(Siglo
IV) La gran veneración que se ha profesado al santo durante tantas generaciones
y el número de iglesias y altares que se le han dedicado en todas partes, son
el mejor testimonio de su santidad y de la gloria de que goza con Dios. Nació
en Patara de Licia, una antigua provincia del Asia Menor. La capital, Mira,
próxima al mar, era una sede episcopal. Cuando quedó vacante, Nicolás fue
elegido obispo y ahí se hizo famoso por su extraordinaria piedad, su celo y sus
sorprendentes y numerosos milagros. Los relatos griegos sobre su vida afirman
que estuvo encarcelado por la fe y la confesó gloriosamente, al fin de la
persecución de Diocleciano. San Nicolás asistió al Concilio de Nicea, donde se
condenó al arrianismo.
El santo murió en Mira y fue sepultado en su catedral.
Este
conciso resumen de Alban Butler nos dice cuanto se sabe sobre la vida de San
Nicolás y un poco más. Fue obispo de Mira en el siglo IV. Sin embargo, no
escasean los materiales biográficos, como la biografía que se atribuye a San
Metodio, patriarca de Constantinopla, quien murió el año 847. Pero el biógrafo
afirma que, "hasta el presente, la vida de este distinguido pastor ha sido
desconocida para la mayoría de los fieles" y, en consecuencia, trata de
llenar esa laguna, casi cinco siglos después de la muerte del santo. Dicha
biografía es la más fidedigna de las fuentes biográficas, sobre las que se ha escrito mucho,
desde el punto de vista crítico y desde el expositivo. La fama de que ha
disfrutado San Nicolás durante tantos siglos, exige que hablemos sobre estas
crónicas.
Se dice
que desde la más tierna infancia Nicolás sólo comía los miércoles y los viernes
por la tarde, según los cánones. "Sus padres le educaron
extraordinariamente bien, y el niño siguió el ejemplo que ellos le daban. La
Iglesia le cuidó con la solicitud con que la tórtola cuida a sus polluelos, de
suerte que conservó intacta la inocencia de su corazón." A los cinco años
de edad, empezó a estudiar las ciencias sagradas: "día tras día, la
doctrina de la Iglesia iluminó su inteligencia y despertó su ansia de conocer la
verdadera religión." Sus padres murieron cuando él era todavía joven y le
dejaron una herencia considerable. Nicolás decidió consagrarla a obras de
caridad. Pronto se le presentó la oportunidad. Un habitante de Patara había
perdido toda su fortuna y tenía que mantener a sus tres hijas, pues éstas no
podían casarse sin dote. El pobre hombre pensaba ya en dedicar a sus hijas a la
prostitución para poder comer. Cuando Nicolás se enteró de ello, tomó una bolsa
con monedas de oro y, al amparo de la oscuridad de la noche, la arrojó por la
ventana en la casa de aquel hombre. Con ese dinero, se casó la hija mayor. San
Nicolás hizo lo mismo por las otras dos. El padre de las jóvenes se puso al
acecho en la ventana, descubrió a su bienhechor y le agradeció expresivamente
su caridad. Según parece, con el tiempo, los
artistas confundieron las tres bolsas de oro con tres cabezas de niño; de ahí
nació la absurda leyenda de que el santo había resucitado a tres niños a los
que un posadero había asesinado y sepultado en un montón de sal.
San
Nicolás llegó a la ciudad de Mira precisamente cuando el clero y el pueblo
celebraban una reunión para elegir obispo. Dios hizo comprender a los electores
que San Nicolás era el hombre indicado para el cargo. Era por entonces el
principio del siglo IV, cuando se desencadenaron las persecuciones. Como Nicolás era el
principal sacerdote de los cristianos en esa ciudad y predicaba con toda
libertad las verdades de la fe, fue arrestado por los magistrados, quienes le
mandaron torturar y le arrojaron cargado de cadenas en la prisión, con otros
muchos cristianos. Pero cuando el grande y religioso Constantino, elegido por
Dios, fue coronado con la diadema imperial de los romanos, los prisioneros
fueron puestos en libertad. También el ilustre Nicolás recobró la libertad y
pudo regresar a Mira. San Metodio afirma que, "gracias a las enseñanzas de
Nicolás, la metrópolis de Mira fue la única que no se contaminó con la herejía
arriana y la rechazó firmemente, como si fuese un veneno mortal." Pero
dicho autor no dice que el santo haya asistido al Concilio de Nicea el año 325.
Según otras tradiciones, San Nicolás no sólo asistió al Concilio, sino que dio
a Arrio una bofetada en pleno rostro. En vista de ello, los Padres conciliares
le privaron de sus insignias episcopales y le encarcelaron. Pero el Señor y su
Santísima Madre se le aparecieron ahí, le pusieron en libertad y le
restituyeron a su sede. San Nicolás tomó también medidas muy severas contra el
paganismo y lo combatió incansablemente. Destruyó, entre otros, el templo de
Artemisa, que era el principal de la provincia, y los malos espíritus salieron
huyendo ante él. El santo protegió también a su pueblo en lo temporal. El
gobernador Eustacio había sido sobornado para que condenase a muerte a tres inocentes.
En el momento de la ejecución,
Nicolás se presentó, detuvo al verdugo y puso en libertad a los prisioneros. Enseguida, se volvió a
Eustacio y le reprendió, hasta que éste reconoció su crimen y se arrepintió. En
esa ocasión estuvieron presentes tres oficiales del imperio que iban de camino
a Frigia. Cuando dichos oficiales volvieron a Constantinopla, el prefecto
Ablavio, que les tenía envidia, los mandó encarcelar por falsos cargos y
consiguió que el emperador Constantino los condenase a muerte. Al saberlo, los
tres oficiales, recordando el amor de la justicia de que había dado muestras el
poderoso obispo de Mira, pidieron a Dios que los salvase de la muerte por sus
méritos e intercesión. Esa misma noche, San Nicolás se apareció en sueños a
Constantino y le ordenó que pusiese en libertad a los tres inocentes. También
se apareció a Ablavio. A la mañana siguiente el emperador y el prefecto
tuvieron una conferencia, mandaron llamar a los tres oficiales, y los
interrogaron. Cuando Constantino supo que habían invocado a San Nicolás, los
puso en libertad y les envió al santo obispo con una carta en la que le rogaba
que no volviese a amenazarle y que orase por la paz del mundo. Durante mucho
tiempo, ése fue el milagro más famoso de San Nicolás, y prácticamente lo único
que se sabía sobre él en la época de San Metodio.
Todos
los relatos afirman unánimemente que San Nicolás murió y fue sepultado en Mira.
En la época de Justiniano, se construyó en Constantinopla una basílica en honor
del santo. Un autor griego anónimo del siglo X dice "que el oriente y el
occidente le aclaman unánimemente. Su nombre se venera y se construyen iglesias
en su honor en dondequiera que hay seres humanos: en la ciudad y en el campo,
en los pueblos, en las islas y en los extremos de la tierra. En todas partes
hay imágenes suyas, se predican panegíricos en su honor y se celebran fiestas.
Todos los cristianos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, niños y niñas,
respetan su memoria e imploran su protección. Y el santo derrama beneficios sin
límite a través de las generaciones, entre los escitas, los indios, los
bárbaros, los africanos y los italianos." Cuando Mira y su santuario
cayeron en manos de los sarracenos, varias ciudades italianas se disputaron el
honor de rescatar las reliquias del santo. La rivalidad se manifestó
particularmente entre Venecia y Bari y, finalmente, ganó esta última. Las
reliquias, recuperadas
bajo las narices de los guardias griegos y mahometanos, llegaron a Bari el 9 de
mayo de 1807. En su honor se construyó una iglesia, y el Papa Urbano II asistió a la
consagración. La devoción de San Nicolás existía en el occidente desde mucho
antes de la translación de sus reliquias, pero este acontecimiento contribuyó
naturalmente a popularizar la devoción, y en Europa comenzó a hablarse de los
milagros del santo en Asia. En Mira, se decía que "el venerable cuerpo del obispo,
embalsamado en el aceite de la virtud, sudaba una suave mirra que le preservaba
de la corrupción y curaba a los enfermos, para gloria de aquél que había
glorificado a Jesucristo, nuestro verdadero Dios." El fenómeno no se
interrumpió con la translación de los restos; según se dice, el "maná de
San Nicolás" sigue brotando en nuestros días, y ello constituye uno de los
atractivos principales para los peregrinos que acuden de toda Europa.
La
imagen de San Nicolás aparece más frecuentemente que ninguna otra en los sellos
bizantinos. Al fin de la Edad Media, había en Inglaterra más de 400 iglesias
dedicadas al santo. Se dice que, después de la Santísima Virgen, San Nicolás es
el santo al que los artistas cristianos han representado con más frecuencia. En
el oriente se le venera entre otras cosas, como patrono de los marineros; en el
occidente, como patrono de los niños. Probablemente, el primero de esos patrocinios
se originó en la crónica
que afirma que San Nicolás se apareció durante su vida a unos marineros que le
habían invocado en una tempestad, frente a las costas de Licia y los llevó
sanos y salvos al puerto. Los navegantes del mar Egeo y los del Jónico, siguiendo
la costumbre de oriente, tienen una "estrella de San Nicolás" y se
desean buen viaje con estas palabras: "Que San Nicolás lleve el
timón." De la leyenda de los tres niños se deriva el patrocinio de San
Nicolás sobre los niños y muchas otras prácticas, así eclesiásticas como
seculares, relacionadas con ese incidente; tales, por ejemplo, el
"niño-obispo" y la costumbre de hacer regalos en la época de Navidad,
que es tan común en Alemania, Suiza y los Países Bajos. Dicha costumbre fue
popularizada en los Estados Unidos por los protestantes holandeses de Nueva
Amsterdam, que convirtieron al santo "papista" en un mago nórdico
(Santa Claus, Sint Klaes, San Nicolás). En Inglaterra la costumbre no es muy
antigua, por lo
menos en la forma en que se practica actualmente. La liberación de los tres
oficiales imperiales hace que los prisioneros invoquen a San Nicolás. A este
propósito se contaban muchos milagros del santo en la Edad Media.
Por
curioso que parezca, en Rusia, San Nicolás es todavía más popular que en los
países del Mediterráneo oriental y el noroeste de Europa. En efecto, San Andrés
Apóstol y San Nicolás son los dos patronos de Rusia, y la Iglesia ortodoxa rusa
celebra la fiesta de la traslación de las reliquias. Antes de la Revolución
rusa, había tantos peregrinos rusos en Bari, que su gobierno mantenía en dicha
ciudad una iglesia, un hospital y un albergue. El santo es también patrono de
Grecia, Apulia, Sicilia y Lorena, así como de innumerables diócesis, ciudades e
iglesias. La basílica romana de San Nicolás in Carcere fue construida entre el
fin del siglo VI y el comienzo del VII. El nombre del santo figura en la preparación de la misa
bizantina.
De 1900 a nuestros días, se han publicado dos estudios muy
buenos sobre el santo y su culto. El primero es el de G. Anrich, Hagios
Nikolaos . . . in der
griechischen Kirche (2 vols, 1917). En él se encontrarán todos
los textos griegos de algún interés, mucho mejor editados que en Falconius o
Migne, con introducción y notas muy copiosas. El segundo estudio es el de K.
Meisen. Nikolauskult
und Nikolausbrauch im Abendlande (1931), en el que hay muchas
ilustraciones. Véase sobre este último Analecta
Bollandiana, vol. I (1932), pp. 178-181, donde se hace notar que
uno de los textos publicados por Meisen está tomado de un manuscrito del siglo
IX, lo cual prueba que la historia
de San Nicolás era conocida en occidente dos siglos antes de la translación de
las reliquias a Bari. Jules Laroche publicó una imponente Vie de S. Nicolás;
conviene leerla a la luz de las críticas de Analecta Bollandiana, vol. XII, p. 459.
Acerca del folklore griego relacionado con San Nicolás, véase N. G.
Politis Laographika
symmikta (1931); dicha obra está escrita en griego moderno. Sobre
otros aspectos de la crónica,
cf. J. Dorn, en Archiv
f. Kulturgeschiclue, vol. XIII
(1911), sobre todo p. 243, K. R. B. Yewdale,
Bohemond I, Prince of Antioch, p. 31; Karl Young, The Drama of the Medieval Church (1933),
passim. Acerca del emblema de San Nicolás, y su figura en el arte,
cf. Künstle,
Ikonographie, vol. II; y Drake, Saints and their Emblems, así como la
monografía de D. van Adrichem, publicada en italiano y holandés en 1928. No
faltan en la actualidad quienes defienden ardientemente el "maná de San
Nicolás"; así, por ejemplo, P. Scognamilio, La Marina di San Nicola (1925).
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