(1775 D.C.) - San Pablo de la
Cruz, fundador de los pasionistas, nació en Ovada, en la República de Génova,
en 1604, casi al mismo tiempo que Voltaire. Pablo Francisco era el hijo mayor
de Lucas Danei, hombre de negocios de buena familia. Tanto éste como su esposa
eran excelentes cristianos. Siempre que Pablo empezaba a llorar por cualquier
motivo, su madre le mostraba el crucifijo y le hablaba de los sufrimientos de
Cristo. Así, fue formando poco a poco en el niño, la gran devoción a la Pasión,
que había de distinguirle toda su vida. El padre de Francisco leía en familia
las vidas de los santos y exhortaba a sus hijos a guardarse de los peligros del
juego y de los pleitos. Aunque Pablo era una de esas almas selectas que se
entregan a Dios desde la infancia, a los quince años, un sermón que oyó le dejó
convencido de que no correspondía suficientemente a la gracia. Así pues, luego
de hacer una confesión general, emprendió una vida de austeridad: dormía en el
suelo, pasaba varias horas de la noche en oración y tomaba severas disciplinas.
En estas prácticas le imitaba su hermano, Juan Bautista, dos años menor que él.
También fundó una especie de sociedad de santificación mutua con sus amigos,
varios de los cuales entraron más tarde en la vida religiosa. En 1714, Pablo
partió a Venecia para responder al llamado del Papa Clemente XI, quien había
pedido voluntarios para la guerra contra los turcos; pero un año después se dio
de baja, convencido de que no estaba hecho para la vida militar. Sintiendo que
Dios no le llamaba tampoco a una vida ordinaria en el mundo, rechazó una
cuantiosa herencia y un matrimonio brillante. Pero antes de que él o sus
directores lograsen descubrir su verdadera devoción, vivió varios años en casa
de sus padres, en Castellazzo de Lombardía, donde mediante la práctica
constante de la oración, alcanzó un alto grado de contemplación.
En tres extraordinarias
visiones que tuvo, en 1720, observó un hábito negro sobre el que estaba grabado
el nombre de Jesús, en caracteres blancos, bajo una cruz, a la altura del
pecho. En la tercera de esas visiones, la Santísima Virgen, vestida con el
hábito negro, le ordenó que fundase una congregación cuyos miembros vistiesen
ese hábito y sufriesen constantemente por la pasión y muerte de Cristo. Pablo
presentó por escrito un relato de sus visiones al obispo de Alejandría, el cual
consultó con varias personas de autoridad, entre las que se contaba el
capuchino Columbano de Génova, antiguo director espiritual de Pablo. Conociendo
la heroica vida de virtud y oración que el joven había llevado desde niño,
todos declararon que se trataba, realmente, de una vocación señalada por Dios.
Entonces, el obispo autorizó a Pablo a seguir el divino llamamiento y le
confirió el hábito negro. La insignia de la cruz la reservó hasta que el Papa
aprobase la nueva fundación. Pablo empezó inmediatamente a redactar las reglas
de la futura congregación. Durante cuarenta días se retiró a una oscura y
húmeda celda triangular, contigua a la sacristía de la iglesia de San Carlos de
Castellazzo, donde vivió a pan y agua y durmió en un lecho de paja. Las reglas
que redactó entonces, sin consultar ningún libro, son sustancialmente las
mismas que observan actualmente los pasionistas.
Después de ese retiro,
permaneció algún tiempo con Juan Bautista y otro discípulo, en las cercanías de
Castellazzo, ayudando al clero en la catequesis y dando misiones con gran
éxito. Pero pronto comprendió que, para cumplir plenamente su misión,
necesitaba la aprobación de Roma. Así pues, descalzo, con la cabeza descubierta
y sin un centavo en la bolsa, emprendió el viaje a la Ciudad Eterna. En Génova
dejó a su hermano Juan Bautista. En cuanto llegó a Roma, se presentó en el
Vaticano; pero, como no tenía credenciales, no pudo entrar. Pablo vio en ello
una señal de que todavía no sonaba la hora de Dios y emprendió tranquilamente
el viaje de vuelta. Pasó por las solitarias laderas de Monte Argentaro, que el
mar separa casi enteramente de la península. El sitio le impresionó tanto, que
poco después volvió con Juan Bautista, decidido a llevar en una de las ermitas
abandonadas en aquel lugar, una vida tan austera como la de los padres del
desierto. Más tarde, pasaron algún tiempo en Roma, donde recibieron las Órdenes
Sagradas; pero en 1727, retornaron a Monte Argentaro, con la intención de
fundar el primer noviciado, para el cual habían recibido ya la autorización
pontificia.
En la empresa tuvieron que
hacer frente a numerosas dificultades. Todos los primeros candidatos
encontraron demasiado duro el régimen de vida y se volvieron atrás. Por otra
parte, a causa de la amenaza de la guerra, los bienhechores no pudieron cumplir
sus promesas. Finalmente, se desató una grave epidemia en los pueblos de los
alrededores. Pablo y Juan Bautista, que habían recibido en Roma facultades de
misioneros, se consagraron a dar los últimos sacramentos a los agonizantes, a
cuidar a los enfermos y a reconciliar con Dios a los pecadores. Las misiones
que predicaron por entonces tuvieron tal éxito, que pronto empezaron a
llamarles de otros pueblos. Igualmente, solicitaron la admisión varios nuevos
novicios (de los que no todos perseveraron) y, en 1737, se acabó de construir
el primer "retiro" o monasterio pasionista. A partir de entonces, la
congregación empezó a florecer, aunque las pruebas y decepciones no escasearon.
En 1741, Benedicto XIV aprobó las reglas, un tanto mitigadas, e inmediatamente
aumentó el número de vocaciones para la congregación. Seis años después, cuando
los pasionistas tenían ya tres casas, se reunieron en capítulo general. Ya para
entonces, la fama de sus misiones y de la austeridad de su vida se había
divulgado por toda Italia. San Pablo en persona evangelizó casi todas las
ciudades de los Estados Pontificios y la región de Toscana. El tema constante
de su predicación era la Pasión de Cristo. Con una cruz en la mano y los brazos
extendidos, el santo hablaba de los sufrimientos del Señor, en forma que
conmovía aun a los más duros. Cuando se disciplinaba violentamente en público
por los pecados del pueblo, hacía llorar aun a los soldados y a los bandoleros.
Uh oficial que asistió a una de las misiones confesó al santo: "Padre, yo
he estado en muchas batallas, sin pestañear siquiera al tronar del cañón, pero
la voz de vuestra reverencia me hace temblar de pies a cabeza". El apóstol
trataba tiernamente a los penitentes en el confesionario, confirmándolos en sus
buenos propósitos, exhortándolos a cambiar de vida y sugiriéndoles medios
prácticos para perseverar en el buen camino.
Dios colmó a San Pablo de la
Cruz de dones extraordinarios. El santo predijo el futuro, curó a muchos
enfermos y, aun en su vida mortal, se apareció en varias ocasiones a personas
que se hallaban muy distantes del sitio en que él se encontraba. En las
ciudades, las gentes se arremolinaban a su alrededor, tratando de tocarle y de
arrancarle un fragmento del hábito para guardarlo como reliquia, a pesar de que
él desechaba toda muestra de veneración. En 1765, San Pablo tuvo la pena de
perder a su hermano Juan Bautista, del que nunca se había separado y con quien
le unía un cariño extraordinario. De temperamento muy diferente, ambos hermanos
se completaban el uno al otro y luchaban juntos por adquirir la perfección.
Desde que habían recibido la ordenación sacerdotal, se había confesado el uno
con el otro, ejerciendo por turno el oficio de jueces. La única vez en que no
estuvieron de acuerdo fue el día que Juan Bautista se atrevió a alabar a su
hermano en su presencia. Ello hirió tan profundamente la humildad de San Pablo,
que prohibió a su hermano que le dirigiese la palabra, lo cual resultó ser una
penitencia tan dura para uno como para el otro. La nube de la desavenencia se esfumó
finalmente al tercer día, cuando Juan Bautista pidió de rodillas perdón a su
hermano. Jamás volvió a haber una dificultad entre ellos. En memoria de la
amistad que los había unido, el Papa Clemente XIV confió, muchos años más
tarde, a San Pablo de la Cruz, la basílica romana de San Juan y San Pablo.
En 1769, Clemente XIV aprobó
definitivamente la nueva congregación. San Pablo hubiese querido retirarse
entonces a la soledad, pues su salud se había debilitado mucho y el siervo de
Dios consideraba terminada su tarea. Pero sus hijos se resistieron a cambiar de
superior, y el Papa, que tenían gran cariño por el santo, quiso que pasase en
Roma una temporada. Durante sus últimos años, San Pablo de la Cruz se consagró
a la fundación de las religiosas pasionistas. Después de muchas dificultades,
se inauguró en 1771 el primer convento, en Corneto; pero la mala salud del
fundador le impidió asistir a la ceremonia y nunca llegó a ver a sus hijas
espirituales vestidas con el hábito. Sintiéndose ya muy enfermo, mandó pedir al
Papa su bendición, pero el Pontífice le respondió que la Iglesia necesitaba que
viviese algunos años más. San Pablo mejoró un poco y vivió todavía tres años.
Su muerte ocurrió el 18 de octubre de 1775, cuando tenía ochenta años. Su
canonización tuvo lugar en 1867, cuando se estableció la fecha del 28 de abril
para su fiesta.
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