Vicente Juan Masip, llamado Juan de Juanes
Martirio de S. Esteban S. XVI, Museo del Prado
(C. 34 P.C.) Está fuera de toda duda que Esteban era judío y, muy probablemente, un helenista de la Dispersión que hablaba el griego. Su nombre proviene del griego Stephanos, que significa "corona". Desconocemos por completo las circunstancias de su conversión al cristianismo. San Epifanio dice que Esteban fue uno de los setenta discípulos del Señor. La primera referencia que se hace de Esteban en el libro de los Hechos de los Apóstoles, surge al abordar el tema de que entre los numerosos convertidos judíos, los helenistas murmuraban contra los hebreos y se quejaban de que a las viudas de los helenistas se las discriminaba en el diario reparto de los bienes de la comunidad. Con ese motivo, los Apóstoles reunieron a los fieles y les advirtieron que no debían descuidar los deberes de la predicación y la plegaria para atender a la distribución de alimentos; asimismo, les recomendaron que eligiesen a siete hombres de irreprochable conducta, llenos del Espíritu Santo y de reconocida prudencia, para que administrasen el reparto de los bienes comunes. La recomendación fue aprobada y las gentes eligieron a Esteban, "un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo", a Felipe, a Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y a Nicolás, un prosélito de Antioquía. Aquellos siete les fueron presentados a los Apóstoles, quienes les impusieron las manos y, de esta manera, los ordenaron como a los primeros diáconos.
"Y la palabra del Señor se difundió y el número de los discípulos se multiplicó extraordinariamente en Jerusalén; también gran número de entre los sacerdotes se sometieron a la fe. Y Esteban, lleno de gracia y de fortaleza, obró grandes maravillas y señales entre el pueblo". Al hablar, lo hacía con un espíritu tan vehemente y con tanta sabiduría, que sus oyentes no podían resistir a sus llamados y, al ver la influencia que ejercía sobre el pueblo, los ancianos y jefes de algunas de las sinagogas de Jerusalén, fraguaron una conspiración para perderle. Al principio, los conspiradores decidieron entablar disputas con Esteban, pero al verse incapaces para derrotarlo en aquel terreno, recurrieron al soborno de testigos falsos que le acusaron de blasfemia contra Moisés y contra Dios. El proceso se estableció en el Sanedrín y ante ese tribunal fue citado Esteban. El cargo principal en contra suya consistía en que había dicho y afirmado que el templo sería destruido y que las tradiciones mosaicas no eran más que sombras de normas inaceptables para Dios, puesto que Jesús de Nazaret las había substituido por otras nuevas. "Y todos cuantos se hallaban en el Sanedrín le miraron y advirtieron que su rostro era como el de un ángel". Entonces se le dio permiso para que hablase y, por medio de una extensa perorata en su defensa, reproducida en los Hechos vil 2-53, demostró que Abraham, el padre y fundador de su nación había dado testimonio y recibido los mayores favores de Dios en tierra extraña; que a Moisés se le mandó hacer un tabernáculo, pero se le vaticinó también una nueva ley y el advenimiento de un Mesías; que Salomón construyó el templo, pero nunca imaginó que Dios quedase encerrado en casas hechas por manos de hombres. Afirmó que tanto el templo como las leyes de Moisés eran temporales y transitorias y deberían ceder el lugar a otras instituciones mejores, establecidas por Dios mismo al enviar al mundo al Mesías. Esteban puso término a su discurso con una amarga invectiva. "¡Sois duros de corazón e incircuncisos de corazones y de oídos!", les dijo. "Siempre resistís al Espíritu Santo, como lo hicieron vuestros padres, ¿Qué profeta hubo al que no persiguiesen vuestros padres? Y mataron a los que de antemano anunciaron el advenimiento del Justo, del cual ahora vosotros os hicisteis traidores y asesinos, vosotros que recibisteis la ley como mandato de ángeles y no la guardasteis".
Toda la asamblea se estremeció de rabia al oír las palabras de Esteban, mas como él estuviese lleno del Espíritu Santo, no hizo más que levantar los ojos al cielo, vio la gloria de Dios y al Salvador de pie a la derecha del Padre y dijo a los del Sanedrín: "He aquí que contemplo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios". Y ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos y, como de común acuerdo, se precipitaron con el mismo furor contra él. A empellones, le sacaron fuera de la ciudad para apedrearle. Los testigos dejaron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo. Entonces apedrearon a Esteban que imploraba y decía: "Señor Jesús, recibe mi espíritu". Al caer sobre sus rodillas, clamó con fuerte voz: "Señor, no les tomes en cuenta este pecado". Y al decir esto descansó en paz".
Las referencias que se hacen a los testigos requeridos por la ley de Moisés y todas las circunstancias del martirio, muestran que la lapidación de. San Esteban no fue un acto de violencia de la multitud, sino una ejecución judicial. De entre los que estaban presentes y "consentían en su muerte", sólo uno llamado Saulo, el futuro Apóstol de los Gentiles, supo aprovechar la semilla de sangre que sembró aquel primer mártir de Cristo. "Llevaron a enterrar a Esteban hombres piadosos e hicieron gran duelo sobre él", dicen para concluir los Hechos de los Apóstoles. El hallazgo de los restos de Esteban por el sacerdote Luciano en el siglo quinto, se relata en el artículo relacionado con ese suceso en esta obra, bajo la fecha del 3 de Agosto.
Por supuesto que no tenemos ningún dato sobre la vida de San Esteban, fuera de los que nos suministra el Nuevo Testamento. Pero en relación con la fiesta y el culto del protomártir, el lector puede consultar el CMH y el Christian Woship de Duchesne, pp. 265-268. Desde antes de que terminara el siglo cuarto, tanto en el oriente (como lo demuestran aun para Siria las Apostolic Constitutions, vol. 33) como en el occidente, a San Esteban se le conmemoraba el 26 de diciembre. El antiguo culto a Esteban en Jerusalén ha sido ampliamente discutido por el cardenal Rampolla en Santa Melania Giuniore, pp. 271-280. Véase la Ikonographie de Künstle, vol. n, pp. 544-547, el Lexikon für Theologie und Kirche, vol. ix, ce. 796-799 y el DAC de Leclercq, vol. v, ce. 624-671.
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