San
Virgilio nació en Gascuña, pero se educó en el monasterio de San Honorato, en
una de las dos islas que se hallan a tres kilómetros de Cannes, tan conocidas
por los turistas de la Costa Azul. Según su biógrafo, aunque vivió varios
siglos después de los hechos, Virgilio fue monje y abad del monasterio de San
Honorato. Una noche estaba el santo paseándose en la playa cuando vio un
extraño navío cerca de la costa; sobre la cubierta, trabajaban algunos marinos,
quienes desembarcaron y vinieron al encuentro de Virgilio. Le saludaron por su
nombre, le dijeron que su fama había llegado hasta el extranjero y le
aseguraron que si les acompañaba a Jerusalén, haría mucho bien a los cristianos
y alcanzaría un alto grado de perfección. Pero Virgilio no se dejó engañar y,
haciendo la señal de la cruz, replicó: "Las
mañas del enemigo no pueden engañar a los soldados de Cristo y vosotros sois
totalmente impotentes contra los protegidos de Dios, porque la oración ha
arrojado al dragón de la Isla de San Honorato y el demonio no tiene en ella
ningún poder para hacer mal". En cuanto el santo acabó de
pronunciar estas palabras, el navío y los marineros desaparecieron.
El nombre de San Virgilio no figura en la lista de los abades de Lerins;
en algunas crónicas figura como un monje de Lerins que más tarde llegó a ser
abad del monasterio de San Sinforiano de Autún. Lo que sí se tiene por seguro
es que San Virgilio era monje antes de ser nombrado obispo de Arles y que
recibió el palio de manos del Papa Gregorio I, quien le nombró vicario
apostólico ante el rey Childeberto II. El Venerable Beda menciona a San Virgilio
a propósito de la misión de San Agustín en Inglaterra. Según parece, San
Virgilio lo consagró por orden del Papa Gregorio. San Virgilio gobernó su
diócesis con gran vigor; su celo lo llevó demasiado lejos en una ocasión, pues
San Gregorio le reprendió por haber intentado convertir, por la fuerza, a los
judíos de su arquidiócesis y le recomendó que se limitase a orar y predicar.
San Virgilio
construyó varias iglesias en Arles. Se cuenta que, durante la construcción de
la basílica de San Honorato, los obreros se encontraron un día con que no
podían mover las columnas para transportarlas a su sitio. San Virgilio acudió
al punto y vio que era el demonio, bajo la forma de un negro muy vigoroso, el
que impedía con su peso que los obreros moviesen la columna; pero éstos no le
veían. El santo increpó al demonio, que desapareció, dejando una estela
pestilente y los obreros pudieron continuar su trabajo. El biógrafo de San
Virgilio da otros muchos ejemplos de los milagrosos poderes de su héroe: cuenta
que el santo obró numerosas curaciones, resucitó a varios muertos, y destruyó a
una terrible serpiente que había causado grandes estragos. Sin duda que el
pueblo de Arles tenía entera confianza en la protección de su arzobispo,
persuadido de que mientras los restos del Santo permanecieran en la ciudad,
ésta vencería a todos sus enemigos. San Virgilio fue sepultado en la iglesia de
San Salvador, que él mismo había construido.
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