sábado, 24 de abril de 2021

24 de abril SAN FIDEL DE SIGMARINGA, MÁRTIR


Nació San Fidel en el año de 1877 en Sigmaringa, pequeña ciudad de la Suevia, en el obispado de Constancia, de padres nobles y católicos. Siendo aun niño, por fallecimiento de su padre quedó Fidel bajo el cuidado de un tutor que con una solicitud muy especial le hizo instruir por medio de un virtuoso sacerdote, así en la piedad como en las letras, en las cuales hizo extraordinarios progresos. Habiendo el Santo concluido en su tierra los estudios de humanidades, pasó a Friburgo, en cuya universidad estudió la filosofía y el derecho civil y canónico, consiguiendo el grado de doctor en ambas facultades. En todo este tiempo para preservarse Fidel exento de los vicios a que suele estar sujeta la incauta juventud, era muy reservado en las conversaciones, huyendo de las malas compañías y de las ocasiones peligrosas. Todos los días empleaba un poco de tiempo en la oración y en la lectura de algún libro espiritual: frecuentaba los santos Sacramentos a lo menos una vez al mes, además de las fiestas de la Virgen Santísima, de la cual era muy devoto, rezándole todos los días su oficio divino y el Santo Rosario, y ayunando a pan y agua en su honor todos los sábados; y esta piadosa costumbre observó con toda exactitud aun en los muchos y largos viajes que hizo, como vamos a explicar.

En el año de 1604, tres jóvenes caballeros alemanes le pidieron quisiese acompañarles como amigo y como ayo en un viaje que habían resuelto hacer por las principales ciudades de Alemania, Francia e Italia. San Fidel consintió con mucho gusto a esta propuesta, incitado del deseo de adquirir nuevos conocimientos. En este largo viaje empleó el espacio de seis años con recíproca satisfacción suya y de sus nobles compañeros, hasta que en el año de 1610 cada uno se retiró a su país; pero Fidel no se retiró a Sigmaringa, sino a Villinga, donde residían a la sazón los tribunales y la universidad de Friburgo. Aquí volvió a tomar la profesión legal, y habiendo abierto estudio de abogado, empezó a patrocinar las causas de los litigantes con mucho crédito, así por su doctrina, como por su conocida piedad. Pero muy en breve se disgustó del tumulto del foro y de las cavilaciones de los litigantes y de sus defensores, y temió mucho los peligros a que exponía su conciencia ejercitando la abogacía. Por eso, renunciando la toga de abogado, pensó abrazar un estado en el cual con mayor seguridad pudiese trabajar para conseguir la eterna salvación, que es el único negocio importante al cual deben dirigirse todas las demás cosas de este mundo. Después de haber hecho madura reflexión para conocer la divina voluntad, resolvió abrazar el estado religioso en la sagrada Orden de los Padres Capuchinos, donde tenía mucho tiempo hacía un hermano mayor que se ocupaba con mucho fruto en el ministerio de la palabra de Dios. A este fin se presentó al provincial que residía en la ciudad de Friburgo, y le pidió con muchas súplicas le admitiese entre sus religiosos. El sabio provincial no desechó sus instancias; pero representándole los rigores y la vida penitente que se hace en la Religión de los Padres Capuchinos le aconsejó que tomase con más madurez esta resolución, y que esperase algún tiempo antes de ejecutarla. Oída esta respuesta, deseoso Fidel de dar una prueba nada equívoca de su constante voluntad de abandonar los negocios del siglo, abrazó el estado eclesiástico, y en pocas semanas, mediante un indulto de la Sede apostólica, fue promovido a todas las órdenes y consagrado sacerdote.

Siendo, pues, sacerdote, le fue más fácil conseguir su intento de ser recibido en la sagrada Orden de los Capuchinos, de los cuales vistió en efecto el hábito el 4 de octubre, día en que se celebra la fiesta de San Francisco, del año 1611, y en el mismo día celebró su primera Misa con gran concurso del pueblo, y entonces mudó el nombre de Marco, que le habían puesto en el Bautismo, en el de Fidel, para manifestar con este nombre la fidelidad con que quería servir a Dios en la Religión ayudado de su divina gracia; por lo que en el frontispicio de todos sus libros se hallaban escritas estas palabras de la santa Escritura: Esto fidelis usque ad mortem, et dabo tibi coronam vitæ: Seas fiel hasta la muerte en el divino servicio, y te daré la corona de la vida eterna (Apocalipsis II, 10). Los hechos correspondieron perfectamente a las palabras; porque empezó y prosiguió constantemente con mucho fervor de espíritu el arduo camino de la perfección evangélica, hasta llegar a la eternidad derramando su sangre por la gloria de Dios y por la salud de las almas. Aunque hubiese entrado en la vida religiosa en la edad adelantada de treinta y cinco años, se amoldó desde luego a las costumbres de los Capuchinos, y a las muchas mortificaciones en que especialmente suelen ejercitarse los nuevos religiosos. Era obedientísimo a sus superiores, humilde y manso con todos, amante del silencio, del recogimiento y de la oración, en la cual fue muy favorecido de Dios, de modo que empleaba en este divino ejercicio, con gran consuelo de su alma, todo el tiempo que le quedaba de las demás ocupaciones de la vida religiosa; y todos los días a más del oficio divino rezaba el oficio de Nuestra Señora y el del seráfico Padre San Francisco. No dejó el demonio en paz a este siervo de Dios, antes le acometió con varias y fuertes tentaciones, pretendiendo con ellas disgustarle del estado religioso y hacerle volver al siglo. Una de las más particulares tentaciones con que le combatió, que era tanto más peligrosa cuanto iba cubierta con capa de virtud y de mayor bien, fue la de representarle que en el siglo y continuando la profesión de abogado podía hacer más bien que en la vida religiosa, defendiendo los pleitos de los pobres, de las viudas y de los huérfanos, que suelen ser oprimidos de sus contrarios. Pero el Santo, manifestando con sinceridad y sencillez esta tentación a su director, consiguió de ella una completa victoria; por lo que concluido el año del noviciado hizo la profesión con mucho júbilo de su corazón, y después se aplicó con gran diligencia al estudio de la sagrada teología, en la cual salió muy docto y erudito.

Los superiores de la Orden, viendo al Santo bien fundado en la virtud y en la doctrina, le destinaron al ministerio de la predicación del santo Evangelio, y el Santo por obedecer discurrió por las principales ciudades de Alemania, predicando por todas partes con mucho fruto de sus oyentes la palabra de Dios, que sabía anunciar con palabras sencillas y desnudas de adornos retóricos, pero con gran fuerza de espíritu y eficacia de razones y de autoridades sacadas de la divina Escritura, y digeridas en la meditación y oración, que tenía muy larga y fervorosa antes de subir al pulpito, pidiendo al Señor con mucha instancia la conversión de los pecadores, pues vivía íntimamente persuadido de que la conversión de las almas no es obra de la diligencia humana sino de la gracia divina, que se ha de pedir a Dios nuestro Señor con muchas súplicas e inexplicables gemidos.

Atendía también al bien temporal de sus prójimos; socorría las necesidades de los pobres con las limosnas que a este fin recogía de personas ricas y caritativas; visitaba a los enfermos, los consolaba, les administraba los santos Sacramentos y los confortaba para el último paso, animándoles a esperar en la divina misericordia. Habiendo sido atacado el ejército austríaco, que estaba acuartelado en aquellas provincias, de una enfermedad contagiosa de la que morían sin otro remedio los soldados, San Fidel con su ardiente caridad, despreciando el peligro de morir, les asistía intrépidamente en aquella necesidad, administrando los santos Sacramentos a los soldados enfermos, curándoles las llagas y dándoles de comer por su propia mano, y haciendo con ellos todos los oficios de un diligente y caritativo enfermero.

Siendo san Fidel tan caritativo con los extraños, cada uno puede discurrir cuán grande seria su caridad para con sus religiosos: los amaba a todos con un afecto el más dulce y tierno. En los conventos de que fue guardián procuró observar una exacta observancia de la regla, oponiéndose con firmeza a la introducción de cualquier abuso o relajación; y si hallaba alguna cosa que no fuese absolutamente necesaria, la echaba fuera como opuesta a la singular pobreza que profesa esta santa Religión. Era con sus religiosos muy manso, humilde y amoroso, se compadecía de sus defectos, les socorría en sus necesidades, y procuraba concertar entre ellos la paz y la mutua unión.

Sobre todo brillaba en nuestro Santo un celo ardiente de la pureza de nuestra Santa Fe: velaba con indecible solicitud que los herejes no inficionasen a los Católicos con el contagio de la herejía, a cuyo fin descubría a los fieles los fraudes y maquinaciones de sus ministros; los confundía con sus discursos, y si esto no bastaba a contenerles, acudía con sus representaciones a los magistrados, y aun a los príncipes, para que pusiesen freno a su licencia.

En la oración, que tenía muy larga y fervorosa, pues solía perseverar en la iglesia en este santo ejercicio desde los Maitines de media noche hasta el amanecer, pedía con mucha instancia dos cosas a Dios Nuestro Señor: la primera, que no le dejase caer jamás en ningún pecado, y la segunda, que le hiciese la gracia de perder la vida en defensa de nuestra santa fe, y en obsequio de la Católica Religión. Estas ansias de alcanzar la palma del martirio se le encendían mucho más cuando celebraba el Santo Sacrificio de la Misa, que era todos los días; y Dios, que le había dado aquellos ardientes deseos del martirio, le ofreció luego una ocasión oportuna en que pudiese satisfacerlos.

Habiendo el archiduque Leopoldo recobrado a fuerza de armas algunos valles del país superior de los Grisones, los cuales abrazando la herejía de Calvino se habían separado de su dominio, deseó que se enviasen a estos valles algunos misioneros celosos, los cuales predicasen allí la fe católica, y redujesen a la grey de la Iglesia un increíble número de almas infelizmente engañadas de las mentiras e imposturas de los predicantes calvinistas. Fueron elegidos para esta misión diez religiosos capuchinos, y con autoridad del Sumo Pontífice la Congregación de Propaganda Fide escogió por cabeza y prefecto de ella al glorioso San Fidel, como hombre apostólico muy a propósito para convertir los herejes, así por la energía de su predicación, como por la santidad de su vida; a fines, pues, del año 1621 se encaminó el Santo al campo que la divina Providencia le había señalado para combatir la herejía, y andando a pie con increíbles trabajos de lugar en lugar, y de aldea en aldea, anunció a toda suerte de personas la palabra de Dios en públicos sermones y en conferencias particulares, y logró convertir felizmente a nuestra Santa Fe Católica a muchos herejes, aun de los más principales y más nobles del país. Los ministros de Calvino, no pudiendo sufrir el invencible esfuerzo del siervo de Dios, y el verse abandonados de tantos que a impulso de su celo renunciaban la herejía y volvían al gremio de la Santa Iglesia, conmovieron contra él al pueblo que quedaba obstinado en sus errores, y le empeñaron al execrable delito de quitarle la vida. A este fin, fingiendo que querían convertirse a la verdadera Religión, convidaron al Santo para que fuese a predicarles en la iglesia que en el lugar de Servis tenían los Católicos; y aunque el Santo tenía muchos fundamentos para sospechar el engaño, todavía aceptó el convite, dispuesto para derramar su sangre en defensa de nuestra Santa Fe. En efecto, llegó al dicho lugar, se fue a la iglesia, donde dijo Misa con increíble fervor; acabado el santo sacrificio subió al púlpito, y aunque halló en él un billete que decía: Hoy predicarás y no mas, con que se le intimaba la muerte, no dejó de predicar con el mismo espíritu y libertad que las otras veces; hasta que llenándose la iglesia de hombres armados, y habiendo uno de ellos disparado un fusil contra él, aunque no le tocó, conoció no obstante el Santo que había ya llegado el día que tanto tiempo había deseado de derramar su sangre por la gloria de Dios y por la salud de sus hermanos; por lo que, lleno del deseo del martirio, bajó del pulpito, se arrodilló delante del altar mayor, donde encomendó su alma al Señor; y para que el pecado de los herejes que querían matarle no fuese tan grave, salió de la iglesia por una puerta que estaba al lado de ella, y al instante fue rodeado de los herejes, quienes como lobos rabiosos se le echaron encima, y con veintitrés heridas le traspasaron el cuerpo, y bárbaramente le mataron, mientras el Santo puesto de rodillas, a imitación del protomártir San Esteban, rogaba a Dios por su conversión. Acaeció el martirio de san Fidel el 24 de abril de 1622, hallándose el Santo en la edad de cuarenta y cinco años. El Señor se dignó ilustrar sus reliquias con muchos milagros, los cuales, pasados seis meses de su martirio, del lugar de Servis, donde las habían sepultado, se llevaron con una solemnísima procesión a la cercana ciudad de Coira. Habiéndose después rebelado estos pueblos contra la casa de Austria, fue allá un ejército austríaco para sojuzgarles, y habiéndose trabado una sangrienta batalla entre los austríacos y los herejes, muchos soldados, y el mismo general de los herejes, testigo nada sospechoso, declararon que durante la acción vieron a San Fidel en el aire rodeado de inmensa luz, que con una espada en la mano les estaba amenazando; por lo que todos atribuyeron al patrocinio del Santo la insigne victoria que consiguieron entonces los austríacos.

También fue muy célebre el milagro que obró el Santo en el castillo de Mansfeld; porque habiéndose excitado allí un furioso incendio, y dándose los soldados por perdidos, por estar llenos de pólvora los almacenes del castillo, y abrasar el fuego el edificio del lado y el techo de los mismos almacenes de pólvora, invocaron con mucho fervor el socorro del Santo, para que no se volase el castillo y pereciesen todos en el estrago, y al instante se detuvo el fuego; y no obstante que de los maderos encendidos caían pavesas y pelotillas de fuego sobre la pólvora misma que estaba debajo, parte en barriles y parte en montones descubiertos, no la encendió, ni hizo daño a la guarnición. Este insigne milagro fue el primero de los que aprobó la Santa Sede para su beatificación. Continuando después en obrar el Señor nuevos milagros por la intercesión de san Fidel, Benedicto XIV le canonizó solemnemente.


RESPONSORIO



La Misa es en honra del Santo, y la Oración la siguiente:

Dios, que al bienaventurado San Fidel, abrasado en el seráfico ardor del Divino Espíritu, os dignasteis adornarle en la propagación de la verdadera fe con la palma del martirio y con gloriosos milagros, por sus méritos e intercesión os rogamos que nos confirméis de tal modo en gracia en la fe, que merezcamos ser hallados fieles en vuestro servicio hasta la muerte. Por Nuestro Señor Jesucristo, etc.

La Epístola es del capítulo V del libro de la Sabiduría:

REFLEXIONES.

El que es fiel en las cosas pequeñas, lo será también en las mayores: mas la experiencia enseña que sólo las almas grandes son las que practican esta gran fidelidad. Las cosas pequeñas, verdaderamente son pequeñas; mas no es pequeña cosa una fidelidad tan puntual, que no desprecia la menor de las diligencias que pueden ponerse en el servicio de Dios. No hay duda de que esta fidelidad no serviría de nada si se faltase después en las cosas mayores; mas para hacer un buen cristiano se ha de unir cuidado en las cosas grandes y en las pequeñas. El que ama mucho, no desprecia aun lo menos de lo que puede agradecer a la persona que ama.

El valor de los que fueron escogidos de Dios para triunfar de los madianitas no se midió por otra prueba que la de una cosa pequeña, esto es, de no haber doblado las rodillas para beber el agua con más descanso. Pocos soldados de esta calidad bastan para alcanzar una prodigiosa victoria. ¿Qué cosa de menos monta que levantar las manos al cielo? Pues de esta pequeña ceremonia depende el vencer a los amalecitas, y sólo cuando Moisés alza las manos, vence Israel. Cumque levaret Moyses manus, vincebat Israel (Éxodo XVII, 11). ¿Qué has hecho, rey Joás, exclama con enojo el profeta Eliseo, qué has hecho? No has herido la tierra con el dardo sino tres veces; si la hubieras herido cinco, seis, o siete veces, sujetarías toda la Siria y acabarías enteramente con tus enemigos. Los muros de Jericó se arruinan en un instante delante de los hijos de Israel, sin aplicar otras máquinas ni otras baterías que una simple ceremonia de que hubieran hecho poquísimo caso los que estiman en poco las cosas pequeñas. Finalmente, baste decir que el cielo, la gloria eterna, el mismo Dios es, según las palabras de Jesucristo, el galardón de la fidelidad en cosas pequeñas.

El Evangelio es del capítulo XV de San Juan

MEDITACIÓN.

A qué peligros se exponen los que pasan una vida ociosa.

Punto primero. —Considera a qué riesgos nos exponemos en una vida ociosa e inútil, y cuánto debemos temer el castigo de un Dios justamente irritado que puede fulminar contra nosotros aquella terrible sentencia de reprobación, pronunciada contra el árbol que no lleva fruto.

Mucho tiempo hace que no cesa Dios de cultivarnos: inspiraciones, gracias, auxilios, instrucciones, accidentes imprevistos, lección de libros, todo se dirige a convertirnos. Hace mucho tiempo que el Señor busca frutos, y no encuentra más que hojas o frutos semejantes a los del campo de Gamona, que tras de una bella corteza sólo escondían podredumbre y amargura. ¿Cuál será, pues, nuestra suerte? ¿qué destino debemos esperar? El árbol estéril es condenado al fuego; un cristiano vacío de buenas obras, sin devoción, y que no tiene más que la apariencia de cristiano, ¿tendrá el cielo por herencia?

¿Qué más debí hacer por mi viña, que no hiciese? dice el Señor por el Profeta. Trae a la memoria los auxilios que te he concedido, las gracias que te he dispensado. Después de tantos afanes ¿no debía esperar yo que esta mi viña me correspondiese con frutos dulces? Y en medio de eso no me ha dado más que racimos muy amargos.

Juzgad, pues, ahora vosotros mismos, hombres ingratos, si tengo razón para quejarme de vosotros. Hice por vosotros más de lo que vosotros mismos os atreveríais a esperar, y en cierta manera aun más de lo que podríais creer. Convenís en los beneficios que habéis recibido de mi liberal mano. Pero ¿me habéis servido por eso con mayor fidelidad? ¿me habéis amado más?

Tenemos razón para temer el justo castigo con que amenaza a la viña estéril. Echaré por tierra el cercado con que la resguardé, y la dejaré abierta al arbitrio de los caminantes y de los pasajeros; la convertiré en camino público, y será pisada de todos; ya no se cultivará mas; si produjere algo, serán espinas y abrojos; y para colmo de su desdicha, ya no derramaré yo mi apacible lluvia sobre una tierra tan ingrata, sobre una viña que no da fruto. Es fácil entender lo que significan estas expresiones. Se hicieron en tiempo de Pascua los propósitos más santos; se conoció el peligro de ciertas visitas, de ciertas funciones, de ciertas concurrencias, de ciertas conversaciones, y de ciertas malas costumbres. Fue fruto del dolor y del arrepentimiento un plan de vida nueva; se concluyó que era indispensable la enmienda y la reforma. Pero a los pocos días después, todo esto dio por tierra. Y un Dios tan justamente ofendido ¿continuará después sus extraordinarios desvelos? ¿Derramará después con profusión sus especiales favores? ¿Dejará en pie ese cercado que tú mismo haces tantos esfuerzos para derribar? ¿Te colmará siempre de nuevos beneficios y de nuevas gracias?

Punto segundo. —Considera la desgracia de un alma a quien castiga el Señor con esta justa pero espantosa privación. Derribada la cerca, esto es, perdido aquel recogimiento interior, debilitado aquel saludable temor de los juicios de Dios, esterilizados los talentos, y reiteradas las recaídas, se derramará el alma indiferentemente a todos los objetos: será presa infeliz de todas las pasiones; ocuparán tumultuariamente el corazón mil turbulentos cuidados; apenas se dejará percibir la voz de Dios; no harán impresión los saludables consejos de un Confesor docto y prudente; se mirará la virtud con tedio y con disgusto; se hará intolerable el yugo del Señor; parecerá como seco y agotado el manantial de las gracias. ¿Y qué será de la pobre alma en tan lamentable estado?

Acaso te lisonjearás con que no te has abandonado a lo último del desorden. Pero acuérdate de que el siervo haragán y perezoso no fue castigado porque hubiese perdido el talento, sino por no haber negociado con él. Esperas volver sobre ti, y confesarte en la primera ocasión. Pero si la confesión que hiciste por Pascua de Resurrección fue inútil, ¿no debes temer que no lo sea menos la que hagas por Pascua del Espíritu Santo? Mientras tanto el tiempo se escapa, y quizá, quizá estamos ya tocando el término fatal de nuestra vida. Jam enim securis ad radicem posita est. Acaso será la última solicitud de la gracia; acaso será la postrera vez que Dios nos advertirá, que Dios nos tocará el corazón, que Dios nos apretará para que salgamos de este estado infructuoso y estéril. Y después de todo esto ¿no debemos temer que pronuncie contra nosotros aquella sentencia del Padre de familias contra la higuera que no daba higos? Sucddite illam, ut quid terram occupat? Corten ese árbol cuanto antes, arrójenle al fuego; ¿a qué propósito se le ha de dejar ocupar el terreno de otro que puede dar exquisito fruto acreditando las diligencias del cultivo?

¡Cosa extraña! hacemos todas estas reflexiones; a muchos les estremecerán estas verdades; todos convenimos en que es muy arriesgada una vida inútil para el cielo: y en medio de eso, ¡para cuántos serán inútiles estas reflexiones!

No permitáis, Señor, que sea yo de este número. Árbol estéril hasta aquí, he hecho ineficaces todas vuestras gracias, inútiles todos vuestros desvelos. No os canséis, Dios de las misericordias; continuad, Señor, continuad en cultivar esta alma por vuestra gracia, que espero dará fruto de hoy en adelante.

JACULATORIAS

 

Dadme, Señor, todavía un poco de tiempo, que yo os satisfaré lo que os debo (Mateo XVIII, 26).

Mostrad, Dios mío y Señor mío, en este día que Vos sois mi soberano Dueño, y que yo soy fiel y humilde siervo vuestro. (III Reyes, III).

PROPÓSITOS.

1 Si has comprendido el peligro a que está expuesta una vida ociosa, inútil y floja, fácilmente evitarás este peligro con el horror que te causará semejante vida. Pero guárdate bien de que este horror se reduzca solo a proyectos aéreos, a deseos inútiles que matan al perezoso. Procura que sea siempre práctico el fruto de todas tus meditaciones, esto es, que se reduzca siempre a la reforma de tus costumbres, a arreglar tu conducta, y a la práctica de la virtud. Hasta aquí ha sido inútil tu vida, o lo menos ha habido en tus días grandes vacíos; procura que en adelante sean días llenos todos tus días, según la frase de la Escritura. Da desde luego principio por el día de hoy, practicando en él todas aquellas obras y ejercicios que corresponden a tu estado. Visita a los pobres enfermos en el hospital; consuélalos con tas palabras y con tus limosnas. Si no los puedes visitar en el hospital, ejercita esta obra de caridad con algunos de tu parroquia. Hay muchas familias honradas que tienen gran falta de todo; lo que a ti te sobra, las acomodaría mucho a ellas; socórrelas, y gasta en esto lo que habías de gastar en una mesa espléndida, en un convite inútil, en un vestido superfluo, o en un mueble no necesario. Harás en esto un gran sacrificio. Te ruego que tomes el gusto a esta práctica.

2 Huye de acompañarte con gente ociosa, y generalmente de toda concurrencia donde reine la ociosidad. Ten continuamente alguna cosa en que ocuparte. Una señora cristiana siempre debe tener alguna labor que la ocupe: a la labor suceda la oración o la lección de algún libro devoto. Procura que sea útil hasta tu mismo descanso, por medio de conversaciones que fomenten la virtud y que edifiquen. Acostúmbrate a levantar el corazón a Dios frecuentemente con breves jaculatorias y con actos de amor suyo. Es devoción muy provechosa rezar el Ave María siempre que da alguna hora. Mucho se adelantará con una vida acostumbrada a estos devotos ejercidos; son unas industrias espirituales, al parecer de poca entidad, pero en realidad de gran valor para enriquecerse el alma.

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