jueves, 24 de diciembre de 2020

24 de diciembre LA VIGILIA DE NAVIDAD

 

Por fin, dice San Pedro Damiano en su Sermón para este día, "hénos ya llegados de la alta mar al puerto, de la promesa a la realidad, de la desesperación a la confianza, del trabajo al descanso, del destierro a la patria. Se habían venido sucediendo los mensajeros de la divina promesa, pero sólo traían consigo la renovación de esa misma promesa. Por esta razón el Salmista se había ya dejado dominar del sueño, de suerte que los últimos acentos de su lira patentizan la tardanza del Señor. Nos has rechazado, decía, nos has abandonado; y has aplazado la venida de tu Ungido. (Salmo LXXXVIII.) Después, pasando de la queja a la audacia, había exclamado con voz imperiosa: ¡Manifiéstate, pues, Tú, que te sientas sobre los Querubines! (Salmo LXXIX.) Sentado sobre el trono de tu poderío, rodeado de batallones de Ángeles voladores, ¿desdeñarás posar tu mirada sobre los hijos de los hombres, víctimas, es cierto del pecado cometido por Adán, pero por Ti permitido? Acuérdate de nuestra naturaleza creada a tu semejanza; porque aunque es cierto que todo mortal es vanidad, pero no en cuanto es tu imagen. Deja, pues, las alturas y baja; inclina los cielos de tu piedad sobre los desgraciados que te suplican y no los olvides eternamente."

"Isaías a su vez, en el ímpetu de sus deseos, exclamaba: Por Sión no me callaré, y por Jerusalén no descansaré hasta que se levante en su esplendor el Justo esperado. Rasga, pues, los cielos y baja." Finalmente, todos los Profetas, cansados de tanto esperar, continuaron lanzando sus súplicas, gemidos, y hasta a veces, sus gritos de impaciencia. Ya hemos oído y repetido bastante tiempo sus palabras; es hora de que se retiren; para nosotros no hay alegría ni consuelo hasta que el Salvador, honrándonos con el beso de su boca, nos diga él mismo en persona: Habéis sido escuchados.

Mas ¿qué es lo que acabamos de oír? Santifícaos, oh hijos de Israel, y estad preparados; porque mañana descenderá el Señor. Sólo lo que queda de este día, y a penas media noche, nos separan ya de la gloriosa visita, y nos ocultan todavía al Hijo de Dios y su admirable Nacimiento. Dáos prisa, horas veloces; terminad pronto vuestra carrera, para que podamos ver cuanto antes al Hijo de Dios en la cuna, y honrar esa Natividad, que es la salvación del mundo. Yo supongo, hermanos míos, que sois verdaderos hijos de Israel, y estáis purificados de todas las impurezas de la carne y del espíritu, bien preparados para los misterios de mañana, impacientes por dar muestras de vuestra devoción. Al menos así lo puedo esperar, dado como habéis pasado los días dedicados a la preparación del Advenimiento del Hijo de Dios. Pero si, a pesar de todo, hubiesen caldo en vuestro corazón algunas gotas del vaho de la corrupción, apresuráos hoy a secarlas y cubrirlas con el blanco lienzo de la confesión. Yo os lo garantizo de la bondad del Niño que va a nacer; quien confesare contrito su pecado, merecerá que la Luz del mundo nazca en él; se desvanecerán las falaces tinieblas y le será comunicado el verdadero esplendor. Porque ¿cómo se había de negar misericordia a los desgraciados, la noche en que nace el Señor misericordioso? Abatid, pues, el orgullo de vuestras miradas, la osadía de vuestra lengua, la crueldad de vuestras manos, la sensualidad de vuestros deseos; apartad vuestros pies de la veredas tortuosas, y luego venid y ved si el Señor no rasga esta noche los cielos y desciende hasta vosotros y arroja todos vuestros pecados al fondo del mar.

Este santo día es, en efecto, un día de gracia y de esperanza, y debemos pasarlo en santa alegría. La Iglesia, haciendo caso omiso de sus costumbres habituales, quiere que, si la Vigilia de Navidad cae en domingo, el Oficio y la Misa de la Vigilia prevalezcan contra el Oficio y la Misa del cuarto domingo de Adviento; tan solemnes la parecen estas últimas horas que preceden inmediatamente al Nacimiento del Señor. En las demás fiestas, por importantes que sean, sólo comienza la solemnidad en las primeras Vísperas; hasta ellas la Iglesia guarda silencio, celebrando los Oficios divinos y la Misa según el rito cuaresmal. Hoy, por el contrario, comienza ya la gran fiesta desde el amanecer, en el Oficio de Laudes. La entonación solemne de este Oficio nos anuncia un rito doble, cantándose las antífonas antes y después de cada salmo o cántico. En la Misa, aunque se conserva el color morado, no hay que estar de rodillas como en las demás ferias de Adviento, ni tampoco hay más que una sola Colecta en vez de tres que se suelen decir en una Misa menos solemne.

Participemos del espíritu de la santa Iglesia y preparémonos con el corazón rebosante de alegría a salir al encuentro del Salvador, que viene a nosotros. Practiquemos con fidelidad el ayuno que aligerará nuestros cuerpos y facilitará nuestra marcha; pensemos ya desde la madrugada que no volveremos a acostarnos sin haber visto nacer, en una hora sagrada, al que viene a iluminar a todas las criaturas; porque es obligación de todo fiel hijo de la Iglesia Católica, celebrar con ella esta feliz noche en la que todo el mundo, a pesar del enfriamiento de la piedad, honra todavía la venida de su Salvador, como último rescoldo de la piedad antigua, que no se habría de apagar sin gran perjuicio para la tierra.

Repasemos en espíritu de oración las partes principales del Oficio de esta Vigilia. Primeramente, la santa Iglesia comienza por una llamada de atención que sirve de Invitatorio en Maitines, y de Introito y Gradual en la Misa. Son las palabras de Moisés al anunciar al pueblo el celestial Maná que Dios le ha de enviar al día siguiente. También nosotros esperamos nuestro Maná, Jesucristo, Pan de vida, que va a nacer en Belén, la Casa del Pan.

INVITATORIO

Hoy sabréis que vendrá el Señor; y desde mañana veréis su gloria.

Los Responsorios rebosan majestad y dulzura. Nada más lírico y emocionante que su melodía, en esta noche que precede a la noche misma en que el Señor ha de venir personalmente.

R. Santifícaos hoy, y estad preparados: porque mañana veréis la majestad de Dios en medio de vosotros. V. Hoy sabréis que vendrá el Señor; y mañana veréis la majestad de Dios en medio de vosotros.

R. Permaneced constantes: veréis venir sobre vosotros la ayuda del Señor. ¡Oh Judea y Jerusalén, no temáis!: * Mañana seréis liberadas y el Señor estará con vosotras, V. Santifícaos, hijos de Israel, y estad preparados. * Mañana seréis liberados y el Señor estará con vosotros.

R. Santificáos, hijos de Israel, dice el Señor; porque mañana bajará el Señor. * Y quitará de vosotros toda languidez. V. Mañana será borrada la iniquidad de la tierra; y reinará sobre nosotros el Salvador del mundo. * Y quitará de vosotros toda languidez.

En los Cabildos y Monasterios se hace este día durante el Oficio de Prima y con una solemnidad extraordinaria el anuncio de la fiesta de Navidad. El Lector, que deberá ser una de las dignidades del coro, canta en un tono majestuoso el siguiente trozo del Martirologio, oído en pie por los asistentes, hasta el momento en que la voz del Lector deja oír el nombre de Belén. Entonces se arrojan todos por tierra hasta que ha terminado completamente el pregón de la buena nueva.

EL OCHO DE LAS CALENDAS DE ENERO

El año de la creación del mundo, cuando al principio creó Dios el cielo y la tierra, cinco mil ciento noventa y nueve: del diluvio, año dos mil novecientos cincuenta y siete: del nacimiento de Abraham, el año dos mil quince: de Moisés y de la salida del pueblo de Israel de Egipto, el año mil quinientos diez: de la unción del rey David, el año mil treinta y dos: en la semana sesenta y cinco, según la profecía de Daniel: en la Olimpíada ciento noventa y cuatro: de la fundación de Roma, el año setecientos cincuenta y dos: de Octavio Augusto, el año cuarenta y dos: estando en paz todo el universo: en la sexta edad del mundo: Jesucristo, Dios eterno e Hijo del Padre eterno, queriendo consagrar al mundo con su misericordiosísima venida, habiendo sido concebido del Espíritu Santo, y habiendo transcurrido nueve meses después de la concepción. EN BELÉN DE JUDEA NACE HECHO HOMBRE DE LA VIRGEN MARÍA::

¡LA NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN LA CARNE!

Delante de nosotros han ido desfilando sucesivamente todas las generaciones (En este solo día y en esta sola circunstancia adopta la Iglesia la cronología de los Setenta, que coloca el Nacimiento del Salvador después del año cinco mil, en tanto que la Vulgata no señala más que cuatro mil años hasta este gran acontecimiento; en lo cual está de acuerdo con el texto hebreo. No es éste lugar a propósito para explicar tal divergencia en la cronología; baste reconocer el hecho, como una prueba de la libertad que, en esta materia, nos deja la Iglesia). Se han aliado cuando les hemos preguntado si habrán visto pasar al que nosotros esperamos, hasta que habiéndose oído el nombre de María, ha sido proclamada la Natividad de Jesucristo, Hijo de Dios, hecho hombre.

"Una voz de alegría ha resonado en nuestra tierra, dice a este propósito San Bernardo en su primer Sermón sobre la Vigilia de Navidad; una voz de triunfo y de salvación en las tiendas de los pecadores. Acabamos de oír una dulce palabra, una palabra de consuelo, una frase llena de encanto, digna de ser recogida con el más solícito cuidado. Montañas, haced resonar las alabanzas; aplaudid, árboles del bosque, a la vista del Señor; porque he aquí que viene. Escuchad, oh cielos; atiende, oh tierra; pasmáos y cantad loores, oh criaturas; pero sobre todo tú, oh hombre: ¡JESUCRISTO, H I J O DE DIOS, NACE EN BELÉN DE JUDEA! ¿Qué corazón, por muy de piedra que fuere, qué alma no se derrite al oír estas palabras? ¿Hay noticia más dulce? ¿Hay pregón más deleitoso? ¿se oyó nunca cosa semejante? ¿recibió jamás el mundo algún don parecido? JESUCRISTO, HIJO DE DIOS, NACE EN BELÉN DE JUDEA. ¡Oh breve frase que nos anuncia al Verbo anonadado! ¡Cuán cargada estás de dulzura! EJ encanto de una suavidad tan meliflua nos invita a comentarla; pero faltan las palabras. Es, en efecto, de tal condición la gracia de esta frase, que, si trato de cambiar una iota, disminuyo su sabor: JESUCRISTO, HIJO DE DIOS, NACE EN BELÉN DE JUDEA.

M I S A

INTROITO

Hoy sabréis que viene el Señor, y nos salvará; y mañana veréis su gloria. Salmo: Del Señor es la tierra y su plenitud: el orbe de las tierras y todos cuantos habitan en él. — v. Gloria.

En la Colecta, parece todavía preocupada la Iglesia de la venida de Cristo Juez: pero es la última vez que hará alusión a este postrer Advenimiento. En adelante se entregará completamente a este Rey pacífico, a este Esposo, que viene a ella; sus hijos deben imitar su confianza.

ORACIÓN

Oremos. ¡Oh Dios! que nos alegras con la anual expectación de la ñesta de nuestra redención; haz que, así como recibimos ahora gozosos a tu Unigénito como Redentor, así veamos después sin temor volver como Juez a Nuestro Señor Jesucristo. El cual vive contigo.

En la Epístola, el Apóstol San Pablo, dirigiéndose a los Romanos, les anuncia la grandeza y santidad del Evangelio, es decir, de la truena Nueva que los Ángeles harán resonar en la noche próxima. Ahora bien, el protagonista del Evangelio no es otro sino el Hijo de Dios, de la raza de David según la carne, y que viene para ser en la Iglesia el principio de la gracia y del Apostolado, medios por los que somos también nosotros asociados a las alegrías de tan excelso Misterio después de tantos siglos pasados.

EPÍSTOLA

Lección de la Epístola del Apóstol S. Pablo a los Romanos (I, 1-4.)

Pablo, siervo de Jesucristo, llamado Apóstol, separado para el Evangelio de Dios, que antes había prometido por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, hecho de la simiente de David, según la carne, y predestinado para Hijo de Dios en poder, según el espíritu de santificación, por su resurrección de entre los muertos. Por El hemos recibido la gracia y el apostolado, para poder predicar la fe, en virtud de su nombre, a todos los pueblos, entre los cuales estáis también vosotros, los llamados de Nuestro Señor Jesucristo.

GRADUAL

Hoy sabréis que viene el Señor, y nos salvará: y mañana veréis su gloria. — J. Tú, que riges a Israel, atiende: tú, que conduces a José como una oveja; tú, que te sientas sobre los Querubines, muéstrate ante Efraín, Benjamín y Manasés.

Si la Vigilia cae en Domingo, se dice también el siguiente.

ALELUYA

Aleluya, aleluya. — V. Mañana será borrada la iniquidad de la tierra: y reinará sobre nosotros el Salvador del mundo. Aleluya.

En el Evangelio de esta Misa nos cuenta San Mateo la inquietud de San José y la visión del Ángel. Era conveniente que no pasase desapercibida en la Liturgia esta historia, uno de los preludios del Nacimiento del Salvador. Hasta ahora no se había ofrecido momento oportuno para presentarla. Por otra parte, esta lectura es muy propia de la Vigilia de Navidad a causa de las palabras del Ángel, señalando el nombre de Jesús que se ha de imponer al Hijo de la Virgen, y anunciando que este maravilloso niño salvará a su pueblo del pecado.

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según San Mateo. (I, 18-20.)

Estando desposada con José María, la Madre de Jesús, antes de que se juntasen, se halló haber concebido del Espíritu Santo. Mas José, su marido, como fuese justo y no quisiese infamarla, pensó abandonarla secretamente. Y pensando él en esto, he aquí que el Ángel del Señor se le apareció en sueños, diciéndole: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella ha nacido, del Espíritu Santo es. Y parirá un hijo y le llamarás Jesús, pues El salvará a su pueblo de sus pecados.

OFERTORIO

Príncipes, abrid vuestras puertas; y elevaos, puertas eternas, y entrará el Rey de la gloria.

SECRETA

Suplicámoste, oh Dios omnipotente, hagas que, así como anticipamos la adorable Natividad de tu Hijo, así recibamos gozosos sus eternos dones. El cual vive y reina contigo.

Durante la Comunión, la Iglesia se alegra de poder saborear ya en el Sacramento de la Eucaristía a Aquel cuya carne purifica y alimenta nuestra propia carne, sacando del consuelo que este divino manjar la procura, la fortaleza para esperar hasta el momento supremo, en que los Ángeles la llamarán a la Cueva del Mesías.

COMUNIÓN

Se revelará la gloria del Señor: y toda carne verá la salud de nuestro Dios.

POSCOMUNIÓN

Suplicárnoste, Señor, hagas que respiremos con la anunciada Natividad de tu Hijo, cuyo celestial Sacramento hemos comido y bebido. Por el mismo Señor.

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