(373 p.c.) - San Efrén
que, durante su vida, alcanzó gran fama como maestro, orador, poeta,
comentarista y defensor de la fe, es el único de los Padres sirios a quien se
honra como Doctor de la Iglesia Universal, desde 1920. En Siria, tanto los
católicos como los separados de la Iglesia lo llaman «Arpa del Espíritu Santo»
y todos han enriquecido sus liturgias respectivas con sus homilías y sus
himnos. A pesar de que no era un hombre de mucho estudio (según otro Doctor de
la Iglesia, san Roberto Bellarmino, nuestro santo era «más piadoso que sabio»),
estaba empapado en las Sagradas Escrituras y parecía tener un conocimiento
intrínseco de los misterios de Dios. San Basilio le describe como «un
interlocutor que conoce todo lo que es verdad»; San Jeronónimo, al recopilar
los nombres de los grandes escritores cristianos, le menciona con estos
términos: «Efrén, diácono de la iglesia de Edessa, escribió muchas obras en
sirio y llegó a tener tanta fama, que en algunas iglesias se leen en público
sus escritos, después de las Sagradas Escrituras. Yo leí en la lengua griega un
libro suyo sobre el Espíritu Santo; a pesar de que sólo era una traducción,
reconocí en la obra el genio sublime del hombre». Sin embargo, para mucha
gente, el mayor interés en san Efrén radica en el hecho de que a él le debemos,
en gran parte, la introducción de los cánticos sagrados en los oficios y
servicios públicos de la Iglesia, como una importante característica del culto
y un medio de instrucción. Rápidamente, la música sacra se extendió desde
Edessa por todo el Oriente y, poco a poco, conquistó a Occidente. «A los himnos
que le dieron fama -dice un escritor anglicano- debe el ritual sirio en todas
sus formas, su vigor y su riqueza; a ellos se debe también, en gran parte, el
lugar de privilegio que la himnología ocupa ahora en las iglesias de todas
partes» (Dr. John Gwynn, en el vol. XIII de «Nicene and Post-Nicene Fathers»).
Efrén nació alrededor del
año 306, en la población de Nísibis, de Mesopotamia, región ésta que todavía se
encontraba bajo el dominio de Roma. Por estas palabras que se atribuyen a
Efrén, sabemos que sus padres eran cristianos: «Nací en los caminos de la
verdad y, a pesar de que mi mente de niño no comprendía su grandeza, la conocí
cuando llegaron las pruebas». En otra parte de ese mismo escrito que puede o no
ser auténticamente suyo, nos dice: «Desde temprana edad, mis padres me
mostraron a Cristo; ellos, los que me concibieron según la carne, me educaron
en el temor de Dios... Mis padres fueron confesores ante el juez: ¡Sí! ¡Yo soy
descendiente de la raza de los mártires!» A pesar de todo esto, se tiene
generalmente por cierto que el padre y la madre de Efrén eran paganos y que
hasta expulsaron al hijo pequeño de la casa, cuando éste, en su niñez, abrazó
al cristianismo. A la edad de dieciocho años recibió el bautismo y, desde
entonces, permaneció junto al famoso obispo de Nisibis, san Jacobo, con quien, se afirma, asistió al
Concilio de Nicea, en 325. Tras la muerte de san Jacobo, el joven Efrén mantuvo
estrechas relaciones con los tres jerarcas que le sucedieron. Probablemente era
maestro o director de la escuela episcopal. Efrén se hallaba en Nisibis las
tres veces en que los persas pusieron sitio a la ciudad, puesto que en algunos
de los himnos que escribió ahí, hay descripciones sobre los peligros de la
población, las defensas de la ciudad y la derrota final del enemigo en el año
350. Si bien los persas no pudieron tomar a Nisibis por los ataques directos,
consiguieron entrar sin lucha a la ciudad trece años después, cuando Nisibis se
les entregó como parte del precio de la paz que pagó el emperador Joviano,
después de la derrota y la muerte de Juliano. La entrada de los persas hizo
huir a los cristianos, y Efrén se refugió en una caverna abierta entre las
rocas de un alto acantilado que dominaba la ciudad de Edessa. Ahí vivió con
absoluta austeridad, sin más alimento que un poco de pan de centeno y algunas
legumbres; y fue en aquella soledad inviolable donde escribió la mayor parte de
sus obras espirituales.
Su aspecto era, por
cierto, el de un asceta, según dicen las crónicas: de corta estatura, medio
calvo y lampiño, tenía la piel apergaminada, dura, seca y morena como el barro cocido;
vestía con andrajos remendados, y todos los parches habían llegado a ser del
mismo color de tierra; lloraba mucho y jamás reía. Sin embargo, un incidente
que relatan todos sus biógrafos, nos demuestra que a pesar de su seriedad,
sabía apreciar una agudeza, aun cuando le afectara a él. La primera vez que
bajó de la cueva para entrar en Edessa, una mujer que lavaba ropa junto al río,
levantó la cabeza y se le quedó mirando con una fijeza irritante. Efrén se le
acercó, la reconvino severamente por su audacia y le dijo que, en su condición
de mujer, lo que convenía era bajar la vista modestamente al suelo. Pero ella
no se inmutó y repuso con presteza: «¡No! Eres tú quien debe mirar al polvo
puesto que de ahí vienes. Yo no procedo mal al mirarte, puesto que eres hombre
y yo vengo de un hombre». Efrén quedó sorprendido por el ingenio rápido de
aquella mujer y exclamó: "¡Si las mujeres de esta ciudad son tan listas,
cuánto más sabios deben ser los hombres!» Si bien la solitaria cueva era su
morada y su centro de operaciones, no vivía recluido en ella y con frecuencia
bajaba a la ciudad para ocuparse de todos los asuntos que afectaban a la
Iglesia. A Edessa la llamaba «la ciudad bendita» y en ella ejerció gran
influencia. Predicaba a menudo y, al referirse al tema de la segunda venida de
Cristo y el juicio final, usaba una elocuencia tan vigorosa, que los gemidos y
lamentos de su auditorio ahogaban sus palabras.
Consideraba como su
principal tarea combatir las falsas doctrinas que surgían por todas partes y,
precisamente al observar el éxito con que Bardesanes propagaba erróneas
enseñanzas por medio de las canciones y la música populares, Efrén reconoció la
potencialidad de los cánticos sagrados como un complemento del culto público.
Se propuso imitar las tácticas del enemigo y, sin duda, gracias a su prestigio
personal, pero sobre todo al mérito grande de sus propias composiciones, las
que hizo cantar en las iglesias por un coro de voces femeninas, consiguió
suplantar los himnos gnósticos por sus propios himnos. A pesar de todo esto, no
llegó a ser diácono sino a edad más avanzada. Su humildad le obligaba a rehusar
la ordenación y, el hecho de que a veces se le designe como san Efrén el
Diácono, apoya la afirmación de algunos de sus biógrafos en el sentido de que
nunca obtuvo una dignidad eclesiástica más alta. Aunque por otra parte, en su
escritos hay pasajes que parecen indicar que desempeñaba un puesto de
presbítero.
Alrededor del año 370,
emprendió un viaje desde Edessa a Cesarea, en la Capadocia, con el propósito de
visitar asan Basilio, de quien tanto y tan bien había oído
hablar. San Efrén menciona aquella entrevista, lo mismo que san Gregorio de
Nissa, el hermano de san Basilio, quien escribió un encomio del venerable
sirio. Una de las crónicas declara que san Efrén extendió su viaje y que visitó
Egipto, donde permaneció varios años, pero semejante declaración no está
apoyada por alguna autoridad y no concuerda con los datos cronológicos de su
vida, ampliamente reconocidos. La última vez que tomó parte en los asuntos
públicos fue en el invierno, entre los años 372 y 373, poco antes de su muerte.
Había hambre en toda la comarca y san Efrén se hallaba profundamente apenado
por los sufrimientos de los pobres. Los ricos de la ciudad se negaban a abrir
sus graneros y sus bolsas, porque consideraban que no se podía confiar en nadie
para hacer una justa distribución de los alimentos y las limosnas; entonces, el
santo ofreció sus servicios y fueron aceptados. Para satisfacción de todos,
administró considerables cantidades de dinero y de abastecimientos que le
fueron confiadas, además de organizar un eficaz servicio de socorro que incluía
la provisión de 300 camillas para transportar a los enfermos. Según las
palabras de uno de sus biógrafos más antiguos, «Dios le había dado la
oportunidad de ganarse una corona al término de su existencia». Evidentemente,
agotó sus energías en aquellos menesteres, puesto que, terminada su misión en
Edessa, regresó a su cueva y sólo vivió treinta días más. Las «Crónicas» de
Edessa y las máximas autoridades en la materia, señalan el año de 373 como el
de su muerte, pero algunos autores afirman que vivió hasta el 378 o el 379.
San Efrén fue un escritor
prolífico. Entre las obras suyas que han llegado hasta nosotros, algunas están
escritas en el sirio original y otras son traducciones al griego, al latín y al
armenio. Se las puede agrupar como obras de exégesis, de polémica, de doctrina
y de poesía, pero todas, a excepción de los comentarios, están en verso.
Sozomeno afirma que san Efrén escribió treinta millares de líneas. Sus poemas
más interesantes son los «Himnos Nisibianos» (carmina nisibena), de los que se
conservan setenta y dos de un total de setenta y siete, así como los cánticos
para las estaciones, que todavía se entonan en las iglesias sirias. Sus
comentarios comprenden todo el Antiguo Testamento y muchas partes del Nuevo.
Sobre los Evangelios no utilizó más que la única versión que circulaba por
entonces en Siria, la llamada Diatessaron, la que, en la actualidad no existe
más que en su traducción al armenio, no obstante que, en fechas recientes, se
descubrieron en Mesopotamia, algunos fragmentos antiguos escritos en griego.
A pesar de que es
poquísimo lo que sabemos sobre la vida de san Efrén, no poco es lo que nos
ayudan sus escritos a formarnos una idea sobre el hombre que fue. Lo que más
impresiona al lector es el espíritu realista y cordialmente humano con que
discurre sobre los grandes misterios de la Redención. Se diría que se anticipa
a esa actitud de emocionada devoción ante los sufrimientos físicos del
Salvador, que no llegó a manifestarse en el Occidente antes de la época de san
Francisco de Asís. Es conveniente dar aquí algunas muestras del lenguaje de san
Efrén. Por ejemplo, en uno de sus himnos o comentarios (es difícil clasificar
de una u otra manera a estas composiciones métricas), el poeta habla del
aposento donde tuvo lugar la Ultima Cena, de esta manera:
¡Oh tú, lugar bendito, estrecho aposento en el que cupo el mundo! Lo que tú
contuviste, no obstante estar cercado por límites estrechos, llegó a colmar el
universo. ¡Bendito sea el mísero lugar en que con mano santa el pan fue roto!
¡Dentro de ti, las uvas que maduraron en la viña de María, fueron exprimidas en
el cáliz de la salvación!
¡Oh, lugar santo! Ningún hombre ha visto ni verá jamás las cosas que tú
viste. En ti, el Señor se hizo verdadero altar, sacerdote, pan y cáliz de
salvación. Sólo Él bastaba para todo y, sin embargo, nadie era bastante para
Él. Altar y cordero fue, víctima y sacrificador, sacerdote y alimento...
0 bien, leamos esta
descripción del momento en que Jesucristo fue azotado:
Tras el vehemente vocerío contra Pilatos, el Todopoderoso fue azotado como
el más vil de los criminales. ¡Qué gran conmoción y cuanto horror hubo a la
vista del tormento! Los cielos y la tierra enmudecieron de asombro al
contemplar Su cuerpo surcado por el látigo de fuego, ¡El mismo desgarrado por
los azotes! Al contemplarlo a Él, que había tendido sobre la tierra el velo de
los cielos, que había afirmado el fundamento de los montes, que había levantado
a la tierra fuera de las aguas, que lanzaba desde las nubes el rayo cegador y
fulminante, al contemplarlo ahora golpeado por infames verdugos, con las manos
atadas a un pilar de piedra que Su palabra había creado. ¡Y ellos, todavía,
desgarraban sus miembros y le ultrajaban con burlas! ¡Un hombre, al que Él
había formado, levantaba el látigo! ¡Él, que sustenta a todas las criaturas con
su poder, sometió su espalda a los azotes; Él, que es el brazo derecho del
Padre, consintió en extender sus brazos en torno al pilar. El pilar de
ignominia fue abrazado por Él, que sostiene los cielos y la tierra con todo su
esplendor. Los perros salvajes ladraron al Señor que con su trueno sacude las
montañas y mostraron los agudos dientes al Hijo de la Gloria.
El documento conocido con
el nombre de «Testamento de San Efrén», nos revela más ampliamente todavía el
carácter del santo escritor. A pesar de que, posiblemente, haya sufrido
alteraciones y agregados en fechas posteriores, no hay duda de que en gran
parte, como afirma Rubens Duval, considerado como una autoridad en la materia,
es auténtico, sobre todo los pasajes que reproducimos aquí. San Efrén hace un
llamado a sus amigos y discípulos, en el tono emocionado y de profunda humildad
que encontrará el lector en los versos que siguen:
No me embalsaméis con aromáticas especias,
porque no son honras para mí.
Tampoco uséis incienso ni perfumes;
el
honor no corresponde a mí.
Quemad
el incienso ante el altar santo:
A
mí, dadme sólo el murmullo de las preces.
Dad
vuestro incienso a Dios,
y
a mí cantadme himnos.
En
vez de perfumes y de especias
dadme
un recuerdo en vuestras oraciones...
Mi
fin ha sido decretado y no puedo quedarme.
Dadme
provisiones para mi larga jornada:
vuestras
plegarias, vuestros salmos y sacrificios.
Contad
hasta completar los treinta días
y
entonces, hermanos haced recuerdo de mí,
ya
que, en verdad, no hay más auxilio para el muerto
sino
el de los sacrificios que le ofrecen los vivos.
Hay varios documentos, tanto en sirio como en griego, que pretenden ser biografías o notas biográficas de san Efrén. Los textos griegos fueron impresos por J. S. Assemani, en su introducción al primer volumen de S.P.N. Ephraem Syri Opera pp. 1-33, y en el prefacio al volumen tercero, pp. 23-35. A los textos sirios se los encontrará en Bibliotheca Orientalis, vol. I, p. 26, de Assemani y en S. Ephraem, Syri Hymni et Sermones, vol. II, pp. 5-90, de Lamy. También hay dos textos similares, de origen nestoriano, impresos en Patrología Orientalis, vol. IV, pp. 293-295, y vol. V, pp. 291-299. Por regla general se afirma que no puede depositarse ninguna confianza en las informaciones que proceden de esas fuentes. La discusión del carácter o la autenticidad de los trabajos que le han sido atribuidos a san Efrén, no tiene cabida en esta obra. El Testamento de San Efrén, un escrito muy interesante, fue traducido y editado con comentarios críticos por Rubens Duval en el Journal Asiatique de 1901, pp, 234-318.
La Liturgia de las Horas utiliza en cinco días del año lecturas de san Efrén, que pueden servir como adecuada introducción a su estilo y pensamiento: Viernes III de Pascua: La cruz de Cristo, salvación del género humano; VI Domingo del Tiempo Ordinario: La palabra de Dios, fuente inagotable de vida; Jueves, I semana de Adviento: Vigilad, pues vendrá de nuevo; el propio día del santo: Los designios divinos son figura del mundo espiritual; y el día de la BVM de Fátima: María sola abraza al que todo el universo no abarca.
Imágenes: la primera es un ícono sirio, y la segunda es «La muerte de san Efrén», un mural anónimo en una celda del Monte Athos.
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