(384 p.c.) El Líber
Pontíficalis afirma que San Dámaso era español. Tal vez era de
origen español, pero, según parece, nació en Roma, donde su padre era
sacerdote. San Dámaso, que no se casó nunca, llegó a ser diácono de la iglesia
de su padre. Cuando murió el Papa Liberio en 366, Dámaso fue elegido obispo de
Roma, a los sesenta años de edad, aproximadamente. Su elección estuvo lejos de
ser unánime, ya que una minoría eligió a otro diácono llamado Ursino o
Ursicinio y defendió su candidatura con gran vehemencia. Según parece, el poder
civil sostuvo a Dámaso con no menor apasionamiento (Butler afirma que empleó
"procedimientos bárbaros"); pero Rufino, contemporáneo de San Dámaso,
demuestra que éste no tuvo nada que ver en ello. Los partidarios del antipapa
no se calmaron del todo; en efecto, el año 378, San Dámaso fue acusado por
ellos de incontinencia y tuvo que justificarse ante el emperador Graciano y
ante un sínodo romano.
El
historiador pagano Amiano Marcelino afirma que el modo de vida de los prelados
romanos constituía una tentación para los ambiciosos y dice que hubiesen hecho
bien en imitar la sencillez del clero de las provincias. Es indudable que, en
tiempos de San Dámaso, se procedía con cierta pompa en la corte pontificia,
pues, según cuenta San Jerónimo, un pagano llamado Pretextato, que era senador
romano, dijo al santo: "Si me haces obispo de Roma, me convertiré mañana
mismo al cristianismo." Esta observación de un pagano prueba cuan
necesaria es la moderación a quienes desean dar testimonio del espíritu
evangélico. Como quiera que sea, esta crítica no se aplica a San Dámaso, ya que
San Jerónimo, que fue su secretario y le conocía bien, ataca severamente el
lujo de ciertos prelados en Roma y no habría dejado de mencionar al Papa si le
hubiese creído culpable de la misma falta. Lo cierto es que las críticas de San
Jerónimo eran tan justificadas que, el año 370, Valentiniano prohibió a los
miembros del clero que indujesen a las viudas y huérfanos a que les hiciesen
regalos o les dejasen legados. San Dámaso aplicó estrictamente ese decreto.
El
santo Pontífice tuvo que combatir varias herejías. Pero el año 380, Teodosio I
en el oriente y Graciano en el occidente proclamaron que el cristianismo, tal
como lo practicaban los obispos de Roma y Alejandría, era la religión del
Imperio. Además, Graciano, atendiendo a la petición de los senadores cristianos
apoyados por San Dámaso, suprimió el altar de la Victoria en el senado y
renunció al título
de Pontífice Máximo. Al año siguiente, se reunió el segundo Concilio Ecuménico
(primero de Constantinopla) y el Papa envió representantes. Pero de todos los
actos de San Dámaso, el más benéfico y cuya influencia se deja sentir todavía
en nuestros días, fue el haber patrocinado los estudios bíblicos de San
Jerónimo, que culminaron con la traducción conocida con el nombre de
"Vulgata". San Jerónimo cuenta que San Dámaso era versado en las
Escrituras, "un doctor virgen de una Iglesia virgen". Teodoreto dice
que "fue ilustre por la santidad de su vida y estaba siempre pronto a predicar
y a hacer cualquier cosa en defensa de la doctrina apostólica".
También
se recuerda a San Dámaso por su solicitud hacia las reliquias y sepulcros de
los mártires. A él se debieron el descubrimiento y el ornato de varias
catacumbas, y tanto el cristiano piadoso como el historiador y el arqueólogo le
admiran por las inscripciones que mandó poner en ellas. Se conservan muchas de
esas inscripciones y epigramas, ya sea en el original, ya sea en
reproducciones. Una de las más famosas es la que nos dice cuanto sabemos sobre
San Tarsicio. San Dámaso murió el 11 de diciembre de 384, cuando contaba unos
ochenta años. Él
mandó poner en la "cripta pontificia" del cementerio de San Calixto
un epitafio genérico, que termina así: "Yo, Dámaso, hubiese querido ser
sepultado aquí; pero tuve miedo de ofender a las cenizas de los santos."
Así
pues, fue sepultado, junto con su madre y su hermana, en una iglesia que él
mismo había construido en la Vía Ardeatina. Uno de los epitafios que se
conservan, es precisamente el que San Dámaso escribió para su propia tumba; en
él hace un acto de fe en la resurrección de Cristo y en la suya propia:
"El que anduvo sobre las aguas y calmó la tempestad, el que da vida a las
semillas de la tierra, el que rompió las cadenas de la muerte y, al cabo de
tres días de oscuridad, fue capaz de hacer volver al mundo superior al hermano
de Marta: El mismo hará que Dámaso resucite del polvo."
No hay ninguna biografía propiamente dicha de San Dámaso entre
las obras antiguas; lo más digno de mención es el artículo del Liber
Pontificalis (véase la edición de Duchesne, vol. I, pp. 212 ss., prefacio y
notas). La principal fuente sobre el santo es su correspondencia, así como los
epitafios que compuso y las escasas alusiones a él que se encuentran en las
obras de historia eclesiástica y secular. El prólogo del Libellus Precum (Migne,
PL., vol. XIII, cc. 83-107) es una maliciosa sátira compuesta por los enemigos
de San Dámaso. La edición más conocida de los epitafios es la de Ihm (1895);
pero véase también E. Schafer, Die
Bedeutung der Epigramme des Papstes Damasus fiir die Geschichte der
Heiligenverehrung (1932). Entre las contribuciones más
importantes al estudio de San Dámaso, hay que mencionar las obras de M.
Rade, Damasus Bicshof
von Rom (1882); J. Wittin, Papst Damaus I (1912); O. Marucchi, //
Pontificato del Papa Dámaso (1905); y J. Vives, Damasiana, en la colección Gesammelte Aufsatze zur
Kulturgeschichte Spaniens (1928). Véase también
Duchesne, History of
the Early Church (1912), vol. II, y el artículo de DAC, vol.
IV, cc. 145-197, en el que hay una bibliografía muy amplia. En CMH. (pp.
643-644) hay referencias muy útiles, particularmente por lo que toca al sitio
de la sepultura de este Pontífice. Existe una excelente edición de los epigramas, hecha por el P. Antonio Ferrua,
titulada Epigrammata
Damasiana (1942).
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