LA DIGNIDAD DEL PUEBLO CRISTIANO. — Nada más grande ni más elevado sobre la tierra que los principes de la Santa Iglesia, que los Pastores establecidos por el Hijo de Dios, y cuya sucesión durará tanto como el mundo; pero no creamos que los súbditos de este vasto imperio que se llama Iglesia no tengan también su dignidad y su grandeza. El pueblo cristiano, en el seno del cual se confunden, en una igualdad completa, el príncipe y el simple particular, sobrepuja en esplendor y en valor moral a todo el resto de la humanidad.
Penetra por doquiera que se extienda la verdadera civilización; pues lleva por todas partes la verdadera noción de Dios y del fin sobrenatural del hombre. Ante él la barbarie retrocede, las instituciones paganas, por antiguas que sean, se borran; y hasta vió un día a la civilización griega y romana rendirle armas, y al derecho cristiano emanado del Evangelio sobreponerse por sí mismo al derecho de los pueblos gentiles. Numerosos hechos han mostrado la superioridad que el bautismo imprime a las razas cristianas; porque sería irracional el pretender encontrar la causa primera de esta superioridad en nuestra civilización, puesto que esta misma civilización no ha sido más que el producto del bautismo.
LA UNIDAD DE FE. — Pero si la grandeza del pueblo cristiano es tal que ej erce su prestigio exterior hasta sobre los mismos infieles ¿qué diremos de la que la fe nos revela en él? El Apóstol San Pedro, el Pastor universal en cuyas manos acabamos de ver al divino Pastor depositar las llaves, definió así al rebaño a quien está encargado apacentar: "Vosotros sois, les dijo, la raza escogida, el sacerdocio real, la nación santa, el pueblo escogido, encargado de publicar las grandezas de Aquel que os ha llamado del seno de las tinieblas a su admirable luz." (I S. Pedro, 11, 9.)
En efecto, en el seno de ese pueblo se conserva la verdad divina, que no podía extinguirse en él. Cuando la autoridad docente debe proclamar, en su infalibilidad, una decisión solemne en materia de doctrina, hace primero una llamada a la fe del pueblo cristiano y la sentencia declara inviolable lo que ha sido creído "en todos los lugares, en todos los tiempos y por todos". (S. Vicente de Lerius, "commonitorium".) En el pueblo cristiano reside este principio admirable de fraternidad de las inteligencias, en cuya virtud encontráis la misma creencia en las razas más diversas, por más hostiles que sean las unas para con las otras; en lo referente a la fe y a la sumisión a los Pastores, no hay más que un solo pueblo. En el seno de este pueblo florecen las más perfectas las virtudes y a veces las más heroicas; pues es el depositario, en gran parte, del elemento de santidad que Jesús ha derramado con su gracia en la naturaleza humana.
EL TESTIMONIO DEL AMOR.— Ved también con qué amor le protegen y le honran los Pastores. En todos los grados de la jerarquía va unido el deber de dar su vida por el rebaño. Este sacrificio del Pastor por sus ovejas no es verdadero heroísmo; es deber estricto. ¡Vergüenza y maldición aquel que retrocede!, el Redentor le señala con el nombre de mercenario. Pero también, ¡qué bello y qué innumerable este ejército de Pastores que, desde hace diez y nueve siglos, han dado su vida por el rebaño! No hay una página de los anales de la Iglesia en que no resplandezcan sus nombres, desde el de Pedro, crucificado como su Maestro, hasta los de esos Obispos de Cochinchina, de Tonkín, de Rusia y de España cuyos recientes martirios han venido a advertirnos que el Pastor no ha cesado de considerarse como víctima por el rebaño. Veamos también cómo antes de confiar sus corderos y sus ovejas a Pedro, Jesús quiere ante todo asegurarse si le ama más que los otros. Si Pedro ama a su Maestro, amará a las ovejas de su Maestro, y sabrá amarlas hasta dar su vida por ellas. Es la advertencia que le da el Salvador que, después de haberle confiado el rebaño entero, termina prediciéndole el martirio. ¡Dichoso pueblo aquel cuyos jefes no ejercen el poder más que a condición de estar prestos a derramar por él toda su sangre!
LAS SEÑALES DE RESPETO. — ¡ C o n qué respeto y qué consideración tratan los Pastores a estos rebaños de su Maestro! Si una de ellas llega a señalar en su vida los caracteres que denotan la santidad, hasta el punto de merecer ser propuesta a la sociedad cristiana como modelo y como intercesor, veréis entonces, no solamente al Sacerdote cuya palabra trae al Hijo de Dios al altar, no solamente al Obispo cuyas manos sagradas tienen el báculo pastoral, sino al Vicario mismo de Cristo, humildemente arrodillados ante el sepulcro en que la imagen del servidor o de la sierva de Dios por humilde que haya sido su rango, por débil que haya sido su sexo sobre la tierra. El sacerdocio jerárquico testificará este respeto por las ovejas de Cristo, aún con niño bautizado cuya lengua no se ha desatado aún, que no es contado en el Estado entre los ciudadanos, que tal vez antes de acabar el día sería ajado como la flor de los campos. El Pastor reconoce en él a un miembro digno del honor de pertenecer a ese cuerpo de Jesucristo que es la Iglesia, un ser" colmado de dones sublimes que hacen de él el objeto de las complacencias del cielo y la bendición de todos los que le rodean. Cuando el templo santo ha reunido la asamblea de fieles y el incienso se ha quemado sobre la oblata y alrededor del altar, el celebrante que ofrece el Sacrificio recibe el homenaje de este perfume misterioso que honra en él al representante de Cristo; el colegio sacerdotal ve avanzar enseguida hacia sí al turiferario, que viene a rendir honor a los que están señalados por el carácter sagrado; pero el incienso no se detiene en el santuario.
He aquí que el turiferario viene a colocarse en frente del pueblo fiel, y le concede en nombre de la Iglesia este mismo homenaje que hemos visto tributar al Pontífice y a los sacerdotes; pues el pueblo fiel está también en Cristo. Más aún, cuando el despojo mortal del cristiano, aunque haya sido el más pobre entre sus hermanos, es traído a la casa de Dios para recibir las honras fúnebres, esas mismas honras fúnebres son un homenaje. El incensario recorre aún sus miembros inanimados; hasta tal punto la Iglesia trata de reconocer y de honrar hasta el último momento el carácter divino que la fe le hace ver hasta en el más humilde de sus hijos. ¡Oh pueblo cristiano! ¡qué justo es decir de ti, y con mucha más razón, lo que Moisés decía de su Israel: "No, no hay nación tan grande y tan colmada de honor!" (Deut., IV, 7.)
El Tercer Domingo después de Pascua lleva, en la Iglesia griega, el nombre de "Domingo del Paralítico", porque se celebra de un modo particular la conmemoración del milagro que nuestro Señor obró en la Piscina Probática.
M I S A
El Introito es un himno triunfal que invita a toda la Creación a la alegría y a la acción de gracias.
INTROITO
Canta jubilosa a Dios, tierra toda, aleluya: decid un salmo a su nombre, aleluya: glorificad su alabanza, aleluya, aleluya, aleluya. — Salmo: Decid a Dios: ¡Cuán terribles son tus obras, Señor! En la grandeza de tu poder se engañarán tus enemigos. V. Gloria al Padre.
La Colecta recuerda la alta dignidad de la vocación cristiana. La Eucaristía sacrificio-sacramento nos obtendrá la gracia de ser fieles rechazando todo lo que es contrario a nuestro bautismo y practicando lo que le es conforme.
COLECTA
Oh Dios, que muestras, a los que yerran, la luz de tu verdad, para que puedan tornar al camino de la justicia: da, a todos los que hacen profesión de cristianos, la gracia de rechazar lo que se opone a ese nombre, y de seguir lo que concuerda con él. Por el Señor.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Ap. S. Pedro.
Carísimos: Os ruego que, como extranjeros y peregrinos, os abstengáis de los deseos carnales, que militan contra el alma, viviendo honradamente entre las gentes: para que, ya que os consideran como malhechores, al ver vuestras buenas obras, glorifiquen a Dios el día de la visitación. Estad, pues, sumisos a toda criatura humana por Dios: ya al rey, como jefe: ya a los caudillos, como enviados por él para castigo de los malhechores y alabanza de los buenos: porque es voluntad de Dios que, obrando el bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres imprudentes: (obrad) como libres, y no como teniendo la libertad por velo de la malicia, sino como siervos de Dios. Honrad a todos: amad la fraternidad: temed a Dios: Honrad al rey. Siervos, someteos con todo temor a los amos, no sólo a los buenos y modestos, sino también a los díscolos. Porque esto es lo grato (a Dios), en nuestro Señor Jesucristo.
LOS DEBERES DEL CRISTIANO. — "El deber de santificarse se resuelve en las obligaciones concretas y adaptadas a la situación social actual de cada uno. La razón de insistir es la formulada por S. Pedro: el cristiano es como extraño y peregrino en el mundo no conquistado para el Evangelio. Es preciso luchar contra las fuerzas del pecado que se insinúan hasta en nosotros mismos, y guardar, en medio de los gentiles que se abandonan, a él, una conducta ejemplar digna de respeto y estima. "Este apostolado del buen ejemplo dicta, desde luego, a los cristianos su actitud "frente" a las instituciones humanas... su deber social se resume en cuatro frases cortas que son otras tantas normas directrices de la vida: 1." tratar a todos los hombres con el respeto debido a su dignidad de hombres: 2." amar a los que son nuestros hermanos en la fe: 3.° temer a Dios con ese temor que es el principio de la verdadera sabiduría y el contra-peso de la orgullosa confianza en sí: 4.° reverenciar la autoridad real dando al César lo que es del César. "En fin, el pensamiento de la fe hará que los sirvientes respeten y obedezcan a sus señores, y esta obediencia cristiana les hará merecedores del favor divino." (A. Charue, "Las Epístolas Católicas", p. 455.) Realizaremos este ideal del cristiano gracias a la Redención siempre presente en el altar. Cada día nos recordará ella que el cristiano, siendo otro Cristo, debe sufrir como El para entrar en la gloria, y ella nos dará fuerzas para semejarnos a El.
ALELUYA
Aleluya, aleluya. J. El Señor envió la redención a su pueblo. Aleluya. V. Convenía que Cristo sufriera, y resucitara de entre los muertos: y entrara así en su gloría. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Un poco, y ya no me veréis: y otro poco, y me veréis: porque voy al Padre. Dijéronse entonces los discípulos entre sí: ¿Qué es eso que nos dice: Un poco, y no me veréis: y otro poco, y me veréis, y: Porque voy al Padre? Dijeron, pues: ¿Qué es eso que nos dice: Un poco? No sabemos lo que habla. Y conoció Jesús que querían preguntarle, y díjoles: ¿Preguntáis entre vosotros qué es lo que dije: Un poco, y no me veréis y otro poco, y me veréis? En verdad, en verdad os digo: Que lloraréis y gemiréis vosotros, pero el mundo se gozará; y vosotros os contristaréis, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando pare, tiene tristeza, porque llega su hora; pero, cuando ha parido al niño, ya no se acuerda del apuro, por el gozo de haber nacido un hombre en el mundo. También vosotros tenéis ciertamente tristeza ahora, pero os veré otra vez, y se gozará vuestro corazón: y nadie os quitará vuestro gozo.
CONFIANZA EN LA PRUEBA. — "El Señor debía alejarse; pero sus palabras parecían contradictorias a los Apóstoles. ¿Cómo iba a estar al mismo tiempo con su Padre y con ellos? Jesús, que leía los pensamientos (en las almas), comprendió la ansiedad de los suyos. Sin duda, al hablar así, pensaba en el alejamiento momentáneo de la pasión y en la alegría de la Resurrección. Pero esta desaparición y esta vuelta eran, a a sus ojos, el símbolo de otra vuelta; la partida hacia su Padre, en la Ascensión, y la reunión con sus discípulos, en la eternidad. Mientras tanto, los discípulos tendrán que trabajar y sembrar en las lágrimas, en ausencia de su Maestro. ¿Qué importa la tribulación de los tiempos? No pensaremos en ella cuando el hombre nuevo se haya entregado a Dios, cuando la Iglesia alabe a Dios, cuando el nuevo Adán aparezca delante del Padre con la posteridad que habrá germinado de su sangre. No hay cosa mejor para darse de lleno, que seguir las perspectivas que nos abre el Salvador. Ahora momentos de angustia, después la alegría sin fin, cuya plenitud colmará nuestros deseos y nuestra inteligencia. Ningún poder creado es capaz de arrebatárnosla.
El Ofertorio es un grito de alabanza y de alegría, de la alegría encontrada en el sacrificio.
OFERTORIO
Alaba, alma mía, al Señor: alabaré al Señor en mi vida: salmearé a mi Dios mientras viva, aleluya. La Secreta nos recuerda que el fruto de la Eucaristía será desprendernos de la tierra y elevarnos hacia el cielo.
SECRETA
Haz, Señor, que nos sea dado en estos Misterios aquello con que, mitigando los deseos terrenos, aprendamos a amar los celestes. Por el Señor.
La Comunión nos hace oír el anuncio de la partida y de la vuelta de Cristo. Los santos misterios nos preparan para recibir al Señor cuando viniere.
COMUNIÓN
Un poco, y no me veréis, aleluya: otro poco, y me veréis, porque voy al Padre, aleluya, aleluya. Entretanto, la Eucaristía es el reconfortamiento y la salvaguardia de los peregrinos en camino hacia el cielo.
POSCOMUNIÓN
Suplicárnoste, Señor, hagas que, los Sacramentos que hemos recibido, nos restauren con alimentos espirituales, y nos protejan con corporales auxilios. Por el Señor.
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