El discípulo y amigo de San Isidoro, San Braulio, decía que Dios parecía
haberle destinado a oponer un dique a la barbarie y ferocidad de los ejércitos
godos en España. El padre de Isidoro, que se llamaba Severiano, había nacido en
Cartagena, probablemente de una familia romana, pero estaba emparentado con los
reyes visigodos. Dos de los hermanos de San Isidoro, Leandro, que era
mucho mayor que él, y Fulgencio, llegaron también a ser obispos y
santos. Santa Florentina, su hermana, fue abadesa de varios conventos. La
educación de Isidoro se confió a Leandro, quien parece haber sido bastante
severo. Según la leyenda, Isidoro, siendo niño, huyó de la casa para escapar a
la severidad de su hermano y a las lecciones, que encontraba demasiado
difíciles; aunque Isidoro volvió espontáneamente al hogar lleno de buenos
propósitos, Leandro le encerró en una celda para impedir que se fugase de
nuevo. Tal vez le envió a un monasterio a continuar su educación.
Cualquiera que haya sido el
sistema empleado por Leandro, los resultados fueron excelentes, ya que Isidoro
llegó a ser uno de los hombres más sabios de su época y, cosa muy notable en
aquellos tiempos, un hombre muy interesado en la educación. Aunque es casi
seguro que nunca fue monje, profesaba gran amor a las órdenes religiosas; los
monjes le rogaron que compusiese el código de reglas que lleva su nombre y que
se generalizó en toda España. En dicho código insiste San Isidoro en que no
debe haber en los monasterios ninguna distinción entre hombres libres y
siervos, porque todos son iguales ante Dios. Muy probablemente, San Isidoro
ayudó a San Leandro en el gobierno de la diócesis de Sevilla y le sucedió en
ella después de su muerte. Durante su episcopado, que duró treinta y siete
años, bajo seis reyes, completó la obra comenzada por San Leandro de convertir
a los visigodos del arrianismo al catolicismo. También continuó la costumbre de
su hermano de arreglar las cuestiones de disciplina eclesiástica en los
sínodos, cuya organización se debió en gran parte a San Leandro y a San Isidoro.
Modelo de gobierno representativo, dichos sínodos han sido estudiados con
admiración por quienes se interesan en el moderno sistema parlamentario. San
Isidoro presidió el segundo Concilio de Sevilla en 619, y el cuarto Concilio de
Toledo, en 633; en este último, sus excepcionales méritos como principal
maestro de España le valieron la precedencia sobre el arzobispo de Toledo.
Muchos de los decretos del Concilio fueron obra de San Isidoro, en particular
el decreto de que se estableciese en todas las diócesis un seminario o escuela
catedralicia. El sistema educativo del anciano prelado era extraordinariamente
abierto y progresista; lejos de imitar servilmente el sistema clásico, propuso
un sistema que abarcaba todas las ramas del saber humano, así las artes, la medicina
y las leyes, como el hebreo y el griego; por lo demás, en España se estudiaba a
Aristóteles mucho antes de que los árabes le pusiesen de moda.
Según parece, San Isidoro
previó que la unidad religiosa y un sistema educativo suficientemente amplio eran
capaces de unificar los elementos heterogéneos que amenazaban con desintegrar a
España. Gracias a él, en gran parte, España se convirtió en un centro de
cultura, en tanto que el resto de Europa se hundía en la barbarie. La principal
contribución de San Isidoro a la cultura fue la compilación de una especie de
enciclopedia, llamada «Etimologías» u «Orígenes», que sintetizaba toda la
ciencia de la época. Se ha llamado a San Isidoro «el Maestro de la Edad Media»;
su obra fue uno de los textos clásicos hasta mediados del siglo XVI. El santo
fue un escritor muy fecundo: entre sus primeras obras, se contaban un
diccionario de sinónimos, un tratado de astronomía y geografía física, un
resumen de la historia del mundo desde la creación, una biografía de los hombres
ilustres, un libro sobre los valores del Antiguo y del Nuevo Testamento, un
código de reglas monacales, varios tratados teológicos y eclesiásticos y la
historia de los godos, de los vándalos y de los suevos. De todas estas obras,
la más valiosa en nuestros días es, sin duda, la historia de los godos, ya que
constituye nuestra única fuente de información sobre un período de la época
visigótica. Otro de los grandes servicios que San Isidoro prestó a la Iglesia
española fue el de completar el misal y el breviario mozárabes, que San Leandro
había empezado a adaptar de la antigua liturgia española para uso de los godos.
A pesar de que vivió casi hasta
los ochenta años, San Isidoro no abandonó nunca la práctica de la austeridad,
no obstante que su salud se había debilitado mucho. En los últimos seis meses
de su vida aumentó de tal modo sus limosnas, que los pobres invadían su casa,
de la mañana a la noche. Cuando comprendió el santo que se acercaba su fin,
invitó a dos obispos a que fuesen a verle. En su compañía se dirigió a la
iglesia, donde uno le cubrió con una burda manta y el otro le echó ceniza sobre
la cabeza. Así, vestido de penitente, San Isidoro alzó los brazos hacia el
cielo y pidió en voz alta perdón por sus pecados; en seguida recibió el
viático, se encomendó a las oraciones de los presentes, perdonó a sus enemigos,
exhortó al pueblo a la caridad y distribuyó entre los pobres el resto de sus
posesiones. Después volvió a su casa y murió apaciblemente, al poco tiempo. La
Iglesia le declaró Doctor Universal en 1722. Su nombre aparece en el canon de
la Misa de rito mozárabe que se celebra todavía en Toledo. San Beda el
Venerable comenzó a escribir, poco antes de morir, un comentario de las obras
de San Isidoro
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