Proclamada
Patrona de México por el Papa Benedicto XIV en 1754, recibe la coronación
pontificia en 1895, y el 12 de octubre de 1945 el Papa Pío XII la proclama
Patrona de Méjico y
de toda Iberoamérica.
I.
LA VIRGEN DE GUADALUPE
EN MEXICO
Las intervenciones de
Nuestra Señora en la historia, siempre son deliciosas. Muchas veces con
curaciones prodigiosas, entre las que sobresale el milagro de Calanda de la
Virgen del Pilar. Otras veces con mensajes para nuestra salvación, como el
importantísimo de Fátima. En México las apariciones de la Virgen María a fin de convertir los
indígenas al catolicismo, tienen un sello especial, su mismo retrato, y ver su
imagen bastará para llevarnos a Jesús; ¡tanto puede la Madre de Dios con sola
su figura!
Vamos a conocer la
historia, empezando por los antecedentes que la enmarcan.
Un Viernes Santo, 22 de
abril de 1519, 26 años después de que Colón descubriese América, otro gran conquistador, el
extremeño Hernán Cortés, desembarcaba en México, en Veracruz. Con pocos
hombres, mucha audacia y genio militar, entraba en la ciudad de México el 13 de
agosto de 1521, conquistando territorios mayores que España rápidamente, con
las vicisitudes conocidas de su «noche triste», el quemar las naves, etc.
Sobre
la cultura, organización política y religión de los diversos pueblos que
habitaban aquellas tierras,[1] tomamos
de uno de sus descendientes, el profesor Ceferino Salmerón:
México, estrictamente
hablando, no era más que una ciudad de Tenochtitlán, patria de los aztecas; al
occidente el reino de Tacuba y el tarasco, al oriente el de Texcoco; los mayas,
que no formaban reino, al suroeste, en la península de Yucatán; en el sur los
reinos mixteco y zapoteco; todos independientes de los aztecas: «Tribus y
pueblos semicivilizados, vivían en forma por demás miserable y rudimentaria. Su
escasa y pobre alimentación básica
constaba de tortas de maíz, frijol, hierbas silvestres, raíces de
plantas y variedad de sabandijas. Desconocían el pan de trigo, la variedad de carnes de
animales, domesticados cuadrúpedos, el vino de uva, las grasas y el aceite de
oliva, la leche de vaca o de cabra, porque los ganados vacuno y caprino aquí no existían.
España, a su hija Nueva
España, la pobló de toda clase de plantas y árboles frutales, tales como los
cítricos, la manzana, la pera, el plátano y la vid, el cocotero y la caña de
azúcar. Introdujo los cereales, desconocidos entre los indígenas, tales como el
trigo y la cebada, el centeno y el arroz. Y en cuanto a los ganados, introdujo
en abundancia, en México, el porcino, el cabrío, el lanar, el vacuno y el
caballar, el mular y el asnal, porque aquí no había ni uno solo de esos animales tan útiles a
los hombres en todos los órdenes de la vida.
España enseñó al
indígena el uso de la rueda, que jamás había puesto en práctica, y cuyo
desconocimiento lo mantuvo estancado en un irreparable retraso; pero además
enseñó a los pueblos indígenas conquistados el aprendizaje de las artesanías y
de las industrias europeas, que tanto bien les hizo. Por último, España enseñó
a los pueblos indígenas a mejorar su alimentación, sus habitaciones y su manera
de vestir, utilizando telas y paños y trajes que antes de la conquista no
conocían, y por cuyo motivo andaban desnudos o semidesnudos.
La gran cultura
indigenista, especialmente la azteca, de que tanto hablan escritores
norteamericanos, ingleses y franceses, no pasa de ser un gran mito, y un mito
con todas las señales y pelajes de anticatolicismo y del antihispanismo. Porque
para hablar de tal cultura habría que preguntar: ¿Dónde está su alfabeto?
¿Dónde sus obras de literatura, de filosofía, de historia, de matemáticas, de
elocuencia y de geometría? ¿Dónde sus obras maestras de arquitectura, de
escultura y de pintura que rivalizaran con las europeas de los siglos XV y XVI?
Los indígenas estaban sumergidos en el más denso y degradante paganismo. Los
sacrificios humanos, el canibalismo, la desenfrenada embriaguez, las sodomías y
las hechicerías, eran las pasiones dominantes de las almas y de los cuerpos de
los habitantes en esta enorme región del Nuevo Mundo. El pueblo azteca era el
primero en tales degradantes prácticas. En vísperas del descubrimiento del
Nuevo Mundo, en 1487. Ahuítzotl, octavo rey azteca, había sacrificado a
Huitzilopochtli, dios de la guerra, por lo menos veinte mil víctimas humanas en
cuatro días consecutivos». Hasta aquí el profesor mexicano.
Esta era la Realidad
Histórica que es importante conocer. Tres siglos más tarde, cuando en 1821
México rompe su unidad política con la Corona de España, tenía cuatro millones
y medio de km cuadrados,
de cuya civilización son testimonios perennes su lengua, su literatura, sus
grandiosos templos llenos de objetos artísticos... (En 1848, separado México de
España, le arrebató Estados Unidos cerca de dos millones y medio de kms.2:
Texas, Nuevo México, California...)
La evangelización de los
indios comenzó ya con
Fray Bartolomé de Olmedo, mercedario, capellán del ejército español. En 1524
llegaban los franciscanos, y después seguirían otras órdenes y sacerdotes. Pero
diez años más tarde, en 1531, aun las conversiones eran escasas, cuando una
prodigiosa intervención de la Reina del Cielo iba a cambiar radicalmente la
situación religiosa.
La relación más antigua
que tenemos del hecho prodigioso, fue escrita por un indio, D. Antonio
Valeriano, natural de Atzacpotzalco, pariente del emperador Moctezuma. De los
diez a los doce años recibió de los misioneros franciscanos la instrucción
primaria en una casa junto al convento de S. Francisco, y al fundarse en 1535
el Colegio de Sta. Cruz de Tlatelolco, fue uno de los primeros colegiales.
Tanto aventajó en el estudio de las lenguas mexicana, latina y castellana, en
retórica, filosofía y en historia, que mereció suceder a sus mismos maestros en
enseñar a los colegiales; pues el «Códice de Santiago», en enero de 1552,
menciona a Valeriano con el título de lector. También le tomó como colaborador
para su magna obra Historia General de las cosas de la Nueva España, el célebre
franciscano Fray Bernardino de Sahagún. Por su prudencia, recto juicio y
conocimiento de las cosas, fue Gobernador de Indios por 32 años desde enero de
1573 hasta agosto de 1605 en que murió. Gobernó con gran aceptación y
edificación de todos, por lo que el mismo Felipe II le escribió una carta muy
favorable, haciéndole en ella muchas mercedes.
Este indio, culto
gracias a los conquistadores, escribió su relación entre 1545 y 1550, en
náhuatl, la lengua de los indios mexicas o mexicanos. Esta relación pasó a
manos de D. Fernando de Alba Ixtlixóchitl (1568-1648), nieto, por parte de
padre, de los reyes de Texcoco, la historia de cuyo reino escribió, y, por
parte de madre (la citada princesa Papantzin) de Cui- tláhuac, penúltimo
emperador de México. D. Fernando añadió al manuscrito algunos milagros, y al
morir lo legó, con todos sus papeles, al P. Carlos Sigüenza y Góngora, ex jesuita que luego
murió en la Compañía de Jesús, y entonces pasó a la biblioteca del Colegio de
los jesuitas de México. Al ser expulsados éstos de México por Carlos III en
1767, fueron a parar a la Universidad de México, de donde se los llevó el
general Scott en 1847 a Washington. Allí el original se ha perdido, pero fue
publicado en 1649 por el bachiller Luis Lasso de la Vega, cura de Guadalupe de
1647 a 1657. Su censor eclesiástico, el P. Baltasar González, S.J., rector del Colegio de
indios y notable mexicanista, decía de él: «Hallo esta relación ajustada a lo
que por tradición y anales se sabe del hecho». La primera traducción apareció
ya en 1648, por obra del P. Miguel Sánchez, oratoriano, enmarañada, con muchos
añadidos eruditos; en 1675 hizo otra, literal sólo en parte, el licenciado Luis
Becerra Tanco, sacerdote filipense, catedrático de lengua azteca en la
universidad de México, muy bien escrita (cfr. en la Historia del Culto de María
en Iberoamérica, Rubén Vargas Ugarte, S.J., 3a ed. tomo 1, Lima-Madrid 1956).
Pero la traducción que mejor conserva el estilo indio (con su delicadeza y sus
diminutivos, que han influido tanto en el español de México), y actualmente la
ordinaria, es la del licenciado Primo Feliciano Velázquez (México 1926); sin
embargo, extrañamente su castellano es arcaico, por lo cual la retocamos
teniendo delante además la versión de Becerra, las eruditas notas lingüísticas
del mismo Velázquez (La aparición de Sta. María de Guadalupe, México 1931), y
la nueva traducción, más literal, del Rev. Mario Rojas. La relación del indio
Valeriano se conoce con el nombre de sus dos primeras palabras: NICAN MOPOHUA
que significan: «Aquí se refiere».
Versión
del NICAN MOPOHUA
Aquí se refiere
ordenadamente de qué manera maravillosa apareció hace poco en el Tepeyac la
siempre Virgen Sta. María, Madre de Dios, nuestra Reina, que se nombra
Guadalupe
Primero se dejó ver de
un pobre indio llamado Juan Diego, y después se apareció su preciosa imagen
delante del nuevo obispo don fray Juan de Zumárraga.
Diez años después de
tomada la ciudad de México, se suspendió la guerra y hubo paz en los pueblos;
así empezó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien se
vive.
Entonces, en el año de
1531, a principios del mes de diciembre [el 9] sucedió que había un pobre
indio, de nombre Juan Diego, según se dice natural de Cuautitlán. Tocante a las
cosas espirituales, aún todo pertenecía a Tlatilolco. [Doctrina de los
Franciscanos],
Era
sábado, muy de madrugada, y venía a oír Misa y a otras cosas. Al llegar junto
al cerrillo llamado Tepeyac[2] amanecía;
y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto de varios pájaros preciosos;
callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les
respondía. Su canto, muy suave, y delicioso, sobrepujaba al del coyoltototl, y
del tzinizcan y de otros pájaros lindos que cantan.
Se paró Juan Diego a ver
y dijo para sí: «¿Qué será esto que oigo?, ¿quizás sueño?, ¿me levanto de
dormir?, ¿dónde estoy?, ¿acaso allá, donde dejaron dicho nuestros antepasados,
nuestros abuelos, en la tierra de las flores, en la tierra del maíz?, ¿acaso ya en la
tierra celestial?» Estaba viendo hacia el lado donde sale el sol, arriba del
cerrillo, de donde procedía el precioso canto celestial y, así que cesó
repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del
cerrillo y le decían:
—-Juanito, Juan Dieguito.
Luego se atrevió a ir a
donde le llamaban; no se sobresaltó un punto; al contrario, muy contento, fue
subiendo el cerrillo, a ver dónde le llamaban.
Cuando llegó a la
cumbre, vio una señora, que estaba allí de pie y le dijo que se acercara.
Llegado frente a Ella se
maravilló mucho de su perfecta grandeza sobre toda ponderación: su vestido era
radiante como el sol; el risco en que estaba de pie, despedía rayos de luz, el
resplandor de Ella parecía de piedras preciosas, y la tierra relumbraba como el
arco iris. Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se
suelen dar, parecían esmeraldas; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y
espinas brillaban como el oro.
Se inclinó delante de
Ella y oyó su palabra, muy suave y cortés, como de quien atrae y estima mucho.
Le dijo:
—Juanito, el más pequeño de mis hijos,
¿a dónde vas?
El respondió:
—Señora y Niña mía,
tengo que llegar a tu casita de México Tlatilolco, a oír Misa, como nos enseñan
nuestros sacerdotes, delegados de Nuestro Señor.
Entonces Ella le habló:
—Sabe y ten entendido, tú el más
pequeño de mis hijos, que Yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del
verdadero Dios por quien se vive, el Creador de las personas, el Dueño de lo
que está cerca, el Dueño del cielo y el Dueño de la tierra. Mucho quiero, mucho
deseo, que aquí me levanten mi casita sagrada, para en ella mostrar y dar todo
mi amor, misericordia, auxilio y defensa, —pues Yo soy vuestra cariñosa Madre—,
a ti, a todos vosotros los moradores de esta tierra y a los demás que me amen,
me invoquen y en mí confíen; aquí oiré sus lamentos y aliviaré todas sus miserias,
penas y dolores.
Para
realizar lo que mi clemencia pretende vete a México, al palacio del obispo, y
le dirás que Yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo: Que aquí en el
llano me edifique un templo; le contarás detalladamente cuanto has visto y admirado
y cuanto has oído. Ten por seguro que te lo agradeceré bien y te lo pagaré,
porque te haré feliz y recompensaré el trabajo y empeño con que vas a procurar
lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño;
anda y pon todo tu esfuerzo.
Al punto se inclinó
delante de Ella y le dijo:
—Señora mía, ya voy a
cumplir tu mandato, como humilde siervo tuyo; ahora me despido de ti.
Luego bajó para ir a
hacer su encargo, y salió a la calzada que viene en línea recta a México.
Entrando en la ciudad,
sin dilación se fue derecho al palacio del obispo, el que muy poco antes había
venido y se llamaba don fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco.
Apenas llegó, trató de
verle; rogó a sus criados que fueran a anunciarle; y pasado un buen rato,
vinieron a llamarle, que había mandado el obispo que entrara.
Cuando entró, se inclinó
y arrodilló delante de él; en seguida le dio el recado de la Señora del Cielo;
y también le dijo cuanto vio y oyó.
Después de escuchar toda
su plática y su recado, pareció no darle crédito; y le respondió:
—Vuelve otra vez, hijo
mío, y te oiré más despacio; examinaré tu asunto desde el principio y veré con
qué intención has venido.
El salió y se fue
triste, porque no había conseguido nada con su mensaje.
En el mismo día se
volvió, yendo derecho a la cumbre del cerrillo y se encontró con la Señora del
Cielo, que le estaba esperando, allí mismo donde la vio la vez primera.
Al verla, se postró
delante de Ella y le dijo:
—Señora, la más pequeña
de mis hijas, Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandato; aunque
con dificultad entré donde está sentado el obispo; le vi y expuse tu mensaje,
así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con atención; pero por
lo que contestó me pareció que no me ha creído, porque me dijo: «Vuelve otra
vez y te oiré más despacio, examinaré tu asunto desde el principio y veré con
qué intención has venido». Comprendí muy bien que piensa es invención mía que
Tú quieres que aquí te hagan un templo y que no es orden tuya; por lo cual te
ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales,
conocido, respetado y estimado, le encargues que lleve tu amable aliento, tu
amable palabra, para que le crean; porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel,
soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y Tú, Niña
mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no
ando y donde no paro. Perdóname que te cause tanta tristeza y caiga en tu
enojo, Señora y Dueña mía.
Le respondió la
Santísima Virgen:
—Oye, hijo mío; el más pequeño, ten
entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar
que lleven mi aliento, mi palabra, y hagan mi voluntad; pero es de todo punto
preciso que tú mismo vayas, ruegues, y que por tu mediación se cumpla mi
voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que
otra vez vayas mañana a ver al obispo. Háblale en mi nombre y hazle saber por
entero mi voluntad: que tiene que construir el templo que le pido. Y otra vez
dile que Yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía.
Respondió Juan Diego:
—Señora mía, Reina, Niña
mía, yo no quiero disgustarte; de muy buena gana iré a cumplir tu aliento, tu
palabra; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino. Iré
a hacer tu voluntad; pero quizás no seré escuchado con agrado; o si me escucha
no me creerá. Mañana por la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a traerte la
respuesta que me dé el obispo a tu mensaje. Ya me despido de ti, hija mía, la
más pequeña, mi Niña y Señora. Descansa entre tanto.
Luego se fue él a
descansar a su casa.
Al día siguiente,
domingo, muy de madrugada, salió de su casa y se vino derecho a Tlatilolco, a
oír Misa y asistir a la doctrina. Después, casi a las diez, cuando se acabó de
pasar lista, y se dispersó la gente, en seguida se fue Juan Diego al palacio
del obispo.
Apenas, llegó, insistió
en verle; y aunque tuvo que esperar mucho, otra vez le vio; se arrodilló a sus
pies; se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora del Cielo;
que ojalá que creyera su mensaje, y el deseo de la Inmaculada, de erigirle su
templo donde manifestó que lo quería.
El obispo, para
cerciorarse le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era; y él refirió todo
perfectamente al obispo. Sin embargo, aunque explicó con precisión la figura de
Ella y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser Ella la
siempre Virgen Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin
embargo, no le dio crédito y dijo que no solamente por su palabra y ruego se
había de hacer lo que pedía; que además era muy necesaria alguna señal para que
se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del Cielo.
Así que le oyó, dijo
Juan Diego al obispo:
—Señor, dime cual ha de
ser la señal que pides; que iré en seguida a pedírsela a la Señora del Cielo
que me envió acá. Viendo el obispo que ratificaba todo sin dudar, ni retractar
nada, le despidió. Mandó inmediatamente a dos personas de su casa, en quienes
podía confiar, que le fueran siguiendo y vigilando mucho a dónde iba y a quién
veía y hablaba. Así se hizo.
Juan Diego se fue
derecho y caminó por la calzada; los que venían tras él, donde pasa la
barranca, cerca del puente del Tepeyac, le perdieron; y aunque le buscaron por
todas partes, en ninguna le vieron. Así es que regresaron, no solo cansados,
sino también despechados porque no habían conseguido su intento.
Eso fueron a informar al
obispo, inclinándole a que no le creyera: le dijeron que le engañaba; que
inventaba lo que venía a decir, o que decía y pedía lo que únicamente había
soñado; en resumen, que si otra vez volvía, le cogiese y castigase con dureza,
para que nunca más mintiera y engañara.
Entre tanto, Juan Diego
estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del obispo;
la que oída por la Señora, le dijo:
—Bien está, hijo mío, volverás aquí
mañana para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso te creerá y
ya no dudará ni sospechará de ti; y sábete, hijito mío, que Yo te pagaré tu
interés y el trabajo y cansancio que por Mí has tenido; ea, ahora vete; que
mañana te espero aquí.
Al día siguiente, lunes,
cuando debía llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió.
Porque cuando llegó a su casa, un tío suyo, llamado Juan Bernardino, se había
puesto enfermo y estaba grave. Lo primero fue a llamar a un médico, quien le
auxilió; pero ya era tarde, ya estaba muy grave. Por la noche, le rogó su tío
que de madrugada saliera y viniera a Tlatilolco a llamar a un sacerdote, que fuera
a confesarle, y disponerle, porque estaba seguro de que iba a morir, y de que ya no se
levantaría ni sanaría.
El martes, muy de
madrugada, fue Juan Diego al convento de Tlatilolco a llamar al sacerdote; y
cuando iba llegando al camino que sube de la ladera al cerrillo del Tepeyac,
hacia poniente, por donde tenía costumbre de pasar, dijo: «Si voy derecho, no
sea que me vaya a ver la Señora y me detenga para que lleve la señal al obispo,
según me anunció. Antes, que se acabe este problema, y llame yo de prisa al
padre; mi pobre tío lo está esperando».
Dio vuelta al cerro y pasó al otro
lado, hacia oriente, para llegar pronto a México y que no le detuviera la
Señora del Cielo. Pensó que por donde dio la vuelta, no podía verle la que está
mirando a todas partes.
La vio bajar de la
cumbre del cerrillo y que estaba mirando hacia donde él la veía. Salió a su
encuentro a un lado del cerro y le dijo:
—¿Qué hay, hijo mío, el más pequeño?,
¿a dónde vas?
Se quedó él confuso,
avergonzado y asustado, e inclinándose delante de Ella la saludó diciéndole:
—Niña mía, la más
pequeña de mis hijas, Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido?,
¿sientes bien tu amado cuerpecito, Señora mía, Niña mía? Voy a darte un
disgusto: sabe, Niña mía, que está muy malo un pobre siervo tuyo, mi tío; le ha
dado la peste, y está para morir. Ahora voy corriendo a tu casita de México a
llamar a uno de los amados de Nuestro Señor, nuestros sacerdotes, que vaya a
confesarle y disponerle; porque desde que nacimos, venimos a aguardar el
trabajo de nuestra muerte. Pero después que vaya, volveré otra vez aquí, para
ir a llevar tu mensaje, Señora y Niña mía, perdóname; ten ahora paciencia; no
te engaño, hija mía, la más pequeña; mañana vendré á toda prisa.
La piadosísima Virgen
oyó sonriente a Juan Diego, y le respondió:
—Oye y ten entendido, hijo mío, el más
pequeño, que no es nada lo que te asusta y entristece; no se turbe tu corazón;
no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad o angustia. ¿No estoy Yo
aquí que soy tu Madre?, ¿no estás bajo mi sombra?, ¿no soy Yo tu salud?, ¿no
estás en mi regazo? ¿Qué más necesitas? No te apene ni te inquiete nada; no te
aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: puedes estar
seguro de que ya sanó.
Y entonces sanó su tío,
según después se supo.
Cuando Juan Diego oyó
estas palabras de la Señora del Cielo, se consoló mucho y quedó contento. Le
rogó que cuanto antes le enviara a ver al obispo, a llevarle alguna señal y
prueba, para que le creyera.
La Señora del Cielo
entonces le dijo:
—Sube, hijo mío, el más pequeño, a la
cumbre del cerrillo; allí donde me viste y te hablé. Hallarás que hay
diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y tráelas a
mi presencia.
Al punto subió Juan
Diego al cerrillo: y cuando llegó a la cumbre, se asombró mucho de que hubieran
brotado tantas variadas y exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que
se dan, porque era época de heladas. Estaban muy fragantes y llenas del rocío
de la noche, que semejaba perlas preciosas. En seguida empezó a cortarlas; las
juntó todas y las echó en su regazo.
La cumbre del cerrillo
no era lugar en que se dieran ningunas flores, porque tenía muchos riscos,
abrojos, espinas, nopales y mezquites; y si se solían dar hierbecillas,
entonces era el mes de diciembre, en que todo lo queman y echan a perder las
heladas.
Bajó inmediatamente y
trajo a la Señora del Cielo las diferentes rosas que cortó. La cual así como
las vio, las cogió con su mano y otra vez se la echó en el regazo, diciéndole:
—Hijo mío, el más pequeño, esta
diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo. Le dirás en mi
nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi
embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del
obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo:
dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrillo para cortar flores; y todo lo
que viste y admiraste, para que puedas convencer al obispo que dé su ayuda, a
fin que se construya el templo que he pedido.
Después de que la Señora del
Cielo le dio su encargo se puso en camino por la calzada que viene derecha a
México, ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo que
portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos, y gozándose
en la fragancia de las variadas y hermosas flores.
Al llegar al palacio del
obispo, salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del prelado. Les
rogó que le dijeran que deseaba verle; pero ninguno de ellos quiso, haciendo
como que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían y
los molestaba, pues era importuno; y, además, ya les habían informado sus
compañeros que le perdieron de vista cuando habían ido siguiéndole. Largo rato
estuvo esperando.
Cuando vieron que hacía
mucho que estaba allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era
llamado; y que al parecer traía algo que llevaba en su regazo, se acercaron a
él, para ver lo que traía.
Viendo Juan Diego que no
les podía ocultar lo que traía, y que por eso le habían de molestar, empujar o
aporrear, descubrió un poquito que eran flores; y al ver que todas eran
diferentes rosas de Castilla, y que no era entonces el tiempo en que se dan, se
asombraron muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, tan
abiertas, tan fragantes y tan preciosas.
Intentaron coger y sacarle algunas; pero
no tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron a tomarlas; no tuvieron
suerte, porque cuando iban a cogerlas, ya no veían verdaderas flores, sino que
les parecían pintadas o. tejidas o cosidas en la manta.
Fueron luego a decir al
obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indito que tantas veces
había venido; el cual hacía mucho que por eso aguardaba, queriendo verle.
Al oírlo, el obispo cayó
en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se convenciera y cumpliera
lo que solicitaba el indito. En seguida mandó que entrara a verle. Cuando
entró, se arrodilló delante de él, como las otras veces, y contó de nuevo todo
lo que había visto y admirado, y también su mensaje. Dijo: —Señor, hice lo que me
ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María,
preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de
hacer el templo donde Ella te pide que lo construyas; y además le dije que yo
te había dado mi palabra
de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad. Accedió a
tu recado y acogió benignamente lo que pides; alguna señal y prueba para que se
cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le
pedía la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al
punto lo cumplió: me mandó a la cumbre del cerrillo, donde antes la había
visto, a que fuese a cortar varias rosas de Castilla. Después que fui a
cortarlas, las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi
regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía
bien que la cumbre del cerrillo no es lugar en que se den flores, porque sólo
hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé.
Cuando iba llegando a la cumbre del cerrillo, vi que estaba en el paraíso,
donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de Castilla, brillantes
de rocío, que en seguida fui a cortar. Ella me dijo por qué te las había de
entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su
voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje.
Aquí están: recíbelas.
Desplegó entonces su
blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y cuando se esparcieron por
el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció
de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios,
de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyac, que se nombra
Guadalupe.
Luego que la vio el
obispo, él y todos los que allí estaban se arrodillaron: la admiraron mucho; se
levantaron: se entristecieron y acongojaron mostrando que la contemplaban con
el corazón y el pensamiento.
El obispo con lágrimas
de tristeza oró y le pidió perdón de no haber puesto en obra su voluntad y
mandato. Cuando se puso en pie, desató de detrás del cuello de Juan Diego el
nudo de la manta en la que se dibujó y apareció la Señora del Cielo. Luego la
llevó y fue a ponerla en su oratorio.
Aquel día el obispo detuvo
a Juan Diego en su palacio. Al día siguiente le dijo: «¡Ea!, a mostrar dónde es
la voluntad de la Señora del Cielo que le erijan su templo». Inmediatamente se
invitó a todos para hacerlo.
No bien Juan Diego
señaló dónde había mandado la Señora del Cielo que se levantara su templo,
pidió permiso para irse. Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan
Bernardino; el cual estaba muy grave cuando le dejó y vino a Tlatilolco a
llamar a un padre, que fuera a confesar y disponerle, y le dijo la Señora del Cielo
que ya había sanado. Pero no lo dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su
casa.
Al llegar, vieron a su
tío que estaba muy contento y que nada le dolía. Se asombró mucho de que su
sobrino llegara acompañado y tratado con tanto respeto. Le preguntó la causa de
que así lo hicieran. Le respondió su sobrino que, cuando partió a llamar al
padre que le confesara y dispusiera, se le apareció en el Tepeyac la Señora del
Cielo, la cual diciéndole que no se afligiera, que ya su tío estaba bueno, con
lo cual se alegró mucho, le envió a México, a ver al obispo para que le
edificara una casa en el Tepeyac.
Manifestó su tío ser
cierto que entonces le curó y que él también la vio del mismo modo en que se
apareció a su sobrino; sabiendo por Ella que le había enviado a México a ver al
obispo. También entonces le dijo la Señora que, cuando él fuera a ver al
obispo, le revelara lo que vio y de qué manera milagrosa le había Ella sanado;
y que su bendita imagen, se había de llamar la siempre Virgen Santa María de
Guadalupe.
Trajeron luego a Juan
Bernardino a presencia del obispo para que le informase y atestiguase delante
de él. A ambos, a él y a su sobrino, los hospedó el obispo en su palacio
algunos días, hasta que se erigió el templo de la Reina en el Tepeyac, donde la
vio Juan Diego.
El obispo trasladó a la
iglesia mayor la santa imagen de la amada Señora del Cielo: la sacó del
oratorio de su palacio, donde estaba, para que toda la gente viera y admirara
su bendita imagen. La ciudad entera se conmovió: venía a ver su bendita imagen,
y a hacerle oración. Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por milagro
divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa imagen.
La manta en que
milagrosamente se apareció la imagen de la Señora del Cielo, era el abrigo de
Juan Diego: ayate un poco tieso y bien tejido. Porque en aquel tiempo era de
ayate la ropa y abrigo de todos los pobres indios; sólo los nobles, los
principales y los valientes guerreros, se vestían y ataviaban con manta blanca
de algodón.
El ayate ya se sabe, se
hace de ichtli, que sale del maguey. Este precioso ayate en que se apareció la
siempre Virgen nuestra Reina es de dos piezas, pegadas y cosidas con hilo
blando. Es tan alta la bendita imagen, que empezando en la planta del pie,
hasta llegar a la coronilla, tiene seis jemes y uno de mujer.
Su hermoso rostro es muy
grave y noble, un poco moreno. Su precioso busto aparece humilde; están sus
manos juntas sobre el pecho, hacia donde empieza la cintura. Es morado su
cinto. Solamente su pie derecho descubre un poco la punta de su calzado color
ceniza. Su ropaje, en cuanto se ve por fuera, es de color rosado, que en las
sombras parece bermejo; y está bordado con diferentes flores, todas en botón y bordes dorados. Prendido
en su cuello está un anillo dorado, con rayas negras al derredor de las
orillas, y en medio una cruz. Además de adentro asoma otro vestido blando y
suave, que ajusta bien en las muñecas y tiene deshilado el extremo. Su velo,
por fuera, es azul celeste; sienta bien en su cabeza; no cubre nada de su
rostro; y cae hasta sus pies, ciñéndose un poco por el medio; tiene toda la
franja dorada, que es algo ancha, y estrellas de oro por todo él, las cuales
son cuarenta y seis. Su cabeza se inclina hacia la derecha; y encima, sobre su
velo, está una corona de oro de figuras estrechas hacia arriba y anchas abajo. A sus pies
está la luna, cuyos cuernos miran hacia arriba. Se yergue exactamente en medio
de ellos y de igual manera aparece en medio del sol, cuyos rayos la siguen y
rodean por todas partes. Son cien los resplandores de oro, unos muy largos, otros
pequeñitos y con figuras de llamas: doce circundan su rostro y cabeza; y son
por todos cincuenta los que salen de cada lado. Junto a ellos, al final, una
nube blanca rodea los bordes de su vestidura.
Esta preciosa imagen,
con todo lo demás, está sobre un ángel, del cual se ve sólo medio cuerpo, hasta
la cintura; hacia abajo está como metido en la nube. Los extremos del vestido y
del velo de la Señora del Cielo, que caen muy bien en sus pies, por ambos lados
los coge con sus manos el ángel, cuya ropa es de color bermejo, con un cuello
dorado, y cuyas alas desplegadas son de ricas plumas, largas y verdes, y de
otras diferentes. La van llevando las manos del ángel, que, al parecer, está
muy contento de conducir así a la Reina del Cielo. (Hasta aquí el Nican Mopohua).
Los personajes
Hacia 1474 nacía en
Cuautitlán (al norte de la ciudad de México), un indio macehualli, es decir,
del pueblo, que no era ni noble, ni sacerdote, ni guerrero, ni funcionario, ni
comerciante, ni artesano; su nombre fue Cuauhtltóhuar (que habla como un
águila), hasta que en el 1525 tomó el nombre de Juan Diego, al bautizarse en
unión de su mujer y de un tío, desde entonces María Lucía y Juan Bernardino.
Según el historiador Alva, escuchando a los franciscanos el valor de la
castidad, desde entonces vivieron castamente (no se sabe que antes tuvieran
hijos). María Lucía murió en 1529. Juan Diego vivía con su tío Juan Bernardino.
Después de las apariciones, cuando tenía 57 años, fue a la nueva ermita, de la
cuidó hasta su muerte en 1548, a los 74 años. Repetidas veces se ha tratado de
su beatificación, buena prueba de la vida religiosa que llevó, y fue una de las
primeras familias convertidas. El mismo año 1548 murió, a los 80 años de edad,
fray Juan de Zumárraga, franciscano, natural de Durango (Vizcaya), varón austero y piadoso,
nombrado primer obispo de México en 1527. Antes que ellos, pero con 84 años,
moría el 15 de mayo de 1544 Juan Bernardino, que cuando se le apareció la
Virgen tenía 72.
La imagen
El vestido de los indios
macehualli, que iban descalzos, era simplemente un taparrabos (una especie de
banda o faja que se metía entre las piernas y ceñía la cintura, cayendo un
extremo por delante y otro por detrás), aunque muy pronto aceptaron los
calzones españoles, y es muy probable que siendo ya seis años cristiano, Juan
Diego los usase. Usaban además la tilma (en náhuatl «tilmatl» = capa) o manta;
la suya medía, y mide, exactamente 1,66 metros por 1,05. Se la anudaban al
cuello, probablemente por la parte más ancha cuando se envolvían en ella contra
el frío y les llegaba a la rodilla, o por la parte más estrecha para que les
cayera por la espalda hasta los pies. Así la debía llevar Juan Diego, anudada al cuello,
pero por detrás, para que cayese por delante y envolver en ella las rosas milagrosas,
y caída por delante sirvió de placa fotográfica, —en el instante de caerse las
flores al ser extendida— para
la fotografía más prodigiosa de la historia (algo parecido ocurrió en la Sábana
de Turín, pero ésta es sólo un negativo en blanco y negro, aunque de valor
superior a todos los positivos juntos).
La fotografía, más que
pintura, de la Virgen, sin duda la hizo un ángel, sin necesidad de máquina ni
pinceles. Por ellos, «poderosos ejecutores de las órdenes divinas» (Sal 102),
obra Dios, como aparece en numerosos ejemplos bíblicos.
La tilma era de «ayatl»
o ayate, tejido hecho de «ichtli» o fibra de maguey, planta de pencas verdes
carnosas, con espinas a los lados y en la punta, muy corriente en España, donde
se la llama pita, es una especie de cactus, se emplea también en los jardines;
hay diversas variedades; la de la tilma que referimos es exactamente: Agave
popotule Zace. El ayate es un tejido burdo, de color crudo natural, ningún
pintor lo hubiera elegido como lienzo; además su duración es muy limitada, no
más de veinte años.
La altura de la imagen
de la Virgen, de la cabeza a los pies, es de 1,43 metros, «6 jemes y 1 de
mujer», según dice Nican Mopohua
(como una cuarta es la distancia entre los extremos del dedo pulgar y meñique
estando la mano abierta, un jeme es la distancia entre los extremos del dedo
pulgar e índice, unos 20 cm.;
el jeme de mujer es un poco más pequeño que el del hombre).
La imagen de la Virgen
está vista en espejo, pues por el estudio de los pliegues éstos están
aplastados, como respondiendo a una técnica de estampación o contacto, con una
presión muy suave. (Cfr. Descubrimiento de un busto humano en los ojos de la
Virgen de Guadalupe, Carlos Salinas, 2.a ed. México 1980, pg. 79 s.).
La
imagen ha sido retocada en varias ocasiones. Basta
comparar fotografías de gran calidad que se le hicieron en 1923, con otras
encargadas por la autoridad eclesiástica en 1930: ha sido modificado el rostro,
el de 1923 era más claro; lo han afeado añadiéndole una papada, sombreando los
ojos, que así parecen desorbitados; alargando la nariz, pintando de rojo los
labios, ahora grandes
y desproporcionados, oscureciendo el cabello, y dejándole como tieso, alisando
el perfil del rostro, que ha perdido su exquisito contorno.
En 1926, a causa de la terrible
persecución religiosa, los obispos decidieron cerrar todos los templos el 1 de
agosto, excepto el de Guadalupe, pero la imagen auténtica el 31 de julio fue
sustituida en secreto por una copia hasta junio de 1929. La familia Murguía la guardó. ¿Quién,
cuándo y por qué la retocó?
Ya había sido también
retocada otras veces. Según descripciones anteriores a 1838, y en la copia que
ese año sacó el pintor J. Corral para el ayuntamiento de S. Luis de Potosí,
cubría la cabeza de la Virgen una corona de diez rayos o puntas de oro, la cual
en 1883, cuando el P. Gonzalo Carrasco, S.J., hizo una nueva copia, había
desaparecido por completo.
Otro jesuita, el P. Francisco
de Florencia, en un libro La estrella del Norte de México (1668), dice:
«Pareció a los que cuidaban de su culto, que sería bien adornarla de
querubines, alrededor de los rayos de sol... Así se ejecutó, pero en breve
tiempo se desfiguró todo lo sobrepuesto..., de suerte que se vieron obligados a
borrarlo..., por esto parece que de algunas partes alrededor de la imagen,
están saltados los colores». El P. Vargas (o.c.) decía asimismo, que también
las estrellas doradas del manto parecían añadidas.
El P. Miguel Sánchez en
su libro Imagen de la Virgen de Guadalupe (1648) habla también, y defiende, los
añadidos hechos para cubrir los deterioros en la parte de la tilma no
recubierta por la imagen original (razón no válida, porque la tilma no se
deteriora, como veremos).
Es extraño y curioso ese
afán de mejorar la imagen de la Virgen enmendando la plana al pintor
sobrenatural, teniendo además en cuenta que el color original se conservaba
perfectamente. Tal vez se pretendió cubrir la suciedad lateral dejada por miles
de manos que la tocaron.
La mayor sorpresa y
hallazgo de retoques fueron debidos a los científicos norteamericanos y
miembros del equipo de la NASA, Jody Brant Smith y Philip Serna Callagan.
Gracias a la avanzada tecnología (película infrarroja y filtros en los focos de
luz) y a los rayos infrarrojos que atraviesan y distinguen pigmentos opacos e
iguales a la luz natural, descubrieron, según su informe de 1981, que a la
imagen original fueron añadidos posteriormente: el lazo del oculto ceñidor, el
broche del cuello con la cruz negra, la luna (negra, que se ha ido volviendo
grisácea, como el lazo) símbolo de la Inmaculada, el ángel, el pliegue
horizontal de la parte inferior de la túnica (al estilo azteca), las nubes
blancas, los dorados: rayos solares que rodean a la imagen, 46 estrellas en el
manto, azul, fimbria u orla del manto, y arabescos de la túnica rosa. (Habría que revisar lo de
las estrellas y orla de oro, pues además de ser lo característico de esta
imagen, en algún caso privado no hecho público, se ha aparecido con ellas,
aunque sin los otros añadidos; y cambiados los lados, es decir, confirmando que
la figura en la tilma está en espejo). Estos dorados son típicos del gótico
español del siglo XVI, y debieron, ser hechos muy pronto, antes del Nican Mopohua,
pues éste ya los describe. Y el 8 de septiembre de 1556, fray Francisco de
Bustamante, famoso predicador y provincial de los franciscanos, habló desde el
púlpito ardientemente contra la imagen de la Virgen de Guadalupe, atribuyéndola
a Marcos, conocido pintor indio de entonces, muy alabado por el historiador
Bernal Díaz del Castillo. Tal vez lo que había de verdad era que éste la
retocó. Smith y Callagan dicen benévolamente de los retoques: «Añaden un
elemento humano que es a la vez encantador y edificante. En conjunto su efecto
es fascinante: como por arte de magia, las decoraciones acentúan la belleza de
la original y elegantemente retratada Virgen María; es como si Dios y el hombre
hubieran trabajado juntos para crear una obra maestra». Sin embargo los
añadidos se van deteriorando con el tiempo.
Otros, respecto a ellos
opinan todo lo contrario, que sería preferible hacer una restauración a fondo,
limpiando a la imagen de todo lo superpuesto. Al menos la cara y las manos sí
parece agradarían más tal y como las dejó su autor sobrenatural.
Fenómenos inexplicables
Además del hecho
histórico ya narrado de la aparición repentina de la prodigiosa imagen, hay una
serie de fenómenos inexplicables:
DURACION
DE LA TILMA: El ayate, tejido de fibra de
maguey, tiene una duración de unos veinte años; pero en el caso de la tilma
guadalupana no sólo perdura por más de 450 años, sino que está
extraordinariamente suave, hasta el punto que durante muchos años los expertos
pensaban que era una palma silvestre que da un tejido más suave.
Más aún: en 1791,
limpiando el marco con agua fuerte, ésta cayó en la parte superior de la tilma,
a la derecha del observador. El tejido debía haberse destruido, sin embargo
sólo quedó una mancha amarillenta, ¡que con el tiempo va desapareciendo, como
si la tilma ella sola se fuese regenerando, al igual que los seres vivos!
LA PINTURA: Según
los análisis de las fibras, hechos en 1936 por el doctor alemán Ricardo Kuhn,
premio Nobel de química en 1938, en dichas fibras, una roja y otra amarilla, no
existen colorantes vegetales, ni animales, ni minerales. Esto lo ha confirmado
el estudio Smith-Callagan, respecto de la imagen original, a diferencia de los
añadidos. Además no se dio a la tela preparación o aparejo alguno, según se
acostumbra y es necesario para que agarre bien la pintura.
Ya en 1775, el Dr. José
Ignacio Bartolache y Díaz de Posada (fundador de «El Mercurio Volante», primera
revista médica editada en América) publicó en «La Gaceta de México» su propósito de investigar la
inexplicable lozanía de la imagen. Para ello hizo tejer por indios cuatro
ayates, dos de maguey y dos de palma silvestre. No consiguió igualaran a la
tilma, pero escogiendo el mejor, y los mejores pintores, mandó hiciesen dos
copias lo más exactas posibles de la Virgen de Guadalupe. Tampoco fueron las
copias perfectas, aunque sí muy bellas. Una regaló a las religiosas de la
Enseñanza, y no se sabe más de ella. Otra se colocó protegida por dos cristales
en 1789 en la capilla del Pocito, en la falda del cerro del Tepeyac. Ya en 1796
hubo que retirarla del altar, totalmente descolorida y saltada la pintura,
después desapareció.
Y sin embargo el
original se sigue conservando como recién pintado (pintado o lo que sea), a pesar
de haber estado expuesto, incluso sin cristal, 116 años a toda la humedad y salitre de
aquella región de lagos, a todo el humo de las velas, al polvo, a innumerables
insectos, al fervor de los fieles que lo besaban y tocaban con multitud de
objetos piadosos.
Incólume al tiempo y a
tantos elementos destructores, también lo fue a la explosión de una bomba en
1921. El 14 de noviembre,
un obrero, Luciano Térez, a las diez y media de la mañana dejó en el altar
mayor un ramo de flores: dentro escondía una carga de dinamita que estalló
minutos después. Los destrozos fueron tremendos en el altar, y hasta se
rompieron los cristales de las casas fuera de la basílica. En cambio al cuadro
de la Virgen no le pasó nada, incluso el cristal que debió quedar pulverizado,
permaneció intacto.
LA TECNICA: Ningún
pintor hubiera escogido para pintar un cuadro semejante tejido, más parecido a
tela de saco que a un lienzo. Además la tilma estaba hecha de dos pedazos, con
costura en el medio (que no afecta al rostro de la Virgen por estar inclinado
hacia su derecha). Pero lo notable, otro de los fenómenos inexplicables, es que
el artífice ha sido capaz de aprovechar todas las imperfecciones del tejido como elemento pictórico.
El
Dr. Rodrigo Franyutti, uno de los investigadores de la imagen de Guadalupe,
dice en su estudio El
verdadero y extraordinario rostro de la Virgen de Guadalupe: Para
dar luminosidad y volumen a un rostro por lo menos hay que utilizar dos
colores, uno claro y otro oscuro para las sombras. Pero en el rostro de la
Virgen no hay una sola sombra pintada. Las cejas, el borde de la nariz, la boca y los ojos
no son otra cosa que la misma tela, carentes de todo color superpuesto con
todas sus manchas e irregularidades, pero utilizadas con tal maestría que
parecen perfiles extremadamente bien dibujados; todos los rasgos no son más que
aberturas de la tela, manchas e hilos gruesos. Por ejemplo, el perfil que forma
la nariz no es sino la misma tela que termina en un hilo grueso en lo que es la
punta de la nariz. Esos rasgos denotan una técnica superior a la humana, ya que
la forma con que han sido utilizadas las imperfecciones de la tela no tiene
explicación lógica: de lo burdo se obtuvo efectos delicados y de las manchas,
hoyos e hilos gruesos del ayate, unos rasgos finísimos, sin haber puesto un
gramo de pintura sobre ellos.
A su vez, el informe
Smith-Callagan afirma: «Una de las maravillosas e inexplicables técnicas
empleadas para dar realismo a la pintura, radica en la forma como se aprovecha
la tilma, no preparada (con ausencia de plaste o empaste), para dar al rostro
una profundidad y apariencia de vida. Esto es evidente, sobre todo en la boca,
donde un fallo de un hilo del ayate sobresale del plano de éste y sigue a la
perfección el borde superior del labio. Otras burdas imperfecciones del mismo
tipo se manifiestan bajo el área clara de la mejilla izquierda y de la derecha
y debajo del ojo derecho. Considero imposible que cualquier pintor humano hubiera escogido una
tilma con fallos en su tejido y situados de tal forma que acentuaran las luces
y las sombras para dar un realismo semejante. ¡La posibilidad de una
coincidencia [tan múltiple} es mucho más que inconcebible!
Lo verdaderamente
extraordinario del rostro y de las manos es su calidad de tono, que es un
efecto físico de la luz reflejada, tanto por la tosca tilma como por la pintura
misma. Es un hecho indiscutible que si la imagen se mira de cerca queda uno
decepcionado por lo que al relieve y al colorido del rostro se refiere. (En las
fotografías tomadas de cerca, el rostro aparece desprovisto de perspectiva,
plano y tosco en su ejecución). Pero contemplándolo desde unos dos metros
parece como si el gris y el aparentemente aglutinado pigmento blanco del rostro
y manos, se combinasen con la superficie para «recoger» la luz y refractar
hacia lo lejos el tono oliva del cutis. Técnica semejante parece ser un logro
imposible para las manos humanas, aunque la naturaleza nos la ofrece con
frecuencia en la colocación de las plumas de las aves, en las escamas de las
mariposas..., [es decir, según explican, no reflejan la luz los diversos
pigmentos, sino que la descomponen].
Al alejarse brota como
por encanto la abrumadora belleza de la Señora. Es la cara de tal belleza y de
ejecución tan singular, que resulta inexplicable para el estado actual de la
ciencia». Sobre esta belleza de la Virgen, que tanto impresiona a los
científicos Smith y Callagan, el Dr. Amado Jorge Kuri, eminente cirujano y
especialista en medicina interna, quien también ha estudiado de cerca la
imagen, dice: «En mi larga vida como profesional he tenido oportunidad de ver a
miles de seres humanos, de todas clases y condiciones, pero jamás tropecé con
uno tan delicado y sugerente». Que esta especial belleza, atestiguada por
muchos, no aparezcan en las reproducciones se explica en parte por los citados
retoques, y por su especial técnica analizada de descomposición de la luz, que
difícilmente puede captar la fotografía. Quizás algún día se pueda obtener una
fotografía perfecta del original sin retoques. Aunque éstos han podido
confundir incluso a Smith y Callagan, pero lo más exacto parece ser que los rasgos
de la imagen no representan una joven india, sino judía; incluso la vestimenta
lo es.
Para decirlo todo
indicaremos también que varios médicos han apuntado la idea que la Stma. Virgen
aparenta como estar embarazada de unos tres meses (sería en la época del
nacimiento de S. Juan Bautista); con el Niño Jesús no en sus brazos sino en su
seno. Curiosamente ya el maestro Alfonso Junco decía: «Quiso visitarnos, como
hubiera visitado a su prima Sta. Isabel en su gravidez, cuando estas tierras
estaban grávidas de Cristo, y aceleró el nacimiento de El».
LOS OJOS: El
último de los prodigiosos fenómenos descubiertos, es el contenido de los ojos,
filigrana técnica del genial artífice, que no solamente no la pintaron manos
humanas, sino que les hubiera sido absolutamente imposible hacerlo a los
hombres del siglo XVI, con los conocimientos de la época.
En 1929 el fotógrafo
oficial de la basílica, Alfonso Marcué González, descubrió que los ojos de la
Virgen reflejaban el busto de un hombre con barba, pero el abad de la basílica
no quiso que se dijese nada, quizás por la persecución religiosa de entonces.
En 1951 José Carlos Salinas Chávez, dibujante, noticioso del fenómeno, lo
examinó de nuevo, insistió con el citado abad y con el arzobispo, se hizo
público el hallazgo y comenzó el análisis científico por los oculistas de mayor
prestigio con lupas y oftalmoscopios de gran potencia. No se puede dudar, como
descubrió en 1956 el Dr. Rafael Torija Lavoignet: reflejan una imagen según la
ley óptica Purkinje-Samsom. Esta dice que un objeto colocado 35 ó 40 cm., enfrente del ojo,
produce en él tres imágenes: una en la cara exterior de la córnea (delante del
iris), otra más pequeña en la cara exterior del cristalino (lente que está
detrás de la pupila o abertura del iris) y la tercera, aún mejor e invertida,
en la cara interior del cristalino.
Esas tres imágenes de un
busto de hombre con barba se pueden apreciar en el ojo derecho de la imagen; en
el ojo izquierdo aparece sola la primera imagen, más externa en la córnea,
debido a que el objeto está menos de frente al ojo, y por ello no produce las
otras dos imágenes. Desde el punto de vista óptico la diversidad, colocación,
curvatura y enfoque de las imágenes en ambos ojos es perfecta: la del ojo
izquierdo algo desenfocada, por estar más lejos del hombre con barba. ¡Ya esta
perfección anatómica supera toda técnica humana!
Además, según testimonio
unánime de los oftalmólogos, al iluminar el ojo el iris se hace brillante,
dando la impresión de ser un ojo vivo, y la pupila de ser algo hueco. Este
efecto de vida, y tridimensional en la mancha negra de la pupila, por supuesto
no se encuentra en ningún otro cuadro del mundo, ni es posible conseguirlo con
ninguna pintura.
Los ojos están
ligeramente inclinados hacia la derecha y hacia abajo. Es tal su realismo, que
el Dr. Enrique Graue, absorto en su observación, olvidó que estaba ante un
cuadro y le dijo, como a uno de sus pacientes: «Por favor, mire un poco para
arriba». Su color es verde tirando a marrón, como verde amarillento.
MÁS FIGURAS: El
profesor José Aste Tonsmann, peruano, es especialista en procesos de
digitalización de imágenes en el Centro Científico de IBM de México. Mediante
complicados aparatos y computadoras la luz que refleja una fotografía es
convertida en impulsos eléctricos y éstos reducidos a números (dándole el
número que le corresponde, según sus características, a cada cuadradito o
dígito en que se divida la imagen, y llegan a ser 28.000 por cada milímetro cuadrado)
y luego al reconstruirla puede ser ampliada hasta 2.500 veces su tamaño (una
foto carnet cuadrada, que tenga 5 cm., de lado, puede convertirse en un cuadro
de 2 metros y medio de lado); además la computadora puede distinguir más de 250
tonos grises, mientras el ojo humano no más de 40. Esta técnica se emplea sobre
todo para la retrasmisión y análisis
de fotografías hechas por los satélites artificiales: es posible también
arreglar la foto si está desenfocada, aplicarle filtros, quitarle manchas...
Pues bien, el Dr.
Tonsmann, buen católico, interesado por la Virgen de Guadalupe aplicó a sus ojos, en 1979, este
procesamiento de imágenes. En el centro de las pupilas de ambos ojos —y algo
diferentes en cada uno, como ocurre en la realidad—, se han detectado: una
figura de rasgos indios sin barba, con un sombrero en forma de cucurucho el
cual extiende por delante una manta (sin duda Juan Diego), a su derecha un
rostro de hombre joven (se ha supuesto ser el traductor, por estar entre el
indio y el obispo; lo fue Juan González Sánchez, de veintitantos años, extremeño
llegado hacía tres años, que se ordenó de sacerdote en 1534), una cabeza de
anciano (del obispo Zumárraga por su edad, cráneo y nariz vasca, calvo con cerquillo al estilo
franciscano...), y a su derecha otro indio casi desnudo, sentado a la usanza azteca;
detrás de Juan Diego una cara de mujer, de rasgos negros, que mira el prodigio
(se confirmó después que el obispo tenía una esclava negra, a quien en su
testamento concedió la libertad). Naturalmente las computadoras también
analizaron al «hombre con barba», la cual acaricia con su mano derecha (no
tiene características indias, sería un español, quizás D. Sebastián Ramírez de
Fuenteleal, obispo de Sto. Domingo, que llegó a México en octubre de 1531 como
Presidente de la Audiencia de la Nueva España, —órgano de gobierno y judicial
compuesto entonces de cinco oidores de gran prestigio e integridad—; y muy
posiblemente se hospedase en la residencia del obispo Zumárraga). Debajo de las
cabezas de Zumárraga y del posible traductor, está un grupo familiar indígena:
una joven de perfil, parece que con un bebé a la espalda, a la derecha, frente
a ella, un hombre con sombrero, y entre ambos otro niño. El tamaño de estas
imágenes es más pequeño, por tanto debían estar más lejos, detrás de Zumárraga
y el traductor..., y tapados por los cuerpos de éstos, pero inexplicablemente,
en vez de verse los cuerpos de éstos, se ven los que estarían detrás.
En la tilma extendida
por Juan Diego no aparecen rosas ni imagen de la Virgen. Es decir: la tilma
retrató a la Virgen que estaba delante, y en cuyos ojos, antes de ser retratada
no podía reflejarse su retrato. Este tuvo que realizarse en una fracción de
segundo después que cayeron las rosas de la tilma.
Para acabar este
capítulo del contenido prodigioso de los ojos, baste decir que el tamaño de
todo el iris en la tilma ¡no pasa de ocho milímetros! Sin embargo, aún se
espera, con ayuda de las computadoras, reconstruir toda la escena en sus tres
dimensiones, con las medidas y distancia reales de los personales.
(Todos
los detalles de la imagen los trata profusamente, al modo periodístico
puramente informativo, «al margen de todo sentimiento religioso», J. J. Benítez
en su libro El misterio
de Guadalupe, Ed. Planeta, 1982).
¿La Virgen se nombró Guadalupe?
El virrey, D. Martín
Enríquez de Almanza escribía ya en 1575 a Felipe II: «Pusieron nombre a la
imagen: Ntra. Sra. de Guadalupe, por decir que se parecía a la de Guadalupe de
España». (Archivo General de Indias, 2-2-55-17). Afirmación insostenible, en primer
lugar porque no se parece en nada a la extremeña, la cual tiene al Niño en el
brazo izquierdo y un cetro en la mano derecha. Se ha buscado identificarla con
otra, de talla, que allí hay en el coro; pero también esta imagen tiene al Niño
en su brazo izquierdo, y los rayos de sol que la circundan, como la luna a sus
pies sostenida por un ángel, son precisamente los añadidos a, la imagen
mexicana, los cuales sí se pudieron inspirar en la talla del coro de Guadalupe,
también con corona, en aquella igualmente añadida y luego borrada.
El nombre de Guadalupe
fue pronto impugnado: por los Jerónimos, por los que se sentían mexicanos, por los eruditos.
Los Jerónimos recibían
muchas limosnas y legados desde América para su monasterio extremeño de
Guadalupe. Cuando se enteraron que había otra Virgen en México con el mismo
nombre, enviaron allá en 1574 un representante, fray Diego de Santa María, el
cual defendiendo a su monasterio afirma que la Virgen mexicana de Guadalupe
sólo se llamaba así desde hacía doce años (= 1562. También el virrey,
interviniendo en defensa de las limosnas que recibía el templo de México, decía
en su citada carta al rey, que el año 55 ó 56 había allí una ermitilla, donde
un ganadero recobró milagrosamente la salud, y por eso comenzó a crecer la
devoción y la pusieron el nombre de Guadalupe. Bien se ve la deficiente
información del virrey, parece increíble que no conociera el origen verdadero
de «la ermitilla». Valdrá su testimonio de que veinte años antes hubo un sonado
milagro, pero lo del cambio de nombre no tiene fundamento. Años antes aparece
ya «Guadalupe» en el Nican Mopohua.
España
envió muchos hombres eminentes y santos al Nuevo Mundo, y procuró por sus leyes
y gobernantes establecer la justicia, pero, como no podía ser menos, también fueron
otros con miras más bajas, al menos de volver ricos a su país. Esto
inevitablemente originó cierto antagonismo, también respecto a la Virgen del
Tepeyac. Los que se sentían mexicanos la consideraban, con razón, como algo
propio no importado, y decían (Informaciones
de 1666) que no se debía nombrar de Guadalupe, porque si en España
tenía ese nombre era por haberse aparecido en el lugar llamado Guadalupe, por
consiguiente se le debía dar el nombre de Tepeaquilla (así llamaban los
españoles al cerro Tepeyac).
En esta línea, los
eruditos avanzaron más, proponiendo una divertida hipótesis. El antes citado
Becerra Tanco (1675) empezó a especular que dada la dificultad de los indios en
pronunciar Guadalupe (aun hoy día pronuncian Cuatalupe, pues no tienen en su
lengua los sonidos g ni d) y la facilidad de los españoles para corromper los
enrevesados vocablos indios (de Quauhnráhuac: Cuernavaca, etc.), el nombre que
dio Juan Bernardino lo asimilaron los españoles a Guadalupe. ¡Qué mejor
sugerencia para la imaginación fecunda de los eruditos! Hay opiniones para
todos los gustos: la Virgen dijo: Coatlallope, que pudiera ser: la que aplasta
a la serpiente (simbolizada
para los indios en la media luna pisada..., ¡que es un añadido!); según
Becerra: Tequantlanopeuh = la que tuvo origen en la cumbre de las peñas; o
Tequantlaxopeuh = la que ahuyentó a los que nos comían (fieras); otros
propuesta Quauhtlalapan = tierra de árboles (pero aquel paraje no lo era);
Tlecuauhtlac peuh = la que viene volando de la luz como águila de fuego;
Coatlaloclapia = la que cuida a la serpiente diosa del agua. Basta ver el
significado, carente de sentido, de varias hipótesis para descartarlas.
Alguno,
con mentalidad moderna descolonizadora, refuerza esta especulación: erudita del
trastrueque fonético: ¡hubiera
sido cruel que en el colmo del partidismo la Virgen tomase un nombre de los
conquistadores! [3]
Bien, todo eso precioso,
y digno de un aplauso a los prestidigitadores. E bene trovato, sólo que..., non
e vero. En historia hay que buscar la veracidad de los hechos con los
argumentos positivos que encontremos, contra ellos nada valen las hipótesis: Hipótesis
por hipótesis, ¿por qué no valdrán las contrarias?; sería sólo cuestión de
gustos Por ejemplo: si la Virgen hubiese pronunciando un nombre, y no
supiéramos cual, no faltaría quien, llevado de su gusto, argumentase: habrá
dicho Guadalupe, por un sin número de razones; a) como agradecimiento a la
devoción que se tenía a esta advocación; b) como obsequio a quienes tomaban
tanto empeño en extender su culto en América; c) como santo y seña de la
unificación de dos mundos en una sola lengua y bajo la misma Madre; etc.
También aquí los eruditos podrían apuntar más y más congruencias..., que serían
las verdaderas.
Volvamos ya a pisar en
la tierra. Los datos históricos son: 1) Que en el relato más completo, el Nican
Mopohua, compuesto
sólo unos 15 años después de los hechos, viviendo los protagonistas, y escrito
no en castellano, se nombra repetidamente: la Virgen de GUADALUPE. 2) Los
cantos indios anteriores a 1548 (porque este año fray Juan de Zumárraga fue
nombrado arzobispo, y en ellos se le llama obispo) y recogidos por escrito en
el mismo siglo XVI, dicen GUADALUPE. 3) Igualmente en varios Anales mexicanos,
especie de efemérides contemporáneas redactadas por indios, se dice: cuando se
apareció la nuestra muy amada Madre de GUADALUPE. 4) Se conserva el testamento
de la india Juana Martín, en lengua azteca, de 1553, en el cual habla de la
aparición de Ntra. Sra. de GUADALUPE, a la que deja sus bienes. 5) En las
Informaciones de 1666, proceso jurídico abierto para obtener de la Sagrada
Congregación de Ritos el oficio y Misa de la Virgen de Guadalupe que se había pedido en 1663,
depusieron numerosos testigos, dignos de crédito, entre ellos ocho indios dos
de más de 100 años, y otros dos dicen pasaban de los 125; todos contestes en
afirmar el prodigio, y a ninguno se le ocurrió decir que el nombre de GUADALUPE
no fuese el primitivo. Todavía podemos analizar más los hechos. Si el indio
Juan Bernardino hubiera dicho, por ejemplo, Tequantlnopeuh, el traductor, que
estaba traduciendo al obispo palabra por palabra, evidentemente hubiera
traducido la que salió en la cumbre peñascosa, o algo por el estilo, pero no
Guadalupe. Porque para los mismos españoles resultaba extraño que la Virgen se
autodenominase con el nombre de otra advocación, hecho insólito, difícil que se
les hubiera ocurrido a ellos, siendo, además, totalmente distinta su imagen
(argumento que incluso manejaron los impugnadores de la aparición).
Suponiendo, a pesar de
todo, que los españoles
trabucasen el nombre, los indios, verdaderos protagonistas principales,
hubieran seguido llamándola con su nombre original. Pero, como hemos visto,
todos los relatos aztecas la llaman desde el principio GUADALUPE; palabra con
más garantía de ser auténtica cuanto más difícil de pronunciar resultaba para
ellos. En fin, puestos todos a equivocarse de buena fe, resulta duro que lo hubiese permitido
la Stma. Virgen. ¿No hubiera procurado, sin necesidad de más milagros, que sus
devotos hijos no se equivocaran tanto como para cambiar el nombre que Ella
escogió? Por lo menos mi concepto de la Providencia ordinaria llega a eso y
mucho más; aunque ahora, desgraciadamente, muchos reduzcan su intervención a
nada, cayendo en un neodeísmo.
Y si Sta. María Madre de
Dios, se llamó Guadalupe como lo defiende también entre otros el P. Enrique
Amezcua, fundador de los Operarios del Reino de Cristo, con muchos escritores
mexicanos, —pues no tendría lugar aquí un patrioterismo de aquende o allende el
océano—, por algo será, meditémoslo.
El caso es que junto a
la Virgen de Guadalupe Isabel la Católica firmó la partida de las carabelas de
Colón. Allí donde, según
Cervantes en su obra póstuma
Los trabajos de Persiles y Segismunda «se descifran las grandezas de España»
(él también entregó allí como exvoto los grillos de su cautiverio). Pío XI, en
la coronación de la Virgen de Extremadura, descifraba esas grandezas
proclamándola Regina Hispania- rum, Reina de las Españas o de la Hispanidad. Se
comprende que, recalcando su realeza maternal, bajo esa advocación la Madre de
Dios tomase posesión de sus nuevos reinos, para «con sola su figura vestidos
dejarlos de su hermosura».
Impugnadores de las apariciones de Guadalupe
Diríamos que las pruebas
históricas excluyen toda duda, sin embargo también hubo detractores hipercríticos, que nunca
faltan. Hoy, después de los aplastantes análisis químicos y electrónicos, de
científicos y computadoras, no queda ya ninguna explicación posible natural;
aun así no todos los aceptarán, porque si los protestantes o los incrédulos
creyesen en lo sobrenatural del hecho se verían obligados a revisar sus
creencias.
Muchos doctos se
declararon desde el principio, contrarios a las apariciones. Hecho frecuente,
que muestra no ser la credulidad defecto común de teólogos e historiadores,
sino todo lo contrario. Las razones aducidas eran la falta de documentos y el
silencio del mismo fray Juan de Zumárraga. A lo que se ha respondido que muchos
de los papeles del archivo arzobispal fueron robados y vendidos en tenduchos,
pero según testimonio del P. Miguel Sánchez en 1666, el deán D. Alonso Muñoz de
la Torre le dijo que el arzobispo fray García de Mendoza había tenido y leído
los autos de la aparición, luego extraviados. (¿Extrañará que de otros hechos
de hace veinte siglos, como el Pilar y Santiago, no se encuentren actas?).
Otras causas de la
oposición a las apariciones eran más afectivas: la prevención de muchos
españoles hacia las devociones indígenas, que temían fueran heterodoxas; las
controversias de los religiosos con los arzobispos (por cuestiones de
competencias) y de los franciscanos con los dominicos. Por ser dominico fray
Alonso de Montúfar, sucesor del obispo Zumárraga y ferviente devoto de las
nuevas apariciones (que amplió la ermita y la convirtió en viceparroquia en
1555, señalando 150 pesos de renta para el capellán) fue por lo que fray
Francisco de Bustamante, provincial de los franciscanos, la gran orden
misionera, predicó contra las apariciones y el arzobispo, lo que le costó ser
sacado de la ciudad y que Felipe II no le propusiese para obispo.
Finalmente la
Providencia de Dios ha querido en nuestros días acabar con todos los malos
entendidos históricos, al proveer que la ciencia moderna dijese la última
palabra definitiva descubriendo la sobrenaturalidad de las apariciones del
Tepeyac.
Milagros y devoción de la Virgen
de Guadalupe mexicana
Es verdad que los
milagros son muchas veces respuesta a nuestra fe. Pero esas grandes devociones
a una imagen o aparición de la Virgen, a un santo, se deben siempre a los
milagros obtenidos por su intercesión. Cronológicamente no es primero lugar de
numerosas peregrinaciones un santuario, por ejemplo, y por eso en él se reciben
gracias prodigiosas, sino al revés, porque allí se han recibido gracias
especiales, acuden las multitudes. El que empieza siempre es Dios: «El nos ama
el primero».
Y si Dios comienza a
santificar con tales gracias un lugar, ello ordinariamente será prueba de la
autenticidad de la aparición que se venere, como los milagros obtenidos por la
intercesión de una persona muerta en olor de santidad, son argumentos para su
beatificación.
Parece poco acorde con
un concepto profundo de la Providencia paternal y sapiente de Dios: que
eligiese un lugar históricamente apócrifo (Tepeyac, el Pilar, Santiago de
Compostela...) para convertirlo en centro de peregrinaciones; lo cual al menos
originaría en muchos el error de creer su origen auténtico. (Como decimos: Si
Cristo no hubiera querido conferir el primado a Pedro, no hubiera empleado tales palabras «Apacienta
mis ovejas», etc., sabiendo que de hecho muchos de buena fe las iban a
interpretar en ese sentido).
*
El milagro físico más
extraordinario de la Virgen de Guadalupe es la prodigiosa estampación y
conservación de su imagen en una tilma india. Pero no menos extraordinario y,
en su orden, superior, fue el milagro moral de la conversión de los pueblos
mexicanos: el mayor éxito misional de la historia: en siete años se hicieron
cristianos cinco millones de indios (otros dicen ocho millones, pero parece no
era tanta la población) dejando la poligamia, sus ídolos y prácticas paganas,
para abrazar libremente la religión de sus conquistadores. Cuentan los
historiadores que hubo día que se convirtieron 15.000. Y diez millones al año
es hoy el número de peregrinos que van a venerarla, siendo el segundo lugar
religioso más visitado, después de Roma, sobrepasando a Fátima y a Lourdes.
Esta inundación de
gracias fue posible por la acertada reacción de la Jerarquía. Fray Juan de
Zumárraga, una vez convencido de la aparición de la Virgen (no la creyó sin
más, pero tampoco se negó a indagar y a escuchar al indio, que le decían era un
embaucador), la llevó inmediatamente a su oratorio privado. En dos semanas se
construyó una ermita provisional, de paja y adobe, en el lugar que pidió la
Stma. Virgen: junto al lado de Texcoco (ahora desecado) al pie del Tepeyac,
donde se había aparecido la última vez a Juan Diego. Y el mismo diciembre, día
26, una solemne procesión, con el obispo y todas las autoridades, trasladaba la
sagrada imagen a su nuevo santuario.
En 1532 el obispo de
Zumárraga tuvo que viajar a España. Mientras, la imagen estuvo expuesta sobre
la puerta mayor de la catedral. Cuando volvió en 1534, salió con Hernán Cortés
a pedir limosna para construir el primer templo de Guadalupe, junto al cual
estuvo la habitación donde fue a vivir Juan Diego, y lo recuerda hoy una
inscripción del siglo XVII.
El
sucesor de Zumárraga amplió la ermita en 1555. En 1609 se puso la primera
piedra de un nuevo templo terminado en 1622; de bastante capacidad, con dos
torres. En 1666 se construyó la capilla llamada de Cerrito, en el alto donde se
apareció la Virgen al principio. Todavía les pareció poco y en 1694 se trasladó
la imagen a la primera ermita llamada de los indios, para derribar el templo y
hacer otro mejor, acabado en 1709, y que con sucesivas ampliaciones todavía
subsiste, pero la imagen fue
trasladada el 12 de octubre de 1976 a la nueva basílica construida en la misma
plaza con una capacidad para 10.000 personas.
Los Sumos Pontífices le
han ido concediendo una serie de privilegios, como los de la Santa Casa de
Loreto. La imagen fue coronada canónicamente con toda solemnidad el 12 de
octubre de 1895. Pío X el 24 de agosto de 1910 la declaró Patrona de toda
América Latina; y Pío XII el 12 de octubre de 1945 Patrona de toda América. En
1752 comisionaron al P. Juan Francisco López, S.J., quien como procurador de la
provincia jesuítica debía ir a Roma, para que obtuviese de la S. Congregación
de Ritos lo que desde 1663 deseaban todos: oficio y Misa propios; lo cual consiguió dicho padre
en 1754, fijándose el 12 de diciembre como fiesta de Ntra. Sra. de Guadalupe.
Años más tarde Benedicto XIV, a petición de Fernando VI, extendió la concesión
anterior a todos los reinos y dominios de España.
Está la imagen dentro de
tres marcos, el primero de oro de 13 cm., de ancho, el segundo del mismo ancho, de plata, y el más
exterior de bronce de 35 cm.
Sobre el marco de oro hay una copia de la corona de oro, sostenida por ángeles;
la original, con que se coronó, está llena de piedras preciosas, fue labrada en
París y es una de las joyas más valiosas del mundo. Por los testimonios que nos
quedan, desde el principio fue enorme, y siempre creciente, la devoción a Ntra.
Sra. de Guadalupe en México. Los mismos virreyes
antes de tomar posesión solían pernoctar allí. El P. Florencia, S.J., escribía
en 1686 lo que ha seguido ocurriendo desde entonces: «No hay casa en México que
no tenga con especial adorno una imagen de Guadalupe; no se encontrará un
templo, con tantos como hay, en que no haya imagen o altar dedicado a esta
Señora». En el siglo XVIII la aceptaron como Patrona todas las ciudades del virreinato
de Nueva España, con aprobación de Benedicto XIV el 25/V/1754.
La devoción a la Virgen
de Guadalupe mexicana se ha extendido por todo el mundo. Ya en Lepanto (7/X/1571) Andrea Doria
llevaba una copia de su imagen; ante ella S. Pío V, antes de la batalla, añadió
al Avemaría: «ahora
y en la hora de nuestra muerte. Amén». Cirilo IX, Patriarca de Antioquía
consagró a la Virgen de Guadalupe el Oriente Cristiano.
Esta devoción, nacida de
la aparición de la Virgen y de la conversión del pueblo indio, fue avivada,
según los cronistas, por los numerosos milagros realizados a lo largo de su historia.
Expusimos el milagro de la conservación de la imagen, aun contra las bombas, y
del contenido de sus ojos. Narraremos otros, para alabanza de su maternal solicitud y
nuestra mayor confianza en Ella. (Ya decimos al final de EL ESCA-PULARIO DEL
CARMEN, y en otras apariciones de esta colección, que, según la Sagrada
Escritura y la tradición, deben ser narrados a gloria de Dios sus milagros,
quien sin duda hace muchos más de los que se publican, a veces con exámenes tan
rigurosos como los de Lourdes o los admitidos para las beatificaciones y
canonizaciones).
Imágenes milagrosas en Italia
En Roma hay varias
capillas públicas dedicadas a la Virgen de México, y una de sus imágenes ha
sido coronada canónicamente. Llevada por los jesuitas desterrados, estuvo en Santa María in
Vincis, de donde pasó a la parroquia, S. Nicolás in carcere Tulliano. El 15 de
julio de 1796 abrió milagrosamente los ojos, prodigio que atrajo muchos fieles,
lo que impidió cerrar la iglesia en toda la noche. Incoado un proceso canónico
en el que depusieron numerosos testigos de vista, se certificó la verdad del
prodigio. Esto hizo aumentar la devoción, y finalmente, por decreto de Pío XI,
el 25 de enero de 1925 fue solemnemente coronada y sacada en procesión.
Mons. Federico
Bambarelli, yendo de México a Roma en 1890 estuvo a punto de naufragar y
atribuyó su salvación a un cuadro de la Virgen de Guadalupe que llevaba. Lo
colocó en una capilla y fueron tantas las gracias concedidas, que se trasformó
en santuario, y la imagen fue coronada el 3 de octubre de 1915, siendo agregado
el santuario a la Basílica Vaticana, con todas las gracias y privilegios de que
ésta goza.
La ciudad de Arsoli (Tívoli)
agradecida a los favores recibidos, la juró como Patrona en 1790, y el 31 de
agosto de 1890 consiguieron también de León XIII su coronación canónica (hasta
1975 las coronaciones de imágenes de la Virgen en todo el mundo eran 169; sólo
19 pontificias, 5 de la Virgen
de Guadalupe).
Numerosos milagros en México
D. Fernando de Alva
añadió al Nican Mopohua,
también en lengua náhuatl, 15 relatos de milagros de su época, que entonces
debían ser bien conocidos por los contemporáneos. Trascribimos de la traducción
de P. F. Velázquez:
• CUANDO POR primera vez
la llevaron al Tepeyácac, luego que se concluyó su templo aconteció el primero
de todos los milagros que ha hecho. Hubo entonces una gran procesión, en que la
llevaron absolutamente todos los eclesiásticos que había y varios de los
españoles en cuyo poder estaba la ciudad, así como también los señores y nobles mexicanos y demás
gente de todas partes. Se dispuso y adornó todo muy bien en la calzada que sale
de México hasta llegar al Tepeyácac, donde se erigió el templo de la Reina del
Cielo. Fueron todos con grandísimo regocijo. La calzada rebosaba de gente; y
por la laguna de ambos lados, que todavía era muy honda, iban no pocos
naturales en canoas, algunos haciendo escaramuzas. Uno de los flecheros,
ataviado a la usanza chichimeca, estiró un poco su arco y, sin advertirlo, se
disparó de repente la flecha e hirió a uno de los que andaban escaramuzando, al
que le traspasó el pescuezo, y allí cayó. Viéndole ya muerto, le llevaron y
tendieron delante de la siempre Virgen nuestra Reina, a quien invocaron los
deudos, para que fuera servida de resucitarle. Luego que le sacaron la flecha, no
solamente le resucitó, sino que también le sanó del flechazo: no más le
quedaron las señales de donde entró y salió la flecha. (De este milagro nos
queda un cuadro famoso).
• EN EL AÑO de mil y
quinientos y cuarenta y cuatro, que hubo pestilencia, se despobló mucho la gran
ciudad. Diariamente sin género de duda pasaban de cien las personas que eran
enterradas. Así que viendo los reverendos frailes de nuestro señor San
Francisco que no se aplacaba, y que ninguna medicina valía; que se extendía por
todas partes, y que Nuestro Señor, por quien se vive, destruía la tierra,
proveyeron que se hiciera una procesión y que fueran todos al Tepeyácac. Los
reverendos padres congregaron a muchísimos hombres, mujeres y niños que apenas
paseaban de seis y siete años; los que se fueron disciplinando durante la
procesión, que salió del templo de Tlatelolco; y por todo el camino fueron
invocando a Nuestro Señor, para que se doliera de su pueblo, que cesara su
enojo y que se apiadara solamente por amor de su preciosa Madre, nuestra
purísima Reina, Santa María de Guadalupe del Tepeyácac. Así llegaron al templo,
donde los religiosos hicieron muchas oraciones. Y quiso Dios, por quien se
vive, que por intercesión y ruegos de su piadosa y bienaventurada Madre, luego
se fuese aplacando la enfermedad: al otro día, ya no se sepultó mucha gente; al
fin, quizás dos o tres personas, hasta que cesó la epidemia.
• UN NOBLE ESPAÑOL, de
esta ciudad de México, llamado D. Antonio Carbajal, yendo por Tollantzinco, llevó en su
compañía a otro joven pariente suyo. Habiendo pasado por el Tepeyácac, entraron
un momento al templo de nuestra purísima y preciosa Madre de Guadalupe; y allí
de prisa rezaron y saludaron a la Reina del Cielo, para que los socorriera y
defendiera, y los hiciera llegar con bien a donde iban. Después que salieron,
yendo ya en camino, fueron platicando de la Purísima; de cómo se apareció su
preciosa imagen, que fue muy prodigiosamente; y de los diferentes milagros que
había hecho, para favorecer a los que la invocaban. Al ir caminando, el caballo
en que iba el mancebo, medio
se cayó, porque se enojó o porque algo lo asustó; y partió violentamente
y corrió por barrancos y peñascos, mientas que él en vano con todas sus fuerzas
tiraba del freno, sin poder detenerlo: casi media legua le hizo caminar, en
tanto sus compañeros querían inútilmente atajarlo. Ya no hubo manera de que lo
lograsen; iba como llevado por el viento. Luego lo perdieron de vista, y
pensaron que quizá en alguna parte fue a hacerlo pedazos, porque a donde corrió
derecho era muy peligroso lugar, de muchos barrancos y peñascos. Pero quiso
Nuestro Señor, y su piadosísima y bienaventurada Madre, salvarle. Cuando
acertaron a hallarle, estaba el caballo parado, con la cabeza baja y las manos
dobladas: ya no podía moverse. El joven colgaba de un pie, pegado al estribo. Mucho
se asombraron al verle, de hallarle vivo; que nada le pasó ni se lastimó en
parte alguna. Al punto le tomaron en brazos y le sacaron el pie. Cuando se
enderezó, le preguntaron cómo se había librado, pues nada le sucedió; y él les
dijo: «Cuando vi que me puse en gran peligro; que de ninguna manera podía
librarme; que en todo caso iba a perderme y a morir, y que carecía de todo
auxilio, entonces con todo mi corazón invoqué a la Purísima Señora del Cielo,
nuestra piadosa Madre de Guadalupe, para que se apiadase de mí y me socorriera;
e inmediatamente vi que Ella misma, así como está aparecida en la preciosa
imagen de nuestra Reina de Guadalupe, me socorrió y me salvó: cogió del freno
al caballo, que luego se paró y la obedeció y se inclinó, al parecer, delante
de Ella, doblando las rodillas, así como estaba al tiempo que habéis llegado».
• A POCO QUE se mostró
la Señora a Juan Diego y muy prodigiosamente se apareció su preciosa imagen,
hizo muchos miagros. Según se dice, también entonces se abrió la fuentecita,
que está a espaldas del templo de la Señora del Cielo, hacia el oriente; en el
punto donde salió al encuentro de Juan Diego, cuando éste dio vuelta al
cerrillo, para que no le viera la Señora del Cielo. El agua que allí mana,
aunque se levanta, porque burbujea, no por eso rebosa, y no camina mucho sino
muy poquito: es muy limpia y olorosa, pero no agradable; es algo acida y
apropiada a todas las enfermedades de quienes la beben de buen grado o con ella
se bañan. Por eso son incontables los milagros que con ella ha hecho la
Purísima Señora del Cielo nuestra preciosa Madre Santa María de Guadalupe.
• A UN MORADOR de esta
ciudad de México, le dolían fuertemente la cabeza y las orejas, que parecían
que iban a reventar; nada le hacía bien y ya no podía sufrirlo. Mandó que le
llevasen a la bendita casa de la Purísima, nuestra preciosa Madre de Guadalupe.
Luego que llegó a su presencia, le rogó con todo el corazón que le favoreciera
y le sanara; e hizo voto de que, si le sanaba le haría la ofrenda de una cabeza
de plata. Y acababa de llegar cuando sanó. Casi nueve días permaneció en la
casa de la Señora del Cielo; y se volvió a la suya contento; ya nada le dolía.
• UNA JOVEN, llamada
Catalina, estaba
hidrópica. Viendo que nada le hacía bien; que estaba muy grave y que los
médicos decían que no se había de levantar, sino que moriría, suplicó que la
llevasen al templo de la Señora del Cielo, nuestra preciosa Madre de Guadalupe.
Así que la llevaron, le rogó con todo el corazón que le diera la salud; fueron
luego a cogerla y la sacaron dos hombres; ella puso todo su empeño en llegar a
donde está la fuente; con toda confianza bebió el agua que allí mana, y quedó
sana al punto. Parecía que por todas partes le salía el aire, mayormente por la
boca, en cuanto bebió el agua. Ya estaba sana, no le dolía nada cuando visitó
el templo de la Señora.
• UN FRAILE descalzo de
San Francisco, llamado fray Pedro de Valderrama, tenía muy malo el dedo de un
pie: nada le podía ya remediar, si no se lo cortaban, porque tenía cáncer
pestífero. Apresuradamente le llevaron a la bendita casa de la celestial Señora
de Guadalupe; y así que llegó a su presencia, desató el trapo con que estaba
envuelto el dedo de su pie, que mostró a la Señora del Cielo, rogándole con
todo el corazón que le sanara. Al momento sanó, y a pie se volvió gozoso a
Pachuca.
• UN SACRISTAN, llamado
Juan Pavón, encargado del templo de la Señora del Cielo, nuestra amada Madre de
Guadalupe, tenía un hijo, al que se le hizo una hinchazón en el pescuezo y estaba muy malo: ya se
quería morir y no podía tomar alimento. Le llevó a presencia de Ella y le untó
aceite de la lámpara que estaba ardiendo. Al punto sanó: la Señora del Cielo le
hizo el beneficio.
Además de estos antiguos
milagros reseñados al final del Nican Mopohua, y de otros innumerables, fueron muy
conocidos los siguientes:
• Con motivo de una
peste mortífera, en 1737, a fin de obtener su cese, los Cabildos eclesiástico y
civil determinaron jurarla como Patrona de la ciudad. Y la misma víspera
comenzó a ceder la epidemia. También atribuyeron a la invocación a la Virgen de
Guadalupe, que en 1629 y en 1819 se librase la ciudad de ser inundada por las aguas a causa del
desbordamiento de las lagunas por extraordinarias lluvias.
Igualmente tenidos como
prodigios, fueron la salvación del personal de un tren de mercaderías que en
1895 se precipitó a un lago; la de una mujer a punto de ahogarse en una
inundación en 1946, la de un hombre y su hijo que, en 1971, pintaban un tanque
de combustible en el aeropuerto cuando aquél explotó, etc.
La voz de Miliza Korjus
Detengámonos algo más en
uno de los milagros atribuidos a la Virgen de Guadalupe en México:
La
célebre cantante vienesa Miliza Korjus,
en la cumbre de su apogeo iba a perder, según el diagnóstico de los mejores especialistas, la
mitad de su vida: su voz. Esa voz que le había dado tantos triunfos, y que ya
sólo quedaría en las cintas cinematográficas
como «El Gran Vals».
La gira iniciada por
México en 1946 quedaría interrumpida, así como tantos otros contratos
pendientes. ¿Qué hacer en aquellas circunstancias? Humanamente todo estaba
perdido.
Entonces fue cuando
empezó a cobrar nuevo valor en su mente agitada el recuerdo turístico de los 15.000
peregrinos que pasaban cada día por la Basílica del Tepeyac. Ella misma,
protestante, había presenciado en sus visitas aquel espectáculo, pero
admirándolo sólo con ojos turísticos, y como motivo típico. Ahora el fervor
mariano de aquel abigarrado pueblo la hizo invocar confiadamente a la Virgen de
Guadalupe, pidiendo que la curase. Llegó el día fijado para la ineludible
operación. Antes de practicarla, los médicos hicieron rutinariamente el examen
previo. La admiración se dibujó en sus rostros. Miraron otra vez y confirmaron
atónitos que era verdad.
—Pero, ¿qué ha hecho
usted?
—Tomé las medicinas que
me indicaron para prepararme a la operación.
—No, no. ¿Qué ha hecho
usted para curarse?
—Le pedí a la Virgen de
Guadalupe que me sanara.
—¿Y ha probado ya su
voz?
—Ustedes me prohibieron
que cantara.
—Pues vea si puede
cantar.
La voz de la artista
resonó limpia y armoniosa. La examinaron cuidadosamente y la declararon
completamente sana.
Al día siguiente una
peregrina más se sumaba al río de gente que iba a arrodillarse a los pies de la
Virgen de Guadalupe.
Otra placa de mármol
blanco aparecía, días después, a la entrada de la sacristía de la Basílica.
Decía solamente: «Gracias, Madre mía - Miliza Korjus».
La víspera de su vuelta
a Europa declaró a un periodista: «Vine protestante y vuelvo católica, porque
todo lo que he pedido a la Virgen de Guadalupe me lo ha concedido».
II. LA VIRGEN DE GUADALUPE
EN EXTREMADURA
Se ha dicho que los
españoles debemos a la Virgen del Pilar la fe, a la de Covadonga la patria, a
la de Guadalupe el imperio.
Guadalupe,
nombre tomado de un río [4],
está en la provincia de Cáceres, entre Trujillo y Talavera, en la vertiente sur
de la sierra de las Villuercas (divisoria de aguas: hacia el sur cuenca del
Guadiana, y hacia el norte del Tajo).
El códice más antiguo en
que se cuenta la historia, es de principios del siglo XV, pero sin duda copia o
se inspira en otros anteriores. (Robado del monasterio por la desamortización
de Mendizábal en 1835, hoy se encuentra en el Archivo Histórico Nacional de
Madrid).
Según esta narración,
«en tiempo del rey D. Alfonso (lo más probable Alfonso X el Sabio, (1252-1284)
apareció nuestra Señora, la Virgen María, a un pastor en las montañas de
Guadalupe de esta manera: andando unos pastores guardando sus vacas cerca de un
lugar que se llama Alía, en una dehesa que se dice hoy día la dehesa de
Guadalupe, uno de estos pastores que era natural de Cáceres, donde aún tenía su
mujer e hijos, halló de
menos una vaca de las suyas. El cual se apartó de ahí por espacio de tres días,
buscándola. Y no encontrándola, se metió en unas grandes montañas que estaban
río arriba, a su búsqueda; y se apartó a unos grandes robledales y vio que
estaba allí la vaca, muerta y cerca de una pequeña fuente.
Y al ver su vaca muerta,
se llegó a ella; y mirándola con diligencia, y no hallándola mordida de lobos
ni herida de otra cosa, quedó muy maravillado: y sacó luego su cuchillo de la
vaina para desollarla. Y abriéndola por el pecho en forma de cruz, según es
costumbre de desollar, luego se levantó la vaca. Y él muy espantado, se apartó
del lugar; y la vaca estuvo quieta. Y luego en esa hora, apareció ahí visible
nuestra Señora la Virgen María a este dichoso pastor y díjole así: «No tengas
miedo; pues yo soy la Madre de Dios, por la cual el linaje humano alcanzó
redención. Toma tu vaca y vete, y ponla con las otras; pues de esta vaca habrás otras muchas, en
memoria de esta aparición. Y después que pusieres tu vaca con las otras, irás
luego a tu tierra, y dirás a los clérigos y a las otras gentes que vengan aquí,
a este lugar donde yo me aparecí a ti: y que caven aquí y hallarán una imagen
mía».
Y después que la
Santísima Virgen le dijo estas cosas desapareció. Y el pastor tomó su vaca, y
se fue con ella y la puso con las otras. Y contó a sus compañeros todas las
cosas que le habían acaecido. Y como ellos hiciesen burla de él, respondióles y
les dijo: «Amigos, no tengáis en poco estas cosas. Y si no queréis creerme,
creed aquella señal que la vaca trae en los pechos, a manera de cruz», y luego
creyeron.
Y el citado pastor,
despidiéndose luego de ellos, se fue para su tierra. Y por donde iba contaba a
todos cuantos hallaba este milagro que le había ocurrido. Y al llegar a su casa
encontró a su mujer llorando, y le dijo: «¿Por qué lloras?» Y ella le respondió
diciendo: «Nuestro hijo está muerto».
Y díjóle él: «No tengas
cuidado ni llores; pues yo le prometo a Santa María de Guadalupe para servidor
de su casa, y ella me lo dará vivo y sano».
Y luego en esa hora se
levantó el mozo vivo y sano, y dijo a su padre: «Señor padre, preparaos y vamos
para Santa María de Guadalupe». Por lo cual cuantos allí estaban presentes y
vieron el milagro, quedaron muy maravillados, y creyeron después todas las
cosas que este pastor decía de la aparición de la Virgen María.
Y luego este pastor
llegó hasta los clérigos y les dijo así: «Señores, sabed que me apareció
nuestra Señora la Virgen María en unas montañas cerca del río de Guadalupe, y
me mandó que os dijera que fueseis allí donde me apareció; y que cavaseis en
aquel mismo lugar donde Ella me apareció, y encontraríais una imagen suya; y
que la sacaseis de allí; y le hicieseis allí una casa. Y me mandó que dijese
más: que los que tuviesen a cargo su casa, diesen de comer una vez al día a
todos los pobres que a ella viniesen. Y me dijo más: que haría venir a esta su
casa muchas gentes de diversas partes, por muchos y grandes milagros que Ella
haría por todas partes del mundo, así por mar como por tierra; y me dijo más:
que allí, en aquella gran montaña, se haría un gran pueblo».
Y después que los
clérigos y las otras muchas gentes escucharon estas cosas, pusieron luego en
obra lo que les había dicho el pastor: los cuales partiendo de Cáceres
anduvieron su camino hasta llegar a aquel lugar, donde la Santa Virgen María
apareció al pastor. Y después que llegaron, comenzaron a cavar en aquel mismo
lugar donde el citado pastor le mostró, que le Había aparecido nuestra Señora
Santa María. Y ellos, cavando allí, hallaron una cueva de manera de sepulcro,
dentro de la cual estaba la imagen de Santa María, y una campanilla, y una
carta con ella; y sacáronlo todo allí, con una piedra donde la imagen estaba
sentada. Y todas las otras piedras que estaban alrededor de la cueva y encima,
todas las quebrantaron las gentes que vinieron entonces y se las llevaron por
reliquias.
Y luego edificaron ahí una
casa de piedras secas y de palos verdes, y la cubrieron de corchos; y pusieron
en ella la dicha imagen y la carta. Y el sobredicho pastor se quedó como
guardador de esta ermita, y como servidores continuos de Santa María y él y su
mujer e hijos y todo su linaje. Y sabed que con estas gentes llegaron también
muchos enfermos, los cuales, en tocando la dicha imagen de Santa María, luego
cobraban salud de todas sus enfermedades y volvían a sus tierras dando gracias
al Señor y a la Virgen Santa María por los grandes milagros que había hecho. Y luego que fueron estos
milagros publicados por toda España, venían muchas gentes de diversas partes a
visitar esta imagen, en reverencia a la Virgen Santa María, por cuyos méritos y
ruegos nuestro Señor, Dios, tantos milagros y maravillas hacía a los que con
devoción la visitaban».
Esta narración en lo
fundamental: hallazgo de la Virgen y numerosos milagros —sean unos u otros—
debe ser verdadera, pues alguna explicación ha de tener que se hiciera una
ermita en medio de los montes, tan a trasmano, y que acudieran a ella tantos
peregrinos.
La imagen hallada es una
Virgen Negra románica sentada, con el Niño Jesús, de madera de cedro, mide, sin
los mantos superpuestos,
64 centímetros; no es anterior al siglo XI, y la carta daría razón de por qué
fue enterrada. El códice nos cuenta que fue enterrada en siglo VIII, por unos
clérigos que huyeron de los moros hacia las montañas de Castilla la Vieja. Esa
fecha no es posible. Tal vez fuese el siglo XI o XII, en época de renovada persecución
religiosa.
Por ello tampoco es
admisible el resto de la leyenda añadida con que empieza el manuscrito: que la
imagen se la había regalado el Papa S. Gregorio Magno a S. Isidoro de Sevilla,
y que la dicha imagen habiendo sido sacada en procesión por Roma, con ocasión de una peste cruel, se
vio sobre el castillo (desde entonces llamado de S’Angelo) un ángel envainando una espada
ensangrentada, y cesó la peste. Además, cuando la traían a Sevilla, creyeron
iban a naufragar por la tempestad que se desencadenó, pero subiéndola a
cubierta e invocándola, se calmó el mar.
Desarrollo de la devoción y del santuario
Por testamentos de 1327
y 1329 consta que ya existía una iglesia y hospital —éste sería para los
peregrinos, lo cual indica que no serían pocos-—. Probablemente el sacerdote
que la regentase dependería del
cercano curato de Alía, diócesis de Toledo.
D. Pedro Gómez Barroso,
elegido obispo de Cartagena en 1326 y más tarde hecho Cardenal, fue antes
teniente del santuario, y no dejó este oficio hasta su muerte en 1342, pues
aunque no pudo permanecer allí, tuvo un procurador o suplente.
Ya desde principios del
siglo XIV el santuario fue adquiriendo y labrando tierras. Alfonso XI lo
conocía muy bien desde su juventud: En su libro de montería describe los montes
de Trujillo, y de los que Guadalupe dice: «son buenos montes de osos en
verano». El rey, junto con su afición a la caza, adquirió gran devoción a la
Virgen de Guadalupe, como él mismo lo afirma en cartas posteriores, y mandó en
1330 ampliar la iglesia, ya ruinosa, para que pudieran caber en ella «las
gentes que vienen en romería».
Tuvo lugar entonces la llegada
de los marroquíes benimerines, que derrotaron a la escuadra castellana y
ocuparon Gibraltar, amenazando invadir los reinos cristianos. Alfonso XI,
ayudado por los portugueses, les presentó batalla en el río Salado (provincia
de Cádiz). Acongojado, viendo que sólo disponía de 14.000 hombres a caballo con
25.000 peones, y que el enemigo era hasta diez veces superior según algunos
historiadores, «pensó ser vencido». Entonces, aunque su vida privada dejaba
mucho que desear, se encomendó a la Virgen de Guadalupe, a la cual atribuyó
después la gran victoria con enorme botín y mortandad hecha al enemigo, sin
apenas bajas propias, el 29 de octubre de 1340.
Cumpliendo su promesa
hizo importantes donaciones al santuario y consiguió se constituyese en
priorato de patronato real. Fue regido por priores seculares desde 1341 hasta
1389 en que renunciando al patronato real, se convertía la iglesia en
monasterio y se apremiaba a la orden de S. Jerónimo, para que lo aceptase, a pesar de su
resistencia. Estos monjes, fundados poco antes, tenían la casa madre en Lupiana
(Guadalajara) y eran muy estimados por su virtud, por ello también Felipe II
les encomendó su monasterio del Escorial.
Devoción universal a la Virgen de Guadalupe
Especialmente Isabel la
Católica, siguiendo la tradición de sus antepasados, gustaba ir a Guadalupe —lo
llamaba su paraíso—. A los 13 años fue la primera vez, y no menos de 20 en sus
28 años de Reina.
Los monjes la ayudaron
cuantiosamente a la guerra de Granada. En Guadalupe firmaron los Reyes Católicos
la sobrecarta definitiva para que se le diesen facilidades a Colón en su
proyectado viaje. Allí quiso también Doña Isabel que se guardase su testamento (a pesar de lo cual se
llevó y sigue en el Archivo de Simancas).
A la vuelta del primer
viaje, habiendo naufragado la «Santa María», y perdido de vista a la «Pinta»,
la tercera carabela, la «Niña», estaba a punto de perecer en el océano enfurecido
el 14 de febrero de 1493.
Cristóbal Colón ofreció a la Virgen de Guadalupe un cirio de cinco libras de cera,
que lo llevaría el que le tocase en suerte. Cada uno hizo voto de cumplir la
promesa si le tocaba, y le tocó al propio Colón, que fue descalzo y en traje
penitente al santuario. En el segundo viaje, a la primera isla grande que
encontró la llamó Guadalupe, y hasta hoy su patrona es la Virgen de Guadalupe,
aunque en 1635 cayó en poder de Francia (tiene 1.780 kms.2 y unos 300.000
habitantes). Después de este segundo viaje volvió al monasterio de Guadalupe en
1496, y allí se bautizaron dos indios que trajo: son los primeros convertidos
que se conocen.
El aparejar las tres
primeras carabelas costó 1.140.000 maravedises, que no se obtuvieron vendiendo
las joyas de la reina, sino prestados por el valenciano Luis de Santángelo,
tesorero de D. Fernando, pero que le fueron pagados el 5 de mayo de 1492 por el
obispo de Badajoz. Después, también sería Extremadura la que diese la mayoría
de los grandes conquistadores de América y de sus colonos. De los 8 grandes
conquistadores, 7 fueron extremeños: Hernán Cortés (Medellín, Badajoz), Francisco Pizarro
(Trujillo, Cáceres), Núñez de Balboa (Jerez de los Caballeros, Badajoz). Pedro
de Alvarado (Badajoz). Hernando de Soto (Jerez de los Caballeros), Sebastián de
Belalcázar (entonces perteneciente a Extremadura, hoy Córdoba). Pedro de
Valdivia (Campanario, Badajoz). González de Quesada (Córdoba, único no
extremeño). En las figuras de segunda línea, aunque hay castellanos, vascos y andaluces; son
extremeños: Gonzalo y Hernando Pizarro, Francisco Alvarado, Diego García de Paredes, Francisco de
Orellana, Nuño de
Chaves, Nicolás de Ovando, primer colonizador de América, en cuya expedición embarcara ya 1.200
extremeños. Esto puede explicar que la Virgen de Extremadura sea la de América.
(Aragoneses apenas fueron a América, no tanto por estarles vedado, cuanto por
ser el Mediterráneo la zona de su influencia y expansión). Sobre todo, es que
esta advocación extremeña de la Virgen era la más popular en los reinos de
Castilla, la nacional, por decirlo así.
Pero el santuario de
Guadalupe tuvo además una, hoy desconocida, proyección universal. Se puede
decir, sin exageración, que del siglo XIV al XVIII, Guadalupe fue lo que en
nuestros días es Lourdes. El mismo Fernando el Católico estuvo más ligado con
Guadalupe que con el Pilar. Salía del monasterio en enero de 1470, cuando le
alcanzaron los emisarios de Aragón, notificándole que ya era rey por muerte de
su padre Juan II. Y al monasterio iba en enero de 1516, cuando le alcanzó la
muerte en Madrigalejo (Cáceres), en una casa de los Jerónimos, filial de
Guadalupe. (Por aquella época la Virgen más venerada en el reino de Aragón, era
Montserrat, que difundieron por sus posesiones, y en Roma aún subsiste como
iglesia de los españoles la de Montserrat, que fue templo nacional de Aragón).
Portugal rivalizó con
Castilla en la devoción y donaciones a Guadalupe, e imágenes suyas se veneran
todavía en Evora, Braga, Vila do Bispo, Samora Correia, y hasta en Goa y Cochín
(India).
En otros muchos lugares,
hasta en Polonia, se veneran imágenes bajo la advocación de Guadalupe, lo que
prueba lo dilatado de su devoción. Y eso que no permitían los monjes copiarla,
y se oponían a que se le diese culto fuera de su santuario, para no mermar la
devoción a éste, y evitar que aprovechándose del nombre obtuvieran limosnas con perjuicio de las
destinadas a sostener el notable culto y beneficencia del monasterio, cuyos
«demandadores», personas de reconocida honradez, recorrían España y América
recogiendo limosnas.
Estaba además ordenado
en Castilla a partir del siglo XV, y del siglo XVI en América, una manda
forzosa en todos los testamentos de cierta cuantía, en favor del santuario de
Guadalupe, privilegio que compartía con Santiago de Compostela y Roma, y duró
hasta el siglo XVIII.
Fue igualmente notable
la devoción de los vascos al santuario de Guadalupe, y en sus códices se
recogen más de cincuenta milagros y ellos, sólo en el siglo XV. La mayoría
hechos a hombres de la mar de Zumaya, Lequeitio, Deva, Bermeo, Fuenterrabía.
Oyarzum, Rentería, Orduña... Ya en el siglo XIV un famoso poeta alavés, el
canciller Pedro López de Ayala, la invocaba desde su prisión en Portugal:
«Señora, por cuanto supe tus acorros [socorros} en ti espero; e a tu casa en
Guadalupe prometo de ser romero». Por algo sería que cuando a fines del siglo
XV dos chicos pastores del monte Jaizquíbel (Fuenterrabía) encuentran una imagen de
la Virgen más o menos milagrosamente (dice la tradición que la imagen despedía
una luz que les
atrajo), le ponen por nombre Guadalupe. Y fuerte de Guadalupe se llama hoy
también el que allí, socavado en la montaña, defiende la frontera y la entrada
del puerto.
En Madrid consiguieron
los jerónimos de S. Jerónimo el Real, en 1603, después de muchas dificultades,
una copia de la imagen de Guadalupe. Ante ella se celebró el comienzo del
reinado de todos los reyes desde Felipe III hasta Alfonso XIII. (También allí
tuvo lugar la solemnidad religiosa del comienzo del reinado de Juan Carlos I,
pero ahora la imagen está en otro altar lateral).
Algunos testigos
excepcionales dan fe de Guadalupe como «el Lourdes medieval». Sharchek,
cronista alemán de Bohemia, escribía en 1467: «Es fama que en ningún rincón de
la Cristiandad suele haber tan gran concurso de gente por devoción y piedad,
como aquí». El embajador italiano Andrés Navagiero en 1526: «Este sitio está
cerca de la frontera de Portugal, y vienen de este reino y de toda España gran
número de gentes movidas por su devoción a esta Virgen». Pablo III, en un breve
de 1535 concediendo un jubileo, afirma: «A Guadalupe acuden grandes concursos
de gentes de todas partes del mundo». El historiador fray José de Sigüenza
aseguraba en 1600: «Concurren gentes de toda España; de varios pueblos de
Portugal y de otros reinos y señoríos más distantes. Es el conjunto de los más
numerosos que se juntan en Europa por título de devoción. En los ocho días del
octavario concurren en este templo de veinticuatro a veintiséis mil personas».
Actividades monásticas
Los monjes desde el
siglo XVIII solían ser de 130 a 140, y los habitantes del pueblo de 600 a 1.000
vecinos o familias: nadie podía avecindarse sin permiso del prior, el cual
podía además desterrar del pueblo.
Lo más visible de sus
actividades son las ingentes edificaciones que perduran, antiguamente rodeadas de
algunos campos de labor, granjas, tierras e importante ganadería. Sin embargo,
los terrenos y lo fundamental de la construcción, como fortaleza medieval, y el
«Arca del Agua», una de las traídas de agua más importantes de la edad media,
de varios kilómetros, atravesando la montaña con un túnel, fueron obra de los
primeros priores seculares hasta el 1389.
El riquísimo patrimonio
que se fue acumulando a lo largo de los siglos fue saqueado en la guerra de la
independencia por franceses y guerrilleros descontrolados, etc., pero sobre
todo por las exclaustraciones, expoliaciones y famosa desamortización de
Mendizábal de 1835. En el inventario de 1865 los agentes del gobierno tasaron
todos los edificios y patios medio en ruinas: en 15.675 pts., exigua cantidad,
aunque sea en pesetas de hace un siglo. La Hospedería Real, magnífico palacio
del siglo XV para residencia de los reyes, lo mandó derribar sin más un alcalde
liberal del siglo pasado.
La actitud de los
monjes, además de la administración de la cuantiosa hacienda, se extendió a las
artes: procuraron que se pintasen los famosísimos cuadros de Zurbarán y de
Lucas Jordán; de su bordaduría, con bordadores seglares, salió un ingente
tesoro de vestiduras sagradas, las mejores bordadas de Europa. Su biblioteca, o
librería, era a fines del siglo XVI una de las mejores de España, pero además
continuaban la gloriosa tradición monástica del «scriptorium», copiando libros
y sobre todo adornándolos con miniaturas y encuadernaciones, verdaderas obras de arte. Hubo
también monjes notables en la música religiosa.
En el monasterio no sólo
estudiaban los hermanos «coristas» (que tenían que asistir al coro), futuros
sacerdotes, sino que existía un muy estimado colegio gratuito, «Seminario de
infantes» (o niños), 40 «de beca», vestidos de azul, y otros «de capa»,
generalmente del pueblo. De allí salían muchos hombres célebres.
Merece capítulo aparte
el hospital de Guadalupe. Comenzó para atender a los peregrinos, y llegó a ser
una escuela de medicina y cirugía de tal altura, que fue el primer lugar del
mundo donde se comenzó a practicar la autopsia, con autorización de la Santa
Sede. Eugenio IV en 1442 concedió que pudiesen ejercer la medicina y la cirugía
los frailes que no tuvieran órdenes sagradas. Pero también llevaban médicos
eminentes, y les pagaban «mejor que el rey». Los estudios e investigaciones de
Guadalupe pasaban a la universidad de Salamanca. Allí se descubrió, en el siglo
XVI, la eficacia del queso fermentado para heridas infecciosas, como también el
moho del pan. Al moho del queso se le llamó entonces «penicillum». Es curioso que el invierno
anterior a concedérsele el premio Nobel por su descubrimiento de la penicilina,
lo pasó Fleming en Guadalupe. También aplicaban ya en la primera mitad del
siglo XV la sutura de heridas. Uno de los hospitales era para las «bubas» o mal
francés, que el siglo siguiente se llamó sífilis. Estos adelantos médicos se
completaban con una famosa botica, dicen que la mejor de España: medicinas
obtenidas de la rica flora de la región. No es extraño que el monasterio fuese
también Escuela de Medicina, donde varios jóvenes aprendían a ser excelentes médicos.
Naturalmente que la
principal finalidad de los monjes, a la cual servía todo lo demás, era el culto
divino, en verdad magnífico, y la atención pastoral a los peregrinos y vecinos.
Todo debido a la Virgen, cuya atracción maternal y gracias derramadas fueron el
origen de toda esta espiritualidad,
impulsó que en tantas partes se acudiese más a ella, que muchos peregrinasen,
obra sin duda muy meritoria a los ojos de Dios, y que otros incluso se
consagrasen a Él.
Así, había, además de
los monjes, los donados, que no hacían noviciado ni profesión religiosa, pero
vivían en comunidad; y los «servidores perpetuos», que se dedicaban con voto a
servir a la Virgen (precedente de la esclavitud mariana), también matrimonios:
entregaban sus bienes y trabajaban en alguna de las numerosas dependencias u
oficinas, eran equiparados en parte a los novicios, y el monasterio proveía a
sus necesidades. De hecho el primer servidor perpetuo fue el vaquero que la
encontró, Gil Cordero, enterrado en Guadalupe; en su epitafio latino se lee:
«Aquí yace D. Gil de Sta. María de Guadalupe, a quien se apareció esta santa
imagen». La villa de Cáceres compró en 1612 la casa donde allí había vivido
antes Gil Cordero, y la convirtió en capilla con una copia de la Virgen de
Guadalupe, llamada del Vaquero, y tenida por milagrosa: un cuadro recuerda la
curación de un niño en 1672.
La devoción a la Virgen
se concretó también, ya desde el primer prior jerónimo, en el culto a su
Inmaculada Concepción, dedicándole la salve sabatina; en 1506 se empezó a
celebrar su fiesta con rito doble mayor. Son numerosas las fundaciones en su
honor, como la de la piadosa reina María de Aragón (enterrada allí con su hijo
Enrique IV), que dejó en su testamento 27.000 maravedises para casar a nueve
mozas pobres, en honor de la Concepción de Ntra. Señora. Isabel la Católica
destinó 40.000 maravedises cada año para que esta fiesta se celebrase en el
monasterio con toda solemnidad.
Cuando la institución
multisecular estaba arruinada, en 1908 los franciscanos se encargaron del
monasterio, convertido ahora en convento, haciendo desde entonces una
gigantesca obra de restauración.
Los milagros de la Virgen de Guadalupe
Los monjes jerónimos
llenaron nueve códices, que se conservan allí, anotando en ellos los milagros
atribuidos a la intercesión de la Virgen de Guadalupe: más de 4.000. Recordemos
que era la mejor Escuela de Medicina de España, con los mejores médicos; no tendrían una curación
por milagrosa si se pudiese explicar por la medicina; ni es fácil que un cojo
dejase sus muletas si aún
las necesitaba.
Y si tanto se
encomendaban los pueblos a la Virgen de Guadalupe e iban en peregrinación
incesante, por algo sería. Como dice un historiador, sin los milagros la fama
de Guadalupe sería un enigma inexplicable. Fue, como se ha dicho, Lourdes para
la Europa de entonces; y se relatan milagros a portugueses, franceses, flamencos, alemanes,
italianos, ingleses, húngaros, griegos... Y también hubo en el monasterio
monjes extranjeros, sobre todo franceses y alemanes, en parte para poder
atender a los muchos peregrinos de esas naciones. Junto con las curaciones, los
favores más numerosos eran a los cautivos. Llegó a ser dicho popular: «Mayor
número de cautivos redimió Ntra. Sra. de Guadalupe que todas las Ordenes de
redención de España». Los milagros no sólo se podían leer en los códices,
también en los incontables exvotos dejados por los favorecidos. Antes de acabar
el siglo XV, hacia 1465, el cronista del viaje del barón de Ronithal llega a
afirmar: «El hierro traído aquí por los cautivos no podría ser transportado ni
por doscientos carros». Muchos miles tuvieron que ser fundidos en las herrerías
del monasterio por no haber ya espacio en la iglesia para colgarlos.
Bien
podía decir un peregrino excautivo: «La santísima imagen es libertad de los
cautivos, salud de las enfermedades, reparo de las desgracias... Pendían en sus
paredes, en lugar de damascos y brocados, muletas que dejaron los cojos, ojos
de cera que dejaron los ciegos, brazos que colgaron los mancos, mortajas de que
se desnudaron los muertos, merced a la larga misericordia de la Madre de las misericordias..., en tan
gran suma, que en las paredes del sacro templo ya no cabían». Este peregrino no
era un cualquiera, conocía bien a los hombres, antes de dar tal testimonio en
Los trabajos de Persiles
y Segismunda, había escrito El
Quijote.
Como testimonio luminoso
de la devoción de reyes, conquistadores, incontables peregrinos, en el s. XVII
ardían ante la imagen de la Virgen más de 230 lámparas.
El caso prodigioso de «la buena cristiana»
Entre
tantos favores especiales, uno de los más conocidos: En Tánger, en el siglo XV,
Fátima, la hija de una familia mora y rica, tenía especial caridad con los
cautivos cristianos, y por sus palabras le entró ardiente deseo de bautizarse,
para lo cual se encomendaba con fervor a la Virgen de Guadalupe. Al poco tiempo
su padre trató de casarla, con lo cual sufrió tal pena Fátima, que quería tirarse desde una torre.
Entonces se le apareció la Virgen, en la forma de su imagen de Guadalupe.
Alentada por Ella, a medianoche quitó las cadenas a los cautivos para huir con
ellos. Al descolgarse por una soga, de un alto muro, cayó; creyeron se habría
matado, no obstante, con admiración de todos, no le pasó nada. Se embarcaron
alegres, cuando una tremenda tempestad los hizo amanecer de nuevo en el puerto.
Imploran con lágrimas a Nuestra Señora, quien se apareció otra vez a Fátima
mientras dormía, la despertó, calmó el mar y los encaminó a tierra de
cristianos. Nada más llegar, Fátima hizo que la bautizasen. No quiso llamarse
María «por no estar
bien que la esclava tomase el nombre la señora» y tomó el de Isabel. Tampoco aceptó las
invitaciones para descansar unos días; quería ante todo visitar a la Stma. Virgen de
Guadalupe; a la cual con fervor se ofreció en servicio perpetuo, no salió de
allí, donde casó, y vivió da tal ejemplo que por ello se la conocía como «la
buena cristiana». A su muerte, 1504, grabaron en su tumba de mármol estos
hechos, que recogió también Fray Gabriel de Talavera cuando publicó su Histona de Ntra. Sra. de Guadalupe (Toh
1597).
El robo sacrilego de Ntra. Sra. de Guadalupe
Decíamos
que el culto de la Virgen
de Guadalupe se extendió hasta Polonia aquí la historia (cfr. Sta. María de Guadalupe y Polonia la
mártir. G. Velo, en
El Monasterio de Guadalupe»
395 [1948] 213 s. y Tras
el telón de acero, Arturo Arez en «Guadalupe» 545 {1963] 131)
Al hablar de Polonia, es
inevitable asociar su nombre a la eminente familia los Sapiehas, de rancio y
esclarecido abolengo, de ella sobresalieron los duques de Gendimfino, Narimundo
y Olgerdiano; y los piadosos y relevantes condes Nicolás, Juan, Federico y
Alejandro, cuya casa solariega radicó siempre en la ciudad de Koden, del
antiguo ducado de Lituania.
De entre los varones de
esta familia destacó de manera muy singular el conde Nicolás, modelo de
caballeros, intrépido y de corazón magnánimo, a quien el pontífice Urbano VIII
concedió el sobrenombre de Pío; y el obispo Boguslao le llamaba siempre muro
fortísimo de nuestra santa Fe y valentísimo Alcides de la Polonia.
El caballero polaco,
Nicolás Sapieha, conde del Sagrado Romano Imperio, pasó a Roma con el propósito
de visitar la tumba de San Pedro. El gran prestigio que disfrutaba en la corte
de Varsovia por ser legítimo y digno representante de una de las familias más
linajuda del viejo ducado de Lituania, fue causa de que el rey de Polonia, le
diera cartas de recomendación para el pontífice Urbano, amigo particular de
aquel monarca antes de que fuese elevado al supremo solio de la Iglesia
Universal.
Su Santidad recibió con
inequívocas muestras de singular aprecio al conde, honrándole de manera muy
especial; le invitó a oír Misa
en su oratorio particular y le dio la comunión de su mano, precisamente en el
altar de la Santa Imagen de María, copiada de la hoy Virgen extremeña de
Guadalupe.
Durante el tiempo que
duró la celebración del divino Sacrificio, el conde pudo examinar detenidamente
el cuadro que representaba a María y apreciar la belleza de su rostro,
sintiéndose hondamente conmovido y como arrebatado por un impulso soberano que
le hacía desear con fuerza la posesión de aquella alhaja tan preciada, cuya
contemplación por el cúmulo de gracias que la adornaban, le tenía como
aprisionado el corazón.
Su estado de ánimo le
ofuscó de manera tal, que concibió la diabólica idea de apoderarse de aquel
tesoro, pero pronto cambió de opinión por lo difícil que resultaba poder llevar
a la práctica sus pretensiones y por la ingratitud que suponía corresponder de
aquella manera a las muchas atenciones y favores que había recibido del bondadoso corazón del
Sumo Pontífice. Más tarde, pensó pedir la imagen al Santo Padre; pero hubo de
desistir de tal propósito por la gran veneración con que se guardaba en el Vaticano
y el singular aprecio que hacía de sus prerrogativas el pueblo romano.
Sin poder sustraerse a
sus impulsos, el conde prescindió de toda clase de consideraciones y se
determinó a realizar el secuestro de la imagen, para lo cual puso en juego
todas sus artes y supercherías consiguiendo ganarse por dinero la voluntad y
confianza del Camarero Sacristán del oratorio del Papa. El Camarero le entregó
la estampa, recibiendo en pago la respetable cantidad de cien doblones.
El noble polaco dispuso
su marcha a toda prisa y salió precipitadamente con dirección a su país.
No tardó en conocerse en
Roma la funesta noticia, produciendo honda pena en el corazón del Papa e
indignación de la magistratura y en el pueblo romano. Se cursaron órdenes
severísimas para proceder a la captura del sacrílego, pero éste no pudo ser alcanzado y
llegó, jadeante con su preciada carga, a la ciudad de Varsovia, donde
arrepentido de su pecado se presentó al Nuncio Apostólico dándole cuenta de su
horrible pecado. Manifestó que el móvil poderoso que le había impulsado a
cometer aquella acción fue la sublime atracción que sentía por la imagen
sacrosanta de la celestial Señora, en tanto que él había pensado construir un
suntuoso templo en su ciudad de Koden; consagrarse por entero a la Virgen
Gregoriana y procurar por todos los medios que Polonia entera se pusiera bajo
su protección y amparo.
Todos estos
razonamientos y disculpas no bastaron para colmar el estado de ánimo del Romano
Pontífice, quien con todo rigor decretó sentencia que abarcaba cuatro puntos:
devolución de la imagen y otras reliquias que se había llevado; un año de
cárcel; obligarle a terminar la iglesia y que fuera a Roma a pie, y solicitara
reverente la absolución apostólica.
No obstante todo esto,
en vista de la buena conducta que en un determinado tiempo observó el conde,
fue perdonado por el Papa, despachando un emisario para Polonia, con el
oportuno Breve, enviándole
un precioso anillo con las armas de los Barberinos, de cuya familia descendía
el Papa Urbano. En el Breve de referencia le perdonaba su pasada acción y le
indicaba quedar obligado a terminar la iglesia que a sus expensas se estaba
construyendo para que sirviera de morada y trono a la Virgen y que fuera a Roma
para recibir su Paternal bendición.
Hizo todo lo mandado,
terminada la iglesia dotándole de los más ricos ornamentos y las más preciadas
telas; cedió sus mejores joyas para adornar a la Virgen, llegando a adquirir
para Ella un toisón de oro de España, teniendo en cuenta que en aquella fecha
ya hacía siglos que se veneraba en Guadalupe la Virgen de este nombre. Desde
aquella fecha sería considerada en Polonia bajo la advocación de Santa María de
Guadalupe.
Desde entonces adquirió
aún más celebridad la ciudad de Koden, pues la Virgen de Guadalupe, dotada de
tantas gracias y prerrogativas, pronto empezó a testimoniar sus favores; y la
fama de sus milagros, al igual que sucedía en la Península Ibérica, se extendió
rápidamente por todo el territorio polaco.
A
partir de su llegada a Koden, la bibliografía en torno a esta imagen es numerosísima en el reino
polaco, y de aquella imagen se hacen amplio eco las crónicas del monasterio
extremeño, su matriz. Entre todas las obras que sobre la Virgen kodenense han
visto la luz pública es famosa la que el año 1721 dio la estampa en latín y en
Varsovia el conde de Sapieha, Juan Federico, y que traducido al castellano,
lleva por título: Monumentos
de antigüedad marianas en la imagen antiquísima, vulgarmente llamada
gregoriana, pintada por San Agustín Romano, de la Inmaculada Virgen Madre de
Dios de Guadalupe de Koden.
El Zar Alejandro II de
Rusia confiscó en 1863 la basílica donde se le daba culto. La imagen fue
llevada al templo de Czestochowa, cerca de Varsovia, donde estuvo oculta hasta
1926, en que el obispo de Podiaquia la devolvió a Koden, que la recibió
jubilosamente el 4 de septiembre de 1927.
Actualmente regentan su
templo los oblatos de María Inmaculada.
Epílogo
La Virgen de Guadalupe
ya no es lo que era. Es decir; la Virgen por supuesto que no ha cambiado, ni su
maternidad misericordiosa sobre los que la invocan. Pero se la invoca mucho
menos.
En parte se explica por
la persecución y ruina del monasterio el siglo pasado; además porque en este
siglo de María es mayor su intervención en la historia, añadiendo a los favores
sus mensajes: Medalla Milagrosa, Lourdes (Inmaculada). Fátima (Corazón de
María), Méjico (su retrato portentoso)... El pueblo va a Sta. María por estos
nuevos caminos, de más contenido espiritual.
Lo importante, desde
luego, no es la imagen de la Virgen que veneremos, todas fotografías de una
misma Madre. Es natural que cada hijo suyo escoja la que más le guste, lo
triste sería que no escogiera ninguna para su casa, su cartera o su cuello.
Sin embargo, no deja de
ser también providencial y esperanzador que la advocación de Guadalupe (Río
oculto, Río de gracias que hemos de descubrir), después de presidir la
formación de un imperio, el más extenso y cristiano, reviva prodigiosamente en
la Nueva España, con la promesa de su protección maternal, protección que, pues
todo se puede esperar de tal Reina, confiemos se extienda a un nuevo reino suyo
y de su Hijo, unificando en sus Corazones las tierras y los hombres que con
nuevo fervor la aclamen por Reina de la Hispanidad, a la mayor gloria de Dios y
de Sta. María.
La
fiesta de Ntra. Sra. de Guadalupe de Extremadura, se celebra el 6 de
septiembre. La más completa y reciente obra sobre Guadalupe, 600 págs. con
numerosas fotografías y láminas en color: Guadalupe, historia, devoción, arte.
Sebastián García, O.F.M., y Felipe Trenado, O.F.M. Sevilla 1578 (Editorial
Católica, Conde de Barajjas, 21. Sevilla)
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[1] Mexicas: los
nacidos de la nopalera (= sitio de nopales, especie de chumberas) porque, según
las leyendas, se establecieron donde vieron un águila comerse a una serpiente
en una nopalera. La ciudad: Mexiquic = junto a la nopalera. También llamados
aztecas: los venidos de Aztlán = lugar de las garzas). Los toltecas,
—pobladores anteriores a los aztecas— hablaban de un hombre blanco barbado,
quien predicó el bien, fundó una ciudad, y desapareció por el mar de oriente
(golfo de México) prometiendo volver. A este personaje lo divinizaron e
identificaron con el sol. (Cfr. Una gran señal apareció en el cielo, Sta. Cruz
Altillo, México, 1976). Según Fernando de Alba (xtlixóchit) en su Historia
Chichimeca, Netzahualcóyotl, un rey filósofo, llegó al concepto de un Dios
invisible, creador de todas las cosas, a quien dio culto. Una noche, a su paje
IIztapalozin se le apareció un joven resplandeciente que le dijo ser enviado
del Dios Todopoderoso, a quien habían agradado las ofrendas de su señor, por
ello un hijo suyo derrotaría al rey de Chalco (que había sacrificado a dos hijos
de aquél) y tendría otro hijo que le sucedería. Ocurrieron ambas cosas, y por
ello construyó un templo al Dios desconocido, creador de todas las cosas.
También a Papantzin, hermana de Moctezuma, ya aparentemente muerta, se le
apareció un joven vestido de blanco, con alas de plumas y una cruz en la
frente, enviado por el verdadero Dios invisible: Vio la princesa varias galeras
en el mar, con hombres blancos de cascos y banderas con la cruz. «Esos hombres
conquistarán esta tierra y traerán el culto al verdadero Dios, creador del
cielo y de la tierra, el cual quiere que tu seas la primera en recibir el agua
que lava del pecado". De hecho se bautizó más tarde con el nombre de
María, junto con su sobrino, Antonio Valeriano.
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[2] Tepeyac [=
cerro más alto, entonces a unos 6 kms. de México, hoy ya dentro de él; la
palabra india es propiamente Tepeyácac, de donde la palabra, en diminutivo
español: Tepeaquilla].
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[3] Es deliciosa la
erudición (de: e —rus, ruris = s del campo— lugar de analfabetos), nos hace ver
mejor cosas encendiendo bombillas multicolores. Y si además, es verosímil
¿quién podrá esquivarla? Por algo se quejaba Pablo de los atenienses,
buscadores de novedades que halagasen los oídos; ni tienen otra explicación lógica las
elucubraciones absurdas de los gnósticos, con sus multitudes de eones seres
intermedios (sustituidos hoy por el mito de los extraterrestres). Actualmente
esa erudición fantasiosa hipotética llega a desfigurar completamente los rigurosos
hechos históricos narrados no por uno sino por cuatro evangelistas, diversos
entre sí (Moisés fue buscado por el faraón para matarlo, luego se le dijo que podía volver, por
haber muerto los que le perseguían, pues S. Mateo, para que Jesús no fuera
menos, dice que le quiso matar Herodes, Eruditos de hipótesis, para quienes
incluso la virginidad de María y la Resurrección de Jesucristo son sólo
narraciones simbólicas, porque... —y cada cual, para no ser menos aporta su
perrito caliente, fruto de muchas lecturas exóticas y de largas horas de
artesanía culinaria—.
[4] La primera parte de la palabra es frecuente y clara: significa río, en árabe. Sobre la segunda hay diferentes hipótesis: del árabe al (artículo) y lub (cascajo negro): río con cauce de cascajo negro; o de al lubben: río oculto, porque corre medio escondido entre barrancos. También según el P. Elorduy, S.J. podría ser, con el mismo significado, de lupa: cueva, o lugar oculto, nombre vasco, no único en otros lugares ibéricos. O de latín lupus: lobo, río de lobos; o de lapis: piedra, río de piedras; o de lumen: luz, río de luz; esta significación también le daba, pero tomándola del árabe, el Patriarca de Antioquía Máximo IV (sucesor de Cirilo IX). O del celta Lug: dios celta. Que la palabra sea híbrida, de raíz árabe y no árabe, no es extraño, pues los árabes, lo mismo que los españoles en América, aceptaron los toponímicos, sin significado conocido. Si hubiese sido la palabra latina lobo, entonces lógicamente hubieran usado la árabe correspondiente. Tampoco tiene probabilidad río de luz, en contra de sus caracteres geográficos, o de Lug. Conforme las características físicas, bien puede ser río de piedras o mejor río oculto, y por derivación etimológica y semántica más fácil de lupa.
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