(¿303? p. c.) De acuerdo
con la historia, Sabino, a quien reclaman como su obispo diversas ciudades
italianas, fue detenido junto con varios miembros de su clero durante la
persecución de Diocleciano. Todos los aprehendidos comparecieron ante
Venustiano, el gobernador de Etruria, quien mandó traer una estatuilla de
Júpiter para que Sabino la adorase. Pero el obispo arrojó al suelo la imagen de
un manotazo y la hizo pedazos, por lo cual el gobernador mandó que le cortasen
las dos manos. Dos de sus diáconos, llamados Marcelo y Exuperancio, hicieron
también una valiente confesión de fe, lo que les valió ser colgados por las
muñecas a las estacas y azotados ahí hasta que murieron. El obispo Sabino fue
devuelto a la prisión, y los cuerpos de los dos diáconos quedaron sepultados en
Asís.
Una viuda, llamada
Serena, entró a la cárcel con el último de sus hijos, un niño ciego, para que
Sabino lo tocase. El mártir le bendijo con el muñón de su brazo derecho y, al
punto, la criatura recuperó la vista. Después de aquel prodigio, muchos de los
que estaban presos junto con el obispo, pidieron el bautismo. Se afirma que no
pasó mucho tiempo sin que, incluso el gobernador Venustiano, quien padecía una
enfermedad en los ojos, se convirtiese al cristianismo y, más tarde tanto él
como su esposa y sus hijos sacrificaron sus vidas por Cristo.
San Sabino fue
trasladado a Espoleta y ahí le apalearon hasta matarlo. Sus restos fueron
enterrados a poco más de un kilómetro de aquella ciudad. San Gregorio el Grande
habla de una capilla construida en honor de este mártir, cerca de Fermo, y pide
a Crisanto, obispo de Espoleta, que le envíe algunas reliquias de San Sabino
para su iglesia. Este mártir y sus compañeros se conmemoran en la fecha de hoy
en el Martirologio Romano, el cual menciona también el 11 de diciembre a otro
San Sabino, obispo de Piaeenzu durante el siglo cuarto. Este fue un hombre de
tanta sabiduría y tan grande virtud, que San Ambrosio acostumbraba enviarle sus
escritos para que los criticase y aprobase, antes de publicarlos.
La historia que relatamos arriba, depende de una pasión
legendaria sin valor histórico, inventada en el siglo quinto o en el sexto. No
hay prueba concreta alguna de que Sabino haya sido obispo de Asís, de Espoleto
o de cualquier otra ciudad. Su pasión fue publicada, primero, en la Miscellanea de
Baluze-Mansi, vol. i, pp. 12-14. Véanse además, el Origines du culte des martyrs de
Delehaye, p. 317, donde se admite la posibilidad de que haya existido un mártir
de ese nombre que fue sepultado a corta distancia de Espoleto, pero cuya
historia se ignora por completo. Consultar también a Lanzoni en Le Diócesi d'Italia,
vol.I, pp. 439-440 y 461-463, así como a G. Gristofani, Storia di Assisi, vol.
III, pp. 21-23.
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