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p.c.) A San Milcíades o Melquíades, la historia le recuerda sobre todo porque
en su época terminó la era de las persecuciones y el emperador Constantino dio
la paz a la Iglesia. Milcíades era originario de África, según se dice. Fue
elegido para ocupar la cátedra pontificia el 2 de julio, probablemente el año
311. Después de la batalla de Puente Milvio, en la que Constantino derrotó a
Majencio el 28 de octubre de 312, el victorioso emperador se dirigió a Roma. A
principios del año 313, proclamó el edicto de tolerancia del cristianismo (y de
todas las otras religiones) en el Imperio. Más tarde, concedió otros
privilegios a la Iglesia y suprimió las condiciones de incapacidad legal que
pesaban sobre los cristianos. Los cristianos que se hallaban en las prisiones y
en las minas, fueron puestos en libertad. Celebraron la victoria de Cristo con
himnos de alabanza a Dios y oraban noche y día para que aquella paz, que venía
a poner término a diez años de violenta persecución, fuese durable.
La
alegría de la Iglesia se vio ensombrecida por los primeros brotes del cisma
donatista en África. La ocasión fue la elección de Ceciliano como obispo de
Cartago, ya que los donatistas pretendían que su consagración era inválida,
porque durante la persecución, Ceciliano había entregado los libros sagrados.
(Los donatistas sostenían erróneamente que los sacramentos administrados por un
ministro indigno son inválidos y que los pecadores no pueden ser miembros de la
Iglesia.) A petición de Constantino, el Papa reunió un sínodo de obispos
italianos y galos en Roma. Los obispos dictaminaron que la elección y
consagración de Ceciliano habían sido válidas. San Agustín refiriéndose a la
moderación con que procedió san Milcíades en ese asunto, le califica de hombre
excelente, verdadero hijo de la paz y padre de los cristianos. La liturgia
venera a este Pontífice como mártir, ya que, según dice el Martirologio Romano,
sufrió mucho durante la persecución de Maximiano (antes de su elección al
pontificado).
San
Milcíades comprendió que la paz ofrecía a la Iglesia una gran oportunidad para
convertir a los paganos y se regocijó de ese triunfo de la cruz de Cristo.
Desgraciadamente, la prosperidad material introdujo en muchos casos en la
Iglesia el espíritu mundano. La queja de Isaías hubiera podido repetirse con
razón: "Has multiplicado la nación, pero no has aumentado su gozo."
La persecución había mantenido vivo el verdadero espíritu religioso en los
primeros tiempos de la Iglesia. En cambio, la prosperidad corrompió muchos
corazones, por más que abundaban los ejemplos de la más alta santidad y era
fácil encontrar ayuda en todas partes. Los honores temporales y la seguridad
hicieron que el espíritu mundano fuese ganando terreno en muchos otros
cristianos, que llegaron a convencerse de que podían servir al mismo tiempo a
Dios y a Mamón. Los bienes materiales y la prosperidad son una bendición, pero
también constituyen un peligro.
En el Líber
Pontificalis hay un corto artículo sobre San Milcíades; pero
hay en él muy pocos datos fidedignos. En la Hist. Eccles. de Eusebio hay una carta de
Constantino a San Milcíades y dos cartas relacionadas con el asunto de
Ceciliano; pero la cuestión del cisma donatista pertenece más bien a la historia
general. A este propósito recomendamos las páginas de Palanque, en el vol. III
de la Histoire de
l'Eglise de Fliche y Martin. San Milcíades murió el 10 de
enero: cf. CMH., pp. 34 y 428. Se dice que el santo fue sepultado en el
cementerio de Calixto; véase sobre este punto a Leclercq, en DAC, vol. XI, cc.
1199-1203. Sobre el sínodo de Roma, cf. E. Caspar, en Zeitschrijt für Kirchengeschichte,
vol. XLVI (1927), pp. 333-346. Acerca de los problemas de la era
constantiniana, véase N. H. Baynes, Constantine the Great and the Christian
Church (1929).
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