miércoles, 7 de abril de 2021

7 de abril SAN AFRAATES

 


(c. 345 D.C.) - Según los bolandistas, en los que se basa Alban Butler, debemos todas las noticias sobre San Afraates a Teodoreto. Dicho autor, siendo todavía niño, fue con su madre a visitar al santo y recordaba que Afraates había abierto la puerta para bendecirles y les había prometido encomendarlos en sus oraciones. Teodoreto siguió invocando la intercesión de Afraates toda su vida, persuadido de que el poder del santo no había hecho sino crecer después de su muerte.

Afraates era de familia persa. Después de su conversión al cristianismo, se estableció en Edesa de Mesopotamia, que era entonces uno de los principales centros cristianos, con el objeto de aprender a servir más perfectamente a Dios. Cuando comprendió que la única manera de conseguirlo era la soledad, se encerró en una celda en las afueras de la ciudad, y en ella se dedicó a la penitencia y la contemplación. Sólo comía un poco de pan al atardecer; en sus últimos años tomaba también algunas verduras. Dormía en el suelo y se vestía con pieles. Después de algún tiempo, se trasladó a una ermita en las proximidades de un monasterio de Antioquía de Siria, adonde acudía el pueblo en busca de consejo. En cierta ocasión, Antemio, que fue más tarde cónsul del oriente, trajo de Persia una túnica y la ofreció al santo como un producto de su tierra natal. Afraates le preguntó si encontraba razonable cambiar a un criado, que le hubiese servido fielmente durante muchos años, por otro, simplemente porque este último era originario de su tierra natal. "Indudablemente que no", replicó Antemio. "Entonces llévate la túnica, porque la que tengo puesta me ha servido durante dieciséis años y no necesito otra."

El emperador Valente había desterrado al obispo San Melecio, y la persecución arriana hacía estragos en la Iglesia de Antioquía. En tales circunstancias, Afraates abandonó su retiro para acudir en ayuda de Flaviano y Diodoro, quienes gobernaban la diócesis en ausencia de San Melecio. La fama de los milagros y de la santidad de Afraates daban gran peso a sus acciones y palabras. Como los arrianos se habían apoderado de las iglesias, los fieles tenían que practicar el culto en la otra ribera del Orontes o en el campo militar que se extendía en las afueras de la ciudad. En cierta ocasión, cuando San Afraates se dirigía a toda prisa al campo militar, el emperador, que se hallaba en la terraza de su palacio, daba sobre el camino, ordenó que le detuviesen y le preguntó a dónde iba: "Voy a orar por el mundo y por el emperador", replicó el ermitaño. Entonces le preguntó por qué, si estaba vestido de monje, había abandonado su celda. Afraates le respondió con una parábola: "Si fuese yo una doncella retirada en la casa de su padre y viese la casa incendiarse, ¿me aconsejaríais que permaneciese tranquila, sin hacer nada por extinguir el fuego? Así, pues, más bien hay que acusaros a vos, que habéis desatado el incendio, que a mí que no hago sino tratar de apagarlo. Cuando nos reunimos para instruir y fortalecer a los fieles, no hacemos nada contrario a la profesión monástica."

El emperador no respondió, pero uno de sus criados insultó al varón de Dios y aun le amenazó con matarle. Poco después, el criado cayó en un caldero de agua hirviente; su muerte impresionó tanto al supersticioso Valente, que se negó a prestar oídos a los arrianos, quienes le aconsejaban que desterrase a San Afraates. También impresionaron mucho al emperador los milagros del santo, el cual curó a muchos hombres y mujeres y, según cuenta la tradición, devolvió también la salud al caballo favorito del emperador.

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