra póstuma Los trabajos de Persiles y Segismunda «se descifran las grandezas de España» (él también entregó allí como exvoto los grillos de su cautiverio). Pío XI, en la coronación de la Virgen de Extremadura, descifraba esas grandezas proclamándola Regina Hispania- rum, Reina de las Españas o de la Hispanidad. Se comprende que, recalcando su realeza maternal, bajo esa advocación la Madre de Dios tomase posesión de sus nuevos reinos, para «con sola su figura vestidos dejarlos de su hermosura».

Impugnadores de las apariciones de Guadalupe

Diríamos que las pruebas históricas excluyen toda duda, sin embargo también hubo detractores hipercríticos, que nunca faltan. Hoy, después de los aplastantes análisis químicos y electrónicos, de científicos y computadoras, no queda ya ninguna explicación posible natural; aun así no todos los aceptarán, porque si los protestantes o los incrédulos creyesen en lo sobrenatural del hecho se verían obligados a revisar sus creencias.

Muchos doctos se declararon desde el principio, contrarios a las apariciones. Hecho frecuente, que muestra no ser la credulidad defecto común de teólogos e historiadores, sino todo lo contrario. Las razones aducidas eran la falta de documentos y el silencio del mismo fray Juan de Zumárraga. A lo que se ha respondido que muchos de los papeles del archivo arzobispal fueron robados y vendidos en tenduchos, pero según testimonio del P. Miguel Sánchez en 1666, el deán D. Alonso Muñoz de la Torre le dijo que el arzobispo fray García de Mendoza había tenido y leído los autos de la aparición, luego extraviados. (¿Extrañará que de otros hechos de hace veinte siglos, como el Pilar y Santiago, no se encuentren actas?).

Otras causas de la oposición a las apariciones eran más afectivas: la prevención de muchos españoles hacia las devociones indígenas, que temían fueran heterodoxas; las controversias de los religiosos con los arzobispos (por cuestiones de competencias) y de los franciscanos con los dominicos. Por ser dominico fray Alonso de Montúfar, sucesor del obispo Zumárraga y ferviente devoto de las nuevas apariciones (que amplió la ermita y la convirtió en viceparroquia en 1555, señalando 150 pesos de renta para el capellán) fue por lo que fray Francisco de Bustamante, provincial de los franciscanos, la gran orden misionera, predicó contra las apariciones y el arzobispo, lo que le costó ser sacado de la ciudad y que Felipe II no le propusiese para obispo.

Finalmente la Providencia de Dios ha querido en nuestros días acabar con todos los malos entendidos históricos, al proveer que la ciencia moderna dijese la última palabra definitiva descubriendo la sobrenaturalidad de las apariciones del Tepeyac.

Milagros y devoción de la Virgen
de Guadalupe mexicana



Es verdad que los milagros son muchas veces respuesta a nuestra fe. Pero esas grandes devociones a una imagen o aparición de la Virgen, a un santo, se deben siempre a los milagros obtenidos por su intercesión. Cronológicamente no es primero lugar de numerosas peregrinaciones un santuario, por ejemplo, y por eso en él se reciben gracias prodigiosas, sino al revés, porque allí se han recibido gracias especiales, acuden las multitudes. El que empieza siempre es Dios: «El nos ama el primero».

Y si Dios comienza a santificar con tales gracias un lugar, ello ordinariamente será prueba de la autenticidad de la aparición que se venere, como los milagros obtenidos por la intercesión de una persona muerta en olor de santidad, son argumentos para su beatificación.

Parece poco acorde con un concepto profundo de la Providencia paternal y sapiente de Dios: que eligiese un lugar históricamente apócrifo (Tepeyac, el Pilar, Santiago de Compostela...) para convertirlo en centro de peregrinaciones; lo cual al menos originaría en muchos el error de creer su origen auténtico. (Como decimos: Si Cristo no hubiera querido conferir el primado a Pedro, no hubiera empleado tales palabras «Apacienta mis ovejas», etc., sabiendo que de hecho muchos de buena fe las iban a interpretar en ese sentido).

*

El milagro físico más extraordinario de la Virgen de Guadalupe es la prodigiosa estampación y conservación de su imagen en una tilma india. Pero no menos extraordinario y, en su orden, superior, fue el milagro moral de la conversión de los pueblos mexicanos: el mayor éxito misional de la historia: en siete años se hicieron cristianos cinco millones de indios (otros dicen ocho millones, pero parece no era tanta la población) dejando la poligamia, sus ídolos y prácticas paganas, para abrazar libremente la religión de sus conquistadores. Cuentan los historiadores que hubo día que se convirtieron 15.000. Y diez millones al año es hoy el número de peregrinos que van a venerarla, siendo el segundo lugar religioso más visitado, después de Roma, sobrepasando a Fátima y a Lourdes.

Esta inundación de gracias fue posible por la acertada reacción de la Jerarquía. Fray Juan de Zumárraga, una vez convencido de la aparición de la Virgen (no la creyó sin más, pero tampoco se negó a indagar y a escuchar al indio, que le decían era un embaucador), la llevó inmediatamente a su oratorio privado. En dos semanas se construyó una ermita provisional, de paja y adobe, en el lugar que pidió la Stma. Virgen: junto al lado de Texcoco (ahora desecado) al pie del Tepeyac, donde se había aparecido la última vez a Juan Diego. Y el mismo diciembre, día 26, una solemne procesión, con el obispo y todas las autoridades, trasladaba la sagrada imagen a su nuevo santuario.

En 1532 el obispo de Zumárraga tuvo que viajar a España. Mientras, la imagen estuvo expuesta sobre la puerta mayor de la catedral. Cuando volvió en 1534, salió con Hernán Cortés a pedir limosna para construir el primer templo de Guadalupe, junto al cual estuvo la habitación donde fue a vivir Juan Diego, y lo recuerda hoy una inscripción del siglo XVII.

El sucesor de Zumárraga amplió la ermita en 1555. En 1609 se puso la primera piedra de un nuevo templo terminado en 1622; de bastante capacidad, con dos torres. En 1666 se construyó la capilla llamada de Cerrito, en el alto donde se apareció la Virgen al principio. Todavía les pareció poco y en 1694 se trasladó la imagen a la primera ermita llamada de los indios, para derribar el templo y hacer otro mejor, acabado en 1709, y que con sucesivas ampliaciones todavía subsiste, pero la imagen fue trasladada el 12 de octubre de 1976 a la nueva basílica construida en la misma plaza con una capacidad para 10.000 personas.

Los Sumos Pontífices le han ido concediendo una serie de privilegios, como los de la Santa Casa de Loreto. La imagen fue coronada canónicamente con toda solemnidad el 12 de octubre de 1895. Pío X el 24 de agosto de 1910 la declaró Patrona de toda América Latina; y Pío XII el 12 de octubre de 1945 Patrona de toda América. En 1752 comisionaron al P. Juan Francisco López, S.J., quien como procurador de la provincia jesuítica debía ir a Roma, para que obtuviese de la S. Congregación de Ritos lo que desde 1663 deseaban todos: oficio y Misa propios; lo cual consiguió dicho padre en 1754, fijándose el 12 de diciembre como fiesta de Ntra. Sra. de Guadalupe. Años más tarde Benedicto XIV, a petición de Fernando VI, extendió la concesión anterior a todos los reinos y dominios de España.

Está la imagen dentro de tres marcos, el primero de oro de 13 cm., de ancho, el segundo del mismo ancho, de plata, y el más exterior de bronce de 35 cm. Sobre el marco de oro hay una copia de la corona de oro, sostenida por ángeles; la original, con que se coronó, está llena de piedras preciosas, fue labrada en París y es una de las joyas más valiosas del mundo. Por los testimonios que nos quedan, desde el principio fue enorme, y siempre creciente, la devoción a Ntra. Sra. de Guadalupe en México. Los mismos virreyes antes de tomar posesión solían pernoctar allí. El P. Florencia, S.J., escribía en 1686 lo que ha seguido ocurriendo desde entonces: «No hay casa en México que no tenga con especial adorno una imagen de Guadalupe; no se encontrará un templo, con tantos como hay, en que no haya imagen o altar dedicado a esta Señora». En el siglo XVIII la aceptaron como Patrona todas las ciudades del virreinato de Nueva España, con aprobación de Benedicto XIV el 25/V/1754.

La devoción a la Virgen de Guadalupe mexicana se ha extendido por todo el mundo. Ya en Lepanto (7/X/1571) Andrea Doria llevaba una copia de su imagen; ante ella S. Pío V, antes de la batalla, añadió al Avemaría: «ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén». Cirilo IX, Patriarca de Antioquía consagró a la Virgen de Guadalupe el Oriente Cristiano.

Esta devoción, nacida de la aparición de la Virgen y de la conversión del pueblo indio, fue avivada, según los cronistas, por los numerosos milagros realizados a lo largo de su historia. Expusimos el milagro de la conservación de la imagen, aun contra las bombas, y del contenido de sus ojos. Narraremos otros, para alabanza de su maternal solicitud y nuestra mayor confianza en Ella. (Ya decimos al final de EL ESCA-PULARIO DEL CARMEN, y en otras apariciones de esta colección, que, según la Sagrada Escritura y la tradición, deben ser narrados a gloria de Dios sus milagros, quien sin duda hace muchos más de los que se publican, a veces con exámenes tan rigurosos como los de Lourdes o los admitidos para las beatificaciones y canonizaciones).

Imágenes milagrosas en Italia

En Roma hay varias capillas públicas dedicadas a la Virgen de México, y una de sus imágenes ha sido coronada canónicamente. Llevada por los jesuitas desterrados, estuvo en Santa María in Vincis, de donde pasó a la parroquia, S. Nicolás in carcere Tulliano. El 15 de julio de 1796 abrió milagrosamente los ojos, prodigio que atrajo muchos fieles, lo que impidió cerrar la iglesia en toda la noche. Incoado un proceso canónico en el que depusieron numerosos testigos de vista, se certificó la verdad del prodigio. Esto hizo aumentar la devoción, y finalmente, por decreto de Pío XI, el 25 de enero de 1925 fue solemnemente coronada y sacada en procesión.

Mons. Federico Bambarelli, yendo de México a Roma en 1890 estuvo a punto de naufragar y atribuyó su salvación a un cuadro de la Virgen de Guadalupe que llevaba. Lo colocó en una capilla y fueron tantas las gracias concedidas, que se trasformó en santuario, y la imagen fue coronada el 3 de octubre de 1915, siendo agregado el santuario a la Basílica Vaticana, con todas las gracias y privilegios de que ésta goza.

La ciudad de Arsoli (Tívoli) agradecida a los favores recibidos, la juró como Patrona en 1790, y el 31 de agosto de 1890 consiguieron también de León XIII su coronación canónica (hasta 1975 las coronaciones de imágenes de la Virgen en todo el mundo eran 169; sólo 19 pontificias, 5 de la Virgen de Guadalupe).

Numerosos milagros en México

D. Fernando de Alva añadió al Nican Mopohua, también en lengua náhuatl, 15 relatos de milagros de su época, que entonces debían ser bien conocidos por los contemporáneos. Trascribimos de la traducción de P. F. Velázquez:

• CUANDO POR primera vez la llevaron al Tepeyácac, luego que se concluyó su templo aconteció el primero de todos los milagros que ha hecho. Hubo entonces una gran procesión, en que la llevaron absolutamente todos los eclesiásticos que había y varios de los españoles en cuyo poder estaba la ciudad, así como también los señores y nobles mexicanos y demás gente de todas partes. Se dispuso y adornó todo muy bien en la calzada que sale de México hasta llegar al Tepeyácac, donde se erigió el templo de la Reina del Cielo. Fueron todos con grandísimo regocijo. La calzada rebosaba de gente; y por la laguna de ambos lados, que todavía era muy honda, iban no pocos naturales en canoas, algunos haciendo escaramuzas. Uno de los flecheros, ataviado a la usanza chichimeca, estiró un poco su arco y, sin advertirlo, se disparó de repente la flecha e hirió a uno de los que andaban escaramuzando, al que le traspasó el pescuezo, y allí cayó. Viéndole ya muerto, le llevaron y tendieron delante de la siempre Virgen nuestra Reina, a quien invocaron los deudos, para que fuera servida de resucitarle. Luego que le sacaron la flecha, no solamente le resucitó, sino que también le sanó del flechazo: no más le quedaron las señales de donde entró y salió la flecha. (De este milagro nos queda un cuadro famoso).

• EN EL AÑO de mil y quinientos y cuarenta y cuatro, que hubo pestilencia, se despobló mucho la gran ciudad. Diariamente sin género de duda pasaban de cien las personas que eran enterradas. Así que viendo los reverendos frailes de nuestro señor San Francisco que no se aplacaba, y que ninguna medicina valía; que se extendía por todas partes, y que Nuestro Señor, por quien se vive, destruía la tierra, proveyeron que se hiciera una procesión y que fueran todos al Tepeyácac. Los reverendos padres congregaron a muchísimos hombres, mujeres y niños que apenas paseaban de seis y siete años; los que se fueron disciplinando durante la procesión, que salió del templo de Tlatelolco; y por todo el camino fueron invocando a Nuestro Señor, para que se doliera de su pueblo, que cesara su enojo y que se apiadara solamente por amor de su preciosa Madre, nuestra purísima Reina, Santa María de Guadalupe del Tepeyácac. Así llegaron al templo, donde los religiosos hicieron muchas oraciones. Y quiso Dios, por quien se vive, que por intercesión y ruegos de su piadosa y bienaventurada Madre, luego se fuese aplacando la enfermedad: al otro día, ya no se sepultó mucha gente; al fin, quizás dos o tres personas, hasta que cesó la epidemia.

• UN NOBLE ESPAÑOL, de esta ciudad de México, llamado D. Antonio Carbajal, yendo por Tollantzinco, llevó en su compañía a otro joven pariente suyo. Habiendo pasado por el Tepeyácac, entraron un momento al templo de nuestra purísima y preciosa Madre de Guadalupe; y allí de prisa rezaron y saludaron a la Reina del Cielo, para que los socorriera y defendiera, y los hiciera llegar con bien a donde iban. Después que salieron, yendo ya en camino, fueron platicando de la Purísima; de cómo se apareció su preciosa imagen, que fue muy prodigiosamente; y de los diferentes milagros que había hecho, para favorecer a los que la invocaban. Al ir caminando, el caballo en que iba el mancebo, medio se cayó, porque se enojó o porque algo lo asustó; y partió violentamente y corrió por barrancos y peñascos, mientas que él en vano con todas sus fuerzas tiraba del freno, sin poder detenerlo: casi media legua le hizo caminar, en tanto sus compañeros querían inútilmente atajarlo. Ya no hubo manera de que lo lograsen; iba como llevado por el viento. Luego lo perdieron de vista, y pensaron que quizá en alguna parte fue a hacerlo pedazos, porque a donde corrió derecho era muy peligroso lugar, de muchos barrancos y peñascos. Pero quiso Nuestro Señor, y su piadosísima y bienaventurada Madre, salvarle. Cuando acertaron a hallarle, estaba el caballo parado, con la cabeza baja y las manos dobladas: ya no podía moverse. El joven colgaba de un pie, pegado al estribo. Mucho se asombraron al verle, de hallarle vivo; que nada le pasó ni se lastimó en parte alguna. Al punto le tomaron en brazos y le sacaron el pie. Cuando se enderezó, le preguntaron cómo se había librado, pues nada le sucedió; y él les dijo: «Cuando vi que me puse en gran peligro; que de ninguna manera podía librarme; que en todo caso iba a perderme y a morir, y que carecía de todo auxilio, entonces con todo mi corazón invoqué a la Purísima Señora del Cielo, nuestra piadosa Madre de Guadalupe, para que se apiadase de mí y me socorriera; e inmediatamente vi que Ella misma, así como está aparecida en la preciosa imagen de nuestra Reina de Guadalupe, me socorrió y me salvó: cogió del freno al caballo, que luego se paró y la obedeció y se inclinó, al parecer, delante de Ella, doblando las rodillas, así como estaba al tiempo que habéis llegado».

• A POCO QUE se mostró la Señora a Juan Diego y muy prodigiosamente se apareció su preciosa imagen, hizo muchos miagros. Según se dice, también entonces se abrió la fuentecita, que está a espaldas del templo de la Señora del Cielo, hacia el oriente; en el punto donde salió al encuentro de Juan Diego, cuando éste dio vuelta al cerrillo, para que no le viera la Señora del Cielo. El agua que allí mana, aunque se levanta, porque burbujea, no por eso rebosa, y no camina mucho sino muy poquito: es muy limpia y olorosa, pero no agradable; es algo acida y apropiada a todas las enfermedades de quienes la beben de buen grado o con ella se bañan. Por eso son incontables los milagros que con ella ha hecho la Purísima Señora del Cielo nuestra preciosa Madre Santa María de Guadalupe.

• A UN MORADOR de esta ciudad de México, le dolían fuertemente la cabeza y las orejas, que parecían que iban a reventar; nada le hacía bien y ya no podía sufrirlo. Mandó que le llevasen a la bendita casa de la Purísima, nuestra preciosa Madre de Guadalupe. Luego que llegó a su presencia, le rogó con todo el corazón que le favoreciera y le sanara; e hizo voto de que, si le sanaba le haría la ofrenda de una cabeza de plata. Y acababa de llegar cuando sanó. Casi nueve días permaneció en la casa de la Señora del Cielo; y se volvió a la suya contento; ya nada le dolía.

• UNA JOVEN, llamada Catalina, estaba hidrópica. Viendo que nada le hacía bien; que estaba muy grave y que los médicos decían que no se había de levantar, sino que moriría, suplicó que la llevasen al templo de la Señora del Cielo, nuestra preciosa Madre de Guadalupe. Así que la llevaron, le rogó con todo el corazón que le diera la salud; fueron luego a cogerla y la sacaron dos hombres; ella puso todo su empeño en llegar a donde está la fuente; con toda confianza bebió el agua que allí mana, y quedó sana al punto. Parecía que por todas partes le salía el aire, mayormente por la boca, en cuanto bebió el agua. Ya estaba sana, no le dolía nada cuando visitó el templo de la Señora.

• UN FRAILE descalzo de San Francisco, llamado fray Pedro de Valderrama, tenía muy malo el dedo de un pie: nada le podía ya remediar, si no se lo cortaban, porque tenía cáncer pestífero. Apresuradamente le llevaron a la bendita casa de la celestial Señora de Guadalupe; y así que llegó a su presencia, desató el trapo con que estaba envuelto el dedo de su pie, que mostró a la Señora del Cielo, rogándole con todo el corazón que le sanara. Al momento sanó, y a pie se volvió gozoso a Pachuca.

• UN SACRISTAN, llamado Juan Pavón, encargado del templo de la Señora del Cielo, nuestra amada Madre de Guadalupe, tenía un hijo, al que se le hizo una hinchazón en el pescuezo y estaba muy malo: ya se quería morir y no podía tomar alimento. Le llevó a presencia de Ella y le untó aceite de la lámpara que estaba ardiendo. Al punto sanó: la Señora del Cielo le hizo el beneficio.

Además de estos antiguos milagros reseñados al final del Nican Mopohua, y de otros innumerables, fueron muy conocidos los siguientes:

• Con motivo de una peste mortífera, en 1737, a fin de obtener su cese, los Cabildos eclesiástico y civil determinaron jurarla como Patrona de la ciudad. Y la misma víspera comenzó a ceder la epidemia. También atribuyeron a la invocación a la Virgen de Guadalupe, que en 1629 y en 1819 se librase la ciudad de ser inundada por las aguas a causa del desbordamiento de las lagunas por extraordinarias lluvias.

Igualmente tenidos como prodigios, fueron la salvación del personal de un tren de mercaderías que en 1895 se precipitó a un lago; la de una mujer a punto de ahogarse en una inundación en 1946, la de un hombre y su hijo que, en 1971, pintaban un tanque de combustible en el aeropuerto cuando aquél explotó, etc.

La voz de Miliza Korjus

Detengámonos algo más en uno de los milagros atribuidos a la Virgen de Guadalupe en México:

La célebre cantante vienesa Miliza Korjus, en la cumbre de su apogeo iba a perder, según el diagnóstico de los mejores especialistas, la mitad de su vida: su voz. Esa voz que le había dado tantos triunfos, y que ya sólo quedaría en las cintas cinematográficas como «El Gran Vals».

La gira iniciada por México en 1946 quedaría interrumpida, así como tantos otros contratos pendientes. ¿Qué hacer en aquellas circunstancias? Humanamente todo estaba perdido.

Entonces fue cuando empezó a cobrar nuevo valor en su mente agitada el recuerdo turístico de los 15.000 peregrinos que pasaban cada día por la Basílica del Tepeyac. Ella misma, protestante, había presenciado en sus visitas aquel espectáculo, pero admirándolo sólo con ojos turísticos, y como motivo típico. Ahora el fervor mariano de aquel abigarrado pueblo la hizo invocar confiadamente a la Virgen de Guadalupe, pidiendo que la curase. Llegó el día fijado para la ineludible operación. Antes de practicarla, los médicos hicieron rutinariamente el examen previo. La admiración se dibujó en sus rostros. Miraron otra vez y confirmaron atónitos que era verdad.

—Pero, ¿qué ha hecho usted?

—Tomé las medicinas que me indicaron para prepararme a la operación.

—No, no. ¿Qué ha hecho usted para curarse?

—Le pedí a la Virgen de Guadalupe que me sanara.

—¿Y ha probado ya su voz?

—Ustedes me prohibieron que cantara.

—Pues vea si puede cantar.

La voz de la artista resonó limpia y armoniosa. La examinaron cuidadosamente y la declararon completamente sana.

Al día siguiente una peregrina más se sumaba al río de gente que iba a arrodillarse a los pies de la Virgen de Guadalupe.

Otra placa de mármol blanco aparecía, días después, a la entrada de la sacristía de la Basílica. Decía solamente: «Gracias, Madre mía - Miliza Korjus».

La víspera de su vuelta a Europa declaró a un periodista: «Vine protestante y vuelvo católica, porque todo lo que he pedido a la Virgen de Guadalupe me lo ha concedido».

 

II. LA VIRGEN DE GUADALUPE
EN EXTREMADURA



Se ha dicho que los españoles debemos a la Virgen del Pilar la fe, a la de Covadonga la patria, a la de Guadalupe el imperio.

Guadalupe, nombre tomado de un río [4], está en la provincia de Cáceres, entre Trujillo y Talavera, en la vertiente sur de la sierra de las Villuercas (divisoria de aguas: hacia el sur cuenca del Guadiana, y hacia el norte del Tajo).

El códice más antiguo en que se cuenta la historia, es de principios del siglo XV, pero sin duda copia o se inspira en otros anteriores. (Robado del monasterio por la desamortización de Mendizábal en 1835, hoy se encuentra en el Archivo Histórico Nacional de Madrid).

Según esta narración, «en tiempo del rey D. Alfonso (lo más probable Alfonso X el Sabio, (1252-1284) apareció nuestra Señora, la Virgen María, a un pastor en las montañas de Guadalupe de esta manera: andando unos pastores guardando sus vacas cerca de un lugar que se llama Alía, en una dehesa que se dice hoy día la dehesa de Guadalupe, uno de estos pastores que era natural de Cáceres, donde aún tenía su mujer e hijos, halló de menos una vaca de las suyas. El cual se apartó de ahí por espacio de tres días, buscándola. Y no encontrándola, se metió en unas grandes montañas que estaban río arriba, a su búsqueda; y se apartó a unos grandes robledales y vio que estaba allí la vaca, muerta y cerca de una pequeña fuente.

Y al ver su vaca muerta, se llegó a ella; y mirándola con diligencia, y no hallándola mordida de lobos ni herida de otra cosa, quedó muy maravillado: y sacó luego su cuchillo de la vaina para desollarla. Y abriéndola por el pecho en forma de cruz, según es costumbre de desollar, luego se levantó la vaca. Y él muy espantado, se apartó del lugar; y la vaca estuvo quieta. Y luego en esa hora, apareció ahí visible nuestra Señora la Virgen María a este dichoso pastor y díjole así: «No tengas miedo; pues yo soy la Madre de Dios, por la cual el linaje humano alcanzó redención. Toma tu vaca y vete, y ponla con las otras; pues de esta vaca habrás otras muchas, en memoria de esta aparición. Y después que pusieres tu vaca con las otras, irás luego a tu tierra, y dirás a los clérigos y a las otras gentes que vengan aquí, a este lugar donde yo me aparecí a ti: y que caven aquí y hallarán una imagen mía».

Y después que la Santísima Virgen le dijo estas cosas desapareció. Y el pastor tomó su vaca, y se fue con ella y la puso con las otras. Y contó a sus compañeros todas las cosas que le habían acaecido. Y como ellos hiciesen burla de él, respondióles y les dijo: «Amigos, no tengáis en poco estas cosas. Y si no queréis creerme, creed aquella señal que la vaca trae en los pechos, a manera de cruz», y luego creyeron.

Y el citado pastor, despidiéndose luego de ellos, se fue para su tierra. Y por donde iba contaba a todos cuantos hallaba este milagro que le había ocurrido. Y al llegar a su casa encontró a su mujer llorando, y le dijo: «¿Por qué lloras?» Y ella le respondió diciendo: «Nuestro hijo está muerto».

Y díjóle él: «No tengas cuidado ni llores; pues yo le prometo a Santa María de Guadalupe para servidor de su casa, y ella me lo dará vivo y sano».

Y luego en esa hora se levantó el mozo vivo y sano, y dijo a su padre: «Señor padre, preparaos y vamos para Santa María de Guadalupe». Por lo cual cuantos allí estaban presentes y vieron el milagro, quedaron muy maravillados, y creyeron después todas las cosas que este pastor decía de la aparición de la Virgen María.

Y luego este pastor llegó hasta los clérigos y les dijo así: «Señores, sabed que me apareció nuestra Señora la Virgen María en unas montañas cerca del río de Guadalupe, y me mandó que os dijera que fueseis allí donde me apareció; y que cavaseis en aquel mismo lugar donde Ella me apareció, y encontraríais una imagen suya; y que la sacaseis de allí; y le hicieseis allí una casa. Y me mandó que dijese más: que los que tuviesen a cargo su casa, diesen de comer una vez al día a todos los pobres que a ella viniesen. Y me dijo más: que haría venir a esta su casa muchas gentes de diversas partes, por muchos y grandes milagros que Ella haría por todas partes del mundo, así por mar como por tierra; y me dijo más: que allí, en aquella gran montaña, se haría un gran pueblo».

Y después que los clérigos y las otras muchas gentes escucharon estas cosas, pusieron luego en obra lo que les había dicho el pastor: los cuales partiendo de Cáceres anduvieron su camino hasta llegar a aquel lugar, donde la Santa Virgen María apareció al pastor. Y después que llegaron, comenzaron a cavar en aquel mismo lugar donde el citado pastor le mostró, que le Había aparecido nuestra Señora Santa María. Y ellos, cavando allí, hallaron una cueva de manera de sepulcro, dentro de la cual estaba la imagen de Santa María, y una campanilla, y una carta con ella; y sacáronlo todo allí, con una piedra donde la imagen estaba sentada. Y todas las otras piedras que estaban alrededor de la cueva y encima, todas las quebrantaron las gentes que vinieron entonces y se las llevaron por reliquias.

Y luego edificaron ahí una casa de piedras secas y de palos verdes, y la cubrieron de corchos; y pusieron en ella la dicha imagen y la carta. Y el sobredicho pastor se quedó como guardador de esta ermita, y como servidores continuos de Santa María y él y su mujer e hijos y todo su linaje. Y sabed que con estas gentes llegaron también muchos enfermos, los cuales, en tocando la dicha imagen de Santa María, luego cobraban salud de todas sus enfermedades y volvían a sus tierras dando gracias al Señor y a la Virgen Santa María por los grandes milagros que había hecho. Y luego que fueron estos milagros publicados por toda España, venían muchas gentes de diversas partes a visitar esta imagen, en reverencia a la Virgen Santa María, por cuyos méritos y ruegos nuestro Señor, Dios, tantos milagros y maravillas hacía a los que con devoción la visitaban».

Esta narración en lo fundamental: hallazgo de la Virgen y numerosos milagros —sean unos u otros— debe ser verdadera, pues alguna explicación ha de tener que se hiciera una ermita en medio de los montes, tan a trasmano, y que acudieran a ella tantos peregrinos.

La imagen hallada es una Virgen Negra románica sentada, con el Niño Jesús, de madera de cedro, mide, sin los mantos superpuestos, 64 centímetros; no es anterior al siglo XI, y la carta daría razón de por qué fue enterrada. El códice nos cuenta que fue enterrada en siglo VIII, por unos clérigos que huyeron de los moros hacia las montañas de Castilla la Vieja. Esa fecha no es posible. Tal vez fuese el siglo XI o XII, en época de renovada persecución religiosa.

Por ello tampoco es admisible el resto de la leyenda añadida con que empieza el manuscrito: que la imagen se la había regalado el Papa S. Gregorio Magno a S. Isidoro de Sevilla, y que la dicha imagen habiendo sido sacada en procesión por Roma, con ocasión de una peste cruel, se vio sobre el castillo (desde entonces llamado de S’Angelo) un ángel envainando una espada ensangrentada, y cesó la peste. Además, cuando la traían a Sevilla, creyeron iban a naufragar por la tempestad que se desencadenó, pero subiéndola a cubierta e invocándola, se calmó el mar.

Desarrollo de la devoción y del santuario

Por testamentos de 1327 y 1329 consta que ya existía una iglesia y hospital —éste sería para los peregrinos, lo cual indica que no serían pocos-—. Probablemente el sacerdote que la regentase dependería del cercano curato de Alía, diócesis de Toledo.

D. Pedro Gómez Barroso, elegido obispo de Cartagena en 1326 y más tarde hecho Cardenal, fue antes teniente del santuario, y no dejó este oficio hasta su muerte en 1342, pues aunque no pudo permanecer allí, tuvo un procurador o suplente.

Ya desde principios del siglo XIV el santuario fue adquiriendo y labrando tierras. Alfonso XI lo conocía muy bien desde su juventud: En su libro de montería describe los montes de Trujillo, y de los que Guadalupe dice: «son buenos montes de osos en verano». El rey, junto con su afición a la caza, adquirió gran devoción a la Virgen de Guadalupe, como él mismo lo afirma en cartas posteriores, y mandó en 1330 ampliar la iglesia, ya ruinosa, para que pudieran caber en ella «las gentes que vienen en romería».

Tuvo lugar entonces la llegada de los marroquíes benimerines, que derrotaron a la escuadra castellana y ocuparon Gibraltar, amenazando invadir los reinos cristianos. Alfonso XI, ayudado por los portugueses, les presentó batalla en el río Salado (provincia de Cádiz). Acongojado, viendo que sólo disponía de 14.000 hombres a caballo con 25.000 peones, y que el enemigo era hasta diez veces superior según algunos historiadores, «pensó ser vencido». Entonces, aunque su vida privada dejaba mucho que desear, se encomendó a la Virgen de Guadalupe, a la cual atribuyó después la gran victoria con enorme botín y mortandad hecha al enemigo, sin apenas bajas propias, el 29 de octubre de 1340.

Cumpliendo su promesa hizo importantes donaciones al santuario y consiguió se constituyese en priorato de patronato real. Fue regido por priores seculares desde 1341 hasta 1389 en que renunciando al patronato real, se convertía la iglesia en monasterio y se apremiaba a la orden de S. Jerónimo, para que lo aceptase, a pesar de su resistencia. Estos monjes, fundados poco antes, tenían la casa madre en Lupiana (Guadalajara) y eran muy estimados por su virtud, por ello también Felipe II les encomendó su monasterio del Escorial.

Devoción universal a la Virgen de Guadalupe

Especialmente Isabel la Católica, siguiendo la tradición de sus antepasados, gustaba ir a Guadalupe —lo llamaba su paraíso—. A los 13 años fue la primera vez, y no menos de 20 en sus 28 años de Reina.

Los monjes la ayudaron cuantiosamente a la guerra de Granada. En Guadalupe firmaron los Reyes Católicos la sobrecarta definitiva para que se le diesen facilidades a Colón en su proyectado viaje. Allí quiso también Doña Isabel que se guardase su testamento (a pesar de lo cual se llevó y sigue en el Archivo de Simancas).

A la vuelta del primer viaje, habiendo naufragado la «Santa María», y perdido de vista a la «Pinta», la tercera carabela, la «Niña», estaba a punto de perecer en el océano enfurecido el 14 de febrero de 1493. Cristóbal Colón ofreció a la Virgen de Guadalupe un cirio de cinco libras de cera, que lo llevaría el que le tocase en suerte. Cada uno hizo voto de cumplir la promesa si le tocaba, y le tocó al propio Colón, que fue descalzo y en traje penitente al santuario. En el segundo viaje, a la primera isla grande que encontró la llamó Guadalupe, y hasta hoy su patrona es la Virgen de Guadalupe, aunque en 1635 cayó en poder de Francia (tiene 1.780 kms.2 y unos 300.000 habitantes). Después de este segundo viaje volvió al monasterio de Guadalupe en 1496, y allí se bautizaron dos indios que trajo: son los primeros convertidos que se conocen.

El aparejar las tres primeras carabelas costó 1.140.000 maravedises, que no se obtuvieron vendiendo las joyas de la reina, sino prestados por el valenciano Luis de Santángelo, tesorero de D. Fernando, pero que le fueron pagados el 5 de mayo de 1492 por el obispo de Badajoz. Después, también sería Extremadura la que diese la mayoría de los grandes conquistadores de América y de sus colonos. De los 8 grandes conquistadores, 7 fueron extremeños: Hernán Cortés (Medellín, Badajoz), Francisco Pizarro (Trujillo, Cáceres), Núñez de Balboa (Jerez de los Caballeros, Badajoz). Pedro de Alvarado (Badajoz). Hernando de Soto (Jerez de los Caballeros), Sebastián de Belalcázar (entonces perteneciente a Extremadura, hoy Córdoba). Pedro de Valdivia (Campanario, Badajoz). González de Quesada (Córdoba, único no extremeño). En las figuras de segunda línea, aunque hay castellanos, vascos y andaluces; son extremeños: Gonzalo y Hernando Pizarro, Francisco Alvarado, Diego García de Paredes, Francisco de Orellana, Nuño de Chaves, Nicolás de Ovando, primer colonizador de América, en cuya expedición embarcara ya 1.200 extremeños. Esto puede explicar que la Virgen de Extremadura sea la de América. (Aragoneses apenas fueron a América, no tanto por estarles vedado, cuanto por ser el Mediterráneo la zona de su influencia y expansión). Sobre todo, es que esta advocación extremeña de la Virgen era la más popular en los reinos de Castilla, la nacional, por decirlo así.

Pero el santuario de Guadalupe tuvo además una, hoy desconocida, proyección universal. Se puede decir, sin exageración, que del siglo XIV al XVIII, Guadalupe fue lo que en nuestros días es Lourdes. El mismo Fernando el Católico estuvo más ligado con Guadalupe que con el Pilar. Salía del monasterio en enero de 1470, cuando le alcanzaron los emisarios de Aragón, notificándole que ya era rey por muerte de su padre Juan II. Y al monasterio iba en enero de 1516, cuando le alcanzó la muerte en Madrigalejo (Cáceres), en una casa de los Jerónimos, filial de Guadalupe. (Por aquella época la Virgen más venerada en el reino de Aragón, era Montserrat, que difundieron por sus posesiones, y en Roma aún subsiste como iglesia de los españoles la de Montserrat, que fue templo nacional de Aragón).

Portugal rivalizó con Castilla en la devoción y donaciones a Guadalupe, e imágenes suyas se veneran todavía en Evora, Braga, Vila do Bispo, Samora Correia, y hasta en Goa y Cochín (India).

En otros muchos lugares, hasta en Polonia, se veneran imágenes bajo la advocación de Guadalupe, lo que prueba lo dilatado de su devoción. Y eso que no permitían los monjes copiarla, y se oponían a que se le diese culto fuera de su santuario, para no mermar la devoción a éste, y evitar que aprovechándose del nombre obtuvieran limosnas con perjuicio de las destinadas a sostener el notable culto y beneficencia del monasterio, cuyos «demandadores», personas de reconocida honradez, recorrían España y América recogiendo limosnas.

Estaba además ordenado en Castilla a partir del siglo XV, y del siglo XVI en América, una manda forzosa en todos los testamentos de cierta cuantía, en favor del santuario de Guadalupe, privilegio que compartía con Santiago de Compostela y Roma, y duró hasta el siglo XVIII.

Fue igualmente notable la devoción de los vascos al santuario de Guadalupe, y en sus códices se recogen más de cincuenta milagros y ellos, sólo en el siglo XV. La mayoría hechos a hombres de la mar de Zumaya, Lequeitio, Deva, Bermeo, Fuenterrabía. Oyarzum, Rentería, Orduña... Ya en el siglo XIV un famoso poeta alavés, el canciller Pedro López de Ayala, la invocaba desde su prisión en Portugal: «Señora, por cuanto supe tus acorros [socorros} en ti espero; e a tu casa en Guadalupe prometo de ser romero». Por algo sería que cuando a fines del siglo XV dos chicos pastores del monte Jaizquíbel (Fuenterrabía) encuentran una imagen de la Virgen más o menos milagrosamente (dice la tradición que la imagen despedía una luz que les atrajo), le ponen por nombre Guadalupe. Y fuerte de Guadalupe se llama hoy también el que allí, socavado en la montaña, defiende la frontera y la entrada del puerto.

En Madrid consiguieron los jerónimos de S. Jerónimo el Real, en 1603, después de muchas dificultades, una copia de la imagen de Guadalupe. Ante ella se celebró el comienzo del reinado de todos los reyes desde Felipe III hasta Alfonso XIII. (También allí tuvo lugar la solemnidad religiosa del comienzo del reinado de Juan Carlos I, pero ahora la imagen está en otro altar lateral).

Algunos testigos excepcionales dan fe de Guadalupe como «el Lourdes medieval». Sharchek, cronista alemán de Bohemia, escribía en 1467: «Es fama que en ningún rincón de la Cristiandad suele haber tan gran concurso de gente por devoción y piedad, como aquí». El embajador italiano Andrés Navagiero en 1526: «Este sitio está cerca de la frontera de Portugal, y vienen de este reino y de toda España gran número de gentes movidas por su devoción a esta Virgen». Pablo III, en un breve de 1535 concediendo un jubileo, afirma: «A Guadalupe acuden grandes concursos de gentes de todas partes del mundo». El historiador fray José de Sigüenza aseguraba en 1600: «Concurren gentes de toda España; de varios pueblos de Portugal y de otros reinos y señoríos más distantes. Es el conjunto de los más numerosos que se juntan en Europa por título de devoción. En los ocho días del octavario concurren en este templo de veinticuatro a veintiséis mil personas».

Actividades monásticas

Los monjes desde el siglo XVIII solían ser de 130 a 140, y los habitantes del pueblo de 600 a 1.000 vecinos o familias: nadie podía avecindarse sin permiso del prior, el cual podía además desterrar del pueblo.

Lo más visible de sus actividades son las ingentes edificaciones que perduran, antiguamente rodeadas de algunos campos de labor, granjas, tierras e importante ganadería. Sin embargo, los terrenos y lo fundamental de la construcción, como fortaleza medieval, y el «Arca del Agua», una de las traídas de agua más importantes de la edad media, de varios kilómetros, atravesando la montaña con un túnel, fueron obra de los primeros priores seculares hasta el 1389.

El riquísimo patrimonio que se fue acumulando a lo largo de los siglos fue saqueado en la guerra de la independencia por franceses y guerrilleros descontrolados, etc., pero sobre todo por las exclaustraciones, expoliaciones y famosa desamortización de Mendizábal de 1835. En el inventario de 1865 los agentes del gobierno tasaron todos los edificios y patios medio en ruinas: en 15.675 pts., exigua cantidad, aunque sea en pesetas de hace un siglo. La Hospedería Real, magnífico palacio del siglo XV para residencia de los reyes, lo mandó derribar sin más un alcalde liberal del siglo pasado.

La actitud de los monjes, además de la administración de la cuantiosa hacienda, se extendió a las artes: procuraron que se pintasen los famosísimos cuadros de Zurbarán y de Lucas Jordán; de su bordaduría, con bordadores seglares, salió un ingente tesoro de vestiduras sagradas, las mejores bordadas de Europa. Su biblioteca, o librería, era a fines del siglo XVI una de las mejores de España, pero además continuaban la gloriosa tradición monástica del «scriptorium», copiando libros y sobre todo adornándolos con miniaturas y encuadernaciones, verdaderas obras de arte. Hubo también monjes notables en la música religiosa.

En el monasterio no sólo estudiaban los hermanos «coristas» (que tenían que asistir al coro), futuros sacerdotes, sino que existía un muy estimado colegio gratuito, «Seminario de infantes» (o niños), 40 «de beca», vestidos de azul, y otros «de capa», generalmente del pueblo. De allí salían muchos hombres célebres.

Merece capítulo aparte el hospital de Guadalupe. Comenzó para atender a los peregrinos, y llegó a ser una escuela de medicina y cirugía de tal altura, que fue el primer lugar del mundo donde se comenzó a practicar la autopsia, con autorización de la Santa Sede. Eugenio IV en 1442 concedió que pudiesen ejercer la medicina y la cirugía los frailes que no tuvieran órdenes sagradas. Pero también llevaban médicos eminentes, y les pagaban «mejor que el rey». Los estudios e investigaciones de Guadalupe pasaban a la universidad de Salamanca. Allí se descubrió, en el siglo XVI, la eficacia del queso fermentado para heridas infecciosas, como también el moho del pan. Al moho del queso se le llamó entonces «penicillum». Es curioso que el invierno anterior a concedérsele el premio Nobel por su descubrimiento de la penicilina, lo pasó Fleming en Guadalupe. También aplicaban ya en la primera mitad del siglo XV la sutura de heridas. Uno de los hospitales era para las «bubas» o mal francés, que el siglo siguiente se llamó sífilis. Estos adelantos médicos se completaban con una famosa botica, dicen que la mejor de España: medicinas obtenidas de la rica flora de la región. No es extraño que el monasterio fuese también Escuela de Medicina, donde varios jóvenes aprendían a ser excelentes médicos.

Naturalmente que la principal finalidad de los monjes, a la cual servía todo lo demás, era el culto divino, en verdad magnífico, y la atención pastoral a los peregrinos y vecinos. Todo debido a la Virgen, cuya atracción maternal y gracias derramadas fueron el origen de toda esta espiritualidad, impulsó que en tantas partes se acudiese más a ella, que muchos peregrinasen, obra sin duda muy meritoria a los ojos de Dios, y que otros incluso se consagrasen a Él.

Así, había, además de los monjes, los donados, que no hacían noviciado ni profesión religiosa, pero vivían en comunidad; y los «servidores perpetuos», que se dedicaban con voto a servir a la Virgen (precedente de la esclavitud mariana), también matrimonios: entregaban sus bienes y trabajaban en alguna de las numerosas dependencias u oficinas, eran equiparados en parte a los novicios, y el monasterio proveía a sus necesidades. De hecho el primer servidor perpetuo fue el vaquero que la encontró, Gil Cordero, enterrado en Guadalupe; en su epitafio latino se lee: «Aquí yace D. Gil de Sta. María de Guadalupe, a quien se apareció esta santa imagen». La villa de Cáceres compró en 1612 la casa donde allí había vivido antes Gil Cordero, y la convirtió en capilla con una copia de la Virgen de Guadalupe, llamada del Vaquero, y tenida por milagrosa: un cuadro recuerda la curación de un niño en 1672.

La devoción a la Virgen se concretó también, ya desde el primer prior jerónimo, en el culto a su Inmaculada Concepción, dedicándole la salve sabatina; en 1506 se empezó a celebrar su fiesta con rito doble mayor. Son numerosas las fundaciones en su honor, como la de la piadosa reina María de Aragón (enterrada allí con su hijo Enrique IV), que dejó en su testamento 27.000 maravedises para casar a nueve mozas pobres, en honor de la Concepción de Ntra. Señora. Isabel la Católica destinó 40.000 maravedises cada año para que esta fiesta se celebrase en el monasterio con toda solemnidad.

Cuando la institución multisecular estaba arruinada, en 1908 los franciscanos se encargaron del monasterio, convertido ahora en convento, haciendo desde entonces una gigantesca obra de restauración.

Los milagros de la Virgen de Guadalupe

Los monjes jerónimos llenaron nueve códices, que se conservan allí, anotando en ellos los milagros atribuidos a la intercesión de la Virgen de Guadalupe: más de 4.000. Recordemos que era la mejor Escuela de Medicina de España, con los mejores médicos; no tendrían una curación por milagrosa si se pudiese explicar por la medicina; ni es fácil que un cojo dejase sus muletas si aún las necesitaba.

Y si tanto se encomendaban los pueblos a la Virgen de Guadalupe e iban en peregrinación incesante, por algo sería. Como dice un historiador, sin los milagros la fama de Guadalupe sería un enigma inexplicable. Fue, como se ha dicho, Lourdes para la Europa de entonces; y se relatan milagros a portugueses, franceses, flamencos, alemanes, italianos, ingleses, húngaros, griegos... Y también hubo en el monasterio monjes extranjeros, sobre todo franceses y alemanes, en parte para poder atender a los muchos peregrinos de esas naciones. Junto con las curaciones, los favores más numerosos eran a los cautivos. Llegó a ser dicho popular: «Mayor número de cautivos redimió Ntra. Sra. de Guadalupe que todas las Ordenes de redención de España». Los milagros no sólo se podían leer en los códices, también en los incontables exvotos dejados por los favorecidos. Antes de acabar el siglo XV, hacia 1465, el cronista del viaje del barón de Ronithal llega a afirmar: «El hierro traído aquí por los cautivos no podría ser transportado ni por doscientos carros». Muchos miles tuvieron que ser fundidos en las herrerías del monasterio por no haber ya espacio en la iglesia para colgarlos.

Bien podía decir un peregrino excautivo: «La santísima imagen es libertad de los cautivos, salud de las enfermedades, reparo de las desgracias... Pendían en sus paredes, en lugar de damascos y brocados, muletas que dejaron los cojos, ojos de cera que dejaron los ciegos, brazos que colgaron los mancos, mortajas de que se desnudaron los muertos, merced a la larga misericordia de la Madre de las misericordias..., en tan gran suma, que en las paredes del sacro templo ya no cabían». Este peregrino no era un cualquiera, conocía bien a los hombres, antes de dar tal testimonio en Los trabajos de Persiles y Segismunda, había escrito El Quijote.

Como testimonio luminoso de la devoción de reyes, conquistadores, incontables peregrinos, en el s. XVII ardían ante la imagen de la Virgen más de 230 lámparas.

El caso prodigioso de «la buena cristiana»

Entre tantos favores especiales, uno de los más conocidos: En Tánger, en el siglo XV, Fátima, la hija de una familia mora y rica, tenía especial caridad con los cautivos cristianos, y por sus palabras le entró ardiente deseo de bautizarse, para lo cual se encomendaba con fervor a la Virgen de Guadalupe. Al poco tiempo su padre trató de casarla, con lo cual sufrió tal pena Fátima, que quería tirarse desde una torre. Entonces se le apareció la Virgen, en la forma de su imagen de Guadalupe. Alentada por Ella, a medianoche quitó las cadenas a los cautivos para huir con ellos. Al descolgarse por una soga, de un alto muro, cayó; creyeron se habría matado, no obstante, con admiración de todos, no le pasó nada. Se embarcaron alegres, cuando una tremenda tempestad los hizo amanecer de nuevo en el puerto. Imploran con lágrimas a Nuestra Señora, quien se apareció otra vez a Fátima mientras dormía, la despertó, calmó el mar y los encaminó a tierra de cristianos. Nada más llegar, Fátima hizo que la bautizasen. No quiso llamarse María «por no estar bien que la esclava tomase el nombre la señora» y tomó el de Isabel. Tampoco aceptó las invitaciones para descansar unos días; quería ante todo visitar a la Stma. Virgen de Guadalupe; a la cual con fervor se ofreció en servicio perpetuo, no salió de allí, donde casó, y vivió da tal ejemplo que por ello se la conocía como «la buena cristiana». A su muerte, 1504, grabaron en su tumba de mármol estos hechos, que recogió también Fray Gabriel de Talavera cuando publicó su Histona de Ntra. Sra. de Guadalupe (Toh 1597).

 

El robo sacrilego de Ntra. Sra. de Guadalupe

Decíamos que el culto de la Virgen de Guadalupe se extendió hasta Polonia aquí la historia (cfr. Sta. María de Guadalupe y Polonia la mártir. G. Velo, en El Monasterio de Guadalupe» 395 [1948] 213 s. y Tras el telón de acero, Arturo Arez en «Guadalupe» 545 {1963] 131)

Al hablar de Polonia, es inevitable asociar su nombre a la eminente familia los Sapiehas, de rancio y esclarecido abolengo, de ella sobresalieron los duques de Gendimfino, Narimundo y Olgerdiano; y los piadosos y relevantes condes Nicolás, Juan, Federico y Alejandro, cuya casa solariega radicó siempre en la ciudad de Koden, del antiguo ducado de Lituania.

De entre los varones de esta familia destacó de manera muy singular el conde Nicolás, modelo de caballeros, intrépido y de corazón magnánimo, a quien el pontífice Urbano VIII concedió el sobrenombre de Pío; y el obispo Boguslao le llamaba siempre muro fortísimo de nuestra santa Fe y valentísimo Alcides de la Polonia.

El caballero polaco, Nicolás Sapieha, conde del Sagrado Romano Imperio, pasó a Roma con el propósito de visitar la tumba de San Pedro. El gran prestigio que disfrutaba en la corte de Varsovia por ser legítimo y digno representante de una de las familias más linajuda del viejo ducado de Lituania, fue causa de que el rey de Polonia, le diera cartas de recomendación para el pontífice Urbano, amigo particular de aquel monarca antes de que fuese elevado al supremo solio de la Iglesia Universal.

Su Santidad recibió con inequívocas muestras de singular aprecio al conde, honrándole de manera muy especial; le invitó a oír Misa en su oratorio particular y le dio la comunión de su mano, precisamente en el altar de la Santa Imagen de María, copiada de la hoy Virgen extremeña de Guadalupe.

Durante el tiempo que duró la celebración del divino Sacrificio, el conde pudo examinar detenidamente el cuadro que representaba a María y apreciar la belleza de su rostro, sintiéndose hondamente conmovido y como arrebatado por un impulso soberano que le hacía desear con fuerza la posesión de aquella alhaja tan preciada, cuya contemplación por el cúmulo de gracias que la adornaban, le tenía como aprisionado el corazón.

Su estado de ánimo le ofuscó de manera tal, que concibió la diabólica idea de apoderarse de aquel tesoro, pero pronto cambió de opinión por lo difícil que resultaba poder llevar a la práctica sus pretensiones y por la ingratitud que suponía corresponder de aquella manera a las muchas atenciones y favores que había recibido del bondadoso corazón del Sumo Pontífice. Más tarde, pensó pedir la imagen al Santo Padre; pero hubo de desistir de tal propósito por la gran veneración con que se guardaba en el Vaticano y el singular aprecio que hacía de sus prerrogativas el pueblo romano.

Sin poder sustraerse a sus impulsos, el conde prescindió de toda clase de consideraciones y se determinó a realizar el secuestro de la imagen, para lo cual puso en juego todas sus artes y supercherías consiguiendo ganarse por dinero la voluntad y confianza del Camarero Sacristán del oratorio del Papa. El Camarero le entregó la estampa, recibiendo en pago la respetable cantidad de cien doblones.

El noble polaco dispuso su marcha a toda prisa y salió precipitadamente con dirección a su país.

No tardó en conocerse en Roma la funesta noticia, produciendo honda pena en el corazón del Papa e indignación de la magistratura y en el pueblo romano. Se cursaron órdenes severísimas para proceder a la captura del sacrílego, pero éste no pudo ser alcanzado y llegó, jadeante con su preciada carga, a la ciudad de Varsovia, donde arrepentido de su pecado se presentó al Nuncio Apostólico dándole cuenta de su horrible pecado. Manifestó que el móvil poderoso que le había impulsado a cometer aquella acción fue la sublime atracción que sentía por la imagen sacrosanta de la celestial Señora, en tanto que él había pensado construir un suntuoso templo en su ciudad de Koden; consagrarse por entero a la Virgen Gregoriana y procurar por todos los medios que Polonia entera se pusiera bajo su protección y amparo.

Todos estos razonamientos y disculpas no bastaron para colmar el estado de ánimo del Romano Pontífice, quien con todo rigor decretó sentencia que abarcaba cuatro puntos: devolución de la imagen y otras reliquias que se había llevado; un año de cárcel; obligarle a terminar la iglesia y que fuera a Roma a pie, y solicitara reverente la absolución apostólica.

No obstante todo esto, en vista de la buena conducta que en un determinado tiempo observó el conde, fue perdonado por el Papa, despachando un emisario para Polonia, con el oportuno Breve, enviándole un precioso anillo con las armas de los Barberinos, de cuya familia descendía el Papa Urbano. En el Breve de referencia le perdonaba su pasada acción y le indicaba quedar obligado a terminar la iglesia que a sus expensas se estaba construyendo para que sirviera de morada y trono a la Virgen y que fuera a Roma para recibir su Paternal bendición.

Hizo todo lo mandado, terminada la iglesia dotándole de los más ricos ornamentos y las más preciadas telas; cedió sus mejores joyas para adornar a la Virgen, llegando a adquirir para Ella un toisón de oro de España, teniendo en cuenta que en aquella fecha ya hacía siglos que se veneraba en Guadalupe la Virgen de este nombre. Desde aquella fecha sería considerada en Polonia bajo la advocación de Santa María de Guadalupe.

Desde entonces adquirió aún más celebridad la ciudad de Koden, pues la Virgen de Guadalupe, dotada de tantas gracias y prerrogativas, pronto empezó a testimoniar sus favores; y la fama de sus milagros, al igual que sucedía en la Península Ibérica, se extendió rápidamente por todo el territorio polaco.

A partir de su llegada a Koden, la bibliografía en torno a esta imagen es numerosísima en el reino polaco, y de aquella imagen se hacen amplio eco las crónicas del monasterio extremeño, su matriz. Entre todas las obras que sobre la Virgen kodenense han visto la luz pública es famosa la que el año 1721 dio la estampa en latín y en Varsovia el conde de Sapieha, Juan Federico, y que traducido al castellano, lleva por título: Monumentos de antigüedad marianas en la imagen antiquísima, vulgarmente llamada gregoriana, pintada por San Agustín Romano, de la Inmaculada Virgen Madre de Dios de Guadalupe de Koden.

El Zar Alejandro II de Rusia confiscó en 1863 la basílica donde se le daba culto. La imagen fue llevada al templo de Czestochowa, cerca de Varsovia, donde estuvo oculta hasta 1926, en que el obispo de Podiaquia la devolvió a Koden, que la recibió jubilosamente el 4 de septiembre de 1927.

Actualmente regentan su templo los oblatos de María Inmaculada.

Epílogo

La Virgen de Guadalupe ya no es lo que era. Es decir; la Virgen por supuesto que no ha cambiado, ni su maternidad misericordiosa sobre los que la invocan. Pero se la invoca mucho menos.

En parte se explica por la persecución y ruina del monasterio el siglo pasado; además porque en este siglo de María es mayor su intervención en la historia, añadiendo a los favores sus mensajes: Medalla Milagrosa, Lourdes (Inmaculada). Fátima (Corazón de María), Méjico (su retrato portentoso)... El pueblo va a Sta. María por estos nuevos caminos, de más contenido espiritual.

Lo importante, desde luego, no es la imagen de la Virgen que veneremos, todas fotografías de una misma Madre. Es natural que cada hijo suyo escoja la que más le guste, lo triste sería que no escogiera ninguna para su casa, su cartera o su cuello.

Sin embargo, no deja de ser también providencial y esperanzador que la advocación de Guadalupe (Río oculto, Río de gracias que hemos de descubrir), después de presidir la formación de un imperio, el más extenso y cristiano, reviva prodigiosamente en la Nueva España, con la promesa de su protección maternal, protección que, pues todo se puede esperar de tal Reina, confiemos se extienda a un nuevo reino suyo y de su Hijo, unificando en sus Corazones las tierras y los hombres que con nuevo fervor la aclamen por Reina de la Hispanidad, a la mayor gloria de Dios y de Sta. María.

La fiesta de Ntra. Sra. de Guadalupe de Extremadura, se celebra el 6 de septiembre. La más completa y reciente obra sobre Guadalupe, 600 págs. con numerosas fotografías y láminas en color: Guadalupe, historia, devoción, arte. Sebastián García, O.F.M., y Felipe Trenado, O.F.M. Sevilla 1578 (Editorial Católica, Conde de Barajjas, 21. Sevilla)

 

 

 

·        [1] Mexicas: los nacidos de la nopalera (= sitio de nopales, especie de chumberas) porque, según las leyendas, se establecieron donde vieron un águila comerse a una serpiente en una nopalera. La ciudad: Mexiquic = junto a la nopalera. También llamados aztecas: los venidos de Aztlán = lugar de las garzas). Los toltecas, —pobladores anteriores a los aztecas— hablaban de un hombre blanco barbado, quien predicó el bien, fundó una ciudad, y desapareció por el mar de oriente (golfo de México) prometiendo volver. A este personaje lo divinizaron e identificaron con el sol. (Cfr. Una gran señal apareció en el cielo, Sta. Cruz Altillo, México, 1976). Según Fernando de Alba (xtlixóchit) en su Historia Chichimeca, Netzahualcóyotl, un rey filósofo, llegó al concepto de un Dios invisible, creador de todas las cosas, a quien dio culto. Una noche, a su paje IIztapalozin se le apareció un joven resplandeciente que le dijo ser enviado del Dios Todopoderoso, a quien habían agradado las ofrendas de su señor, por ello un hijo suyo derrotaría al rey de Chalco (que había sacrificado a dos hijos de aquél) y tendría otro hijo que le sucedería. Ocurrieron ambas cosas, y por ello construyó un templo al Dios desconocido, creador de todas las cosas. También a Papantzin, hermana de Moctezuma, ya aparentemente muerta, se le apareció un joven vestido de blanco, con alas de plumas y una cruz en la frente, enviado por el verdadero Dios invisible: Vio la princesa varias galeras en el mar, con hombres blancos de cascos y banderas con la cruz. «Esos hombres conquistarán esta tierra y traerán el culto al verdadero Dios, creador del cielo y de la tierra, el cual quiere que tu seas la primera en recibir el agua que lava del pecado". De hecho se bautizó más tarde con el nombre de María, junto con su sobrino, Antonio Valeriano.

·        [2] Tepeyac [= cerro más alto, entonces a unos 6 kms. de México, hoy ya dentro de él; la palabra india es propiamente Tepeyácac, de donde la palabra, en diminutivo español: Tepeaquilla]. 

·        [3] Es deliciosa la erudición (de: e —rus, ruris = s del campo— lugar de analfabetos), nos hace ver mejor cosas encendiendo bombillas multicolores. Y si además, es verosímil ¿quién podrá esquivarla? Por algo se quejaba Pablo de los atenienses, buscadores de novedades que halagasen los oídos; ni tienen otra explicación lógica las elucubraciones absurdas de los gnósticos, con sus multitudes de eones seres intermedios (sustituidos hoy por el mito de los extraterrestres). Actualmente esa erudición fantasiosa hipotética llega a desfigurar completamente los rigurosos hechos históricos narrados no por uno sino por cuatro evangelistas, diversos entre sí (Moisés fue buscado por el faraón para matarlo, luego se le dijo que podía volver, por haber muerto los que le perseguían, pues S. Mateo, para que Jesús no fuera menos, dice que le quiso matar Herodes, Eruditos de hipótesis, para quienes incluso la virginidad de María y la Resurrección de Jesucristo son sólo narraciones simbólicas, porque... —y cada cual, para no ser menos aporta su perrito caliente, fruto de muchas lecturas exóticas y de largas horas de artesanía culinaria—.  

[4]  La primera parte de la palabra es frecuente y clara: significa río, en árabe. Sobre la segunda hay diferentes hipótesis: del árabe al (artículo) y lub (cascajo negro): río con cauce de cascajo negro; o de al lubben: río oculto, porque corre medio escondido entre barrancos. También según el P. Elorduy, S.J. podría ser, con el mismo significado, de lupa: cueva, o lugar oculto, nombre vasco, no único en otros lugares ibéricos. O de latín lupus: lobo, río de lobos; o de lapis: piedra, río de piedras; o de lumen: luz, río de luz; esta significación también le daba, pero tomándola del árabe, el Patriarca de Antioquía Máximo IV (sucesor de Cirilo IX). O del celta Lug: dios celta. Que la palabra sea híbrida, de raíz árabe y no árabe, no es extraño, pues los árabes, lo mismo que los españoles en América, aceptaron los toponímicos, sin significado conocido. Si hubiese sido la palabra latina lobo, entonces lógicamente hubieran usado la árabe correspondiente. Tampoco tiene probabilidad río de luz, en contra de sus caracteres geográficos, o de Lug. Conforme las características físicas, bien puede ser río de piedras o mejor río oculto, y por derivación etimológica y semántica más fácil de lupa.

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